La fragata del Adeptus Astartes Vitriol navegaba silenciosa, con sus motores ya apagados, a través del vacío espacial, desplazándose al lado de la imponente fortaleza, por deriva inercial. A continuación, a los dos los envolvió el gigante gaseoso Vhospa Mundi, girando con bandas de nubes y tormentas perezosamente enfermizas. Era un planeta feo, pero servía como un respiro de la dolorosa neblina que enturbiaba el cerebro, en la hendidura heliotrópica que había más allá, Vhospa Mundi era un mundo marginal en la Puerta de Cadia, bordeando el Ojo del Terror.

Igual hacia el Semper Vigilare, un bastión fronterizo cuyos cepos de atraque y magneto-acoplamientos automatizados iniciaron el proceso de abrazar a la fragata que llegaba, como a un primo perdido hacia mucho tiempo. La Vitriol se veía imperfecta, llena de cicatrices de batalla. Era una práctica común del Capítulo de Marines Espaciales, los Excoriadores. Cada impacto de un ataque, cada disparo de cañón y cada golpe de lanza, era honrado. Después de que se reparaba el daño estructural, las cicatrices de la batalla eran consagradas y preservadas. Anotaciones eran pintadas sobre el casco para conmemorar tal o cual defecto, la identificación de la fecha y el atacante que las realizó. Los bastiones, naves de guerra y la placa de batalla personal de cada Marine Espacial de los Excoriadores, eran anotados, siendo así como perpetuos recordatorios de los errores del pasado, errores que los Excoriadores no tenían ninguna intención de repetir.

Cuando las nubes se abrieron y ondularon, la esclusa tembló a un lado de la nave, revelando la barbacana de acoplamiento a oscuras, la escuadra El azote de Torban Deker se sorprendió al encontrar que el comandante del bastión no había organizado un comité de recepción. Este descuido no había pasado desapercibido por Tito Rhaddecai, el Capellán que Deker y su medio pelotón acompañaban a bordo.

—Vuelva a leer los cargos —instruyó Rhaddecai a su Senescal, Fanuel—. Escuadra Azote de Deker, puede continuar.

—Sí, Capellán —convino Deker, abriendo el camino a bordo de la Semper Vigilare con su bólter—. Patrón Tessercarp.

Con los Hermanos, Ezrapha, Acaz, Udiah y Damaris formando las cuatro esquinas de una escolta sobre Rhaddecai y su siervo que no paraba de realizar anotaciones en una placa de datos, los Excoriadores dejaron la esclusa de aire de la Vitriol y entraron en el bastión, una fortaleza de vigilancia, posiblemente un modelo clase Ramilies, con auspec y sensores modificados de largo espectro y alcance.

—El Corpus Castellan Abnerath ha sido censurado por las siguientes infracciones: —declaró Fanuel—. Primero, el fracaso en transmitir la matriz de datos de los sensores y augures que identificaron el rumbo y a la Terminus Est, nave capital enemiga, uno de los acorazados enemigos más buscados. Segundo, el fracaso en atraer a la Terminus Est sobre este sistema o uno cercano. Con el consiguiente fracaso de evitar la destrucción sistemática de los astilleros de Quora-Cyriax por el buque enemigo antes mencionado, las atrocidades cometidas en el mundo Gerión y la pérdida por parte de los Cónsules Blancos de los cruceros Hermes y Fe Eterna.

—Además de esos cargos puede agregar, el fracaso en establecer los apropiados protocolos de reconocimiento y comunicaciones a nuestra aproximación —retumbó la voz de Rhaddecai—. Dorn sabe, que no me gusta hablar con la cibernética… —suspiró—. Añadir también la ausencia de un comité de bienvenida en la barbacana de entrada.

—Muy bien, mi señor —dijo Fanuel, caminando mientras realizaba las anotaciones.

