- Publio Virgiolio Marón
- Eneida
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Libro VII
- Tú también a nuestros
litorales, oh nodriza de Eneas,
- fama diste inmortal con tu
muerte, Cayeta;
- y aún hoy conservan tus
honras el lugar y los huesos tu nombre
- en Hesperia la grande —si
gloria es eso— señala.
- El piadoso Eneas, celebradas
debidamente las exequias, 5
- levantando el terraplén del
túmulo, luego que callaron
- los mares profundos, abre
camino a sus velas y el puerto abandona.
- Brisas lo llevan soplando
hacia la noche y no oculta el rumbo
- una luna brillante, esplende
el mar a la luz temblorosa.
- Pasan rozando las cercanas
costas de la tierra de Circe, 10
- donde la exhuberante hija
del Sol recónditos bosques
- hace que resuenen de su
canto continuo, y a las luces de la noche
- en moradas soberbias quema
el cedro oloroso
- mientras recorre las
delicadas telas con afilado peine.
- Se escuchan allí los gemidos
y la furia de los leones 15
- que cadenas rechazan y rugen
bien entrada la noche;
- y los cerdos erizados de
púas y los osos enfurecidos
- en sus jaulas y el aullido
de las sombras de lobos enormes:
- a todos de su aspecto humano
la diosa cruel con poderosas hierbas
- los había cambiado, Circe,
en rostro y cuerpos de fieras. 20
- Para que maravilla semejante
no sufrieran los piadosos troyanos
- si entraban en el puerto, ni
padecieran un litoral cruel,
- Neptuno llenó sus velas de
vientos favorables,
- propició su huida y los
lanzó más allá de hiervientes escollos.
- Y ya enrojecía con sus rayos
el mar y desde el alto éter 25
- la Aurora brillaba de
azafrán en su biga de rosas,
- cuando se posaron los
vientos y se detuvo de repente todo
- soplo y se esfuerzan los
remos en el tardo mármol.
- Y ve entonces Eneas un
enorme bosque
- desde el mar. Aquí el Tiber
de amena corriente 30
- y rápidas crestas y rubio de
la mucha arena
- irrumpe en el mar. Alrededor
y en lo alto frecuentan
- aves diversas sus orillas y
el curso del río
- endulzando el aire con su
canto y volaban por el bosque.
- Torcer el rumbo ordena a sus
compañeros y volver las proas 35
- a tierra y alegre se adentra
en la corriente umbrosa.
- Ahora ea, Erato. He de
contar qué reyes, qué tiempos,
- cuál era en el Lacio antiguo
el estado de las cosas,
- cuando un ejército
extranjero llevó su flota
- a las costas ausonias, y
cantaré el origen de la lucha primera. 40
- Tú, diosa, ilumina tú al
vate. He de decir guerras horribles,
- he de decir ejércitos
formados y reyes que el valor condujo a la muerte
- y las tropas tirrenas y toda
entera sometida alas armas
- Hesperia. Se alza ante mí
una serie mayor de sucesos,
emprendo una obra aún más
grande.
-
Reinaba el rey Latino,
45
- ya anciano, en larga paz
sobre campos y tranquilas ciudades.
- Que era éste nacido de Fauno
y la Ninfa laurente Marica
- sabemos; Pico fue el padre
de Fauno y a ti, Saturno,
- por padre te tiene éste:
eres tú el origen remoto de esta sangre.
- No tenía hijo Latino por
sino de los dioses ni le quedaba 50
- de varones prole alguna, que
había perdido en el surgir de la primera juventud.
- Sola guardaba su casa y
posesiones tan grandes una hija,
- madura ya para varón, ya con
los años de casar cumplidos.
- Muchos la pretendían del
gran Lacio y de Ausonia
- entera; la pretendía el más
bello que todos los otros, 55
- Turno, poderoso de abuelo
ybisabuelo, a quien la regia esposa
- animaba con ansia
sorprendente a unírsele por yerno;
- mas portentos divinos lo
impiden con terrores diversos.
- Había un laurel en medio de
la casa, en lo más hondo,
- de sagrado follaje y cuidado
con reverencia durante muchos años, 60
- que, se decía, el padre
Latino en persona encontró y consagró
- a Febo, al fundar de la
ciudad los cimientos,
- y que por él puso de nombre
laurentes a los colonos.
- De aquél en lo más alto una
nube de abejas
- (asombra contarlo) se
instaló, llevadas por el aire 65
- transparente con intenso
zumbido y se colgó con las patas trabadas
- un repentino enjambre de la
rama frondosa.
- Al punto el vate dijo:
«Vemos que llega
- un hombre extranjero, y que
del mismo sitio viene
- al mismo sitio y se apodera
de la alta fortaleza.» 70
- Además, mientras los altares
perfumaba con castas antorchas
- y junto a su padre en pie
estaba la joven Lavinia,
- se vio (¡qué espanto!) que
un fuego prendía en el largo cabello
- y ardía todo su tocado entre
llamas crepitantes,
- abrasado su pelo de reina,
abrasada la corona 75
- cuajada de gemas; llena de
humo, entonces, la envolvía
- una luz amarilla y extendía
a Vulcano por toda la casa.
- Contaban esta visión como
algo horrible y asombroso,
- pues anunciaba que ilustre y
famoso sería su propio
- destino, pero que gran
guerra habría de traer a su pueblo. 80
- Entonces el rey, preocupado
por estos fenómenos, de Fauno el oráculo,
- su padre clarividente, busca
y consulta los bosques
- al pie de la alta Albúnea,
donde resuena la mayor de las selvas
- con su fuente sagrada que,
sombría, exhala terribles vapores.
- Aquí los pueblos de Italia y
toda la tierra de Enotria 85
- respuesta buscan en la duda;
aquí el sacerdote,
- cuando lleva su ofrenda y en
la noche callada se acuesta
- en pellejos de velludas
ovejas y el sueño concilia,
- puede ver con maravillosas
figuras muchas imágenes volar
- y escucha voces diversas y
de la conversación goza 90
- de los dioses y habla con el
Aqueronte del profundo Averno.
- Aquí también entonces el
padre Latino respuesta buscando
- sacrificaba según el rito
cien lanudas ovejas y acostado
- descansaba sobre sus
vellones extendidos.
- De la hondura del bosque le
llegó una voz repentina: 95
- «No pretendas casar a tu
hija con un matrimonio latino,
- oh, sangre mía, ni confíes
en el tálamo ya preparado.
- Yernos vendrán extranjeros
que con su sangre nuestro
- nombre llevarán a los astros
y cuyos descendientes
- todo verán caer bajo sus
pies, todo gobernarán 100
- cuanto ve el sol al correr
de uno a otro Océano.»
