Capítulo 1

Harry Preston era, sin duda alguna, el hombre más guapo y distinguido en el restaurante, y, si se tomaba en cuenta que éste se localizaba en el Left Bank de París, ya era decir algo. Gaby Warren se daba cuenta de la forma en que casi todas las cabezas femeninas se volvían para admirarlo. Se sintió halagada de que los ojos de aquel hombre no se apartaran de los suyos.

—Estás encantadora, Gaby —le dijo él con suavidad cuando les sirvieron el primer platillo—. París te ha sentado bien —alargó el brazo para hacerle una caricia breve en la mano.

Gaby le sonrió. Harry era estupendo, el hombre más estupendo que había conocido. Nunca había tomado ventaja del hecho de ser su jefe, como lo habrían hecho la mayoría de los hombres.

La chica regresó su atención al suculento platillo que tenía delante y pensó que le había agradado que la llamara encantadora y no bonita… porque eso habría sido una mentira. Gaby poseía una vitalidad que la hacía parecer más atractiva aun que las chicas verdaderamente bonitas, pero aquella característica, en términos reales, era sólo una ilusión. Cuando se la veía sin apasionamientos, sólo sus enormes y expresivos ojos, así como su abundante cabellera de color castaño, la salvaban de ser considerada como una chica común.

Lo mejor que podía decirse del resto de sus rasgos, era que tenía cierto encanto travieso, lo mismo que su pequeña y esbelta figura.

A pesar de su costosísimo atuendo, un traje de alta costura en seda amarilla, y, del moño en el que llevaba el cabello porque así le agradaba a Harry, Gaby seguía pareciendo una niñita jugando a ser grande.

Pero no era una niñita, y una cena íntima iluminada a la luz de las velas pertenecía al campo de los adultos, tan lleno de rumores ocultos y excitantes. En un arranque infantil, deseó pellizcarse para estar segura de que todo aquello era real, pero logró resistir el impulso a pesar de que no tenía la completa seguridad de que al halagarla, Harry se estuviese refiriendo a la elegancia que ella había adquirido en París durante el último año.

No era el momento adecuado para hacer alarde de su imagen. Además, tenía que pedirle un favor e ignoraba cuál sería su reacción. Su relación de pareja era demasiado reciente, de hecho, podría decirse que no existía, sin embargo, necesitaría ser tan tonta como un pedazo de madera para no darse cuenta de que estaba siendo cortejada.

Los motivos de negocios que Harry argumentaba para sus frecuentes vuelos a París estaban muy lejos de ser válidos. Para empezar, si no la hubiese considerado capaz de manejar la oficina parisina, jamás la habría puesto al frente de ella. Pero a Gaby la hacía feliz continuar con aquella charada. Resultaba una cubierta útil mientras su relación se deslizaba placenteramente hacia la frontera existente entre lo profesional y lo personal; una transición sin prisas muy conveniente para dos personas que tenían razones para actuar con cautela.

Harry debía recuperarse de un matrimonio fracasado y Gaby… bueno, ella debía recuperarse de un sueño.

Aun así, Harry era un hombre y ella una mujer y, tarde o temprano, llegaría el enamoramiento. Mientras tanto, disfrutaba que la cortejara de aquella manera tan fina. Se sentía halagada y satisfecha.

Cuando recordaba cuántas de sus relaciones amorosas prometedoras habían acabado en una ignominiosa lucha por mantenerse fuera de la cama, entendía por qué se encontraba a medio camino de adorarlo. Y, asimismo, le resultaba muy reconfortante saber que él también estaba a punto de adorarla. No. Gaby rectificó, no quiso decir reconfortante, sino emocionante. Después de todo, Harry era un gran partido.

Podía sentir la mirada de Harry sobre ella; levantó la vista y notó que la parpadeante luz de las velas hacía brillar las sienes plateadas de ese hombre. Bajo cualquier otra luz, esos mechones eran casi imperceptibles. Lo hacían atractivo y misterioso.

Una vez más, apareció la eterna duda: ¿Cómo era posible que un hombre como ese, rodeado de las mujeres más hermosas, se hubiese fijado en ella? ¿Qué más podía esperar una chica?

