VIII  Jorge el Extranjero

 

La aurora encontró despiertos a los habitantes de AlcaJuán. Los lugareños escucharon un zumbido desacostumbrado. Alzaron sus cabezas y posaron su mirada en un ingenio volador que surcaba el cielo azul. Pero nadie acudió a interesarse por la nave ni sus tripulantes, salvo tres niños que jugaban en las afueras del pueblo:

—¡Mira, Juan!, se acerca un avión.

—¡No es un avión, Jaime! ¡Es un helicóptero! —zanjó Héctor, y añadió:

—¡Mirad, va a aterrizar en el llano! ¡Vamos corriendo! —Los tres niños llegaron justo a tiempo para ver tomar tierra al helicóptero, lo cual observaron muy quietos, hombro con hombro.

Un hombre melenudo y risueño los saludó con una mano, mientras con la otra desactivaba el helicóptero, del cual era el único tripulante. Las hélices terminaban de girar cuando el piloto descendía del aparato —una alucinante nave que nunca habían visto los niños, salvo Héctor, pero solo en un libro— con una guitarra por único equipaje.

Héctor dio un paso adelante y preguntó al extraño:

—¿Quién eres? —El visitante respondió en perfecto español, no obstante su innegable acento francés:

—Me llamo Georges Lamourici. Me gustó este pueblo cuando lo divisé de lejos. He interrumpido mi viaje a Francia para visitaros. Cantaré aquí mi canción. —Juan dijo por lo bajo:

—Qué francés más raro… —Georges le oyó, sonrió y les preguntó:

—¿Me ensañáis vuestro pueblo? —Los tres amigos enseñaron a Georges lo que ellos consideraban más interesante de su pueblo: la fuente junto a llano, el manantial anejo, el bosque de abedules de más al sur, las ardillas de ese bosque, la cueva rocosa y sus murciélagos… por último le enseñaron la escuela y el ayuntamiento. Georges escuchaba con atención a los niños, contento pero serio, como si asistiera a una importante charla monográfica sobre AlcaJuán y sus alrededores.

 

—oOo—

 

Dos horas después del aterrizaje...

—¡Ay, Facundo!, ¡qué cosas se ven por el mundo! ¿Quién es ese hombre? Lleva su guitarra al hombro, su melena al viento; el vestido desaliñado.

—No sé, Mari Pili. ¿Quién es ese individuo, señor alcalde?

—No lo sé, Facundo. Cada vez vemos más gente rara curioseando por el pueblo. Pero mirad, habla con el maestro. ¿Qué le estará diciendo a José?

—Le habrá visto cara de listo, y por eso habla con él. Ser el maestro del pueblo durante tantos años acaba notándose hasta en la cara, supongo.

—También yo soy listo —replicó Pablo—, y culto. ¡Además soy el alcalde!

—Sin duda, señor Pablo, pero el extranjero no nos conoce, por eso no habrá notado su inteligencia… —El alcalde calló, ceñudo, pues no sabía si Mari Pili hablaba en serio o le tomaba el pelo. Cuando el extranjero desapareció al doblar una calle, el alcalde se acercó al maestro de la escuela para recabar información:

—José, ¿quién es ese? ¿Qué te ha dicho?

—Se llama Georges Lamourici. Quiere cantar y tocar su guitarra en algún local. Yo le he ofrecido nuestra escuela. Cantará y tocará para mis alumnos esta tarde.

 

—oOo—

 

La clase comenzó a las cinco. El extranjero se presentó a los niños como Georges, sin más, y se ofreció a cantarles una canción en francés, su lengua materna. Los niños aceptaron, encantados.

Tras su primera interpretación, Jorge les contó solo cosas de su patria, pues La Canción ya hablaba de su vida; pero los niños no parecían interesados en esas cosas. El niño Anselmo le pidió:

—¡Jorge, cántanos otra vez La Canción! —El extranjero no quiso traducirla, a pesar de hablar a la perfección el idioma de los lugareños. Tuvo que hacerlo el maestro. Los niños escribieron la traducción de José en su cuaderno, tras el original en francés. Después ensayaron muchas veces.

Jorge el Extranjero se despidió de los niños y de José, en cuanto comprobó que habían aprendido su canción.

 

—oOo—

 

Al día siguiente, José narró al alcalde lo sucedido la tarde anterior:

—Y eso es todo, Pablo. Jorge se marchó poco después de las ocho y media.

—Pues a eso de las nueve vimos que el helicóptero se iba hacia el norte. —José comentó:

—Vino con la aurora y se marchó con el crepúsculo.

—Sí. ¿Querréis cantarme esa canción?

—Por supuesto. —José entró en el aula con el alcalde de AlcaJuán:

—Como veis, niños, hoy tenemos con nosotros al señor Pablo. Está interesado en escuchar la canción de Jorge.

»Señor Alcalde, se titula “El extranjero”. Sé algo de francés y la he traducido. ¿¡Algún voluntario para leer la traducción de La Canción de Jorge!?... gracias, Héctor... —El niño Héctor abrió su cuaderno y leyó la letra en español…

Terminada la lectura, José se animó y les dijo:

—¡Niños!, la hemos ensayado muchas veces. ¡Cantad La Canción de Jorge!… —Los niños la cantaron en francés, y su profesor los acompañó a la guitarra…