“El Beso”

 

Kathleen E. Woodiwiss

 

 

 

 

 

 

 

La sombrerera resplandeció de entusiasmo cuando entregó al hombre alto, de cabello oscuro, una enorme caja de sombreros adornada con una cinta.

-Espero que a la señorita Heather le agrade el nuevo sombrero señor Jeffrey. Estoy convencida de que es una de mis mejores creaciones.

-Sin duda, esta vez se ha superado a sí misma, señora Brewster -admitió Jeff Birmingham- Casi no puedo imaginarme a mi cuñada menos que radiante con cualquiera de las ropas que le regalo, pero usted siempre crea algo excepcional para que yo se lo lleve el día de su cumpleaños. Estoy en deuda con usted.

-Soy yo quien está en deuda con usted, señor Jeffrey, por lo que tanto usted como su encantadora familia han hecho por mí. Mis sombreros le quedan tan exquisitos a la señorita Heather que, cada vez que se la ve en público con uno de ellos, mi negocio desborda de mujeres que quieren que les haga uno tan favorecedor como ese. ¡Pero si desde que usted compra aquí sus regalos para la señorita Heather mis sombreros se venden más rápido que los pasteles de la señora Thompson!

Jeff rió con una risa contagiosa.

-Me alegra saber que la he beneficiado en algo, señora Brewster aunque no tengo ninguna duda de que el motivo verdadero de su éxito reside en su talento. Yo no estaría hoy aquí si no me hubiesen tentado los sombreros que vi en el escaparate hace tanto tiempo.

Thelma Brewster recordó ese día, dos años atrás, cuando ese hombre había entrado en su tienda, el más apuesto que hubiese existido jamás En aquel momento, estaba en una búsqueda parecida a la actual y después de examinar minuciosamente las existencias, le había descrito con exactitud la clase de sombrero que buscaba, una pieza de intrincados adornos que había visto en una ilustración de la moda de París. Y, si bien le advirtiera que sería muy caro, mucho más de lo que a ella le parecía realista para la región, de todos modos le encargó el sombrero. A partir de entonces, Thelma se atrevió a realizar diseños más extravagantes, de resultas de lo cual su negocio declinante comenzó a florecer. Aunque el hombre rechazaba todo crédito en el éxito de la sombrerera, ella estaba convencida de que lo tenía, pues sabía que jamás se habría arriesgado a concretar los cambio si este cliente no le hubiese presentado el desafío.

Desde aquel momento, supo del gusto exquisito de Jeff Birmingham y cuánto quería a su familia. Tuvo la perspicacia de comprender que un hombre capaz de consentir de ese modo a su cuñada sería, sin duda, sería afectuoso con una esposa. Eso, siempre que el apuesto pícaro se fijara alguna vez en una joven con la que quisiera casarse. Sin duda, la sombrerería recibiría un gran espaldarazo si la futura esposa de Jeffrey Birmingham resultaba ser tan caprichosa como la amante actual de Harthaven, cosa que resultaba bastante improbable.

La señora Brewster se apresuró a acompañar a Jeff hasta la puerta.

-¿Sabe una cosa, señor Jeffrey?, a veces creo que la señorita Heather siendo tan bella, le hace a usted las cosas más difíciles.

Jeff se detuvo a escasos pasos de la puerta, giró y levantó una ceja expresando duda, algo confundido por la afirmación.

-Disculpe, señora Brewster, pero creo que no la entiendo.

La mujer alzó los hombros regordetes, en gesto de inocencia.

-Usted es el soltero más apuesto que queda por aquí. -Se detuvo de agregar: "Y el más rico"-. Tiene que haber advertido la excitación que provoca, dejando a todos en suspenso. La gente bulle de conjeturas, tratando de adivinar cuál de nuestras bellas jóvenes elegirá, al fin, como novia. Yo, por mi parte, opino que le resultará arduo hallar a una tan rara y bella como la señorita Heather. Cuando ella y el señor Brandon vienen a la ciudad, y ahora que ella está encinta de su hijo, son algo digno de verse. De modo que usted ya no puede ponerse a la par de su hermano, aunque encontrara una esposa que pueda comparársele.

Jeff sonrió, aliviado, y se alegró de que la mujer no imaginara que él codiciaba a la mujer de su hermano. Hubo comentarios lo bastante groseros para insinuar semejante cosa, y a Jeff nunca dejaba de abrumarle la insinuación de que su amor por Heather traspasaba los límites de un hondo cariño fraternal.

-No tengo prisa, señora Brewster, y créame que no trato de superar a mi hermano. De hecho -bajó el tono como si fuese a confiarle un secreto bien guardado, provocando la expectativa de la mujer-, últimamente he estado demasiado ocupado para pensar en asentarme y buscar esposa, y mucho menos para pensar en formar una familia.

 

A la señora Brewster le horrorizó la posibilidad de que un hombre quedara soltero.

-Oh, señor Jeffrey, ahora que ha terminado de reformar Plantación Oakley no puede dejarla sin señora -protestó-. Dentro de un tiempo, las ferreterías y los aserraderos se le harán muy aburridos si no tiene algo mejor que lo espere al volver al hogar, a esa enorme y vieja casa vacía.

-Tendré en cuenta su consejo, señora Brewster -dijo Jeff, sonriendo mientras se encasquetaba el alto sombrero de castor sobre su cabello negro y bien cortado. Llevándose la gran caja, abrió la puerta de la sombrerería y, deteniéndose en el umbral, le hizo un guiño a la mujer-. Pero me temo que he llegado a aceptar mi papel de soltero.

 

 

-¡Oh, tonterías! -La señora Brewster hizo un ademán, rechazando la afirmación-. Eso lo creeré cuando lo vea bajar a la tumba y no haya ninguna viuda llorando su muerte, joven diablo apuesto. Y ahora le deseo los buenos días, antes de que yo misma, que soy viuda, pose mis ojos en usted.

Levantando el sombrero con ademán airoso, Jeff le dirigió una sonrisa maliciosa, diciendo, mientras salía a la acera:

-Y qué esposa tan tentadora sería... ¡Uff...!

Las últimas palabras las exhaló de golpe, cuando una figura esbelta, envuelta en harapos, chocó contra él haciéndolo retroceder sobre los talones y casi caerse, y haciendo volar por los aires el sombrero y la sombrerera. Un chillido asustado, indudablemente femenino, lo hizo maldecir, sobresaltado, mientras trataba de recuperar el equilibrio y, al mismo tiempo, ayudar a la muchacha que se balanceaba, caminando insegura. Se enderezó en toda su altura, la aferró de la cintura breve y la ayudó a recuperar el equilibrio, mientras pensaba en una disculpa discreta. Acto seguido, estaba contemplando los ojos azul verdoso más enormes e intensos que hubiese visto jamás. Una copiosa melena de cabello castaño rojizo caía, desordenada, en torno de un rostro manchado de lágrimas y de suciedad, de esa belleza sublime de cuya existencia la señora Brewster acababa de dudar que existiera.

