Capítulo XIII
Dubán había reunido a media docena de jinetes; todos iban bien armados. Fidelma, que se sintió aliviada al ver que el joven y arrogante Crítán no era uno de ellos, se dio cuenta de que ni Crón ni su madre, Cranat, habían venido a verlos partir del rath. En columna de a dos, con Fidelma y Eadulf cubriendo la retaguardia, salieron por las puertas del rath y avanzaron a un trote suave por la orilla sur del río hacia el extremo este del fértil valle de Araglin, con sus campos de cereales y sus manadas de ganado paciendo. Dubán no apresuraba el paso, aunque mantenía a la columna a un ritmo firme.
No habían avanzado más que unas millas cuando el camino llegó a una curva del río tan pronunciada que formaba una península rodeada de agua por tres lados. Era un pequeño refugio de tierra, también protegido por árboles. Las flores crecían abundantes, y elevándose sobre la tierra había una cabaña pintoresca construida con leños y tablones. Delante tenía un jardín. Allí, observándolos, había una mujer rubia y corpulenta.
Pasaron demasiado lejos para que Fidelma pudiera fijarse en sus rasgos. La mujer no hizo ningún esfuerzo por levantar la mano para saludarlos y continuó mirándolos mientras pasaban a caballo. Fidelma advirtió que un par de hombres intercambiaban unas miradas pícaras y uno de ellos incluso soltó una sonora carcajada.
Fidelma hizo que su caballo avanzara hasta el frente de la pequeña columna donde cabalgaba Dubán.
—¿Quién era? —le preguntó al guerrero.
—Nadie importante —respondió el guerrero bruscamente.
—Ese alguien poco importante parece suscitar cierto interés entre vuestros hombres.
Dubán estaba incómodo.
—Era Clídna, una mujer de la vida.
—Entiendo —dijo Fidelma, al tiempo que se quedaba pensativa.
La religiosa hizo que su caballo se saliera de la fila y esperó a que los otros guerreros pasaran. Cuando Eadulf la alcanzó, ella se situó a su lado y le explicó brevemente quién era la mujer. Él dejó ir un suspiro y sacudió la cabeza con tristeza.
—Tanto pecado en un lugar tan hermoso.
Fidelma no se molestó en responder.
En el extremo del gran valle, empezaron a ascender al abrigo de los bosques que los rodeaban; el sendero estaba bien delimitado y era bastante ancho para que pasara un carro. Subieron por la escarpada inclinación entre dos colinas, hasta llegar a un segundo valle más elevado. Al penetrar en éste, Fidelma señaló con el dedo sin decir una palabra y Eadulf siguió su mano tendida con la mirada. Una columna de humo se elevaba en algún lugar del otro lado de las colinas.
Dubán se giró en su silla, y al notar que Fidelma ya había visto el humo, le hizo señal de que se adelantara.
—Éste es el valle de la Marisma Negra. Allí donde se eleva ese humo es la granja de Archú. A vuestra izquierda, las tierras del valle pertenecen a Muadnat.
Fidelma distinguió los campos cultivados, los rebaños de ganado vacuno, las manadas de ciervos y las ricas pasturas. Era una propiedad que valía mucho más de siete cumals. La granja de Muadnat era sin duda rica. Ella calculó que debía valer cinco veces el valor de la tierra que se había visto obligado a devolver a Archú.
El camino avanzaba por los límites de la propiedad de Muadnat, ligeramente por encima, por un sendero trazado en la ladera de las colinas. A veces lo bordeaban árboles y matorrales, otras se abrían franjas de hierba que las manadas de ciervos u otros herbívoros habían recortado. Abajo, en el valle, no parecía haber señal de actividad en la granja de Muadnat.
—Imagino que Muadnat y sus peones ya se han dirigido a la granja de Archú —explicó Dubán, adivinando lo que pensaba Fidelma.
Ésta sonrió ligeramente, pero no hizo ningún comentario. Desde luego la columna de humo tenía que verse con facilidad desde la granja de Muadnat.
