CAPÍTULO 1

 

Ocho años atrás…

 

La sirena de la ambulancia ululaba llenando el enorme silencio de aquella ala del hospital, las luces hacían sombra en las paredes, vistiéndolas de rojos y naranjas antes de desvanecerse por completo y cesar el ruido cuando se detuvo delante de la puerta de Urgencias del St. Charles Hospital echó un rápido vistazo desde una de las ventanas para ver a los técnicos bajar con una camilla y un hombre entubado en ella, el médico de la ambulancia seguía haciéndole el masaje cardíaco mientras una de los técnicos insuflaba aire por medio del ambú mientras corrían a través de las puertas donde sabía que los recibirían los médicos de urgencias. Suspirando echó un vistazo a su reloj, pasaba ya de media noche, su ronda había terminado hacía quince minutos pero no quería marcharse sin pasar antes a verla.

Aquel se había convertido en el caso más extraño que había tenido en los diez años que llevaba de neurólogo e incluso ahora, casi un mes después de su ingreso, seguía sin encontrar respuesta al enigma que se le presentaba.

Recorrió el largo pasillo de un gris estéril fijándose no por primera vez en los paneles con mensajes y cuadros que algunos pacientes habían donado al hospital en un intento de hacer el lugar un poco más agradable y menos sombrío, pero un hospital seguía siendo un hospital después de todo.

Llegó a la primera de las puertas de las habitaciones de aquella ala, echó un vistazo a través del cristal y esbozó una sonrisa cuando vio a su paciente con la mirada perdida hacia la ventana, el largo pelo castaño enmarañado y sucio que había tenido cuando la conoció había terminado por convertirse en una lisa melena castaña, su piel había recuperado el color pese a que todavía estaba matizada por algunas zonas amarillentas allí donde habían estado los ensangrentados moratones, sus ojos sabía que eran de un verde intenso que a menudo parecían estar carentes de vida, el cuerpo menudo y delgado, demasiado delgado, había recibido varios golpes y contaba con una fractura en uno de sus brazos la cual parecía estar curándose bien, pero lo que más preocupaba a los médicos y a la policía, era que la niña de unos diecisiete años que un transeúnte había encontrado medio muerta a orillas de Hyde Park tenía signos de haber dado a luz hacía unos escasos dos días, posiblemente un aborto provocado por la paliza a la que parecían haberla sometido, los especialistas habían llegado a la conclusión de que la niña no habría podido estar más de cinco o seis meses, fuese como fuese, el feto no había aparecido todavía y ella no parecía estar en condiciones de darles ninguna información.

Tomó el cuadro de diagnóstico de los pies de la cama y comprobó la evolución de su paciente, los datos que figuraban sobre ella contenían la mayoría la palabra “desconocido”, solo el apartado de su nombre había sido rellenado con el nombre Altais, el mismo que figuraba en la pieza que llevaba atada con un cordón alrededor de su cuello, pero tampoco estaban seguros de que aquel fuese su verdadero nombre. Una minuciosa investigación por parte de la policía no hizo sino arrojar más sombra sobre la posible identidad de ella. Ni número de la seguridad social, ni carné de conducir o identificación, incluso sus huellas dactilares daban como “desconocido”.

Ella no era más que un cuerpo roto, una mente vacía en una estéril cama de hospital.

— ¿Altais? —la llamó, a veces el sonido de su voz hacía que ella girase la cabeza, pero todavía no podía discernir si era en reconocimiento a su tono de voz o a su nombre. Al no recibir respuesta se volvió en busca del mando de la televisión y la encendió bajando el volumen lo suficiente para que no molestara a los demás, pero lo suficiente alto para captar su atención. Había descubierto que ella se volvía hacia el ruido, mirando absorta la pantalla en la que pasaban las imágenes, sin hacer nada más, sin embargo, ella no se movió.

Suspirando dejó el mando a un lado y rodeó la cama, para mirarla de frente, como era costumbre, tenía la mirada perdida en la ventana, pero en esta ocasión su rostro estaba perlado de lágrimas, sus mejillas estaban mojadas y sus ojos claramente vidriosos.

Acuclillándose para quedar a su altura, algo risible ya que él medía casi un metro noventa, llamó su atención con un chasquido de los dedos.