Por un momento, quedó aturdido, y un viejo sueño volvió volando a él, donde se veía corriendo a través de un prado ondulante, persiguiendo al amor de su vida. Esa fantasía se le había repetido muchas veces, pero nunca había visto el rostro de la mujer... hasta ese momento. Fue como si estuviese en el borde mismo de esa ilusión y contemplara un rostro que había deseado y atesorado por lo menos la mitad de su vida.

-Le ruego me perdone, señorita...

Aguardó, expectante, que le diera su nombre, pues estaba seguro de que sería superlativo, para hacerle justicia a la portadora, pero sus palabras cayeron en oídos sordos, pues la muchacha miraba ansiosa hacia atrás. Sus ojos se abrieron más grandes aún, cuando un hombre enorme dobló la esquina a toda carrera y los divisó.

-¡Sujete a esa muchacha! -gritó el hombre, alzando un brazo para llamarle la atención-. ¡Es una fugitiva!

La muchacha se alejó corriendo de Jeff como si tuviese alas en los pies, saltando encima de la caja, y salió disparada hacia la calle, sin ver un coche de cuatro caballos que se acercaba, pues tenía puesta la vista en el hombre que la perseguía.

La señora Brewster gritó y se cubrió los ojos con las manos para no ver a la chica bajo los cascos de los caballos, pero Jeff ya corría tras la muchacha y la alcanzaba, gracias a sus largas piernas.

Cuando dos brazos diestros la alzaron, la estrecharon contra un cuerpo masculino y la arrastraron a toda velocidad hacia la parte más alejada de la vía pública, a la muchacha se le cortó la respiración por la sorpresa. Por un instante el estrépito de los cascos ahogó sus protestas indignadas pero estaba decidla a reñir a ese hombre como era debido por su atrevimiento, en cuanto pudiese oírla. Pero, al mirar por encima de un hombro masculino tragó saliva cuando enfocó la vista en un coche que pasaba a toda velocidad, arrastrado por cuatro caballos. El vehículo pasó tan cerca que el viento provocado por su paso levantó el polvo y se lo arrojó al rostro de expresión atónita. Al instante, llegó a la conclusión de que tenía suerte de estar viva.

-¡ Dios mío! -murmuró, sofocada-. ¡ Usted me ha salvado la vida!

El caballero la dejó en el suelo, captando toda su atención cuando le sonrió. Era la sonrisa mas arrebatadora que ella hubiese visto, desde que dejara de lado los ensueños de niña donde figuraban caballeros de brillante armadura.

-No quería perderla tan pronto después de haberla encontrado -respondió Jeff. locuaz, convencido de que la muchacha había salido de sus propios sueños- ¿De qué escapaba con tanto pánico?

El grito quebró por completo la frágil compostura de la muchacha que habría girado sobre sus talones y huido si no hubiese sido porque una mano grande, de dedos gruesos, se extendió para sujetarla del antebrazo con un apretón inflexible.

-¡No vas a ningún lado, Raelynn Barrett! -rugió, amenazador, el gigante. Su voz era bronca y, aunque la bajó un poco, aún parecía sacudirlos con su volumen cuando prosiguió- ¡No te irás, porque ya te he prometido a otro!

-¡Suelte a esa chica, rufián! -le exigió Thelma Brewster, acercándose al grupo- ¡Por el amor de Dios, esto es Charleston! A ningún hombre en su sano juicio se le ocurriría molestar a una joven en estas calles por temor a que lo reprendieran nuestros vecinos. Usted, señor, debe de ser un extraño para ser tan vil.

Jeff apoyó una mano en el brazo de la mujer y levantó una ceja en señal de advertencia, encareciéndole que se callara. Y, aunque no tenía idea del parentesco que pudiese tener el hombre con la muchacha, parecía tener autoridad para organizarle la vida, y llegó a la conclusión de que debía de ser su padre o su guardián.

-¿Quisiera usted pasar a la tienda de la señora Brewster y discutir el tema en privado? -sugirió Jeff, señalando el negocio, al otro lado. Su primer objetivo fue calmar al hombre, con la esperanza de que se mostrara más razonable con la chica. Ya se habían juntado un puñado de clientes de las tiendas vecinas y se acercaban más del otro lado de la calle y por la acera-. Aquí, en la calle, estamos atrayendo demasiado la atención.

-¡Me importa un maldito bledo quién me oiga! ¡La moza se viene conmigo!

-¡Oh, por favor! -sollozó Raelynn, intentando apartar los dedos carnosos de su brazo-. ¡Por favor, no me vendas a ese bruto! ¡Yo no te he hecho ningún daño! Le juraste a mi madre, en su lecho de muerte, que me cuidarías hasta que yo estuviese casada como es debido. ¿Así es como cumples tus promesas?

-Gustav dijo que se casaría contigo cuando estuviese dispuesto -refunfuñó el hombre, con su voz de bajo-. Y eso a mí me basta.

-¡Me has vendido! -le reprochó Raelynn, aterrada-. En cuanto nuestro barco atracó en el muelle, saliste y me vendiste al primer payaso con dinero suficiente para tu ambición. -La voz de la muchacha bajó hasta convertirse casi en un gruñido-. ¡Maldigo el día en que entraste en nuestras vidas, asegurando que eras el hermano de mi madre, perdido hacía mucho tiempo! Te llevaste la poca riqueza que nos quedaba tras la muerte de mi padre y la derrochaste sacando pasajes en el primer barco que salía de Inglaterra. ¡Es como si hubieses matado a mi madre con tus propias manos! La dejaste morir de hambre y de enfermedades, en esa cueva infestada de ratas, sólo por tu amor al dinero y a las ganancias. -La cólera de la muchacha se acrecentó-. ¡Bueno, yo te maldigo, Cooper Frye! ¡No me dejaré vender a tipos como Gustav Fridrich por doscientos... ni por dos mil dólares yanquis!

-No tienes opinión en la materia, señorita -afirmó Cooper, enfático, arrastrando a la muchacha hacia él-. ¡Te vienes conmigo ahora mismo!

Incluso antes de que la señora Brewster le diese un empujón en las costillas, Jeff sintió que se crispaba de ira. Apoyó una mano en gesto de advertencia en la muñeca del otro hombre y se interpuso entre él y la muchacha.

 

-Espere un minuto, por favor.

-¡No se meta en esto! -Cooper lanzó las palabras con tanto veneno que la señora Brewster retrocedió, consternada, pero Jeff no se inmutó ante la expresión amenazadora del otro-. ¡No es asunto suyo! Esta es mi sobrina, y nadie más que yo decidirá su suerte.

-Bueno, ahora es asunto mío... -repuso Jeff, en tono casi amable.