Dubán ordenó que se pusieran a medio galope.
La columna de caballos avanzó rápidamente por el sendero que serpenteaba ladera abajo, siguiendo las estribaciones de la colina.
Fidelma se dio cuenta de que la zona donde habitaba Archú casi constituía un valle separado del área ocupada por las tierras de Muadnat. Esta área parecía formar un ángulo de cuarenta y cinco grados respecto al valle principal de la Marisma Negra y, desde el sendero por el que avanzaban, buena parte de las tierras quedaban ocultas. Pronto la bajada al valle se hizo tan abrupta que tuvieron que aflojar la marcha.
—¿Conocéis bien esta zona, Dubán? —preguntó Fidelma.
—Bastante bien —respondió el guerrero.
—¿Es éste el único sendero para entrar y salir de este valle?
—Éste es el camino más fácil, pero los hombres, incluso con caballos, pueden encontrar un camino del otro lado de las colinas.
Fidelma alzó la vista hacia las cimas redondeadas.
—Sólo en caso de desesperación —observó.
Eadulf se inclinó.
—¿Qué pensáis? —le preguntó.
—Oh, simplemente que un grupo de hombres a caballo que se dirigiera hacia la granja de Archú tendría que atravesar o pasar junto a las tierras de Muadnat y ser visto.
Llegaron al fondo del valle lo más rápido que pudieron. El grupo principal de construcciones de la granja era fácilmente reconocible; una casa y un horno para secar los cereales justo detrás de ella. Había también un granero y una pocilga. Un poco más lejos se veían las ruinas humeantes de otro granero, carbonizado y ennegrecido, del que ascendía la espiral de humo. Había unas cuantas vacas en un corral y una de ellas mugía con fuerza.
Dubán se dirigió directamente a la casa.
—¡Alto! ¡Si valoráis vuestras vidas!
La voz era casi un grito agudo. Hizo que todos tiraran de sus riendas y se detuvieran bruscamente frente al edificio principal.
—Vamos armados —gritó la voz— y somos muchos. Regresad de donde venís o…
Fidelma se adelantó.
—¡Archú! —gritó al reconocer la voz del joven—. Soy yo, Fidelma. Hemos venido a ayudaros.
La puerta del edificio principal se abrió de golpe; apareció Archú y se los quedó mirando. Lo único que llevaba en la mano era una espada oxidada. Detrás de él, la joven Scoth oteaba por encima de su hombro.
—¡Sor Fidelma! —Archú la miró, y luego a Dubán y al resto de la compañía—. Creíamos que los asaltantes habían regresado.
Fidelma descendió de su montura y Dubán y Eadulf la siguieron. Los otros hombres se quedaron montados, observando con suspicacia los alrededores.
—Nos enteramos de que unos bandidos habían asaltado vuestra granja, un pastor trajo la noticia al rath.
Scoth se abrió paso hacia delante.
—Es Librén. Es cierto, hermana. Ni siquiera estábamos despiertos cuando atacaron. Sus gritos y los mugidos de nuestras vacas nos sorprendieron. Conseguimos encerrarnos a cal y canto aquí. Pero no nos asaltaron, se marcharon con algo de ganado y prendieron fuego a uno de los graneros. Apenas había luz y casi no pudimos ver lo que estaba sucediendo.
—¿Quiénes eran? —inquirió Fidelma—. ¿Los reconocisteis?
Archú sacudió la cabeza en señal de negación.
—Era demasiado oscuro. Se oían muchos gritos.
—¿Cuántos bandidos había?
—Me dio la impresión de que eran menos de una docena.
—¿Por qué abortaron el ataque?
Archú frunció el ceño mirando a Dubán sorprendido por aquella pregunta.
—¿Abortar?
—Veo que sólo hay un granero derribado —observó el guerrero—. Todavía tenéis algo de ganado en ese corral y oigo ovejas y cerdos. No estáis herido y vuestra casa está en pie. Obviamente los asaltantes decidieron detener su ataque.
El joven miraba asombrado al guerrero.