La muchacha se volvió entonces hacia él, por primera vez su mirada no reflejaba el vacío, en aquellos ojos verdes había tanto miedo, profundo terror y desesperación que le traspasó hasta el alma. Sin darle tiempo a poder decir o hacer algo, ella se echó a llorar de forma desgarradora y se abrazó a él, aquella menuda y rota adolescente se abrazó a él como si fuese una tabla de salvación.

Fuese cual fuese el shock en el que había estado sumergida, había emergido para enfrentarse a la realidad, cualquiera que fuese esta.

—Shhh, ya pequeña, todo está bien —la arrullaba—. Nadie va a volver a hacerte daño, ahora estás a salvo.

Durante los meses siguientes, Dave Coulter, neurólogo del St. Charles Hospital se enfrentó al reto de su vida, Altais había reaccionado pero su mente parecía estar fragmentada, era incapaz de recordar nada anterior al momento en que había roto a llorar, ni siquiera su propio nombre, poseía una comprensión perfecta de las cosas pero todo lo que la rodeaba era como un mundo extraño para ella, el simple hecho de mirar la televisión, algo en lo que parecía poder quedarse horas haciendo era algo no natural en ella, y lo más frustrante para la policía era su aparente amnesia, la niña era incapaz de recordar nada, ni siquiera parecía darse cuenta de que hubiese estado embarazada, la sola idea de una vida creciendo en su interior parecía asombrarla al nivel de un infante.

Para Dave el devolver a Altais al mundo de los vivos se convirtió en un desafío, la niña era como una esponja absorbiendo conocimientos, su mente parecía perfectamente capaz de asimilar todo lo nuevo, pero por más que lo intentaba, era incapaz de rescatar nada de su pasado.

Después de varios meses de terapia en el hospital y sin que la policía hubiese podido encontrar algo que les llevase a resolver aquel misterio, la muchacha entró a formar parte de la custodia del estado.

Asistentes sociales, psicólogos todos parecían estar interesados en someter a pruebas y más pruebas a la muchacha, hasta el punto de que lo que Dave había conseguido avanzar con ella empezó a estancarse, Altais confiaba en él, pero tenía miedo de cualquier ser humano desconocido que se acercaba a ella, no era una muchacha arisca, pero sí se cerraba en sí misma de un modo casi autista.

Tras muchos conflictos, varios pasos por los tribunales y un infierno de contactos, Dave se convirtió en el tutor de la pequeña desconocida que había encontrado en el hospital y Altais pudo empezar una vida nueva lejos de aquella institución, lejos de un pasado que no recordaba y en el que parecía no tener interés.

Poco sabía Dave, que en lo más profundo de Altais existía una llamita de anhelo, una llama que poco a poco y con el paso de los años fue convirtiéndose en un solitario grito, como si con su pasado, le hubiese sido arrebatado también algo más importante y que debía recuperar.

 

En el presente…

 

—Lo sé… sí… no… por supuesto… ¡Oh, por favor! —Altais apartó el teléfono de su oreja y lo miró como si no pudiese creer lo que acaba de escuchar de su interlocutor—. Dave… nadie va a raptarme, me devolverían a los dos minutos de haberme metido en un coche por que serían incapaces de aguantarme por más tiempo.

Altais se echó el pelo castaño hacia atrás y echó un buen vistazo a su alrededor, debería haber alquilado una bicicleta o al menos haber cogido una de las líneas de autobús, el mapa que llevaba junto con su guía turística empezaba a parecerle un galimatías sin sentido.

— ¿Dave? ¿Te das cuenta el dineral que te está saliendo esta llamada? —Le respondió nuevamente ella poniendo los ojos en blanco al oír su respuesta—. Ya sé que fui yo la que quiso venir de viaje a Eslovenia… no… no lo sé… ya te lo dije, Dave, no lo sé, pero tenía que venir… y sabes, estoy perdiendo un tiempo precioso oyendo tus consejos de padre preocupadizo cuando podría estar recorriendo esta magnífica ciudad y encontrar el maldito Puente de los Dragones.

La chica suspiró y se miró sus cuidadas uñas, para luego bajar la mirada sobre sus gastados vaqueros a las botas de tacón que se había calzado para recorrer la ciudad. Sí, botas de tacón… adoraba los tacones, aunque eran matadores para dar largas caminatas.

