CAPÍTULO CUATRO
Los gritos de Mallory despertaron a Jared. Se levantó de un salto y, a toda prisa por el pasillo, adelantó a Simon y entró en la habitación de su hermana. Largos mechones del cabello de Mallory estaban atados a la cabecera de latón, y ella tenía la cara muy roja, pero lo peor era el extraño dibujo que formaban los moratones que presentaba en los brazos.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Jared.
—¡Suéltame! —sollozó Mallory—. ¡Córtame los nudos! ¡Quiero levantarme de esta cama! ¡Quiero irme de esta casa, ahora mismo! ¡La odio!
—¿Quién ha hecho esto? —Mamá miraba muy enfadada a Jared.
—¡No lo sé! —Jared se volvió hacia Simon, que estaba en la puerta, con expresión perpleja. Sin duda el autor de aquello era la cosa que corría por dentro de la pared.
Su madre abrió mucho los ojos. Daba miedo.
—¡Jared Grace, anoche te vi discutir con tu hermana!
—¡Mamá, yo no he sido, de verdad! —Le horrorizaba que lo considerase capaz de hacer semejante cosa. Siempre discutía con Mallory, pero sus peleas no tenían mayor importancia.
—¡Ve a por las tijeras, mamá! —gritó Mallory.
—Vosotros dos, fuera de aquí. Jared, ya hablaré contigo más tarde.
Jared salió de la habitación con el corazón latiéndole a toda velocidad. No podía evitar estremecerse al pensar en el pelo anudado de Mallory.
—Tú crees que lo ha hecho esa cosa, ¿verdad? —le preguntó Simon.
—¿Tú no? —inquirió Jared, mirándolo angustiado.
Simon asintió con la cabeza.
—No dejo de pensar en el poema que encontré —dijo Jared—. Es la única pista que tenemos.
—¿De qué puede servirnos un estúpido poema?
—No lo sé —suspiró Jared—. Tú eres el listo. Deberías estar resolviendo el misterio.
—¿Y cómo es que a nosotros no nos ha pasado nada, ni tampoco a mamá?
Jared no había pensado en eso.
—No lo sé —dijo de nuevo.
Simon lo miró durante largo rato.
—¿Y bien? ¿Qué opinas tú? —preguntó Jared.
—No sé qué pensar —dijo Simon dirigiéndose a la puerta—. Creo que saldré a atrapar grillos.
Jared lo observó mientras se marchaba, preguntándose qué podría hacer. ¿Sería capaz de dar con la solución por sí solo?
Mientras se vestía, reflexionó sobre el poema. El verso más sencillo decía: «Arriba, arriba, siempre arriba», pero ¿a qué se refería exactamente? ¿Al piso superior de la casa? ¿Al tejado? ¿A un árbol? Quizá sólo se trataba de un poema archivado por algún pariente fallecido, de algo que no le serviría de nada.
Sin embargo, puesto que Simon estaba ocupado buscando presas para sus mascotas y Mallory seguía intentando soltarse de la cama, a él no le quedaba nada mejor que hacer que preguntarse cuan «arriba, arriba» era necesario que fuera.
De acuerdo, quizá no fuese la pista más clara, después de todo. Aun así, Jared supuso que no pasaría nada si subía al desván.
La pintura de las escaleras estaba desconchada, y varios escalones crujieron tanto cuando los pisó que Jared temió que fuesen a partirse bajo su peso. El desván era un cuarto muy amplio con el techo inclinado y un gran agujero en el suelo, junto a una pared, a través del cual se veía una de las habitaciones inutilizables. Viejas fundas para ropa colgaban de un alambre tendido en medio del desván. Había un tocador arrimado a la pared del fondo, y numerosas casitas para pájaros colgadas de las vigas. Cerca del tocador se erguía un maniquí, con un sombrero en la bola que tenía por cabeza. En el centro del cuarto se elevaba una escalera de caracol.
