Capítulo Cuatro
El buscador
Un buscador sabe perfectamente todo lo que sabe.
Tengo conciencia de algunas cosas que sé y de muchas de las cosas que no sé.
Tengo conciencia de que vivo en un mundo de sombras donde hay algunos sectores más iluminados que otros y muchos totalmente oscuros.
La conciencia de estar en el sector de la sombra nos empuja a explorar permanentemente porque, sabiendo que hay tantas cosas que desconocemos, casi no hay más remedio que comenzar la búsqueda.
La rebeldía del buscador.
La solución a nuestro condicionamiento no pasa por la idea de la rebeldía completa contra la estructura social, tomada como un todo. Sería absurdo pensar en un aislamiento absoluto y permanente que «nos proteja del contacto tóxico con el afuera condicionante» (como proponen la mayoría de las sectas y no pocas ideologías fundamentalistas).
Realmente necesitamos de los otros, aunque se argumente que este aspecto gregario del hombre se debe a que hemos sido educados así por padres, hermanos mayores, docentes y profesores.
Somos sociales, incluso para aquéllos que quieren justificar esta inclinación interpretándola como una «necesaria» manipulación cultural. Para ellos lo social actúa en cada uno de nosotros desde que somos niños para minimizar nuestra individualidad en pos del futuro bien común.
Sin embargo, muchos prestigiosos investigadores de la sociedad (Humberto Maturana, por ejemplo) sostienen que la tendencia a estar con otros es, más bien, algo esencial del individuo, independiente de sus necesidades prácticas. Aseguran que la génesis de todo lo «humano» que tiene la raza humana, se apoya en el interés por el contacto emocional con los demás.
Sea como fuere, hay algo incuestionable: de la interacción entre los individuos y el grupo social al que pertenecen surge la cultura de cada sociedad. Un bagaje de cosas que de alguna manera existen para aliviarnos el camino.
Todo lo que sabemos, sin saber cómo lo sabemos, nos viene dado con nuestra cultura y nos ayuda a no tener que replantearnos una y otra vez las cosas desde el principio.
También es cierto, y no es una buena noticia, que esta cultura condiciona nuestra conducta al determinar ciertas maneras de ver el mundo, al contener ciertos mandatos, al restringir ciertas libertades.
Pero lo que importa no es saber si deben existir o no las normas (que sería como preguntarnos si es bueno que exista la cultura). Lo verdaderamente importante es saber si uno va a atreverse o no a desobedecer alguna de esas normas llegado el momento en que su ser se lo demande.
Como psicoterapeuta y como especialista en salud mental, aseguro que no hay mejor manera de empezar a pensar en el desarrollo saludable de la psique humana que asumiendo la responsabilidad de volverse autónomo.
La palabra «autonomía» viene de auto (por o para uno mismo) y gnomos (norma). Autónomo es, por lo tanto, aquel que fija sus propias normas, aquel que es capaz de definir libremente sus propias reglas. Tan libremente que hasta podrían coincidir con las reglas de la sociedad en la que vive… Tan libremente que no puede evitar su tendencia a honrarlas y respetarlas…
No me gusta que se confunda lo que digo con el mero concepto coloquial de rebeldía; no me refiero a la insurrección y tampoco a alguna que otra traviesa indisciplina.
Hablo de una actitud de total responsabilidad, es decir, de una decisión por la cual estoy dispuesto a responder.
Hablo de pensamiento creativo.
Hablo de mantener mis principios y mi conducta en un nivel más alto que el de la obediencia ciega, y lejos de su hermana gemela: la (ciega) desobediencia.
Establecer normas no quiere decir en absoluto salir a desafiar las reglas de los demás, sino simplemente decidir las propias.
Cuando este es un acto adulto y maduro (y no un intento de autoafirmación adolescente) puede suceder, y de hecho sucede, que mis reglas terminen concordando con las de mi vecino.
¿Por qué debería extrañarme? Estamos viviendo en un mismo lugar, con costumbres similares, compartiendo cosas que a ambos nos atañen y defendiendo pautas que a ambos nos convienen. ¿Cómo no pensar que compartiremos también una ética y un concepto moral?
La desobediencia.
Sé que de alguna manera es un prejuicio, pero la verdad es que personalmente me asustan más los obedientes que los desobedientes.
Siempre me ha parecido que las grandes catástrofes de la humanidad llevadas a cabo por la mano del hombre han estado ligadas a personas que después dijeron que «no podían hacer nada más que obedecer».
Cierto es que a los grandes transgresores en general tampoco les ha ido muy bien, pero por lo menos podemos consolarnos estudiando qué paso con los que siguieron después de ellos, beneficiarios a veces involuntarios del coraje de aquéllos.
Como hemos visto, según el mito, la historia de la humanidad empieza simbólicamente cuando Adán y Eva desobedecen el mandato de Dios y comen del fruto del árbol prohibido. De algún modo, cortan allí el cordón umbilical que los ligaba a él. Es el acto de desobediencia lo que rompe el vínculo primario con la vida en el Paraíso y los transforma en individuos.
Así vio Durero el pecado de Adán y Eva.
Desde allí y hasta aquí, el hombre continuó evolucionando casi siempre mediante actos que se pueden emparentar con la desobediencia.
El desarrollo de la humanidad sólo fue posible porque hubo hombres y mujeres que se atrevieron a decir que no…
No… a alguna prohibición del poder impuesto.
No… a una tradición que no se podía cambiar.
No… a las costumbres a las que era peligroso no adherirse. No… al orden preestablecido que se consideraba suicida alterar.
Y que conste que este señalamiento emblemático no es exclusivo de nuestra sociedad. Lo que Adán y Eva representan en el mito judeocristiano, Prometeo lo simboliza para la mitología griega. También la civilización helénica se basa en un acto de desobediencia.
Al robar el fuego —hasta entonces en poder de los dioses— para entregarlo a los humanos, Prometeo abre el camino hacia la evolución del saber y el confort del hombre. Igual que Adán y Eva, Prometeo es castigado por su desobediencia (en su caso, a estar encadenado por toda la eternidad). Pero Prometeo no es sólo un hombre, es un héroe, y tal vez por ello no se arrepiente ni pide perdón. Por el contrario, declama orgulloso: «Prefiero estar encadenado a esta roca antes que ser el siervo obediente de los dioses».
