CAPITULO XI

 

Keenan Shawn reaccionó llevando su diestra en busca de la «Zieman 82».

Una voz ronca y gutural le detuvo.

—No..., no dispares... No tengáis miedo de nosotros...

Había hablado uno de aquellos deformes seres. El que descendió de la batinave. Sus dos compañeros también se habían aproximado.

—¿Quiénes sois? —preguntó Shawn.

La boca del hombre, aquel nauseabundo boquete, se entreabrió:

—Mi nombre es Fairbank... Sé quiénes sois vosotros. Lo he averiguado en la batinave Adhara. He escuchado las grabaciones del video-audio. Los hibernados del Adhara... Os conozco a cada uno...

Dub Hundar olvidó el miedo y repugnancia que le ocasionaban aquellos Hombres para preguntar con trémula voz:

—¿Has sido tú quien ha desplazado la batinave?

—Sí.

—¿Cómo lo has conseguido? ¿Cómo conoces su mecanismo?

El llamado Fairbank comenzó a reír, aunque aquel ronco y gutural sonido distaba mucho de semejarse a una sonrisa.

—¿Conocerlo? Tú eres el profesor Hundar. Según la grabación el creador de la batinave. Un buen modelo... del año 1985. Yo nací en el 1990. He vivido todos los adelantos de la ciencia espacial, las primeras naves con energía eléctrica, la colonización de Marte... Adhara es un juguete para mí. Una superficial visión me ha bastado para poder manejarla.

—¿En 1990...? No es posible... ¿En qué año nos encontramos?

—En el 2119. Tengo ciento veintinueve años. ¿Te sorprende? Ya en el 2002, durante vuestra hibernación, se descubrieron los secretos de la longevidad. Aunque a decir verdad quedamos muy pocos. Sólo seis hombres del siglo XX. Yo uno de ellos. El más viejo. Por eso me enviaron al descubrirse la batinave en la playa. Sólo yo podía manejarla. Soy un científico..., fui miembro del Centro Internacional de Astronomía-Ionosfera.

Dub Hundar parpadeó intercambiando una perpleja mirada con sus compañeros. Musorgski, Shawn, Saahst... En todos ellos se reflejaba igual estupor.

—No comprendo... ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué...? Fairbank volvió a reír roncamente. —¿Te sorprende mi estado? Sí..., soy un monstruo..., todos nos hemos convertido en seres deformes... —Pero..., ¿por qué?

Los ojos de Fairbank parecieron aumentar de tamaño. Como queriendo salirse de las órbitas. Las múltiples vejigas palpitaron convulsivas acentuando el tono verdoso. Abrió su babeante boca.

—Todo terminó... La más alta civilización alcanzada por el hombre fue destruida en corto plazo de tiempo. Cuando el hombre dominaba el espacio, las enfermedades, cuando era dueño del universo... Entonces..., entonces todo terminó. Tal vez un castigo de Dios a nuestra soberbia. Nada queda... nada...

—¿Qué ocurrió? —volvió a preguntar Hundar intensamente pálido. Tembloroso.

—Fue en el 2008. En ese fatídico año empezaron los primeros cataclismos. El hielo acumulado en el Ártico originó un desplazamiento de los polos inundando varias ciudades de EE. UU. La Tierra sufrió atroces desgarros geológicos... Japón fue tragado por el mar, América del Sur se partió en dos, el lecho de Atlántico se elevó, surgieron nuevas tierras en el Caribe... Sin embargo, estábamos prevenidos para todo aquello. Nuestros científicos lo habían previsto. Nada podía sorprendernos..., sólo..., sólo una guerra..., la más espantosa y cruel guerra atómica...

El hombre hizo una pausa para respirar jadeante. Los orificios de su ancha nariz palpitaron una y otra vez.

