12. LAS FICCIONES DEL SEPARATISMO

Uno de los puntos más débiles de todo el tema relativo a la posible secesión de Cataluña respecto a España ha sido el nivel del debate público. Los programas de la televisión catalana, como El laberint y otros, nunca son imparciales. La desinformación sistemática de la Generalitat ha contribuido a la confusión general, y ha excitado un enorme entusiasmo en todos los sectores de la población. De todo esto tiene buena parte de culpa la crisis económica, que ha convencido a la gente de dos «verdades» elementales y básicas: una, que España ha estado «robando» a Cataluña el dinero de sus contribuyentes; la segunda, que las cosas indudablemente irían mejor, y se volvería a conseguir el pleno empleo, si Cataluña fuera libre. Muchos amigos y vecinos míos en Cataluña, desde médicos a obreros, están convencidos de estas verdades. Uno no puede sino escucharlos y asentir, porque no se ha propuesto ningún argumento en contra. Miles de personas, desde adolescentes a pensionistas, marchan por las calles, ondeando sus banderas y gritando y clamando por la «in-de-pen-denciá». Creen que el paraíso está a la vuelta de la esquina.

En este último capítulo analizaremos siquiera brevemente las diferentes promesas de «liberación».

«Mentiras, malditas mentiras… y estadísticas»

El primer paso, y el más seguro, hacia la Tierra Prometida se dará cuando el pueblo de Cataluña tome parte en un referéndum, en el que todo el mundo votará «sí» y la gente sin ninguna duda se pondrá en marcha en el sendero hacia la Gloria. Por desgracia he podido hablar con poca gente que sepa lo que implica semejante referéndum. La misma Generalitat, deseosa de asegurarse que las cosas no se tuercen, ha enviado a sus más altas instancias administrativas a Quebec y a Escocia, para estudiar y conocer de primera mano la experiencia secesionista de estos países, que son las dos regiones de Occidente que provocan más emoción en Cataluña, debido a las consecuencias que una ruptura del Reino Unido o de Canadá podría tener en Occidente. Pero la realidad es que pocos fuera de España están realmente interesados en el referéndum de Cataluña, aunque desde luego sienten cierta curiosidad ante semejante posibilidad. Después de todo, es época de referendos: muchos pequeños partidos separatistas de toda Europa —en Bretaña, en Flandes, en Valonia, en Frisia, en Lombardía, en Baviera, en Gales, en Escocia o en Escania— están exigiendo referendos como un primer paso para la declaración de independencia.

De los tres casos que actualmente están en cuestión —Quebec, Escocia y Cataluña—, el único que no puede legalmente llamar a referéndum pero que de todos modos lo está preparando por su cuenta es Cataluña. En los otros dos casos, el Estado ha comprendido la situación y ha permitido que se celebre el referéndum; así, al menos, el Estado puede mantener el control sobre lo que se hace. El gran problema es: ¿a qué conduce un referéndum? En el caso de Quebec y Escocia, los referendos tienen un propósito claro, porque indicarán si se debe proceder a unas elecciones o no. La Constitución Española es muy clara a este respecto: el artículo 149 indica que el gobierno central tiene la «competencia exclusiva» para autorizar referendos; la cuestión clave es obviamente si el pueblo catalán votaría por la completa independencia.

Se han llevado a cabo muchas encuestas sobre el tema y la respuesta es menos clara de lo que parece a primera vista. El Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), controlado por el gobierno autónomo, ha efectuado una encuesta preguntando sobre la intención de voto en un supuesto referéndum sobre la independencia. Por primera vez, en 2012 la mayoría (51,1 por ciento) declaraba que votaría «sí». Sin embargo, en la misma encuesta se preguntaba «¿Cómo cree usted que deberían ser las relaciones entre Cataluña y España?», y solo un 34 por ciento de los consultados afirmaron que Cataluña debería ser «un Estado independiente», mientras que otro 28,7 por ciento prefería «un Estado federal dentro de España». Esto sugiere que, incluso aunque una mayoría de catalanes desearían una renegociación de la posición de la región, la independencia plena no es necesariamente su elección favorita.

Es también muy interesante observar la evolución del pensamiento a lo largo del tiempo. Justo antes de la crisis económica que comenzó en 2007, solo el 13-15 por ciento de los consultados afirmaban que votarían afirmativamente por la independencia. Parece que las dificultades económicas y sociales debidas a la crisis podrían estar detrás del reciente repunte del independentismo. Es más, aunque es abundante, sigue siendo una minoría la que desearía una completa independencia de España como primera opción. La disponibilidad estadística ha inducido tanto a la prensa como al gobierno a buscar cada vez más y más estadísticas. El análisis exhaustivo de la opinión pública, al que se entrega todo el mundo, solo ha servido para confundir la situación y elevar las esperanzas de la Generalitat.

