Capítulo 7

¿Te gusta pescar, Max? —le preguntó George durante la cena esa noche.

No, George —respondió Max sin titubear. Luego se preguntó cómo podía estar tan seguro. Marisa lo miraba sorprendida con el tenedor en el aire.

«Ahora va a resultar que voy de pesca los fines de semana», pensó Max, ligeramente aturdido.

Supongo que no hay muchos lugares para pescar en Kansas City —comentó George con una sonrisa.

Max tuvo un recuerdo súbito de otra ocasión en la que salía en un bote en la playa ¿Kansas City? ¿Acaso no era originario de California? ¿Cómo sabía eso? En realidad no lo sabía, aunque tenía la sensación de haber estado allí de niño… Kansas City, sin embargo, no le decía nada. 

Si no tienen prisa —agregó George ante el silencio de Max—, podríamos pasar mañana el día en un lugar en el que me gustaría pescar. Claro que si necesitan llegar a tierra cuanto antes… —dejó que sus palabras se perdieran en el aire.

De nuevo, Max miró hacia Marisa; ella lo observaba atenta. Tal vez se preguntaba si él insistiría en que abandonaran el yate tan pronto como fuera posible.

Pero unas vacaciones eran unas vacaciones ¿o no? George era un anfitrión muy amable. En ese momento no tenía que preocuparse por ganarse la vida.

No tenemos prisa, George —tomó la mano de Marisa al hablar—. ¿No es cierto, cariño?

Notó que Marisa ocultó su sorpresa de inmediato, pero no logró controlar el temblor de su mano. Así que no estaba tan segura de él en su relación como pretendía. Le llevaría tiempo convencerla, de ello estaba seguro, pero debía admitir que lo entusiasmaba el reto.

Más tarde, cuando yacía en la cama y esperaba que ella se reuniera con él, Marisa comentó:

Me sorprendió oírte decir que no te gusta pescar.

¿Por qué?

Bueno, tal vez no sea tan sorprendente. Siempre ibas de pesca con tu padre. Tus sentimientos de esa época de tu vida deben estar mezclados con las actividades que compartías con él.

Supongo que nunca le di mucha importancia —se encogió de hombros.

También me parecía que considerabas urgente el que llegáramos a Niza.

Nada me parece más urgente que estar contigo —sonrió Max—. La otra mañana tuve la sensación de que despertaba a una nueva vida. Quiero saborearla.

Oh, Max ¿tú también lo consideras así? —Marisa se levantó del tocador y fue hacia él—. Es como si alguien nos diera una segunda oportunidad de arreglar las cosas entre nosotros.

A mí me parece lo mismo —Max la atrajo a su lado y le quitó la bata para dejarla desnuda ante él.

No crees que deberías establecer contacto con tu oficina. Deberías informarles de que estás bien.

¿Llamar a su oficina en vacaciones? ¿En qué vicios de adicción al trabajo había caído?

La besó detrás de la oreja y a lo largo del mentón.

Si lo consideras necesario, lo haré… mañana.

Tal vez al día siguiente recordaría más cosas de su vida. Mientras tanto, pensaba disfrutar al máximo cada momento.

Después de desayunar a la mañana siguiente, Marisa llevó a Max a un lugar apartado.

Decidí llamar a tu oficina, dado que te quedaste dormido hasta tarde —le comentó—. Creo que tu jefe habría aceptado que yo lo llamara si todo estuviera bien, pero al enterarse de que estabas herido, insiste en que lo llames. Hasta me dio un nuevo número directo que yo no conocía para que lo hagas.

Le entregó una hoja de papel y Max frunció el ceño al mirarlo.

Su memoria mejoraba como esperaba. Lamentablemente, no lograba encontrar sentido a lo que iba recordando. Veía las cosas como si tuviera la edad de un niño. Había muchas escenas en las que sentía desolación y desesperación. Se preguntaba por qué. ¿Qué había pasado durante sus primeros años de vida que sus imágenes le provocaban tanto dolor?

