Capítulo 5

 

Varnie no sabía cuánto tiempo había estado sentada. Pero a medida que se recuperaba del pánico que León le había hecho sentir se dio cuenta de que no hubiera llegado a forzarla.

Por la información que tenía, León debía de pensar que era una mujer con experiencia. Ella misma le había dicho que había dormido con John Metcalfe sin aclararle que eran hermanos y que se refería a un episodio de la infancia.

Y en cuanto León se dio cuenta de que su comportamiento despertaba en ella una reacción traumática, había parado automáticamente.

Varnie sabía que, a no ser que decidiera escaparse en mitad de la noche, tendría que enfrentarse a León más tarde o más temprano. Pero para retrasar el momento, primero se dio una ducha y se cambió de ropa. Después, se entretuvo unos diez minutos hasta que por fin se sintió capaz de dejar su dormitorio.

Había imaginado que León estaría trabajando en el despacho, pero no fue así. La esperaba en la cocina, de pie, mirando por la ventana. En cuanto la oyó entrar se volvió.

—No te preocupes —la tranquilizó—. No pienso repetir lo que he hecho antes.

 

Varnie se ruborizó hasta la raíz del cabello al recordar cómo las manos de León habían acariciado sus senos desnudos y su vientre. Jamás había sido tocada tan íntimamente. Tragó saliva e intentó sobreponerse.

—¿Te importaría dejarlo por escrito? —consiguió bromear. Pero de inmediato sintió que le faltaba el aire. No soportaba estar en la misma habitación que él—. Necesito dar un paseo —anunció.

—¿No te marchas? —preguntó él.

—¿Y privarme de tu encantadora compañía?

León sonrió.

—Y yo que creía que te había causado un daño irreparable... Veo que sigues teniendo la misma lengua afilada de siempre.

Varnie le dedicó una mirada sombría antes de ponerse una cazadora y salir por la puerta trasera.

Caminó sin rumbo, dándole vueltas a lo que acababa de suceder. Quería odiar a León por el susto que le había dado, pero no lo conseguía. Tras dos horas de paseo, llegó a la sorprendente conclusión de que, dadas las mentiras que le había contado respecto a su vida amorosa y la experiencia que él obviamente había asumido que tenía, había tenido suerte.

Y con su habitual sentido de la justicia, se recordó que León no debía encontrarse a menudo con mujeres que se proclamaran sus prometidas. Así que era lógico que no lo hubiera aceptado con indiferencia y que hubiera buscado alguna manera de castigarla por lo que había hecho. Y más, teniendo en cuenta que durante aquel periodo de su vida, las mujeres sólo le causaban problemas.

Que fuera capaz de ver las circunstancias desde esa perspectiva no significaba que el comportamiento de León no fuera censurable. Pero para cuando Varnie volvió a Aldwyn House casi pensaba que también él se merecía una disculpa.

Sin embargo, el lado más combativo de su personalidad se rebeló ante tal pensamiento. ¿Acaso no estaba León chantajeándola? Pero si seguía allí en contra de su voluntad, ¿por qué había sentido una fuerza interior que le pedía que se quedara? Una fuerza que, si era sincera consigo misma, no estaba relacionada con Johnny...

También recordó que León le había preguntado si pensaba marcharse en un tono que parecía indicar que no quería que lo hiciera. Pero claro, eso se debía a que la necesitaba para hacer las labores de la casa.

De hecho, en cuanto llegó se dio cuenta de que debía haberle preparado la comida hacía tiempo. Entró en la cocina debatiéndose entre hacerle un sandwich o dejarle pasar hambre, pero, para su sorpresa, él se lo había hecho a ella.

Y de pronto, Varnie sintió que su sentimiento de animadversión hacia él desaparecía. León no tenía por qué haber pensado en ella, pero lo había hecho. Y con ello había conseguido que le fuera aún más difícil odiarlo.

Desconcertada, decidió que lo mejor que podía hacer era mantenerse alejada de él hasta que aquella especie de ternura que se había despertado en su interior pasara.

Pronto descubrió que era una tarea bien sencilla: Solía dejarle la cena en el comedor, pero León, quizá por temor a que decidiera empezar a comer con él, entró en la cocina y le dijo que se la sirviera en el despacho. Varnie asintió y le dio las gracias por el sandwich a lo que él no respondió.