Desde el principio ha habido una deliberada intención de confundir a la población, sobre todo con unas votaciones ficticias que se hicieron en algunos pueblos y que en teoría proclamaban la independencia. El modo en que se presentan las estadísticas es un claro indicativo de cómo los partidos actualmente gobernantes manipulan unos datos poco favorables. Desde diciembre de 2009 se han llevado a cabo referendos ficticios (irregulares, no oficiales y no legales) sobre la independencia catalana en 167 localidades. Los portavoces de la Generalitat anunciaban triunfalmente que alrededor del 90 por ciento de los votos eran favorables a la independencia. Puede que sea cierto, pero como en la mayoría de los casos apenas votó un 10 por ciento del electorado, la situación real era que el 91 por ciento del electorado no mostraba ningún interés en el asunto y, por tanto, no participaba. En abril de 2011 se celebró una farsa de comicios con los mismos parámetros en Barcelona, en los que los ciudadanos podían votar a favor de la independencia catalana. Mientras el 90 por ciento de los votantes apoyó la independencia respecto a España, solo el 21 por ciento de la población tomó parte en la farsa, así que, en realidad y efectivamente, solo el 18 por ciento del electorado expresó su apoyo.

La catarata de cifras es interminable, y como por lo general no tienen ninguna relevancia porque varían enormemente, parece que tampoco tiene mucho sentido detenerse aquí en ellas. La agencia de estadística española CIS llevó a cabo una encuesta en Cataluña en el año 2001, en la que incluyó una pregunta explícita sobre la independencia con los siguientes resultados: el 35,9 por ciento la apoyaba; el 48,1 por ciento se oponía; el 13,3 por ciento era indiferente; y el 2,8 por ciento no contestaba. Una posterior encuesta del CIS en 2007 indicaba que, cuando se le preguntaba a la gente por la independencia de Cataluña, el 51 por ciento de la población estaba en contra, el 32 por ciento la avalaría, y un 17 por ciento no tenía una opinión definida. Casi todas las semanas cambian las cifras. El aspecto más interesante de todas estas cifras es que la inmensa mayoría no parece tener ni idea de lo que representa la independencia, y desde luego nadie del gobierno catalán le ha explicado a la población lo que eso significaría.

El hecho de que —según las encuestas— en 2005 solo el 13,6 por ciento quisiera la independencia y en 2012 la quisiera el 46,4 por ciento es indicativo de la inutilidad de las encuestas realizadas. La opinión pública en las cifras de ambas encuestas es completamente incoherente.

Hay un aspecto del caso en el que la manipulación de las estadísticas es incluso más escandaloso que en las cuestiones de intención de voto. Hay que tener en cuenta que Barcelona es esencialmente una ciudad turística, y su vida pública depende en buena parte del sol y del buen tiempo. Los extranjeros han empezado a asociar en tal medida la combinación Barcelona-buen tiempo, y a apreciarla, que países como Gran Bretaña y Rusia han escogido la región como su principal destino vacacional. Yo mismo era profesor en una institución académica de economía y empresa que trasladó su sede de Barcelona a Londres porque consideró que la ciudad se había convertido en un centro vacacional y sus estudiantes no se tomaban el trabajo en serio. Debido al buen tiempo, los movimientos reivindicativos y las protestas se trasladan a las calles para expresar sus exigencias. No importa cuál sea el tema, la gente llenará las calles para protestar. ¿Las llena de verdad? ¿Cuánta gente cabe en las calles? La región tiene siete millones de habitantes. ¿Salen todos a las calles de Barcelona?

Esta es una de las más impresionantes manipulaciones que han perpetrado los secesionistas en su campaña. Cuanta más gente hay en las calles, más garantía de éxito. La piedra de toque fue la manifestación del 10 de julio de 2010, a la cual ya nos hemos referido anteriormente, tuvo lugar en el centro de Barcelona y protestaba contra las limitaciones de la autonomía de Cataluña en el seno de España, y sobre todo contra la reciente decisión del Tribunal Constitucional de anular o reinterpretar varios artículos del Estatuto de Autonomía de Cataluña aprobado en el 2006. El número de personas que participaron en la manifestación se estimó en alrededor de 1,1 millón (según la policía dependiente de la Generalitat), aunque puede que llegaran a ser hasta un millón y medio (de acuerdo con los organizadores), y entre 56 000 y 62 000 personas según una compañía privada especializada en contabilizar la asistencia de gente a las manifestaciones (Lynce). El periódico nacional El País estimó que el número de manifestantes era de 425 000 personas. La movilización se describió como un acontecimiento «sin precedentes», en palabras del alcalde de Barcelona. El diario barcelonés El Periódico de Catalunya lo describió como «sin duda una de las mayores manifestaciones que jamás ha conocido Cataluña, posiblemente la mayor».