Cooper emitió un largo resoplido desdeñoso y avanzó un paso, amenazador, adelantando su cara rodeada de patillas hasta que su nariz se tocó con la otra, más fina y noble.

-Tal vez quiera probar mi puño en su boca.

Jeff no retrocedió ante los ojos enrojecidos que lo escudriñaban desde muy cerca, ni por el aliento fétido que apestaba, como si el sujeto hubiese pasado la noche bebiendo ron fuerte. Eran de la misma altura, y, aunque el peso de Cooper Frye era el doble del de Jeff, este sabía cómo manejarse en una pelea, si era necesario.

-Sería prudente que escuchara mi propuesta, señor Frye -le advirtió-. Si, en realidad, quiere vender a la chica, yo me ofrezco a comprarla.

La exclamación ahogada de la señora Brewster se produjo una fracción de segundo antes de que Raelynn Barrett contuviese el aliento, por su propia sorpresa. Se le quedó congelado dentro del pecho y miró fijo al hombre alto y espléndidamente vestido que había irrumpido en su vida momentos antes. ¿Por qué quería comprarla? Con su apostura y sus buenos modales, no tenía necesidad de pagar por una mujer, y menos aun por una de apariencia tan lamentable como la suya. ¿Qué vería en ella?

En los ojos grises de Cooper Frye apareció un brillo calculador, mientras examinaba al hombre de caro atuendo. Era obvio que la chaqueta azul oscuro y los pantalones grises habían sido cortados por un sastre de reputación elevada en el oficio, pues el corte era nítido e impecable. Las altas y elegantes botas de montar lucían puños vueltos de color gris, sobre cuero negro bien lustrado y que, como los pantalones, se ajustaba a las piernas esbeltas y musculosas. Cooper no creía haber visto jamás ropa tan cara ni en las calles de Londres.

-¿Por qué quiere usted comprar a la moza? -Por una vez, moduló la voz hasta llegar a un nivel tolerable-. ¿Se ha entusiasmado y quiere tenerla oculta de su esposa y gozarla cuando no tenga nada mejor que hacer?

-¡Qué vergüenza, patán, cara de pescado! -exclamó la señora Brewster, indignada- ¡Al señor Birmingham jamás se le ocurriría semejante cosa!

Jeff no quiso destruir la sólida confianza de la mujer en él, admitiendo que estaba muy interesado en la muchacha, tanto como para rescatarla de aquel palurdo y verla vestida con ropa tan fina como la que Brandon acostumbraba comprar para Heather. El raído vestido de un tono marrón desteñido no hacía justicia a la belleza poco común de Raelynn.

-¿Qué precio pide por ella? -preguntó Jeff- Dígalo, y asunto solucionado. Toda la ciudad está observándonos.

Cooper Frye se rascó la barbilla, pensativo, y echó una mirada al círculo de caras que se cerraba alrededor de ellos.

-Bueno -pronunció lentamente, preguntándose si la mentira que censaba decir era demasiado extravagante para el bolsillo del otro. Decidió dejar lugar para el regateo-. Gustav Fridrich estaba dispuesto a pagar sus buenos quinientos dólares yanquis por ella. Yo necesito conseguir esa cantidad, al menos, y otros cien, para poder enfrentarme a ese terco alemán y decirle que le he vendido la chica a otro.

Jeff se dispuso a hacer una oferta mucho más generosa de lo que el extranjero hubiese esperado.

-Setecientos cincuenta le darán valor suficiente.

La lengua manchada de Cooper repasó su boca ancha y abierta.

-¿Setecientos cincuenta? -repitió, tambaleándose al pensar en una suma tan exagerada-. ¿Por esta chica?

-Tenemos testigos -dijo Jeff. señalando al grupo de curiosos que seguía aumentando-. Muchas de estas personas me conocen y pueden atestiguar que mi palabra es cierta.

-Yo puedo dar fe de su integridad mejor que cualquiera -declaro, vehemente, un vendedor de ropa hecha, un individuo alto y de hombros anchos que se abrió paso entre los mirones hasta quedar delante de Cooper Frye- De hecho, si en este momento el señor Birmingham no llevara encima esa suma, yo enviaría gustoso a uno de mis empleados a mi tienda, a buscarla para él. Cooper Frye, yo, en su lugar, escucharía atentamente lo que dice mi amigo. Tiene más amigos entre esta gente tan leales como yo, y gustosamente informarán de este hecho a cualquiera de las partes interesadas-

-Gracias, Farrell -murmuró Jeff. Aceptó el préstamo temporal del hombre y, tras recibir un pequeño saco de cuero lleno de monedas de oro se concentró otra vez en Cooper Frye y contó la cantidad necesaria-. Y bien señor Frye, le aconsejo que escuche mis palabras con cuidado. Antes de recibir esta bolsa, tendrá que firmar un recibo donde conste que nunca más se inmiscuirá en la vida de la muchacha ni en la mía. Si lo hiciera, le será confiscado lo que recibe hoy y tendrá que devolver hasta el ultimo centavo, o bien trabajar como criado mío hasta que la suma quede completa. ¿Entiende?

-¿Dónde está el recibo? - preguntó Cooper, sin rodeos.

Jeff aceptó una pluma de manos de Farrell, que fue lo bastante astuto para prever la necesidad y redactó rápidamente el recibo donde constaban los términos del acuerdo.

-Firme al final, si sabe escribir- indicó a Cooper-. De lo contrario, haga una marca propia.

-Sé escribir mi apellido -alardeó el hombrón, balanceándose ante a multitud pero, cuando aplicó la pluma al pergamino, apoyándose en la tapa de un barril, garrapateó trabajosamente su nombre y apellido con letras toscas.

-Recuerde lo que ha prometido -le advirtió Jeff- Si llegara a molestarnos, se le confiscará el dinero.

Ya lo he oído la primera vez -se apresuró a responder Cooper. Luego con una mueca despectiva encaró a Raelynn- que guardaba estoico silencio-. Ahora que vas a tener un amante rico, supongo que ya no te veré por donde yo estaré.

Los ojos de Raelynn relampaguearon de furia ante el insulto. Pero controló su temperamento, y, entrecerrándolos hasta que semejaron un par de astillas de hielo que lo atravesaban dijo:

-Cooper Frye, cumpliré mi más caro anhelo si nunca, jamás, vuelvo a verte mientras viva.

-¿Y eso a qué se debe? -Preguntó Cooper, con fingida sorpresa-. ¿No le demostraras un poco de cariño al tío Coop antes de separarnos? ¿Después de todo lo que he hecho por ti?

-Siga su camino -le aconsejó Jeff, cortante- Si Raelynn no está ya harta de sus hazañas, yo sí lo estoy,

-¡Ya me voy, ya me voy!-le aseguró Cooper

Riendo entre dientes, se dio la vuelta y, haciendo saltar el saco con monedas en las manos, se fue caminando por la calle por donde había llegado.

