15.- Dos días después
15
DOS DÍAS DESPUÉS
La habitación del hospital era francamente pequeña. Mike Dunning seguía estando grave. Los accesos de náuseas siempre iban acompañados de vividos terrores, y el muchacho apenas se daba cuenta de que no eran reales. Lo asaltaban con tanta frecuencia que, cuando estaba calmado, titubeaba y sonreía de forma enigmática, como si estuviera borracho.
El sargento Dice, que montaba guardia en el umbral, y Luke y Campion, que estaban sentados a uno y otro lado de la blanca cama de hierro, eran poco más que sombras en la penumbra. Pero la joven y saludable enfermera, de aspecto campesino, seguía siendo reconocible al pie del lecho. Su cofia blanca resultaba reconfortante y, a veces, cuando se olvidaba, Mike volvía a contarle su historia.
—Clitia —repitió—. Tengo que pensar en Clitia. Ella no sabe nada, nada en absoluto. La han educado así. Usted no puede entenderlo. —Fue a negar con la cabeza, pero el dolor lo detuvo a tiempo—. No es más que una niña. Es tan dulce… Pero cuando la conocí no sabía nada de la vida. Me daba un poco de miedo. No sabía manejarse en el mundo real. ¿Por qué le han dicho que se vaya?
—Volverá —afirmó la enfermera—. Explíqueles a estos caballeros cómo le hicieron esa herida.
—Tienen que comprenderme, amigos. —Sus ojos oscuros, rodeados de espesas pestañas rubias, reflejaban una gran ansiedad—. Ustedes no conocen a esos Palinode. Volverán a someterla, y se asegurarán de que esté calladita hasta que se vuelva como ellos. Esa es la razón por la que decidí hacerme cargo de ella. Tenía que hacerlo. —Se movió un poco, y una pequeña sonrisa de disculpa, algo tonta, apareció en su carnosa boca de niño—. Soy responsable de ella —dijo, abriendo mucho los ojos—. No tiene a nadie más en el mundo.
—¿Quién le pegó? —repitió Charlie Luke por quinta vez.
Mike se lo pensó.
—No lo sé —respondió—. Puede parecerles raro, pero no tengo la menor idea.
—Tras marcharse de casa de su casera, decidió dormir donde guardaba la motocicleta —le recordó Campion con voz pausada.
—Eso es. —El muchacho parecía sorprendido—. Aquella vieja loca me echó a la calle. Yo estaba muy pero que muy enfadado. Eran más de las doce. —Guardó silencio un momento—. Creo que fui andando —añadió.
—¿Desde la casa? —murmuró Luke, sumido en la penumbra—. ¿Cuánto tiempo le llevó la caminata?
—No lo sé. Un par de horas… No, no tanto. Recuerdo que estaba mirándolos cuando oí que daban las dos.
—¿Mirando a quién? —Luke lo preguntó de una forma demasiado precipitada y enérgica.
El paciente cerró los ojos.
—No me acuerdo —dijo—. ¿Y Clitia? ¿Dónde está?
—En la tercera silla a la izquierda, en el pasillo, nada más salir por la puerta —respondió Campion al instante—. Clitia se encuentra bien. ¿Estaba lloviendo mientras los miraba?
Sus ojos, medio cubiertos por las espesas pestañas, se tornaron pensativos.
—No. Ya había parado de llover. Pero estaba oscuro, claro. Quería llegar cuanto antes donde estaba la moto, porque la puerta no tenía candado, cosa que me preocupaba. Bueno, y tampoco tenía otro lugar adonde ir. No podía pagármelo.
Se detuvo. Esta vez sus interlocutores no dijeron nada, de forma que continuó.
—Cuando llegué a Apron Street me dirigí hacia el callejón. Había luz suficiente para ver el camino, pero andaba a paso tranquilo porque no quería verme obligado a darle explicaciones a ningún maldito agente de policía. —Pestañeó—. Estaba justo delante de la funeraria cuando la puerta se abrió y salieron los dos, el viejo Bowels y su hijo, el que me había alquilado el cobertizo. Eran las últimas personas a las que quería ver en aquel momento, así que me aparté a un lado. Me puse junto al escaparate de la propia funeraria, que sobresale un par de palmos de la fachada. Creía que me verían por muy oscuro que estuviera, y contuve el aliento. Pero ellos iban a lo suyo, estaban ocupados en cerrar bien la puerta. Finalmente se alejaron y cruzaron la calle. Los veía bien porque las farolas iluminaban la sábana que el viejo Bowels llevaba en el brazo.
—¿La qué? —Charlie Luke saltó al instante.