El hipotético tamaño de la manifestación fue la principal razón de clamor para la independencia. En 2012, cuando se celebró otra gran manifestación en las calles de Barcelona, con los mismos organizadores, la multitud se cifró en más de dos millones de personas. Las estadísticas se han convertido en una fantasía y esa fantasía ha llenado la imaginación de los políticos separatistas. Un periódico como La Vanguardia, que había apoyado firmemente la causa de los separatistas, publicó un informado artículo el 14 de septiembre de 2012 para insistir en que el tamaño de la manifestación en las calles no podía superar de ningún modo las 600 000 personas. Sin embargo, la semilla ya se había lanzado. Con el permiso del diario El Mundo, reproduzco aquí el texto de un artículo que escribí en 2012 para comentar el modo en que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, se autoconvencía de que tenía el apoyo mayoritario de los catalanes.

«Moisés y la Tierra Prometida»

En el libro del Éxodo, Moisés miró la cara de Dios y quedó temporalmente ciego. Subió a la montaña y se convirtió en la primera víctima de la gran revelación que deseaba impartir al pueblo elegido. Lo que le pasó a Moisés también ha pasado durante estos días en Cataluña. Es normal que en el proceso electoral, cualquiera que sea el país, los candidatos políticos traten de engañar al público con el fin de llegar al poder, porque el poder representa la puerta de entrada a la fama, al éxito y a la riqueza. Es más raro, sin embargo, que un candidato se engañe a sí mismo, que es el caso del «ganador» de las elecciones catalanas, quien nos prometió que, como Moisés, conduciría a su pueblo a la Tierra Prometida.

Muchos de los que vivimos en Cataluña somos de hecho como los hijos de Israel, desesperados en el desierto de Canaán, sufriendo una época de sequía, hambre y desempleo, y la gran pregunta es si alguna vez saldremos de ello. El problema fue que nuestro líder perdió la visión: como Moisés, se quedó ciego y ya no pudo ver el camino por el que deseaba dirigirse. Como Moisés, bien podría pasar los próximos cuarenta años buscando en vano la Tierra Prometida; y como Moisés, tal vez muera antes de que su pueblo llegue allí.

¿Qué cegó al señor Mas? Muy sencillamente, su capacidad de autoengaño. Quedó ciego de un ojo durante la masiva manifestación en las calles de Barcelona durante la Diada. Observadores bien informados calculan que el número de personas que participaron fue probablemente entre 200 000 y 600 000, pero las autoridades de Barcelona ya eran receptoras de una revelación celestial, y dijeron que la cifra era de un millón y medio de personas. Esta cifra fue como mirar directamente al rostro de Dios. Contemplando las multitudes y las pancartas ante él, el señor Mas se convenció de que era el elegido para sacar a su pueblo de la miseria de Egipto y conducirlo a la tierra de la libertad. De repente la cifra imposible de un millón y medio de personas comenzó a generar entusiasmo y exaltación, no solo en Cataluña, sino también en Europa, porque la presencia masiva de catalanes en las calles tuvo el respaldo de otra clara señal del Cielo.

La señal fue una encuesta que realizó el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) para la Generalitat de Catalunya, en la que la mayoría de los consultados (51,1%) declaraba que votaría «sí» a una propuesta de independencia. El periódico La Vanguardia declaraba: «Más de la mitad de ciudadanos votaría a favor de la secesión de Catalunya en un eventual referéndum de autodeterminación». Pero el periódico no estaba revelando toda la verdad. La misma encuesta del CEO también hizo una segunda pregunta: «¿Cuál cree que debería ser la relación entre Cataluña y España?». A esto, solo el 34% respondió «independencia», y el 54% contestó «federalismo» o «autonomía dentro de España». Mas estaba tan excitado por la cifra del 51% que no quiso ver más allá. Quedó ciego del segundo ojo.

Esto hizo que el autoengaño realmente se descontrolara. Esa cifra del 51%, brillando ante los ojos de Moisés, significaba una clara visión: la mayoría absoluta de escaños en el Parlamento y por tanto un camino expedito hacia la libertad. Fue una cifra que nunca se había logrado en Canadá o en Escocia y parecía convertir a Cataluña en la primera región en obtener un apoyo masivo para el separatismo. Es increíble que el señor Mas nunca pensara en preguntarse cómo una cifra del 15% de los catalanes apoyando la independencia en 2007 de repente se había transformado en un 51% cinco años más tarde. Pero La Vanguardia continuaba con su buena nueva: «La encuesta que ha publicado La Vanguardia este domingo otorgaría a CiU la mayoría absoluta en la cita del prócimo 25 de noviembre. El candidato y presidente autonómico en funciones llegaría justo a los 68/69 escaños, el límite de la mayoría absoluta».