Nada, decidió Gaby y, de inmediato, experimentó aquella sensación depresiva que le era tan familiar; aquel tormento que aparecía cada vez que se sentía a punto de relacionarse con un hombre. Sin embargo, en esta ocasión lucharía contra ese sentimiento porque, si había algún hombre digno de luchar por él, ese era Harry.

—De hecho —dijo él como reconsiderando alguna afirmación previa—, pareces ser una parisina ciento por ciento.

—Bueno, mi madre era francesa —le recordó. En ese instante se dio cuenta de que esa era su gran oportunidad para pedirle lo que quería—. Pero no te dejes engañar por las apariencias.

—¿Qué significa eso? —te preguntó, con la sorpresa reflejada en sus ojos azules.

—Que, en el fondo, soy una inglesa rústica.

—Y yo soy trapecista —le respondió con una carcajada que mostraba a las claras que las palabras de la chica no habían surtido el menor efecto.

—Lo digo en serio.

—Debes de haber bebido más vino que yo —se burló—. En ti no hay nada rústico. Eres mi mejor lingüista, mi mejor cazadora de cerebros, y, a cualquier sitio que te envíe, incrementas mis negocios porque todo el mundo te encuentra tan encantadora como yo te veo. Es más, te pongo como ejemplo ante el resto de mis colaboradores, eres el prototipo del europeo nuevo, el modelo que todos deben copiar.

—He tenido buena suerte, eso es todo —murmuró Gaby—. Cómo deben de odiarme.

—Tonterías. Todas las empresas tienen a su ejecutivo estrella, y tú eres la mía. Has trabajado para mí en Bruselas, Bonn y Madrid. Te has ganado mi confianza y por eso estás al frente de mis oficinas en París, a pesar de que sólo tienes veintidós años. La imagen que he pintado de ti no refleja la personalidad de un mediocre.

Gaby se ruborizó ante aquel halago, sin embargo, era consciente de lo lejos que se hallaban del punto al que ella quería llegar. A pesar de que no deseaba estropear ese momento romántico, debía regresar al punto que le interesaba y esconder su ansiedad tras una sonrisa mientras se exponía al peligro.

—Quizá no me conozcas bien, sólo… sólo mi imagen como profesional.

—Tonterías —repitió Harry—. Te conozco mejor que nadie.

La calma de Harry era justificada. La chica había trabajado para la Harry Presión Euro Executive Consultancy desde que había salido del colegio, a los dieciocho años de edad. Era una especie de agenda de empleos extremadamente exclusiva que se relacionaba sólo con las mejores empresas. Harry la había visto madurar profesionalmente antes de interesarse en ella como mujer.

Cuando la llamó su mejor cazadora de cerebros, se refería a que el aspecto más lucrativo de la empresa consistía en hallar ejecutivos aptos para ocupar vacantes específicas y animarlos para que cambiaran de trabajo. Era algo en lo que Gaby resultaba excelente y por lo cual Harry la valoraba tanto.

Además, antes de contratarla, había investigado su vida minuciosamente. Sabía que era buena para los idiomas porque había recorrido el mundo al lado de sus padres ecologistas. Ella dejó de ser nómada a los catorce años cuando, casi a regañadientes, sus padres la internaron en un colegio ingles para que recibiera una educación formal.

Pocos meses después sus padres murieron a causa de un alud en alguna de las montañas sudamericanas. Habían dejado dinero suficiente para que terminara su educación. La chica pasaba las vacaciones con su abuelo, quien murió poco tiempo antes que ella empezara a trabajar. Harry la consideraba una ejecutiva eficiente y con éxito cuyo único defecto era su tendencia a padecer brotes periódicos de inquietud.

Él los atribuía a su anterior vida "vagabunda" y bromeaba acusándola de ser mitad gitana y no mitad francesa, sin sospechar que en su interior era una criatura tonta que aún no crecía.

—Todo el mundo tiene aspectos desconocidos, Harry. No soy la excepción.