- No guarda en su boca Latino
esta respuesta
- de su padre Fauno ni los
consejos recibidos en la noche callada,
- sino que ya la Fama que
vuela alrededor por las ciudades
- ausonias los había llevado,
cuando la juventud laomedontia 105
- ató sus naves a la pendiente
hermosa de la orilla.
- Eneas y sus jefes primeros y
el apuesto Julo
- dan con sus cuerpos bajo las
ramas de un árbol alto,
- y ordenan un banquete y
disponen por la hierba bajo los alimentos
- tortas de harina (así el
propio Júpiter se lo inspiraba) 110
- y colman de frutas
silvestres el suelo cereal.
- Aquí por caso, cuando todo
acabaron y la poca comida les obligó
- a hincar el diente en la
delgada pasta de Ceres
- y a violar con manos y
audaces mandíbulas el círculo
- de las tortas del destino,
sin dejar siquiera los anchos cuadros: 115
- «¡Vaya! ¿Hasta las mesas nos
comemos?», exclamó Julo
- y nada más, en broma. El
escuchar estas palabras por vez primera
- trajo el final de las
fatigas, y al punto las arrancó el padre
- de la boca de quien las dijo
y le hizo callar pasmado del augurio.
- Al punto: «Salve, tierra que
el destino nos debía, 120
- y salve a vosotros —dijo—,
leales Penates de Troya.
- Aquí está mi casa, ésta es
mi patria. Pues ya mi padre
- Anquises (ahora lo recuerdo)
me dejó estos arcanos del destino:
- “Cuando, hijo mío, estés en
litoral desconocido y por el hambre
- te veas obligado, agotadas
las viandas, a devorar las mesas, 125
- acuérdate, aun cansado, de
esperar tus casas y de con tu mano
- levantar allí tu primera
morada y disponer alrededor un muro.”
- Ésta era el hambre aquélla,
ésta por último nos aguardaba
- para marcar el fin de
nuestros sufrimientos.
- Así que ánimo y, contentos,
con la primera luz del sol 130
- qué lugares o qué hombres
los ocupan, dónde las murallas del pueblo
- investiguemos y salgamos del
puerto por diversos caminos.
- Libad ahora las páteras a
Júpiter y con preces llamad
- a mi padre Anquises, y
reponed el vino de las mesas.»
- Después de hablar así ciñe
sus sienes con una frondosa 135
- rama y al genio del lugar y
a la primera de las diosas,
- la Tierra, y a las Ninfas y
a los ríos aún desconocidos
- invoca, como a la Noche y de
la Noche a los astros nacientes
- y a Júpiter Ideo y a la
madre frigia por orden
- les reza y a su madre en el
cielo y en el Érebo al padre. 140
- Tronó entonces tres veces el
padre todopoderoso, brillante
- en lo alto del cielo, y con
sus rayos y el oro de la luz por su mano
- mostró una nube ardiente
sacudiéndola desde el éter.
- Corre de pronto en el campo
troyano el rumor
- de que el día había llegado
en que la muralla debida fundaran. 145
- Reanudan encendidos el
banquete y ante visión tan grande
- llenan alegres las crateras
y coronan el vino.
- Cuando la luz del día
siguiente a bañar empezaba
- las tierras, la ciudad y el
territorio y las costas de ese pueblo
- exploran por caminos
diversos: éstas eran las aguas de la frente del Numico,
- éste el río Tíber, aquí
vivían los valientes latinos.
- Entonces el hijo de Anquises
ordena marchar al augusto
- recinto del rey a cien
oradores elegidos entre todas
- las clases, cubiertos todos
con las ramas de Palas,
- a llevarle presentes y pedir
la paz para los teucros. 155
- Sin tardanza se apresuran a
cumplir la orden y van
- a toda prisa. Él marca las
murallas con un surco en el suelo
- y prepara el lugar y, a la
manera de los campamentos,
- rodea el emplazamiento
primero de la costa con un terraplén y unas almenas.
- Y ya divisaban los jóvenes,
cubierto el camino, las torres 160
- y los altos tejados de los
latinos y llegaban al muro.
- Delante de la ciudad niños y
jóvenes en la flor primera
- practican a caballo y
prueban sus carros en el polvo,
- o tensan los dificiles arcos
o agitan con sus brazos
- pesadas lanzas, y compiten
corriendo o a golpes, 165
- cuando un mensajero se
adelanta a caballo y lleva
- a oídos del anciano rey que
han llegado unos hombres
- enormes de extraña
vestidura. Él ordena que sean llevados
- a palacio y se sienta en el
centro en el trono de sus mayores.
- Estaba en lo alto de la
ciudad la augusta morada, 170
- enorme, alzada sobre cien
columnas, el palacio del laurente Pico,
- imponente de selvas y por la
devoción de los mayores.
- Aquí quería el augurio que
recibieran los reyes el cetro
- y levantasen las primeras
fasces; era éste su templo, la curia,
- éste el lugar de sus
sagrados banquetes; aquí, matando el carnero, 175
- solían sentarse los padres
en mesas corridas.
- Aparecían además por orden
las efigies de los antepasados
- en rancia madera de cedro,
ítalo y el padre Sabino
- plantador de la vid, con una
corva hoz bajo su figura,
- y el anciano Saturno y la
imagen de Jano bifronte 180
- estaban en el vestíbulo y
desde el principio los demás reyes
- con las heridas de Marte
recibidas luchando por la patria.
- Y muchas armas además sobre
sagrados postes,
- cuelgan carros prisioneros y
corvas segures
- y penachos de yelmos y
enormes cerrojos de las puertas 185
- y lanzas y escudos y las
quillas arrancadas a las naves.
- El propio Pico aparecía
sentado, el domador de caballos,
- con la trompeta de Quirino y
ceñido de breve trábea,
- y en la izquierda llevaba un
escudo; a éste su esposa, loca de pasión,
- golpeándolo con varita de
oro y con filtros cambiándolo, 190
- Circe, pájaro lo volvió y
salpicó de colores sus alas.
- Del interior de tal templo,
sentado en el trono de sus padres,
- Latino llamó a los teucros a
su lado y les hizo pasar,
- y una vez allí les dice el
primero con boca placentera:
- «Decidme, Dardánidas (pues
no nos es vuestra ciudad desconocida 195
- ni vuestra raza, y hemos
oído que andáis vagando por el mar),
- ¿qué buscáis? ¿Qué motivo o
qué necesidad arrastró
- vuestras naves a la playa de
Ausonia por vados cerúleos?
- Bien por errar la ruta, bien
llevados de las tempestades
- cual a menudo sucede en alta
mar a los marinos, 200
- os habéis adentrado en las
orillas del río e instalado en el puerto.
- No evitéis nuestra
hospitalidad ni queráis ignorar a los latinos,
- raza de Saturno que es justa
no por ley o atadura,
- sino por voluntad propia y
siguiendo el ejemplo del antiguo dios.