Las cifras milagrosas de 1,5 millones y 51% dejaron a Moisés ciego de ambos ojos. Al final, como sabemos, poco más de 1,1 millón de catalanes votaron por Mas en toda Cataluña. Entonces, ¿quiénes formaban el otro imaginario medio millón que atestaba las calles de Barcelona durante la Diada? Muchas personas que viven en Cataluña saben que La Vanguardia —un diario subvencionado por la Generalitat de Catalunya— estaba distorsionando la información, pero sus voces no se podían oír. El efecto del autoengaño comenzó a extenderse más y más. En el diario británico The Guardian, un corresponsal informó alegremente a sus lectores que Cataluña tiene una lengua hablada por nueve millones y medio de personas. Una vez más, se sucedían los milagros. En la última encuesta realizada por el gobierno de Cataluña en 2008, el 55% de los adultos declaraba el castellano como su idioma principal, y menos del 35% declaraba el idioma catalán como suyo. El 35% de una población de 7,5 millones es menos de tres millones, pero por algún milagro The Guardian lograba que el número de hablantes del catalán aumentara en más del 300%. La cifra era solo un ejemplo de la cantidad de información incorrecta que se abrió paso en las secciones de la prensa europea, entusiasmada por la idea de libertad para Cataluña.

Las elecciones se celebraron, pero la prensa europea sigue especulando. Un comentarista del periódico Pravda piensa que Europa se está derrumbando como un castillo de naipes, y que Cataluña está tratando de imitar el ejemplo de Kosovo al separarse. Pronto, dice el Pravda, tendremos reivindicaciones por la independencia de la Padania, Córcega, Madeira y Flandes. Pero no solo eso. Si los catalanes tienen éxito, sugiere Pravda, otras partes de España, como las Islas Baleares, podrían desear unirse a Cataluña o incluso declarar su independencia de España. No es una posibilidad totalmente fantasiosa. Si Yugoslavia se pudo romper, también podría romperse España. El hecho es que, como han reconocido muchos periódicos en Europa, el señor Mas ha abierto una Caja de Pandora que sin duda será incapaz de cerrar.

Moisés ha descendido de la montaña, solo para darse cuenta plenamente de que ha creado una situación conflictiva que no logrará nada y servirá solo para amargar el futuro. Cuando recupere su vista por completo y vea cuán grande ha sido su autoengaño, sin duda moderará su lenguaje y se enfrentará a la realidad. Pero ya es demasiado tarde para mitigar los conflictos y la amargura. Los políticos, en España no menos que en otros países, han demostrado cada día que están inmersos en la corrupción: acaban de celebrarse las elecciones y ya tenemos pruebas de más corrupción, esta vez no en cuentas de bancos suizos, sino en sobornos para contratos municipales. ¿No es hora de que los políticos de Cataluña dejen de lado sus ansias de poder y de riqueza, y comiencen a trabajar para la gente que les votó? ¿No es el momento de que algunos de ellos demuestren que realmente se dedican a los intereses de la gente? Yo no soy el único que cree que después de su ridícula actuación, el señor Mas debería dimitir de su cargo y consultar a los otros partidos si pueden formar gobierno. Después de todo, los partidos de la izquierda suman más diputados que los que dispone Mas en su partido, y posiblemente podrían encontrar una base común para actuaciones políticas, sin repetir el fracaso escandaloso del famoso Tripartit de hace unos años.

El separatismo no es ninguna respuesta a nada. Muchos creen que en un mundo moderno como el nuestro no tiene cabida reducirse al estrecho marco de una nación provinciana, y que el futuro está en integrarse dentro de sociedades, economías, culturas y tecnologías más grandes y mejores, en lugar de amadrigarse en un mundo más y más pequeño, de horizontes limitados, controlado por burócratas corruptos y élites burguesas que creen en ideologías que pueden parecer reales arriba, en la montaña, pero aquí abajo, en el valle, no son más que el material del que están hechos los sueños.

La profecía proclamada por La Vanguardia, según la cual Mas ganaría por mayoría absoluta las elecciones al Parlament, naturalmente nunca se cumplió, y Moisés nunca alcanzó la Tierra Prometida. En realidad, en cada consulta electoral posterior el partido de Mas siguió perdiendo votos. Cuantos más perdía, sin embargo, más estaba convencido de que ganaría. La Tierra Prometida se había convertido en otra realidad: el País de Nunca Jamás. El falso entusiasmo que había insuflado en la gente siguió desempeñando su papel, garantizando de este modo que su socio radical en el Parlament, ERC, continuara aumentando su representación hasta que finalmente, por una lógica inevitable, ERC le arrebate el gobierno de Cataluña a CiU.

