En estos 10 relatos insuperables hay variantes para todos los paladares de lectura: rituales públicos y privados, pesadillas que surgen a plena luz del día, cruces imperceptibles entre la realidad y la imaginación, humor, violencia y melancolía. Desde la exquisita ambigüedad de «Orientación de los gatos» a la perfecta construcción lógica de «Anillo de Moebius», desfilan los temas que Cortázar ha sabido, como pocos, convertir en literatura de antología: los sueños, los gatos, los cuadros, el tiempo, la música, las infinitas trampas del lenguaje. Y ese sabor persistente e indefinible que, como en toda gran obra, está más allá de toda fórmula. Queremos tanto a Glenda es un libro plenamente cortazariano, no sólo por sus temas recurrentes sino por la manera característica de construir las historias, que avanzan en aparente imprecisión, con detallada morosidad, haciéndonos esperar el paso siguiente con anticipada sorpresa: que, cuando llegue, será asombro, no engaño. Es cortazariano también por el empleo de lo trivial como ámbito del misterio; por el uso de lo sentimental, y aun de lo cursi, para elaborar lo fantástico; por el convencimiento que nos deja de que no hay nada más irreal que esa extensión plana que llamamos vida diaria. Cortazariano por esa forma de aceptar con el mismo gesto lo insólito y lo banal, y por ese entender lo fantástico, más que como invención, como descomposición de lo real en sus múltiples espejos y laberintos. Cortazariano, sobre todo, por la evidencia de que no hay lado de acá y lado de allá, sino tiempo; y no sólo en la relación misterio-realidad, sino, lo que es más difícil de admitir, incluso en lo ético.