Capítulo 3
El corazón de Gaby no se había equivocado y ahora sus ojos confirmaban que ese hombre era efectivamente Justin. Había regresado a Shorelands por algún milagro. El rostro atractivo que ella recordaba mostraba algunas de esas líneas que aparecen con la experiencia, pero por lo demás, seguía igual.
Sintió que las piernas la traicionaban y se asió con mayor fuerza a los barrotes, tanto, que sus nudillos palidecieron. Su corazón no dejaba de cantar y su cerebro le decía que siempre había sabido que aquello ocurriría… que volverían a encontrarse en el momento adecuado.
Para entonces ya no existía Harry ni ninguno de los otros hombres por los que alguna vez se sintió atraída. Sin respiración y expectante, ignoraba qué iba a suceder; de lo único que estaba segura era de que ese era el momento más importante de su vida.
Justin detuvo el caballo ante la puerta, lo hizo a un lado y corrió el pasador que la mantenía cerrada. La abrió.
—Hola —saludó el con esa sonrisa fácil que la chica recordaba tan bien, aunque nunca se la había dedicado a ella—. ¿Eres otra turista perdida? Si buscas Shevingham, me temo que tendrás que regresar por donde viniste, desviarte hacia la derecha y seguir hasta que topes con el camino principal. Este sendero es privado, más allá te encontrarás con señales que te llevarán hacia el mar, si eso es lo que buscas.
—Justin —dijo con voz temblorosa—. Soy yo.
Él levantó las cejas y sonrió.
—Ya lo veo… pero, ¿quién es yo?
—Gaby.
—Lo siento. Hace mucho que no venía por aquí y no recuerdo…
—Gaby Warren —no se sorprendió de que la hubiese desconocido, pero sí la molestó de que, al escuchar su nombre, tampoco mostrara el menor indicio de caer en la cuenta—. La nieta del jardinero.
—¡Vaya, Gaby Warren! La pequeña huerfanita que el viejo trajo aquí el verano en que mi familia vendió la propiedad.
—Sí —asintió molesta de que se refiriera a su abuelo con la palabra viejo.
—Eras una cosita muy graciosa —añadió él con una sonrisa que la desarmó—. Eras toda ojos y cabello alborotado, y siempre apareciéndote en los lugares más inesperados. Yo solía pensar que estabas embrujándome y me preguntaba si pertenecerías a alguna familia de gnomos.
Gaby rió, no pudo evitarlo. Los gnomos eran unos seres pequeñitos y fantásticos que se suponía vivían en las marismas, perdidos en la bruma del tiempo. Había visto imágenes talladas en madera que los representaban. Torció la nariz.
—Eso no es muy halagador.
—No te preocupes, has mejorado un ciento por ciento desde entonces —Justin empezó a mover su caballo alrededor de la chica, estudiándola detenidamente—. Sigues siendo casi toda ojos y cabello, pero muy atractiva. Ahora puedes embrujarme todo lo que quieras. Regresaré para animarte a que lo hagas. Tú y yo nos conoceremos mejor.
Sonrió y dejó de rodearla.
—Justin, ¿has vuelto a ser el propietario de Shorelands? Me di cuenta de que el escudo de armas de tu familia fue restaurado. Pensé que los Hazlett…
No continuó, Justin se alejaba. Se volvió para mirarla por arriba del hombro: la sonrisa había desaparecido de su rostro atractivo.
—No, Shorelands no es mío, sólo soy un invitado. De hecho, aquí, tú posees más que yo… pero no creo que sigas poseyéndolo durante mucho tiempo.
Clavó las espuelas en los flancos del caballo y desapareció. Seguía siendo la figura romántica que ella recordaba. El estado de ánimo de Gaby se desplomó. Durante unos cuantos minutos Justin le había parecido tan romántico como siempre, y se había atrevido a esperar que aquel verano sería tan mágico como siempre lo había soñado. El encuentro, en Shorelands, entre un hombre y una mujer.
Pero la magia había desaparecido. Shorelands no era de él, y detrás de aquel rostro sonriente se ocultaba la rabia y el resentimiento. Anhelaba tenerlo cerca, consolarlo. No podía devolverle Shorelands, pero, si se lo permitía, podía consolarlo.