La libertad es un acto de desobediencia, como nos enseña Prometeo. Y también el primer paso hacia el conocimiento del bien y del mal, como nos enseña el mito bíblico.
Si un hombre sólo puede obedecer, es un esclavo, y si sólo puede desobedecer, es resentido. Aunque parezca mentira, en ninguno de los dos casos es libre.
Para desobedecer debemos tener el coraje de quedarnos solos, el coraje de equivocarnos y tener que volver a empezar y el coraje de pagar el precio de nuestro desafío.
Dice Erich Fromm que, durante la mayor parte de la historia, alguna minoría ha gobernado a la mayoría, y que dentro de esa realidad convenía a los poderosos identificar la obediencia con la virtud y la desobediencia con el pecado. Este dominio fue necesario por el hecho de que las cosas buenas sólo bastaban para unos pocos. Si, además de gozar de esas cosas, los poderosos deseaban que los otros les sirvieran trabajando para ellos, se requería un paso previo: que la mayoría aprendiera a obedecer.
Sin duda, continúa Fromm, la obediencia puede establecerse por la fuerza; pero este método tiene muchas desventajas.
Primero, porque establece la amenaza constante de que algún día los muchos lleguen a tener los medios para derrocar a los pocos.
Segundo, porque el coste de ese sometimiento es demasiado en dinero y en vidas de sirvientes.
Por último, porque hay muchos trabajos que no pueden realizarse apropiadamente si la obediencia sólo se respalda en el miedo.
La obediencia debió transformarse, por tanto, en algo que surgiera del interior del hombre.
El hombre debía desear e incluso necesitar obedecer en lugar de sólo temer una represalia.
Si pretendía lograrlo, explica el psicoanalista americano, la autoridad debía asumir las cualidades del Sumo Bien, de la Suma Sabiduría y, conseguido esto, proclamar que la desobediencia es un pecado y la obediencia una virtud.
Uno no puede evitar preguntarse por qué alguien aceptaría considerar la obediencia como algo bueno o deseable… Quizá la mejor respuesta es la que aporta el mismo Fromm:
«Sólo decidiéndola elegible y noble encontrarían una
manera de no detestarse a sí mismos por ser cobardes».
Desde un aspecto psicológico, hay más causas:
- El que solamente obedece se siente seguro y protegido, y por ello se cree fuerte.
- El que obedece no comete errores, aunque se equivoque, pues ese poder decide por él. («El que obedece nunca se equivoca», dice el refrán popular)
- Al ponerse voluntariamente del lado del que manda, participa aunque sea tangencialmente del poder al que se somete.
- De alguna manera nunca se siente solo, porque el poder lo acompaña mientras lo vigila.
Entenderemos ahora la tendencia del ignorante a obedecer, pero también los problemas que genera el buscador con su natural tendencia a cuestionar…
Si un buscador se atreve a decir «no» a las normas del poder, y además se atreve a crear sus propias normas, no sólo tenemos un desobediente, sino que, como sociedad, «corremos el riesgo» de que esas normas o esta libertad para cuestionarlas sean elegidas también por otros.
Dice el buscador: «Yo no pretendo imponerte mis valores; respeto los tuyos. Y tú puedes elegir los propios mientras respetes los míos. Prometo no intentar obligarte a obedecer aquellos que yo he elegido. Si lo hiciera, ¿cómo podría sorprenderme si alguien (quizá tú mismo) quisiera obligarme a obedecer los suyos? Después de todo, tal vez, libre de elegir; elijas lo mismo que yo y sea fácil ponernos de acuerdo; o quizás, mejor todavía, descubramos el acuerdo que ya había entre nosotros antes de que nos encontráramos».
La obediencia inteligente.
La única obediencia que me parece compatible con la salud es la obediencia inteligente: la del que obedece sólo cuando le conviene (no te asustes de lo que lees).
La llamo también «obediencia activa» para diferenciarla de aquella desobediencia que no es tal.
Tengo un amigo que, cuando le ordenan, por ejemplo, ir al cine esa tarde, contesta:
—¡¡¡No pienso ir!!! Como me has ordenado que vaya, ahora no voy.
Y sigue:
—Yo hubiera querido ir al cine, pero no quiero obedecerte, así que…
Y remata diciendo:
—¡No pienso ni pasar por la puerta!
Esto es «obediencia pasiva» y no desobediencia; porque, de alguna manera, estoy obedeciendo, aunque no me dé cuenta.
Pero no todo es tan simple como en este ejemplo.
Hay un mandato más importante que la orden de ir a tal lugar o a tal otro. Es el que me ordena:
«No hagas lo que deseabas naturalmente».
«Haz algo condicionado por lo que digo».
«Haz que yo me sienta poderoso».
A veces, ser auténtico significa sentarme si estoy cansado, más allá de si mi interés coincide con la orden recibida. Estoy tan libre de la orden que no la siento como tal; puedo hacer lo que quiero incluso cuando alguien me ordena que haga exactamente eso.
El condicionamiento de la sociedad es inevitable e incluso estoy dispuesto a admitir que puede ser hasta necesario. Pero aunque no podamos prescindir de su presencia podemos, sí, cuestionar su influencia en nuestras decisiones.
El desafío del buscador es darse cuenta de lo que hace y preguntarse qué es lo que él verdaderamente desea hacer. Al principio es un paso más que difícil y aunque parece imposible, no lo es.
Sólo después será la hora de darse cuenta de si lo hace porque le ha sido impuesto o porque él lo decide así.
Una de las características más importantes de un buscador es su lucha por dejar de depender de los demás. Para ello su arma es poner límites, y su desafío es aprender a ponerlos adecuadamente.
El buscador es alguien que ha aprendido a decir «no».
Y sus «no» son una afirmación; la afirmación del «no quiero», del «no estoy de acuerdo» y, también, a veces, de un para nada vergonzante «no lo sé».
El buscador es capaz de saber que no sabe y puede desde allí trabajar para saber, y saber para ser libre, y hacerse libre para formular un rotundo y sano «no».
Pero, para aprender a decir este «no», es necesario primero aprender a decir «sí».
Es imprescindible desarrollar un «sí» asertivo, un «sí» verdadero y comprometido.
El ignorante, aun en medio de la más vertiginosa actividad, es pasivo. No actúa desde su ser, sino desde el intento de cuidar su imagen; porque la idea que tiene de sí mismo, como vimos, es el verdadero motor de sus acciones.
