Capítulo 4


A la hora del almuerzo, el primo de Dory despidió a Marion y a Glenn en la entrada del club, agitando la mano mientras el coche se iba alejando. Marion aprovechó que Glenn manejaba el volante para enviar un mensaje a Ruth informando que se pasaría a última hora de la tarde por la peluquería. 

—¿Esa no es Samantha? —preguntó Glenn. 

Marion alzó la vista del teléfono y, en efecto, descubrió a la mozo de cuadra caminando con parsimonia. Sobre su espalda cargaba una mochila de cuero. Glenn se detuvo y Marion le hizo un gesto para que subiera en el asiento de atrás. 

—¿Adónde vas, Samantha? —preguntó Marion una vez que la chica tomó asiento y cerró la puerta. 

—Al centro. Siempre voy en moto, pero lleva en el taller unos días. 

—Nosotros también vamos para allá, vamos a almorzar en el centro —dijo Glenn. 

—Genial. Por cierto, ¿habéis encontrado alguna pista sobre Dakota? Es una de mis yeguas favoritas. Es una pena lo que le ha pasado, pobre Dory, se la veía muy contenta cada vez que salían de paseo. ¿Vosotros creéis que pagará el rescate? Cuarenta y cinco mil dólares es mucho dinero…

Marion se removió en su asiento: se preguntaba cómo Samantha disponía de una información tan precisa. ¿Era posible que Jeffrey se lo hubiera desvelado? Ese comentario no debía pasar inadvertido. Miró a Glenn de soslayo y él le devolvió la mirada, como si ambos pudieran leer la mente del otro. 

—¿Conocías bien a Matt? —preguntó Marion. 

—Sí, desde luego. Yo llevo trabajando en el club un año y él ya era todo un veterano. Se puede decir que él me enseñó el oficio y he de decir que lo echo de menos. 

—Según nos contó Jeffrey, se fue de una forma muy desagradable… 

Samantha extrajo un chicle de su mochila y se lo llevó a su boca. Estaba sentada justo en el medio del asiento con una actitud relajada. Marion no pudo evitar fijarse en el bonito color de su melena y en cómo brillaba. 

—Matt quería tomar unas clases de aviación. Su sueño de pequeño fue ser piloto de líneas comerciales, pero debido a lo caro que resultan los estudios lo olvidó. Pero hace como unos seis meses empezó unas clases para pilotar aviones privados. Nunca le había visto tan contento… pero se quedó sin dinero y tuvo que dejar las clases cuando Jeffrey no le subió el sueldo. Jeffrey es el jefe pero creo que Matt se lo merecía. Sabe mucho y quiere mucho a los caballos, pero bueno Jeffrey sabrá lo que hace… Solo espero que contrate a alguien pronto, yo sola no puedo con tanto trabajo. ¡Estoy agotada!  

Marion y Glenn oyeron con suma atención el relato de Samantha. Cada uno, a su manera, iba componiendo en su mente a Matt, el primer sospechoso. Su motivación para secuestrar a Dakota era manifiesta. 

—¿Dónde vive? —preguntó Glenn. 

—Se mudó hace poco. Antes vivía cerca de la playa, pero decidió mudarse al camping para ahorrar dinero. Vive en una  de las últimas caravanas, solo. Se divorció hace años y su exmujer y sus dos hijos viven en Florida. No tienen mucha relación. Es una pena, ¿verdad? 

A los pocos minutos, ya estaban en pleno centro de Chippingville. Aprovechando un semáforo en rojo, Samantha se apeó del coche. Antes de alejarse, se inclinó sobre la ventanilla para agradecer el viaje y despedirse. 

—Gracias, chicos, por… Un momento —dijo Samantha alzando la cabeza y entornando los ojos de repente. Marion y Glenn, extrañados, miraron en la dirección que indicaba la chica. 

—¿Qué ocurre? —preguntó Marion. 

—En frente de esa farmacia está aparcado el jeep de Matt. Es inconfundible por la pegatina de Bebé a bordo que tiene junto a la rueda de repuesto. 

Marion y Glenn agradecieron la información a Samantha y condujeron hasta el otro lado de la calle. Aparcaron junto al jeep y se bajaron los dos en silencio. El jeep estaba descubierto, así que de un simple vistazo desde fuera observaron el interior. El suelo estaba cubierto de vasos de café y servilletas; y en la parte trasera el asiento presentaba un par de agujeros en la tela. 

—Fíjate, se ha dejado las llaves puestas —indicó Glenn. 

Marion comprobó que sus palabras eran ciertas. Un llavero en forma de herradura colgaba de la llave de contacto. Por lo visto, Matt era un tipo despistado. 

—Desde luego a nuestro amigo no le vendría mal el dinero para darle un giro a su vida —dijo Marion—. Tengo una gran curiosidad por saber cómo es físicamente.  

—Entra en la farmacia. Yo te espero en el coche. 

Marion le hizo caso y enfiló hacia la puerta. Una pequeña fila de clientes esperaba su turno para ser atendido por uno de los dos dependientes. No obstante, ella prefirió caminar hacia una esquina fingiendo interés por unos cepillos extrasuaves para cuidar las encías. De reojo miró a los clientes. Ignoraba el aspecto físico de Matt pero supuso que sería capaz de deducirlo por todo lo que sabía de él. Un hombre con una gorra y de piel cetrina captó su atención. Llevaba pantalón corto a pesar de la época otoñal. Marion pensó que sin duda se trataba del mozo del club de hípica, puesto que el resto de los clientes eran ancianos o mujeres. 

—Estos son bastante buenos… —dijo el dependiente. 

—Pero son muy caros, ¿no tienes otros más baratos? —preguntó Matt. 

El dependiente se fue hasta el armario, cogió una cajita y lo dejó sobre el mostrador. 

—Estos cuestan la mitad. Te tomas una pastilla y a dormir, pero cuidado que son adictivos. 

Matt metió la mano en el bolsillo y sacó unas monedas. 

—Me los llevo. Llevo unos días con insomnio. 

Al oír esas palabras, Marion se quedó rígida. No esperaba obtener una información tan valiosa de repente. ¿Sería posible que el remordimiento y los nervios por secuestrar a Dakota le impidiesen dormir?