Harry comía almejas preparadas con mantequilla. Hizo una pausa para mirarla.

—¿Qué intentas decirme, Gaby? Te agradecería que fueras más directa.

"No, no me lo agradecerías", pensó ella, "me creerías una adolescente retardada, ¡y tendrías razón!". La historia que había ensayado para ocultar la verdad no llegaba a sus labios con la fluidez que había deseado.

—Me siento nostálgica del hogar.

—¿Tú?

Era sorprendente la incredulidad de Harry hacia sus palabras y no podía reprochárselo. Tratando de ser más convincente, Gaby volvió al ataque con precipitación.

—Necesito un buen y largo descanso… seis semanas, si me lo permites. Necesito meter los pies en el lodo, que me piquen las ortigas, que me persigan las avispas, padecer un resfriado de verano… tú sabes, sufrir un viejo verano inglés que me recuerde lo afortunada que soy al trabajar en París.

Harry parecía conmocionado. Y lo estaba. Alejó su plato, se enderezó sobre la silla y analizó a Gaby en silencio. Ella sintió que el corazón se le hundía. Todo parecía indicar que debía afianzar más su historia con unos cuantos detalles de verdad.

—¿Qué te está pasando esta noche? —preguntó Harry al fin—. He estado cambiando tu residencia por toda Europa tratando de aliviarte la inquietud, y cada vez que te sugerí regresar a Inglaterra, te negaste a ello. Me has dicho que te gusta vivir con las maletas preparadas y de un lado a otro. No entiendo este cambio tuyo tan repentino. Además, ¿cómo es posible que te sientas nostálgica, si nunca has tenido un hogar?

—Lo tengo, Harry —lo contradijo, temerosa de pisar un terreno prohibido—. Está en Shorelands.

Y al decirlo, empujó hacia adelante su plato, había perdido todo interés en el aguacate tras haber devorado el relleno de cangrejo. Pero lo que en realidad sucedía era que, como siempre, sentía ese pinchazo en la espina que la hacía temblar de emoción cada vez que pensaba en Shorelands.

Shorelands y Justin Durand… otra vida, otro sueño. Indeseado, sin esperanza, imaginario… sin embargo, aún no había podido superar aquel sentimiento tan intenso. Persistía como un murmullo secreto dentro de su corazón. Ningún hombre había sido capaz de silenciarlo.

—¿Shorelands? —preguntó Harry—. Nunca he oído hablar de ese sitio.

—Está en Suffolk —aclaró con la boca seca y sintiendo que el corazón se le rompía.

La llegada del camarero para retirar el primer plato y servir el segundo evitó que Gaby sucumbiera ante sus emociones encontradas. Sabía que la inquietud que él creía que padecía era sólo su forma de enfrentar ese infame murmullo secreto de su corazón.

Cada vez que empezaba a interesarse en un hombre, el murmullo se convertía en un clamor que la obligaba a alejarse de él. Y en ese momento era un clamor porque estaba enamorándose de Harry y la obligaba a comparar lo que sentía por él con lo que había sentido por Justin.

Antes, siempre había cedido ante el clamor y se había alejado. Tenía la esperanza de que si lograba mantenerse lo suficientemente lejos de Shorelands, el murmullo moriría de muerte natural. No lo había logrado. Existía algo que la hacía desear regresar a Shorelands y esta vez regresaría. Silenciaría ese murmullo de una buena vez porque estaba casi segura de que Harry era el hombre con el que deseaba pasar el resto de su vida, y no estaba dispuesta a permitir que algo lo arruinara… ¡especialmente algo tan estúpido! Hacía mucho tiempo que era una idiota sentimental.

—¿Suffolk? ¿No es allí dónde vivía tu abuelo? —preguntó Harry, devolviéndola a la realidad. Ella asintió con un movimiento de su cabeza—. Eso pensé, pero no recuerdo haberte escuchado decir algo acerca de Shorelands. ¿Es una casa, una villa o qué?