Fidelma lanzó una mirada apreciativa a Dubán por hacer una observación tan lógica.
Scoth se quedó con los labios apretados.
—Me preguntaba por qué no habían intentado entrar en la casa o prenderle fuego. Era como si lo único que quisieran fuera atemorizarnos.
—Quizá fue el pastor, Librén —sugirió Archú—. Cuando vio las llamas del granero desde la cima de la colina, hizo sonar su cuerno y bajó deprisa a ayudarnos.
—Un hombre valiente —murmuró Eadulf.
—Un tonto —corrigió Dubán.
—Igualmente valiente —insistió Eadulf con tozudez.
—Gracias a él sólo se llevaron dos vacas —informó Scoth.
—¿Dos vacas? ¿Y todo porque un pastor viene en vuestra ayuda? —preguntó Dubán con incredulidad.
—Es cierto —insistió Archú—. Cuando Librén hizo sonar su cuerno, juntaron el ganado y se marcharon.
—¿Eso es todo? ¿Dos vacas lecheras?
Archú asintió con la cabeza.
—¿Qué camino tomaron? —preguntó Eadulf.
Scoth señaló inmediatamente al fondo del valle, en dirección a las tierras de Muadnat.
—Librén dijo que desaparecieron por aquella dirección.
—Ése es el camino que atraviesa la ciénaga, la Marisma Negra. Sólo va a las tierras de Muadnat —explicó Dubán preocupado.
—Desde luego, no lleva a ningún otro sitio —le aseguró Archú.
—¿Dónde está ese pastor, Librén? —preguntó Fidelma.
Scoth se giró y señaló hacia la ladera sur.
—Librén se ocupa de sus rebaños, allí arriba. Vino y se quedó con nosotros hasta el amanecer, por si los bandidos regresaban. Después tomó uno de nuestros caballos, ya que Archú no me dejó a mí, y cabalgó hasta el rath para explicaros el asalto. Regresó hace escasamente media hora y nos dijo que estabais de camino.
—¿Por qué no esperó?
—Tenía sus rebaños abandonados desde esta mañana —informó Archú—. Ahora ya no hay necesidad de que se quede.
Fidelma iba mirando a su alrededor como buscando algo.
—Este Librén dijo que había muerto alguien. ¿Quién ha muerto y dónde está su cuerpo?
Dubán se dio un golpe en la frente y soltó un gruñido.
—Seré tonto. Me había olvidado —dijo dirigiéndose a Archú—. ¿A quién han matado?
Archú se mostró incómodo.
—El cuerpo está allí, junto al granero quemado. Yo no sé quién es. Nadie vio nada. Después cuando intentábamos apagar las llamas lo descubrimos.
—¿Matan a un hombre en vuestra granja durante un asalto y no sabéis nada? —Dubán seguía mostrándose incrédulo—. Venga, chico, si es uno de los asaltantes no tenéis nada que temer. Sólo actuabais en defensa propia.
Archú sacudió la cabeza en señal de negación.
—Pero, de verdad, no hemos matado a nadie. No tenemos armas. Nos escondimos durante el ataque y no vimos nada. A Librén también le sorprendió, y no reconoció a ese hombre.
—Examinemos ese cuerpo —apremió Fidelma, viendo que no iban a ganar nada hablando.
Uno de los hombres de Dubán ya había descubierto el cadáver. Señaló al suelo sin decir palabra, mientras ellos se acercaban.
El cuerpo era de alguien de unos treinta años. Un hombre feo con una cicatriz en la cara, nariz bulbosa y aplastada como por un golpe. Tenía los ojos castaños abiertos. Sus ropas estaban manchadas de sangre y cubiertas por un curioso polvo blanco. Tenía un corte en el cuello que casi le separaba la cabeza. A Fidelma le recordó la forma en que se degüellan las cabras u otros animales de granja. Una cosa era cierta: no había muerto en la escaramuza, lo habían matado de forma deliberada. Fidelma le miró las muñecas y vio marcas de ataduras de cuerda. El hombre había estado maniatado hasta hacía poco rato. Fidelma dirigió su mirada a Dubán arqueando las cejas.
