Un año de Erasmus

Esther Casares

2015

Aquel rechazo fue infernal.
–No quiero verte más, no estoy enamorado de ti. Laura nunca llegó a creerlo, estaba sumida en un sueño

que no le permitía ver más allá. La realidad se presentaba incierta y obtusa ante sus ojos.

–Es mejor que no nos veamos más, no estamos hechos el uno para el otro. Quizás sí para tener una aventura, para vernos unos meses, pero no para estar juntos el resto de nuestras vidas.

Aquellas palabras fueron las que más la hirieron. En un principio se negó a creerlo, no tenía ni la mínima sospecha de que aquello pudiera ser cierto. Con la habitación inmersa en la penumbra, Pierre la acarició y le dijo: “Cariño, sólo por esta última noche”. Laura se entumeció, el pavor se hizo dueño de su cuerpo. No pudo soportarlo. Las lágrimas estallaron en su rostro, el llanto le embargó y no pudo dormir en toda la noche ni un solo instante. A las siete de la mañana decidió darse un baño de agua casi hirviendo para relajarse, pero no consiguió nada más que enrojecer su piel para después helarse de frío. Después de una hora salió del cuarto de baño y se hizo un café. Mientras se lo tomaba volvió a sollozar y las lágrimas terminaron por brotar a borbotones de sus grandes ojos verdes.

Entonces decidió llamar a su mejor amiga y confidente, quien la exhortó a irse inmediatamente de aquel lugar donde no sentía más que rechazo.

–Vete cuanto antes, no te quedes ni un solo minuto más. Sobre todo mantén el tipo. Si no ha hecho nada, ni siquiera se ha inmutado después de verte llorar toda la noche, por lo menos has de mantener tu dignidad.

A las ocho de la mañana, ya cansada de haber pasado la noche en vela, fue a despertarle. Hablaron, eludiendo en todo momento la conversación en el Restaurante Bistró del día anterior. Laura no sabía qué hacer y desayunó otra vez, ahora unas tostadas con chocolate; esperaron a que la ropa saliera de la secadora hasta la una de la tarde. Mientras planchó, recogió todas sus cosas, vieron el telediario y por fin dijo en tono definitivo:

–Nos vamos.
–Sí, ahora mismo –respondió.
Acto seguido la llevó a su casa y la dejó en la puerta.
–Bueno, te llamaré para la fiesta de este sábado, vendré

a buscaros a ti y a Susana sobre las siete. No le diré a nadie que ya no estamos juntos, sólo lo sabremos tú y yo, así no se entrometerán en lo nuestro.

Y llegó la fiesta del sábado. Él la fue a buscar sobre las siete menos diez, pero todavía no se encontraba en casa, había ido con Susana a arreglar los últimos detalles del vestido de gala y a peinarse a casa de una amiga aficionada a la peluquería, a que les hiciera unos recogidos en el cabello. Volvió a las siete y media. Había una nota que decía que había ido a recogerla; bajó las escaleras súbitamente y se dispuso a llamarle al móvil.

–Dentro de media hora, ¿te parece?
–Es demasiado rápido y aún no me he vestido, pero está bien. De lo contrario llegaremos tarde, mejor tres cuartos de hora, ¿de acuerdo? –respondió ella–. Estaré, en punto.

Laura fue rápidamente a ataviarse con un vestido muy largo, abierto por la espalda, de un talle que se adaptaba perfectamente a las medidas de su cuerpo y se le ajustaba como un guante. Estaba bella, más guapa que nunca. El maquillaje sobre su cara hacía resplandecer la tonalidad de su piel y le iluminaba el rostro proporcionándole un poco más de alegría. Sus ojos brillaban más que nunca, y la sonrisa que prodigaba a diestro y siniestro parecía sincera. Entonces llegó Pierre, la vio, se quedó mirándola dos minutos sin mediar palabra, le pidió que se diera la vuelta para observar detenidamente su vestido y dio su opinión:

– ¡Estás soberbia! Jamás te había visto tan guapa, ¡estás preciosa!
Seguidamente fueron a recoger a Susana, que estaba planchando el abrigo con el que se disponía a salir, Susana era de otro tipo, muy guapa y muy estilizada, su vestido era más sencillo y resultaba mucho más modosa y discreta que Laura. Se había peinado con un recogido griego a base de trenzas que se entrecruzaban en un moño muy alto, que resultaba sencillo y elegante, menos convencional que el clásico moño de toda la vida. Vestida con los tacones y el recogido parecía mucho más alta y delgada, y esto le daba un aire mucho más seductor.
Fueron a recoger a dos amigas de Pierre cinco minutos más tarde. En primer lugar recogieron a Estefanía, que además de ser la mejor amiga de Pierre era la mujer de quien él había estado enamorado hasta que conoció a Laura –quien sospechaba que seguía influido por la atracción de Estefanía–, pero lo único que había en realidad era una especie de ilusión óptica de lo que había sido y no de lo que era. Estefanía y Laura se habían vestido en la misma línea, ambas con un vestido negro muy largo, el de Estefanía tenía una abertura que iba desde el tobillo hasta más arriba de la cintura, con la espalda abierta y escote pronunciado; Estefanía tenía muy buena figura pero era un poco flaca y el vestido resultaba demasiado holgado, llevaba medio tacón y el pelo suelto, se había maquillado en tonos tierra y rojizos a juego con su pelo y cara.
Por un momento Pierre miró a las dos y no pudo evitar compararlas, Laura lo percibía, baremaba y calibraba todo, había aún encima puntos en común que provocaban que tendiese a sopesar los pros y los contras de cada una de ellas. “Pobre imbécil” se decía ella, le exasperaba su falta de disimulo, las comparaciones nunca le han gustado a nadie. Pierre las examinaba desde dos perspectivas que, en su opinión, eran dos factores fundamentales que debía poseer cualquier mujer físicamente, aunque en este aspecto fueran muy diferentes: Laura no era especialmente alta, pero tenía curvas muy agradables a la vista, de cara agraciada, tenía rasgos fi- nos, de mirada penetrante y sonrisa preciosa, poseedora de una sonrisa especial que destaca por su sinceridad, entre una sonrisa inocente y una pícara y, en definitiva, de talante sano; Estefanía, por su parte, era muy atractiva, más esbelta, tenía muy buen tipo, de talle largo y sin curvas, y de rostro no sería fea si no fuera por su flamante nariz de la que se podía decir “érase una vez una mujer a una nariz pegada”, era un rasgo distintivo que se divisaba en primer término cuando se la veía a lo lejos. Después de que Estefanía hubo entrado en el coche fueron a buscar a Clara, que no tenía nada que ver con ninguna de las tres, poseía una personalidad muy distinta, físicamente difería de ellas totalmente y era guapa sin ningún tipo de discusión, de hecho se parecía mucho a Claudia Schiffer o a Valeria Maza.

Una vez todos en el coche, se dirigieron al chatêau donde tenía lugar la fiesta: un castillo que había sido alquila- do para celebrar la fiesta de fin de carrera. El castillo se encontraba en un pueblo a unos veinticinco kilómetros. Tomaron el camino de la autopista, Laura se sentó detrás junto a Susana, que ocupaba el asiento de en medio y Estefanía se situó a la izquierda. Clara, como siempre, había usurpado el lugar delantero colocándose al lado de Pierre, que cuando estaba con sus amigos nunca hacía caso a Laura, hablaba de cosas que no guardaban relación con ella y, por ende, a causa de la dificultad del idioma, desconectaba casi siempre y su indiferencia era tal que llegaba a parecer impenetrable. Todos guardaron silencio durante el viaje, especialmente Laura que no medió palabra, simplemente estaba deseando llegar y mezclarse en medio del gentío, no podía soportar la situación, fumó dos o tres cigarrillos durante el trayecto y de vez en cuando hacía algún comentario banal sobre el vestido, los tacones, la fiesta….

Se iban acercando y, cuanto más se aproximaban, Laura sonreía más. Llegaron allí, salió del coche, los tacones de sus zapatos se hundieron en la tierra mojada, por lo que entró al local que estaba situado enfrente del castillo donde se celebraba la fiesta con los zapatos salpicados por el ba- rro del camino desde el aparcamiento hasta la fiesta.

Llegaron los cinco juntos hasta la puerta, entraron en el hall, donde recibieron las entradas y guardaron los abrigos en el guardarropa. Laura no se despojó de su chaqueta, pues le daba vergüenza quitársela: el vestido era escotado in extremis. En la planta baja del edificio se servía un cóctel compuesto por canapés de varios tipos y champán francés Möet Chandon. Picaron un poco, enseguida empezaron a encontrar gente conocida y se fueron dispersando. Susana y Laura estaban por un lado, Clara y Estefanía por otro y Pierre solo saludando a gente variopinta: era amigo de todo el mundo y una de las pocas personas que no tienen inconveniente en lanzarse en una conversación ajena.

Laura no tenía las mismas habilidades sociales que Pierre, se limitaba a saludar y a reírse de todo, le costaba expresar su opinión y evitaba todos aquellos temas susceptibles de discusión. Después de beber dos o tres copas de champagne, estaba ya mucho más contenta, iba bebiendo paulatinamente y acompañando la bebida con algún que otro canapé que había sobre la mesas con el objeto de mantenerse sobria y no cometer ninguna estupidez que la dejara en evidencia. Se mostró simpática y sonriente con todo el mundo, procurando estar lo menos posible con Pierre, lo cual no fue difícil, pues no formaban la típica pareja que estaba todo el día unida; ellos tenían, por el contrario, un comportamiento social generalmente abierto, no solían cerrarse a otras personas. Laura, en cierto modo y hasta cierto punto, guardaba esta pose obligada por las circunstancias debido a que no conocía a nadie y Pierre siempre la llevaba con sus amigos, menos mal que esta vez Susana la acompañó.

Estuvieron como hora y media en la planta baja del castillo, más tarde subieron a la primera planta donde había música a un volumen más alto y la gente bailaba, pero no había casi nadie, así quebajaron denuevo. Había fuegos artificiales y, aunque hacía muchísimo frío, salieron a la terraza para verlos.[Laura ya se había quitado la chaqueta y estaba en posición hierática, volvió a buscarla debido al frío que tenía]. Todos veían los fuegos artificiales, que eran muy vistosos, y el cielo nublado con las luces que emanaban de los destellos de los fuegos parecía mucho más bonito.

Una vez que finalizaron los fuegos, se ofrecía una tarta helada, de modo que tomaron un pedazo de tarta en compañía de unos compañeros y estuvieron una media hora

Pierre dejó a la rubia y bajó las escaleras del castillo (que, como todos los castillos, estaba lleno de escaleras por todas partes en diferentes estancias de varios pisos), estuvo bastante tiempo abajo, como una hora más o menos, volvió al cabo de este tiempo y lo primero que hizo fue acercarse a Laura. Tenía la voz áspera y subía y bajaba de tono constantemente, parecía algo borracho pero sabía bien lo que hacía.

–Ayer me arrepentí mucho de haberlo dejado contigo. ¿Qué piensas? –inquirió.

–No pienso nada –se limitó a contestar.– Bueno sí, pienso que todavía es demasiado pronto, tengo que reflexionar algo más, ¿qué te parece? –añadió.

–Sí, creo que sí, tienes razón –asintió.

Estuvieron hablando unos minutos más, eran ya altas horas de la madrugada y nadie tenía tabaco.
–¿Tienes un pitillo? –le pidió Laura a Pierre.
–No, pero tenías tú en el coche otra cajetilla, ¿qué te parece si vamos a buscarla? –preguntó él.
–No, no importa. Mejor no, hace mucho frío –contestó ella.
–¿Quieres que vaya yo a buscarla y te la traiga? –añadió él.
–No es necesario, ya le pediré tabaco a otra persona – dijo displicente.
–De acuerdo, voy hasta abajo, ¿vienes?
–No, mejor me quedo aquí, hasta luego.
–Hasta luego.
Continuaron en la fiesta y empezó a hacerse tarde, Lau- ra se sentía realmente feliz y satisfecha, su corazón saltaba de alegría. Pierre regresó en unos veinte minutos cantando con un amigo. Se había quitado la corbata, que ahora le colgaba de la frente a modo de diadema, y estuvo hablando mucho rato con unos amigos. Mientras Laura estaba con dos amigas, los pies le dolían muchísimo a causa de sus altos tacones, en ese momento hubiera cambiado muy a gusto sus zapatos por unas zapatillas de deporte. Pierre estuvo con Laura un instante con la intención de presentarle a un amigo.
–Quiero que conozcas a este amigo mío, que, por lo visto, no te conoce. Él es Pascal. ¡Por fin la conoces Pascal! Él también tuvo una historia de amor con una española.
–Ah, sí, ¿y dónde está ella ahora? ¿De dónde es?
–Es malagueña, estuvo aquí el año pasado –Pascal salió disparado hacia la barra.
Entonces Pierre le comentó a Laura:
–No fue exactamente una historia de amor, estuvieron saliendo juntos una semana solamente.
–¡Ah! Tengo mucho sueño, ¿a qué hora nos vamos a ir?
–No sé, ¿estás agotada?
–Sí, más bien.
–El inconveniente es que estoy esperando a que la gente se decida a largarse, los tengo que llevar a casa a ellos también, mejor esperamos un poco más, ¿de acuerdo?
–Vale, muy bien, si quieres estamos cada uno por nuestro lado.
–¡Haz lo que quieras!
Susana seguía en un estado casi inconsciente, no se enteraba de nada, de hecho llegaba a manifestar un ímpetu agresivo. Se acercó a Laura y dijo:
–¿Nos vamos?
–No depende de mí, pregúntale a él.
Se aproximó a Pierre y preguntó:

–¿Nos vamos de una vez por todas?
–Espera un minuto a que se me acabe la copa.
–¿Cómo? Estoy exhausta, ¡vámonos! Es tardísimo. Estoy harta de estar aquí y me encuentro fatal.