Raelynn exhaló un suspiro de alivio cuando se marchó, pero su alegría fue breve, por decirlo con suavidad. Si bien no le repugnaba la idea de pertenecer al señor Birmingham, no ignoraba los peligros de semejante relación. Su atractiva apariencia y su gran encanto representaban una amenaza para una doncella virtuosa, sin conocimiento de los hombres. Ya fuesen libertinos o caballeros, carecía casi por completo de experiencia. Por eso, no podía estar del todo contenta con la situación. Pese a lo que Cooper Frye pudiese pensar, no estaba hecha de hielo.

Acercándose a Jeff, contempló a hurtadillas su perfil, mientras veía alejarse a Cooper Frye, y Raelynn confirmaba para sus adentros admiración por lo que veía. Su corazón se agitó de manera peculiar cuando la fragancia masculina y esquiva de su colonia le llegó a los sentidos, haciéndola comprender lo importante que era fijar un código de conducta entre ambos antes de que estuvieran solos. La afectaba con tal intensidad que no estaba segura de poder permanecer firme y negarle lo que pudiese pedirle.

-Señor Birmingham -la voz le tembló- es urgente que hable con usted a solas.

Cualquier satisfacción que Jeff hubiese experimentado al ver alejarse a Cooper Frye para siempre, quedó rápidamente sepultada al contemplar el rostro manchado y afligido de Raelynn Barrett. Fue entonces cuando se abatió sobre el la plena conciencia de lo que acababa de hacer. Si la hubiese llevado a una posada para compartir una habitación con ella a la vista de todo el mundo, no habría hecho más para destruir la reputación de la muchacha que lo que había logrado comprándola. Si la idea no surgía por si misma, ciertamente la provocación de Cooper caería en suelo fértil

Antes de que cayera la noche, se sabría en toda la región que Jeff había comprado a una mujer joven que, seguramente, estaría destinada a convertirse en su amante. ¿Cómo había podido ser tan ciego y no ver el crimen que estaba perpetrando contra ella? Por lo general, no era tan torpe ¿Qué se podría hacer ahora para restaurar el honor de la muchacha?

Volviendo en sí, advirtió que la señora Brewster le ofrecía la tienda.

-Y, tal vez, le agradaría tomar un té mientras conversan.

La sombrerera se apresuró a volver a la tienda, y al pasar recogió la caja y el sombrero de castor de Jeff. Los hizo pasar y los guió a una pequeña trastienda, donde preparó el té mientras la pareja se instalaba ante una pequeña mesa, frente a frente, y se miraban con cierta aprensión. Raelynn esperaba a que la mujer saliera, pero, en su ansiedad por disponer su mejor tetera, las tazas y una variedad de dulces en platos de porcelana, Thelma olvido por completo la petición de reserva de la chica.

Jeff también sintió la necesidad de hablar con Raelynn a solas y llevo a Thelma aparte para pedirle un favor, después de haberse decidido por la única opción posible.

-Señora Brewster, como ve, la muchacha necesita ropa desesperadamente. ¿Sería mucha molestia si le pidiera que vaya a la tienda de Farrell y vea que es lo que tiene en materia de ropa de mujer como para Raelynn? Unos vestidos, y otros elementos que hayan sido encargados pero que nunca se recogieron ...

-Será un placer señor Jeffrey. Pero ¿cómo sabré cuánto quiere gastar para ella? Las costureras de Farrell son las mejores de la zona, y yo sé que algunos de sus vestidos son muy complicados y caros.

-Si tiene alguna duda, pídale a Farrell que la ayude. El me conoce o suficiente para darle cualquier consejo que usted necesite. Por otra parte, señora Brewster, confiaré en su excelente buen gusto.

-Entonces, ¿quiere que traiga la ropa aquí?

-Hoy he llevado mi caballo a la ciudad, así que pídale a Farrell que cargue los paquetes en un coche de alquiler y envíe al cochero aquí, a esperar que partamos para Oakley.

Jeff acompañó a la sombrerera hasta la puerta y la vio cruzar la calle. Luego volvió a la trastienda. Durante su breve ausencia, Raelynn se había lavado la cara y peinado y presentaba un aspecto más limpio mientras le servía una taza de té. Observándolo tras las largas pestañas sedosas, sorbió de su propia taza, con exquisitos modales.

-Sin duda, tendrá curiosidad por saber qué me propongo -empezó Jeff, directamente.

Raelynn hizo un lento gesto de asentimiento.

-Ignoro si es usted casado o soltero, señor Birmingham, así que podrá entender que me hallo completamente perpleja en cuanto a lo que me espera. ¿La esposa de usted será mi patrona? ¿O usted será mi único dueño?

-Yo no me considero su dueño, Raelynn -repuso, con una sonrisa-. Y tampoco tiene patrona: soy soltero.

-Señor, espero que me entienda si le digo que eso es causa de preocupación para mí -admitió Raelynn con candidez-. Acabo de conocerlo y, sin embargo, de pronto me encuentro con que soy su posesión. No me atrevo a pensar cuáles podrían ser sus intenciones. Le aseguro, señor, que si bien va usted elegantemente vestido y es apuesto más allá de los sueños de una simple muchacha, no estoy más dispuesta a convertirme en juguete de usted que de aceptar los planes que tenía Gustav Fridrich para conmigo.

-Me resulta difícil explicarle qué fue lo que pasó por mi mente el primer instante que la vi -replicó Jeff, inseguro-. Quizá me intrigó demasiado su belleza para comprender que estaba actuando de modo irracional y, sin querer, haciéndole más daño que bien. Tal vez me considere un tonto, Raelynn, pero tengo la sensación de haberla conocido durante toda mi vida de adulto...

Raelynn lo miró con curiosidad.

-Jamás lo consideraría un tonto, señor Birmingham.

-Tengo poco más de treinta años y, hasta el momento, nunca me había sentido tentado de pedir la mano de una dama. Quizá le parezca una propuesta es absurda, sobre todo porque acabamos de conocemos, pero no se me ocurre mejor solución para desalentar las murmuraciones que circularán durante semanas, o hasta meses, acerca de este incidente.

Aunque estaba perpleja, la atención de Raelynn era cada vez mayor a medida que pasaban los minutos.

-Lo escucho, señor.

-Usted necesita un protector, Raelynn, y yo necesito una esposa para acallar las malas lenguas que no me dan respiro hace varios años. Se ponen en movimiento, aun sin motivo, y han llegado al punto de difundir el sórdido rumor de que deseo a la mujer de mi hermano. Es una mentira que anhelo liquidar, pero no a costa de perder mi libertad tomando por esposa a una mujer que me resulte intolerable. Sé que es usted joven...

-Diecinueve años, para ser exacta, señor -afirmó ella, con voz suave.