Las fosas nasales de Deker se ensancharon. El cambio de la atmósfera de la Vitriol con la del bastión, la escuadra de Deker encontró el aire rancio. Una mosca zumbaba sobre su oído con insistencia, volando en zigzag antes de ser ahuyentada por una ráfaga de aire de su guantelete. Cuando partió, el Excoriador descubrió que se había quedado con el zumbido como estática. Los altavoces del vox de su casco crujían como con el vacío de un canal abierto. Deker dobló una esquina en el pasillo, su paso ligero, los suspiros hidráulicos y el imperativo tintineo al anotarlo todo del oficioso siervo de Rhaddecai, era todo lo que en la nave se oía.

A medida que el Excoriador fue avanzando se encontró con un Hermano de batalla en el solitario pasillo, un poco más allá. El Adeptus Astartes estaba vestido con la servoarmadura completa, aunque llevaba el yelmo de batalla magnéticamente bloqueado en su cinturón, como el capellán y su escolta de Excoriadores. De espaldas a Deker, el Marine Espacial andaba como si flotaba sobre la anchura del pasillo, sus pasos blindados arrastrándose como los de un borracho. Inmediatamente la imagen impactó a la escuadra del Azote de Deker al ser tan extraña. Los movimientos carecían de certeza, eran quebradizos y poco coordinados, algo que abiertamente contrastaba con la disciplina que requiere que un Adeptus Astartes opere con eficacia una servoarmadura.

—Señor —dijo Deker, dando un paso hacia un lado. Tito Rhaddecai se adelantó, lo extraño del caso no paso desapercibido tampoco para el Capellán.

—Hermano, preséntate —ordenó Rhaddecai hacia el pasillo. El Marine Espacial no lo hizo. Tropezó y su hombrera raspó perezosamente la pared—. Excoriador, se le hará una única oferta. Preséntese como si lo hiciera ante el mismo Dorn para inspección y luego informe al Corpus Castellan que Tito Rhaddecai está aquí para juzgarlo.

Como el Hermano de batalla parecía no reconocerlos, Deker y el Capellán intercambiaron oscuras miradas.

—¿Estás herido hermano? —dijo Deker puesta su mirada en el Excoriador, mientras la escuadra avanzó—. ¿Estás enfermo?

Alrededor de Deker, los Excoriadores se agruparon. Era el turno de Deker de tropezar. El rostro del Marine Espacial apenas se aferraba a su cráneo ensangrentado. La carne que le quedaba era una putrefacción irregular, enmarcando la perfección de los dientes sin labios y un ojo biónico fusionado al hueso. La óptica brillaba con una vida que su propietario claramente ya no poseía. La servoarmadura del Excoriador estaba salpicada de sangre y putrefacción, mientras sus guanteletes parecían haber sido sumergido en sangre derramada. Como si algún titán monstruoso del mito y la leyenda, el Marine Espacial arrastraba detrás de él, aún cogido por un brazo medio cadáver devorado de un siervo del capítulo.

La respuesta de Deker fue instantánea. El cañón de su bólter surgió, como los de la escuadra de Excoriadores respaldando a Rhaddecai y su siervo. El Marine-cadáver tropezó, pero siguió caminando hacia ellos. A través de la podredumbre de su visión pareció reconocer a los Excoriadores. Para Deker, todo dependía de lo que estaba pasando por la enferma mente del Marine Espacial, o lo que quedaba de ella. ¿Vería a los Excoriadores como a Hermanos? ¿Cómo una amenaza? ¿A medida que los futuros contenidos de su vientre se hinchaban de gusanos?

El Marine Espacial tropezó y gimió. Arrastraba una pierna asistida del siervo. Llegó ante ellos e hizo unas gárgaras y brotó un rugido de su corrupto pulmón múltiple. Era algo básico y primitivo. Una intención de hostilidad irracional que solo quería hacer daño. El rugido retumbó sobre los pasajes oscuros del bastión, transmitiéndose como en un bucle, a través del enlace de las placas de comunicaciones a los megafonos-vox de la sección. Estaba en todas partes.