Por eso su «sí» todavía es automático.
Es el «sí» de la obligación, del orgullo del deber cumplido, del buen ciudadano, de la madre sacrificada, del mártir o del resignado.
Es un «sí» que va a remolque del exterior, movido o arrastrado desde fuera, siempre dependiendo de la confirmación ajena, siempre intentando demostrar algo a los demás o a sí mismo.
- Si es complaciente, intentará demostrar que él es como quieren que sea.
- Si es rebelde, querrá demostrar que él no es como quieren que sea, sino todo lo contrario.
- Si ha optado por ser evasivo, buscará con su ausencia que nadie sepa cómo es él en realidad.
El ignorante casi siempre dice que sí porque vive aceptando; y, cuando dice que no, es porque ha aprendido que en estos casos debe decir que no.
Este grabado habla para mí de las diferentes etapas de un buscador.
Será porque amo este cuadro, pero me encuentro retratado en cada trazo.
En el centro, el ignorante convirtiéndose en buscado^ representado por el árbol sujetado a las sogas, que lo intentan guiar para que crezca recto, sin nunca pronunciarse contra nada, sin ninguna queja, ateniéndose a lo impuesto desde fuera, dejándose llevar por la corriente.
En el grabado, está representado el buscador de los primeros tiempos: alineado con su tutor, pero aún así luchando.
Las sogas no han conseguido someterlo y desborda en la copa su plena expansión.
Un buscador tiene una actitud comprometida ante el estado de cosas que la sociedad impone, y esto conlleva una lucha contra el orden preestablecido que la cultura determina para las cosas: el supuesto y defendido «orden natural».
En esta lucha, las heridas y las pérdidas no son una rareza. Por eso en el gráfico también es un buscador el árbol mutilado de la izquierda. De alguna manera, representa al buscador de la segunda etapa, después de haberse enfrentado a muchos y después de haber perdido mucho de lo que nunca fue suyo.
Grabado de Andry
Es necesario entender que la sociedad de ignorantes aborrece las negativas del buscador y trata constantemente de silenciarlo por medio de amenazas, castigos y discriminaciones.
Un antiguo cuento habla de un viejo profeta que había tenido un sueño…
El sueño del profeta
El sueño anticipaba que un día cercano iba a caer una lluvia contaminada. Como una revelación, el viejo veía en su sueño que la gente bebía de aquella agua e instantáneamente enloquecía, se volvía absolutamente loca. Entonces, cuando el sueño se repitió, el viejo profeta comenzó a pensar que se trataba de una revelación divina.
Como vivía en una ermita, apartado de la sociedad, bajó al pueblo, donde estaban muchos de sus amigos, a decirles lo que el sueño le había anticipado: que pronto caería una lluvia contaminada y que quien bebiera de ella caería víctima de la locura. Dicho esto, les pidió que por favor comenzaran a recoger agua para que el día que cayera la lluvia no tuvieran que beber el agua de los pozos ni de los ríos, pues si lo hicieran se contaminarían inmediatamente.
La gente pensó que el pobre viejo estaba delirando, que ésta era otro de sus signos de senilidad, y le dijeron sí como a un loco. Pero él se fue tranquilo, creyendo que los había convencido.
En los días que siguieron soñó una y otra vez con la lluvia. Entonces bajó nuevamente al pueblo para ver si habían recogido el agua. Todos dijeron: «Sí, claro, por supuesto».
Finalmente, el día revelado llegó y la lluvia cayó. Tenía un color medio verdoso y el viejo supo en seguida que esa era la lluvia contaminada. Por supuesto, había almacenado cantidades de agua en barriles de toda clase, por si acaso. Así que dejó de beber agua de los pozos y de los ríos y sobrevivió con el agua que había atesorado en su casa.
Cuando dejó de llover dos días después, el viejo bajó por tercera vez al pueblo. Algo raro había ocurrido: la gente se peleaba entre sí, nadie confiaba en los demás, todo el mundo discutía, todos querían ser los dueños de las cosas ajenas y apropiarse de los bienes comunes. La gente entraba en la casa del otro diciendo que era suya, algunos ocupaban las plazas, otros robaban objetos y todo el mundo reñía sin cesar. También se reían de cosas sin sentido y lloraban todo el tiempo comportándose como locos.
El viejo profeta se situó en el centro de la plaza y dijo:
—Escuchadme… ¿Veis cómo estáis? Estáis así porque seguramente no recogisteis el agua. Habéis estado bebiendo el agua contaminada. Pero yo he guardado para todos; no bebáis más de los ríos y los pozos porque puede dañaros si lo hacéis durante mucho tiempo. Aquí tengo agua; os traeré más después.
Los del pueblo le pusieron el barril de agua por sombrero y, diciéndole que estaba loco, lo empujaron de vuelta por el mismo camino por el que había llegado. Pero el viejo volvió a soñar esa noche. Sólo en su ermita, pudo ver en su sueño que, si la gente bebía de aquel agua durante siete días, su locura sería permanente.
A la mañana siguiente bajó al pueblo por cuarta vez. Traía ahora varios barriles y dijo a los lugareños:
—No os cuesta nada escucharme. Estáis bebiendo del agua contaminada y eso os volverá locos cuando se cumplan siete días. Tomad de ésta, que yo tengo para todos.
Primero se rieron de él y luego lo apedrearon hasta que se fue. Pero el viejo insistió, y al día siguiente volvió a bajar. Esta vez, los del pueblo lo cubrieron de brea y plumas, y después lo echaron a patadas.
Resignado, el viejo se quedó en su ermita durante muchos días sin volver a la ciudad, bebiendo exclusivamente del agua que tenía guardada, ya que, según su profecía, la de los pozos y los ríos seguiría contaminada durante un mes más.
Durante todo ese tiempo el viejo estuvo triste en su caverna. Pero, concluido el plazo, bajó al pueblo. La profecía se había cumplido: los hombres se habían vuelto locos de forma definitiva.
Se puso tan triste… Había perdido a todos sus amigos… Ya no podía conversar con nadie… Nadie lo entendía, todo el mundo le decía que estaba loco.
Entonces, el viejo entró a las casas de sus amigos, buscó los pozos que guardaban el agua todavía contaminada y, durante los siguientes siete días, sólo bebió de allí…
* * *
Es muy difícil aceptar el hecho de ser el único cuerdo entre locos, por eso hay tan pocos buscadores de sabiduría.