—La sábana —repitió el paciente—. Estoy seguro de que era una sábana. No hay nada con lo que se pueda confundir, salvo un mantel, quizá. La llevaba perfectamente doblada bajo el brazo.
Lo cierto es que me dio repelús. Se acercaron a la farmacia, y creo que llamaron al timbre, pues oí que se abría una ventana; alguien dijo algo, aunque no lo oí bien. Al cabo de un rato dejé de ver la mancha blanca de la sábana, por lo que supuse que se habían ido.
—¿Está seguro de que fueron a la farmacia?
—Sí. Me conozco muy bien Apron Street, incluso cuando es de noche.
Campion intervino al momento y evitó que el inspector de división hiciese algún comentario inoportuno.
—Fue entonces cuando oyó que el reloj daba las dos, ¿no es así? —preguntó; su propia conversación con los enterradores, desde la ventana de Renee, debía de haber tenido lugar algo después de las tres.
Mike Dunning titubeó. Estaba empezando a recordar mejor lo sucedido, no sin cierta sorpresa.
—No —contestó finalmente—. No. El reloj dio las dos cuando estaba mirando a Lawrence y al capitán.
—¿También estaban allí?
—No, no estaban en la farmacia. Una vez que los dos cuervos se fueron, crucé la calle y me acerqué a la casa de los Palinode.
—¿Por qué? —quisó saber Charlie Luke.
—Porque quería verla. —Lo dijo con naturalidad, como si la razón fuera evidente—. No había luz en la ventana de Clitia (su cuarto da a la calle), y no creo que me hubiera atrevido a lanzarle una piedrecita, incluso si hubiera tenido una a mano. Tan solo quería asegurarme de que estaba durmiendo. Ya iba a girarme cuando vi que Lawrence Palinode (su tío, el peor de todos los hermanos) salía sigilosamente por la puerta de la casa. —Sonrió de forma traviesa—. Lo primero que pensé fue que me había visto, que de alguna forma podía ver en la oscuridad, con ojos de rayos X quizá. Pero enseguida me di cuenta de que no era el caso.
En esa esquina hay una sola farola que se mantiene encendida durante toda la noche, y en aquel momento su luz caía sobre él. Le oí avanzar sin hacer ruido entre los arbustos, hasta que llegó a ese muro del jardín, el que está hecho polvo. Yo no me encontraba muy lejos de él, pero la oscuridad me protegía de su vista. Atisbé la mitad de su rostro cuando asomó la cabeza por entre los laureles.
—¿Dónde estaba el capitán? ¿Con él?
—No. Estaba en Barrow Avenue, en la esquina de la calle, junto a la oficina de correos. Lawrence lo estaba observando, y yo estaba observando a Lawrence. La situación era de lo más absurda, pero no me atreví a moverme de donde estaba. No entendía qué hacían todas aquellas personas yendo de aquí para allá en mitad de la noche. Fue entonces cuando oí que el reloj de la iglesia de Barrow Road daba las dos.
—¿Cómo podía ver usted al capitán Seton desde tan lejos?
—Bueno, yo no lo veía —explicó Mike Dunning con tranquilidad—. No lo vi durante un buen rato. El viejo Lawrence estaba mirando algo que estaba por allí, y yo lo miraba a él. Entonces vi que alguien salía de una puerta, pasaba junto al buzón y echaba una ojeada a la avenida, en dirección a Barrow Road. Tan solo estuvo un minuto allí, después volvió por donde había venido. Pero luego volvió a hacer lo mismo, y algo en su silueta…, el sombrero, creo, me resultó familiar.
—¿Y había luz suficiente para ver todo esto bien? —El inspector de división parecía estar fascinado.
—Sí, era como el negativo de una película. Las sombras eran negras, y todo lo demás de un color gris claro. Vi al viejo capitán varias veces, cada vez que salía del umbral para asomarse a la carretera, y cada vez estaba más seguro de que efectivamente era él. El capitán es buena gente; Clitia se lleva muy bien con él. Y fue entonces cuando apareció la mujer.
A Campion le pareció ver el blanco de los ojos de Charlie Luke. Pero el inspector de división se las arregló para guardar silencio.