Pierre ni se inmutó, siguió con la charla en la que estaba, mientras que Susana tomó asiento al lado de Laura.
–¡Vamos! Si no me voy con esta otra gente que también tiene coche y me puede llevar –dijo Susana.
–¡No, no y no! Te estoy suplicando que aguardes, además tenemos nuestros bolsos en su coche, tan sólo en cinco minutos nos vamos.
–No, no tengo ganas.
–Venga, acuéstate sobre mi hombro si quieres, sólo serán cinco minutos, ¿entiendes?, ¡tú te vienes conmigo! –exclamó subiendo el tono de voz.
–Bueno, me quedo.
Estuvo tranquila apenas un minuto, se levantó súbitamente y fue hacia él.
–¡Vámonos! No te lo voy a repetir. ¡Allezy!
Entonces Laura se puso en pie y le respondió:

–¡Susana se encuentra muy mal y está totalmente borracha! ¿Qué te parece si nos vamos?
–¡Está bien, de acuerdo!
Al fin, después de otros cinco minutos más, salieron de la fiesta. Primero Pierre bajó las escaleras, seguido de Clara y Estefanía; Susana iba sola, bien agarrada a la barandilla; después Laura con un individuo que la había seguido toda la noche y que no la había dejado ni a sol ni a sombra, había cogido un centro de mesa de la fiesta y Laura otros dos que le parecían muy decorativos para ornamentar su casa, con la intención de colocar una como centro en una mesa de estudio que tenía en su habitación. Cuando iban bajando las escaleras dos miembros de la organización las pararon:

–Lo siento, pero esto no os lo podéis llevar, lo hemos pagado –dijo un ejecutivo de la organización.

Devolvieron los centros de mesa y anduvieron hasta el coche. Pierre se detuvo hasta que Laura llegó y sentenció:
–¡Date prisa!

–¿Que yo me apresure? –dijo ella en tono burlón. Pierre simuló no haber entendido una palabra de la contestación y Laura añadió:
–Susana y yo tenemos que coger los abrigos del ropero, así que no te duermas en los laureles.
–¡Vale, pero venid pronto!

Fueron a por los abrigos y en un tris ya estaban en el coche. La hierba estaba húmeda y los zapatos calaban sus pies. Hacía un frío que cortaba la respiración. Estefanía pasó de largo con Clara y se despidió:

–Hasta Luego.
–¿No venís ya?
–No, yo me quedo con un amigo. –respondió Estefanía.
–¡Hasta otro día!

Susana subió al coche y ella se quedó de pie con la puerta abierta esperando a que llegase Clara, con la pretensión de aguardar hasta que se sentase en el asiento trasero del coche. Esta vez no pensaba otorgarle el privilegio de estar de copiloto. Pierre sugirió:

–¿Qué haces ahí? ¡Entra ya!

Quizás Pierre pensó que no sería lo más oportuno que Clara se acomodase detrás con Susana y ella con él delante, puesto que sería una manera de excluirla de la conversación. En cierto modo y en cualquier caso, daba la sensación de que encontraba muchos más temas de conversación en común con Clara que con su novia. Siempre charlaban animadamente, sin embargo con Laura siempre estaba discutiendo de futilidades.

Susana se quedó dormida casi inmediatamente después de haber entrado en el coche. Clara y Pierre parloteaban como cotorras, más bien cotilleaban. Laura se sentía al margen de la conversación por lo que decidió transformarse en la bella durmiente, sin duda era una manera de aislarse. De todas formas a Laura no le caía bien Clara, la consideraba una entrometida. Además era una mujer muy presuntuosa y de alguna manera, un tanto ilusa; su forma de ser realmente la enervaba. Clara era simple y llanamente una estúpida, resultaba incomprensible la amistad entre ambos aunque, sin lugar a dudas, Clara era una de sus mejores amigas. Pierre la admiraba, de una forma u otra había ciertas cosas que le desagradaban de ella pero podía constatar que sentía casi devoción por ella. Todo lo que Clara hacía, decía o pensaba dejaba huella en él. Cualquier estupidez que se le ocurriera en el momento él la encontraba de lo más oportuno.

Mientras tanto Laura notó que estaban hablando de ella, o tal vez de Susana, pero ella creyó haber oído su nombre: “Laura”. No logró saber lo que criticaban de ella a causa de la dificultad del idioma, lo cual la sacaba de quicio, le resul- taba difícil el aprendizaje de esta lengua de locos, el francés, y aunque ya llevaba mucho tiempo en Francia, conseguir comunicarse era a veces complicado, especialmente si deliberadamente hablaban rápidamente susurrando, utilizando argot y expresiones coloquiales.
De vez en cuando, las mayoría de las veces, mejor dicho, había una comunicación más o menos comprensible entre los interlocutores, pero esporádicamente las palabras se volvían ininteligibles y esto le indignaba.

A Laura el camino le pareció interminable y, aunque se sentía muy fatigada, no fue capaz de dormirse. Tampoco abrió la boca ni una sola vez, en realidad sí, dos o tres veces, pero para bostezar únicamente.

Tardaron en llegar como una media hora, Pierre la despertó y Laura en un principio agarró del brazo a Susana para despertarla, pero ni se inmutó. Al final, comenzó a darle empujones de un lado a otro hasta que se despabiló. Laura cogió su bolso y Pierre le preguntó:

–¿Quieres que te ayude a llevarla a su habitación?
–No hace falta, no te molestes, puedo sola. Muchas gracias.
–¿Estás segura?
– Sí, completamente. ¡Hasta luego!
–Te llamaré esta semana.

Laura asintió con la cabeza.
–¡Hasta luego!
Entretanto Susana seguía en total estado de embriaguez, de hecho, había llegado a olvidarse el bolso en el coche de Pierre. Eran las siete y media de la mañana y Susana no tenía la llave de su casa, por lo que esa noche tuvo que prescindir de dormir en su habitación.

Laura se dispuso a ofrecerle su cama, Susana se quedó dormida en un pispás. Sin embargo Laura no pudo dormir hasta pasada una hora, puesto que no había suficiente es- pacio para las dos y le habían ocurrido demasiadas cosas esa noche para poder cerrar los ojos y conciliar el sueño. Estuvo un rato pensando y después se levantó varias veces para ir al cuarto de baño, se cepillo cuidadosamente el cabello, se lavó los dientes y se desmaquilló los restos de maquillaje. Entonces escuchó durante unos minutos un poco de música, se empezó a encontrar aturdida y apagó la radio. Tampoco se concentraba en la lectura, le dolía demasiado la cabeza para cualquier trabajo que le supusiera un esfuerzo mental que no fuera pensar en Pierre.

Al final, resolvió echar una cabezada cuando ya eran las doce de la mañana y Susana todavía dormía a pierna suelta. Entonces Laura se preparó una tisana muy caliente, no se encontraba demasiado bien, luego se acostó nuevamente hasta las tres de la tarde, hora en la que se despertó y preparó la comida de ambas. Aliñó una ensalada con tomate, lechuga y un poco de cebolla (lo único que pudo encontrar en aquel frigorífico), hizo una tortilla de patata y se dirigió a la habitación donde estaba Susana para despertarla. Almorzaron y hablaron de todo lo que les había pasado el día anterior.

Transcurrieron en total cuatro días, domingo, lunes, martes y miércoles, que era día festivo, el día de la Asunción. Hacía un tiempo espléndido, Laura se desperezó y ordenó su casa, barrió y fregó el suelo. Se disponía a entrar en la ducha cuando sonó el teléfono: era Pierre. Su tono de voz era exaltado, estaba bastante nervioso y no era capaz de terminar una sola frase, estaba como temeroso, en el fondo tenía miedo a recibir otro rechazo. Podía considerarse como una persona susceptible y orgullosa; jamás daba un paso hacia delante, era muy reservado en sus asuntos y nunca demostraba lo que sentía, a Laura le hacía dudar siempre, no sabía si la quería, pero tampoco podía esperar, pues si hubiera esperado lo habría perdido completamente. Pierre era de esas personas que parecen que llevan un lastre amarrado al cuello y hay que tirar fuerte, pero no demasiado, no sea que se rompa, de vez en cuando hay que dejar de presionar y aflojar. Este juego Laura lo conocía, pero en ocasiones fallaba, esta vez le dijo enseguida que sí.

–¿Qué vas a hacer el día de la Asunción?
–La verdad es que no tengo nada planeado, francamente no lo sé.
–He estado trabajando hasta ahora mismo, pero hace tan bueno que pensaba proponerte que fuésemos a la playa, ¿qué te parece?
–¡Es una idea excelente, me encantaría!
–Dentro de una hora paso a recogerte.

Ella estaba exultante de felicidad, se tomó una tila para calmarse un poco, nunca jamás se había sentido tan afortunada. Se duchó, se puso un bañador, metió en la bolsa todo aquello que era imprescindible para llevar a la playa: bañador, toalla, cremas, un peine, dinero…Se arregló el pelo de manera que pareciera graciosamente despeinada, haciéndose un moño mal hecho con una especie de ondas que no eran reales, además se puso rímel en las pestañas de forma superficial.

Eran ya las dos menos veinticinco, cinco minutos más tarde de la hora prevista, comenzó a inquietarse, aunque Laura sabía que tenía la manía, y que se estaba convirtiendo en vicio, de llegar habitualmente impuntual a las citas. En ese momento oyó el ringring del teléfono.

–Soy yo –dijo Pierre. Laura sintió un hormigueo que recorría todo su cuerpo de pavor, lo primero que pensó fue que Pierre llamaba para anular su cita porque estaba ocupado–. Mira, no he podido llegar a tiempo porque mi padre me ha tenido veinte minutos colgado al teléfono, o sea que iré en cuanto pueda, ¡en quince minutos estoy ahí!

–se disculpó.
–Vale, aquí te espero.
Laura recobró la respiración, al cabo de diez minutos

Pierre ya estaba allí, antes de abrir la puerta encendió un cigarrillo para templarse, él hizo lo mismo veinte segundos después de haber entrado, ella misma fue a abrir la puerta en vez de esperar a que Pierre entrara como era lo usual, pensó que al encontrarse cara a cara, le daría un beso, no fue así, había tensión probablemente entre ellos y, por otra parte no se atrevió, sería un poco prematuro y era mejor actuar sobre seguro.

Se miraron un momento fijamente a los ojos, Laura miró hacia otro lado, había ternura en sus ojos, en los de los dos, ya se sentía dispuesta. Salieron del dormitorio y fueron caminando hacia el aparcamiento donde estaba su automóvil. Se metieron en el coche, dieron una vuelta de una hora por toda la costa, estuvieron viendo pequeños pueblos típicos de la Rochelle hasta que decidieron por fin a qué playa ir. Bajaron a la primera playa que encontraron, al menos en la playa hacía menos viento del que se habían imaginado. Un poco más allá de la orilla había unas dunas. Resolvieron refugiarse del viento detrás. Laura se quitó la parte de arriba del dos piezas que llevaba puesto, para evitar tener un moreno no uniforme, además al estar detrás de las dunas nadie podría verla semidesnuda, excepto él.

Pierre comenzó un libro de cienciaficción en inglés, a Laura no le interesaba en absoluto ese género literario, Pierre la instó a que leyera en voz alta, así los dos podrían escuchar el relato y practicarían un poco de inglés. Laura leyó como media hora hasta que se cansó, él la corrigió en ciertos aspectos su pronunciación inglesa, pero no estuvo de acuerdo. Laura hablaba el inglés del sur de Inglaterra mientras que Pierre hablaba con acento del norte. Continuaron charlando sobre diversos temas triviales, hasta que hubo una pausa y entonces Pierre le preguntó:

–¿Qué te parece la solución que habíamos tomado sobre hacer un inciso en nuestra relación?
–No opino nada al respecto; si tú crees que es lo mejor, lo haremos así.
–Pienso que es necesario que ambos seamos lógicos. Tú te vuelves a Madrid dentro de tres semanas y yo tengo varios años de proyectos y trabajo, sería absurdo mantener una relación de otra forma, ¿no crees?
–Quizás sí, en cierto modo tú no me das todo aquello que pido a una relación. Pienso que me entrego mucho más que tú. A lo mejor lo que necesito es un hombre mayor, tú y yo somos demasiado jóvenes. Busco estabilidad, es decir, me gustaría encontrar a una persona que se vuelque en mí mucho más que tú –dijo Laura con cierto despecho.
–Eso es lo que buscan las mujeres, un hombre ideal que las tengan en palmitas todo el día. No sé por qué, pero todas sois iguales y todas con las que he estado me han exigido mucho más a mí que yo a ellas. De verdad, no entiendo el porqué, ¡es incomprensible!
–Todas las mujeres están cortadas por el mismo patrón, necesitan un hombre a su lado que las mime y las proteja, absolutamente todas hasta las que parecen más liberales e independientes como tu amiga Clara, todas necesitan amor y cariño y buscan ese complemento en su pareja.
–Eso es cierto, la mujer a menudo busca una estabilidad con el hombre mientras que el hombre no. La mujer en cuanto tiene más de veintiséis años empieza a tener prisa por casarse y tener hijos, mientras que para el hombre la familia es algo que no le va ni le viene hasta que llega a cierta edad. Un hijo para un hombre no significa tanto como para una mujer, además si quiere lo puede tener a los sesenta años por lo que un hombre no tiene la mínima necesidad de casarse y, por lo tanto, tampoco busca relaciones estables –hizo un inciso para encender un cigarrillo y comentó de nuevo–. Las mujeres sois todas convencionales. Laura, yo hasta los treinta años como mínimo no me ataré a ninguna mujer. En cambio, también te digo que me fui a vivir con Estefanía porque estaba enamorado de ella y de no haber sido así no me hubiera ido a vivir con ninguna mujer.
Clara estaba en la esquina del salón de baile hablando con Estefanía, que decía:
–Mírale ahora, antes era un tipo animado, divertido, siempre de fiesta. Lo pasaba estupendamente con él, salía- mos los dos y montábamos unas juergas bárbaras. Pierre ahora parece un paleto acariciando a su perro, ¿te has fi- jado? Estoy segura de que Laura, aunque no lo diga, tiene planeado hasta el último detalle de su boda. Desde luego ahora que Pierre va a venir a mi casa un mes,cuando Laura vuelva a Madrid, pienso decirle todo lo que pienso.
–¿En serio vas a entrometerte de ese modo en su vida?– preguntó Clara.
–Creo que él no se está dando cuenta de lo que está haciendo y pienso recriminarle su comportamiento. Laura es demasiado convencional, le encanta organizar todo y siempre sabe lo que va a hacer después. Sin embargo, Karina es una chica totalmente distinta, ahora se ha quedado embarazada y tiene que casarse con David, pero ella es menos hogareña y mucho más espontánea, estoy segura de que si no se hubiera quedado encinta no actuaría de esta forma y seguiría con David, pero sin tantas responsabilidades ni ataduras.
–Karina seguramente en su fuero interno piensa igual o peor que Laura, a lo mejor se ha quedado embarazada para pescarle, ella misma dijo que no había tomado ningún medio de anticoncepción. ¿Crees que una mujer liberada e independiente que sabe lo que quiere y no busca ataduras actúa de esa forma? Estás muy equivocada, a menos que Karina peque de inocente, una mujer realmente emancipada no se comportaría de esa manera. Aunque tampoco me atrevo a juzgarla, pero por lo que cuenta era previsible que eso llegara a ocurrir.
Por otro lado, Pierre continuaba su conversación con Laura:

–¿Por qué todas las mujeres tenéis que ser así?
–Perdona un segundo, retomando nuestro caso, creo que tú me ves de un modo diferente a como realmente soy, pero no te culpo. Jamás he pretendido exigirte o pedirte nada, y de hecho me considero menos encasillada que muchas mujeres, al menos profesionalmente hablando, pero lo único que pido es que cuando quiero a un hombre es estar con él, sentirme correspondida, sólo eso, no quiero casarme, pero sí estar con él, no soporto una relación en la que no tenga compañía, un noviazgo no es verse unos días cada mes o cada dos meses.
–Sí, te entiendo perfectamente –asintió Pierre.
–Tú no me ofreces compañía, siempre estás muy ocupado y nunca podemos vernos cuando yo quiero, por lo que pienso que tienes toda la razón y debería encontrar a otro. Creo que no va a demorar mucho tiempo más el que encuentre a un hombre del que pueda enamorarme. Entonces, cuando lo conozca, pretendo no volver a caer en los mismos errores. Será un hombre que tenga su vida hecha y sepa lo que quiera y me abstendré de cualquiera que no cumpla esos requisitos, yo no desconozco lo que me gusta, lo que espero en ese aspecto lo sé, aunque muchas personas opinen que soy la mujer más indecisa del mundo.
–Yo no soy lo suficiente maduro para ti, ese es mi pro- blema.
– Sí, definitivamente encontraré a otra persona, intenta- ré que sea mayor que yo, que trabaje y tenga una estabilidad profesional, eso me permitirá hacer otro tipo de planes: irnos de viaje, poder estar siempre que me apetezca en su apartamento, y vivir emancipados. Un chico así podría ofrecerme muchas más cosas que un estudiante universitario. Tú ya has terminado tu carrera, pero ahora quieres hacer un máster de dos años, después vas a seguir preparándote para hacer estudios de posgrado y no estoy por la labor de esperar tanto tiempo.
–Sí, ¿pero tú qué crees que le vas a aportar a un hombre que te lleve diez años? Es por eso que siempre tendemos a juntarnos con gente de nuestra edad.
–Yo soy como soy y como siempre he sido, quien me quiera tal y como soy, bien, y quien no, no me va amargar. Además, todo el mundo da siempre algo bueno de sí y las personas no se unen por edades sino porque se quieren y ya está. Lo que menos influye es la diferencia de edad, es mucho más relevante el nivel cultural e intelectual, además diez años de edad no es tanto.Por supuesto doy fe de que anhelo a un hombre como yo, ni más ni menos. Un hombre con ciertas inquietudes, igual que yo, y si no prescindo inmediatamente de tener una relación; siempre acabaría habiendo problemas a la larga, es importante tener el mismo interés por la vida. El único aliciente que tú tienes por estar conmigo es la relación sexual que mantenemos, nos hemos ido creando vicios y nada es como antes. Desde luego, con futuros hombres no actuaré de la misma forma, es decir, las relaciones sexuales, en mi modesta opinión, deben ser mucho más tradicionales y esporádicas en una pareja. Prefiero las relaciones intelectuales en las que el sexo es algo secundario. Lo malo es que lo nuestro en un principio era así, hasta que alcanzamos el sexo. El sexo ciega y obceca nuestras mentes, llega un momento que aunque lo critique estoy totalmente obsesionada por ese tema y ahora resulta imposible no pensar en ello. De hecho, cada vez que pienso en ti, te veo en una cama, hay que tener una mayor templanza, la intemperancia no conduce a nada y todo debe hacerse en su justa medida y sin excesos. ¿Qué piensas?
–Sí, seguramente es así. Pero es algo inevitable y cada vez que nos acostamos juntos soy incapaz de hacer nada al día siguiente, estoy muy cansado y es necesario que potencie esa energía que pierdo en el acto sexual en mis estudios, por ejemplo. Hay una cosa que es el deber y otra el tiempo libre, el placer. El trabajo es fundamental para poder disfrutar luego del tiempo de ocio, una cosa lleva a la otra, no se ha de pensar sólo en pasatiempos si antes no se han hecho los deberes, esa es una verdad como un templo.
–En efecto, siempre acabamos haciendo lo mismo. ¿Te apetece que vayamos a darnos un baño, a pesar de que aquí el agua esté helada?
–Sí, es el Atlántico, pero todo es cuestión de atemperarse, de otra manera nunca te bañarías. De todas formas no tengo ganas de bañarme, y constato el hecho de que nunca lo hago, a no ser que juegue al waterpolo o me dedique a algún deporte. No me gusta bañarme por placer, creo que esperaré un poco a bañarme. Traje un libro en inglés para practicar un poco, es una novela muy entretenida.
–Te apuesto lo que quieras a que es de ciencia ficción.
–Sí, aunque tiene cierto componente de intriga.
–Lo que ocurre es que con ese tipo de lecturas no soy capaz de concentrarme a menos que sea en mi propia lengua, pues pierdo el hilo de la narración continuamente. En inglés leo historias variadas, novelas sobre todo de corte descriptivo. Unas pocas palabras en un texto que no entiendes no influyen en la comprensión de la idea general del libro. Sin embargo, si la novela es de intriga, el hecho de que no sepas una palabra te perjudica para el claro entendimiento de la lectura y posiblemente acabarás por dejarla.
–Muy bien, voy a tomar el sol.

Al cabo de un rato.

–¿Quieres que lea yo y de esa forma me corriges los fallos en mi pronunciación?
–En fin, si quieres, inténtalo.
Después de la lectura de Laura, Pierre le dice:
–Has leído bien pero cometes algunos errores, me gusta mucho más cuando hablas francés, resulta chocante escuchar a hablantes de lenguas latinas chapurreando en inglés.
–Sí, es cierto, los alemanes hablan estupendamente. A fin de cuentas el inglés es una lengua germánica como el alemán.
–No lo creo así, pienso que cualquier individuo que tenga cierta predisposición para una lengua extranjera y se lo proponga puede llegar a dominarla, siempre mantendrá su acento, exceptuando algunas personas que por lo que sea tienen mejor oído o mayor facilidad.
–En cambio yo no estoy de acuerdo, el hecho de una lengua sea de una raíz distinta como es el caso de las lenguas latinas y las lenguas de tronco germánico provoca que existan determinados sonidos ajenos a una lengua que un español no sea capaz de pronunciar.
–¿Qué pretendes decir, que un español no puede hablar el inglés igual de bien que un francés, italiano, rumano o portugués?
–Los demás no sé, pero los españoles por alguna razón hablan fatal cualquier idioma que no sea el suyo propio.
–Eso es lógico, desde el punto de vista de que en el mundo hay unos cuatro cientos millones de hispanohablantes que tienen el español como lengua materna, además de otros trescientos que la conocen y la dominan. En contrapartida, el sueco lo hablan tan sólo siete millones de personas, por lo que es normal que aprendan otras lenguas, porque de lo contrario se quedarían más solos que la una. Aparte de eso es más factible para un sueco llegar a otro país y entenderse si sabe dos o tres lenguas por lo menos.
–Para un español ya sería más difícil, pues el mundo está repleto de españoles a causa de la emigración y siempre hay gente que contesta en español vayas por donde vayas, y un inglés lo tiene todavía mucho más fácil. Es un caso poco frecuente encontrar a un inglés que hable una segunda lengua y prácticamente imposible que domine dos más. Esta es la teoría del mínimo esfuerzo, el ser humano siempre va a tender a economizar lo máximo posible y esto se manifiesta asimismo en el lenguaje. Si el hombre se ve en la necesidad de hacerse entender debido a una serie de circunstancias adversas, como la carencia de comunicación por la que el ser humano se siente completamente impotente cuando se produce este fenómeno, es decir, se te pone muy mal cuerpo cuando quieres expresarte y no puedes, esa sensación aumenta en el momento en que a pesar de los múltiples esfuerzos no logras ser entendido, lo cual hace que te veas forzado a asimilar mucho más deprisa aquella lengua extraña. Llegas a sentir desazón, imagínate estar inmerso en Eslovenia con la lengua eslava, aunque afortunadamente siempre habrá traductores.
–Hay que pensar que dentro de unos años todos conocerán el inglés, pues la cultura de Occidente se lleva imponiendo de un modo espectacular en las últimas décadas y con ello sus lenguas, que son herramientas de comunicación entre los pueblos.
–Sigo diciendo que un español habla mucho peor el inglés o cualquier otra lengua que un francés, aunque la conversación se ha ido por otros derroteros –sentenció Pierre.
–¿Con qué argumentos aseveras lo que dices?
–Es una afirmación que se basa en la intuición. En Francia hablamos desde niños idiomas que nos enseñan en el colegio, en España no sé lo que hacéis, pero conozco a españoles que viven desde hace años en este país y no tienen ni puñetera idea de francés.
–También es verdad, pero estás hablando de la clase trabajadora, de los emigrantes que vienen aquí a ganarse la vida con el único afán de subsistir y ahorrar un poco para poder jubilarse en España. Esta gente no viene a conocer mundo ni a conocer lenguas; este no es un caso representativo, estas personas no tienen ninguna ambición intelectual, bastante tienen con ganarse la vida como pueden. Por otro lado, si de algo estoy segura es que desconozco si el español tiene o no facilidad, pero parte de culpa de que no conozca otros idiomas es el sistema de enseñanza, en el colegio estudiamos catorce años inglés y sabemos bien poco.
–¡Es cierto! Pero el hecho de que los franceses se defiendan en inglés se debe a que el inglés proviene en gran parte del francés, debido a que los franceses, después de los anglos y sajones, concretamente los normandos dirigidos por Guillermo “El conquistador”, Guillaume “Le conqueror”, conquistaron y sometieron a Inglaterra por lo que igualmente impusieron su lengua, por ello el inglés está impregnado de voces latinas que proceden del francés.
–Sí ¡Vaya! ¡No te acostarás sin saber una cosa más! Ahora sí que voy a bañarme, estoy embotada de estar tanto tiempo de cara al sol.
Sus mejillas estaban ligeramente coloradas y sus ojos entornados. Salió corriendo hacia el agua para entrar en calor, se metió en ella sin titubeos, dio unas brazadas y se zambulló en el mar. Muy poco después salió del agua con una camiseta puesta, su novio la miraba con cara de frío, pensativo y estupefacto. Ella imaginaba que estaría apreciando su figura más delgada, ya que había perdido dos kilos últimamente. La mayoría de los hombres son adoradores de la belleza, lo único que les importa es lo guapa que está una, pensaba ella.“Si es así haré lo que sea para estarlo”, se dijo.
Pierre tenía una mirada con trasfondo, desde luego en lo que no podía caber la más mínima duda es en que estaba meditabundo y todo lo que en ese momento pasaba por su mente estaba relacionado con ella. Su gesto era como una transparencia de su alma, en aquel instante pensaba en lo que se estaba perdiendo y se planteaba si aún la quería y en qué grado. Su expresión cambió en pocos segundos, su rostro fue evolucionando hasta llegar al escepticismo. Ahora reflexionaba sobre el tiempo que le quedaba, era absurdo pensar en algo irrevocable.
Pierre era un ser racional y plenamente pragmático, una de esas personas que no se dejan trastornar por nada y que todo lo someten a su razonamiento y atienden a la lógica. Antes de actuar tenía que premeditar y analizar rigurosamente lo que iba a hacer y se anticipaba al momento. Pierre asimismo era calculador –lo que le hacía llegar a ese grado de escepticismo era la facultad donde estudiaba económicas, precisamente–.
Esta actitud impenetrable la agobiaba y la consumía porque no sabía a qué atenerse “lo que deba pasar, pasará”, pensó ella.
“Es curioso, la poca libertad que tiene uno o una para poder decidir y establecer una serie de prioridades que no quiere llevar a cabo. Casi siempre el hombre es el que se lanza a la aventura, está sujeto a una serie de circunstancias y es capaz de ejercer su propia voluntad y hacer lo que se le antoje”, reflexionaba Pierre.
Mientras Laura pensaba: “Yo he venido a luchar contra los hombres –por uno en concreto– y no en contra de los elementos, como decía no me acuerdo quién”. “Todo parecía más complicado, porque en el supuesto de que estuviésemos enamorados, y yo lo estoy, ¿sería posible mantener nuestro amor? ¿Sería posible vernos este verano? Es difícil, aunque si Pierre pusiera mucho empeño yo pondría algo o bastante de mi parte y llegaríamos a algo. Aunque, bien pensado, él no va a tirar la toalla pero tampoco va a hacer nada, es demasiado egoísta para esforzarse mucho y yo no estoy por la labor de hacerlo todo, además tampoco podría, mis padres no me apoyarían y dependo de ellos económicamente, no he de olvidarlo, y el dinero produce, por lo tanto genera y tiene voz y poder de decisión”.