Pero si observamos el grabado veremos que el árbol continúa creciendo a pesar del corte profundo que le han practicado.
El buscador es fuerte y resurge siempre renovado.
Hay, para mí, todavía, un tercer buscador en este cuadro. Se trata del modesto brote que aparece a la derecha del grabado. La tercera etapa del buscador, o quizá el crecimiento de otra generación que nace en libertad: los hijos de nuestros hijos que, gracias a nuestra búsqueda, no serán mutilados ni sometidos a ningún tutor que los ate a un listón inerte.
Experiencia y riesgo.
La mente es como un espejo retrovisor: sirve para revisar Jo pasado, sirve para ver quién nos sigue, sirve a la hora de detener la marcha y es imprescindible a la hora de retroceder.
Al igual que el espejo retrovisor de tu automóvil, tu mente cumple una función importante.
Pero, imagina qué pasaría si, obsesionado con el espejo retrovisor; sólo miraras ahí e intentaras conducir tu coche con los ojos constantemente fijos en el camino ya recorrido… Sin duda, estarías en peligro.
La mente es uno de los lugares donde registras tu pasado y, por lo tanto, también el lugar donde está almacenada tu experiencia. Úsala, es importante, pero sólo cuando sea necesario…
¿No es acaso la experiencia una gran herramienta? Claro que lo es. Pero tampoco hace falta sobrevalorarla.
A veces, una gran experiencia te aporta un pequeño aprendizaje acerca de la verdad.
Otras veces, una experiencia pequeña te deja un gran aprendizaje acerca de la verdad.
Asimismo, hay situaciones en las que una profunda experiencia desagradable sólo nos deja miedo, y ese no es un buen aprendizaje.
Aprender es el resultado más importante que podemos esperar de nuestra vida; pero el verdadero aprendizaje sólo deviene de las experiencias vivenciales y no del mero ejercicio intelectual, porque la experiencia útil sólo se cosecha al recrear lo vivido.
Mi sugerencia es, entonces, que hagas, aún a riesgo de equivocarte. Al menos alguna cosa habrás aprendido.
Tal vez aprenderás que esa no era la manera;
tal vez que ese no era el momento;
tal vez que esa no era la persona;
quizá te darás cuenta de que eso no era para ti;
¿quién sabe?…
Tememos equivocamos porque desde la niñez nos han dicho que debemos tratar de no cometer errores. Ésta es una de las enseñanzas más importantes en todas las sociedades del mundo. Y es la más peligrosa de todas las enseñanzas, la más dañina.
Si yo (equivocadamente) quisiera entrenar a mil niños para que acertaran en cada una de sus decisiones y acciones; si quisiera (y no quiero) una sociedad llena de niños prodigio que rara vez se equivocasen; si pretendiera (vaya a saber por qué extraña maldición perturbadora) crear un mundo de personas exitosas que dieran siempre en la diana de sus objetivos…
¿Qué debería hacer para conseguirlo?
Solamente debería condicionar y estimular a los niños, desde la etapa preescolar, para que cometieran tantos errores como les fuera posible.
Pondría una única condición: que los errores cometidos fueran siempre nuevos errores.
No tengo duda de que con una educación dirigida a fomentar el error (antes que premiar el acierto), los niños experimentarían, crecerían y aprenderían mucho más.
Nuestra educación dista mucho de dirigirse por este camino, aunque sostenga que persigue ese fin.
Estamos entrenados para pensar que necesitamos a alguien, considerado más poderoso o más autorizado, que nos diga qué es lo adecuado, qué es lo que está bien, qué debemos hacer y quiénes deberíamos ser. Un celador que, recordándonos que la docilidad es la virtud suprema, nos cargue de obligaciones y, al hacerlo, dote nuestra vida de sentido y de razón.
¡Cuánta insensatez!
Estamos entrenados para esto. Es triste decirlo, pero sólo así nos sentimos seguros y sin miedo. Víctimas de tal entrenamiento, hemos vivido nuestra infancia con temor a crecer hacia un lado que no sea aquel hacia el que las sogas nos sujetan.
Sentimos la invitación de la vida a dejar de ser dependientes, pero mientras somos ignorantes no queremos crecer.
Nos gustaría seguir siendo niños, y como ya no lo somos, sólo nos queda fingirlo.
Nos ayuda la amenaza, aprendida a fuego, pendiendo sobre nuestras cabezas:
«Cuidado con apartarse del rebaño; el precio —nos lo han dicho mil veces— sería insoportable: la soledad, el desprecio, el desamor, la desprotección y el abandono».
Y empezamos a andar llenos de miedos; porque no conocemos nuestra fuerza y porque nos acompaña la dolorosa conciencia de una intuición: un día descubriremos que algunos de los que creímos nuestros protectores en la fragilidad no eran, en realidad, verdaderos amigos.
Un buscador intenta no vivir de ilusiones. Tal vez por eso se aleja de la protección de todos.
Los buscadores de la tercera etapa no pertenecen al rebaño. En muchos aspectos se parecen al león que Nietzsche describe en Así habló Zaratustra:
Ocasionalmente un león se cruza con otro león; se miran con complicidad; se reconocen, respetuosos de su mutua dignidad; no hay alabanzas ni envidias. Quizá jueguen o peleen, admirando su fuerza; quizá corran en la misma dirección disfrutando de su mutua belleza, de su mutuo y silencioso entendimiento; pero, en breve, se separan.
El que todavía vive en la ignorancia admira secretamente a estos «leones». Sin embargo, les recrimina su libertad, su soledad, su independencia. Pero, ante todo —y esto es muchas veces un triste y doloroso despertar para los ignorantes— no puede tolerar dos cosas:
Y el ignorante no tolera el cuestionamiento de sí mismo que la contemplación del buscador le fuerza a hacer.
Y el ignorante no soporta la imagen insignificante que este espejo le devuelve sin pretenderlo.
Es casi ley que muy pocos pueden tolerar en los demás lo que no se permiten a sí mismos.
El buscador lo advierte. Se da cuenta y no le es indiferente descubrir que, a medida que avanza en su crecimiento, los ignorantes lo miran cada vez con más recelo y a mayor distancia.