—Venía andando por la calzada —prosiguió el joven—, y, claro, no llegué a verle la cara, pero por su forma de andar me pareció que tenía sus años. También pude apreciar que estaba bastante gorda, por muchas ropas que pudiera llevar encima en aquel momento. El capitán salió del umbral y se puso a hablar con ella como si la conociera. Estuvieron conversando unos diez minutos. Me pareció que discutían. El capitán no hacía más que gesticular. Y Lawrence estaba viéndolo todo desde el muro del jardín. Ese cuello flaco que tiene parecía más bien el tallo de una planta. Estaba tratando de escuchar lo que decían. Finalmente, la mujer se giró y echó a andar en nuestra dirección. Cruzó al otro lado de Apron Street y torció por el callejón. El capitán volvió a entrar, y Lawrence hizo otro tanto. Lo recuerdo bien porque me vi obligado a seguir escondido hasta que se metió en la casa otra vez.
Charlie Luke se rascó la cabeza.
—Por lo que cuenta, parece que el capitán estaba esperando a esa mujer. Es una pena que no la viera bien. ¿Está seguro de que torció por el callejón?
—Segurísimo. La estuve observando hasta que desapareció de mi vista.
—¿Está seguro de que los Bowels no llegaron a entrar en el callejón?
—Sí. ¿Cómo habrían podido? La farmacia no tiene puerta trasera, y yo me encontraba a diez metros del escaparate.
—¿Y qué pasó luego?
Mike se echó hacia delante en la cama, y la enfermera pareció tentada de poner fin a la conversación. Sin embargo, el joven respondió enseguida:
—Me fui al callejón y encontré la moto en su sitio. De eso me acuerdo bien. Vi que salía luz por debajo de la puerta trasera de los Bowels, y recordé que el hijo me había dicho que un familiar había venido a quedarse unos días. Entré en el cobertizo, pues tenía miedo de que alguien me viera. La moto estaba donde tenía que estar. Cerré la puerta y encendí una cerilla, ya que no llevaba linterna.
—¿Se fijó en si había alguien dentro?
—No, allí abajo no había nadie. Me pareció oír a alguien en la buhardilla, y creo recordar que le dije algo, aunque no estoy muy seguro. Pero los ruidos no volvieron a repetirse y pensé que habría sido algún caballo de la cochera del vecino. En el cobertizo no había ningún lugar para sentarse, y el suelo estaba húmedo, así que decidí subir a la buhardilla a descansar. Estaba cansadísimo, y lo único en lo que podía pensar en aquel momento era en que solo me quedaba una libra esterlina hasta que me pagaran el sueldo. —Su frente se frunció bajo el vendaje—. Pero ese es otro problema —dijo, esbozando una amplia e inesperada sonrisa—. Luego hablaremos del asunto. Bueno, la cosa es que prendí una cerilla para iluminarme, la mantuve a la altura de la cintura para que no se apagase y empecé a subir por la escalera. Y ya no me acuerdo de nada más. Supongo que fue entonces cuando me dieron el porrazo. ¿Tienen idea de quién fue?
—La amiguita del capitán no, desde luego —dijo Campion sin venir a cuento.
Los investigadores se levantaron, y Mike Dunning tendió el brazo en su dirección.
—Díganle a Clitia que entre, amigos —musitó—. Tengo que hablar con ella. Puede que se meta en algún lío si no estoy a su lado.
—La cosa se pone seria, según parece —le dijo Campion al inspector de división mientras bajaban por las escaleras del hospital tras haber avisado a la muchacha.
—¡Pobres críos! —soltó Charlie Luke de repente—. No tienen a nadie en el mundo, así que se cuidan el uno al otro. —Se detuvo—. Como un par de borrachos —dijo—. En fin, no parece que haya sido ninguno de los conocidos de Lugg.
—No, parece que no. —Campion estaba perplejo—. Creo que me gustaría tener una charla con Jas.
—Todo suyo. Yo tengo que ir a ver a sir Doberman. Me ha enviado un mensaje justo antes de que viniéramos al hospital. La verdad es que no sé qué querrá.
Habían llegado a las puertas del recinto. Luke se quedó inmóvil durante un momento, con expresión preocupada.
—Señor, ¿tiene idea de adónde nos está conduciendo este maldito caso? —preguntó—. La cosa es que andamos muy cortos de personal, y sé que los Palinode son gente muy particular, pero ¿entiende usted algo? Igual es que estoy perdiendo facultades.
Campion, quien a pesar de su alta estatura parecía más esmirriado que el policía, se quitó las gafas y le dirigió una mirada tranquila.
—Nos estamos acercando, Charles —afirmó—. La solución está más próxima de lo que parece. Lo principal es que no olvidemos que en esta madeja hay dos hilos de distinto color, dos hilos que conviene seguir. La cuestión consiste en averiguar si sus extremos están unidos. Yo tengo la impresión de que sí, pero no estoy seguro. ¿Qué piensa usted?
—Yo ni siquiera sé si pienso ya —dijo Charlie Luke.