* * *

–En mi caso no es posible y no voy a trabajar de camarera o dependienta para ahorrar todo el año si no voy a recibir su apoyo. Pero si él cambiase, me partiría el cuello, trabajaría hasta de asistenta, claro que en mi ciudad no, ¡Imagínate si me ven mis amigos!, ¡Qué vergüenza pasaría! En fin, tengo que hacerme a la idea, no me queda otra op- ción, debo esperar y mientras tanto vivir lo mejor posible.
–De lo contrario conseguiré que me deteste por mi insistencia y él no soporta sentirse atado. Conozco lo que hacen muchos de mis amigos, estoy más enterada de sus proyectos que de los de él, es decir, por lo que él me cuenta, controlo todo lo que él hace pero desde luego no es lo que él me dice ¡Ay que ver!, bueno ¡Vamos allá!.
–¡El agua está estupenda y muy fresca! ¡Ya sabes!, estaba tan limpia que era transparente, además había unas olas muy divertidas ¿tú no quieres bañarte?
–Hoy no, mejor otro día.
–Bueno, ¡como quieras!, no sabes lo que te pierdes, otra vez será, voy a quitarme la camiseta, está totalmente empapada, no creo que se seque ¿tú crees que dará tiempo si la pongo al sol encima de estas plantas para que no se llene de arena a que se seque?
–No, pero escúrrela antes, así no se mojará tu bolsa ni mi coche.
–Vale, muy bien.
–Voy a tumbarme rápidamente que estoy helada.
–Te veo mucho más bronceada que el otro día. El otro día ya estabas bastante, me fije y eras la que tenías el color más veraniego de toda la fiesta. Quizás sea porque eres es- pañola y tu piel está habituada más a estos cambios climáticos por lo que es muy fácil que te pongas así de morena en el poco tiempo que estés expuesta al sol.
–No sé, no creo que tenga mucho que ver, cualquiera que tomase tanto el sol como yo se pondría igual o más moreno. Lo que ocurre es que los franceses no tienen costumbre de ir a la playa en esta época del año, y a mí francamente me es inverosímil la época del año, lo que me gusta es que haga sol, y siempre que hay un mínimo rayito de sol lo aprovecho aunque tenga que ir con abrigo a la playa.
–Sí, efectivamente, a los españoles os gusta mucho el sol.
–¡Anda y a todos! ¿a quién no le va a gustar el sol?, además yo soy del Norte y quizás sea por eso por lo que me gusta, no estoy acostumbrada a ver siempre días despejados y ver el sol me alegra muchísimo, al menos en mi caso influye enormemente el tiempo atmosférico en mi estado de ánimo. De hecho, todos los extranjeros van siempre a la Costa del Sol y no al Norte de España, y eso es seguramente porque en su país se congelan de frío y vienen a achicharrarse ¿No crees?
–Sí, algunos sí. Pero no puedes decir que todos los extranjeros que van a España van a la costa mediterránea porque el Norte no les interesa; es muy parecido al resto de Europa y por lo tanto hay poco turismo. Hay muchos turistas que no van precisamente a la playa.

–Fíjate, París es la ciudad más visitada de todo el mundo. Lo cual quiere decir que a la gente le gustan otras cosas, sino fíjate en las montañas, siempre hay gente en invierno y en verano, ahora está de moda el rafting, el barranquismo, la escalada y muchísimos deportes.

–Sí, ¿qué te parecería si nos fuésemos a casa, empieza a refrescar?

–¿Por qué no?, ¿qué te gustaría hacer ahora?
–Ir a tomar algo, podemos ver una película de video si quieres.
–Yo había pensado en ver una esta noche, esta mañana me descargué una. ¿Te apetece?.
–Todo depende de la película.
–Es una película bastante actual, es de intriga, podríamos clasificarla entre una comedia y un pasaje de aventu- ras de la vida moderna. Pertenecería a un género ambiguo, tiene toques de humor y es una historia cualquiera que le puede ocurrir a cualquiera.
–¡De acuerdo!, podemos verla. Es el mejor plan que podemos hacer.

Laura se puso una toalla por encima, el bañador no estaba seco todavía; fueron atravesando las dunas descalzos por la arena que estaba caliente, pero no hacía el calor de las dos de la tarde, eran ya las siete y en primavera es difícil aguantar más allá de las cinco de la tarde al sol sin ponerse una camiseta, salvo aquel día que hacía bochorno. La marea había subido aunque no mucho. Estuvieron mucho tiempo en la playa y la marea casi no había alcanzado las dunas, debido a que la playa se encontraba dentro de una ría por lo que la marea no podía llegar a alcanzar kilómetros de tierra como pasa en otras playas de la costa atlántica. Llegaron al coche que estaba situado en un pequeño aparcamiento, que era una explanada de tierra. Sólo había tres coches, el suyo y dos más. En la playa no quedaba nadie, exceptuando una pareja y un perro que iban paseando por la orilla vestidos de pies a cabeza.

Laura se puso la toalla en el asiento y se fue vistiendo mientras que Pierre salió del coche y estuvo mirando hacia el otro lado muy discretamente sin que ella advirtiera su presencia. Laura le miraba de soslayo, con inocencia fingi- da de que se cambiaba de ropa sin que él pudiera ver nada ni aún pretendiéndolo. Lo hacía de tal manera para que él sin apercibirse de sus intenciones pudiera ver su hombro y parte de un muslo. Una vez que ella hubo concluido con la función teatral dijo:

–¡Cuando quieras nos vamos!
–Muy bien, voy a meter esto en el maletero y ya nos vamos.

Todo resultaba ser muy halagador. De esa forma, Pierre demostraba que en realidad no la estaba esperando apoyado en la puerta del coche mirando el mar.

Pierre generalmente actuaba con deferencia si se trataba de ella pero no siempre, a veces se podía entrever su verdadero carácter cuando pasaban mucho tiempo juntos. Entonces Laura montaba en cólera, y Pierre se daba cuenta y no quería decepcionarla, por lo que prefería verla tres o cuatro veces por semana en su tiempo libre que era al fin y al cabo el único rato en que se le podía soportar. Es verdad que los franceses son muy difíciles, muy sui generis, es por ello que su indiferencia prima ante todo. Ante la idea de poder molestar a alguien prefieren alejarse, puede haber la posibilidad de cierto romanticismo en su idea de que lo bueno si breve, dos veces bueno. Las relaciones de pareja pierden romanticismo cuando los cónyuges se conocen a fondo, todo pierde su encanto, uno puede observar los defectos del otro al convivir juntos, entonces la sublimación de aquella relación perfecta que se creía tener, desaparece y queda un cariño muy grande y cierto morbo, que algunos llaman enamoramiento.

Pierre tenía esta mentalidad, siempre estaba perfeccionándolo todo, a todo le sacaba defectos menos a él mismo. Si uno quiere alcanzar la perfección tiene que empezar por sí mismo. Todo el peso de la relación lo llevaba ella. Siempre la estaba criticando y algunas críticas eran muy destructivas. Era un ser perfeccionista al que no le gustaban las medias tintas, su novia tenía que ser la mejor, pero estaba lejos de serlo, todo se envolvía en una apariencia, que a ella le parecía hostil, pero que a Pierre le encantaba, todos los ratos que pasaban juntos los encontraba deliciosos. Laura, en cambio, siempre pensaba en el futuro y se acordaba de que en un momento determinado tendrían que despedirse; ése era su gran defecto, difícilmente soportable, y con el cual no podía ser plenamente feliz. Pierre siempre planeaba el futuro, si estaba en la playa relajado estaba pensando lo que iba a hacer inmediatamente después, y así día tras día, tenía tanta prisa porque llegase el futuro que no veía ni disfrutaba el presente, su impaciencia le exasperaba y aumentaba su inquietud. Tenía miedo por él mismo, por su relación, lo cual no la dejaba respirar tranquilamente ni disfrutar del presente. Un día tras otro, el inconveniente estribaba más en que ella además de agobiarse a sí misma le molestaba en cualquier momento, en medio de una cena de amigos era capaz de decir “¿y qué haremos después cuando yo me vaya?”. Este tema le irritaba más que nada en el mundo, el hecho de que Laura no supiera o no quisiera disfrutar el momento, aunque ella pensaba a menudo que teniendo en cuenta el futuro se olvidaba de un presente ingrato.

Últimamente se comportaba así, había decidido atrapar el tiempo en sus manos y dedicarse al presente. Jamás desde entonces hablaba del futuro, pretendía eternizar los momentos a solas con él y hacerlos más largos todavía. Con Pierre vivía el presente, eran los pocos momentos donde el presente inminente la absorbía de tal forma que no quería saber nada del futuro. Sin embargo,él se mostraba más escéptico en cuanto a todo, era muy práctico y vivía el momento lo mejor que podía, esto se plasmaba en su falta de ambición e inquietud, con el simple hecho de estar tumbado en su cama, tomando un café, lo pasaba en grande. Laura si no sacaba el mayor partido del tiempo al máximo no era feliz, tenía que estar haciendo algo y además productivo, el tiempo siempre le sobraba y esto la deprimía. A Pierre, en cambio, el tiempo le faltaba, siempre tenía algo que hacer de mayor importancia, míster importante le llamaba ella riéndose a carcajadas con sus amigas.

Laura era sarcástica, a veces tenía hasta un punto de sardónica. Pierre no la entendía y pensaba que era rara, tampoco intentaba descifrar el significado de sus palabras, se limitaba a pensar que era extranjera y no compartía su mismo sentido del humor.

Después de haber metido los bártulos en el maletero del coche, se sentó en el asiento del conductor y arrancó el motor, dio marcha atrás en el pequeño descampado donde aparcaban los coches. Posteriormente, se situó en la carretera y fue yendo hacia casa muy despacio, había unos doce km de camino, encendió la radio del coche y fueron escuchando música todo el trayecto, cuando hablaban bajaba el volumen de la música y enseguida volvía a subirlo.

Laura quiso parar un par de veces para hacer unas fotos. Había una playa que daba a mar abierto, había un gran grupo de chicos con tablas de surf, había algunos que equilibraban la tabla y otros que no, pero era un espectáculo, decidió hacer una fotografía desde el coche, para ello había abierto la ventanilla y dijo:

–No sabía que hubiera afición por aquí, aunque pen - sándolo bien es muy lógico, puesto que las costas son muy abiertas y hay buenas playas para hacer surf, ¿no crees?
–Efectivamente, las costas de Bretaña y Normandía son las mejores para los deportes náuticos como la vela y el surf. Hace mucho viento por aquí pues estas costas están sometidas a todas las corrientes del Atlántico.
–Sí, es cierto, si te fijas en el Meteosat todas las corrien- tes pasan de una forma circular primeramente por la costa occidental del Norte de España y por zonas de influencia, Bretaña y en general la costa atlántica francesa. De hecho, hay un viento que procede de Francia y se conoce con el nombre de Bigoudin y seguramente proviene de esa región.
–Sí, tienes razón.
–Es perfecto para hacer surf, además el Atlántico es un mar bravo pero no es traicionero para la vela. Los navegantes son rudos y saben lo que les viene encima, Mientras que en el Mediterráneo son más inexpertos al no tener que verse enfrentados a condiciones tan adversas. Como por ejemplo, la falta de experiencia ante las tormentas por lo que cuando arrecia el Levante no saben manejar el barco.
–Obviamente, el Mediterráneo debe ser muy aburrido para la navegación pues nunca hay viento, para mujeres está bien, así se pueden broncear tranquilamente al sol, pero para el que le gusta el mar no supone ninguna aventura.
–Sin embargo el punto de más fuerte viento es Tarifa, es el paraíso de los surfistas.
–Sí, pero no deja de ser peligroso, aunque siempre está cerca de costa.
–Es lo bueno del surf, que el peligro es visible y no viene por sorpresa. Sabes siempre hasta donde te puedes meter, según lo que domines. Además no es un deporte peligroso, a menos que te metas tú solo sin tener mucha idea en una playa salvaje con olas de diez metros. Es casi imposible que ocurra nada, aparte de eso esa gente suele ser gente suicida y entonces es lo mismo que haga surf que que se tire por una ventana, pues el resultado y la intención es la misma”.
–Sí, bueno sigamos que se va a hacer de noche y no vamos a poder ver nada.
–No importa, si se hace de noche volvemos por la carretera y ya está, mientras llegamos podemos hacer un pequeño tour.