—¡Al suelo! —ordenó Deker, pero la cosa muerta siguió tambaleándose, casi sobre ellos, sin prestarle atención—. ¿Capellán? —la escuadra miro a Rhaddecai.

—Háganlo —respondió el capellán con gravedad.

Gruesos proyectiles de bólter atravesaron las rodillas blindadas del cadáver del guerrero. Las explosiones salvajes de los mismos masticaban a través de las placas, del plastiacero con podredumbre y oxido, arrancando el hueso y los tendones de las articulaciones. La cosa se hundió como en un accidente, antes de alcanzar a los Excoriadores con sus guantes salpicados. Con los dedos de ceramita arañando la cubierta, la aberración arrastró su cadáver blindado hacia ellos, impulsándose por un hambre insaciable. No se iba a detener. Con una segunda descarga de fuego, Deker voló la cabeza de carne carcomida fuera de la cosa, roció las paredes de la Semper Vigilare con el cerebro de su Hermano de batalla. Las placas, tanto la de la aberración como de la escolta de Excoriadores, suspiraron con la quietud.

El Adeptus Astartes esperó. El pánico era un estado redundante para un Marine Espacial. Al igual que la especulación ociosa, que era un lujo innecesario. Esperaron. Escucharon. Desde las profundidades del bastión, se podía oír que la llamada del cadáver del guerrero, ese rugido de salvaje angustia, era respondida por una cacofonía de escofinas, de gemidos, de la insistencia misma al temor de la muerte. Fue seguido por el sonido de metálicos pies arrastrándose, cadáveres blindados dispuestos por la sección.

—Movámonos ahora, ¡fuera! —ordenó Deker, lo que provocó que los Hermanos Ezrapha, Acaz Udiah y Damaris rompieran la formación—. Patrón Imbrica.

Vertidos como por un embudo desde los accesos arteriales al muelle de la bodega este, aparentemente los no-muertos habían llegado. La carne despojada, la carroña sin vida, las hordas de cadáveres maduros, llevando los frutos de la corrupción de otro mundo. En unos momentos era una pared de cuerpos, desde siervos del bastión, pasando por ingenieros con apenas trapos vestidos hasta Hermanos Excoriadores, se elevaban sobre un mar de sirvientes irremediablemente perdidos. Sin armas ni cascos, estaban echando a perder la carne y la armadura, inundando el pasillo con su hedor y el enjambre siempre presente de moscas. Un bramido involuntario de gula por la carne surgió de la horda. La tormenta de fuego que desataron, la consagrada limpieza desde los bólteres de la escuadra, no fue menos involuntaria. Rondas de proyectiles perforaron los cadáveres en descomposición y golpearon en la placas de los Excoriadores corruptos. Los sirvientes del sacerdocio y el Capítulo cayeron como una alfombra de enfermedad y corrupción. Los blindados sin vida tropezaban y se tambaleaban unos contra otros, golpeados de nuevo por el ataque. Arañaban sin pensar el uno en el otro, empujando la ruina de sus rostros carnosos hambriento hacia adelante, hacia las explosiones de los proyectiles. Arrastrando los pies a sus verdaderas muertes, el fuego de precisión de los Excoriadores demoliendo cráneos y abatiendo a través del blindaje la putrefacción hacia abajo.

Cuando todo terminó, cuando el último de los sin vida había recibido la bendición de los ángeles de la muerte, un vacío terrible se instaló en la escena. El sonido de los bólteres todavía resonaba por los oscuros pasillos del bastión Semper Vigilare. Negra sangre, vieja y virulenta caía rociada desde el techo y las paredes, sobre la carnicería y los mutilados cuerpos. Por lo que pareció una eternidad, nadie habló.

—¿Qué diablura de la disformidad ha generado esto? —preguntó Deker finalmente.

—Estamos en un bastión que hace de centinela, vigila el Ojo —respondió Rhaddecai—. Lo miramos. Lo volvemos a mirar. Y a veces… el Ojo devuelve la mirada. A veces se desplaza hasta la esclusa de aire más próxima, sin previo aviso y trae visitantes no deseados.