Aquella noche se metió en la cama sintiéndose completamente desconcertada. Era evidente que León la evitaba tanto como ella a él. Apenas habían intercambiado un par de palabras en todo el día.

Se levantó a la mañana siguiente con la convicción de que León estaba a punto de marcharse. Y lo más extraño fue que ese pensamiento, en lugar de, producirle alegría, más bien la entristeció.

Después de ducharse bajó a la cocina sumida en la más total confusión de emociones. León entró después que ella y, en silencio, se sirvió una taza de café y salió. Varnie no pudo evitar pensar que parecía cansado y se indignó consigo misma por preocuparse por él. ¿No era un adulto? Era su problema que dedicara sus vacaciones a trabajar.

Pero por más que quisiera no preocuparse por él, cuando lo llamó para ir a desayunar, no pudo contenerse:

—Deberías salir más —le espetó en tono recriminatorio.

León la observó detenidamente, como si se planteara qué derecho tenía ella a decirle algo así.

—¿Te parece que soy aburrido? —preguntó después de una larga pausa.

Varnie se arrepintió de no haber mantenido la boca cerrada.

—No es bueno trabajar todo el día —masculló.

—¿Tu trabajo de asistenta incluye dar consejos? —preguntó él bruscamente.

Varnie se enfureció.

—Por mí como si te matas a trabajar —exclamó. Y subió las escaleras decidida a no volver a coincidir con él el resto del día.

Pero la rabia le duró poco. Para el mediodía se sentía confusa e inquieta. Llevaba diez días trabajando para él, y en ningún momento le había sugerido que se tomara algo de tiempo libre.

Y para evitar que la rebeldía se le pasara tan rápido como el odio, le llevó un sandwich al despacho.

—Hoy no voy a hacerte la cena:—le soltó. León la miró impasible y Varnie sintió que la irritación crecía en su interior—. Pero para que no me acuses de no cumplir con mis funciones puedo hacer dos cosas: o invitarte a cenar, asumiendo que piensas darme una buena propina al final de tu estancia aquí, o traerte comida de un restaurante chino.

León la contempló en silencio. Varnie; dejó transcurrir unos segundos antes de continuar.

—De acuerdo. Te traeré algún plato agridulce. Aunque pediré que sea más dulce que agrio.

Había esperado que la insinuación de que León era de por sí bastante agrio lo enfureciera, pero en lugar de contestar, León se echó a reír.

Varnie lo miró desconcertada. De pronto, el peso que sentía en el pecho se aligeró.

—Varnie Sutton, eres la asistenta más descarada que he conocido en mi vida —dijo. Y más formal, añadió— Si me he mantenido distante ha sido porque no quería que me temieras.

Varnie bajó la mirada.

—¿Por lo que sucedió ayer?

—Fue un incidente muy desafortunado. Perdóname...

Varnie supo que era una disculpa sincera.

—No te preocupes. Lo superaré.

Fila miró con expresión seria.

——Eres más amable de lo que merezco— ¿Estás segura de que no te sientes incómoda conmigo?

—Claro que no—afirmó ella.

León sonrió y Varnie pensó que volvían a ser amigos. Aunque inmediatamente le dijo que nunca lo habían sido. Por eso, le sorprendió aún más qué tras un breve silencio, León dijera:

—Ya que estás decidida a no cocinar supongo qué debería invitarte a cenar fuera.

Varnie se sintió avergonzada.

—No he querido insinuar eso.

—Ya lo sé. Pero tú misma has dicho que debía salir más.

Varnie se sintió halagada y aunque titubeante, aceptó.

Se vistió con más cuidado que de costumbre mientras se decía que lo hubiera hecho para cualquiera. Pero cuando bajó con un elegante vestido azul verdoso del mismo tono que sus ojos y con el cabello rubio suelto, Leon ni siquiera le dedicó una segunda mirada.

—¿Estás lista? —fue todo lo que dijo, sin detenerse ni un segundo en las magníficas curvas que se insinuaban bajo el vestido.

—Como es lunes no me ha parecido necesario reservar mesa —dijo Varnie precipitadamente.

—Ya lo he hecho yo.

Varnie se quedó atónita.