Sí, pero yo estoy cansado y me apetece llegar pronto para ver la película. Ya sabes que me descargué una película

–Sí, me lo dijiste antes cuando estábamos en la playa, ¿te acuerdas?”.
–¡Aah sí, cierto!, ¿te apetece?
–¡Mucho!
–Muy bien, pues vamos.
Siguieron en el coche bordeando la costa, hasta que se desviaron para coger la autopista, poco antes…
–Este pueblo no lo conozco, es precioso. ¿No crees? Por aquí hemos pasado alguna vez, dos veces por lo menos, de hecho una vez, que fue la primera vez que salimos juntos, tomamos un café en un bar que está por ahí arriba.
–Sí, ¡qué gracia! Nuestra primera cita, las primeras citas son las que más me gustan, aunque no tienes nada que decir, pues da la impresión de que estás como un completo extraños y quieres saberlo todo de él y conocerlo a fondo rápidamente.
–Yo, al menos me siento ridícula. Pienso ¿qué hago aquí con este tipo al que no conozco de nada ni sé si tengo algo en común con él? Me sentía muy rara, pero es a la vez una sensación que me gusta.
–Sí, a mí también. Tiene gracia como nos conocimos en aquel restaurante. Nos presentó Ramón o Juan, ¿quién había sido?
–Nadie, tú estabas con Ramón y Antonio y yo te vi y me acerqué y estuvimos hablando largo rato ¿te acuerdas?
–Sí, y luego nos fuimos a Los años azules y a la casa vasca a cenar, creo que estuvimos cantando durante la cena mucho tiempo ¿recuerdas?
–Sí, ¿cómo no voy a acordarme? Lo pasamos fenomenal aquella noche.
–Sí, al final acabamos en el puerto.
–Sí, fue muy divertido. Fue uno de los mejores días que pasé aquí.¡ Fue una juerga increíble!
–Sí, lo que pasa es que desde entonces cada vez que estamos juntos hay una cosa que no hacemos, emborracharnos.
–Estoy de acuerdo, pero me gustan las mujeres que tienen su propia personalidad y toman sus iniciativas.
–¿Quieres decir que yo no tomo ninguna iniciativa? ¿Es eso no?
–Sí, deberías ser más independiente. Salir con amigas más a menudo, no depender tanto de mí, además sabes que puedes hacerlo, a mí no me importa que vayas con los españoles por ahí. Puedes hacer lo que quieras.
–Lo dices con un poco de retintín, aquí estoy bastante sola y tú lo sabes, ¿con quién quieres que salga? Si estuviera en mi casa, todo sería diferente, tendría más independencia, pues tengo gente con la que contar. Aquí sólo te tengo a ti y al grupo de los españoles, que aunque me caen muy bien tengo mis reservas con respecto de ellos; el problema viene porque no hacen nada más que vegetar, están todo el día en el hall de la residencia tomando café de la máquina y hablando durante horas y horas. Me gusta más la actividad, me cansa charlar tanto. Parlotear un rato sí pero también hacer más cosas. La única que hace algo es Susana y es con la que voy la mayor parte del tiempo. Es una persona muy agradable, muy simpática y me lo paso muy bien con ella, nos llevamos muy bien, tenemos un carácter muy parecido y nos reímos a carcajadas siempre que hacemos un comentario sobre cualquier cosa.
Siguieron por la carretera hasta coger la autopista, allí tomaron una glorieta y se desviaron en dirección a “Bellevue”, el barrio donde vivía Pierre. Llegaron a su casa, subieron en ascensor, ella aprovecho para mirarse de soslayo en el espejo del ascensor, se encontró bastante guapa para ir a la playa, estaba más morena, era un bronceado primaveral, muy bonito. Le sentaba realmente bien, estaba más guapa que nunca. Pierre la miraba tímidamente, pero en cierto modo se podían entrever sus intenciones –o no intenciones– pero sí pensamientos quizá remotos sobre su relación o acerca de que le podía apetecer besarla y hasta qué punto podía llegar a compensarle.
Laura le miraba furtivamente y disimulaba menos, lo hacía sin reservas como si lo más natural del mundo fuera su amistad, sabía que no iba a comenzar a perder confian- za con él, sino que aunque en su fuero interno pensaba de esta forma nunca se lo manifestaría. Todo se reducía a una función teatral por su parte, en cambio él se quedaba admirado de la naturalidad con la que ella le hablaba e incluso, si cabía, de la falsa espontaneidad de la que se servía para calmar sus ánimos y relajarse. Pierre una de las veces, no pudo contenerse y le hizo un guiño dándole un pellizco en su pómulo izquierdo. Una leve sonrisa se produjo en su cara, pero en el rostro de ella fue una amplia sonrisa que estaba a dos aguas entre la risotada burlona y la sonrisa angelical, que ella solía tener hasta que le conoció.
Pierre se quedó un poco violento por su respuesta y la contempló durante unos segundos un tanto dubitativo, le había sorprendido su reacción –aunque no tenía por qué inquietarle, al fin y al cabo era esperable–, a menos que creyera vehementemente que Laura estaba tan enamorada que llegase a ser capaz de no atenerse a sus deseos –lo cual parecía ser absolutamente cierto. Pierre creía firmemente que ella se sometía en todo momento a sus decisiones, es decir, a lo que dispusiese, a cómo y dónde lo concertase.
De esta forma confirmaba su sospecha de que no era más que un estúpido, en cierto modo Laura se hacía a la idea de esta premisa para desenamorarse paulatinamente, pero aún así no lo conseguía. Pierre no se daba cuenta de cómo era Laura y ella sí de cómo era él, esto al menos es lo que aparentaba, aunque en este juego del mismo modo que se hacía la desentendida cuando lo creía oportuno, pudiera ser él un gran actor que supiera hacerlo todavía mejor, entonces el caso sería a la inversa, aunque racionalmente no tenía ningún sentido que él adoptase esta postura como el hecho de ciertas reacciones que ella encontraba incomprensibles y a las que atribuía como consecuencia del despecho y la prepotencia de Pierre. Aunque quizá adoptase esta pose por un afán de superación y por la necesidad de no verse vencido ante el enemigo –el amor– un juego duro donde intervienen siempre dos contrincantes, a veces tres, y entonces siempre hay uno de sobra, un juego en donde uno pierde y el otro pierde más o donde uno gana y otro gana menos, pero siempre se pierde y, cuando se gana, entonces y sólo entonces es cuando el amor verdadero triunfa y suele haber boda.
Esta relación estaba muy lejos de ser el clásico sueño de una mujer enamorada de veintidós años, al menos por parte del hombre. Pierre estaba enamorado, en efecto, pero de sí mismo.
Ambos se dirigieron hacia la puerta, Pierre delante y Laura detrás como siempre. Entraron en la casa, ella se dirigió a la habitación que solían compartir para dejar la bolsa de la playa. Lo primero que percibió en la habitación fue el cambio de cama, otra vez más había vuelto a cambiarla. Ésta era ahora el sofá que solía estar en el salón y donde la gente acostumbraba a sentarse para ver la televisión. En su lugar lo había sustituido por el que anteriormente hacía de cama, que asimismo era un sofá, lo había reabierto con una tela extendida para disimular el desgaste que tenía la tapicería, aunque éste desmerecía el conjunto mobiliario del que constaba el salón, no hacía juego ni con la mesilla ni con la librería, era todo de un estilo muy funcional que no hacía conjunto con aquel sillón viejo y cochambroso.

El edredón de cama seguía siendo el mismo, uno rojo y blanco que tenía el nombre coca–cola escrito por todas partes. Realmente, él era un hombre marca, siempre iba vestido de marca y hacía ostentación de marca y no sólo en la ropa pero en todo tipo de enseres para el cuarto de baño, en su coche tenía dos pegatinas de Chamonix, y otra de otra estación de sky –que no recuerdo ahora– pero no era Sierra Nevada sino una estación de Estados Unidos o de los Alpes suizos por lo menos; había otra pegatina que aludía al turismo en Costa de Marfil, sólo un pijo excéntri- co podía ponerlo en el cristal trasero de su coche, y no por mencionar su reloj, el cual procuraba enseñar en cada ocasión que se le presentaba con la intención de impresionar a una chica y ella era de lo más sugestionable; no pudo estar más decepcionada cuando observó que su rolex de oro era una burda imitación, grosera e insulsa que él, al ver tamaña reacción, no pudo más que decirle que era una falsificación que había comprado en Costa de Márfil durante unos me- ses que había estado a cargo de una compañía para hacer un estudio financiero sobre campos de productividad ex- plotables en Costa de Márfil durante unos meses que ha- bía estado a cargo de una compañía para hacer un estudio financiero sobre campos de productividad explotables en Costa de Márfil, y no sólo eso sino quince días más, que los había vendido por cinco veces más de su valor original, por lo que había hecho un pequeño negocio.

Pierre no podía dejar escapar la oportunidad de hacer dinero por vana que ésta parezca, fue peor el remedio que la enfermedad. Laura muy discretamente le dijo

–no puedo creer que hayas comprado esto en Costa de Márfil y sea una burda imitación, parece mentira que en un sitio como ese sean capaces de clavar de modo tan fidedig- no un Rolex.
–Cierto, pero así es. ¿Hice un buen negocio? Dijo.
–Sí, es impresionante. Fingió una cara de profunda admiración esbozando una gran sonrisa, lo cual parecía más que se estaba cachondeando del detalle y, sin mediar palabra sobre el dichoso Rolex, cambió de tema sutilmente.

Después de haberle echado el acostumbrado vistazo a su habitación, dejó sus bártulos y le dijo:
–Voy a darme un baño caliente, me apetece mucho relajarme en espuma, estos días no he descansado mucho entre los exámenes y las fiestas de despedida no he tenido tiempo para muchas cosas, además es que todos los días se va alguien y hay que darse una gran comilona de despedida, de lo cual estoy un poco harta además de que me entristecen bastante las despedidas, sobre todo por el gasto en cenas y para colmo estoy a régimen y no hay cosa que me reviente más que gastar dinero en comer, y ni decir tiene que si es para tomarse una pizza en cualquier restaurante italiano mucho más, y si se trata de menús escogidos todavía peor y suele ser lo habitual
– Nunca puedo cenar pescado o cosas que no tomo habitualmente y me gustan mucho, sino que siempre escojo lo más típico que viene a ser la comida de todos los días.
–Bueno, no se puede ser tan crítica. ¡Hasta ahora!, voy a ducharme ya,¡ no mejor no!, voy a darme una baño. Dentro de media hora salgo, ¿qué vas a hacer de cena?
–Voy a hacer una sorpresa para ti.
–¡Éso espero, tengo mucha hambre!
Laura entró en el baño y cerró la puerta con llave, algo muy raro en ella. La solía dejar cerrada siempre pero sin cerrojo, a veces incluso sólo entornada, pero la cerraba por una razón porque así no saldrían los vahos que produce el agua hirviendo.
Esta vez la cerró con cerrojo y, al entrar respiró muy profundamente. ¡Uuuf!, se sintió más aliviada, abrió el grifo del agua caliente hasta el máximo y, una vez que estaba la bañera aproximadamente mediada introdujo el pie para probar la temperatura del agua que estaba demasiado caliente y el pie se enrojeció totalmente en sólo cinco segundos que estuvo en el agua. Entonces abrió el grifo del agua fría, hasta tal punto que llegó a cerrar el agua caliente para que sólo saliera agua fría y, después de un minuto y poco cerró el agua y menos bruscamente que antes metió un pie calentándolo un poco y después el otro; se agachó muy despacio y fue metiéndose en el agua poco a poco. Después como ni siquiera el agua le cubría la pelvis, abrió el grifo del agua caliente y después fría hasta conseguir la temperatura ideal. Cogió el gel y vertió el bote, hasta que hubo la suficiente cantidad para producir mucha espuma sin que se viera el agua del fondo.
Se tumbó en el interior de la bañera y estuvo así unos cinco minutos meditando sin pensar en nada, sin romperse los esquemas. Se preocupó de disfrutar el momento y de nada más. Después, poco a poco empezó a zambullirse en el agua, iba a un lado y a otro de la bañera, la espuma empezaba a aplanarse cada vez más, entonces agitaba el agua con sus manos insistentemente para que la espuma se hiciese más densa. El agua se empezaba a enfriar, volvió a abrir el grifo del agua caliente y lo cerró al instante con el objeto de que el agua saliese de la bañera. Al final se relajó un poco más y salió del baño, se colocó la toalla a modo de palabra de honor cuando él dijo
–Laura ¿Puedo entrar en el baño?, tengo que hacer una cosa.
–Sí, ya he acabado. Pierre entró y la vio con la toalla puesta, lo cual provocó una mirada de asombro. Quizás él, a pesar de lo impasible que parecía, pretendía en su fuero interno verla desnuda o semidesnuda en un momento tan tierno como era el de una mujer sumergida hasta media altura en una bañera.
Como él no pudo resistir la tentación de verla tan arropada, le dijo bajando bruscamente el tono de voz:
–Tus pechos imagino estarán más bronceados. Ahora su moreno se corresponderá más con el del resto del cuerpo, ¿no es así?
–No sé.
–Déjame ver…sí, ahora está muchísimo mejor. Ya no resalta tanto el contraste entre tus senos, tu cuello y tu tórax.
–¿Sí? Pues yo los veo prácticamente igual, no me he bronceado mucho el cuerpo. Sin embargo la cara sí. Estoy muchísimo más morena, quizá más sonrosada. Eso es todo y además me han salido muchísimas más pecas.
–Sí. ¡Es verdad!
–Bueno. Voy a vestirme y en diez minutos como máximo estoy en el salón.
–No hace falta que te apresures si no quieres. Estoy cocinando y calculo que todavía habrá que esperar diez minutos para que la cena esté lista, mientras tanto estoy preparando la mesa. ¿Dónde prefieres comer?
–¿Dónde sugieres tú?
–Bueno, en la cocina será mejor que no.
–Bien, en la mesita que está situada enfrente del televisor o en la mesa de lo que es propiamente el comedor.
–Sí, en la cocina mejor no.
–Sí, está además muy desordenada y no voy a colocarlo para que después Sebastián lo descoloque otra vez –Sebastián era su compañero de piso.
–¡Tienes razón!, pues la cocina está descartada. No sé, dónde prefieras tú. Sí, en la mesa grande me parece bien y en la pequeña no me importa, aunque casi mejor en la pequeña, así podemos ver la película a la vez; aunque si primero prefieres cenar, cenamos y después vemos la tele- visión, lo dejo a tu elección.
–¡Pues vale!, no se hable más, en la mesa pequeña. ¡Muy bien! Voy a vestirme entonces.
Se dirigió a su cuarto, se puso primero la ropa interior y después comenzó con las medias, la blusa y el pantalón vaquero. Se puso los zapatos, una vez puestos aprovecho para limpiarlos con un producto negro que hace falta esperar a que se seque unos cinco minutos. Laura no esperó nada, casi siempre hacía lo mismo, por lo que todos los bajos de los pantalones, especialmente los vaqueros por ser azules se manchaban de negro. Entonces la táctica era remangarse los tejanos la longitud de un dedo hacia arriba mientras se seguía acicalando. Así pues fue al cuarto de baño y con un cepillo se peinó fuertemente, como lo hacía siempre, hacia un lado y hacia otro, comenzando por las puntas hasta llegar a la raíz. Posteriormente se hacía la raya hacia una lado y hacia el otro y, después agitaba la cabeza tantas veces fuese necesario para dar volumen y ahuecar un poco el pelo dejando las puntas más pegadas al cuerpo, esto daba volumen y cuerpo a su cabello dejándolo más sedoso y brillante. Después de tanto esfuerzo cogió un pequeño peine de bolsillo y se dio el retoque final, dándose una pasadita con el peine, lo cual hacía parecer como si jamás se hubiera peinado con tanta intensidad y resultaba tan natural que cualquiera diría que se había peinado por la mañana y eran las ocho de la tarde.
En fin, se pintó un poco los ojos, simplemente con rímel por las pestañas superiores e inferiores del párpado, después se pasó un trozo de papel higiénico para quitarse la pintura que estaba por los bordes. Rozó sus labios con un poco de carmín de un tono marrón rojizo, más marrón que encarnado y se pasó otro trozo de papel higiénico, pues no había algodones, por las comisuras de los labios.
Volvió a mirarse y se despidió de sí misma haciendo un ademán con la mano al espejo, después profirió una leve sonrisa acompañada de un guiño de ojos y lanzó furtivamente un beso donde estaba el espejo. Respiró profundamente e irguió su cuerpo con una sonrisa de satisfacción, Sin embargo, sus piernas temblaban. Fue andando sigilosamente hacia la cocina y se detuvo en la puerta de la misma unos diez segundos hasta que dijo:

–¿Qué tal va eso?
–Bien, en cinco minutos estará listo. La miró con cara de sorpresa.
–¡Está muy guapa! –es lo que pensó.– ¡Qué bien te quedan esos pantalones y que bien hueles, además pareces tan natural! Realmente estás muy atractiva de cualquier manera.