La secesión

A pesar de las fantasías proclamadas en las manifestaciones callejeras y las optimistas profecías de La Vanguardia, los pobres resultados del partido de gobierno de Convergència i Unió (CiU) en las elecciones autonómicas del 25 de noviembre de 2012 significaban que su líder, Artur Mas, tenía que suplicar el favor de otros partidos proindependentistas con el fin de aprobar el referéndum que deseaba impulsar el gobierno catalán. Mariano Rajoy, el presidente del Gobierno español, anunció que bloquearía cualquier referéndum en ese sentido, apuntando que es contrario a la Constitución Española de 1978. Pero no es solo una Constitución nacional lo que podría echar por tierra los planes de los separatistas. La Unión Europea tiene mucho que decir al respecto. Las encuestas muestran en estos momentos [primer trimestre de 2014] que hay un 53 por ciento de catalanes que votarían «sí» en un referéndum sobre la independencia, pero esa cifra alcanza el 62 por ciento si el gobierno catalán pudiera garantizar su entrada automática en la Unión Europea.

La respuesta de la administración comunitaria a la perspectiva de la independencia catalana ha dejado entrever algunos aspectos prácticos y otros enigmáticos. El presidente de la Comisión Europea ha señalado que cualquier nuevo país tendría que solicitar la entrada para convertirse en Estado miembro de la Unión Europea; posteriormente tendría que ser sometido a consultas y ser aprobado por consenso de todos los estados miembros. Dada la oposición de Rajoy a un referéndum de independencia, España podría vetar la entrada de una región escindida en la Unión Europea. Joaquín Almunia, vicepresidente de la Comisión Europea (y miembro del Partido Socialista Español) ha sido menos tajante en sus opiniones. Hablando para la prensa española, Almunia ha dicho que no podía dar un sí o un no categórico respecto a la posibilidad de que Cataluña pudiera permanecer automáticamente en la Unión Europea si se convirtiera en un Estado independiente.

La ambición de Mas de un Estado independiente también les sirve de cuento con moraleja a otras regiones que albergan sentimientos separatistas en el seno de la Unión Europea, como Escocia y Flandes. Tal vez podamos analizar brevemente estos dos casos.

En Flandes, los partidos proescisión como la Nueva Alianza Flamenca (NVA) consiguieron algunos escaños en las recientes elecciones regionales de Bélgica. Aunque no exigen una independencia directa vía referéndum, están reivindicando una mayor autonomía para la región flamenca (con lengua holandesa). Si esto ocurriera, podría ser un paso significativo hacia la celebración de un referéndum para la independencia de la región. Con la escisión de la Valonia francófona en el sur y el Flandes de lengua holandesa en el norte, el país se enfrenta a la perspectiva de una disolución junto a unas graves consecuencias económicas. Los valones eran la región más rica de los belgas a finales del siglo XIX y principios del XX, gracias a la industrialización. Pero ahora la situación se ha invertido. Flandes, con el respaldo de un fuerte sector servicios burgués, es ahora económicamente más viable. Y los flamencos, sobre todo con la actual crisis económica que está asolando Bélgica y toda Europa, cada vez están más incómodos ante la perspectiva de subvencionar a sus vecinos menos ricos. El líder de la NVA dijo: «Los flamencos estamos hartos de ser tratados como vacas, que solo sirven para dar leche».

Escocia ya opera como un Estado autónomo en el seno del Reino Unido después de que el Parlamento le devolviera sus poderes en 1998. La unión de 307 años de duración con Inglaterra está amenazada, porque en 2014 se celebrará un referéndum en el que Escocia votará la independencia total del Reino Unido. Alex Salmond, primer ministro de Escocia y líder del Partido Nacionalista Escocés, asegura que una Escocia independiente conservaría su estatus en el seno de la Unión Europea y ha asumido que mantendrá la libra esterlina británica en su programa electoral. También ha dicho que Escocia intentará conservar a Isabel II como reina (su casa, de hecho, está en Escocia).

En cualquier caso, todas esas promesas contravienen teóricamente el Tratado de Lisboa de la Unión Europea, que deja bien claro que los nuevos miembros deben solicitar su entrada en la comunidad y, una vez que se hayan tomado las medidas económicas adecuadas, deberían adoptar el euro. Salmond también tiene que hacer frente a una dura lucha para convencer a los escoceses de los beneficios de la independencia antes de que se celebre el referéndum de 2014. En una reciente encuesta de Ipsos Mori, solo el 30 por ciento de los encuestados deseaban que Escocia fuera un país independiente, mientras que el 58 por ciento dijo «no». El mensaje de Salmond puede ser más llamativo por su enérgica personalidad que por su repercusión en la opinión pública. En muchos países la mezcla del declive de las economías nacionales y el crecimiento de las economías regionales ha acelerado la moda de exigir más independencia. Las respuestas de los directivos de Bruselas demuestran que están decididos a no dejarse embaucar por esta moda mientras se centran en apuntalar la estructura financiera de la Unión Europea. Y aunque Cataluña, Escocia y Flandes pueden conseguir que sus deseos de independencia adquieran cierta credibilidad, la legislación de la Unión Europea podría significar que sus esfuerzos no pasarán de ser sueños imposibles.