- Que recuerdo, en efecto
(aunque los años oscurecen los hechos), 205
- que así lo contaban los
viejos auruncos, cómo nacido en estos campos
- llegó Dárdano hasta las
ciudades ideas de Frigia
- y a la Samos de Tracia, que
ahora llaman Samotracia.
- A aquel que de aquí partió
del tirreno solar de Córito,
- ahora en solio de oro la
morada regia del cielo estrellado 210
- lo acoge y aumenta en los
altares el número de los dioses.»
- Dijo, y con estas palabras
le sigue Ilioneo:
- «Rey de la egregia estirpe
de Fauno, ni la negra tormenta
- nos obligó, llevados de las
olas, a arribar a esta tierra vuestra
- ni la estrella o la costa
nos hicieron errar el camino. 215
- Hemos llegado a esta ciudad
por decisión propia y queriéndolo
- en nuestro corazón,
expulsados del reino más grande
- que un día el sol contempló
en su camino desde el Olimpo.
- De Jove el origen de la raza
nuestra, la juventud dardánida
- se enorgullece de su padre
Jove y de la raza suprema de Jove nuestro rey:
- el troyano Eneas nos ha
traído hasta tus umbrales.
- De qué manera de la cruel
Micenas se desató por los ideos
- campos la tempestad, por qué
hados llevados de una y otra parte
- se enfrentaron el mundo de
Europa y el de Asia,
- lo saben tanto el que el
límite de las tierras aleja 225
- donde refluye el Océano como
aquel a quien separa la zona del sol inicuo
- que se extiende en medio de
las otras cuatro.
- Después de aquel desastre
llevados por tantos vastos mares,
- buscamos un pequeño solar
para los dioses patrios y una costa
- tranquila, y agua y aire
libre para todos. 230
- No seremos indignos de
vuestro reino ni será pequeña
- vuestra fama ni se borrará
la gracia de tan grande favor,
- ni habrán de arrepentirse
los ausonios de acoger a Troya en su regazo.
- Que lo juro por los hados y
la diestra poderosa de Eneas,
- si alguno hay que la haya
conocido en tratos o en armas y guerra; 235
- muchos pueblos, muchas
naciones (no nos desprecies, aunque
- nos veas con cintas en las
manos y palabras suplicantes)
- nos requirieron y quisieron
unirnos con ellos;
- mas los hados de los dioses
nos obligaron con su fuerza
- a buscar vuestras tierras.
De aquí procede Dárdano, 240
- aquí nos manda de nuevo
Apolo y nos obliga con sus órdenes
- al Tiber tirreno y a las
sagradas aguas de la fuente del Numico.
- A ti te entrega además, como
presentes, exiguos testigos
- de una mejor fortuna, restos
salvados de las llamas de Troya.
- Con este oro libaba el padre
Anquises junto a los altares, 245
- éste era el ornato de Príamo
cuando impartía justicia
- según la costumbre a los
pueblos convocados, el cetro y la tiara
- santa y su vestido, labor de
las troyanas.»
- A tales palabras de llioneo
fijos Latino mantenía el rostro
- y la mirada y no los
apartaba sin moverse del suelo, 250
- volviendo sus ojos atentos.
Y ni la púrpura bordada
- distrae al rey ni le
distraen los cetros de Príamo tanto
- cuanto pensando está en la
boda y el tálamo de la hija,
- y da vueltas en su corazón
al antiguo aviso de Fauno;
- éste era aquel yerno venido
de un país extranjero 255
- que anunciaba el destino y
con iguales auspicios
- llamado estaba a reinar, de
éste la estirpe que por su valor
- sería famosa y habría de
llenar con sus fuerzas el orbe entero.
- Contento al fin exclama:
«¡Secunden los dioses nuestros planes
- y su propio augurio! Se te
dará, troyano, lo que pides, 260
- y no desprecio tus regalos.
Mientras sea rey Latino la riqueza
- no os faltará de un buen
campo o la opulencia de Troya.
- Así que, venga Eneas en
persona, si tanto deseo tiene de nosotros,
- si es que tiene prisa en
sellar nuestra hospitalidad
- y ser llamado nuestro
aliado, y no se esconda de rostros amigos: 265
- prenda será para mí de paz
estrechar la diestra de vuestro jefe.
- Volved a llevar ahora a
vuestro rey mis palabras:
- una hija tengo que según las
suertes del templo de mi padre
- no debe casarse con varón de
nuestra raza, ni lo permiten
- muchas señales del cielo;
avisan que de costas lejanas 270
- yernos vendrán —que éste es
el futuro del Lacio— que con su sangre
- alzarán nuestro nombre a las
estrellas. Y yo creo que éste
- es aquel que el destino
reclama y así si es buen adivino el corazón, lo deseo.»
- Dicho esto el padre elige
caballos de su manada
- (trescientos aguardaban
relucientes en altos establos), 275
- y al punto ordena que para
todos los teucros sean llevados por orden
- los alados corceles
enjaezados de púrpura y telas bordadas
- (de los pechos les cuelgan
collares de cuentas de oro,
- de oro cubiertos, oro
amarillo muerden entre los dientes),
- para el ausente Eneas un
carro y una pareja para el yugo 280
- de celestial simiente que
fuego respira por la nariz,
- de la raza de aquellos que a
su padre robó la maga Circe
- y crió bastardos de una
madre que les había puesto debajo.
- Con presentes tales los
Enéadas y con las palabras de Latino
- regresan altivos sobre sus
caballos y llevan ofertas de paz. 285
- Mas he aquí que volvía de la
Argos del Ínaco
- la cruel esposa de Júpiter y
volaba por los aires,
- y divisó a los lejos desde
el cielo al feliz Eneas
- y a la flota dardania por
encima del sículo Paquino.
- Ve cómo se alzan ya las
casas, que se entregan confiados a la tierra, 290
- que han abandonado los
barcos; clavada se quedó de aguda rabia.
- Sacudiendo entonces la
cabeza estas palabras saca de su pecho:
- «¡Ay raza odiada y a
nuestros hados contrarios
- hados de los frigios! ¿Así
que no cayeron en los campos sigeos,
- no pudieron tampoco caer
prisioneros, ni quemó el incendio 295
- de Troya a sus guerreros? En
plena batalla y entre el fuego
- supieron hallar una salida.
Así que, ya veo, al fin mi numen
- yace agotado, o saciado mi
odio me he cruzado de brazos.
- ¡Para eso me lancé a
perseguirlos, arrojados de su patria,
- con vehemencia porlas aguas
y a impedir por todo el mar su huida! 300
- Agotado se han las fuerzas
del mar y del cielo contra los teucros.
- ¿De qué me sirvieron las
Sirtes o Escila, de qué Caribdis
- enorme? Ya se refugian en el
ansiado cauce del Tiber
- sin miedo del piélago o de
mí. Fue Marte capaz de perder
- al pueblo de los Lápitas
gigantes; el propio padre de los dioses 305
- entregó la antigua Calidón a
la ira de Diana,
- ¿y qué delito cometieron
Lápitas y Calidón para merecerlo?