—Yo no había visto nunca a este hombre en Araglin —contestó el guerrero interpretando correctamente la pregunta implícita de Fidelma—. Por lo que yo sé, no era de este valle.
Fidelma se frotó la barbilla pensativa.
—Esto es cada vez más confuso. Hay un ataque. Los bandidos matan a un cautivo extraño o a uno de los suyos. Se marchan tan sólo con dos vacas lecheras y no intentan llevarse nada más. ¿Por qué?
—Se puede explicar fácilmente si se trata de hombres de Muadnat —apuntó Scoth con resentimiento.
—¿Por qué creéis que este cuerpo es de un cautivo o uno de sus hombres? —preguntó Dubán examinando el cadáver.
—Parece una suposición probable —respondió Fidelma—. Hasta hace poco tenía las manos atadas atrás, lo que explica que lo degollaran sin que se defendiera, ya que no hay otras heridas. Parece obvio que fuera un cautivo de los bandidos o uno de ellos. Desde luego, no ha aparecido por arte de magia.
De repente, la muchacha se agachó y examinó los antebrazos y las manos del hombre frunciendo el ceño.
—¿Qué hay? —preguntó Eadulf.
—Este hombre estaba acostumbrado al trabajo duro. Mirad las callosidades en sus manos, mirad las cicatrices y la suciedad en sus uñas.
Acto seguido, observó de cerca la cara del hombre y se volvió hacia Eadulf.
—¿Os recuerda a alguien este hombre, Eadulf? ¿Alguien que hemos conocido últimamente?
Eadulf se acercó a mirar y sacudió la cabeza en señal de negación.
Fidelma levantó la mirada hacia Archú.
—¿Estoy en lo cierto si afirmo que no ha llovido desde ayer?
El joven se mostró asombrado pero asintió con la cabeza.
Fidelma volvió a examinar las ropas del cadáver con atención. Eadulf vio que Fidelma parecía interesada en la fina capa de polvo de piedra que había sobre la ropa del hombre. Luego se levantó.
—Sin duda Araglin se está convirtiendo en un lugar de muchos misterios —observó en voz baja—. Ahora creo que deberíamos dirigirnos a la granja de Muadnat.
—¿Creéis que Muadnat se encuentra detrás de esto? —preguntó Dubán frunciendo el ceño.
—Es lógico iniciar nuestra investigación por ahí —respondió Fidelma—, especialmente después de lo que ha sucedido.
—Supongo que estoy de acuerdo —añadió Dubán a regañadientes—. Si suponemos que fue un grupo de bandidos, resulta extraño que atacara la granja de Archú y la de Muadnat no. Ésta es más accesible y más rica en ganado que las tierras de Archú.
Dubán ordenó que uno de sus hombres se quedara allí para ayudar a Archú a enterrar el cuerpo. Los demás montaron en sus caballos y se encaminaron al trote hacia la granja de Muadnat.
Cuando empezaban a ponerse en marcha Eadulf llamó la atención de Fidelma y se quedó retrasado al final de la columna.
—¿Es bueno implicarse en esto? —dijo en voz baja para que sólo lo oyera ella.
—¿Bueno? —inquirió Fidelma mostrándose sorprendida—. Yo creía que ya estábamos implicados.
—Os han enviado aquí para investigar la muerte de Eber, no que os involucréis en una especie de enemistad entre Archú y su primo.
—Ciertamente —admitió Fidelma—, pero no puedo dejar de creer que hay muchos más misterios en Araglin de lo que parece. Fijaos en que Dubán y Crón ocultan su relación. Se afirmaba que Eber era respetado, pero en privado se admite que se le odiaba. ¿Dónde está la verdad? Y esa aversión de Muadnat hacia su joven primo… ¿es parte de algún odio de este valle o hay algo que lo conecta todo, es como una telaraña cuyos hilos se dirigen hacia un mal que está en el centro?