Gaby subió al auto y entró. Se detuvo frente al garaje a un lado de la casa. Era pequeño, de madera, su abuelo lo había construido.
Al salir del auto supo que Justin la buscaría, si no en busca de consuelo, sí por otra cosa.
Ahora era una mujer y conocía demasiado bien aquella mirada. Justin la encontraba deseable, y no lo decepcionaría. Había esperado mucho tiempo a que ese momento llegara… había esperado mucho tiempo por Justin.
Sonreía cuando sacó su bolso del auto. No podía encontrar el sendero que conducía de la cochera a la puerta principal de su casa. Estaba oculto entre la maleza, las ortigas, las margaritas y los crisantemos. Optó por regresar y seguir por la pequeña valla de ladrillos que rodeaba el jardín para llegar al sendero principal con sus enredaderas, campanillas y rosas que crecían con cierto orden frente al pórtico. Era claro que la persona que había contratado por días hacía lo absolutamente indispensable.
Buscó las llaves en su bolso y trató de abrir. No tuvo éxito. Después de un tiempo descubrió el motivo y, al percatarse, se enfureció. ¡Qué insolencia! ¡Alguien había cambiado la chapa! Incapaz de creerlo, caminó entre la maleza hasta llegar a la puerta trasera, pero sólo para encontrarse con que también aquella chapa había sido cambiada.
Se dirigió hacia la ventana de la cocina y al intentar abrir una de sus hojas, una enorme araña cayó a sus pies. Gritó y saltó hacia un lado, pero su pie se atoró entre las zarzas, metió una mano para evitar caer, pero ésta fue a dar a las espinas de un rosal. Sintió que otras espinas le rasgaban la piel de una pierna y volvió a gritar, esta vez con dolor. La mano y la pierna le sangraban.
Si Justin no hubiese desaparecido tan abruptamente, ahora podría ayudarla a entrar sin importar cuánto tiempo pasaba antes de lograrlo. Tenía calor, tenía hambre y se sentía a punto de llorar.
"Esta", se dijo como la ejecutiva capaz que era, "es una reacción negativa e improductiva". La araña había desaparecido, pero ella se estremecía con sólo pensar que apareciera entre sus pies sin que se diera cuenta. Se puso de puntillas para mirar por la ventana. Tenía echado el cerrojo.
Lo más sensato era ir a la casa principal y preguntarles a los Hazlett por qué demonios se habían tomado la libertad en mía propiedad que no les pertenecía, pero no quería estropear la dicha y le emoción que le causaba su llegada al hogar.
La ventana de la cocina se abría hacia afuera, así que abrió el bolso en busca de una lima que pudiera introducir entre sus hojas para quitar la aldaba. Estaba tan concentrada en lo que hacía que se percató demasiado tarde de un brazo como de acero que la tomaba por la cintura y la quitaba del sitio donde estaba.
Gritó al sentir que era levantada en vilo y que el atacante la llevaba por el jardín hasta sacarla por la enorme puerta de hierro forjado por la que había entrado. Sin aliento, y sin que su mente funcionara lo suficientemente rápido, fue depositada con violencia sobre el suelo y, tambaleante, escuchó aquella voz que conocía tan bien.
—Si esos patanes de cabello largo con los que andas pensaron que yo sería más suave contigo, puedes decirles lo equivocados que están. Les advertí lo que sucedería si volvía a encontrarlos en mis propiedades. ¡Ahora tendrás que pagar por lo que han hecho!
Gaby, temblorosa, trató de echarse hacia atrás el cabello que le había caído sobre el rostro después de haber sido tratada con tal violencia. A través de los barrotes de la gran puerta de los cuales se asía, lo vio y le gritó con indignación.
—¡Justin!, ¿te has vuelto loco?
—No soy Justin.
Gaby parpadeó, sorprendida, y no era la primera vez que lo hacía desde su llegada. Se sentía lastimada y maltratada y, con manos aún temblorosas, se echó el cabello hacia atrás. Ella había regresado a Shorelands y parecía actuar de nuevo como catalizador para que todo el mundo se volviera loco.