- Y heme aquí, la gran esposa
de Jove que, pobre de mí,
- nada dejé por intentar, que
a todo me he lánzado,
- vencida ahora por Eneas.
Pues bien, si mi numen 310
- no es bastante, no he de
dudar ciertamente en implorar donde sea:
- si domeñar no puedo a los de
arriba, moveré al Aqueronte.
- No me será dado alejarlos
del reino latino —sea—
- y sin cambio sigue por el
destino la esposa Lavinia;
- mas añadir y acumular
obstáculos puedo a cosas tan grandes, 315
- en dos puedo dividir a los
pueblos de estos reyes.
- Este precio pagarán los
suyos, si suegro y yerno se unen:
- de sangre troyana y rútula
tendrás la dote, muchacha,
- y Belona será la diosa que
presida tu boda. No ha sido sola
- la hija de Ciseo en parir,
preñada de la tea, fuegos conyugales; 320
- también Venus tendrá su
parto y habrá un nuevo Paris,
- y de nuevo funestas
alumbrarán las antorchas a la Pérgamo que renace.»
- Luego que dijo esto horrenda
descendió a tierra;
- a la enlutada Alecto de la
sede de las diosas crueles
- saca y de la tiniebla
infernal, a la que ama las guerras 325
- dolorosas, las iras, las
insidias y los crímenes dañinos.
- Hasta Plutón, su padre, la
odia y sus hermanas del Tártaro
- odian al monstruo: en tantos
rostros se transforma,
- con tan crueles caras
aparece, tan negra de culebras.
- Juno la provoca con estas
palabras, y así le dice: 330
- «Bríndame tu ayuda
favorable, muchacha nacida de la Noche,
- colabora para que mi honor
no ceda ni se quebrante
- mi fama en el lugar, que con
bodas no puedan los Enéadas
- ganarse a Latino ni en
territorio ítalo instalarse.
- En tus manos está lanzar al
combate a hermanos de igual alma 335
- y derribar las mansiones con
el odio; tú puedes meter tu fusta
- en las casas y las antorchas
funerales; tú tienes mil nombres
- y mil formas de dañar.
Sacude tu pecho fecundo,
- rompe el arreglo de paz,
siembra crímenes de guerra.
- Que ansíe las armas, las
pida ylas empuñe la juventud.» 340
- Sale Alecto infestada del
veneno de la Gorgona
- y el Lacio primero y los
altos techos del caudillo
- laurente busca, y se sienta
en el callado umbral de Amata,
- a la que, ardiente, quemaban
además de la llegada de los teucros
- y las bodas de Turno, cuitas
y enojos de mujer. 345
- A ella la diosa de cabellos
cerúleos una sola serpiente
- le lanza que se mete en su
seno hasta lo hondo del pecho,
- para que, enfurecida por el
monstruo, sacuda la casa entera.
- Se desliza ella entre el
vestido y el suave pecho
- yvueltas da sin contacto
alguno y engaña a la enfurecida 350
- inspirándole aliento de
víbora; se vuelve la culebra
- enorme collar de oro en su
cuello, se vuelve remate de cinta
- y ciñe sus cabellos y
lúbrica vaga por sus miembros.
- Y mientras el contagio
primero con su húmedo veneno
- ataca sus sentidos y
envuelve sus huecos en fuego 355
- y aún su ánimo no recibe la
llama en todo el pecho,
- habló dulcemente y a la
manera que las madres acostumbran,
- llorando y llorando por su
hija y el himeneo frigio:
- «¿A unos teucros sin patria
será entregada mi Lavinia,
- padre, y no tendrás piedad
ni de ti ni de su hija? 360
- ¿Y no tendrás piedad de una
madre a quien el pérfido pirata
- dejará con el primer
Aquilón, llevándose a su hija a alta mar?
- ¿Es que no fue así cómo
entró en Lacedemonia el pastor frigio
- y a Helena se llevó, la hija
de Leda, a la ciudad troyana?
- ¿Qué hay de tu sagrada
palabra? ¿Qué de tu antiguo cuidado por los tuyos
- y de tu diestra, que tantas
veces diste a tu pariente Turno?
- Si para yerno se busca a uno
de un pueblo que no sea latino
- y así está decidido y el
mandato te obliga de tu padre Fauno,
- pienso en verdad que toda la
tierra que está libre de tu cetro
- es extranjera, y que así lo
proclaman los dioses. 370
- Y de Turno, si hay que
buscar el origen primero de su casa,
- Ínaco yAcrisio son los
padres yMicenas la patria.»
- Cuando advirtiendo que ha
hablado en vano ve que Latino
- sigue en su contra, y hasta
el fondo de su corazón se desliza
- el veneno furioso de la
serpiente y por completo la gana, 375
- entonces la infeliz empujada
por terribles visiones
- enloquece fuera de sí sin
freno por la inmensa ciudad.
- Como el trompo gira
impulsado por la cuerda retorcida
- con el que los niños en gran
corro juegan por los patios vacíos
- y practican atentos su
juego: él va trazando círculos 380
- al golpe de la cuerda;
pasmados miran desde lo alto
- los grupos de niños ante el
boj volandero;
- las vueltas le dan fuerzas.
No en carrera más lenta
- se agita Amata por la ciudad
y entre la gente fiera.
- Luego, fingiéndose bajo el
numen de Baco por los bosques 385
- se entrega a un delito mayor
y en alas de una mayor locura
- vuela y esconde a su hija en
los montes frondosos,
- para arrancársela del tálamo
a los teucros y retrasar las teas,
- gritando «Evohé, Baco»,
«sólo tú digno de mi hija»
- vociferando, «que empuñe
para ti los blandos tirsos, 390
- que te rodee con su danza,
que para ti alimente su cabello sagrado».
- Vuela la noticia y a todas
las madres, el pecho encendido
- por la furia, empuja el
mismo ardor a buscar nuevos techos.
- Sus casas dejaron, entregan
al viento su pelo y su cuello;
- algunas llenan el aire de
trémulo ulular 395
- y vestidas con pieles portan
las lanzas de pámpanos.
- Ella en medio de todas
sostiene fervorosa el pino
- ardiente y canta las bodas
de su hija con Turno,
- torciendo una mirada de
sangre, y en tono siniestro
- exclama de pronto: «¡Madres
del Lacio, eh! ¡Escuchadme! 400
- Si alguna gracia para la
infortunada Amata queda
- en vuestros píos corazones y
os muerde el diente del derecho materno,
- desatad las cintas de
vuestro pelo, venid a la orgía conmigo.»
