Lo que peor llevo es que siempre me he ganado la vida yo solita desde que era muy joven y ahora, cuando estoy haciendo el trabajo más importante y duro de mi vida, algunos creen que vivimos del cuento. Aquí cuentos, pocos. Y de hadas, menos. El presupuesto de la Casa Real es el necesario para que se cumplan las obligaciones de una monarquía como sistema de gobierno y de una jefatura de Estado. Lo que se dedica por lo menos a Felipe y a mí es bastante normal. Me da un poco de pudor comentar estas cosas. Sí, sé cómo está el país; sé las estrecheces que en este momento atraviesan millones de españoles, pero si pudiera hablarles les diría que nosotros no derrochamos y estamos muy sensibilizados con esta difícil situación.

Ignoro si las medidas adoptadas son las más acertadas. Lo que es innegable es que son extremadamente duras. Cada día un recorte nuevo, un dato descorazonador, una traba nueva para llegar a fin de mes; o peor: para llegar al final del día. Ahí, lo reconozco: mejor ser princesa que presidente del Gobierno. No tiene que ser plato de gusto tomar determinadas decisiones.

Hace poco leí que alguien recordaba a Keynes cuando, en la crisis de los ao dd creeobiños treinta y ante la pregunta de si confiaba en la vuelta de los mercados a la normalidad, él respondió: «Lo que es seguro es que todos con el tiempo estaremos muertos.»

En medio de este fragor de la batalla política y económica, me conmueven algunas reacciones, algunos magníficos ejemplos, como esos médicos que han dicho «no»: ellos seguirán atendiendo a los que no tengan seguro sanitario por falta de trabajo. Ésa, en mi opinión, es la verdadera objeción de conciencia.

Me duele mi país y hoy me siento más española que nunca. Más incluso que cuando juega y gana la Selección. Es maravilloso ver las hazañas de La Roja, disfruto con cada uno de sus éxitos y no me canso de darles ánimos. Pero el orgullo español lo siento todos los días. Aunque no lleve una pulserita con los colores de la bandera, como mi cuñada Elena, yo tengo ese sentimiento muy arraigado. Y trato de extenderlo por todos los lugares que visitamos dentro y fuera de España. ¿Qué es la patria, sino una forma de ser solidario? Un buen patriota no es el que enarbola más estandartes ni entona más himnos. Yo creo que un buen patriota es, ante todo, un buen ciudadano; es el que no hace daño, el que se preocupa por los demás, el que paga sus impuestos, el que no roba, el que no saca el dinero fuera de nuestras fronteras, el que no huye, el que no miente, el que, en fin, sólo conoce un camino: la honestidad.

No hay que tener miedo a reconocerse como español. Los prejuicios que pudieran existir en el pasado, cuando éste era el país de las dos Españas, han quedado obsoletos y sin sentido. Ah, y español no sólo es el que nace aquí. Español es también el que llega con la ilusión y la necesidad de emprender una nueva vida en un lugar que, hasta entonces, le resultaba ajeno y extraño. Españoles son esos millones de inmigrantes que arriesgan todo lo que tienen, que se juegan el pellejo en una patera por alcanzar nuestras costas para buscar una oportunidad que el destino les había negado. Nosotros estamos en crisis, pero ellos están en la miseria.

Qué mala memoria tenemos cuando nos salen esos ramalazos xenófobos. Qué pronto hemos olvidado a los españoles que no hace tantos años tuvieron que emigrar a las fábricas de Alemania, a esas mujeres que se partieron el espinazo limpiando casas en Suiza o a los que atendieron de sol a sol los ranchos de Argentina. Por no hablar de los exiliados, aquel éxodo de miles de personas que tuvieron que partir con la llegada del franquismo. Durante mi estancia en México me emocionó comprobar el reconocimiento y el respeto que se tenía por el recuerdo de aquellos veinticinco mil antepasados nuestros que tan bien acogió en su día el presidente Lázaro Cárdenas.

No cuestionemos al que viene. Y no lo hagamos, desde luego, en función de su economía. Me molesta esa terrible división por la cual los marroquíes que vienen en cayuco son «moros» y a los jeques que llegan a Marbella en sus grandes yates los llamamos «árabes». Si nos ponemos en ese plan y echamos mano de la titulitis, mi familia real sin ir más lejos tiene mucho que callar: los duques de Palma no nacieron en Palma, la duquesa de Lugo no nació en Lugo, la reina de España no nació en España y el rey, tampoco. Mi marido no nació en Asturias. Yo sí. La verdad es que parece que estaba predestinada a ser la princesa de Asturias.

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Princesa Letizia: Una historia ficticia basada en hechos reales
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