—Capellán. —La escuadra se detuvo, Deker tenía muy poco humor para las observaciones crípticas de Rhaddecai—. Esto ya no es una cuestión de censurar un culto. Debe regresar a la Vitriol con su Senescal.

—Nadie va a volver a la Vitriol —Rhaddecai se aseguró la atención del líder del equipo—. Seguiremos adelante. Fanuel y yo iremos a la sala de oratoria táctica, donde yo espero que el espíritu-máquina del bastión tenga algunas respuestas para nosotros. Usted tomara su escuadra y buscara por la Semper Vigilare supervivientes.

—Sí, Capellán —acató Deker. Se dirigió por el pasillo gore, salpicado de restos y sangre. Se atragantó al ver los cuerpos. Había algo extrañamente reconfortante en su quietud. Su final podría haber sido violento, pero la guarnición del bastión ahora gozaba de algún tipo de paz. Deker pensó en la muerte y la instrucción de Rhaddecai de buscar supervivientes. El líder de la escuadra gruñó. Eran precisamente los supervivientes de esta terrible plaga, la que daba a Deker más motivos de preocupación.

Los Excoriadores se trasladaron a través del oscuro pasillo del bastión con fría eficiencia. Las paredes y el suelo estaban salpicados de sangre de color marrón y de deterioro, testimonio de las miserias que soportó. Tal como se abrieron los mamparos y las secciones se exploraban, los Excoriadores fueron engullidos en enjambres de movimiento oscuro y sonido.

Moscas. Negras y grasosas, henchidas con la sangre derramada. Su zumbido era ensordecedor, levantaban con su vuelo más y más del fétido hedor. Los no-muerto se podían encontrar en todas partes. Tropezando. Arrastrándose. Gimiendo sus agonías espirituales. Los Adeptus Astartes caídos parecieron congregarse en las sombras, se reunieron alrededor como carroñeros de carne despojados, los hijos de Dorn y sus sirvientes, reducidos a podredumbre, marchitados ecos de lo que fueron. Marcos sin sentido de la magnificencia en ruinas, heréticamente cubierta la placa de honor de su Capítulo, los Excoriadores muertos vinieron por ellos. No podían ayudarse a sí mismos. Un hambre terrible se los llevó sucesivamente. Una necesidad tan imperiosa, que ya era natural en ellos.

Deker sentía enfermo del pre-estómago. No era la podredumbre. No era el hedor indeleble. Estas cosas no molestaban a un Astartes Adeptus. Fue la terrible carnicería que provocaba su bólter. Cada proyectil enviando un Excoriador, uno de los suyos, un Hermano, tanto de batalla como en espíritu, al olvido. Su deber, en las profundidades del oscuro bastión, no era ya solo la ejecución de las órdenes. No, esto no era una guerra. Era un exterminio. Deker estaba allí, con el pavor apenas asomando en el borde de sus ojos, el enjuiciamiento de las intenciones de una galaxia ya hostil, tanto por parte de los alienígenas como de la misma humanidad, deseando acabar con el Imperio. Abriéndose paso a través de la placas hechas a mano y de la carne de los Excoriadores, las armas con la gracia del Emperador liberaban al aire la virulencia de una oscuridad espiritual, Deker no podía evitar sentir que estaba siguiendo las órdenes del gran enemigo.

Mientras el canal vox informó sobre la sección norte de la Semper Vigilare, estaban abriéndose camino hacia la sala de oratoria táctica, parecía como si el Capellán hubiera leído su mente. Rhaddecai le dijo que era un deber difícil, pero que estaba haciendo la obra del Emperador. Deker no se atrevía a creerlo. El líder del equipo sospechaba que el Capellán no sentía tanto la carga del deber, como una extraña llamada a bordo del bastión.