- Así lleva de un lado para
otro Alecto a la reina,
- por bosques y lugares sólo
de alimañas con el estímulo de Baco. 405
- Cuando entendió que había
aguzado bastante su furor primero
- y que había dado en tierra
con los planes y la casa de Latino,
- la diosa triste de las alas
foscas vuela de aquí en seguida
- a los muros del rútulo
audaz, ciudad que, dicen,
- Dánae fundara con colonos
acrisioneos 410
- impulsada por la fuerza del
Noto. Hay un lugar que Ardea
- llamaron un día los mayores,
y hoy Ardea sigue siendo su gran nombre,
- aunque pasó su suerte. Aquí
bajo altos techos Turno
- gozaba ya de un profundo
descanso en una noche negra.
- Alecto se quita su torva faz
y sus miembros 415
- furiosos y se transforma en
la figura de una anciana
- y ara de arrugas su obscena
frente y ciñe sus blancos
- cabellos con una cinta,
entrelaza luego un ramo de olivo;
- se convierte en Cálibe, la
anciana de Juno sacerdotisa de su templo,
- y a los ojos se presenta del
joven con estas palabras: 420
- «Turno, ¿vas a aguantar que
se gasten en vano tantas fatigas
- y que sea entregado tu cetro
a colonos dardanios?
- El rey te niega el
matrimonio y una dote ganada
- con sangre, y busca para su
reino un heredero de lejos.
- Venga, acude ya y ofrécete,
burlado, a enojosos peligros; 425
- ve y dispersa al ejército
tirreno, protege con la paz a los latinos.
- Que todo esto me ordenó
contarte a las claras, cuando yacieras
- en la plácida noche, la
propia Saturnia todopoderosa.
- Así que, ¡venga! Dispón
gozoso que se arme la juventud
- y que salga por las puertas
a los campos, y abrasa a los jefes 430
- frigios que se instalaron en
el hermoso río y sus pintadas naves.
- Una poderosa fuerza del
cielo lo ordena. El propio rey Latino,
- si no se aviene a consentir
la boda y obedecer esta orden,
- lo sienta y conozca por fin
a Turno con sus armas.»
- Se echó a reír en este punto
el joven de la vidente 435
- y así le replicó: «No escapó
a mis oídos la noticia, como piensas,
- de que han entrado barcos en
las aguas del Tiber;
- no me vengas con miedos tan
grandes. Ni se ha olvidado
- de nosotros Juno
soberana.
- Mas a ti, abuela, vencida
por el tiempo y ahíta de verdad 440
- la vejez te castiga con
vanas cuitas, y entre ejércitos
- de reyes se burla de tus
adivinanzas con un falso temor.
- Cuídate mejor de las
estatuas de los dioses y de sus templos;
- deja a los hombres la guerra
y la paz, que a ellos la guerra toca.»
- Con estas palabras se
encendió la cólera de Alecto. 445
- Y un súbito temblor se
apodera de los miembros del joven según habla,
- fijos se quedaron sus ojos:
con tantas hidras silva la Erinia,
- así de horrible descubre su
rostro; entonces torciendo su mirada
- de fuego rechazó al que
entre dudas trataba
- de seguir hablando e hizo
alzarse dos serpientes en su pelo, 450
- y chasqueó sus látigos y
esto añadió con boca de rabia:
- «Aquí me tienes, vencida por
el tiempo y de quien ahíta de verdad
- se burla la vejez con falso
temor entre ejércitos de reyes.
- Mírame bien: vengo de la
morada de las crueles hermanas,
- llevo en mi mano la guerra y
la muerte.» 455
- Dicho esto arrojó su
antorcha sobre el joven
- ybajo su pecho clavó teas
humeantes de negra luz.
- Y un intenso pavor le sacó
de su sueño y huesos y miembros
- baña el sudor manado de todo
su cuerpo.
- Enloquece pidiendo sus armas
y sus armas busca por la cama y la casa; 460
- le enfurece el ansia de
hierro y una locura criminal de guerra
- y luego la cólera: como
cuando la llama con gran ruido
- de leños se amontona a los
lados de un caldero que hierve
- y brincan los líquidos por
el calor, se agita la masa humeante
- de agua y asoma por arriba
una corriente de espuma, 465
- y no se contiene ya la ola,
vuela por los aires el negro vapor.
- Así que, violada la paz,
marca el camino a los jóvenes principales
- hacia el rey Latino y ordena
preparar las armas,
- defender Italia, expulsar
del territorio al enemigo;
- que ellos se bastaban para
ir contra los dos, teucros y latinos. 470
- Luego que así habló e invocó
en su favor a los dioses,
- compiten los rútulos en
lanzarse a las armas.
- A éste lo mueve la prez
egregia de su figura y de su juventud,
- a éste sus reales
antepasados, a éste la diestra de claras hazañas.
- Mientras Turno llena a los
rútulos de un espíritu audaz, 475
- Alecto se dirige a los
teucros con sus alas estigias,
- explorando el lugar con
nuevos trucos, en cuya playa andaba
- persiguiendo el hermoso Julo
a las fieras con carreras y trampas.
- La doncella del Cocito
infundió entonces a las perras
- una súbita rabia y toca sus
hocicos con olor conocido 480
- para que persigan con
vehemencia a un ciervo; ésta fue la causa
- primera de las fatigas y
encendió los ánimos agrestes al combate.
- Había un ciervo de hermosa
presencia y enorme cornamenta,
- al que los hijos de Tirro,
arrancado de las ubres maternas,
- alimentaban y su padre,
Tirro, a quien obedecen 485
- los ganados del reyy
encomendada está la guardia de los campos.
- Acostumbrado a sus órdenes,
Silvia la hermana con todo cuidado
- adornaba sus cuernos
cuajándolos de flexibles guirnaldas,
- y peinaba al animal y lo
bañaba en aguas cristalinas.
- Él, sumiso a la mano y
acostumbrado a la mesa de sus amos, 490
- vagaba por los bosques y de
nuevo al umbral conocido
- volvía por su voluntad,
aunque fuera ya noche cerrada.
- A éste lo sintieron vagando
a lo lejos las perras rabiosas
- de Julo cuando, de caza,
seguía por caso la corriente
- de un río y en la ribera
verdeante aliviaba su calor. 495
- Y hasta el mismo Ascanio
encendido por el ansia
- de gloria montó sus dardos
en el curvo arco,
- y no faltó el dios a la
diestra insegura y con gran ruido
- atravesó la flecha el
vientre y los ijares.
- Mas herido escapa el
cuadrúpedo hacia la casa conocida 500
- y gana gimiendo los establos
y con su queja llenaba
- todo el lugar, cubierto de
sangre y como suplicando.
- Silvia la primera, la
hermana, golpeándose los brazos con las palmas
- pide ayuda y convoca a los
duros habitantes de los campos.
- Éstos (pues la peste funesta
se esconde en los callados bosques) 505
- acuden presurosos, quien
armado de quemado tizón,
- quien con los nudos de
pesada estaca; lo que cada cual pilla
- la ira se lo vuelve armas.