Arriba, arriba, siempre arriba
Arriba, arriba, siempre arriba. Jared subió los peldaños de dos en dos. Llegó a una habitación pequeña y luminosa. Tenía ventanas por los cuatro costados, y, al asomarse, Jared vio más abajo la pizarra desportillada y en mal estado del tejado. Vislumbró el coche de su madre, aparcado en el camino de grava. Incluso se alcanzaba a ver la vieja cochera y la larga extensión de hierba que se adentraba en el bosque. Ésta debía de ser la parte de la casa coronada por aquella extraña valla de hierro. Era un sitio estupendo. Hasta Mallory quedaría impresionada cuando la llevase ahí arriba. Quizás así conseguiría olvidarse de lo ocurrido con su cabello.
No había gran cosa en la habitación. Sólo un viejo baúl, un taburete, un fonógrafo y rollos de descoloridas telas.
Jared se sentó, se sacó del bolsillo el poema arrugado y lo leyó de nuevo. «En un arco grande y profundo está mi secreto para el mundo». Estos versos lo inquietaban. ¿Dónde encontraría un arco grande? ¿Cómo podía un arco ser profundo?
La resplandeciente luz amarilla del sol que bañaba el suelo del cuarto le infundió confianza. En las películas, rara vez sucedían desgracias a plena luz del día. Aun así, no se animaba a abrir el cofre.
Quizá debía salir y encontrar a Simon para pedirle que subiese con él. Pero ¿y si el baúl estaba vacío, o el poema no tenía nada que ver con los moratones y los nudos en el pelo de Mallory?
Como no se le ocurrió otra cosa, se arrodilló para quitar la mugre y las telarañas de la tapa del cofre con la mano. El cuero putrefacto estaba ceñido por unas tiras de metal herrumbroso. Por lo menos podría echar una ojeada. Tal vez la pista resultaría más evidente si averiguaba qué había dentro.
Jared respiró hondo y tiró hacia arriba de la tapa. Estaba lleno de ropa de aspecto muy viejo y apolillado. Debajo había un reloj de bolsillo con una larga cadena, una gorra raída y una cartera de piel repleta de lápices extraños y trozos de carboncillo.
Nada de lo que contenía el baúl parecía un secreto para el mundo, ni para nadie.
Tampoco había un arco ni cosa semejante.
«En un arco grande y profundo está mi secreto para el mundo».
De nuevo bajó la vista hacia el contenido del cofre. Entonces se le iluminó la mente.
Tenía ante sí un arcón. Un arco grande podía ser un arcón.
Jared emitió un gruñido de frustración. ¿De qué le servía estar en lo cierto si no disponía de pruebas que lo demostrasen? No había nada útil en el arcón, y los demás versos del poema no tenían el menor sentido. «Si lo sencillo puede ser doble, pronto verás que mi empeño es noble». ¿Cómo podía traducirse eso en algo concreto? Parecía un juego de palabras.
Pero ¿qué podía ser lo doble? ¿Algo relacionado con su situación, o con los objetos que contenía el arcón? ¿El arcón en sí? Al pensar en arcones, le vinieron a la cabeza imágenes de piratas en una playa, enterrando tesoros en lo más profundo de la arena.
Jared se puso de rodillas y comenzó a apretar el fondo del baúl, hundiendo los dedos en el polvo, en busca de ranuras que le permitiesen abrir algún compartimento oculto. Como no las encontró, se puso a palpar el exterior de la caja. Por último, cuando presionó distraídamente el borde del costado izquierdo con tres dedos, una portezuela se abrió de golpe.
Temblando de emoción, Jared metió la mano en el compartimento. No había más que un paquetito envuelto en un sucio trozo de tela. Lo sacó y, al desliarlo, dejó al descubierto un libro viejo y descuadernado que olía a papel quemado. En la tapa, unas letras grabadas decían: «Cuaderno de campo del mundo fantástico, por Arthur Spiderwick».
La cubierta tenía los bordes desgastados. Cuando abrió el libro, vio que estaba lleno de bocetos pintados con acuarela. El texto, escrito a tinta, se había emborronado con el tiempo y a causa de la humedad. Pasó las páginas rápidamente, fijándose en las notas insertas en el volumen. Estaban garabateadas con una caligrafía muy parecida a la del acertijo.
Lo más raro
Lo más raro, sin embargo, era el tema del libro. Estaba repleto de información sobre seres fantásticos.