Ya nadie acaricia su cabeza. Mucho menos le ofrece su hombro. Pocos se le acercan. Y, quienes lo hacen, tarde o temprano, le reprochan ser como es y, fundamentalmente, que ya no sea el que era.
Para muchos de nosotros, buscadores, hubo una oportunidad fugaz de volver.
En un momento, desde donde estamos hoy, hemos visto la silueta del grupo de gente que dejamos atrás, cobijados por el calor mutuo, con todos sus cuerpos formando un único y amorfo cuerpo, todos respirando la seguridad que da inhalar a un tiempo el mismo aire compartido… Y nos hemos preguntado si no estábamos mejor entonces.
No es un arrepentimiento, es el cuestionamiento de la propia decisión, una característica más de los buscadores.
Pero, un instante después, recordamos que aquel bienestar no vale esta renuncia, y confirmamos que ya no estamos dispuestos a pagar el precio: nuestra libertad, nuestros derechos, la posibilidad de vivir la vida sin recriminaciones, sin alabanzas, en silencio y presentes.
Sólo los buscadores recién llegados, que están demasiado ocupados en demostrar que ya no son ignorantes, sienten disgusto ante el pasado que les recuerda quiénes fueron. Como si, desde dentro, el ignorante escondido despreciara secretamente su propia debilidad. El buscador ha asimilado su pasado pero todavía se encuentra demasiado ligado a él.
Y este es un motivo más de lucha entre el buscador y la sociedad que le dio origen. También por eso, aunque no sólo por eso, denuncia, molesta, perturba, cuestiona, genera cambios, incomoda y sostiene sus deseos con firmeza.
El buscador se sorprende al darse cuenta de la ausencia de carga en su espalda; ahora no necesita ningún deber cumplido para sentirse valioso ante los demás ni ante sí mismo.
A medida que pasa el tiempo, ya no teme a la vida ni a nadie, y le fascina ser desobediente y oponerse a todo lo establecido, a toda autoridad y a todo poder.
Ser un buscador implica asumir ciertos riesgos.
El que hace, a diferencia del que no hace, puede equivocarse. Y, de hecho, se equivoca.
El que decide, a diferencia del que obedece, es responsable de sus errores.
Y todo eso es muy bueno, porque sobre la base de estas equivocaciones se da el crecimiento del individuo.
Los trabajos de Hércules.
Como el famoso héroe griego, también el buscador deberá superar algunas pruebas para poder crecer en la dirección correcta.
También tú, si no quieres perder el rumbo, tendrás siete desafíos para superar, siete lecciones que aprender, siete puentes que te acercarán a la verdad:
- Responsabilidad
- Presencia
- Aceptación
- Polaridad
- Gratitud
- Amor
- Desapego
1. El puente a la absoluta Responsabilidad.
Al llegar a Data, tu cabeza, tu mente, tus pensamientos analíticos descubren que la culpa es mala compañía, y caes en la tentación de descubrir que siempre hay alguien a quien se puede hacer responsable de lo malo que te pasa. En esta trampa es siempre el otro el que te está haciendo sufrir: tu mujer te hace sufrir, tu marido te hace sufrir, tus padres te hacen sufrir, tus hijos te hacen sufrir. El sistema financiero, la sociedad, el capitalismo, el comunismo, el fascismo, la ideología política dominante, la estructura social o el destino, el karma, Dios o la fuerza conjunta de todos ellos…
Siempre, en esta trampa, lo que te hace sufrir es algo externo a ti. Y es probable que por un momento encuentres alivio al derivar la responsabilidad en otros.
En el mismo momento en que «descubres» quién es o qué es lo que te hace sufrir, empiezas a tener otro problema, quizá más grave: ahora no puedes hacer nada para cambiarlo; ya no depende de ti.
Y te repites:
- «¿Quién puede ser feliz en una sociedad injusta (o inculta, o reprimida)?»
- «¿Cómo se puede ser feliz en un país materialista (o burocrático, o subdesarrollado) como este?»
- «¿Cómo ser feliz si tu hermano, si tu hijo, si tu padre no lo son?»
- «¿Quién puede ser feliz teniendo que trabajar catorce horas al día haciendo algo que no le gusta?»
- «¿Cómo ser feliz con una pareja que no se ocupa de ti ni te permite ser libre?»
Excusas y excusas y excusas.
A partir de allí, sólo hay tres caminos:
a) Te vuelves un soñador idealista, un místico mesiánico o un predicador profeta, y empiezas a proclamar por el mundo que cuando la sociedad cambie, cuando llegue la justicia social, cuando la tortilla se vuelva, cuando todas las personas se amen unas a otras y cuando todos los ellos y ellas del universo te amen a ti, entonces, todo será felicidad. Y sostendrás frente a quien te escuche que, mientras eso no suceda, la felicidad es imposible.
b) Te vuelves paranoico y comienzas a fantasear tramas de confabulación del mundo que te rodea para perjudicarte. Y desarrollas estructuras cada vez más neuróticas para defenderte de su hostilidad y ensañamiento. O…
c) Decides asumir el timón de tu barco y te das cuenta, de una vez y para siempre, de que tu vida depende ante todo de ti. Reconoces que ningún otro es culpable de lo que te pasa y si te ha dañado ha sido siempre con tu complicidad. Lo que eres, lo que vives y lo que haces es resultado de tu propia creación.
Soy el responsable de mi vida, de todos mis sufrimientos, de mi dolor, de todo lo que me ha sucedido y de todo lo que me está sucediendo. Lo he escogido así. Éstas son las semillas que sembré y ahora recojo la cosecha; soy responsable…
OSHO
El verdadero buscador crece y aprende, y descubre que siempre es el principal responsable de lo que le sucede.
2. El puente de vivir en el presente.
La responsabilidad te dejará sin nadie a quien culpar, te permitirá vivir el presente. Cuando eres un verdadero buscador aprendes a contactar con la vida de verdad, no al descuido, no con pereza, nunca distraído. Si bailas, bailas con todo tu ser; y si amas, amas totalmente. Si estás aquí, estás; y si te vas, te marchas totalmente; pero nunca te quedas a medias ni pretendes que cuando no estés los otros te recuerden.
Una vez en su nuevo espacio el buscador deja de decir:
mañana voy a hacerlo, mañana voy a amar, mañana voy a dejar de fumar, mañana voy a empezar mi dieta.