—Es una propiedad ancestral, feudal —explicó Gaby fingiendo tener más interés en el filete—. Yo poseo una pequeña parte. La casa principal no me pertenece, sólo la lateral, la que da hacia el mar —se hizo una imagen mental muy vivida de Justin cabalgando entre los mohosos árboles. Y ella sobre la rama de un enorme roble que se inclinaba sobre el camino, oculta por las hojas, y planeando hechizos para que Justin la mirara y se enamorara. Nunca lo logró y, si alguien se percató alguna vez de su presencia, ese había sido el caballo, no el jinete.

Borró la imagen mental, pero persistió la sensación de tristeza, de anhelo, de esperanza, de amor. Y persistiría siempre, a menos que vendiera la casa. Todo aquello sustentaba un romance que sólo existía en su corazón.

—Gaby —había algo de irritación en el tono de su voz—, ¿por qué has mantenido todo esto en secreto? Pensé que el motivo de ni inquietud se debía a que no tenías raíces en ningún sitio. De hecho, lo que más me preocupa es tu espíritu gitano. No estoy seguro de que seas capaz de permanecer en París una vez que traiga acá la oficina central, el año próximo.

Él no dijo "permanecer en París conmigo", pero estaba implícito.

—Esa es la razón por la que debo regresar a Inglaterra. He sido muy sentimental y eso ha impedido que venda la casa. Creo que ahora ya estoy preparada para hacerlo, pero… pero quiero pasar una temporada allá, estar absolutamente segura. Por eso necesito esas seis semanas de permiso.

—¿Cómo puedes ser tan sentimental, tratándose sólo de una casa? Además, ¿cómo es que te hiciste de ella?

Harry tenía el ceño fruncido y Gaby advirtió que esta vez tendría que decir algo más creíble. Había dicho la verdad, aunque omitiendo buena parte.

—La heredé de mi abuelo. Él nació allí, fue hijo del jefe de jardinería y, a la muerte de su padre, se quedó con el puesto. Los Warren han estado en Shorelands desde el mismo año que los Durand, es decir, la familia propietaria de esa tierra feudal. Mi casa siempre ha sido llamada "La casa del jardinero”.

—Gaby, todo esto empieza a sonar un poco medieval —la interrumpió.

—Bueno, pues lo es —replicó sintiéndose un poco irritada—. Aunque mi casa no es tan antigua como la principal. Fue construida a mediados del siglo pasado en el estilo conocido como cottage orné. La primera vez que fui a visitar al abuelo, me recordó la casa de Hansel y Gretel, un sitio de cuento de hadas donde sucedían cosas mágicas.

Harry dejó de fruncir el ceño para reír.

—Debiste haber sido una niña muy pintoresca.

—No tan niña. Harry —aclaró, riendo—. Ya era una adolescente. Tenía catorce años cuando conocí Shorelands.

"Y cuando encontré y perdí a Justin", añadió para sí, en silencio.

—Debiste haber parecido más joven —comentó—. Nadie creería que ahora tienes veintidós años.

—Lo que parezco muy pocas veces tiene algo que ver con lo que siento —Gaby quiso decirlo suavemente, pero sonó a refunfuño. Fue entonces cuando se percató de que había bebido más de lo debido. Hizo una pausa mientras Harry le volvía a llenar la copa y después añadió—: Puedo resultar muy fastidiosa si se me juzga sólo por mi apariencia.

Eso era lo que Justin había hecho. Si hubiese aprovechado lo que ella sentía, habría profundizado más allá de la simple apariencia. Le habría dado la oportunidad que tanto deseaba.

—Vuelves a ser enigmática —dijo Harry, sacándola de su ensimismamiento—. Aún no sé mucho de esa propiedad tuya.

—Bien, los Durand habían sido los propietarios del área durante casi trescientos años, y siempre sentí que mi llegada fue una especie de catalizador. El verano en que llegué, la familia quebró y vendió el lugar. Le ofrecieron la casa al abuelo a un precio realmente bajo y él la compró.