Eadulf contuvo un suspiro.
—Yo no soy más que un extraño en tierra extraña, Fidelma. También soy un hombre simple. No capto las sutilezas.
Eadulf se dio cuenta de que era una excusa fácil. Fidelma así lo entendió y no dijo nada más.
Dubán, cuando ya estaban en la parte principal del valle, los condujo por el sendero de la montaña atravesando campos cultivados en dirección a la granja de Muadnat. Casi inmediatamente, vieron a algunos peones que corrían hacia los edificios. Estaba claro que los habían divisado. De repente apareció una figura familiar; era el capataz y sobrino de Muadnat, Agdae. Estaba con los pies separados y las manos en las caderas y los observaba. Algunos de sus hombres se adelantaron portando armas.
—¿Es ésta manera de recibir a unos visitantes, Agdae? —gritó Dubán al llegar.
—Venís aquí con hombres armados —respondió Agdae imperturbable—. ¿Traéis buenas o malas intenciones? Es mejor asegurarse antes de que depongamos las armas y os recibamos como hermanos.
Dubán hizo detener su caballo ante Agdae.
—Deberíais conocer la respuesta a esa pregunta —respondió.
Agdae hizo un gesto a sus hombres para que bajaran las armas y se dispersaran.
Se volvió hacia Dubán con una sonrisa poco sincera.
—¿Qué buscáis aquí?
—¿Dónde está vuestro tío Muadnat? —preguntó Dubán.
—No tengo ni idea. Pero yo estoy al cargo de esto mientras mi tío no está. ¿Por qué lo buscáis?
—Han atacado la granja de Archú.
Agdae cambió la expresión.
—¿Se supone que he de sentir lástima por Archú, que le ha quitado esa tierra a Muadnat?
Fidelma estaba a punto de intervenir cuando Dubán levantó una mano para detenerla.
—¿Veis esa columna de humo detrás de aquella lejana colina? —preguntó el guerrero.
—Sí la veo —respondió Agdae.
—¿La veis y sin embargo no cabalgáis hasta allí para ayudar a Archú? Formamos una comunidad pequeña los que vivimos en estos valles de Araglin, Agdae. Un ataque a una de nuestras granjas es un ataque a todos nosotros. ¿Desde cuándo existe la política en Araglin de no acudir en ayuda de otros?
Agdae alzó los hombros y los dejó caer.
—¿Cómo iba yo a saber que el humo significaba que atacaban al chico?
—El propio humo tenía que habéroslo indicado —replicó Fidelma con rapidez.
Agdae se giró y se la quedó mirando.
—Desgraciadamente no sé leer entre líneas como vos, dálaigh, o ver las cosas que no son claramente evidentes. Para mí, el humo es sencillamente humo. Pudiera ser que Archú estuviera quemando los campos para eliminar las ahechaduras. Si hubiera echado a correr para averiguar lo que sucedía cada vez que he visto un fuego en una granja, me hubiera pasado la mitad de la vida corriendo. Además, si hubiera ido a la granja de Archú, como tiene amigos influyentes en círculos legales, podía verme obligado a pagar alguna compensación.
—Las lenguas afiladas son peligrosas —espetó Fidelma, dándose cuenta de que Agdae era sin duda sarcástico—. Pero al enteraros que ha habido un ataque, tal vez nos digáis dónde está Muadnat.
Agdae se quedó sonriendo sardónicamente a Fidelma, pero callado.
Dubán repitió la pregunta en tono más áspero.
—¿Qué puedo deciros? Muadnat no está aquí.
—¿Pero dónde está? —insistió Dubán—. ¿Adónde ha ido?
—Lo único que puedo deciros es que se fue de caza ayer y regresará cuando quiera.
—¿En qué dirección se fue? —insistió Dubán.
Agdae se encogió de hombros.
—¿Quién se atrevería a predecir en qué dirección vuela un halcón en busca de una presa?
—Bonitas palabras —dijo Fidelma de mal humor—. Esperemos que el halcón no se encuentre con una bandada de águilas.