Llama Tirro a sus hombres
- cuando andaba partiendo en
cuatro una encina
- con cuñas clavadas,
blandiendo su segur entre grandes jadeos. 510
- La diosa cruel, por su
parte, viendo desde su atalaya llegada la hora,
- se dirige a lo alto del
establo y desde el tejado
- lanza la señal de los
pastores y con curvo cuerno
- hace sonar su voz del
Tártaro, con la que al punto todo
- el bosque se estremeció y
resonaron las selvas profundas; 515
- la oyó a lo lejos de la
Trivia el lago, la oyó la corriente
- del Nar, blanco de aguas
sulfurosas, y las fuentes velinias,
- y estrecharon las madres
temblorosas contra el pecho a los hijos.
- Raudos entonces a la voz con
que la tuba cruel
- les dio la señal acuden los
indómitos campesinos tomando 520
- acá y allá sus flechas, y no
deja la juventud troyana
- a Ascanio sin su ayuda y
sale fuera de su campamento.
- Se enfrentaron las filas. Y
ya no de un agreste certamen
- se trata con duros troncos o
leños quemados,
- sino que combaten a hierro
de doble filo y un negro 525
- sembrado de espadas
enhiestas se eriza, y brillan los bronces
- heridos por el sol y
despiden su luz bajo el nublado:
- como empieza la ola a
clarear al primer soplo de viento,
- y se encrespa poco a poco el
mar y más alto las olas
- levanta para desde el abismo
profundo llegar hasta el éter. 530
- Aquí el joven Almón, el
mayor de los hijos de Tirro,
- cae en primera línea de
estridente flechazo;
- pues bajo la garganta se le
abre la herida y el camino
- de la húmeda voz y con
sangre tapona el hilo de vida.
- Muchos cuerpos de soldados
alrededor y el anciano Galeso, 535
- mientras acude mediador de
paz, el más justo que fue
- y un día el más rico de los
campos ausonios:
- cinco rebaños de ovejas le
balaban y otras cinco vacadas
- a su casa volvían y con cien
arados revolvía la tierra.
- Y mientras esto ocurre en
los campos con igualado Marte, 540
- la diosa, dueña de las
órdenes recibidas, cuando la guerra
- de sangre llenó y celebró
las primeras muertes del combate,
- abandonó Hesperia y cruzando
las auras del cielo
- llega ante Juno con
orgullosa voz de vencedora:
- «Ahí tienes, cumplida para
ti la discordia de una triste guerra. 545
- Diles ahora que afirmen su
amistad y hagan los pactos.
- Ahora que he empapado a los
teucros con sangre ausonia,
- esto otro a esto he de
añadir si tu voluntad me aseguras:
- en guerra pondré con mis
rumores a las ciudades vecinas
- y encenderé sus ánimos con
el ansia de un Marte insano, 550
- para que de todas partes
acudan en su ayuda; sembraré de armas los campos.»
- Repuso Juno entonces: «Hayya
bastantes terrores y engaño;
- ahí están ya las causas de
la guerra, de cerca se combate con las armas,
- una nueva sangre empapa las
armas que ofreció primero la suerte.
- Que tales bodas y tales
himeneos celebren 555
- la estirpe egregia de Venus
y el propio rey Latino.
- Y no querría el padre que
reina en la cima del Olimpo
- que andes dando vueltas
libremente por las auras del éter.
- Deja estos lugares. Si algo
queda aún del azar en las manos,
- yo misma lo conduciré.» Con
esta voz habló la hija de Saturno; 560
- la otra por su parte alzó
sus alas estridentes de culebras
- y volvió a su puesto del
Cocito dejando las alturas.
- Hay un lugar en el centro de
Italia al pie de altas cumbres,
- noble y nombrado por su fama
en muchas partes,
- los valles del Ansanto; un
negro flanco de bosques 565
- con denso follaje lo ciñe
por dos lados y un fragoso
- torrente resuena en las
rocas y el torcido remolino.
- Aquí una gruta horrenda y
los respiraderos del cruel Dite
- aparecen, y roto el
Aqueronte una enorme vorágine
- abre las fauces pestilentes
en las que se ocultó la Erinia, 570
- numen odioso, dejando
descansar al cielo y a las tierras.
- Y no deja entretanto la hija
de Saturno a la guerra
- de dar el postrer empujón.
Corre a la ciudad todo
- el número de los pastores
desde el frente y muertos llevan
- al joven Almón y de Galeso
el cuerpo ensangrentado, 575
- e imploran a los dioses y
reclaman el testimonio de Latino.
- Llega Turno y en medio del
fuego del asesinato
- redobla el terror: convocan
al reino a los teucros,
- se mezclan con la raza de
los frigios, a él lo arrojan de su puerta.
- Entonces aquellos cuyas
mujeres, golpeadas por Baco, en tíasos 580
- andan saltando por bosques
perdidos (grande es el nombre de Amata),
- acuden a juntarse de todas
partes y a Marte requieren.
- Al punto todos proclaman la
guerra infanda contra los presagios,
- contra el hado de los
dioses, bajo un numen maligno.
- Rodean disputando la mansión
del rey Latino; 585
- él se resiste como la roca
que el piélago mover no puede,
- como la roca que soporta su
mole ante el fragor intenso
- del piélago que se le echa
encima, rodeada por los ladridos
- de muchas olas; escollos y
peñascos espúmeos en vano tiemblan
- alrededor y a su costado se
derrama el alga machacada. 590
- Pero cuando se ve sin fuerza
alguna para vencer la ciega
- decisión, y marchan las
cosas según las órdenes crueles de Juno,
- poniendo por testigos a los
dioses y a las auras inanes el padre
- dice: «Nos quebrantan, ¡ay!,
los hados y la tormenta nos arrastra.
- Mas vosotros habréis de
pagar el castigo con sacrílega sangre, 595
- infelices. A ti, Turno, te
aguarda —¡horror!— un triste
- suplicio y con tardíos votos
suplicarás a los dioses.
- Pues a mí me llega la hora
del descanso y en la boca del puerto
- sólo de una muerte feliz se
me priva.» Y sin decir más
- se encerró en su casa y dejó
las riendas del gobierno. 600
- Esta costumbre había en el
Lacio de Hesperia que siempre las ciudades
- albanas guardaron por
sagrada, y hoy la mayor de todas,
- Roma, la guarda, cuando
citan a Marte al inicio del combate
- y la guerra lacrimosa
deciden llevar a los getas,
- los hircanos o los árabes, o
marchar sobre el Indo 605
- y seguir a la Aurora y
arrebatar los estandartes a los partos.