Ahora que sus ojos podían ver de nuevo con claridad, que su cerebro recuperaba la normalidad, se daba cuenta de que aquel bruto al otro lado de la puerta no era Justin. Se parecía mucho, eso sí, y se preguntó si su intenso anhelo de estar con él lo conjuraba para que se apareciera en todos lados.
No, esa no era la respuesta. Todavía no estaba tan loca. Ese bruto tenía el mismo cabello negro, los mismos rasgos, pero era más alto y fornido, además, sus ojos eran azules y no cafés como los de Justin. Gaby no supo qué decir… y tampoco le dieron la oportunidad de hacerlo.
—Si no perteneces a ese maldito grupo de invasores, entonces, ¿quién eres? —preguntó, despectivo—. ¿Una de las mujeres de Justin? Sí tú y él planeaban usar esa casa como nidito de amor, por lo menos pudo haberte dicho dónde podías encontrar la llave.
Gaby sintió arder sus mejillas. La rabia la hizo olvidar cuánto anhelaba sentir los brazos de Justin a su alrededor.
—¡No soy una de sus mujeres! ¡Soy la dueña de la casa! ¿Por qué diablos te sientes con derecho a negarme la entrada y a actuar como si te perteneciera? ¡Supongo que fuiste tú quien cambió las chapas!
—Sí.
—¡Qué insolencia!
Él volvió a abrir la puerta y la miró de arriba abajo. Estaba ruborizada, fuera de sí, herida, con una mano y una pierna sangrando, y aun así lo retaba. Sin embargo, ni su apariencia ni sus palabras parecieron surtir efecto porque, una vez que terminó de mirarla, él le dijo:
—Así que tú eres Gaby Warren. Había escuchado hablar de ti, pero nadie me advirtió lo ruidosa que puedes ser cuando no tienes algo razonable qué decir. Si te hubieras preocupado de cuidar tu propiedad, yo no me habría visto obligado a hacerlo por ti. Tengo mejores cosas que hacer que echar fuera a invasores parásitos.
En otras circunstancias, Gaby se habría sentido agradecida, pero estaba tan rabiosa por la forma tan ruda en que había sido tratada, que prefería morir antes de admitir que estaba en deuda con él.
—Lo que suceda en mi casa no es de tu incumbencia —le dijo con altivez.
—Cualquiera que entre en mi tierra es material de mi incumbencia. Soy muy quisquilloso para elegir a la gente que puede entrar a mi propiedad. Tú eres la única que tiene derecho legal de hacerlo, nadie más.
Su tierra. Aquel hombre que parecía hablar como un Durand, pero que no podía serlo, aseguraba ser el dueño de Shorelands. ¿De qué se trataba todo esto? A pesar de que su cerebro planteaba una y mil preguntas, Gaby se concentró en lo que en ese momento era lo más importante.
—Me alegra oírtelo decir. Quizá eso te haga detenerte a pensar quién es invasor y quién no antes de poner a funcionar el gorila que llevas dentro. No tienes derecho a sacarme de aquí.
Lo miró de arriba abajo, con la misma altivez con la que antes él la había observado a ella. Caminó hacia su casa como si ese hombre no existiera. No llegó muy lejos. Él volvió a levantarla en vilo, pero esta vez los brazos de la joven quedaron en mayor libertad para tratar de deshacerse de él.
Cuando Gaby dejó de luchar, él le dijo:
—Buena niña. Sabía que lo comprenderías.
Volvió a sentirse rabiosa, pero no estaba dispuesta a luchar de una manera indigna y sin sentido, se limitó a preguntar con frialdad:
—¿Estás seguro de que debes estar sobre el suelo en vez de balancearte entre los árboles?
—Según lo que he escuchado, eres tú quien suele subir a los árboles.
Gaby se ruborizó de nuevo. Sólo podía referirse a su costumbre de ocultarse entre los árboles para mirar a Justin, pero nadie sabía de eso, ¿o sí? Fue entonces cuando recordó las palabras que había dicho Justin apenas unos momentos antes, describiéndola como una cosita graciosa que aparecía repentinamente en los lugares menos esperados.