Agdae parpadeó y se la quedó mirando, intentando entender el significado de sus palabras.
—Muadnat sabe cuidar de sí mismo —dijo el joven, a la defensiva.
—De eso no tengo la menor duda —le aseguró Fidelma—. ¿Todos los trabajadores están aquí?
—Que yo sepa, sí —respondió Agdae, mostrando un repentino interés por la pregunta—. ¿Qué queréis decir?
—Han matado a alguien en la granja de Archú y no hemos sido capaces de identificarlo. Lo mataron los asaltantes.
Dubán describió al muerto.
Agdae sacudió la cabeza en señal de negación.
—Todos nuestros hombres están aquí, excepto Muadnat. Es de suponer que no es él, porque si no no lo estaríais buscando.
—¿Y Muadnat está cazando en las colinas?
—Eso es lo que he dicho.
—Llamad a vuestros hombres ante mí, Agdae —exigió Dubán.
Agdae vaciló y después dio la orden.
Una docena de peones se reunieron nerviosos ante él. Su aspecto era penoso ya que la mayoría eran ancianos, nervudos y con fuerza para el arado y la hoz, pero no para la vida de un ladrón de ganado. Dubán miró a Fidelma y se encogió de hombros.
—Estos hombres no son bandidos —dijo el guerrero—. ¿Hemos de registrar la granja?
Fidelma negó con la cabeza.
—Más vale tomar el sendero que indicó Archú y seguir el camino de los bandidos —sugirió.
Dubán esbozó una sonrisa.
—La ruta que nos han indicado atraviesa una tierra pantanosa. De hecho, por eso la zona se llama la Marisma Negra. Aparte del sendero que llega hasta aquí, los otros caminos son peligrosos. No hay manera de tomar un camino por ese cenagal traicionero.
El hermano Eadulf se inclinó bruscamente hacia delante y se dirigió a Agdae.
—Tengo una pregunta para vos —dijo.
—Entonces hacedla, sajón —respondió Agdae complaciente.
Eadulf señaló en dirección a los campos.
—Detrás de vuestra granja hay un camino que al parecer asciende hacia las colinas del norte. Parece que va en dirección contraria al sendero que lleva de regreso al rath de Araglin. Yo creía que había un solo camino para entrar y salir de este valle.
—¿Y qué? —inquirió Agdae.
Fidelma había levantado la vista hacia el lugar que Eadulf había indicado y vio que tenía razón; allí había un sendero. No lo había visto antes. Era un camino que se dirigía hacia las colinas del norte por los prados altos.
—¿Hacia dónde se dirige ese camino? —preguntó Eadulf.
—A ningún sitio —replicó secamente Agdae.
Dubán cazó la idea enseguida.
—Nos han dicho que los bandidos cabalgaron en dirección a vuestra granja. Si no tomaron el sendero que va hacia la parte central del valle de Araglin, el único camino que pudieron tomar es ése. Así que ¿adónde va?
—A ningún lugar en particular —insistió Agdae—. No le he mentido al sajón.
—¿Qué? —preguntó Dubán con una risotada—. Todos los caminos llevan a algún lugar.
—Vos me conocéis, Dubán. Conozco todos los caminos y hondonadas de estos valles. Os digo que ése no lleva a ningún sitio. Se pierde del otro lado de las colinas.
—Aceptaré que dice la verdad —replicó Eadulf, al parecer satisfecho—. No importa. Si los bandidos tomaron ese camino alguien de esta granja los hubiera visto. ¿No es así, Agdae?
El hombre se mostró desconcertado por un momento y con un movimiento de cabeza lo admitió.
—Decís la verdad, sajón. Los hubiéramos visto.
Fidelma estaba como perpleja. Se preguntaba por qué Eadulf había hecho esa pregunta respecto al sendero, si no pensaba insistir en que los bandidos debían de haber escapado por allí y en que Dubán enviara a sus hombres a perseguirlos. Dedujo rápidamente que el motivo era otro.