La cuestión del separatismo en Cataluña, por lo tanto, de ningún modo tiene una fácil salida. En este punto tal vez pueda resultar útil ofrecer un resumen de una entrevista publicada en un periódico nacional (2013) a uno de los economistas catalanes más importantes. Francesc Granell (Barcelona, 1944) es catedrático de Organización Económica Internacional en la Universidad de Barcelona y director general honorario de la Comisión Europea. Como economista, y en virtud de su trayectoria internacional —como alto funcionario de la Unión Europea participó en las negociaciones para la adhesión de Suecia, Finlandia y Austria—, ha redactado un documento que advierte sobre los riesgos de la independencia de Cataluña.

Pregunta. ¿Por qué sostiene que una Cataluña independiente lo tendría complicado incluso para formar parte de Naciones Unidas?

Respuesta. Primero, Cataluña tendría que ser un Estado. Ahí no hay problema: tenemos territorio, población y un gobierno constituido. Pero también es necesario que la Asamblea General de la ONU acepte al Estado previa propuesta positiva del Consejo de Seguridad. El problema es que ahí cinco países tienen derecho a veto. El portavoz de la Casa Blanca ya dijo que se trata de un problema interno de España; Francia, también; Rusia tiene el problema de Chechenia, y China, el del Tíbet, como para aceptar [el ingreso de un país producto de una secesión, como Cataluña]. ¿Qué significa eso? Nosotros podríamos llegar a ser un Estado, pero no un Estado reconocido con vida internacional normal.

P. ¿Está escrito que Cataluña quedaría fuera de los tratados y de la Unión Europea?

R. Es la doctrina que ha sentado la Comisión Europea, que es la guardiana de los tratados. Y eso ha quedado claro cuando se la ha requerido, de momento solo para el caso de Escocia. Cualquier región que salga queda fuera de la Unión. Después puede pedir el reingreso y se estudiará si se acepta. Pero entonces entramos en una negociación intergubernamental. Y ahí se requiere unanimidad. Ese es nuestro gran problema.

P. ¿Quiere decir que Cataluña saldría del euro?

R. Si no es miembro de la UE, no es miembro de pleno derecho del euro. Eso no quiere decir que no pueda usarlo. Nadie puede impedir ir al Banco de España y comprar euros. Andorra, Mónaco, San Marino, Montenegro y Kósovo lo usan. Pero sin derechos de señoraje y sin apoyo del Banco Central Europeo, que es esencial.

P. ¿No podría optar por una solución transitoria para Cataluña mientras se halla la fórmula de encaje o se insta a una negociación?

R. ¿Y quién instará a esa negociación? ¿Qué avaladores tenemos? Yo no lo veo. Una cosa es la normativa europea, y otra que la Unión Europea se adapte a muchas cosas. Pero para eso se requiere voluntad política de algunos de los que pesan en los órganos de decisión para cambiar los tratados. Y eso no lo veo. No veo que tengamos aliados ni en Europa ni en el mundo para la causa del Estado propio.

P. Dibuja un Estado fallido.

R. Seremos un Estado fallido. Como Somalilandia o como Kosovo.

¡Independencia!

¿Quién tiene el derecho de declarar la independencia de Cataluña? Evidentemente, los propios catalanes. El 23 de enero de 2013 el Parlament catalán adoptó la «Declaración de Soberanía y Derecho a Decidir del Pueblo de Cataluña». La Declaración afirma que «el pueblo de Cataluña» es un «sujeto legal y político soberano», con «derecho a decidir […] su futuro político colectivo». El contexto de esa referida «decisión» quedaba en el aire, indeterminado, pero obviamente se utilizaba como un código para un derecho putativo del pueblo catalán a escindirse de España. En sí mismo el documento era casi irrelevante, un texto sin mucho sentido, confeccionado por políticos que escogieron frases de distintas fuentes, principalmente de la Constitución de Estados Unidos.

Por otra parte, ¿qué entendemos por independencia? Un antiguo editor de La Vanguardia de Barcelona, Xavier Vidal-Folch, expresaba su opinión en el diario El País (25 de septiembre de 2012) cuando afirmaba que «la independencia es imposible. No porque alguien la impida. Sino porque la independencia ya no existe en la Europa real, la Unión Europea. Como no existe el Estado-nación. Ni la soberanía nacional». Subrayaba que la mayoría de los poderes del antiguo Estado-nación estaban siendo transferidos a una estructura supranacional: la Unión Europea. «Sobre todo, en la economía, que es precisamente la motivación subyacente al independentismo catalán de nuevo cuño, post-identitario. Todos los instrumentos clásicos de política económica están transferidos o se están transfiriendo a la Unión Europea». Lo que quedaría de Cataluña no sería lo que todos reconocemos en Cataluña hoy.