—La guerra... estalló en la primavera del 2009. Fue una locura..., una insensatez..., se inició con el empleo de armas bacteriológicas. La «Fracisella tularenssis», que ocasiona la tularemia, el «Bacillus antracis», productor del ántrax letal, el virus de la encefalitis, el «botulinum»..., terribles armas que diezmaron la población mundial. Nadie se dio por satisfecho. Endemoniados, locos..., seguíamos adelante. Hacia nuestra propia destrucción. Los «HD-7» transportaban cabezas nucleares triples de cincuenta megatones cada una. Iniciando unas terroríficas danzas. Todos los sistemas MIRV[1] entraron en funcionamiento.

Escalofriantes armas atómicas, desconocidas para vosotros por ser creadas en el año 2000, comenzaron su devastadora acción. Avanzando a pasos agigantados hacia nuestra propia destrucción. Nadie se detuvo, No era posible. La Tierra estalló en mil pedazos, envuelta en fuego... Nueva York, San Francisco, Los Ángeles..., ciudades de millones de habitantes fueron barridas en breves segundos. Una locura colectiva se había apoderado de todos nosotros, de la orgullosa raza humana que se creía fuerte y poderosa. Fue nuestro propio poder el causante de todo. Lo habíamos conseguido todo. Todo era dominado por el hombre. Fue un castigo divino... Hemos vuelto a la nada. A la barbarie...

Barbra cayó de rodillas rompiendo en incontrolable llanto. Musorgski estaba pálido. Gruesas lágrimas brotaban de los ojos de Inger. El profesor Hundar mantenía la cabeza inclinada, abatido... Sólo Keenan Shawn y Saahst se mantenían firmes, aunque también en sus ojos se leía la desesperación.

Fairbank prosiguió su terrorífica y fantástica narración:

—Nada quedó en pie sobre la faz de la Tierra. Muerte y desolación por doquier. Nada... nuestra gloriosa civilización destruida. ¿Cuántos hemos logrado sobrevivir? Lo ignoro. Muy pocos. El Sol se oscureció durante largos años. Ningún signo de vida sobre el planeta. Veinte hombres nos agrupamos. Ninguno más. Catorce hombres

y seis mujeres. Seres deformes, mutilados por los virus de las armas bacteriológicas y la radiactividad que flotó durante años sobre la Tierra. Nos hemos convertido en una raza maldita engendradora de monstruos. Han transcurrido muchos años desde que se produjo el caos. Hemos navegado en busca de un lugar más benigno, en busca de otros supervivientes... Nada. Sólo nosotros. Monstruos de reino de sombras, de tinieblas... Hemos construido una ciudad a pocas millas de aquí. Formamos una comunidad de seres deformes. Los únicos moradores de la Tierra...

—Eso no es cierto —dijo Keenan Shawn—. Hemos estado en un poblado que se denominan los Hombres-Sol. Viven en estado salvaje y primitivo, pero no presentan deformaciones físicas.

—Sí... Ellos y nosotros... Los únicos moradores de la Tierra. Los Hombres-Sol... Deduzco el origen. Un tal Dan Humek y su mujer, famosos ictiólogos, junto con un joven oceanógrafo, experimentaban en un refugio submarino antinuclear. Se percataron de la atroz guerra desencadenada en la superficie y permanecieron sumergidos un largo período. Al salir se encontraron con el desolador espectáculo. Los tres eran jóvenes. De ellos, de la familia Humek, surgió la tribu de los Hombres-Sol. Nosotros llegamos a esta zona más tarde que ellos. Nos recibieron con hostilidad. Con terror. Ellos eran perfectos... Desaparecida la familia Humek vivieron en un atraso completo, como salvajes... No querían contacto con nosotros. Con los monstruos del Reino de las Sombras. Así nos llaman.

—¿Por qué exigirles una muchacha cada quince días? Fairbank pareció encogerse aún más. Su piel acentuó el tono verdoso acumulando pliegues viscosos. Nauseabundos.

—Ellos son perfectos... No quieren unirse a nosotros. Por ello les exigimos una mujer. Queremos mejorar nuestra raza. Volver a ser como antes...