- Son dos las Puertas de la
Guerra (con este nombre las llaman),
- sagradas por el culto y el
terror del fiero Marte;
- cien tirantes de bronce las
cierran y postes eternos
- de hierro, y no falta a la
entrada Jano guardián. 610
- Cuando es definitiva la
decisión de combatir en los padres,
- el cónsul en persona, con la
trábea quirinal y el ceñidor
- gobierno revestido, abre sus
hojas chirriantes,
- en persona convoca a las
guerras; le sigue después la juventud entera
- y con ronco asenso soplan
sus cuernos de bronce. 615
- Por eso también así se
ordenaba a Latino según la costumbre
- la guerra declarar a los
Enéadas y abrir las tristes puertas.
- Se abstuvo el padre de su
contagio y rehuyó sin mirar
- el ingrato ministerio y se
escondió en ciegas sombras.
- Entonces la reina de los
dioses bajando del cielo con su mano 620
- empuja las tardas hojas y la
hija de Saturno
- rompe, girando el gozne, los
herrados postes de la Guerra.
- Se enciende Ausonia antes en
calma e inmóvil;
- unos se aprestan a marchar a
pie por los campos, otros altivos
- en altos caballos se excitan
cubiertos de polvo; todos buscan sus armas. 625
- Unos bruñen los escudos
pulidos y las flechas brillantes
- con pingüe grasa y afilan
con el pedernal las segures;
- les agrada portar las
enseñas y escuchar el sonido de las tubas.
- Y cinco grandes ciudades en
yunques ya preparados
- renuevan sus armas: Atina
poderosa y la orgullosa Tíbur, 630
- Ardea y Crustumeros con
Atenas, coronada de torres.
- Cavan seguras defensas para
la cabeza y doblan de sauce
- las varas de los escudos;
otros lorigas de bronce
- preparan o las grebas
brillantes de flexible plata;
- de aquí el culto de la reja
y de la hoz, de aquí toda ansia 635
- de arado se apartó; funden
de nuevo en los hornos las patrias espadas.
- Y suenan ya los clarines,
pasa la tésera la señal del combate.
- Éste saca nervioso el yelmo
de su casa, aquél tembloroso
- caballos aparea bajo el yugo
y el escudo y la malla
- de triple hilo de oro se
pone y se ciñe la leal espada. 640
- Abrid, diosas, ahora el
Helicón y lanzad vuestros cantos,
- qué reyes la guerra movió,
qué ejércitos y de qué bando
- llenaron los campos, de qué
guerreros florecía por entonces
- la tierra sustentadora de
Italia, de qué armas ardió.
- Pues bien lo sabéis, diosas,
y podéis decirlo, 645
- que a nosotros apenas nos
llega el soplo tenue de la fama.
- El primero en entrar en
guerra fue el áspero Mecencio
- de las costas tirrenas,
despreciador de los dioses, y en armar sus tropas
- A su lado Lauso, su hijo,
más gallardo que el cual
- no hubo otro si no contamos
al laurente Turno; 650
- Lauso, domador de caballos y
vencedor de fieras,
- manda a mil hombres que en
vano lo siguieron
- de la ciudad de Agila, digno
de órdenes más felices
- que las de su padre, y de un
padre que no fuera Mecencio.
- Tras ellos por la hierba
muestra su carro señalado 655
- de palma y sus caballos
victoriosos el hijo del hermoso Hércules,
- el hermoso Aventino, y lleva
en su escudo el emblema
- paterno, cien serpientes y
la hidra ceñida de culebras;
- en los bosques del monte
Aventino Rea la sacerdotisa
- lo parió a escondidas a la
luz de este mundo 660
- unida a un dios siendo
mujer, luego que el héroe de Tirinto
- tras vencer a Gerión llegó a
los campos laurentes
- y lavó las vacas hiberas en
el río tirreno.
- Lanzas llevan en la mano y
picas crueles para la guerra,
- y pelean con el romo puñal y
el asador sabino. 665
- Él mismo a pie, envuelto en
una piel enorme de león
- erizada de terribles cerdas,
de blancos dientes
- protegida la cabeza, así
entraba en el palacio real,
- hirsuto, revestidos los
hombros con el manto de Hércules.
- Salen entonces dos hermanos
gemelos por los muros de Tíbur, 670
- ciudad así llamada por el
nombre de su hermano Tiburto,
- Catilo y el fiero Coras, la
juventud de Argos,
- y llegan a primera línea
entre un bosque de dardos:
- como cuando de lo alto del
monte bajan dos Centauros
- que la nube engendró dejando
el Hómole en rápida carrera 675
- y el Otris nevado; les abre
paso en su marcha
- la selva inmensa y se
apartan con gran ruido las ramas.
- Y no faltó el fundador de la
ciudad de Preneste,
- de quien toda edad ha creído
que nació ya rey de Vulcano
- entre los agrestes ganados y
se le encontró delante del fuego, 680
- Céculo. Le acompaña agreste
y numerosa legión:
- los guerreros que habitan la
elevada Preneste y los de los campos
- de Juno Gabina y el helado
Anio y rociados de arroyos
- los peñascos hérnicos y
cuantos alimentas, rica Anagnia,
- y los tuyos, padre Amaseno.
No a todos ellos les suenan 685
- las armas, los escudos o los
carros; la parte mayor dispara
- bolas grises de plomo, otra
parte lleva dos flechas
- en la mano y tienen la
cabeza protegida
- con cascos rubios de piel de
lobo; dejan huellas desnudas
- con el pie izquierdo y cuero
crudo el otro les cubre. 690
- Y allá va Mesapo, domador de
caballos, prole de Neptuno,
- a quien nadie puede abatir
con hierro o con fuego;
- llama de pronto a las armas
a pueblos ha tiempo ociosos
- y a ejércitos sin costumbre
de guerras y empuña de nuevo la espada.
- Aquí están las tropas de
Fescenio y los ecuos faliscos, 695
- éstos habitan los alcázares
del Soracte y los campos flavinios
- y de Címino el lago, con su
monte, y los bosques capenos.
- Marchaban igualados en
número y cantando a su rey:
- como los cisnes de nieve
entre nubes transparentes
- cuando vuelven de comer y de
sus largos cuellos 700
- salen cantos melodiosos,
suena la corriente y devuelve el eco
- la laguna Asia.
- Y nadie pensaría que de
concurso tan grande
- una tropa de bronce se
forma, sino que de alta mar
- se precipita a la playa una
nube aérea de roncas aves. 705
- Y mira a Clauso al frente de
un gran ejército
- de la antigua sangre de los
sabinos y él mismo cual un ejército,
- de quien llega hasta hoy la
familia Claudia y la tribu
- por el Lacio, luego que Roma
fue dada en parte a los sabinos.