-Muy joven -murmuró Jeff, pensativo, alzando la taza para beber un sorbo.

Raelynn estaba pendiente de sus palabras y no dejó pasar la respuesta sin comentarla.

-Señor, eso depende de lo que tenga usted en mente. Soy demasiado mayor para ser considerada una niña, y, si desea usted convertirse en mi tutor, le aconsejaría que tuviese en cuenta a los chismosos y a las malas lenguas. En Inglaterra, conocí a varias damas más jóvenes que yo que se habían casado con ancianos tambaleantes, que enviudaron pronto y, para su deleite, quedaron tan ricas como para casarse con quien quisieran. Un par de ellas eligieron a mozalbetes jóvenes, a los que tenían que cuidar como si fuesen niños, y mis amigas pronto se hartaron de ellos. En cuanto a mí, señor, preferiría casarme con alguien lo bastante maduro para tener criterio, pero lo suficientemente joven para darme hijos y estar conmigo hasta que yo también envejezca.

Le tocó el turno a Jeff de mirarla, asombrado.

-Raelynn, ¿comprende de verdad lo que estoy intentando decirle?

No quiso responderle, por miedo a estar equivocada.

-¿Y de qué se trata, señor? Dígamelo directamente, para que no haya equívocos.

-Le propongo que nos casemos de inmediato -dijo, con sencillez.

Una suave sonrisa se dibujó en el rostro de Raelynn.

-Entonces, no estaba equivocada, señor. Y, aunque acabamos de conocernos, estoy dispuesta a aceptar su oferta de matrimonio... si usted presta alguna consideración al hecho de que, a fin de cuentas, somos desconocidos y necesitamos un poco de tiempo para conocernos antes de compartir la cama como marido y mujer.

Unas horas después, Jeff Birmingham y su futura esposa llegaron a Oakley. No pasó mucho tiempo antes de que un carruaje se detuviera en el prado, frente a la casa, y, un momento después, Kingston, el mayordomo, hizo pasar al hermano y a la cuñada de Jeff a la recepción, donde el dueño de la casa los aguardaba. Teniendo en cuenta que muchos vecinos de la ciudad habían presenciado la compra de Raelynn, sabía que la noticia llegaría a Brandon en el aserradero antes de que viajara a Harthaven, donde lo esperaba Heather, y que no sería necesario mandar a buscarlos, pues se preocuparían lo suficiente para acudir de inmediato. Durante el largo viaje hasta su casa Jeff le aseguró a Raelynn que tenía intenciones honorables pero, al ver la expresión de Heather, se preguntó si también tendría que repetírselo a ella.

Cora, el ama de llaves, respondiendo a su llamada, estaba en la entrada, esperando instrucciones. La ancha sonrisa de la mujer le indicó que la negra entendía la situación y disfrutaba de ella.

Raelynn había retrocedido unos pasos para ponerse junto a Jeff, como buscando protección, y miraba vacilante a los recién llegados. No le resultó difícil discernir que esa era la cuñada de la que se rumoreaba que Jeff estaba enamorado, pues era increíblemente bella. Y, sin embargo las murmuraciones deberían haber cesado, teniendo en cuenta que Heather estaba encinta de seis meses.

El corazón de Heather se conmovió al ver a la joven que, pese a sus vestimentas raídas, se mantenía en una pose llena de gracia natural. Se veía que desconfiaba de ellos, como si dudara de ser bien recibida, cosa que Heather podía entender muy bien por haber experimentado los mismo escrúpulos cuando Brandon la trajera desde Inglaterra, para conocer a los amigos y a la familia.

La expresión de curiosidad que Brandon dirigió a su hermano hizo que Jeff prestara inmediata atención a Raelynn, para no darle oportunidad al hermano de vengarse de todo el fastidio que Jeff le provocara en otro tiempo. Cuando supo que Brandon se había visto obligado a casarse con Heather por haberla confundido con una mujer de la calle Jeff no le dio tregua, insistiendo en hacerle comprender que, al conocer a la esposa, se había topado con un verdadero tesoro. El mayor obstáculo fue el orgullo de Brandon, pero, como se había enamorado perdidamente de su esposa, fue solo cuestión de tiempo que Brandon admitiese que Heather era lo mejor que le había pasado en la vida.

Jeff se apresuró a hacer las presentaciones.

-Raelynn, este es mi hermano, Brandon, y esta es su esposa, Heather. Brandon... Heather, esta es Raelynn Barrett.

-Perdónenme -murmuró Raelynn, recatada, percibiendo el desconcierto de la otra- Mi presencia aquí debe de confundirlos. Yo me habría quedado en Charleston, pero el señor Birmingham insistió en que viniera con él, a conocer a su familia. Sin duda, ustedes tendrán mucho que conversar en privado.

-Pienso que sí-respondió Heather con delicadeza, encantada con la suave manera de hablar y la elocuencia refinada de la joven.

Jeff hizo una señal a Cora.

-Lleve a nuestra invitada al cuarto azul de la planta alta y asístala para que se bañe y se vista para la cena. Kingston ya ha llevado unos paquetes arriba, y ahí encontrará todo lo necesario. Pronto llegará otro invitado y querrá conocerla lo antes posible.

La mujer de color le dedicó una sonrisa de dientes brillantes.

-Quiere decir que desea que esté de vuelta lo más rápido posible, ¿eh, señor Jeff?

-Más aún, Cora- la instó con más verdad que humor, arrancándole una risotada.

Indicando a Raelynn que la siguiera. Cora se apresuró a ir hacia el pasillo, sin dejar de parlotear mientras guiaba a la inglesa a la planta alta.

-El señor Jeff ha convertido esta vieja casa en un espectáculo. Espere a ver el dormitorio al que estoy llevándola.

En ausencia de Raelynn, los tres miembros de la familia se miraron indecisos. Jeff, sintiendo la necesidad de ordenar las ideas antes de anunciar su plan tomó un botellón y una copa de cristal de un gabinete importado y vertió un pequeño trago de coñac en el vaso. Se reunió otra vez con la pareja y entregó la copa a Brandon.

-Viajó rápido la noticia de mi compra -comentó- Estaba seguro que tendría que esperar a, menos media hora más antes de veros las caras.

Brandon saboreó un minúsculo sorbo de bebida y devolvió la sonrisa a su hermano.

-Estaba en el aserradero cuando me enteré del incidente en la ciudad. Me pareció que lo mejor era regresar a Harthaven antes de que a alguien se le ocurriese ir a contárselo a Heather.

A decir verdad, Heather estaba al borde de las lágrimas mientras se acomodaba en el sofá.

-Jeff, ¿cómo pudiste aprovecharte del drama de la pobre chica y comprarla como si fuese una esclava de un lote? Raelynn no podará levantar la cabeza, con todas las calumnias que se dirán sobre ella. Pese a tus buenas intenciones de salvarla de los planes codiciosos de su tío, eres culpable por haberla traído a tu casa sin una compañía apropiada .

