PRÓLOGO

Imaginad: un asesino que en realidad no es más que un niño está tendido en el suelo, oculto entre los largos juncos de color verde y negro que crecen profusamente a la orilla de los ríos de la Vallombrosa. Lleva mucho tiempo esperando, pero es persona paciente, y tiene más interés en aquello por lo que espera que en su propia vida. A su lado tiene un arco de madera de tejo y flechas cuya punta es del acero que proviene de la región industrial del país. Son flechas capaces de penetrar hasta la mejor armadura, siempre y cuando no se halle muy lejos. Y no es que hoy vaya a tener ninguna necesidad de tal cosa, pues el joven no espera a ningún pillo merecedor de ser asesinado, sino tan sólo un ave acuática. La luz cobra fuerza. El cisne alza el vuelo a través del bosque lleno de grajos, que graznan su envidia ante la belleza del ave cuando ésta se posa en el agua con la sutileza con que lo hace en el lienzo la mano hermosa y firme de un pintor. El cisne nada con la elegancia que hace famosa a su especie, aunque no se ha visto nunca un movimiento tan grácil en aquella atmósfera calmada y vaporosa, ni en aquellas aguas grises como el granito.

Entonces la flecha, afilada como el odio, corta esa atmósfera que adorna el cisne con su belleza, y le pasa a un metro de distancia. El cisne escapa: la fuerza de sus membranas y la gracia de su movimiento hacen ascender el blanco plumaje de regreso al aire, desde donde se aleja hacia un rincón más seguro. Entonces el joven se pone en pie y observa cómo huye el cisne.

—¡Os alcanzaré la próxima vez, puerca traidora! —grita arrojando al suelo el arco, que es el único de todos los instrumentos de muerte (cuchillo, espada, codo, dientes…) que nunca ha aprendido a manejar, y sin embargo es el único que podría darle esperanzas de restitución a su corazón partido.

Pero no todavía. Pues aunque esto sea un sueño, ni siquiera en sueños es capaz de acertarle a la puerta de un granero a una distancia de veinte metros. Se despierta y se pasa media hora rumiando su malestar. La vida real muestra respeto a la sensibilidad de los desesperados; pero los malos sueños pueden hacerle burla con total impunidad hasta al más temible de los hombres. Y eso es Thomas Cale. A continuación vuelve a dormirse para soñar nuevamente con las hojas de otoño que esparcen los arroyos en Vallombrosa, y con el batir de grandes alas blancas en el aire.