¡Dios! Justin debió de haber sabido siempre que la adoración que sentía por él la había llevado a espiarlo. Debió de comentarle eso a aquel hombre; seguramente se habían reído de ella. Pero, ¿por qué? ¿Qué razón podría tener para hablar de ella con un hombre al que ella ni siquiera conocía? No tenía ningún sentido.
Sentido o no, sintió que los odiaba a ambos, pero se esforzó por parecer blanda.
—Solía trepar a los árboles cuando era una niña, si a eso te refieres. ¿Qué niño no lo hace? Me gustaría saber qué intentas hacer conmigo.
—Dejarte donde te encontré. Como tú misma dijiste, no tengo derecho a echarte, y me gusta enmendar mis errores —respondió, empezando a caminar hacia la casa mientras la chica pensaba que era el hombre más arrogante que había tenido la desgracia de conocer.
—¿Quién eres tú?
—Callum Durand.
—¡No hay nadie con ese nombre!
El hombre se detuvo en seco.
—Entonces, estás suspendida en el aire —dijo, abriendo los brazos, y Gaby, al sentir que caería, se asió fuertemente de la camisa blanca del hombre. Él rió de buena gana y volvió a levantarla.
—Quise decir que nunca he escuchado hablar de un Callum Durand. Justin no tiene primos y es hijo único.
—Hijo único legítimo —la corrigió con calma—. Soy su hermano mayor, nací, como dicen, en la cama equivocada.
—¡Cielos! —Gaby aspiró profundo y abrió los ojos desmesuradamente.
—Sí, causó mucha conmoción.
Gaby seguía parpadeando sin dejar de observarlo.
—¿Por qué continúas haciendo eso? —preguntó él.
—¿Haciendo qué?
—Parpadear como búho.
—¡No parpadeo como búho!
—Sí, sí lo haces. Como un búho suave, esponjoso y muy adorable. Es… —hizo una pausa para seleccionar la palabra adecuada—… algo inquietante. Si no dejas de hacerlo, mucho me temo que tendré que besarte.
Estaba tan sorprendida que volvió a parpadear. Sus ojos, rodeados de espesas pestañas, se cerraron y al abrirlos lo hizo más desmesuradamente que antes.
—Así se hace —dijo Callum.
Gaby se dio cuenta de las intenciones de él demasiado tarde; apenas pudo percibir cómo aquellos fríos ojos azules se hacían más cálidos. Callum la besó con calma, pero muy posesivamente. Estaba mal hecho, Gaby lo sabía, pero aun así se rindió ante sus sentidos.
La chica no supo cuánto duró ese beso. Demasiado, pero no lo suficiente, aunque parecía una locura. Cuando Callum al fin levantó el rostro y la observó, no parecía ni divertido ni burlón, sólo muy ceñudo, aunque ella no se explicaba el motivo.
El cerebro de Gaby parecía un caleidoscopio tan agitado que sus piezas apenas empezaban a colocarse en su sitio. Debió ser Justin, se dijo a sí misma. No, es decir, debió ser Harry. "Oh, ignoro quién debió ser, pero no… ¡no Callum Durand!", se dijo.
Estaba indignada y a la vez inquieta. Después de besarla no debía mirarla de esa manera, como si la culpa fuese sólo de ella.
—¡Qué descaro! —alcanzó a decir Gaby.
—Te lo advertí.
—Sí, pero a sabiendas de que no podía hacer nada para evitarlo —replicó—. Ignoro quién te crees que eres, pero salta a la vista que convertirte en propietario de Shorelands se te subió a la cabeza. No posees esta casa, y tampoco a mí.
—Es sólo cuestión de tiempo —le advirtió con suavidad.
—¡Si eso piensas, no me conoces! —los ojos de Gaby echaban chispas—. Ahora, bájame y márchate. El único invasor aquí eres tú —pero él no hizo el menor intento de alejarse—. ¡Sé que no puedo obligarte!, sólo pedírtelo, ¿no es suficiente? ¿Desea el terrateniente que la nieta del jardinero se lo ruegue?
