Capítulo 11
Un hombre y un niño volvían de pescar en el río… una mujer y una niña que apenas sabía andar los esperaban en la puerta de la casa… pero todos desaparecieron de pronto, y sólo quedó el niño, triste y desvalido.
El niño lloraba y se sentía el ser más desgraciado de la tierra… los adultos que lo rodeaban no eran sus padres, había perdido lo que más quería en el mundo…
—Max ¿me oyes? Max, soy Marisa. Max, por favor, sigue luchando. Sé que es difícil. Sé que te duele, pero te necesito… y Timmy te necesita también. Quiero que te pongas bien para poder volver a gritarte. Quiero que tú me grites, me lo merezco. Yo te metí en este lío, Max, por favor ¡no te rindas!
—Max, soy Joel. Me siento muy mal por todo esto. Supongo que he estado fuera de circulación demasiado tiempo. No se me ocurrió buscar un arma oculta. Lo hizo todo tan rápido…
—Mira, todos los chicos han venido a ver cómo sigues. Me voy para que ellos puedan entrar. Mantente firme, amigo. Puedes nacerlo. ¡Eres el más duro de todos!
—Como puedes ver, es una herida muy grave. Ha perdido mucha sangre.
—Acababa de recibir un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó muy débil. Consideramos que es un milagro que todavía esté vivo.
—Donde hay amor, Max, los milagros pueden ocurrir.
—Es un milagro que haya sobrevivido a la cirugía.
—El amor puede hacer milagros, Max. Sólo tienes que creer en ellos.
—Sostente, amigo. Puedes salir adelante. Sé que puedes hacerlo.
—Timmy, quiere conocerte. Max. Te necesita en su vida. Yo también. Te amo, Max.
—Yo te amo a ti.
—El amor hace milagros. Puedes salir adelante.
La primera ocasión en que abrió los ojos, las luces lo cegaron. Cerró los párpados y los mantuvo así mucho tiempo. O al menos lo que le pareció mucho tiempo.
La segunda ocasión en que abrió los ojos, la habitación estaba en penumbra. Mantuvo los párpados abiertos y miró a su alrededor. Estaba solo. Se escuchaba un sonido de goteo de agua y el timbre constante de un aparato.
Estaba vivo y conectado a todo tipo de máquinas. Se preguntó qué hora era, pero se quedó dormido antes de completar el pensamiento.
La siguiente ocasión en que abrió los ojos, vio a Marisa, sentada a su lado junto a la cama, sosteniéndole la mano. Intentó apretarla y descubrió lo débil que estaba. Pero ella captó el pequeño movimiento y levantó la vista.
—Hola —lo saludó en un murmullo. Trató de sonreír, pero sus labios temblaban.
Tenía un aspecto horrible. Estaba pálida, con sombras bajo los párpados. Había perdido peso, por lo que sus pómulos estaban más pronunciados y los enormes ojos parecían ocupar toda su cara.
Él se lamió los labios en un esfuerzo por humedecerlos.
—Parece que estar en cama se está convirtiendo en hábito para mí —logró decirle con la voz ronca por la falta de uso.
—¿Cómo te sientes?
—Como si me hubieran disparado un tiro —trató de sonreír, pero no estaba seguro de haber tenido éxito.
—Lo siento tanto… —murmuró ella.
—No fue culpa tuya.
—Claro que sí. Yo te metí en ese lío.
—No, era parte de mi trabajo. ¿Qué ocurrió después de que fui derribado?
—Pensé que tus amigos destrozarían a Harry. Cuando sonaron los disparos empezaron a aparecer agentes… No sabía que hubieran participado tantos agentes en esta misión. Debía haber lo menos veinte.
Max cerró los ojos pensando en la decisión de su superior de llamar a todas las tropas. Así que no había confiado por completo en sus recursos para solucionar solo la situación.
Había ocasiones en que era agradable saber que alguien había pensado las cosas mejor que uno mismo.
—¿Por qué no tratas de dormir? —le preguntó ella.
—Porque necesito saber qué ocurrió.
—Algunos de los hombres se hicieron cargo de Harry, mientras los demás se ocupaban de conseguir ayuda médica para ti —Marisa le acariciaba la mano—. Registraron a Harry minuciosamente en busca de otras armas, pero no vieron una cápsula de cianuro que tenía oculta. Lo encontraron muerto en su celda a la mañana siguiente.
Así que todo había acabado. Harry había desaparecido. Parecía que la banda de contrabandistas que tanto buscaban estaba disuelta.
—¿Qué hay de Troy?
—Lamentablemente quedó atrapado en el fuego cruzado entre nuestras gentes y los que bajaban la carga. Murió al instante.
—¿Cómo se lo tomó tu hermana?
—Fue algo sorprendente para ella, por supuesto, pero dice que sintió cierto alivio. Hacía tiempo que todo iba mal en su matrimonio. No se llevaban bien y ella le tenía miedo. Troy le había dicho con claridad que no contemplaría la posibilidad de un divorcio.
—No es de extrañar. Seguramente no quería que se estudiara su situación financiera.
—Señor Moran, necesita descansar —anunció una enfermera que entró en la habitación—. Los monitores muestran un incremento en su pulso. Estoy segura de que usted lo entenderá —agregó para Marisa con una sonrisa.