Keenan Shawn sonrió amargamente.

—¿Por la fuerza?

—No quieren tratos con nosotros. Es preciso utilizar la violencia. Somos más inteligentes que ellos y nos temen. Han transcurrido cien años desde la guerra que acabó con la civilización. Nada hemos conseguido, pero ahora, con vuestra aparición, todo será distinto.

—¿Por qué?

Fairbank rio en satánica carcajada.

Sus hundidos ojos se posaron en las muchachas.

—Vosotros estáis aquí.

—¿Y...?

—Sois inteligentes y vuestro cuerpo es perfecto. Los hombres jóvenes del Reino de las Sombras se desposarán con las muchachas —Fairbank señaló hacia Inger y Barbra— para que futuras generaciones sean normales. También vosotros os uniréis a nuestras mujeres mutiladas por los virus, por la radiactividad...

—¿Cuentas con nuestro consentimiento?

—¿Existe otra solución para vosotros? ¿Adónde vais a ir? Nada queda sobre la Tierra. ¿Acaso uniros a los salvajes de Notter?

—No sería mala idea.

Fairbank retrocedió torpemente. Sus ojos llamearon de ira a la vez que boqueaba babeante.

—¡Os obligaremos!

—No lo intentes, Fairbank.

—¡Os obligaremos...! [Vendréis con nosotros...! También queréis abandonarnos..., somos repugnantes, ¿verdad...? Apestosos... Nadie acude en nuestra ayuda..., nadie quiere contacto con nosotros...

—¿De quién esperar la ayuda, Fairbank? Tú mismo has dicho que no...

—En Marte. Desde allí sí pueden ayudarnos.

Keenan Shawn parpadeó perplejo.

—¿En Marte?

—¡Sí! ¡En el año 2000 ya se instaló una base para explorar el planeta! En los años siguientes se enviaron científicos, hombres, mujeres, infinidad de material... Con la misión de permanecer en Marte y estudiar sus condiciones de habitabilidad. Ha transcurrido más de un siglo. Siguen allí. Conocen lo ocurrido en la Tierra. ¡Deben regresar a por nosotros! ¿Por qué no lo hacen?

—Tú mismo te respondes, Fairbank. Saben lo ocurrido en la Tierra. ¿Regresar a por vosotros? Sois los culpables de la destrucción. Has escuchado las grabaciones del Adhara. Un mundo maravilloso os espera, de esplendor, el hombre es el rey, todo lo domina... Un mundo maravilloso...

Una seca detonación cortó las palabras de Keenan

Shawn.

Musorgski había apretado el gatillo de la «Zieman 82» disparando sobre Fairbank y sus dos compañeros.

Una.

Dos.

Tres veces...

Con diabólica rapidez.

Fairbank y sus dos compañeros cayeron sin vida. Destrozados. Con el cuerpo quemado por la violenta potencia del arma.

Nikolai Musorgski comenzó a gritar como un poseso:

—¡Malditos...! ¡Malditos hijos de perra...! ¡Lo han destruido...! ¡Lo han destruido todo...! ¡Malditos engendros de Satanás...!

Continuó disparando.

Los cárdenos fogonazos de la «Zieman 82» calcinaron aquellos deformes cuerpos hasta casi convertirlos en cenizas. En negra y maloliente carne quemada.

—Ya basta, Nikolai.

Musorgski seguía disparando.

Keenan Shawn se le aproximó para soltarle un violento trallazo en el rostro. Musorgski dejó caer el arma llorando como un chiquillo. Barbra continuaba de rodillas. El rostro de Inger pálido como la azucena. El profesor Hundar mantenía la cabeza inclinada, con los ojos fijos en la rojiza arena.

«Un mundo maravilloso donde el hombre es el rey...»

Ahora...

Nada quedaba.

Todo había sido destruido por el propio hombre.

Keenan Shawn también sintió deseos de llorar.