Si lo quiere hacer… simplemente se pregunta:
¿Por qué mañana?
¿Por qué no ahora?
¿Por qué posponer?
Posponer es un truco de la mente que consigue responsabilizar al tiempo por lo que tú no te decides a encarar.
Una vez que esta percepción se convierte en una comprensión natural, la vida empieza a cobrar una nueva dimensión, porque ahora descubres que puedes dejar de hacer lo que ya no quieres cuando tú quieras. Puedes entrar y salir de cada cosa, de cada situación, de cada idea en cualquier momento si así lo decides.
Y por eso dejas de buscar excusas en tu pasado, en tus penas, en tus dolores, en tus pérdidas. Tienes conciencia de todo lo que puede dolerte y, posiblemente, de lo que te duele cada recuerdo, pero también tienes la certeza de que eso no te impide seguir adelante.
Eres vulnerable, pero no por eso frágil.
Y en esa vulnerabilidad radica precisamente tu mayor fortaleza.
Me gusta mucho esta antigua historia…
Un hombre estaba muy interesado en conocerse a sí mismo, en iluminarse. Toda su vida había buscado un maestro que le enseñara la verdad de la vida. Había ido de maestro en maestro, pero todo seguía igual.
Pasaron los años. El hombre estaba ya cansado, exhausto. Entonces alguien le dijo:
—Si de verdad quieres encontrar a tu maestro, tendrás que ir al Nepal. Vive por allí un hombre que tiene fama de ser muy sabio. Nadie sabe exactamente dónde, es una incógnita; tendrás que buscarlo por ti mismo. Una cosa es cierta; no será fácil. Dicen quienes lo buscaron que, cuando alguien llega a dar con su paradero, él se adentra todavía más en las montañas.
El hombre se estaba volviendo viejo, pero hizo acopio de valor. Durante dos años tuvo que viajar en camellos, en caballos, y después caminar hasta llegar al lugar; al pie de la montaña, donde empezar a buscar.
La gente le decía:
—Sí, conocemos al anciano. Es tan viejo… Uno no puede saber qué edad tiene; quizá trescientos años, acaso quinientos… Nadie lo sabe. Vive por aquí, sí, pero el sitio exacto no lo sabemos… Nadie lo sabe con precisión, pero se sabe que anda por aquí. Si buscas con empeño lo encontrarás.
El hombre buscó, buscó y buscó. Dos años más estuvo vagando por Nepal, cansado, absolutamente extenuado, viviendo de frutos salvajes, hojas y hierbas. Había perdido mucho peso, pero estaba decidido a encontrar a aquel hombre. Merecía la pena, aunque le costara la vida.
Un día, alguien dijo al buscador que el viejo vivía en la cabaña que estaba en lo alto del monte. Con sus últimas fuerzas trepó hasta la pequeña caseta de paja. Casi arrastrándose se acercó y empujó la endeble puerta. Entonces vio, tirado en el suelo, el cuerpo inmóvil de un anciano.
Se acercó y se dio cuenta de que era el maestro…
Sí, había llegado tarde. El viejo estaba muerto.
El hombre cayó al suelo, abrumado por el cansancio, el dolor y la decepción.
Durante dos días y sus noches lloró sin moverse de su lado. Al tercer día se levantó y salió a beber un poco de agua. Se encontró allí, bajo el sol, respirando la fresca brisa de las montañas. Y por primera vez en mucho tiempo se sintió aliviado, sereno, sin urgencias, feliz… ¡Nunca había sentido tal dicha!
De repente, se sintió lleno de luz.
De repente, todos sus pensamientos desaparecieron, sin razón alguna, porque no había hecho nada.
Y entonces se dio cuenta de que alguien se encontraba a sus espaldas…
Giró y lo vio. Allí estaba el anciano, el maestro, el iluminado. Lo miraba sonriendo.
Al cabo de un rato le dijo:
—Así que finalmente has llegado. ¿Tienes algo que preguntarme?
Y el hombre, que tanto lo había buscado, contestó:
—No.
Y ambos rieron a grandes carcajadas que resonaron en el eco de los valles.
* * *
3. El puente de aceptar la verdad de lo que es.
Con el tiempo, todo buscador se vuelve cada vez más honesto y teme menos a la divergencia, al enfrentamiento o al abandono, porque se da cuenta de que a veces ése será el precio de su autoafirmación y de su compromiso.
Con el tiempo, el buscador se da cuenta de que prefiere el compromiso de la crítica sincera, aunque sea dolorosa, antes que la tibia alabanza superficial, mentirosa y complaciente.
Lo que hace un buscador; lo hace con intensidad, óptimamente, lo mejor que sabe. Y lo que desecha por cualquier razón (tensión, ansiedad o angustia), lo abandona sin aprovecharse de ello.
Lo que deja atrás no le interesa, no lo usa, ni siquiera cuenta con ello, porque usándolo sabe que crea caminos para que eso vuelva a él una y otra vez.
Disfruta lo que tiene, lo gasta, lo comparte, lo regala, porque sabe lo que dicen los sufíes y coincide con ellos:
Sea lo que sea que la vida te ha dado, es sólo un préstamo.
Y su compromiso se vuelve muchas veces contagioso, tanto que la sociedad a su alrededor puede vivirlo como una amenaza. Aun sin proponérselo, el protagonismo de un buscador induce a muchos ignorantes hacia el deseo de vidas más activas, más cuestionadoras y más desafiantes; y esto algunas sociedades lo viven como una moda casi subversiva.
- • La verdad no es amenazadora, sólo desestructurante.
- • No es peligrosa, es diferente.
- • No hay que inventarla, sólo descubrirla.
- • No hay que esperar que llegue a nosotros, ya está aquí.
- • No se puede ver estando encima de ella, requiere perspectiva.
- • No necesitas tu mente para incorporarla, sino prescindir de ella.
- • Ninguna otra cosa te impide el acceso a la verdad, sólo tu propia mente.
La mente te envuelve, te condiciona, te engaña, te hipnotiza con sueños del pasado, te ilusiona con sueños para el futuro, te presiona con sueños de cómo deberían ser las cosas, te anima con sueños de grandes ambiciones propias y de otros.
Aceptar es perder la urgencia, es dejar de pelearse con las cosas porque no son como yo quiero, es conectar con mi impotencia y es, especialmente, dejar de querer controlar la realidad externa.