—¿Has sentido eso? —comento el Hermano Acaz a Deker, mientras avanzaban en la zona oeste. Hubo un estruendo a través de la superestructura del bastión. Deker lo había sentido, en el fondo él ya sabía lo que era. Se encontró encogiéndose de hombros ante su Hermano de batalla. La zona oeste no estaba menos afectada que la que acababan de dejar. Turbas de siervos desperdiciados aullando su hambre a los Excoriadores. Los cadáveres llegaron a por ellos con la fuerza aumentada por su hambre. La sección estaba saturada de decadencia. A medida que la escuadra entró en una galería, fueron tratados con el ceño fruncido en rostros de ojos violeta, a través de una sección de grueso armaplas. El ventanal estaba casi completamente manchado de sangre y sesos. Huellas de manos decoraban su trasparente superficie con la sugerencia del pánico, los gusanos se retorcían a lo largo de riachuelos de restos licuados que se deslizaban en su camino hacia el suelo.

—Dorn los maldiga —juró Udiah. Enmarcado en el puerto se veía a la Vitriol, los poderosos motores de la embarcación se volvieron hacia el bastión y aumentando su empuje alejaron temerariamente y rápidamente la fragata.

—¿Deker? —dijo el Hermano Ezrapha. El Excoriador asintió. Sabía por qué la Vitriol los estaba dejando. Sabía por qué el Capellán les había mantenido apartados, con las manos y las ideas ocupadas. Sabía lo que Rhaddecai iba a decir. Por el bien de sus Hermanos de escuadra, se lo preguntó de todos modos.

—Mi señor Capellán —dijo Deker al vox esperando llegara a la sala de oratoria tácticas.

—¿Sí, escuadra Azote? —la voz de Rhaddecai, regresó después de una estrangulada pausa de estática.

—La Vitriol se va.

—Sí.

—¿Acaso los parámetros de la misión han cambiado?

—Considerablemente —dijo Rhaddecai, por el canal vox de nuevo a la escuadra. Su voz se transfería a través de sus trajes por el canal voz, sonando a veces como una granizada—. ¿Ha descubierto algún superviviente?

—No —informó Deker—. Nadie sobrevivió a la peste a bordo… y sospecho que nadie lo hará.

Los Hermanos Damaris, Udiah, Acaz y Ezrapha miraron a su líder de escuadra. Por un momento, Rhaddecia no respondió.

—Estoy de acuerdo con su evaluación, escuadra Azote de Deker.

—¿Deker? —dijo Ezrapha llamando su atención. Entonces volviendo a dirigirse al Capellán, con una pizca de sarcasmo esta vez en su voz—. ¿Cuándo esta previsto que la Vitriol regrese?

—La fragata no va a volver —dijo a Deker el Capellán.

—¿Qué? —dijo Damaris.

—Capellán —sonó imperioso Deker por el canal vox—. ¿Podría contarnos lo que ha descubierto?

—El interrogatorio del espíritu máquina del bastión ha revelado que hace unos meses, Semper Vigilare recibió una nave forja del Adeptus Mechanicus, la Augmentra, para reacondicionamiento menor y reparaciones, como parte de una gira programada del Astartes Praeses por las naves y fortalezas del sistema, a lo largo de la Puerta de Cadia. Cotejando referencias cruzadas, se identificaron los códigos del Augmentra con datos del banco de runas de la Vitriol, hemos descubierto que la última vez que el Augmentra fue avistado, se reunió con una flota de la Legión de la Guardia de la Muerte, más concretamente con una nave adjunta a la Terminus Est.

—¿Ha enviado a la Vitriol a interceptar al traidor? —preguntó Deker a través del canal.

—Sí —admitió Rhaddecai—. El Augmentra es ahora el enviado de la nave capital, como un heraldo actúa infectando por delante del éxodo de la Guardia de la Muerte del Ojo. Estratégicamente, parece que quieren noquear los bastiones en la Puerta de Cadia, para permitir que el Terminus Est y el Emperador sabe qué horror más, pasen sin alarmar ni informar al espacio Imperial. Debe ser detenida, ¡inmediatamente!