Gaby notó que Harry estaba a punto de terminar su filete y ella apenas había probado el suyo, así que comió un poco antes de resumir:

—El abuelo nunca volvió a ser el mismo desde que los Durand se marcharon. Para él, significó el final de la tradición, de un estilo de vida que era el único que conocía. Poco tiempo después mi padre murió y fue demasiado para el abuelo. Creo que el corazón se le rompió. No quiso trabajar para los nuevos propietarios a pesar de que los Hazlett eran buenas personas. Optó por retirarse. Murió cuatro años después.

—Y te dejó la casa.

—Sí, pero no podía vivir en ella. Acababa de salir del colegio y no quería ir a la universidad. Los idiomas eran lo único que se me facilitaba —Gaby hizo una pausa y sus labios sonrieron traviesamente—. El francés, el alemán y el español no son idiomas muy solicitados en Suffolk, así que, a pesar de que amaba el lugar, tuve que mudarme hacía el sur.

—No esperarás que crea que te gusta la vida campestre, Gaby. Eres una mujer muy citadina. Eres una profesional de éxito. No me imagino qué podrías hacer en el campo, excepto, quizá, marchitarte.

Gaby frunció su pequeña nariz al considerar aquellas palabras.

—Con mi espíritu caótico, no creo marchitarme en algún sitio. O soy adaptable por naturaleza, o con mis padres aprendí muy pronto la habilidad para sobrevivir. La casa del abuelo fue lo más parecido a un hogar y, a pesar de que sólo viví ahí durante las vacaciones, siempre me he sentido emocionalmente ligada a Shorelands.

Pensó que sus palabras habían sonado creíbles. Depositó sobre el plato el cuchillo y el tenedor, había terminado de comer sin darse cuenta. Cada vez que pensaba en Shorelands, se desconectaba de la realidad.

—Lo encuentro muy desconcertante. Parece que en verdad estás nostálgica, pero, ¿te imaginas viviendo en Suffolk?

—No voy a quedarme allá para siempre, Harry, son sólo seis semanas para despedirme del lugar como es debido.

—Si sientes todo eso, ¿por qué nunca regresaste?, ¿o lo hiciste?

—No. Me alejé deliberadamente para tratar de ser más práctica. Me vas a creer muy tonta, pero es como si una parte de mí hubiese crecido más rápido y la otra parte, la de Shorelands, no hubiese crecido un milímetro. Creo que, por fin, ahora soy capaz de vender la casa y terminar con todo eso.

Ahí estaba. Lo había logrado sin pronunciar ni una sola palabra acerca de Justin. Esperó, ansiosa, la reacción de Harry. Esta fue cálida.

—No creo que tengas un pelo de tonta, Gaby. Sufriste muchos traumas a una edad muy vulnerable, y debieron haber tenido algún efecto sobre ti —dudó antes de preguntar—. ¿Tiene algo que ver conmigo tu decisión?

Gaby se dio cuenta de que se refería a algún tipo de compromiso. Estaba preparada para responder.

—Sí, Harry, lo tiene.

Él le apretó la mano con la suya y la retiró casi al instante.

—Me alegra. Puedes disponer de esas seis semanas. De cualquier manera tenías tres semanas de vacaciones en septiembre. Tendré que ver la lista para hacer coincidir las tres restantes.

—Gracias. Hay muchas cosas que debo arreglar y no quiero precipitarme.

La mayor parte de los muebles han sido regalo de los Durand… antigüedades muy valiosas. Quiero conservar algunas, almacenarlas…

Se interrumpió con la llegada del camarero, que retiró el servicio anterior para ofrecer el tercero. Ella y Henry habían elegido el mismo postre. Mientras comía. Gaby pensaba que estaban a finales de julio. Un mes más y estaría en Shorelands, riéndose de un romance que nunca había existido.

Sí, eso era lo que debía hacer. Reírse, para que su sueño romántico se desvaneciera junto con su adolescencia. Harry pensaba en cosas muy diferentes.

—¿Te das cuenta de que, si hubieses vendido la casa en el momento en que la heredaste, habrías podido comprar un apartamento en Londres antes que los precios se fueran a las nubes? Cuando se tiene dinero para comprar, alquilar nunca ha sido una buena táctica financiera.