Dubán, en cambio, no se dio cuenta.
—Enviaré a dos de mis hombres por el camino. Si encuentran cualquier señal de los bandidos iremos en su busca.
Agdae resopló molesto.
—No van a encontrar nada.
Dubán hizo señal a dos de sus hombres de que marcharan al trote en dirección al camino.
Agdae miraba con acritud a Fidelma.
—Parece que estáis determinada a hacer de mi tío Muadnat el retrato de un villano, dálaigh.
—Muadnat es capaz de pintarse el retrato solo —replicó Fidelma sin preocuparse.
—¡Dubán, se acerca un jinete! —gritó uno de sus hombres.
Todos se giraron hacia donde señalaba el hombre; sin duda se acercaba un jinete por el camino del rath de Araglin. No tardaron en reconocer la silueta del padre Gormán.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó el sacerdote al acercarse.
—Nos habéis asustado, padre —respondió Dubán—. Habéis surgido como de la nada. —Echó una mirada a las ropas del sacerdote—. Hace frío para ir sin capa de montar.
El padre Gormán se encogió de hombros.
—Hacía calor cuando salí esta mañana —dijo despectivamente—. ¿Pero qué sucede?
—¿No os habéis enterado de que han atacado la granja de Archú? Por eso nos alarma ver a un jinete por aquí.
El sacerdote de tez morena parecía incómodo.
—¿Un ataque? Es lamentable. Esos ladrones de ganado otra vez, supongo. —Hizo una pausa y se encogió de hombros—. De todas maneras yo me dirigía a la granja de Archú. Pero si todavía andan por aquí los malhechores tal vez debería ir acompañado.
—Oh —dijo Fidelma con ironía—, los bandidos hace rato que se han ido, pero seguro que vuestra fe os protege del mal. De todas maneras, estoy segura de que seréis bienvenido en la granja de Archú. Hay un muerto que necesita una bendición.
Los ojos del padre Gormán centellearon.
—¿Quién ha muerto? —preguntó.
—Parece que nadie lo conoce —confesó Dubán; iba a añadir algo más cuando sus dos hombres regresaron.
—Hemos examinado el camino. El suelo se hace muy rocoso a medida que asciende. Hemos recorrido una milla.
Dubán estaba decepcionado.
—No quiero perder el tiempo con búsquedas infructuosas —murmuró—. Si el sendero no lleva a ninguna parte es una pérdida de tiempo. Acepto lo que decís, Agdae, pero decidle a vuestro tío que yo, Dubán, quiero verlo cuando regrese. No creo que podamos hacer nada más aquí.
Miró a Fidelma, como buscando su aprobación, y ella inclinó la cabeza en señal de afirmación.
Dejaron al padre Gormán hablando con Agdae y partieron de regreso al rath de Araglin. Cuando ya se habían alejado de la granja de Muadnat, tomando el camino que salía del valle, Fidelma se volvió hacia Eadulf y en voz baja le preguntó qué lo había impulsado a hacer aquella pregunta, si iba a conformarse con la sencilla respuesta de Agdae.
—Yo quería ver su reacción, porque vi a alguien en el camino cuando cabalgábamos hacia la granja. Supongo que todo el mundo se fijaba en Agdae y sus hombres, pues parece que nadie más vio esa figura.
—Yo ni siquiera vi el sendero —admitió Fidelma—. Desde luego nadie ha dicho que vio una figura en las colinas.
—Bueno, yo vi a alguien cabalgando rápidamente por el camino y después desapareció entre los árboles que hay tras la granja.
—¿Quién era? ¿Muadnat?
Eadulf sacudió la cabeza.
—No. El jinete no era la figura de un hombre. Era la figura delgada de una mujer. Vi su forma claramente a la luz del sol cuando nos acercábamos a los edificios de la granja.
Fidelma alzó las cejas irritada. Siempre se desesperaba cuando Eadulf buscaba el efecto dramático demorándose en sus explicaciones.
—¿La reconocisteis? —preguntó con paciencia.
—Creo que era Crón.