—¿Te has ocupado tú?

León la miró fijamente.

—Es tu noche libre. Disfrútala.

Y Varnie no tuvo ninguna dificultad en obedecerle. León había elegido uno de sus locales favoritos, El Castillo de Ruthin. Se trataba dé un castillo medieval, reconvertido en hotel y restaurante y siempre lo había considerado muy romántico. Para Varnie fue un auténtico placer entrar en el bar con León para tomar un aperitivo antes de sentarse en el comedor.

No tenía ni idea de cómo transcurriría la noche, pero pronto descubrió que Johnny no había mentido al definir a León corno un hombre encantador. Tenía una conversación amena y estaba interesado en lo que ella opinaba. Sorbo a sorbo, fueron hilvanando ideas y comentarios.

Varnie descubrió que estaba pasándolo en grande y se preguntó si sólo se debía a que por primera vez desde hacía mucho tiempo era servida por otros o si podría tener que ver con la compañía. Aquel pensamiento la hizo mirar a León con sorpresa.

—¿He dicho algo raro? —preguntó él.

Varnie sacudió la cabeza.

—No. Es que acabo de darme cuenta de que lo estoy pasando bien.

—¿Pensabas lo contrario?

—La verdad es que no hemos tenido muy buen comienzo.

—Porque tienes una lengua muy afilada.

—Y tú eres un desconfiado—dijo ella, bromeando. Pero al recordar que lo estaba engañando y lo que había sucedido con Antonia King, supo que aquella tregua no podía durar mucho—. Y mañana volverás a ser un cascarrabias.

—Y tu una descarada que se inventa las mentiras más increíbles.

Aunque Varnie sabía que se refería a los King, no pudo evitar sentirse culpable por las mentiras que León ni siquiera conocía.

—¿Podemos declarar una tregua? —dijo con una tímida sonrisa—. ¿Al menos por esta noche?

León hizo como que se lo pensaba.

—No, creo que sea muy difícil —dijo al fin. Y por coincidencia, los dos tocaron madera al mismo tiempo y se echaron a reír al unísono.

El resto de la velada hizo pensar a Varnie que el castillo estaba encantado. Continuaron charlando amigablemente durante la cena sin que en ningún momento les faltara conversación. En cierto momento, León la miró y, como si no pudiera contenerse, exclamó:

—Eres de una belleza exquisita, Varnie.

Ella se sintió turbada, pero supo reaccionar.

—Estaba esperando a que te dieras cuenta —bromeó Varnie, y con ello relajó la tensión que se había creado. Pero la mirada de curiosidad que León le dedicó hizo que continuara— Bajo con mi mejor vestido y lo único que se te ocurre es preguntarme si estoy lista.

En cuanto pronunció aquellas palabras se arrepintió. Era un comentario que los metía en un terreno muy personal, y la cena tenía que servir precisamente para evitar tensiones entre ellos.

—Lo siento —se disculpó—. No quería decir algo tan personal.

León la miró por unos segundos.

—Teniendo en cuenta que no somos máquinas y que mantenemos un estrecho contacto, lo raro sería que de vez en cuando no pasara algo «personal» entre nosotros.

Varnie reflexionó. . —Supongo que tienes razón —dijo, y se preguntó, aunque de inmediato se dijo que le daba lo mismo, si León pensaría en ella cuando no la tenía delante igual que ella pensaba en él.

—Pero ya que hemos entrado en el terreno de lo personal...

—¿Estás seguro?

—Acabo de decidirlo —dijo León, sonriendo—. Al menos por esta noche —a Varnie le dio un vuelco el corazón—. Háblame de Varnie Sutton.

¡Imposible! Las alarmas se dispararon en su cabeza.

—No se me ocurre nada de interés —dijo.

León la miró con escepticismo.

—Habías prometido no decir mentiras.

—¿Cuándo he prometido eso?—exclamó ella en broma—. Prefiero que hablemos de ti.

Leó la miró en silencio antes de hablar.

—¿Por dónde quieres que empiece?

De pronto, Varnie se dio cuenta de que quería saberlo todo sobre él.

—Supongo que para evitar que me ruborice, deberías contarme sólo algunos episodios de tu vida.

—Tampoco ibas a ser viperina —le recordó él.