Jeff se acercó y se puso en cuclillas ante ella. Le tomó las finas manos y habló con toda la gentileza de que fue capaz.

-Mi querida Tory -le dijo, usando el sobrenombre- ¿confías lo suficientemente en mí para creer que no avergonzaría adrede a ningún miembro de mi familia?

-Jeff, siempre has sido muy sensato -afirmó, a punto de llorar otra vez-, pero me temo que, en este caso, no has pensado en las consecuencias que podría acarrear tu galantería.

-En realidad, he pensado en una enorme cantidad de cosas después de mi enfrentamiento con el tío de Raelynn -afirmó Jeff, marcando las palabras, como para darle tiempo de entenderlas-, y he llegado a ciertas conclusiones. El único modo de estar seguro de que Cooper Frye nunca pueda interferir...

Se oyeron cascos de caballos en el prado que atrajeron de inmediato la atención de Jeff. Dándose prisa, les presentó sus excusas y desapareció por el pasillo. Tras un intercambio mudo con Kingston, subió los peldaños de dos en dos y dejó que el criado fuese a atender la puerta. Un momento después, Kingston introducía al reverendo Parsons en la recepción.

Heather dirigió a su esposo una rápida mirada preocupada, y este le respondió encogiéndose de hombros, para luego adelantarse a tender la mano al recién llegado.

-Me alegro de verlo, reverendo -dijo, afable-. Lo echamos de menos mientras estuvo ausente.

-Es grato regresar al frente del rebaño y asegurarme de que estén todos bien de salud. Por cierto, tú y Heather estáis estupendos. -Hizo una pausa, mirando alrededor en busca del dueño de la casa-. Pero ¿dónde está Jeff?

-Creo que se ha escapado al oírlo llegar a usted -bromeó Brandon,-he intentó contener la sonrisa al ver que su joven esposa miraba alrededor completamente desconcertada por su afirmación,

-Sí -respondió el reverendo, con sequedad-. Me enteré de una conmoción en Charleston. Y me pregunto si, en mi ausencia, algunos miembros del rebaño se pusieron otras pieles, aunque no puedo imaginarme a Jeffrey como un lobo con piel de cordero.

Branden sonrió, burlón.

-Sea cual fuere su abrigo, ciertamente mi hermano tiene su manera de llamar la atención.

Heather puso los ojos en blanco, incrédula, sin comprender como era posible que su esposo pudiese tomar a la ligera aquella espantosa situación, estando presente el reverendo Parsons.

-Jeff sólo ha querido ser caballeroso, reverendo Parsons -le aseguró, dispuesta a defender a su cuñado con inquebrantable lealtad.

El reverendo rió entre dientes, al tiempo que aceptaba una limonada que le servía Kingston.

-Vamos, Heather, no te encrespes así. Lo conozco hace casi tanto tiempo como Brandon. La galantería de Jeffrey es indudable... eh..en su mayor parte.

 

Mientras los dos hombres intercambiaban miradas divertidas Heather tomó un pañuelo de encaje y comenzó a abanicarse el rostro acalorar. Deseó con todo el corazón despertar de pronto y descubrir que todo el incidente no había sido más que un mal sueño.

Observando con atención a su esposa. Brandon se acercó y se sentó junto a ella. Entre ellos pasó un momento de valiosa intimidad cuando se llevo a los labios los finos dedos de ella y la miró con sus ojo verdes de mirada cálida y resplandeciente, conquistando una suave sonrisa amorosa de los labios de su esposa.

El reverendo Parsons se acomodó en una silla frente a ellos.

-¿Qué opina el hijo de ustedes de que los padres van a tener un nuevo niño? ,Que espera, una hermana, o un hermano con quien jugar?

-Nuestra ama de llaves negra jura que esta vez tendremos una niña

-Heather sonrió cuando Brandon entrelazó sus dedos con los de ella-. Hatti interpreta tan bien los signos que hemos pensando en decirle a Beau que dentro de un par de meses tendrá una hermana a la que llamaremos Suzanne Elizabeth.

-¿Y si resulta ser un niño? -preguntó el reverendo

Brandon rió.

-Tendremos que decirle que Hatti cometió un error y dejar que ella se lo explique.

Se oyeron pasos masculinos, acompañados de otros más delicados y todos los ojos quedaron fijos en la entrada del recibidor cuando se aproximaron a la sala. Entonces Jeff abrió las puertas y, llevando de la mano a Raelynn, la condujo a la vista de todos, haciendo que los dos varones presentes se pusieran de pie, en homenaje a una belleza tan estremecedora. Su suntuoso cabello castaño rojizo estaba recogido en lo alto de la cabeza y entretejido con una cinta del mismo material que el vestido de satén azul plateado. Peinada con elegancia y regiamente vestida, Raelynn Barrett era mas adorable que el sueño más atesorado.

Heather sintió que la inundaba una oleada de calidez al contemplar a la pareja y supo que nunca antes había visto a Jeff tan orgulloso ni tan guapo. La camisa y la corbata, de un blanco niveo, parecía relucir bajo la levita de seda negra, de corte impecable. Pantalones estrechos, chaleco, calcetines de seda y zapatos bajos- todo del mismo color, completaban el varonil atuendo.

-Caballeros -Jeff inclinó la cabeza a modo de saludo a los hombres. A continuación, chocó los talones haciendo una especie de reverencia y encaró a Heather-: Mi señora- Con un elegante ademán, señaló a la espléndida beldad que estaba junto a él- Quiero presentarles a Raelynn Barrett, la mujer que se convertirá en mi esposa.

Por un momento, los presentes no pudieron hacer otra cosa que mirarlos, atónitos. Heather sintió que el corazón le desbordaba de increíble alegría. Ya segura de que todo funcionaba bien en la familia, deslizó su mano en la de Branden, que la sostuvo y la estrechó con amor. Juntos se volvieron cuando el reverendo Parsons les indicó que fuesen hasta el centro de la habitación. Raelynn aceptó el brazo que Jeff le ofrecía y avanzó de un modo que más bien parecía deslizarse.

-¿La dama consiente? -preguntó el reverendo, con cariñosa preocupación.

Raelynn alzó la vista hacia Jeff y sonrió, mirándolo a los brillantes ojos verdes.

-No podría haber deseado un protector más caballeresco aunque hubiese pasado diez años de mi vida buscándolo. En el breve tiempo que lo conozco, he llegado a comprender que es increíblemente bondadoso y tierno, y me siento honrada de que me haya pedido ser su esposa.