Tenía que decirle a Marisa lo de su pérdida de memoria, pero todavía dudaba. ¿Se molestaría porque no se lo había dicho desde el principio? ¿Cómo reaccionaría al saber que no recordaba nada de ella antes de que llegaran al yate? ¿Creería que él se había aprovechado de la situación? En lo que a él concernía, acababan de conocerse. No recordaba nada de su matrimonio. Nada.

No la culparía si se molestaba. Y ¿de qué serviría que se lo dijera? No iba a recuperar la memoria por el hecho de contárselo, aunque hablar con ella podía serle de ayuda…

Contempló el papel que sostenía en la mano. Tal vez tenía la respuesta, por el momento.

Usando el moderno sistema de comunicación telefónica de George, pronto escuchó el timbre del teléfono al otro extremo de la línea.

¿Hola?

Habla Max. Marisa me ha dicho que querías hablar conmigo.

Así es. Me dijo que recibiste un golpe en la cabeza y que sufriste una contusión cerebral, pero que ya pareces estar bien. Quería asegurarme de que te crees capaz de hacer frente a Harry tú solo. De no ser así, puedo enviar a alguien para que te ayude cuando llegues a Niza.

Obviamente no podría hacerse cargo de Harry si no sabía quién diablos era el tipo. ¿Por qué poner en peligro su trabajo sólo por guardar un secreto?

En realidad tengo un pequeño problema. No creo que sea grave, pero en este momento tengo un impedimento.

¿Qué sucede?

Es un poco complicado, verás, no… no recuerdo nada.

¿Qué sucede?

Tengo cierta amnesia. No es tan severa como para no saber cómo funcionar o nada de eso. Sólo se trata de que no recuerdo nada de lo que ocurrió antes de despertar con un terrible dolor de cabeza.

Max, esto no es algo que debas tomar a la ligera. ¿Por qué no lo mencionó Marisa cuando me llamó?

Ella no lo sabe. No se lo he dicho a nadie, ni siquiera al doctor.

¿Cómo es eso posible? Si no recuerdas nada ¿cómo supiste que debías llamarme?

Marisa lo mencionó. Fue tan amable que hasta me dio tu nuevo número.

Así que siguiendo tu inimitable estilo, has continuado tu camino a ciegas y sin decir nada.

¿Quieres decir que ese es mi comportamiento típico?

Lamentablemente, así es. Nunca das una ventaja a nadie, por pequeña que sea. Supongo que ella no te ha dicho quién soy yo.

No, sólo que trabajo para ti.

Eso es cierto. Ahora, escúchame. No quiero que juegues al héroe. Tan pronto como regreses a tierra firme, quiero que tomes el primer avión de regreso a Estados Unidos. Haremos que te vea un especialista. Olvídate de O'Donnell. Él puede esperar. Ahora que sabemos la verdad acerca de él, podremos quitarlo de en medio.

¿Querrías contestar una sola pregunta? ¿En qué negocio estamos metidos?

Me temo que no estoy en libertad de hablar de eso en este momento —le indicó el hombre después de una larga pausa.

¿Tiene nuestro negocio algo que ver con el hecho de que esté en Europa a bordo de un yate propiedad de George Olson?

Directamente, no. Pero allí estarás a salvo. Ya hice que lo investigaran. Es quien dice ser.

¿Qué es todo ese asunto de estar a salvo? Marisa lo mencionó anoche. No quise preguntar demasiado.

Marisa puede contestar a todas tus preguntas, Max. Tengo curiosidad por saber por qué decidiste no hablarle de tu problema.

No estoy seguro. No lo consideré prudente, nada más.

Siempre he confiado en tu instinto, y seguiré haciéndolo, a pesar de que no recuerdes nada. Regresa a Estados Unidos tan pronto como te sea posible. Tal vez para entonces hayas recobrado la memoria. Si no es así, te ayudaremos.

Quizá tengas razón. Empiezo a recordar escenas, pero en este momento no significan nada para mí. A propósito ¿en dónde estás?

En Washington.