—Lo sé, pero no tenía una bola de cristal. Nunca pensé que los bienes raíces capitalinos subieran tanto, y, además, no habría habido diferencia. Entonces era incapaz de vender la casa. Era demasiado… demasiado pronto.

—Bueno, ya para qué lamentarse. Además, la casa debió dejarte un ingreso extra —Harry esperó, pero como no obtuvo respuesta, presionó—: ¿Has estado alquilándola?

—Sí, hasta el verano pasado —respondió sintiéndose culpable—. Los inquilinos se mudaron y le pedí a Sam Gibson, el agente de bienes raíces local, que no la alquilara de nuevo porque quería hacerle unos arreglos para luego venderla… Sin embargo, no me sentía preparada y en vez de ir allá, me marché a Roma.

Harry se la quedó mirando en silencio y ella, sintiéndose más culpable que nunca, añadió a la defensiva:

—Bueno, estoy estudiando italiano, así que no fui tan irresponsable…

—¡Dios! —exclamó él—. No puedo imaginar a una profesional como tú haciendo esas cosas. ¡Piensa en los ingresos que dejaste de percibir! Eso si mencionar que permitiste que una propiedad tan valiosa se convirtiera en ruinas…

—Eso no sucedió —interrumpió Gaby—. Una mujer asea y ventila la casa una vez al mes. Sam la revisa con regularidad para estar al tanto de su mantenimiento y realizar las reparaciones necesarias. El único daño que ha sufrido fue unas cuantas tejas que cayeron después que una tormenta derribó una rama de árbol sobre el techo.

"Espero que no haya sido la misma rama de árbol a la que me subía para espiar a Justin", pensó. "Sí, ojalá se trate de la misma. Cuando regrese quiero que todo sea diferente".

—¿Quieres decir que la casa te ha estado costando dinero? —la incredulidad de Harry era obvia y Gaby se puso aún más a la defensiva.

—Sam es mi amigo y no me cobra. El seguro cubrió todos los gastos originados por la tormenta. Está bien, tuve que pagar la póliza, pero fue una cantidad irrisoria. No me llevó a la quiebra.

Gaby, consciente de que no había ganado la batalla, lo miró con coquetería; era la primera vez que lo hacía deliberadamente.

—Sé que he sido una tonta —continuó con suavidad—, pero pondré las cosas en orden. No hay mucho más que pueda decir…

Harry se suavizó, pero no tanto como ella hubiera deseado.

—Bien, si te has dado cuenta de lo tonta que has sido, tampoco yo tengo más que decir —aseguró, ablandado—, ¿Tienes otros secretos que deba saber?

Como no quería mentirle, optó por bromear:

—Sólo que robo las limosnas de la iglesia y que por las noches me convierto en vampiro. No creo que haya algo de lo que debas preocuparte.

—Esto no es asunto de risa. Gaby.

—No, pero tampoco es el fin del mundo, ¿o sí?

—No. por supuesto que no —aceptó él haciendo un esfuerzo—. Eres muy joven y, por lo tanto, es natural que cometas algunos errores. Soy consciente de que debo hacer algunas concesiones en ese terreno. Sin embargo, algunas veces tu sentido del humor da una imagen errónea de tu personalidad. Si no te conociera bien, pensaría que eres irresponsable.

Ese era el juicio que Gaby había temido; no obstante, Harry continuó, restándole importancia.

—Pero como te conozco bien, sé que no hay ningún problema y, debo admitirlo, es tu sentido del humor lo que te hace tan popular entre nuestros clientes. A propósito, ¿qué me cuentas de la vacante en Halpern? ¿Has conseguido a alguien?

El cambio de tema fue tan deliberado que Gaby supo que Harry se sentía inquieto ante la nueva faceta de su personalidad que le había mostrado. Sintió pánico ante la perspectiva de tener que ser práctica y resuelta todo el día, todo el año. Tenía la esperanza de que Harry no esperara eso de ella, no estaba segura de poder lograrlo. El lado soñador de su personalidad era capaz de subir a la superficie en cualquier momento. Podía ser una mujer diferente a la Gaby Warren de la cual él estaba enamorándose.