La soltó tan rápido que ella se tambaleó y tuvo que sostenerse del marco de la puerta trasera. Callum buscó entre la enredadera que subía desde el pórtico, y le extendió la llave con tal violencia que escapó de la mano de la chica. Sin hacer el menor intento de recogerla, él dio la vuelta y se alejó a grandes zancadas. Gaby pensó al verlo que se parecía a Justin, pero, a la vez era completamente distinto.
Nada de encanto, ni de finura, ni de sonrisas acariciantes. Era la imagen de Justin, pero magnificada. Justin llegaba hasta el alma romántica de ella; Callum, a sus sentidos terrenales.
Recogió la llave y se sentó en una de las pequeñas bancas colocadas a ambos lados del pórtico trasero. En sólo cinco minutos, Callum Durand la había agotado más que el viaje de casi todo el día. Estaba de regreso en su amada Shorelands, Justin estaba ahí y, sin embargo, jamás se había sentido tan afligida.
Miró la herida de su mano derecha. Sangraba y tenía una astilla clavada. No tuvo éxito al intentar sacarla con la yema de los dedos, así que la cubrió con un pañuelo y, suspirando sin saber por qué, se puso de pie y abrió la puerta trasera.
No sabía qué esperar tras la visita de los invasores, pero respiró aliviada al encontrarse con una cocina limpia y ordenada. Sabía que estaba reaccionando con demasiada emotividad, pero, después de soportar las manos de Callum, se sentía agradecida por cualquier pequeña muestra de misericordia.
Olía a encerrado. Dejó la puerta entornada, abrió la ventana de la cocina y caminó hacia la sala para abrir la puerta principal. En la planta baja no había ni vestíbulo ni pasillos, cada habitación se conectaba con la siguiente. Tras abrir la puerta del baño y permitir que el aire circulara libremente, regresó a la cocina.
Se moría por una taza de té, pero la mano y la pierna la molestaban y exigían una atención inmediata. Abrió su bolso de mano y buscó una aguja, pinzas, pañuelos desechables y esparadrapo. Tuvo suerte de encontrar un frasco de desinfectante en el lugar donde se suponía debía estar.
Después de cinco minutos estaba descalza esperando que hirviera el agua de la tetera. Mientras esterilizaba la aguja y las pinzas, buscó azúcar y café. Los encontró en la alacena.
Café negro era mejor que nada. Se preparó una taza y se dispuso a extraer la astilla. Era una tarea difícil para su mano izquierda. La astilla estaba profunda y en un ángulo incómodo. Rugía de dolor, cuando la habitación se oscureció.
Gaby se volvió hacia la puerta. Ahí estaba Callum Durand, obstruyendo la entrada de luz. Se agachó para poder entrar por la puerta. Al erguirse se golpeó con una viga del techo y soltó una maldición.
—Muy bien —dijo Gaby, mirándolo con hostilidad.
—Lo siento, pero sólo tú cabes en esta casa de muñecas.
—Nadie te invitó —le espetó, y se arrepintió en seguida cuando él se le acercó—. Si crees que el hecho de que seas propietario de Shorelands te autoriza a…
—No empieces otra vez —la interrumpió—. Lo único que lograrás será volverme loco —tomó la mano lastimada de Gaby y la miró—. Me di cuenta de que mi camisa estaba manchada de sangre, y como no era mía, vine a asegurarme de que estuvieras bien.
—Estoy bien, gracias, y puedo arreglármelas yo sola —dijo con cortesía fría. Él la miró con escepticismo y Gaby añadió—: Te repito, estás invadiendo un lugar que no te pertenece y, aunque no sea capaz de echarte personalmente, puedo conseguir a alguien que lo haga.
—¿A quién? —preguntó, divertido.
—A la policía.
—Qué tonta eres —la tomó en brazos y la sentó sobre la barra de la cocina, tratándola como a una muñeca—. Siéntate erecta, guarda silencio y en un instante curaré tus heridas.
Gaby tenía muchas cosas que decirle, ninguna halagadora, pero fue incapaz de pronunciar palabra. Callum le permitió que se lavara la mano en el fregadero y después tomó una servilleta limpia de uno de los cajones.