Pierre era un hombre banal aunque no respecto a sí mismo, en el sentido de todo aquello que se exigiera a sí mismo, sino en cuanto a los demás. Esto respondía en cierto modo a una gran tolerancia por su parte, no requería que las mujeres ni que fueran inteligentes ni brillantes en su conversación, sino que fueran guapas, discretas y muy complacientes; es decir, no pretendía que tuvieran una inteligencia elevada en cuanto a que pudieran ponerse a su altura en determinados aspectos pero sí una medida discreción a la hora de decir u opinar sobrealgo quees una demostración al fin yal cabo de gran inteligencia pues hacerse la tonta es más inteligente de lo que parece. Lo que más le exasperaba era la prepotencia y sapiencia que caracteriza a algunos individuos a la hora de manifestar su conocimiento en alguna materia; Aunque él precisamente fuera así, un petulante y pedante pero no se daba cuenta de eso.

Después de haberla olido y escrutado de arriba abajo le dijo:
–¡Cuando quieras!
–Muy bien, voy a poner la mesa.
–Ya la he puesto yo, ¡está todo!
Fue a supervisar el trabajo realizado y entonces se dio cuenta de que faltaba el agua. Se dispuso a buscar la jarra del agua cuando él dijo:
–Ya está todo en la bandeja, ahora estoy cambiando la pasta de la cacerola a este recipiente que parece una ensaladera o sopera, no sé lo que es pero no tiene importancia y los cubiertos, a la derecha de los platos.
–¿Quieres que te alcance un plato para poner los cordonbleu?
–No, no es cordonbleu, es algo parecido pero el cordonbleu es sólo si tiene jamón, queso y bechamel. Esto no tiene bechamel ni la preparación que tiene el cordonbleu.
–Bueno, interrumpió, pues cordonnoir ¡qué más da!
Él se rió muy ligeramente y pensó “¡Ya esta con sus pa- ridas, no tiene ni idea de lo que es la cocina francesa!”. Es seguramente lo que pensaría pues no podía entender una broma, aunque fuera una simple chanza sobre el tema de la cocina y, concretamente, la cocina francesa. Si hubiera sido la cocina inglesa hubiera entendido la broma perfectamente y hasta le hubiera hecho gracia.
–No, lo tengo en la mano. No te molestes. Ya veo que no tengo que hacer nada. Lo tienes todo muy bien calculado esta noche, piensas en todo.
–No, yo nunca calculo nada, dijo repentinamente–el hombre más calculador del mundo–. Son cosas de las que uno inmediatamente se da cuenta, es como si uno va a freír un huevo y se olvida de echar aceite.
–¡Claro, tienes razón!, lo decía para echarte un piropo. Era simplemente un cumplido sobre las exquisiteces que estás preparando.
–Bueno ¡no es eso exactamente!, había que cenar algo. No te lo tomes como una cena especial. Habló como siempre con su calculada diplomacia, era en una palabra lo que se suele decir un “aguafiestas” y no creo que lo hiciera ex- presamente sino que tenía miedo de demostrar sus emociones y decir algo agradable aunque sólo fuera una vez.
–En cualquier caso es sólo una cena –dijo ella.– Déjame al menos llevar la bandeja.
–Muy bien, aquí tienes, ¡cuidado que no se te caiga!
–Espero que no, ¿cómo se me iba a caer la espléndida cena que me has preparado? ¡Sería demencial!.
Él le sirvió y puso la televisión, puso el canal siete, ése en el sólo salen rayitas, y metió el DVD.

–¿Empezamos, no?
–¡Sí claro!
Pierre estaba totalmente absorto viendo la televisión

–aunque no sé por qué– pues únicamente se veían imágenes negras. Cuando iba por el segundo o tercer bocado, se levantó y puso el DVD. Había anuncios de películas anteriores, entonces había acabado la comida que había en el plato, le quedaba ya poco.

Empezó a recostarse en el sofá y para ello levantó un poco el plato, mientras Laura continuaba a lo suyo mirando de vez en cuando la televisión aunque sus pensamientos estaban ocupados en lo que él hacía o dejaba de hacer; no podía pensar en otra cosa, se había convertido en una obsesión, un verdadero comecocos, era como un martillo pilón en su cabeza, hasta el punto que estaba deseando volver a Madrid. Aquello no era amor, pensaba, sino una fijación total y absoluta en algo como si fuera un objeto de deseo, el punto de enganche de aquella relación era el deseo sexual que había entre ambos. ¿Cómo iba a estar enamorada de un individuo que no la hacía feliz? Lo único que consigue así es que me preocupe y llegue a perder el sueño, a ver si de una vez consigo volver a mis raíces y olvidarme de este tema “¡Voy a volverme loca!”, pensaba ella. Si por lo menos tuviera algo que hacer, encima estoy tan desocupada, es lo que más rabia me da, él tiene tantas cosas por las que inquietarse que yo soy su válvula de escape; mientras que él es mi preocupación y mi escape es cualquier cosa que no tenga que ver con él. ¡Qué diferentes puntos de vista, es increíble! ¿Por qué los humanos tendremos que estar siempre pensando y devanándonos los sesos con chorradas? Me gustaría convertirme en un ser primario o un animal y no pensar y menos en el futuro, sino moverme instintivamente a través de mis sentidos y lo único que conservamos de animal los humanos es el deseo sexual, todo lo demás es premeditado pues nos movemos siempre a través del razonamiento. ¿Por qué?, lo único que conservamos que nos acerca a los animales es la libido y para eso algunos lo estropeamos haciendo el amor con un libro de instrucciones para sentir sensaciones fuertes, cuando lo único que conseguimos es canalizar algo que es puro instinto a una especie de estudio analítico, en el cual nos tenemos que mejorar día a día.

La ambición, es eso lo que nos martiriza ¿Por qué va a ser mejor hacer el amor de una manera o de otra? Y ¿qué más da haberlo hecho una vez o cincuenta? No por ello tiene que ser mejor. Lo único que cuenta es el instinto, lo salvaje e intuitivos que podemos ser y lo demás no cuenta, a veces puedo sentir mayor ardor con un beso que con un coito, Aunque yo soy mujer y puede que ahí radique la diferencia, las mujeres somos más sensibles que los hombres ante determinados aspectos de la relación como el romanticismo, nos gusta sentirnos más protegidas, más queridas y deseadas. Nos encanta que nos rodeen con los brazos y ésa es la más clara prueba del instinto es que queremos estar protegidas por un hombre. Sentimos quizás las cosas de un modo diferente, mucho más interiormente, pero la propia fisiología humana y animal es así y la mente no se puede abstraer de nuestro cuerpo. Todo está asociado a una serie de comportamientos sexuales.

–Bueno, voy a concentrarme en la película, lo peor es que no entiendo nada. Me resulta tan difícil esa lengua, sobre todo si es la televisión, jamás llegaré a entender una televisión que no esté en mi propio idioma, a menos que sea una película muy buena o que ya haya visto –es tan complicado– además estos programas les divierten mucho a los gabachos pero a mí me aburren enormemente.

–¡Vale!, ¡vamos a ver qué ocurre!

En ese momento Pierre se rió a carcajada limpia, Laura se rió contagiada por él. Su risa era enfermiza.
–¡Esta película es buenísima!

–No sabía que fuera de humor, en la carátula parecía un thriller.
–¡Ya!, pero tiene unos gags buenísimos.

–Sí, no es una thriller al uso desde luego.
–¡Es magnífica!
Al poco rato se oyó el timbre de la puerta.
–¿Quién será?, ¡qué raro!, ¿no te parece? Tuviste una

bronca con la novia de Sebe la semana pasada, no sé si recuerdas, creo que fue brutal, además Sebe también se fue, están en el piso de abajo ¿no es así?

–Efectivamente, voy a abrir, puede ser Juan o cualquiera de los otros.
–Sí, aquí siempre hay gente, es imposible que estemos solos.
Juan y él aparecieron juntos, Laura se incorporó lo sufi- ciente para ver quién era y para dirigirle un saludo.
–Hombre Juan ¡Cuánto tiempo sin verte!, ¿cómo te va?

–¡Muy bien!, vengo a dar un poco la paliza si me lo permitís.
–Pues no, ¡anda lárgate! –dijo con una sonrisa picarona.
–¿Cómo vas a molestar, Juan?, tú nunca molestas –dijo Laura.
–Anda acomódate donde quieras y donde puedas. Estamos viendo una película buenísima, según Manuel.
–Venga sí, me siento un rato. Veo que tenéis todavía un culín de whisky de la soirée del otro día.
–Sí, ¿te apetece un poco?.
–¿Por qué no? ¡Vamos a probarlo!
Pierre se levantó y fue a por un vaso, le sirvió un poco que no llegaba ni a un dedo siquiera, después se puso un poco más en el suyo y en el momento en que estaban cerrando la botella para devolverla a sus sitio, temiendo que fuese a “evaporarse” delante de tres buenos bebedores que la tenían al alcance de la mano, se le ocurrió decir:
–¿Tú no querías?
–Pues no sería una mala idea ahora que lo dices, no lo había pensado pero ahora que os animáis vosotros también me animo yo. Ponme una chispita que no quiero emborracharme.
Y tan chispita, el vino no subía ni medio dedo el contenido del whisky con respecto del contenido del vaso.
–Muy bien, ¡justo lo que quería! ¡Muchas gracias!
–¿De qué va la película? –preguntó Juan.
–Pregúntale a él, que es el entendido. Es una historia de amor en la cual se entremezcla la intriga, el odio y la pasión.
–Resulta que es un tipo que liga con una chica, el cual se ve metido en un lío de faldas porque está casado y, al final hay un asesinato, el de su mujer “casualmente” y ahí comienza la historia.
–¡Qué agradable ¿no? en esta sobremesa de domingo!
–Sí, según Manuel es de risa… por lo que debe ser bas- tante graciosa.
Estuvieron unos cinco minutos los tres viendo la televisión, ellos dos, o sea la “pareja feliz”, en el sofá de enfrente de la televisión y Juan, en una silla a la izquierda viendo de escorzo la tele. Hubo un rato enorme de silencio hasta que súbitamente Juan se levantó y dijo:
–Me voy chicos, os dejo en paz y en buena compañía. Me están esperando abajo para tomar un aperitivo, hay varias bebidas y cosas de comer. Podéis venir, o mejor dicho, venid en cuanto podáis ¿Vendréis?
–¿Y cómo no? Dentro de un ratito vamos.
–Sí–añadió en voz baja, propinándole un suave codazo.
–¡Anímate!, yo a lo mejor no les vuelvo a ver más y me apetece mucho tomarme una copita.
–¡Venga!, pues vamos si quieres, pero cuando acabe la película.
–Sí, el problema es que acaba de empezar.
–Bueno, pues dentro de media hora.
–¡Vale, muy bien! Ahí os espero y si no vengo a por vosotros.
–De acuerdo, allí estaremos. Paró la película por la interrupción de Juan, que acto seguido se fue sin que nadie le acompañase a la puerta como a cualquier invitado.
–Bueno, dentro de media hora bajamos y no quiero más incisos.
–¡De acuerdo!
A Laura le entretenía la película y a Pierre le interesaba muchísimo, aunque posiblemente fuera éste un interés fingido para llamar su atención. Siempre estaba muy activo cuando estaba delante y, al contrario, si no estaba parecía apalancarse más en otro tipo de cosas. Además era imposible que aquella película le divirtiese tanto, pues era un soberano aburrimiento, un bodrio a fin de cuentas. No me explico qué tipo de motivación le impulsaba a comportarse como si estuviera viendo la mejor película del año. Al cabo de veinticinco minutos, Laura fue a repeinarse, para bajar y estirar las piernas, aunque sólo fuera el paseo del salón al cuarto de baño, volvió a repintarse los labios con un poco de carmín y volvió al salón donde él estaba sentado.
–¡Bueno! –le dijo–. Cuando quieras.
–Déjame ver esta escena.
–Está bien, aunque ya me he perdido la anterior si sigues me voy a perder bastante más y después no seré capaz de seguir el hilo narrativo de la historia.
– ¡De acuerdo!, dijo resignándose.
Se puso la cazadora, cogió las llaves y ambos se dirigieron hacia la puerta, llamaron al ascensor, bajaron hasta el bajo dónde vivía Juan, en el entresuelo al lado del portal, aunque curiosamente o no porque ocurre en muchas casas, el portal estaba enfrente del aparcamiento, es decir, en un bajo y, el piso de Juan correspondía a un primero debido probablemente al cambio de nivel del terreno en un sitio u otro.
Entonces llamaron al timbre, un amigo y compañero de piso de Juan abrió la puerta.
–Hola ¿cómo estás?
–¡Muy bien! ¿Y tú?
–Bien, pero pasad. No os quedéis ahí en la puerta.
–¡Muy bien!
Los dos entraron a la vez, entonces dijo:
–¿Pasas tú o paso yo?
–Pues yo paso –dijo Laura.
Pierre se rio levemente y la miró de reojo mientras llegaba al salón, el cual estaba dividido en dos partes: una era la habitación de Juan que estaba separada del salón–comedor por una gran cortina. Había tres o cuatro personas, dos chicas finlandesas y chicos: un italiano (compañero de Juan y Eduardo (su otro compañero de piso) y ahora ellos. Laura se sentó en un sillón doble que estaba libre y él para no sentarse al lado se instaló en un cojín enorme que había en el suelo y que hacía la función de butaca, sillón o lo que se terciara al no haber espacio suficiente ni en los dos sofás ni en los dos sillones. Pierre se apoyó y se cayó hacia atrás, quizás a propósito con la intención de provocar la hilaridad o a lo mejor lo hizo sin querer y dijo a continuación:
–Pero, ¿qué es esto? ¿Cómo hay que sentarse aquí?
–Despacio, así no rebota y no te caes –dijo el italiano.
–Bueno, yo soy el barman. ¿Qué queréis? –dijo Eduardo.
–Yo, un gintonic.
–¡Muy bien!.
Entonces Eduardo se dispuso a poner dos hielos y a continuación la ginebra con mucho tiento y escasez.
Laura le miró “aviesamente” y con suspicacia y él inquirió:
–¡Está bien! Me gusta cargado, entonces una de dos: o me pones poca tónica o un poco más de ginebra si piensas llenar el vaso hasta arriba.
Eduardo sonrió y se sirvió un poco más de ginebra.
–¿Así está bien?
–¡Perfecto, muchas gracias. Bueno una rajita de limón no vendría mal.
–No tenemos.