Entonces ¿por qué todos a bordo creen que somos de Kansas City?

Tal vez sea una de las tapaderas que Marisa y tú usabais cuando trabajabais juntos.

Me temo que no te entiendo.

Lo lamento, no puedo entrar en detalles en este momento. Hablaremos cuando estés de regreso.

Max cortó la comunicación y salió del despacho de George con jaqueca. Iría a recostarse un rato y vería si mejoraba. De no ser así, pediría un medicamento a Henry.

El dolor era tremendo. A tientas avanzó por los pasillos hasta su cabina y entró con una sensación de alivio.

Se tendió en la cama e hizo varias aspiraciones profundas para poner su mente en blanco. Cuando estaba por perderse, recordó una pregunta que quería hacer.

¿Cuánto tiempo llevaba casado?

Un ligero ruido en la puerta lo hizo despertar de pronto, algún tiempo después. Instintivamente, se puso a buscar la pistola bajo la almohada. Pero no hacía falta, era Marisa.

¿Su pistola? ¿Por qué habría de tener una pistola bajo la almohada?

Oh ¿te he despertado? —preguntó ella—. Lo siento. Pensé que te reunirías conmigo en cubierta cuando terminaras de hablar por teléfono.

Max se permitió relajarse sobre la almohada. Lo alegró que la jaqueca hubiera disminuido un poco. Quería evitar los medicamentos lo máximo posible. Lo atontaban demasiado. Necesitaba mantenerse en estado de alerta.

Marisa, tenemos que hablar —se enderezó y sentó en la orilla de la cama.

¿Qué ha pasado? ¿Ha sabido él algo acerca de O'Donnell?

¿O'Donnell?

¿No es de eso de lo que tenemos que hablar?

Marisa frunció el ceño.

Tengo un pequeño problema y más vale que te enteres de ello.

Max sacudió la cabeza como si quisiera liberarse así del dolor de cabeza.

Muy bien —Marisa se sentó en una silla cerca de él, interesada.

El golpe en la cabeza me ha dejado un tanto confundido. Tengo algunas lagunas mentales y me es difícil ponerlo todo en orden.

¿Por qué no me lo habías dicho?

Pensé que recordaría pronto, y no quería alarmarte. No lo he olvidado todo —intentó una risa forzada—. Por ejemplo, no he olvidado lo que siento por ti.

¿Estás seguro? —Marisa lo estudió con detenimiento—, la pérdida de memoria explicaría parte de tu comportamiento de los últimos días.

En realidad estoy bien. No quería que te preocuparas por mí.

En realidad he disfrutado mucho estos días —Marisa se relajó en su asiento—. Tu comportamiento ha sido maravilloso; además, has estado mucho más tranquilo y abierto conmigo.

¿Lo dices en serio?

Mmm —respondió ella con una sonrisa.

Cuando lo miraba así, la mente de Max se ponía en blanco. Trató de asirla y ella se dejó atrapar, dispuesta, hasta que quedaron recostados sobre la cama.

¿Dices que más tranquilo? —Max le tomó la mano y la colocó sobre una parte de su anatomía que distaba mucho de estar tranquila.

No sabía que causase ese efecto en ti… al menos —se rió la chica.

Entonces, debo ser un actor excelente. Reacciono así cada vez que te veo, en la ducha, en mi cama, durante el desayuno, mientras tomas el sol… —al hablar, sus manos le quitaban la ropa.

Ella hizo lo mismo hasta que sólo la brisa que se colaba en la cabina era lo único que los separaba.

En esa ocasión Marisa decidió tomar una participación más activa, colocándose sobre de él, enmarcándole el rostro con las manos.

Déjame hacerte el amor ¿de acuerdo? —murmuró, dándole besos ligeros.

Max sintió que sus senos le rozaban el pecho, el cabello que le cosquilleaba los hombros, el movimiento de sus caderas, las manos que lo acariciaban. Cuando su boca lo tocó íntimamente, ya le era difícil meter aire en los pulmones.