—Parece que conoces muy bien mi casa —dijo ella con hostilidad.
—Ayudé a la mujer que te hacía la limpieza a arreglar todo esto después de que se marcharon los invasores.
—¿Lo hiciste? ¿Por qué?
—Alguien debía hacerlo. Tenía cinco "huéspedes", demasiados para estas habitaciones pequeñas.
—Yo pensé que Sam Gibson…
—Ah, sí, tu agente —lo dijo en un tono que saltó a la vista que Sam y él no eran lo que podría llamarse buenos amigos—. Cuando hubo problemas, fui yo quien estuvo aquí, no él.
Gaby tuvo la sensación de que Callum omitía muchas cosas. Él volvió a tomar la mano herida de la chica, ocultando sus temores, preguntó:
—¿Cuándo sucedió?
—La semana pasada. Regresaban de un concierto de rock cuando decidieron instalarse aquí.
Callum manipulaba la herida con una suavidad sorprendente.
—Sangra —dijo la chica.
—Confía en mí, la sacaré.
No encontró motivo para confiar en él, pero no tenía alternativa.
—¿Cómo te las arreglaste para sacar a los cinco invasores?
—Derribé al más fuerte. Los demás lo siguieron como corderitos.
A juzgar por la estatura de Callum, no le resultó difícil creerlo.
—Pensé que habla una forma legal, es decir, un procedimiento con las autoridades para obligarlos a salir.
—Mi procedimiento es más rápido.
—Suena muy feudal —murmuró Gaby.
Callum levantó la vista para mirarla y la chica sintió frío en la espalda. No le temía, por lo tanto, esa sensación no tenía nada que ver con el pavor, sin embargo, de alguna manera, se sintió amenazada.
—Te lo agradezco, por supuesto —le dijo con toda la suavidad de que fue capaz.
Aquellos ojos azules seguían mirándola, ofreciéndole un reto que no entendía. El enfado le dio fuerzas para decirle:
—¿Qué pretendes? No creo que te tomes tantas molestias por mí sin desear algo a cambio.
—Cuando descubra qué es lo que quiero a cambio, te lo haré saber —le respondió antes de volver a fijar su atención en la astilla. Gaby gritó; un segundo después, Callum tenía la astilla y la observaba.
—¿Quién podría decir que una cosa tan pequeña puede ocasionar tantos problemas? —preguntó Gaby, momentáneamente distraída.
Callum colocó las manos sobre el mostrador, a ambos lados de la chica.
—Podría decir lo mismo de ti —repuso él.
El rostro de Callum estaba muy cerca del de ella; sus ojos azules brillaban de una manera que Gaby no había visto antes. Pensó que volvería a besarla, e, incluso, le gustó la idea. Pero, recuperándose Gaby se echó hacia atrás.
—No hay necesidad de que juegues a la chica virgen —le dijo él frunciendo el ceño—. Intento no sufrir más de un momento de locura al día —dio un paso atrás, le tomó el tobillo y empezó a limpiar los rasguños de la pierna.
—Pareces un alfiletero —bromeó él—. ¿Qué has estado haciendo?
Gaby se ruborizó y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ceder ante el impulso de bajarse la falda hasta las rodillas, ya que tal acción sólo recibiría como respuesta algunas palabras cáusticas. De alguna extraña manera, prefería sentirse amenazada antes que parecer una tonta. Optó por dar una explicación.
—Se me atoró el pie en las zarzas del jardín y caí encima de ellas.
—Hmm.
Gaby se preguntó qué significaría aquel hmm antes de que Callum continuara.
—Mañana enviaré a un hombre para que arregle el jardín. Fue el estado en el que se encuentra lo que les hizo saber a los invasores que la casa estaba desocupada.
—Gracias, pero prefiero encargarme de eso personalmente —le dijo rechazando sus maneras autocráticas.
—Como prefieras —respondió Callum limpiándole la pierna con un pañuelo desechable. Parecía estar cansado—. Estos rasguños son superficiales y es mejor dejarlos así. Necesitarás un esparadrapo en la mano y esperar a que cicatrice.