–Pues es lo mismo, está perfecto igual, ¡Muchas gracias! ¿Y tú, qué quieres?
– Un Martini con limón
–Muy bien, volvió a servir la bebida en el mismo orden de elementos y con el mismo procedimiento.

–¿Así está bien?
–Sí. Trae
–Gracias –dijo.

Se sentó otra vez donde se había sentado en un primer momento.
–Bueno, así que tú estás pasando aquí unos días. Mientras decía esto miraba a una chica con aire de perdida que estaba en la habitación.
–Sí he venido aquí a pasar unos días a casa de Sandra y de paso así me paseo un poco y conozco algo nuevo.

–¿Qué te parece la Bretaña? Preguntó ella.

Asintió afirmativamente con la cabeza como si le pare - ciera bien, pero a continuación añadió:
–Está bien pero es un poco triste.
–Dímelo a mí que ya llevo un año aunque quizás sea esa tristeza la que la haga tan encantadora. No divagó más sobre el tema y le miró fijamente.
Pierre se quedó un poco admirado y a la vez sorprendido de lo que dijo, quizá resultaba demasiado honesta o no procedía en ese momento una sentencia tan firme sobre una idea clarividente como era aquélla. Entonces se pronuncio:
–¿Y qué me dices de los hombres de aquí?, él calificaba al sexo masculino con el sustantivo hombre, parece una apreciación de lo más ordinario pero sin embargo entraña una idea, el hecho de no decir chico, tipo, tío…o un sinfín de determinantes para un varón. La idea de querer recalcar un significado más sensual y sexual es lo que connota la palabra hombre. Al referirse a las mujeres le ocurría lo mismo, siempre empleaba la palabra mujer o hembra, nunca hablaba simplemente de una chica. Una chica se refiere a una mujer joven y una señora a una mujer vieja, pero siempre hablaba en estos términos y cuando se refería a Laura decía:
–Mujer ¿Cómo estás? ,¡qué mujer ésta!
La otra chica se quedo cohibida ante tal pregunta y miró a su amiga con una sonrisa suspicaz.
–No he tenido mucho tiempo para conocer a chicos, así que no sé.
Ésta era una manera de no involucrarse demasiado en una opinión que podía llevarla a un simple cachondeo o a una discusión brutal sobre la hombría de los franceses, pero Pierre no la dejo zafarse de contestar a la pregunta y dijo como siempre tan ocurrente.
–No me refiero al hecho de lo inteligentes que pueden llegar a ser si no a cómo son en la cama, para eso no hace falta mucho tiempo ¿no?
Se rió aún más pero se encontraba cada vez más violenta. Laura se rió, tenía mucha gracia especialmente su expresión al decir estas palabras, las pronunciaba como si estuviera hablando de la crisis económica del país o de los graves accidentes de circulación que sucedían durante el fin de semana en las carreteras francesas:
–Tampoco lo sé yo. Dijo Laura
–¡Aaah!, no sabes lo que te has perdido. Llevas dos días en Francia y todavía no sabes lo que es eso. Eso es lo primero que se hace cuando uno llega a la Galia, las suecas y finlandesas (inclusive) y no miro a nadie vienen ex profeso a las costa Mediterránea francesa a ver lo que es un hombre.
–En Finlandia también hay hombres–dijo ella.
–Sí, pero no tienen el sexappeal que tenemos los franceses.
–Quizá sea porque en Finlandia hace mucho frío para esos escarceos y una se tiene que quedarse helada ¿no es cierto? –repitió ella.
Sandra asintió como dando por finalizada la conversa- ción.
–¡Qué razón tienes! –dijo Juan.
–No lo creo, los franceses deben tener algo muy especial y no lo dudo, de ahí viene la reputación tan conocida por todos. Aunque perro ladrador, ya se sabe… Se oyeron risitas de fondo sin mucho apogeo.
–Bueno ¿a ti qué es lo que más te gusta de los franceses?
–Sus pies, dijo ella al momento.

–¿Por qué?
–Porque son como los demás europeos.
Hubo un silencio morrocotudo durante diez segundos

hasta que finalmente el italiano que estaba presente en la conversación cometió la osadía de reírse. Laura entonces informó de que se trataba de una broma y de que lo que le gustaba a los extranjeros de los franceses era la verborrea que los caracteriza. Esto hacía a estos últimos mucho más seductores y además el gesto tan erótico que había en sus labios al hablar francés era como si estuviesen dando besos todo el rato y esto le entusiasmaba, la boca de piñón que se les ponía al hablar francés.

Siguieron charlando durante largo rato, Juan ofreció bebidas una vez más. Laura y Pierre tomaron otra vez lo mismo, un par de copas más cada uno. Después estuvieron de cháchara comentando las nuevas novedades del cine y la televisión, fue entonces cuando Pierre se acordó de que había dejado la película a medias y le apetecía seguir viéndola. En un primer momento la miró de soslayo haciendo una leve indicación de que tenía ganas de irse, a lo cual no respondió haciéndose la disimulada. Hasta que él se levantó y se acercó directamente y le dijo en español.

–¿Nos vamos?
–Todavía tengo la mitad de la copa y me gustaría acabarla tranquilamente si no te importa ¡Claro está! Aunque la mejor idea es que te vayas yendo mientras me acabo la copa y después subo yo.
–No, no, entonces no. Pierre volvió a sentarse en su asiento anterior y fingió cara de suplicio durante unos mi- nutos, hasta que ella dio dos tragos a su copa y todavía le quedaban dos tragos más para acabarla. Se inquietó y simple y llanamente dijo ¡Ya! Y suplicante pero despectivamente contestó:
–¡Bueno, pues entonces vamos!, como ya has acabado podemos irnos.

Laura gesticuló mirando hacia su copa y ladeando la cabeza, sólo le faltaba añadir “Comme si, comme ça”.
Se despidió cortésmente y dijo:
–¡Hasta la próxima!
–Bueno, ¡hasta luego!, ya os veré mañana o en cualquier momento. En cuanto hubo perdido la vigilancia de ellos salió apresuradamente hacia la puerta, la cual la abrió sin darle paso a ella. Se dispuso a llamar al ascensor, Laura le siguió detrás como de costumbre. Fue ahí cuando entraron en el ascensor, que tenía muy poca luz, la suficiente para acertar a la hora de pulsar el botón. En- tonces Laura se miró al espejo y después dirigió su mirada hacia Pierre acercándose cada vez más, entonces le rodeó con sus hombros y muy cautelosamente se aproximó hasta rozar sus labios contra los de él y, ahí esperó hasta que él decidió besarla rodeando su cintura con sus brazos. Después entraron en la casa, sin pensar en nada más Pierre encendió la televisión y Laura se fue al cuarto de baño mientras volvió y se sentó a su lado discretamente separada y sin hacer gestos o movimientos estentóreos para llamar su atención. Tranquilamente vieron el final de la película y una vez que hubo acabado la misma la miró y dijo:
C’est fini, finitto!
–Sí, no estuvo mal. Me gustó mucho sobre todo el final, el principio tampoco estuvo mal. Lo que menos gracia me hizo fue el intríngulis del medio, la película se hizo muy lenta en algunos momentos, eso hay que reconocerlo.
–Sí, pero quizás a ti te vayan más las películas de más movimiento puesto que puedes comprenderlas mejor sin duda.
–¡Ejeeem!
Pierre se levantó y fue a sacar el DVD, dejó la televisión puesta. Laura hizo un inciso y se levantó, se puso el abrigo y se quedó circunspecta mirándole, él entonces dijo:
–Si quieres puedes quedarte a dormir aquí, a mí no me importa; es más, al contrario, aunque como quieras, si eso te llevo.
– No sé si será mejor que me vaya.
Pierre fue a por su abrigo, se lo puso y fue a apagar la televisión. En ese momento, mientras estaba en cuclillas Laura le rodeó la espalda y los hombros con sus brazos y le dio el beso más tierno que jamás le hubiera dado.
Pierre dijo:
–¿Crees que estamos haciendo bien?
Laura respondió:
–Sí, ¡perfectamente! No habíamos hecho un inciso pero sí una pausa. Eso fue lo que dijimos.
Pierre poco a poco se fue irguiendo para poner sus labios a la altura de los de ella y besarle. Así fue, se besaron fuertemente y apasionadamente durante bastante tiempo, los dos obnubilados por la ternura se apresuraron a la habitación. Allí la desnudó y ella le ayudó a hacer lo mismo, todo paulatinamente, sin prisa, se besaron desaforadamente en mil sitios; sus almas enardecían de deseo y de enamoramiento–que no amor–los dos se tiraron en la cama, poco a poco fueron acercándose el uno al otro, hasta tocar cuerpo con cuerpo, alma con alma, despejaron la sábana y el edredón que estorbaba pues hacía calor. En realidad hacía un frío terrible pero eran sus cuerpos los que exhalaban calor; hicieron el amor y fue algo hermosísimo, no fue un acto ni mecánico ni monótono, fue algo totalmente novedoso y agradable, sublime. Después de hacerlo, Laura se echó a un lado de la cama y él al otro, con intención de dormir. Pierre se acercó para darle un beso de buenas noches y le dijo:
Ma cheri.
Era algo que a Laura le encantaba pero para “acabar de arreglarlo” dijo después:
Pour cette dernière nuit! Lo cual liquidó todo lo dicho anteriormente, se sintió peor que nunca ¡Qué frivolidad! Fue algo que ella no pudo soportar y no dijo nada. Se limitó a intentar dormir, estuvo veinte minutos absorta dirigiendo su mirada hacia el techo de la habitación. En esos momentos le odiaba con toda su furia pero en cierto modo sabía que él lo había hecho por despecho y esto le molestaba aún más. Lo cobarde que era y lo que le gustaba era una mujer enamorada y eso la definía. Estuvo durmiendo unas dos horas y se despertó súbitamente con una pesadilla, entre murmullos y se oyó:
–Pierre no puedo dormir. Llévame a casa por favor.
–¿Por qué? No quiero volver a dormir ni en esta cama ni en esta habitación. Me trae malos recuerdos pero déjame dormir. No voy a llevarte a casa ahora, ¡intenta dormir!, mira hacia ese lado y olvídate que existe esta habitación y que yo estoy aquí a tu lado. Verás como duermes.
Laura ni se dignó a contestar pero se dijo y se prometió a sí misma que nunca más volvería a cometer el error de dormir en su cama o en su habitación y que si volvían a hacer el amor, lo harían en otra parte, pero que no volvería a dormir en su cama. Después de esto, logró dormir y al día siguiente a las ocho de la mañana Pierre se despertó y la despertó dándole un pellizco en el carrillo cariñosamente, siempre la desvelaba así y a menudo daba resultado.
Pierre insistió:
–¡Apresúrate, que tengo que llevarte a casa y además ir a la facultad!
De este modo ocurrió. Laura se vistió rápidamente ni siquiera pudo ducharse y se fueron casi inmediatamente. Él se dirigió a su casa para llevarla, la dejó allí y se fue.
–¡Bueno!, ¡ya nos llamaremos! ¿Vale? Podemos ir al cine si quieres, ya te llamaré un día de esta semana, lo más seguro el jueves o quizás antes.
Laura se despidió con una sonrisa, estaba muy triste y melancólica. No podía sobreponerse al dolor que le producían las despedidas de su amado, hasta tal punto que dos
días sin verle le parecían un siglo. Hubiera dado su brazo
derecho por vivir con él, día y noche, le entristecía estar tan
lejos uno del otro, se hacían eternos los días sin su compañía. Entonces Laura se dirigió a la habitación de su amiga
Susana para contarle lo ocurrido, la cual no daba crédito a
lo que estaba escuchando, pero se alegraba de lo ocurrido.