- A una la numerosa cohorte de
Amiterno y los antiguos Quirites, 710
- todo el grupo de Ereto y de
Mutusca olivarera;
- quienes habitan la ciudad de
Nomento y los Campos
- Róseos del Velino, los de
las escarpadas rocas de Tétrica
- y el monte Severo y Casperia
y Forulos y el río de Himela;
- los que beben del Tiber y el
Fábar, los que envió la fría 715
- Nursia y las tropas de
Hortano y los pueblos latinos,
- y a los que divide con sus
aguas el Alia de infausto nombre:
- numerosos como las olas que
ruedan en el mármol libico,
- cuando cruel Orión se oculta
entre las aguas en invierno,
- o como espigas que se doran
apretadas bajo el sol nuevo 720
- en las llanuras del Hermo o
en los rubios campos de Licia.
- Resuenan los escudos y la
tierra se espanta del batir de pies.
- También el agamenonio
Haleso, enemigo del nombre troyano,
- unce a su carro los caballos
y en ayuda de Turno suma mil
- pueblos feroces, los que
trabajan con el rastrillo los felices 725
- a Baco viñedos del Másico, y
los que los padres auruncos
- de los altos collados
enviaron, y, al lado, los llanos
- sicidinos, y los que dejan
Cales y los habitantes de la corriente
- vadosa del Volturno e
igualmente el áspero saticulano
- y el grupo de los oscos. Sus
dardos son redondeadas 730
- jabalinas y la costumbre
atarles un flexible látigo.
- La cetra les cubre la
izquierda, con falcatas combaten de cerca.
- Y no te irás de nuestro
poema sin ser señalado,
- Ébalo que, se dice, Telón te
engendró de la Ninfa
- Sebétide, cuando tenía el
reino en Capri de los teléboes, 735
- anciano ya; pero el hijo de
ninguna manera contento
- con los campos paternos, a
su poder ya entonces sometía
- a los pueblos sarrastes y la
llanura que el Sarno riega,
- ylos que pueblan Rufras y
Bátulo y los campos de Celemna,
- y los que contemplan las
murallas de Abela, rica en manzanas, 740
- hechos a lanzar al modo
teutónico sus cateyas;
- cubiertas sus cabezas con la
corteza arrancada al alcornoque,
- de bronce resplandecen sus
peltas, de bronce resplandecen sus espadas.
- Y te mandó a la guerra la
montañosa Nersas,
- Ufente, glorioso por la fama
de tus armas felices; 745
- su pueblo, una gente
espantosa sobre todas acostumbrada
- a cazar por los bosques, los
ecuos, y a la dura gleba.
- Armados trabajan la tierra y
les gusta reunir constantemente
- botines nuevos y vivir de la
rapiña.
- Faltar no podía el sacerdote
del pueblo de los marsos 750
- con el yelmo de la rama del
feliz olivo adornado,
- por orden del rey Arquipo,
el muy valiente Umbrón,
- quien con víboras e hidras
de pesado aliento
- solía infundir el sueño
entre cantos y gestos de su mano
- y apagaba los enojos y con
su arte curaba los mordiscos. 755
- Mas no le valió para curarse
del golpe de la danza
- dardánida ni le ayudaron con
su herida los cantos
- somníferos o las hierbas
cogidas en los montes marsos.
- El bosque de Angitia te
lloró y te lloró el Fucino
- de aguas cristalinas y los
lagos transparentes. 760
- Marchaba también a la guerra
el bellísimo hijo de Hipólito,
- Vibio, a quien insigne lo
envió Aricia, su madre,
- criado en los bosques de
Egeria entre húmedas
- riberas, donde la grasa
aplaca el altar de Diana.
- Pues dice la fama de
Hipólito que luego que por las mañas 765
- de su madrasta murió y pagó
el castigo paterno con su sangre
- descuartizado entre locos
caballos, a los astros de nuevo
- etéreos llegó y a los aires
superiores del cielo
- al conjuro de las hierbas
peonias y del amo r de Diana.
- Entonces el padre
omnipotente enojado porque de las sombras 770
- infernales algún mortal
volviera a la luz de la vida,
- él mismo al inventor de tal
arte y medicina,
- al hijo de Febo lo lanzó con
su rayo a las olas estigias.
- Pero la divina Trivia oculta
a Hipólito en secretos
- lugares y lo confía a la
ninfa Egeria y a su bosque, 775
- donde sin fama, solo, su
edad transcurriera en las selvas
- de Italia y donde Virbio
fuera con nombre cambiado.
- Por eso también del templo
de Trivia y sus bosques sagrados
- se aparta a los caballos de
córneas uñas, porque en la playa un día
- espantados por monstruos del
mar arrojaron al joven de su carro. 780
- Su hijo conducía caballos no
menos fogosos por el llano
- campo y en su carro marchaba
hacia el combate.
- El propio Turno de hermosa
presencia entre los primeros
- se mueve sosteniendo sus
armas y destacando por encima.
- Su alto yelmo de triple
penacho una Quimera soporta 785
- que resopla por sus fauces
fuegos del Etna;
- tanto más ésta se agita y se
enardece de tristes llamas
- cuanto más crudo se vuelve
el combate de la sangre vertida.
- El bruñido escudo lo con los
cuernos levantados
- en oro le adornaba, ya
cubierta de pelo, ya vaca 790
- —tema extraordinario—, y
Argo el custodio de la virgen
- y su padre !naco derramando
un torrente de la jarra labrada.
- Le sigue una nube de
infantes y ejércitos de escudos
- se forman por toda la
campiña, la juventud argiva
- y las tropas auruncas, los
rútulos y los antiguos sicanos 795
- y las filas sacranas y los
labicos de pintados escudos;
- los que aran, Tiberino, tu
valle y del Numico las sagradas
- riberas y los collados
rútulos trabajan con la reja
- y el monte circeo, cuyos
campos Júpiter preside
- Ánxuro y Feronia gozosa de
su bosque verdeante; 800
- por donde se extiende la
negra laguna de Sátura y entre valles
- profundos busca su salida al
mar y se oculta el gélido Ufente.
- A éstos se añadió Camila,
del pueblo de los volscos,
- con una columna de jinetes y
huestes florecientes de bronce,
- guerrera, no como la que
acostumbró su manos de mujer 805
- a la rueca y los cestillos
de Minerva, sino joven hecha a sufrir
- duros combates y a ganar con
el correr de sus pies a los vientos.
- Ella volaría sobre las
crestas de un sembrado
- sin tocarlas, ni rozaría en
su carrera las tiernas espigas,
- o en medio del mar
suspendida sobre las olas hinchadas 810
- se abriría camino sin que
las aguas tocasen sus plantas veloces.
- A ella la contempla la
juventud entera saliendo de casas
- y campos, y no la pierden de
vista al pasar las madres,
- con la boca abierta de
asombro ante el regio adorno de púrpura
- que cubre sus hombros suaves
o la fíbula de oro 815
- que trenza su cabello, de
cómo lleva ella misma su aljaba
- licia o el mirto pastoril
rematado en punta.