La chica sintió curiosidad ante la repentina falta de interés que él manifestaba. Callum inclinó la cabeza hacia Gaby mientras ella se cubría la herida con un esparadrapo y ansiaba tocar aquel cabello negro. "Sólo porque se parece a Justin", trató de convencerse sin éxito.
—¿Estás vacunada contra el tétanos?
—Sí, me vacunaron el mes pasado, cuando me corté la mano con una lata.
—No se te puede dejar sola, ¿verdad? ¿Tienes algún chico que te cuide?
—Los chicos no me interesan —respondió molesta—. Tengo un hombre, si a eso te refieres, y soy capaz de cuidarme sola.
—Pues no lo parece —dijo él despreciativamente, pero de inmediato cambió de táctica—. Tengo la impresión de que te dedicas al trabajo secretarial, ¿o no? Y, cambiando de tema, ¿cómo es que ese hombre tuyo permitió que vinieras sola? Es probable que tengas una crisis nerviosa con los ruidos nocturnos. Las construcciones antiguas crujen mucho.
—Si pude sobrevivir a los peligros del día, no creo que la noche me aterrorice —le dijo de tal manera que no le cupiera la menor duda de que se refería a él.
Callum la tomó por la barbilla y la obligó a mirarlo.
—Ten mucho cuidado, Gaby —señaló amenazadoramente—. No me obligues a demostrarte lo peligroso que puedo ser.
Gaby le quitó la mano.
—No juegues al propietario conmigo. Callum Durand. Eres un pretencioso, y yo estoy acostumbrada a la gente de verdad.
Eran palabras muy duras, y al ver las chispas que él lanzaba por los ojos, Gaby deseó haber mantenido la lengua atada. Callum la bajó con violencia de la barra y la atrajo hacia su esbelto y duro cuerpo. El corazón de la chica latía con fuerza, primero con un miedo primitivo, después con una excitación igualmente primitiva.
Él la tomó por el cabello para obligarla a echar la cabeza hacia atrás y capturó la boca de la chica con salvajismo. Gaby trató de luchar, pero la llama que vio en los ojos masculinos la penetró, encendiéndola de una forma hasta entonces desconocida.
Y si antes deseó separarse de él, ahora deseaba acercarse más. Sintió las manos que recorrían su espalda para después explorar sus senos firmes. Jadeó cuando sus pezones se irguieron y el anhelo se hizo insoportable.
Presionó sus pechos contra aquellas manos expertas mientras exploraba con las suyas la espalda musculosa.
Las piernas empezaban a temblarle cuando, de repente, él se separó. Ella se lo quedó mirando sin comprender su reacción. El fuego estaba aún en aquellos ojos azules.
—Me has dejado perfectamente claro lo que piensas del propietario —le dijo él con una satisfacción salvaje—, pero más claro aún lo que piensas del hombre. Y ahora, ¿qué más puedes decirme, pequeña Gaby Warren?
Fue entonces cuando Gaby comprendió. La pasión de Callum había sido fingida, un ejercicio deliberado y magistral que ella, a pesar de la vergüenza, era incapaz de negar. Sus grandes ojos hablaban de dolor. Se sentía enferma, físicamente enferma. El rubor de deseo había desaparecido de sus mejillas, dejándola con una palidez extrema. Se sentía usada, sucia.
Pero de algún lugar muy profundo, la rabia y la humillación aparecieron para ayudarla. Dio un paso atrás y le plantó una bofetada. Él no trató de evitarlo. Quizás algún destello de justicia le hizo pensar que se lo merecía.
Gaby no podía saberlo y era inoportuno tratar de adivinarlo. Le dio la espalda, disgustada. Cuando se volvió, él ya había desaparecido. Se apoyó contra la barra, conteniendo las lágrimas.
Esperaba volver a sus cabales. Era un proceso doloroso y le llevó tiempo. Estaba confundida y atemorizada. Primero como entre brumas y después con mayor claridad, empezó a comprender lo que le había sucedido.
Había regresado a Shorelands para poner en paz sus recuerdos de Justin y así poder casarse con Harry, pero todo lo que había hecho era chocar con un hombre que tenía el poder de hacerla olvidarse de ambos. ¿Adonde demonios iría ahora?