El Capellán permitió unos preciosos segundos a los Excoriadores, para que así asimilaran, su oscuro descubrimiento.

—¿Qué hay de la Semper Vigilare? —preguntó Ezrapha, con sílabas lentas y solemnes—. ¿Qué hay de nosotros?

—Incluso los bastiones más poderosos… —la voz de Rhaddecai crepitaba sobre el vox como granizo—… nuestras fortalezas entre las estrellas, puede resultar vulnerable a los ataques. La Semper Vigilare lo ha demostrado. Lo demostró la Augmentra. Nosotros no somos menos susceptibles ni menos vulnerables. Cada Adeptus Astartes es su propio castillo, su propio bastión, con defensas físicas, biológicas y espirituales. Nuestros Hermanos caídos, los traidores que hacen del Ojo su casa, no cumplieron con esa defensa. En ellos se infiltraron. Fueron infectados, tal vez por algo tan simple y peligroso como una idea. No somos menos, no pudimos fortalecernos contra el enemigo en sus múltiples formas.

—¿Qué estás diciendo, Capellán? —preguntó Acaz.

—Está diciendo, que estamos comprometidos —dijo Torban Deker a su Hermano de batalla—. Hemos estado expuestos a ese contagio disforme desde que entramos. Nuestras defensas eran insuficientes y en estos momentos el enemigo corre por nuestras mismas venas, llevando la maldición de los no-muerto a través de nuestros cuerpos. Nos convertiremos en lo que hemos tratado de destruir, aquí en este mismo lugar.

El equipo se quedó en silencio. Las palabras parecían insuficientes. Las opiniones o la ira, un desperdicio. Deker observó como Damaris y Udiah bajaron tanto su mirada como sus bólteres.

—¿Qué hacemos? —preguntó Deker con gravedad.

—Nada, Hermano —dijo Titus Rhaddecai con una ternura poco común—. Este bastión es una defensa alternativa desplegada. He hecho lo que el Corpus Castellan Abnerath no pudo. He iniciado las medidas de inmolación de las secciones afectadas…

Deker lo sintió inmediatamente. Las puertas se abrieron. Ansiosos vientos sonrojados. Los mamparos laminados vibrando a los lados. En una parte distante del bastión, el espíritu máquina de la Semper Vigilare había desatado una tormenta de fuego que rugía a través de cámaras y corredores, barbacanas y bahías de acceso, saneando cada una con rugientes llamas. Sintiendo como se abría camino la fuerza de los fuegos de purificación a través de la arquitectura del bastión, convirtiendo a los sin vida, en esculturas de ceniza y escoria antes de volarlos. Los Hermanos malditos dentro de su ceramita se tambalearon a través del infierno, su armadura también fue arrasada y la corrupción de sus enfermas formas, quemadas hasta la placa de honor.

Deker sintió la proximidad de la tormenta de fuego. La sección estaba a punto de ser bañado por la llama purificadora. Al otro lado del canal de vox crepitante, la escuadra escuchó el último suspiro de Tito Rhaddecai cuando las medidas de inmolación reclamaron al Capellán. Damaris tuvo un momento para murmurar: «Emperador protégenos». Udiah logró llegar junto a la hombrera de Acaz, su Hermano y amigo. Ezrapha y Deker simplemente se miraban el uno al otro, el Excoriador dando a su escuadra un ultimo gesto de aceptación.

A medida que el Adeptus Astartes se perdió en él, en el olvido de la llama que consumiría todo lo que había en la galería, Torban Deker se arrodilló. Acercó un puño a los labios y besó el guante en honor de su Señor del Capítulo y Primarca. Estaba a punto de cumplir con Lord Dorn. Quería estar dispuesto. Listo. Un guerrero preparado hasta el final. Echó un último pensamiento para aquellos que iban a venir después, los Excoriadores que encontrarían la Semper Vigilare quemada desde adentro hacia afuera. Lo único que quedaría de sus desafortunados Hermanos sería ceniza. Con un poco de suerte, se encontrarían el bastión real y totalmente muerto.