Jeff miró de frente al reverendo y amplió la información acerca de los motivos de ambos:

-Hemos hablado del tema con cierta minuciosidad -informó-. Raelynn tiene desesperada necesidad de un protector, y el matrimonio es el único modo en que podemos arrebatar a Cooper Frye su pretensión de reclamarla como única pariente. Reverendo, he mandado a buscarlo esta noche para que realice usted la ceremonia aquí, en la intimidad de mi hogar. ¿Consiente usted?

El hombre miró a Brandon, por ser el mayor de los Birmingham.

-Conoces a tu hermano mejor que nadie. ¿Se te ocurre alguna razón por la que deba aplazar estas nupcias?

Branden habló con absoluta confianza:

-Jeff siempre ha tenido claro lo que quiere de la vida, reverendo ha actuado con mucha más certidumbre de la que yo he podido manifestar en determinadas ocasiones. Si él dice que este matrimonio debe realizarse, yo lo apoyo.

El reverendo Parsons asintió, aceptando la aprobación de Brandon. Luego miró interrogante a Heather:

-Querida mía, ¿tú tienes algo que decir?

-Sólo prestar mi consentimiento, de todo corazón -murmuró, con una sonrisa radiante.

El reverendo sacó un pequeño libro negro de su chaqueta y comenzó a hojear las páginas.

-Cuando el criado de Jeff me convocó, me aconsejó que viniera preparado para llevar a cabo una ceremonia de bodas. En ese momento no me imaginaba que sería la de mi anfitrión. -Le sonrió a la pareja-. Y ahora, Raelynn y Jeffrey, si os colocáis delante de mí, pronunciaré las palabras que os unirán en matrimonio.

 

El tiempo voló mientras las voces quedas seguían un ritual casi tan antiguo como el tiempo. Jeff sacó del bolsillo una sencilla banda de oro y la deslizo en el dedo de Raelynn, repitiendo:

-Con este anillo yo te desposo...

Su voz, fuerte y firme, atestiguaba la confianza en la decisión que había adoptado. Cuando el reverendo Parsons pronunció las palabras finales, uniendo a la pareja, Jeff miró a Raelynn, y se embelesó al ver sus ojos translúcidos bañados en lágrimas.

-Puedes besar a la novia -lo invitó el reverendo

Raelynn se sonrojó y levantó el rostro hacia el extraño con el que acababa de casarse, sintiéndose un poco atrevida. En realidad, lo único que esperaba era un beso breve en la mejilla, pues Jeff había aceptado darle tiempo para acostumbrarse a él antes de consumar el matrimonio. Cuando sintió el primer roce leve de su boca sobre la de ella, la sobresaltó la tibia y dulce humedad del contacto y casi no advirtió que ella misma abría los labios sorprendida. Contuvo el aliento, en suspenso, esperando ese primer beso. Entonces, con la levedad de un villano flotando en el viento, los labios de Jeff se movieron sobre los suyos, entreabriéndose apenas para adaptarse a la flexibilidad de los de ella.

Cuando, al fin, Jeff se echó atrás, Raelynn se tambaleó, débil, contra él y se quedó perpleja al comprender que el beso le había arrebatado la fuerza de los miembros y había resultado más poderoso de lo que ella hubiese imaginado que podía ser. Considerando que unos minutos antes había pedido habitaciones separadas, ¿cómo podía decir ahora que ansiaba recibir más de ese dulce néctar?

Jeff le pasó el brazo por la cintura y la acercó más a é1 sosteniéndola.

-¿Estás bien?

Raelynn asintió lentamente, mientras intentaba calmar los latidos frenéticos de su corazón y aquietar sus sentidos a la deslumbrante realidad de que estaba en los brazos de aquel hombre alto y apuesto, y que era su esposo. Estaba extasiada por su cercanía y muy consciente de la presión natural del cuerpo masculino. Si hubiese sido capaz de transformar sus deseos en realidad, no habría tenido ninguna duda de que Jeff Birmingham estaba en el lugar exacto en ese momento de su vida.

Recuperando parte de su compostura perdida, Raelynn se volvió hacia los demás ocupantes de la habitación.

-Les ruego que me disculpen por mi debilidad. Hace bastante tiempo que no como.

Heather estuvo Junto a ella de inmediato y le dio un cariñoso abrazo.

-Estoy dichosa por los dos. Estoy segura de que, si Jeff hubiese buscado por todo el mundo, no podría haber elegido una novia mejor. Y lo sepas o no, querida, tu esposo está entre los mejores.

Poco después de impartir sus bendiciones y buenos deseos a la pareja, el reverendo Parsons se marchó. Como tenía que hacer otras visitas antes de retirarse a su hogar, declinó la invitación a quedarse y compartir la cena de bodas. Se despidió agitando la mano y se alejó, dejando al pequeño clan Birmingham reunido en el comedor principal.

La elegante mesa era lo bastante larga para que doce o más personas se sentaran con comodidad, pero esa noche no hubo formalidades. Hacía tiempo ya que Jeff desdeñaba la costumbre de que el señor y la señora de la casa se sentaran en extremos opuestos de una mesa larga, a menos que recibieran a numerosas personas. Esa noche la vajilla se colocó en un extremo, para que hubiese más intimidad. A la derecha de Jeff, estaba el lugar de la joven novia, y a su izquierda, Heather, con lo que quedaba Brandon para sentarse al lado de su esposa.

-Hermano, lo único que puedo decir-dijo Brandon, con travieso humor, observando cómo estaba dispuesta la mesa- es que eres fiel a tu propio molde. No has cambiado un ápice desde la primera vez que yo traje a Heather a Harthaven.

-Ni lo más mínimo -admitió Jeff-. Lo cierto es que yo soy el más amistoso de los dos, y no me gusta aislarme, como has hecho tú.

Brandon trató de desechar el comentario burlón de su hermano con una carcajada breve, pero, por un momento, su humor se apagó. Por su propia arrogancia y terquedad, en otro tiempo había soportado la tortura de una separación de su joven esposa, no sólo interponiendo una mesa larga entre los dos, sino también dormitorios separados. Haciendo memoria, comparó el sufrimiento de esa larga abstinencia con la que hubiese soportado un libertino, teniendo ante sí a una mujer cuya belleza y cuyo cuerpo pudiese ver pero no tocar. Pues, aunque Heather llegara al hogar como su esposa, y estuviera al alcance de su mano, Brandon se vio a sí mismo hostigado de ese modo. Incluso en el presente, el recuerdo de su propia estupidez lo hizo removerse, incómodo, en la silla.

-Nadie es infalible en lo que al orgullo concierne, Jeff -respondió, sabiendo que había aprendido esa verdad a su propia costa-. De hecho, te sorprendería comprender que tú también eres susceptible.

 

La risa chispeó en los ojos verdes de Jeff.

-He intentado aprender de tu ejemplo, hermano, y no hacer promesas precipitadas que después podría lamentar.