—Dave… no… escúchame… — Altais volvió a poner los ojos en blanco —. Oh, por favor, ya no soy la niñita que recogiste en el hospital, tengo veinticinco años y por dios que sé cuidarme perfectamente bien sola. Ala… nos vemos… sí, sí… mañana hablamos…

Cuídate… ¿Y Dave? La pizza recalentada en el microondas de dos días no es comida.

El pitido de la llamada interrumpida hizo que pusiera cara de asombro.

— ¡Me ha colgado! —jadeó con una risita—. No puedo creerlo… y luego habla de mí.

Negando con la cabeza, echó mano a su pequeña mochila y guardó nuevamente el teléfono dispuesta a disfrutar de sus primeras vacaciones en… siempre.

Tenía mucho que agradecerle a Dave, sabía que sin él quizás nunca habría salido del estado en el que se había encontrado casi ocho años atrás, si era sincera consigo misma, apenas podía recordar aquellos días, pero lo que había averiguado y le había contado su tutor siempre la había dejado marcada.

Temblorosa llevó la mano a su vientre y apretó los ojos antes de retirar la mano, hacer aquellos oscuros pensamientos a un lado y empezar a caminar.

Aquel viaje había sido algo totalmente inesperado, un buen día estaba charlando con Dave en la cocina de la casa de campo que había comprado cuando la adoptó a ella y al siguiente estaba mirando fijamente la imagen de la estatua de un dragón que formaba parte de uno de los pilares de entrada de un puente.

La leyenda de la imagen ponía “Puente del Dragón” y era el emblema de la ciudad de Liubliana, capital de eslovena. Una búsqueda más exhaustiva por Internet la había llevado a enamorarse de aquella antigua ciudad situada en el centro de Eslovenia, sus calles llanas de edificios antiguos, sus plazas y parques, las montañas nevadas recordándose en la lejanía, había algo en aquel lugar que se le hacía tremendamente familiar y al mismo tiempo doloroso. Llevaba teniendo esa clase de sensaciones residuales, como las llamaba su psicóloga desde el principio, una vez que su padre adoptivo se la había llevado a casa, había preferido que el tratamiento lo llevase otra persona y había contado con la ayuda de una buena amiga y colega que se había hecho cargo del asunto. Altais había perdido la cuenta de las sesiones de hipnosis a las que se había sometido sin que pudiesen arrancarle nada más que gritos y sollozos, pero ni un solo recuerdo, todo lo que tenía de un pasado que no recordaba eran emociones que surgían en el momento menos esperado y para las que no tenía explicación. Aquella ciudad, sin embargo, la atraía y repelía a partes iguales, sentía la imperiosa necesidad de ir allí, como si el hacerlo pudiese devolverle el pasado que había perdido.

Le llevó unos ocho meses preparar el viaje, ni siquiera las reticencias de Dave habían podido hacer nada para disuadirla.

Durante los ocho años que había estado a su cuidado, Altais se había comportado siempre con corrección, había sido una muchacha sensata, tranquila, en ocasiones incluso bastante solitaria, pero amable. Ni siquiera se había interesado demasiado por el sexo opuesto, algo que llevó a pensar a su tutor durante algunos meses que quizás su hija adoptiva tuviese otra clase de tendencias. Altais aún se reía al recordar la charla que habían tenido, en la cual había terminado rodando por el suelo sin poder dejar de reírse mientras el hombre tenía las mejillas totalmente rojas.

La sola idea de que hubiese insinuado una posible homosexualidad, la había hecho reírse a carcajadas, ella no tenía nada en contra de aquellos que se sentían atraídos por el mismo sexo, pero en su caso, disfrutaba demasiado mirando un buen culo masculino como para interesarle el de una mujer.

Para mantenerse ocupada y hacer algo con su vida, Altais había hecho algún curso online y por correspondencia de secretariado, en ocasiones incluso había hecho suplencias en el despacho privado de Dave o más recientemente, ayudado a modo de voluntariado en el hospital, en la sección infantil donde pasaba las tardes con los niños enfermos, pero no acababa de encontrarse a gusto con nada, era como si le faltase algo, como si el pasado que no recordaba se hubiese llevado algo importante para ella.