¡Suficiente! ¡No podría soportar más sin explotar! La levantó sobre él para dejarla con las rodillas a ambos lados de sus caderas. Le puso las manos en la cintura y la colocó de manera que lo recibiera en toda su longitud. Ella dejó escapar un jadeo de placer cuando la inclinó hacia adelante para tomar un delicioso pezón entre los labios.

Permitió que ella fijara el ritmo, deleitándose en las respuestas que él le provocaba con lo que le hacía. ¡Cómo amaba a esa mujer! Era todo lo que hubiera podido desear en una esposa. Agradeció que lo hubiera comprendido en algún momento de su pasado, aunque él no lo recordase.

Cuando llegó al límite, volvió a asumir el control sosteniéndola ligera entre sus manos y guiando sus movimientos para acoplarlos a los más rápidos y bruscos de él, hasta que cruzaron la meta en un torbellino de placer.

Marisa se desplomó sobre él, abrazándolo con fuerza. Max sentía el rápido palpitar de su corazón contra su pecho, y oía su respiración, mientras trataba de llenar sus pulmones de nuevo. El aroma de su perfume los rodeaba. Su sabor todavía estaba en sus labios y deslizó la lengua sobre ellos.

¿Max? —preguntó ella más tarde, frunciendo el ceño.

¿Sí?

Tal vez no debimos excedernos. ¿Te sientes bien de la cabeza?

¿A quién le importa? El resto de mí está de maravilla, gracias.

Me preocupas.

El doctor dijo que tendría algunos dolores residuales durante un tiempo. Estaré bien.

Me refiero a tu pérdida de memoria —se deslizó a su lado y apoyó la cabeza en una mano. Con la otra trazaba círculos sobre el pecho de Max—. ¿Qué es lo que recuerdas de O'Donnell?

No mucho —reconoció él.

¿No recuerdas que puede ser un traidor y que es posible que sea el responsable de la muerte de algunos de tus hombres?

Max se esforzó por no demostrar la impresión que sus palabras habían causado en él. ¿Sus hombres? ¿Asesinados? ¿Un traidor?

Cualquiera que fuera su ocupación, era peligrosa. Sabía que su base estaba en Washington y una idea horrible surgió en su mente. ¿Sería el jefe de una banda? ¡No, imposible! Aunque no recordaba nada, sabía que él no sería capaz de eso.

Háblame de O'Donnell. 

¿Recuerdas que te comenté que había oído que planeaba hacerse cargo de alguien? Puede estar involucrado en los robos y el contrabando que se han estado efectuando.

Pero ¿no lo sabemos?

No, primero ibas a ayudarme a salir de la zona de peligro. Yo seguiría con la búsqueda de Timmy ¿recuerdas a Timmy? —le preguntó después de una pausa y ante su negativa, comentó—: Timmy es mi sobrino. El marido de mi hermana puede tenerlo con él.

¿Tú estabas buscándolo? —le horrorizó la idea de que su esposa estuviera haciendo algo tan peligroso.

Yo soy la única a quien ella podía pedírselo —le informó Marisa. Max advirtió el tono defensivo en su voz y se preguntó si habría sido el que provocó el distanciamiento entre ellos.

No le sorprendía. Todo encajaba. Ella le informó que iría a buscar a Timmy. Él no estuvo de acuerdo, pero Marisa lo hizo a pesar de todo y tuvo que seguirla, evidentemente a tiempo para librarla de las garras del tal O'Donnell.

Vaya, tenía una mujer independiente, dispuesta a hacer lo que consideraba necesario sin tener en cuenta las consecuencias.

La admiraba por ello… en cierta forma. Sólo tendría que aprender a tratarla con mayor delicadeza. O tal vez ya había aprendido la lección. Tenía la impresión de que era un adicto al trabajo, y algo le decía que no pasaba en casa el tiempo suficiente.

¡Quizá necesitaba ese golpe en la cabeza! Al menos parecía que estaba descubriendo muchas cosas sobre sí mismo, cosas que antes no debía saber…