CAPITULO VIII

 

La Starlight atravesó, majestuosa, las diferentes capas atmosféricas que herméticamente encerraban al planeta Venus.

Venus.

Divisaron el planeta.

Una esfera luminosa.

Poseedora de un extraño brillo.

Su hemisferio norte, extremadamente montañoso, mientras que el sur aparecía plano. Grandes zonas representaban superficies accidentadas, indicadoras de altas cordilleras.

Una orografía semejante a la de la Tierra.

—Primera velocidad cósmica —anunció Elliot Baldins—. ¿Mantenemos la altura, Roy?

—Es lo más prudente. ¿Qué hay del «ojo-sonda», Rosalind?

—Dispuesto su lanzamiento.

—Entonces...

Leans se interrumpió.

Alertado por los puntos surgidos en la pantalla de radar.

Elliot Baldins se percató de ello.

—¿Qué puede ser eso, Roy?

—Lo ignoro, Elliot; pero se aproximan a endiablada velocidad. Pronto los tendremos a la vista. Aunque no parecen proyectiles bélicos, mantendremos en funcionamiento nuestro sistema anti-cohetes.

—¿Conecto el A.R.A.?

Leans dudó.

«Ataque Represalia Automático.»

Todo el mecanismo bélico-destructor de Starlight actuaría al instante, de ser atacado.

—Sí, Elliot... Ya les tenemos ahí —respondió Leans, con la mirada fija en el radar—. Han disminuido la velocidad.

—¡Recibo una señal por radio! —exclamó nerviosamente Rosalind.

—¡Amplificador de cabina!

Rosalind obedeció, accionando los altavoces de la Cámara de Mando.

Les estaban hablando en una extraña lengua. Totalmente desconocida para ellos.

—¿Qué diablos...? ¡Mirad! —gritó Baldins, señalando al visor delantero—. Son... ¡Son cazas!

Ya no era necesario el radar.

Estaban allí.

Rodeando la cosmonave.

Eran, en efecto, como un caza interceptor terrestre. Bombarderos atómicos, de finísimo fuselaje.

Todos ellos de un mismo modelo.

De aerodinámico diseño. Plano de sustentación extremadamente deltoide. Cola de tres aletas. Bajo el fuselaje, cohetes bélicos aire-aire. También se adivinaban compartimientos internos, almacenando proyectiles nucleares.

—Ahora nos hablan en otra lengua, Roy... Igualmente desconocida para nosotros. ¿Qué les respondo?

—Yo lo haré, Rosalind. Prepara el cassette de señales de salutación. El primero de ellos.

—¿El primero?

—¡Sí, maldita sea! ¡El primero! Esperemos que al menos conozcan el alfabeto Morse.

Roy Leans ya estaba frente a los mandos de comunicación.

Tragó saliva.

—Aquí la cosmonave Starlight en misión pacífica... Repito... No somos enemigos... No somos enemigos...

No les llegó respuesta.

De ningún tipo.

Los minutos transcurrieron, lentos y angustiosos.

Los seis bombarderos continuaban rodeando a la cosmonave.

Cuando Rosalind, a una indicación de Roy Leans, se disponía a introducir el cassette para su reproducción por radio, recibieron la respuesta.

En una germanía que sí les era familiar.

Un arcaico inglés del siglo XX.

—Cosmonave Starlight... Les habla el jefe de Seguridad, desde la base central de tierra... Hemos descifrado su llamada, deduciendo que se trata de una nave extravenusiana. ¿De dónde proceden y cuáles son sus intenciones? Responda de inmediato.

Roy Leans intercambió una mirada con sus dos compañeros.

Inspiró profundamente.

—Procedemos de un planeta al que denominamos Tierra. Nuestras intenciones son pacíficas. Solicitamos autorización para aterrizar.

Nueva demora en la respuesta.

Les llegó una voz fría e impersonal:

—Sigan nuestras instrucciones escrupulosamente. Tomarán tierra en nuestra base central de Seguridad. Lejos de cualquiera de nuestras ciudades superpobladas. Espero lo comprendan. Deben ser sometidos a reconocimiento. Ignoramos si son portadores de gérmenes nocivos para nosotros.

—Lo comprendemos perfectamente, aunque esas mismas precauciones nos inquietan a nosotros. Desconocemos si la atmósfera es...

Leans fue interrumpido:

—Es apta para los terrestres. Conocemos muchas cosas de la Tierra. ¿Cuántos son los astronautas de Starlight?

—Tres.

—Perfecto. Ahora, sigan las instrucciones. Pilotan una cosmonave perfecta. De una muy avanzada tecnología.

Les permitirá tomar tierra en pocos minutos. Sean bien venidos a Venus.

Aquellas palabras, lejos de agradar a Roy Leans, le preocuparon. Como si un sexto sentido le advirtiera de que algo funcionaba mal.

Contempló a Rosalind y Baldins.

Ambos sonreían.

Esperanzados.

Roy Leans les imitó, aunque con un fingido entusiasmo.

 

* * *

 

Starlight aterrizó en un espacioso aeropuerto.

El último recorrido lo realizó sin la inquietante escolta de los bombarderos.

Junto al aeropuerto se alzaba la base de Central Seguridad.

Un casco urbano de pequeña superficie. Casas tipo bungalow, protegidas en su totalidad por arcos de acero ligero y otras de plástico, en un bello diseño, pródigo en superficies curvas. Todas ellas dotadas de un espectacular sistema de iluminación.

Un longitudinal túnel móvil fue acoplado a la salida de la Cámara de Mando de Starlight.

Roy Leans fue el primero en abandonar la cosmonave.

Seguido de Rosalind y Elliot Baldins.

Caminaron por aquel largo pasillo transparente. Parecía construido en vidrio térmico, ligeramente coloreado.

Conducía a una de las casas construidas en la misma pista de aterrizaje del aeropuerto. De allí, mediante un suelo de plataformas deslizantes, fueron introducidos en una cabina ascensor.

En todo aquel recorrido no se habían cruzado con ningún ser viviente.

Sin recibir órdenes.

La cabina inició el descenso.

Abrió la compuerta, tras realizar un considerable recorrido. En el subsuelo de la casa.

Rosalind se detuvo, apenas salir del elevador. Pálida.

Llevó sus manos a la garganta.

—¿Qué te ocurre, Rosalind?

—No..., no puedo respirar... Parece como si me faltara el aire...

Roy Leans trató de sostener a la muchacha.

Fue entonces cuando se percató de que no podía moverse. Estaba como paralizado. También él experimentó una angustiosa sensación de ahogo. Sus ojos comenzaron a nublarse.

Borrosamente, vio a Rosalind y Elliot Baldins caer, incapaces de mantenerse en pie.

También Roy Leans dobló las rodillas.

Intentó arrastrarse hasta la cabina ascensor.

Pugnando por mantener los ojos abiertos.

No lo consiguió.

Su última imagen fue el ver cómo fantasmagóricas sombras se inclinaban sobre él.

Unas negras figuras, que parecían surgidas del Averno.