—¿Regresarás? —le preguntó Max tratando de mostrarse despreocupado.
—Sí —fue la respuesta escueta de la chica.
Max sonrió y se quedó dormido inmediatamente.
Marisa salió del hospital con una sensación de esperanza que no advertía desde que Max resultó herido. Nunca olvidaría el horror de ese momento, o de los días y noches que había pasado preguntándose si se salvaría.
No tenía por qué permanecer allí. De hecho, tenía que regresar a Seattle, con Timmy, si bien Eileen insistía en que todo estaba en orden por allí y que no tenía de qué preocuparse.
Max estaba en lo cierto. Timmy regresó al lado de Eileen un día después de que ella saliera de viaje. Tenía muchas historias interesantes que contar de lo que había hecho con uno de los hombres de Troy en su bodega. El niño nunca supo lo que verdaderamente estaba ocurriendo.
Ahora, al fin, Max conocía la existencia de Timmy. A Marisa le hubiera gustado que él se enterara de otra manera, pero ya no servía de nada preocuparse por eso.
Cuando Max se recuperara hablarían de su reunión con Timmy. El niño era tan inteligente, que no tendría problemas para aceptar al padre.
El problema radicaba en cómo respondería Max al pequeño. Ella sabía que Max había pasado solo la mayor parte de su vida. Nunca había permitido a nadie acercarse a él. ¿El hecho de tener un hijo lo haría cambiar?
Sólo el tiempo lo diría.
Max se sentía tan débil como un recién nacido, cosa que le resultaba irritante. Todo lo irritaba… en especial la insistente alegría de las enfermeras.
Hizo una mueca de disgusto cuando la puerta se abrió.
—Qué bonita imagen de recuperación presentas —comentó Marisa al entrar.
—¡Estoy fastidiado de tanta cara alegre!
—Veo que ya te han levantado —se encontraba sentado en una silla junto a la ventana.
—No lo bastante rápido para satisfacerme.
—Vaya, hoy estamos de mal humor.
—No empieces conmigo. Ya estoy hasta la coronilla con tantas mujeres dándome órdenes.
Marisa sonrió y ocupó una silla que había junto a la cama.
—Lo sé. Estás acostumbrado a ser tú el que da las órdenes. No es muy divertido estar al otro lado de la mesa.
—¿Qué es eso que llevas puesto? —preguntó Max al fin cuando vio que ella no dejaba de sonreír.
Marisa contempló el vestido que se había comprado la tarde anterior, ya que sus pertenencias habían sido embarcadas de Barcelona a Seattle y tuvo que renovar su guardarropa.
—No me refiero al vestido, sino al perfume —le indicó Max.
—Pues… un perfume. ¿Por qué?
—Por ningún motivo en particular. Te veo más descansada. ¿Cómo te sientes?
—Mucho mejor, ahora que tú te estás recuperando.
Se contemplaron un largo momento antes que Max bajara la vista.
—No hay razón para que sigas por aquí —manifestó él—. ¿No deberías estar con Timmy?
—Sí. Esa es una de las cosas que he venido a decirte… tengo que regresar a Seattle. La escuela empieza pronto… y debo empezar a dar mis clases.
—Así que has venido a despedirte.
—En efecto. Y a invitarte a visitarnos cuando te sientas mejor.
—No creo que eso sea una buena idea.
—¿Por qué?
—Tienes tu propia vida. Timmy y tú habéis salido adelante sin mí. No hay ningún motivo para que yo vaya ahora a confundir al niño.
—¿Max?
—¿Qué?
—Le he dicho a Timmy que tú eres su padre, que fuiste herido y que permanecería aquí hasta estar segura de que te encontrabas fuera de peligro.
—¿Qué? ¿Por qué has hecho eso? ¿Y por qué ahora? Nunca te molestaste en decírselo antes. Entonces ¿por qué…?
—No se lo dije antes porque fui una cobarde. Huí de una situación que no supe cómo manejar. Espero haber madurado desde entonces. Además, ahora las cosas son diferentes.
—¿A qué te refieres?
—Sé cómo te sientes con respecto a mí —le sonrió ella.
—¿Y? —preguntó Max con tono beligerante.
—Max —empezó Marisa con tono paciente—, te quiero mucho. Comprendo que no tienes motivos para confiar o creer en el amor, pero yo confío lo suficiente por los dos. Lo más importante es que estás vivo. El resto puede resolverse.
Se puso de pie y fue hacia él.
—Dicen que el mal humor es señal de recuperación. Si ese es el caso ¡vas de maravilla! —se inclinó y le dio un beso ligero en los labios—. Cuídate. Llámame cuando puedas. Espero que vengas a Seattle muy pronto. Te estaremos esperando.
Max… la vio salir fuera de la habitación, fuera de su vida, con una terrible sensación de tristeza e impotencia. Él no la necesitaba en su vida. No necesitaba a nadie. Estaba acostumbrado a vivir solo. Así lo prefería.
El dolor en su pecho se debía a la herida reciente. Se sobrepondría y reanudaría su vida. Nada había cambiado. Nada en absoluto.