Varnie se rió. Estaba pasándolo maravillosamente.

—Pero si no he mentido. Tienes mala reputación...

León pareció sinceramente sorprendido.

—¿En qué sentido?

—Con las mujeres —Varnie se disculpó de inmediato. —Lo siento, no debería haberlo dicho.

—Son todas unas malvadas —bromeó él. Y Varnie sintió que acababa de enamorarse un poco de él, aunque el lado sensato de su mente le dijo que no pensara tonterías—.¿Te refieres a Antonia King? —preguntó León.

—Supongo que no es más que una de tantas—replicó Varnie, sin poder evitar sentirse un poco celosa—. ¿No has estado implicado hace poco en un caso de divorcio?

Leon la miró en silencio. Varnie pensó que le diría que no era de su incumbencia, pero se limitó a encogerse de hombros.

—Estaban separados —explicó—. Ella llevaba tiempo viviendo en otra casa antes de que yo apareciera. Sólo salimos en un par de ocasiones. Pero su marido quiso utilizarme de excusa para no pagar la fortuna que ella le exigía —se encogió de hombros una vez más— Mis abogados se ocuparon del asunto.

—¿Resultaste inocente?

—Porque lo era. Pero eso no me evitó la publicidad del caso.

Varnie le creyó.

—¿Y también has sido inocente con Antonia King? —preguntó.

—Aún más. Jamás pensé en ella más que como un componente valioso del equipo. Debía haberla despedido en cuanto empezó a tontear conmigo.

—¿Por qué no lo hiciste?

—Supongo que por orgullo. Pensé que iba a parecer ridículo que la despidiera sólo porque... le gustara.

¡Estaba avergonzado! Varnie sonrió con dulzura.

—No me extraña que estuvieras tan harto de las mujeres que necesitaras unas vacaciones.

—Y apenas había pasado unas horas en mi refugio —dijo León, mirándola a los ojos— cuando apareciste en mi dormitorio tal y como llegaste al mundo.

Varnie se ruborizó.

—¡No me lo recuerdes!

—Y ahora te toca a ti —dijo León.

—¿Yo?

—Vamos, Varnie, no suelo compartir mis intimidades. Sería una descortesía que no me contaras algo de ti.

Varnie sabía que tenía razón, pero todavía ofreció un poco de resistencia:

—¿Como qué?

—Por ejemplo, podrías hablarme del hombre que dejaste al enterarte de que estaba casado.

—¿Martin? —dijo Varnie. Ni siquiera había pensado en él a lo largo de aquellos últimos días.

—¿Estabas enamorada de él?

Varnie sacudió la cabeza.

—Eso creía. Iba a marcharme con él de vacaciones, pero como se retrasaba le llamé a la oficina y me enteré de que estaba casado y tenía hijos.

—¿No pudo tratarse de una confusión?

Varnie negó aria vez más.

—Su secretaria me dijo que su esposa y sus hijos habían pasado por la oficina aquel mismo día. Además, se lo pregunté en cuanto llegó.

—¿Y lo admitió todo?

—A regañadientes. Me mintió al decir que hacía mucho que no veía a su mujer y que se iban a divorciar.

Varnie miró a León y vio que la contemplaba con mirada compasiva.

—Pobre Varnie —dijo con, dulzura—. Me alegro de que te hayas librado de esa relación.

Ella bajó los ojos y le sorprendió darse cuenta de que estaban a punto de acabar de cenar y el tiempo había volado. Pero su sorpresa fue aún mayor con la siguiente pregunta que León le dirigió:

—Supongo que era una relación completa.

¡Cómo podía ser tan indiscreto!

—Si por «completa» te refieres a si dormíamos juntos, la respuesta es que no es asunto tuyo.

—Eso quiere decir que no —dijo él, sosteniéndole la mirada.

Varnie no pudo evitar reírse. Era un hombre irritante, pero conseguía hacerla reír en los momentos más inesperados.

—Estaba todo delicioso —dijo, mirando su plato vacío.

Varnie empezó a lamentar que la velada estuviera llegando a su fin. Era de suponer que no se repetiría. Las vacaciones tenían que acabarse. Y aunque León no había mencionado ninguna fecha, Varnie intuía que no tardaría mucho en anunciar su vuelta a la oficina. Alzó la vista y descubrió a León mirándola fijamente, como si hubiera tenido una súbita idea.