Heather sintió la mirada perspicaz de Jeff y comprendió que los hermanos hacían sutil referencia al tormento sufrido por Brandon cuando trataba de mantenerla a ella alejada. Apretó la mano de su esposo en gesto tranquilizador y le manifestó su amorosa devoción con una sonrisa gentil y cálida.

-Todos debemos estar dispuestos a aprender de los errores ajenos, Jeff-repuso, alegre, mirando a su cuñado-, pero a veces, cuando nosotros los cometemos, podemos captar mejor todo el valor de la lección.

 

 

 

Jeff se reclinó en la silla y bebió su vino. Pensó en su reciente promesa de esperar antes de reclamar sus derechos conyugales a Raelynn y esperó tener tanta fuerza de voluntad como la que había tenido el hermano cuando controlaba sus deseos masculinos, pero no ser tan obstinado para no percibir cuándo su esposa comenzaba a ceder.

-Es extraño cómo parecen repetirse las circunstancias en una familia -dijo-. Tal vez descubra que, a fin de cuentas, las maldiciones recaen sobre el que las pronuncia.

Brandon alzó una ceja, con expresión interrogante, y luego miró a Raelynn, pues empezaba a entender el dilema de su hermano. En vista de que se habían casado de manera precipitada, no le costó imaginar que Jeff era lo bastante galante para esperar, como un caballero, antes de forzar los placeres del lecho matrimonial.

Raelynn estaba confundida por la conversación entre los hermanos.

-¿Me he perdido algo?

Heather desechó la idea:

-Oh, no debes preocuparte, no es nada serio, Raelynn. A los varones Birmingham les encanta aguzar el ingenio uno contra el otro. Tienen el pellejo tan duro como un par de mulas viejas, y siempre entran en el desafío de ver quién se queda con la última palabra. Y, sin embargo, nunca he conocido a dos hermanos que fuesen tan amigos.

 

 

Un tiempo después, Raelynn y Jeff estaban en el pórtico de Oakley y se despedían de la otra pareja. La noche era quieta y tibia y en el aire flotaba la fragancia de los jazmines. Jeff pensó que era la noche perfecta para los amantes, mientras su joven esposa paseaba por el porche y contemplaba los campos iluminados por la luna y los árboles altos que extendían sus cabezas hacia el vientre del cielo cuajado de estrellas.

-Hubo momentos, hace poco, en Inglaterra, cuando yo ansiaba ver algo que no fuese la mugre de Londres -evocó Raelynn, en un murmullo suave-. Mi padre, que en otro tiempo fue un señor rico, fue falsamente acusado de traición contra la corona, ¿sabes? Le quitaron todo menos una ínfima cantidad de dinero que logró esconder, para nosotros. Luego murió en prisión, jurando inocencia con su último aliento. Cuando, hace unos meses, mi tío encontró a mi madre, dijo que podríamos comenzar una nueva vida aquí, en las Carolinas, donde nadie añadiría el calificativo de traidor a nuestro apellido. Durante el viaje, mi madre descubrió que mi tío había gastado lo que quedaba de dinero. Murió durante la travesía, y, al atracar, mi tío se dispuso a atender a sus propias necesidades. Llevó a Gustav Fridrich a verme y él prometió comprarme cuando Cooper Frye me llevara a su casa, pero en el camino logré escapar. Ahora tengo la impresión de que todo eso pasó hace una eternidad, y a un continente de distancia. Esta mañana, al levantarme, poco imaginaba que me casaría antes de terminar la noche y que viviría en medio de semejante esplendor. Jeffrey, me parece que te debo mucho más que mi vida. En verdad, no me imagino cómo podría recompensarte por salvarme de esa mísera existencia y por traerme, sana y salva, a este bello paraíso.

-Raelynn, no hace falta más recompensa que los votos que hemos intercambiado. -Jeff se sintió nutrido por la gracia fluida de la esposa, al verla recorrer el porche hacia él. Cuando estuvo cerca, contempló su rostro sumido en sombras y apartó suavemente con los nudillos un mechón de pelo suelto de la mejilla-. Y tengo paciencia.

Raelynn suspiró y sus ojos escudriñaron los de Jeff.

-¿Lo dices en serio?

-En realidad, hemos hecho todo esto al revés, Raelynn. Hemos puesto la vela bajo el mástil o, si lo prefieres, el carro delante de los bueyes, pero quisiera que pienses esto, señora mía. Hemos pronunciado primero el voto más sagrado, y ahora debemos tener en cuenta todo lo demás. -Le sujetó la barbilla y se miró en los líquidos ojos de la muchacha. Cuando volvió a hablar, su voz era más suave y ronca-. Tengo la sensación de conocerte desde hace miles de años y de haber estado esperando que llegaras, pero conteniendo el aliento esperaré más aún, hasta que conozcas mi honor en toda su extensión, y también mis defectos, y decidas venir a mí por tu propia voluntad.

-Somos desconocidos... -susurró ella, por lo bajo.

-Estamos casados -replicó Jeff, con dulzura-. Y tú eres todo lo que yo deseo. Lo supe en el instante en que te vi.

-Por favor, llévame adentro, Jeff -rogó Raelynn con voz débil.

-Tus deseos son órdenes, milady.

Le ofreció el brazo y, galante, cumplió su petición, para luego acompañar el lento y silencioso ascenso de Raelynn a la planta alta. La acompañó hasta la entrada del dormitorio de ella, que estaba contiguo al suyo, estiró el brazo para abrir la puerta y esperó que se despidiera. Pero no lo hizo.

Sonrojándose un poco, Raelynn miró de frente a su apuesto esposo.

-Jeffrey, ¿me considerarías atrevida si te pidiera que me beses?

Jeff se acercó, y ella alzó hacia arriba los labios entreabiertos, ansiosa de recibir el dulce beso. Los sentidos de la muchacha se estremecieron cuando los brazos de Jeff la estrecharon contra él, estrechando todo Ni cuerpo contra el suyo, más grande. Los ojos que escudriñaron su rostro ardían; parecían mirarle el alma, exigiendo respuestas que a ella le avergonzaba dar.

 

A Jeff lo asombró un poco que la muchacha no retrocediera, pues el placer sensual de estrecharla contra él lo afectó de una manera que, por joven que fuese Raelynn, no podría ignorar. Pero, en lugar de echarse atrás, Raelynn se pegó completamente a él, apoyándose y alzándose de puntillas para alcanzarlo.

Jeff la deseó más que a ninguna otra mujer y tuvo la audacia de avanzar, aunque una parte de él esperaba, aprensivo, el momento en que ella mostraría resistencia. Inclinando la cabeza, se apoderó de sus labios con hambriento fervor, que hizo a Raelynn contener el aliento, embelesada, y apretarse a él con ardiente pasión, que ignoraba poseer.

No hubo rechazos, y Jeff se inclinó para alzar a Raelynn en brazos. La llevó hasta la cama, sin detenerse más que para cerrar la puerta con el tacón.