Necesitaba un cambio, alejarse durante algunos días de la rutina y de aquello en lo que se había convertido su vida, necesitaba ir a aquel lugar, tenía que ver esa ciudad por sí misma, deseaba ver aquel puente con esculturas de dragones, pues era en lo único que podía pensar.

Era curioso que le tuviese un asco tremendo a cualquier clase de lagarto y en cambio sintiese una atracción especial por los dragones.

Altais no podía sino sonreír al recordar todas las pegas que le había puesto Dave. El hombre se había convertido en su tutor y poco tiempo después la había adoptado legalmente dándole su apellido, aunque entre ellos siempre había existido más bien una relación de amigos que de padre e hija, pero era incapaz de dejar de preocuparse por su “niña”.

— ¿Lo has pensado bien? —le había dicho apenas una semana antes de que emprendiese su viaje, mientras desayunaban en la cocina—. ¿Has hablado con el hospital? ¿Has pensado en los niños?

Aquello había sido lo único que Dave podría haber utilizado para disuadirla. Altais adoraba a los niños, y más que nada, a sus niños. Los pequeños con los que compartía varias horas al día en el ala de infantil del hospital al que asistía como voluntaria. Había tenido que hacer horas extra y cambiar varios turnos para poder disponer de aquellos quince días para hacer su viaje, pero había merecido la pena.

Ojeando de nuevo la guía turística en sus manos y el mapa, dejó escapar un suspiro de resignación y optó por seguir adelante, antes o después tendría que aparecer un indicador que le dijera exactamente en qué calle estaba.

—Por aquí había una frase para preguntar por dónde se iba a tal sitio — musitó ella pasando página tras página de su libro de viajes—. Ya podía haberme interesado por alguna ciudad en la que se hable inglés, en vez del esloveno… ¿Cómo demonios se pronunciará esto?

Deteniéndose un momento echó un vistazo a su alrededor en busca de alguna placa que identificase el lugar en el que estaba. El cielo estaba totalmente despejado a aquellas horas de la mañana después del aguacero que había escuchado durante la noche en la habitación de su hotel, el vuelo había resultado ser más llevadero de lo que había pensado, para ser su primer viaje en avión había sido toda una experiencia, pero a lo que nunca se acostumbraría era a los copiosos desayunos que practicaban en aquel país. Acostumbrada a desayunar un café con leche y tostadas, el encontrarse con un plato enorme había sido un shock.

—Veamos… si estoy aquí — murmuró señalando un punto en su mapa, antes de darle la vuelta y otra vuelta más y tratar de orientarse—. Entonces… um… ¿Será por aquí? Oh… qué demonios, andando se llega a Roma.

Altais dobló nuevamente el mapa, lo metió dentro de su guía de viajes y emprendió el camino por la primera desviación que encontró hacia la izquierda al tiempo que sacaba su inseparable cámara de fotos y empezaba a tomar fotos de las calles, monumentos e incluso se hizo a sí misma alguna con una pericia que envidiaría un fotógrafo profesional.

El lugar era increíble, las calles llanas y amplias, poca polución, la mayoría de la gente, sobre todo el turista tendía a aprovechar el alquiler de bicicletas para recorrer la ciudad sin mayores problemas, y aunque el idioma principal era el esloveno, sorprendía la amabilidad con la que la gente saludaba y sonreía a una desconocida como ella.

Sonriendo como una tonta ante la maravillosa experiencia que estaba resultando recorrer una nueva ciudad extranjera, sintió también como una especie de deja vu cada vez que alzaba la mirada hacia el castillo situado en lo alto del valle o las montañas nevadas de los Alpes que se recortaban a lo lejos, había momentos en los que le parecía reconocer la ciudad, como si hubiese pisado aquellas calles mucho tiempo atrás, pero cuando intentaba concretar y forzar su memoria a recordar, todo lo que conseguía era que le doliese la cabeza y pronto una sensación de soledad la embargaba, dejándola melancólica y deprimida.

Abandonando la vía principal por la que había entrado, salió hacia uno de los laterales en los que se encontró con el río, y sólo un poco más adelante, volviéndose hacia la derecha, se alzaba majestuoso el Puente del Dragón.

Sonriendo ampliamente al verlo alzó la cámara de fotos e inmortalizó la imagen, entonces la visionó y quedando satisfecha por el resultado, procedió a dirigirse hacia el emblema de la ciudad.