Esta realidad, para algunas culturas, ni siquiera es verdadera. Para muchos hindúes, por ejemplo, la realidad como nosotros la concebimos es una mera percepción falsa, una ilusión, un sueño: maya. Lo que vemos, lo que olemos, lo que tocamos y lo que comemos, este libro y yo, mis palabras y mi persona, todo es una ilusión.
En lo personal, me parece tan difícil comulgar con esta idea…
¿Podríamos nosotros utilizar la idea aunque sólo fuera en un juego de exploración? ¿Que tal si diéramos un paseo por la calle pensando que las personas que pasan son un sueño? Imaginar que las tiendas y sus comerciantes, los clientes, los autobuses y el ruido, son sueños. Que las casas, las motos, el tren y el avión que cruza el cielo, son producto imaginario sin sustancia.
Seguramente algo sucederá en nuestro interior, una idea previsible se hará presente. Nos encontraremos pensando: «Quizá yo también sea una ilusión».
Siguiendo la idea del gran Jorge Luis Borges:
Yo sé que soy el sueño de alguien que me piensa y lo acepto. Sólo me angustia cuando pienso: ¿Quién es el dueño del sueño que piensa al que me sueña…?
4. El puente sobre las polaridades.
Estar vivo es un ejercicio inteligente pero no vinculado con el razonamiento.
Razonar es deducir, es utilizar la lógica, es encadenar la realidad al proceso mental. Sacar conclusiones ofrece seguridad y garantía. Porque la conclusión es previsible, cualquiera puede llegar a ella. Todos la pueden confirmar.
Sin razonar se vive con inocencia, con frescura, con riesgo. No hay seguridad, te puedes equivocar, te puedes extraviar.
Perdiéndose muchas veces, uno aprende cómo no extraviarse.
Cometiendo muchos errores, uno llega a saber lo que es un error.
Sabiendo lo que es un error, uno se acerca más y más a lo que es la Verdad.
La luz puede existir sólo si la oscuridad existe. Entonces, ¿por qué odiar la oscuridad? Sin la oscuridad no habría luz, así que aquellos que aman la luz y odian la oscuridad están en un dilema y terminarán destruyendo lo que aman si consiguen librarse de lo que detestan.
La vida no puede existir sin la muerte. Entonces, ¿por qué odiar la muerte?
La muerte es el contraste, el fondo, la negra pizarra en la que se escribe la vida con tiza blanca.
La muerte es la oscuridad de la noche en la que la vida empieza a brillar, como estrellas. Si destruyes la oscuridad de la noche, las estrellas desaparecerán. De hecho, eso es lo que sucede durante el día. Las estrellas siguen ahí, pero hay demasiada luz y no puedes verlas.
Hay cosas que sólo se dejan ver en el contraste.
Hay cosas deseables que necesitan de otras menos deseables.
Y es necesario integrarlas.
Es un arte descubrir que existen las polaridades y sumarlas, el arte que nos permite transformar el sufrimiento, el dolor y el mal en situaciones de las que se puede sacar algo bueno.
Si quieres poder percibir el mundo en su totalidad, debes abrir tu conciencia a todo lo que tiene.
Nadie puede compartir lo que no tiene, porque lo tuyo es lo único que puedes compartir.
¿Cómo podrías ayudar a otros si sientes que nunca nadie te ha ayudado? ¿Y cómo podrías haberlo vivido si antes no te hubieran herido?
No puedes hacer nada con los demás que alguien no haya hecho primero contigo.
No podrás amar si nunca te has sentido amado. Y tampoco si no te amas a ti mismo.
Serás insoportable para los demás si eres insoportable contigo mismo.
Puedes ser una bendición en la vida de otros solamente si tu vida es una bendición para ti.
Estar vivo es espontaneidad, es permanecer abierto, es vulnerabilidad, es imparcialidad, es la valentía de actuar sin conclusiones.
5. El puente de la gratitud.
De una u otra forma, todo el mundo ha contribuido y sigue contribuyendo a crear la situación para que tú seas el quieres y también para que puedas transformarte, que —como hemos visto— es lo mejor que podría ocurrirle a un buscador: su cambio.
Sé agradecido con aquellos que te han ayudado, con aquellos que te han puesto obstáculos y con aquellos que han sido indiferentes contigo. Tus amigos, tus enemigos, la buena gente y la mala gente, las circunstancias favorables, las circunstancias desfavorables, incluso aquellos que piensan que te están poniendo trabas, incluso aquellos que intentan lastimarte. Porque todo esto, bien reunido y bien mirado, está creando el contexto en el que puedes transformarte y seguir tu viaje hacia la sabiduría.
Cuentan que…
El hombre que escupió a Buda
En una ocasión, un hombre se acercó a Buda e, imprevistamente, sin decir palabra, le escupió a la cara. Sus discípulos, por supuesto, se enfurecieron.
Ananda, el discípulo más cercano, dijo dirigiéndose a Buda:
—¡Dame permiso para que le enseñe a este hombre lo que acaba de hacer!
Buda se limpió la cara con serenidad y dijo a Ananda:
—No. Yo hablaré con él.
Y uniendo las palmas de sus manos en señal de reverencia, habló de esta manera al hombre:
—Gracias. Has creado con tu actitud una situación para que pueda comprobar si todavía puede invadirme o no la ira. Y no puede. Te estoy tremendamente agradecido. También has creado un contexto para Ananda; esto le permitirá ver que todavía puede invadirlo la ira. ¡Muchas gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Y queremos hacerte una invitación. Por favor, siempre que sientas el imperioso deseo de escupir a alguien, piensa que puedes venir a nosotros.
Fue una conmoción tal para aquel hombre… No podía dár crédito a sus oídos. No podía creer lo que estaba sucediendo. Había venido para provocar la ira en Buda. Y había fracasado.
Aquella noche no pudo dormir, estuvo dando vueltas en la cama y no pudo conciliar el sueño. Los pensamientos lo perseguían continuamente. Había escupido a la cara de Buda y éste había permanecido tan sereno, tan en calma como lo había estado antes, como si no hubiera sucedido nada…
A la mañana siguiente, muy temprano, volvió precipitado, se postró a los pies de Buda y dijo:
—Por favor, perdóname por lo de ayer. No he podido dormir en toda la noche.