Si el beneficio de la independencia sería, pues, más bien marginal, ¿vale la pena pagar el alto coste que conllevaría? La historia arroja pistas sobre esa relación coste-beneficio. Cataluña es imaginable como entidad diferenciada, objeto identificable, independiente, porque lo ha sido. Como Principado confederado en la época medieval; como país asociado a la monarquía francesa de Luis XIII entre 1640 y 1652; como un conjunto de «estructuras de Estado» específicas, salvo la Corona, hasta 1714; como región autónoma en los años treinta; como nacionalidad desde 1978…

Y una España sin Cataluña devaluaría la realidad de ambas entidades:

España sin Cataluña no es pensable, rechina al imaginario colectivo. Con razón. No sería, porque al cabo España es una realidad integradora de muchos factores, pero muy destacadamente el producto de la fusión de sus matrices castellana y catalana.

En cualquier caso, Vidal-Folch nos recuerda:

Los catalanismos —de izquierda y de derecha— de vocación mayoritaria nunca fueron independentistas (más de cinco minutos). Siempre persiguieron dos objetivos, arduos de conciliar: la autonomía de Cataluña y la participación en la dirección de España. «Cataluña ha de ir a la conquista de España», proclamaba Enric Prat de la Riba. Apostemos por «la Catalunya gran en l’Espanya gran», le secundaba Francesc Cambó. Lluís Companys se enfrentó al alzamiento con el lema «Catalunya i la República dins lo cor de tots». «Se nos asigna un papel de máquina de tren, no de maquinista», se lamentaba Jordi Pujol. «Lo que es bueno para Barcelona, es bueno para Cataluña y bueno para España», sintetizaba Pasqual Maragall.

Y por lo que respecta a lo que parece ser la principal excusa para solicitar la independencia, el «expolio» a manos de España, el periodista recuerda que las cifras se pueden utilizar (y manipular) en muchos sentidos, y que eso no es suficiente razón para destruir una Cataluña histórica. Sus puntos de vista coinciden con los de un eminente profesor universitario catalán, Francesc de Carreras, en un artículo en The Guardian en noviembre de 2012. Carreras apuntaba que la independencia ocasionaría enormes cambios que debilitarían toda la economía de Cataluña. En primer lugar y ante todo, Cataluña quedaría fuera de la Unión Europea de momento y durante los próximos años. Eso tendría efectos devastadores: en primer lugar, en sus relaciones con el resto de España (que acumula bastante más de la mitad de sus relaciones comerciales habituales) y también en los precios y aranceles con todos los países de la Unión Europea, en la deslocalización de empresas y en las inversiones. Todo ello contribuiría a una menor recaudación en Cataluña y se incrementaría el desempleo. Es más, a la actual deuda catalana (la mayor de España con diferencia) habría que añadir la deuda de España que le correspondería a Cataluña en la división de activos de acuerdo con la legislación internacional. Todo ello generaría una crisis económica que duraría años, y la región que resultaría de esa crisis ya no sería la que conocemos ahora, sino una Cataluña mucho más empobrecida. Así pues, en términos económicos, ¿sería viable una Cataluña independiente? Como modelo teórico, sí, dado su tamaño y su volumen productivo. Sin embargo, en el contexto actual, y considerado en términos dinámicos, la independencia sería un completo suicido.

El futuro económico

Al final, los argumentos cruciales para decidir sobre la secesión son de índole económica, no cultural. Ninguna sociedad, en ninguna época de la historia, ha optado por la independencia porque tuviera una cultura distintiva. En ocasiones, las sociedades prefieren separarse porque su religión es distinta y causa roces y enfrentamientos. En la práctica, sin embargo, las sociedades optan siempre por la separación cuando creen que pueden sobrevivir solas. Y esa supervivencia, en todos los casos, está basada en la viabilidad de la autonomía económica.

Existen tantos aspectos que hay que tener en consideración en este debate que resulta imposible limitarse únicamente a las cuestiones económicas. Aquellos que hablan en defensa del separatismo catalán no se equivocan en absoluto cuando advierten (y cito directamente de un comentarista competente) que «el argumento de que Cataluña es demasiado pequeña para ser sostenible e independiente económicamente es de todo punto incorrecto. No solo no hay ninguna teoría económica solvente que diga que el éxito económico de un país precisa un determinado tamaño mínimo; más bien, la realidad indica algo completamente distinto. Ocho de los diez países más ricos del mundo (por su PIB per cápita) tienen una población igual o menor a la de Cataluña, unos seis millones y medio de habitantes». Este y otros muchos argumentos parecidos son perfectamente razonables, pero limitan su visión exclusivamente a los factores económicos, e ignoran por interés propio otros aspectos.