—¿Qué pasa? —preguntó ella. Al ver que León no contestaba, añadió—. ¿Tengo nata en la barbilla?

León sonrió.

—Tu barbilla está inmaculada —dijo, pero no reprimió su siguiente pregunta—. En relación a lo que hablábamos antes, Varnie, ¿cuánta experiencia tienes?

Ella lo miró desconcertada.

—¿A qué viene esa pregunta? —fue lo mejor que se le ocurrió decir.

—Ayer le dijiste a Neville King que mi cama no te era desconocida, pero tú y yo sabemos que mentías, ¿no es cierto?

—No quiero continuar esta conversación —balbuceó Varnie.

—Tendrás que aguantarte —dijo León con firmeza—. Si no recuerdo mal, ayer tuve que aguantar que dijeras que estamos prometidos.

—Y mientras yo he cumplido mi palabra de mantenerme alejada de tu dormitorio, tú no has cumplido con la tuya —Varnie se arrepintió en cuanto aquellas palabras salieron de su boca. Se disculpó de inmediato—. Lo siento mucho. Sé que te sientes culpable y no necesitas que te lo recuerde.

León la miró con sorpresa.

—¿Perdonarte yo a ti? —preguntó en voz baja—. Eres una mujer verdaderamente encantadora.

La ternura de su mirada hizo que el corazón de Varnie latiera con fuerza. Sacudió la cabeza.

—Tengo la lengua afilada y digo mentiras —le recordó.

—Desgraciadamente —admitió León. Pero para demostrar que una vez se interesaba por un tema le costaba abandonarlo, añadió—: Y como esta noche no puedes ni tener la lengua afilada ni decir mentiras, háblame de John Metcalfe. Por lo que me dijiste, entiendo que fuisteis amantes.

Varnie sacudió la cabeza enérgicamente.

—Hay cosas que son privadas —dijo. León la miró fijamente—. Estás a ponto de estropear una noche muy especial —continuó ella con un hiló de voz. Y tras sonreír, añadió— Y necesito que dure porque trabajo para un auténtico tirano que no me deja tomarme días libres.

León soltó una carcajada.

—El hombre que te conquiste va a tener que estar en guardia permanentemente—dijo.

Varnie también se rió.

—Tendrá que ser muy especial.

—Más le vale.

Tomaron café y cuando León pidió la cuenta, Varnie recordó que inicialmente ella le invitaba.

—Yo pagaré.

—Te lo deduciré de tu paga —dijo él en un tono que no admitía discusión, aunque sus ojos sonreían.

La noche volvió a ser mágica cuando pasearon por los terrenos del castillo camino del aparcamiento. Sentada junto a León en el coche, Varnie guardó silencio y reflexionó, recordando cada detalle de la cena y de la conversación. La verdad era que habían coincidido en muchas opiniones e incluso en los casos en los que no estaban de acuerdo, León había apreciado siempre la perspectiva que ella aportaba al tema.

Además, le había contado cosas muy personales, y ella había cometido la descortesía de recordarle el episodio del día anterior, cuando era evidente que León estaba arrepentido.

Llegaron a Aldwyn House y mientras León abría la verja y la cerraba tras meter el coche, Varnie se sintió invadida por los remordimientos. Quería corresponder a León con la misma confianza que él había depositado en ella. Pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.

De pronto, cuando estaban de pie en el vestíbulo, a punto de despedirse para ir cada uno a su dormitorio, supo lo que debía hacer.

—Gracias por una velada muy agradable, Varnie —dijo León.

Ella lo miró a los ojos y se decidió a actuar.

—Gracias León, también yo lo he pasado bien —se acercó a él, sonrió y, como si fuera lo más natural del mundo, apoyó las manos en los hombros de León, se puso de puntillas y le dio un beso.

Fue un beso cálido y amistoso, sin pasión. Sintió que León respondía y por un instante pensó que se lo iba a devolver. Pero lo único que hizo fue sujetarle los brazos como si quisiera alejarla de sí.

Varnie dio un paso atrás y se puso roja.

—También puedes deducir esto de mi salario —dijo precipitadamente, y tras girarse, subió las escaleras a toda velocidad.