Buda respondió:
—Yo no te puedo perdonar porque para ello debería haberme enojado y eso nunca ha sucedido. Ha pasado todo un día desde ayer; te aseguro que no hay nada en ti que deba perdonar. Si tú necesitas perdón, ve con Ananda; échate a sus pies y pídele que te perdone. Él lo disfrutará.
* * *
Nosotros no somos Buda, pero seguramente podemos aprender de él y de esta historia.
6. El puente del amor.
El amor es la fragancia que prueba que la mejor de las flores se ha abierto en lo más interno de tu ser; es la prueba de que la primavera ha llegado y de que ya no eres la misma persona que solías ser; es la prueba de que estás en camino Pero Buda también dice:
A no ser que suceda además el amor a los otros, no has andado más de la mitad del camino; tienes que ir un poco más lejos. El crecimiento, si es verdadero, rebosará de amor. Como cuando enciendes una lámpara: inmediatamente empieza a radiarse la luz, inmediatamente comienza a dispersarse la oscuridad. Una vez que la luz interna está encendida, el amor es su radiación.
Un filósofo hindú llamado Atisha propone un ejercicio que me parece maravillosamente revolucionario. Lo llama «Cabalgar sobre la respiración».
«Cuando inspires —sugiere—, piensa que estás inhalando las miserias del mundo entero. Toda la oscuridad, toda la negatividad, todo el infierno que exista en cualquier parte, lo estás inhalando. Y deja que tu corazón lo absorba. Cuando espires —sigue diciendo—, exhala toda la alegría que poseas, toda la dicha que sientas, todas las bendiciones que puedas».
Estarás pensando que has leído mal, que debe haber un error de imprenta. Has oído o leído muchas veces acerca de ejercicios respiratorios en Occidente. Nuestros «sabios» proponen justamente lo contrario. Dicen: «Cuando espires, expulsa todas tus miserias, toda tu negatividad y cuando inspires, inhala dicha, positividad, felicidad, alegría». Pues bien, no hay error. El método de Atisha es justamente el opuesto.
Bebe todo el sufrimiento y vierte todas las bendiciones. Y quedarás admirado si lo haces. En el momento en que voluntariamente absorbes todos los sufrimientos, ya no son sufrimientos, porque tu corazón los transforma de inmediato.
El corazón de un buscador posee la fuerza transformadora del amor.
En la búsqueda no sólo se descubre la capacidad de amar sin depender, sino que se adquiere la limitación de amar solamente de esa manera.
Los buscadores no pretenden ni permiten que otros dependan de ellos. Han aprendido que nadie avanza cargando con otro ni siendo arrastrado por los demás.
El amor de un buscador es comprometido, honesto e intenso, pero jamás se convierte en una prisión, y este es el gran puente…
7. El último puente: el desapego.
Éste es el último de los desafíos y para mí el más difícil.
Para muchos representa por si sólo el peso que los mantiene anclados en la búsqueda permanente, lejos del conocimiento definitivo de los maestros.
Unos quieren una casa un poco más grande, un saldo mayor en el banco, un poco más de fama o de renombre, más poder. Otros quieren llegar a ser presidente o primer ministro. El buscador deberá aprender que todo eso que desea, incluso todo aquello que aún no se le ha ocurrido, puede tenerlo, pero que tenerlo no cambia el hecho de que esas cosas, lugares o vínculos sean espurios.
«Espurio» es, quizá, una de las palabras más duras que conozco: significa que la muerte se lo va a llevar. Dicen los sufíes:
Lo único valioso que tienes es aquello que no podrías perder en un naufragio.
Sólo lo que la muerte no se puede llevar es verdadero, todo lo demás es falso.
Y hasta la muerte misma parece, para los iluminados, una ficción.
Pero, atención, porque el desapego no se enseña ni se consigue mediante el temor al apego.
Me contaron un cuento:
La barca del apego
Dos viajeros están a punto de subir a una barca para cruzar el río. Un monje, de pie en la orilla opuesta, les grita alarmado:
—¡No os metáis en la barca porque si entráis en ella y os cruza por el río quedaréis agradecidos, quedaréis endeudados, quedaréis en su poder y deberéis llevar el peso de esa deuda sobre vuestras cabezas el resto del viaje! ¡Si queréis seguir viajando libres, por favor, no os metáis en ella!
Entretanto, subido a una barca, un segundo monje navega por el río. Acaba de escuchar la advertencia, los gritos de alerta y de peligro. Está más cerca de los viajeros, por eso no necesita gritar. Pero de todos modos se toma unos momentos y rema un poco para aproximarse.
Entonces les dice suavemente:
—Usad la barca, y agregad a la dicha de cruzar el río la conciencia de que al llegar a la orilla abandonaréis la barca sin apegos. Eso es la libertad.
* * *
Los que dejan de usar la barca por miedo a apegarse a ella ya están apegados.
El camino de la sabiduría no es para cobardes ni para intelectuales. Es para aquellos buscadores que se atreven a vivir plenamente y sin apegarse a nada, ni siquiera a los resultados.
Pero… ¿Cómo puede un buscador de la verdad prescindir de los resultados?
Puede. Porque el encuentro con la verdad, paradójicamente, sólo les sucede a aquellos que han dejado de esperarlo.
Puede. Porque buscar la verdad esperando encontrarla es decidir previamente cuál es la verdad que deberemos encontrar y eso, como veremos, nos llevará a perdernos.
Puede. Siempre que se dé cuenta de que los resultados sólo le sirven al ego, el cual encuentra en la verdad algo que tiene y no algo que sabe.
La idea de «tener» algo —sea dinero, inteligencia, poder o belleza— es la puerta que conduce a la dependencia, a la esclavitud. Cualquier cosa que poseas, si te importa demasiado tenerla, terminará poseyéndote a ti, porque desarrollarás el miedo a perderla.
Por eso, cuando el buscador haya conseguido cierto grado de conciencia, cuando haya cruzado algunos puentes, cuando se haya enfrentado a los desafíos y obtenido alguna victoria, su cabeza le tenderá la última trampa.
Le dirá: «¡Muy bien, felicidades! ¡Mira, hemos llegado…!».
Y, si en ese momento el buscador no tiene cuidado, puede caer en la ilusión del saber, en la tentación de la pereza, en la fascinación del narcisismo, en el error de subirse al tren antes de tiempo, en la desgracia de perderse para siempre entre los necios o entre los soberbios.