¿Moriría ese lado soñador junto con el murmullo secreto de su corazón en cuanto vendiera la casa? ¿Deseaba ella que así sucediera? Oh, de nuevo esa indecisión.

El pánico subía de tono y optó por bajar la mirada basta la romántica rosa roja que Harry le había regalado y colocado a un lado de la copa de vino. Observó el distinguido rostro, escuchó su voz educada y todo lo demás recobró su perspectiva.

Este era un romance real, un romance adulto, no un producto de su imaginación infantil. Como adolescente pudo haber necesitado a Justin, pero como mujer necesitaba a Harry. Era cierto, en ese momento hablaban de negocios, pero los negocios habían sido el trampolín hacia una relación, y esa transición hacía el romance era más satisfactoria porque ella no había sido presionada a caminar con pasos apresurados.

"Eres muy afortunada", se dijo Gaby, "muy afortunada por tener la oportunidad de enamorarte lenta y placenteramente en lugar de precipitarte y perderte de la emoción que produce".

Harry bebía brandy y ella café, cuando Gaby sintió todos esos temblores de su sistema nervioso que aparecían cada vez que pensaba en Shorelands. Harry miró su reloj, levantó las cejas, pagó la cuenta y le retiró la silla. Gaby se levantó con una gracia serena, esa que había aprendido en sustitución de los movimientos repentinos e impulsivos que habían sido una de sus características.

Se sintió como una reina al cruzar el restaurante con Harry tomándola del brazo. La pequeña señorita Nadie de Ningún Lugar. Le gustaba, le gustaba mucho. Sonrió ante su propio ego inflado pero, una vez afuera, su estado de ánimo cambió.

Era una noche perfecta, tibia, casi tropical. Siempre tan susceptible a la atmósfera, dijo impulsivamente:

—Oh, Harry, caminemos un poco a la orilla del Sena. Sólo unos cuantos minutos. Todavía tienes tiempo para llegar al aeropuerto.

—No me gustaría subir al avión precipitadamente —explicó—. ¿Te importa mucho si lo dejamos para otra ocasión?

—No… no, por supuesto que no —respondió, tratando de suavizar su decepción. Hubiera sido tan romántico pasear por el río al lado de Harry. Habría resultado un recuerdo maravilloso para pensar en él cuando estuviera en Shorelands.

Trató de convencerse de que no había nada más romántico que un hombre importante y guapo que volaba especialmente de Londres a París sólo para llevarla a cenar. En un francés perfecto, Harry le pidió al portero que solicitara dos taxis.

—¿Ya no estás enfadado conmigo por ser tan sentimental respecto a la casa?

—Nunca estuve enfadado, sólo sorprendido —murmuró, besándola en la mejilla mientras la empujaba suavemente adentro del taxi—. Cuanto más rápido arregles ese asunto, mucho mejor. Puedes programar tu viaje para principios de septiembre y hasta mediados de octubre.

—Podrás ir a visitarme —sugirió Gaby ansiosa de tener un punto a su favor.

—Trataré, pero tendré que ir a Roma a instalar las oficinas, recuérdalo.

Lo recordaba. Había estudiado italiano con la esperanza de que Harry la comisionara para hacerse cargo de esas nuevas oficinas, pero ahora que él planeaba unir su futuro al de ella, en París, la posibilidad era muy remota. De cualquier manera, ella ganaría más de lo que perdería.

Además, podrían ir a Italia de luna de miel, pensó mientras el taxi se ponía en movimiento. Italia estaba más lejos de Shorelands que Francia. Lo que la llenaba de tantas dudas era ese murmullo secreto de su corazón. Tan pronto como se liberara de Shorelands, se entregaría a Harry por completo. Acarició los delicados pétalos de la rosa y sonrió. Eso sí que era un romance. Shorelands y Justin no eran nada comparado con eso. Pero esas dos palabras, Shorelands y Justin, hicieron que el corazón latiera apresuradamente… y Gaby volvió a experimentar aquella vieja desesperación.