Quienes han procurado examinar el tema de un modo imparcial se han sorprendido ante los posibles problemas que podrían surgir. En el Reino Unido, el National Institute of Economic and Social Research (NIESR) considera que una Escocia independiente heredaría una enorme deuda y tendría que pagar miles de millones de libras, más de lo que podría soportar seguramente. Una perspectiva similar se adivina para Cataluña. Un documento del European Economic Forum (UBS Ltd., octubre de 2012) asegura que «las perspectivas económicas de Cataluña serían potencialmente desastrosas. Muy probablemente Cataluña quedaría fuera de la Unión Europea y de la zona euro. Esto elevaría la tragedia a un nuevo nivel: se perdería el acceso a su primordial mercado de exportaciones y habría que introducir una nueva moneda, con todos los costes y riesgos que eso significaría. Y todo esto ocurriría en un ambiente económico aún muy problemático, con una deuda pública en una moneda extranjera, sin acceso a los mercados y sin la protección del Mecanismo Europeo de Estabilidad y del Banco Central Europeo».

La consecuencia más probable e inmediata sería por tanto que Cataluña quedaría fuera de la Unión Europea. Las implicaciones económicas que se derivarían de ello serían enormes. Lo primero de todo, Cataluña perdería su acceso al mercado común. En la actualidad, el 63 por ciento de sus exportaciones van directamente a la Unión Europea y al resto de España. Este mercado se vería enormemente penalizado. Todos los negocios que ahora están radicados en Cataluña tendrían mucho más interés y más incentivos para trasladarse a cualquier otro lugar en el interior de las fronteras españolas, para poder acceder a un mercado más amplio sin las restricciones de un país extracomunitario. Incluso José Manuel Lara, presidente del Grupo Planeta, el grupo editorial más grande de España, afirmó que en caso de que se produjera la secesión tendría que trasladar la firma a algún otro lugar de España. Otros empresarios han sido incluso más tajantes en sus afirmaciones.

Un informe económico para el Credit Suisse elaborado en 2013 ofrece el siguiente panorama: efectivamente, dice que Cataluña depende de España, que acumula más del 60 por ciento de sus ventas. Aunque Cataluña exporta al extranjero una buena cantidad de bienes, su balanza comercial con el resto del mundo sigue siendo negativa, hasta niveles cercanos al 8 por ciento del PIB de Cataluña. El balance comercial general de Cataluña, que también incluye servicios, solo alcanza un nivel positivo gracias al comercio con el resto de España a lo largo de la última década. Un artículo publicado en The Economist (23 de noviembre de 2012) ofrece el siguiente análisis respecto a cómo afectaría la independencia a su balanza comercial: «Los catalanes están justamente orgullosos de que más de la mitad de su comercio se establece fuera de las fronteras españolas. Francia es su destino principal, acumulando un 10 por ciento de las exportaciones catalanas. Pero los tres siguientes destinos por orden de importancia son las regiones de Andalucía, Aragón y Valencia. De hecho, si Cataluña fuera independiente, España sería su socio comercial más importante, puesto que acumula más de un tercio de su comercio. Eso sugiere que, desde un punto de vista económico, Cataluña tiene mucho que ganar permaneciendo en una entidad política más grande».

Ese mismo mes de noviembre, otro artículo de The Economist hacía más puntualizaciones, e iba más allá de un simple examen a los aspectos económicos: «Bajo el amparo de la Constitución Española de 1978, Cataluña ha disfrutado de más autogobierno que cualquier otra región de Europa. Dirige sus propias escuelas, sus propios hospitales, tiene su propia policía, se ocupa de sus prisiones y de sus instituciones culturales. Solo carece de poderes fiscales y de los románticos adornos de la estatalidad, que los políticos nacionalistas parecen ansiar. Respecto al autoengaño, en ocasiones resulta ridículo: la televisión pública catalana ofrece la predicción del tiempo incluyendo en su mapa unas provincias que han pertenecido a Francia desde 1659, pero no ofrece información meteorológica de Zaragoza o Madrid. Y la mayoría de los catalanes parecen estar contentos siendo catalanes y españoles. El apoyo de la independencia ha aumentado principalmente porque los catalanes creen que ello aliviaría la crisis y la recesión».

No tiene mucho sentido añadir más nombres y opiniones a este interminable listado de nombres, temas y debates. En cualquier caso, el futuro de un país nunca está en manos de aquellos que están bien informados. Casi siempre es la mayoría desinformada la que toma decisiones, a menudo en nombre de la democracia, y aquellos a los que la mayoría vota para que ostenten el poder son las personas finalmente responsables. Muy a menudo pueden derivarse trágicas consecuencias. Muy a menudo se toman malas decisiones. En aquel trágico año de 1714, ahora idealizado tras una cortina de humo de desinformación y manipulación, el conseller en cap Rafael Casanova decidió que era mejor para miles de personas morir que alcanzar un acuerdo político. Sus colegas protestaron, pero tenía los votos de su parte, y la ciudad de Barcelona declaró la guerra a los ejércitos y las armadas de Francia y España, y a la mitad de su propio pueblo de Cataluña. Al final, Barcelona se recuperó incluso de aquella tragedia, pero nunca se aprendieron las lecciones derivadas de aquel episodio, y las ficciones y las fantasías renacieron trescientos años después…