Laura le dijo:
–Vas en buen camino, puedes solucionarlo. Ya verás como todo se resuelve. No debes preocuparte, ¡no hay mal que cien años dure!
–¡Eso es cierto! Ahora tengo que ser una buena estratega pero tengo tan poco tiempo para hacerlo. No sé cómo debo actuar, ¡es algo tan complicado! Y tengo la angustia de que se me acaba el tiempo. Lo haré lo mejor posible aunque ésta ha sido una buena jugada. No sabes lo que me ha dicho ¡el muy zorro!
–No, ¿el qué?
Ma cheri pour cette dernière nuit. Eso casi me mata, creí que me iba a dar un síncope, no puedo resistirlo y no me puse a su altura contestándole, me pareció tal blasfemia. ¡No te puedes imaginar!, fue el insulto peor que he podido decir.
–Sí. Me dijo también que tenía un poco de grasa en la barriga y que no le gustaba.
Las dos comenzaron a desternillarse de risa cayendo en la cuenta de lo ridículo del asunto.
–Aunque esta vez sí que le contesté, le dije:
–Y tú también ¡a ver si adelgazamos! Además también tienes en la cintura y en la espalda, se quedó cohibido por la contestación y no respondió nada.
–¡Es increíble! ¡Qué chulo es! Aunque tú lo has hecho así. Se ha acostumbrado a que estés siempre disponible y eso no puede ser.
–Sí, ha tomado ciertos derechos que yo le he concedido ¿pero qué iba a hacer?, si yo estoy más aburrida que una mona. Me compensa acceder a salir con él y no quedarme en casa ¿No crees?
–Sí, pero si una vez le dices que no, te llamará muchas más veces insistentemente y conseguirás a la larga muchas más citas con él ¿no es cierto?
–En cierta forma sí.
–O sea que ya sabes. Evita llamarlo o espera al menos dos días.
–Ahora no puedo hacer eso, el tiempo apremia y yo no tengo. Es imposible que pueda tomar esa actitud hacia él. Tendré que llamarle si quiero verle, al menos en un principio.
–Sí, pero espera todo lo que puedas.
–Bueno, voy a dormir hasta por la tarde. No tengo clase y ahora no tengo nada que hacer y tengo mucho sueño.
–¡Muy bien, nos vemos! ¿Vas a comer aquí?
–Sí, pero muy pronto. A la una y media más o menos.
–Muy bien, luego te veo a la hora del café.
–Vale, hasta luego.
Laura subió al cuarto y se echó a dormir, se quedó profundamente dormida hasta las doce y media. A esa hora bajó y fue al restaurante universitario para comer, fue a buscar a otras amigas que tenía para quedar para ir a comer y fueron todas al restaurante. A las dos acabaron y se fue hasta su habitación a cepillarse los dientes y arreglarse un poco. Salió y fue andando hasta la universidad, llovía un poco pero lo suficiente para ir andando hasta allí. La lluvia no escampaba y cada vez llovía más, llegó a clase empapada, era una clase de literatura, un monográfico sobre un autor francés muy poco conocido de teatro. La clase duraba tres horas y el tema era el mismo, siempre el mismo, durante esas tres horas y durante todo el curso. Aquello era somnoliento, ella no pudo más que pensar en Pierre mientras se reducía a copiar los apuntes de su compañera, aquello era soporífero, hacía buen tiempo fuera y el sol resplandecía brillante. Laura estaba muy triste, se sentía muy sola y compungida, no entendía el porqué pero desde que vivía allí todo le parecía diferente. Sufría mucho, la gente casi no le hablaba y eso que ella era una extranjera, cada día se volvía más tímida y no lo entendía, no se encontraba en su ambiente, quizás “la morriña” o el amor no estaba dejando huella en ella sino el desamor, el amargo sabor de la injusticia y la injuria la hacía sentirse insegura de sí misma. Era un dolor extraño, un llanto con mucha congoja.
Había una compañera a su lado con la que habló a la salida de clase y fueron andando juntas hacia casa. Esta era una chica muy tímida pero a la vez amable. Hablaba con mucha sinceridad y parecía una chica muy agradable. A mitad de camino esta chica se fue hacia una dirección y Laura continuó, ahora estaba más contenta, sólo quedaban doce días y ya no volvería a saber nada más de aquel lugar en su vida; probablemente no tendría la intención de volver allí nunca más, por desesperada que pudiera estar, lo mejor que le había sucedido allí era Pierre y ahora ni siquiera eso le ataba. Habían sido largos meses, de los cuales sólo recordaría los cinco últimos meses. Los primeros habían sido demasiado duros para recordar especialmente por la falta del conocimiento del idioma. En fin, ahora se empezaba a encontrar mejor, más segura de sí misma y con ganas de disfrutar hasta el último momento; nada le importaba lo más mínimo, todo le daba igual, su indiferencia se había agrandado y sus preocupaciones habían mermado, se sentía feliz y eso era lo único importante en aquellos momentos. No hay nada en la vida que merezca el sufrimiento de una persona, y menos si es algo que intencionadamente pone a los demás en contra de uno mismo. El mundo no es justo, pero nosotros lo somos aún menos, quizás fueron esas pastillas anticonceptivas las que la hacían sentirse así o probablemente era ella misma la que tenía ese carácter.
Era inevitable aquel sentimiento, aquella personalidad cambiante era lo que la desequilibraba, con mucha facilidad decaía. Lo único que la hacía levantarse era sentirse respaldada por sus buenos amigos o sus familia y carecía de ambos allí y quizá en ningún sitio, o así era como lo veía. Laura siempre pensaba que no tenía suficiente núme- ro de amigos pero el fallo estaba en ella y no en los demás. Era algo que parecía no comprender pero que empezaba a hacerlo; tener amigos no es tan difícil si realmente una se lo propone, no hay timidez que valga. Hay gente muy tímida que tiene muchos amigos, he de aplicarme el cuento, tendré más confianza con la gente y no la vacilaré tanto. Si sigo así me voy a quedar sola en el mundo y de eso no se trata. Las amistades son fundamentales y no se pueden echar a perder de esa forma, tendré que espabilarme ¡Eso está claro!
Según iba pensando esto, estaba entrando por la puerta que conducía al hall. Eran las seis y veinte de la tarde y había quedado a las seis y media con un alumno suyo para darle una clase de español, subió a su cuarto y rápidamente bajó, se sentó a fumar un cigarrillo pues no le había dado tiempo antes. En toda la tarde apenas había fumado uno después de comer y sentía verdaderas ganas de hacerlo ahora nuevamente y así ocurrió. Cuando estaba en la mitad llegó el alumno a buscarla, ella fue a la sala de estudio que había en la residencia y estaban todas ocupadas, inconscientemente cada vez que llegaba un alumno se sentía un poco avergonzada, puesto que en la residencia femenina no era esperable que pudiera lucrarse una a costa de la misma, aunque aquello era más bien por ganarse unos francos, no pretendía sino otra cosa, ayudarse un poco económicamente con estas propinas, tenía un capital más alto para ir de cenas y de copas con él.
Como no había sitio suficiente fueron a la residencia masculina y allí se dispuso a dar sus clases. Estuvo una hora aproximadamente con el alumno y lo despidió. Volvió a su habitación pasando antes por la de su amiga para cenar. Aquel día se le había hecho muy corto y no se había agobiado en absoluto por Pierre, era posiblemente la falta de actividad la que la exasperaba hasta el punto de no pensar en nada más que en su persona.
Aquel día subieron a la habitación de Laura a cenar, hicieron unos espagueti con bonito y tomate triturado, todo ello en una salsa muy apetitosa, después abrieron unas cervezas para comer y estuvieron juntas hablando largo rato. A Pierre casi no le mencionaron, Laura le comentó la posibilidad de salir por ahí, Susana dijo que no le apetecía y que lo dejaba para el viernes pero en realidad se moría de ganas y se lo sugirió a Isabel y a María, ellas estaban dispuestas, con lo cual ya eran tres para salir, ahora faltaba avisar a más gente y así formarían un pequeño grupo. Finalmente, salieron a tomar unas cervezas a un bar que no estaba muy lejos de donde estaban ellas. Fue una velada agradable, no fue una noche inolvidable pero sí aceptable.
Se recogieron a la una de la madrugada y Laura fue a acostarse a su habitación. Durmió todo el día hasta las nueve de la mañana, cerró la puerta con llave, todo el mundo lo hacía. A Laura esto le molestaba mucho, tener que cerrar la puerta con cerrojo cada vez que iba a dormir. Era una sensación desagradable que la hacía sentirse todavía más sola. Por ello, tomaba unas cuantas cervezas antes de irse a la cama; así se olvidaba de sus penas y se animaba un poco de esta forma. De hecho, tenía una caja de treinta y seis cervezas encima de un armario para recuperarse de los ataques de soledad que le daban. Una birra antes de dormir la evadía lo suficiente para conciliar el sueño y poder dormir de un tirón. Así era siempre, hasta que descubrió esto pasó muchas noches amargas.
Al día siguiente fue a clase, no notó resaca alguna. Era la costumbre de pimplar, aunque unas cervezas no tenían por qué producir ese malestar. Fue andando a la facultad como solía hacerlo a menudo, estuvo toda la semana allí, salvo unas pocas horas que aprovechó para irse a tomar un tentempié a la cafetería, aquella cafetería era algo sórdido, no se podía fumar ni se servían bebidas alcohólicas ¡qué clase de cafetería era aquella! Era algo totalmente impersonal y o había nada más que bocadillos: té, café y refrescos. Laura fue allí para tomar un sándwich y una coca–cola, se encontró a un compañero con el que estuvo hablando durante diez minutos. Después fue a darse un paseo por el centro de la ciudad, se resguardó de la lluvia en unas galerías comerciales y entró en una boutique para echar un ojo sin ánimo de comprar nada y sobre todo sin un euro para poder permitírselo. Al cabo de un rato, en una perfumería enorme estuvo probando aquellos perfumes que más le gustaban, no se decidió por ninguno pero se compró un nuevo coletero para el pelo, que “sólo” costaba veintinueve francos, lo que su solvencia económica le permitía en aquellos momentos. Después de esta adquisición se dirigió a la Universidad para asistir a las clases que le quedaban. Tan sólo dos horas y daría por terminada la jornada. La clase consistía en un curso de francés para todos los extranjeros, esta clase le entretenía bastante, posiblemente por ser la única que era capaz de seguir. Después de la clase volvió a casa pasando antes por el supermercado para comprar comida para cenar esa noche y para algunos días. Habitualmente compraba pensando en cinco o seis días para ahorrarse las molestias de tener que ir asiduamente al supermercado.
Pierre se encontraba muy cansado y además al estar cargada con las bolsas de la compra decidió coger un autobús, estuvo esperando cinco minutos y otros cinco de trayecto hasta la parada más cercana de la residencia. Se bajó allí y entró por el camino de detrás del edificio, de repente oyó que la llamaba una amiga desde el primer piso:”Susana subo ahora y hablamos”.
Subió a ver a su amiga un momento.
–Voy a subir a mi habitación y a la cocina a dejar las bolsas de la compra y vuelvo a bajar y así ya hablamos de lo que vamos a hacer. ¿Qué te parece?
–¡Muy bien, aquí te espero! ¿Tardarás mucho?
–No, un ratito y estoy ahí ¿vale?
–¡Estupendo!, aquí te espero.
Subió rápidamente y vio que le habían llegado algunas cartas –dos, para ser exactos– una era de su madre y la otra de sus primas. Se había dejado abierta la ventana de la habitación y ésta se batía contra la pared del edificio. Además había llovido y la lluvia había empapado el libro que había dejado la noche anterior a medias cuando estaba leyendo. Cerró la ventana, se cepilló los dientes y bajó.
–Bueno, ya he acabado por hoy, tengo toda la tarde para lo que quieras hacer. Si te apetece dar un paseo lo hacemos y si otra cosa, me parece también perfecto. Así que estoy disponible para hacer lo que quieras.
–¡De acuerdo!, yo tengo que estudiar.
–¡Aaaah! Bueno, eso yo también, pero lo podemos dejar para las diez de la noche. Así estudiaremos de diez a una, al menos yo. ¡Tú haz lo que quieras!
–¿Qué vas a hacer hoy? No sé si lloverá, no me atrevo. ¿Tú qué harías?
–No lo sé, yo no soy tú y no puedo decidir por ti
–Si quieres llámala, aunque sigo pensando que es mejor que esperes a que lo haga él, pero puedes hacer lo que quieras.
–Ahora ya me da igual ¡de perdidos al río!, no sé si se dice así pero entiendes la idea que quiero transmitir.
–Sí, lo único que quiero es estar con él y es más factible estar con él si llamo yo que no si le espero, ya puedo esperar bien tranquila a que se decida a llamarme.
– En fin, voy a llamarle, déjame la tarjeta
Ella dejaba su tarjeta al resguardo en casa de su amiga para evitar llamar cada vez que se le antojaba.
–Voy a llamarle.
Ring…ring…ring…
–¿Quién es?
–Hola, soy yo Laura.
–¡Ah Laura!, ¿Cómo estás?
–Muy bien gracias. ¿Te ha ido bien el día?
–Sí, he estado ocupada hasta ahora. ¿Me has llamado hace una hora?
–No, no te digo que acabo de llegar.
–¡Ah! Pues me has pillado en casa por pura casualidad, acabo de llegar.
Se oía ruido de fondo, él estaba jugando a uno de sus juegos del ordenador y por lo que parecía desde hacía rato.
–Bueno, ¿qué vas a hacer hoy, te apetece ir al cine?
–Bueno ¿Por qué no?, ¿a qué sesión? Hay una a las ocho y media.
–¿Te apetece ir a esa?
–No, antes tengo que estudiar, podemos ir a la de las diez.
–¡Está bien!, ¿a qué hora vienes por aquí?
–A las diez menos cuarto si eso te va bien.
–Perfectamente como si quieres antes.
–No, así está bien.
Todos sus encuentros eran así, estaban premeditados y el caso es que nunca podían estar felices tranquilamente sin tener que hacer algo, esto quizás era porque Laura frecuentemente quería hacer cosas, no soportaba quedarse toda una tarde viendo la televisión o limpiando, ordenando o jugando al parchís. Tenía que hacer miles de cosas y eso a él le incomodaba por lo que había decidido quedar con ella únicamente cuando tuviera algo que llevar a cabo, algo un poco especial, nunca nada vulgar u ordinario, nada que se pueda hacer todos los días.
Quedaron así, Laura se fue a cenar tranquilamente con su amiga, después de la cena se quedó un poco adormilada y se tumbó en la cama, eran ya las diez y veinte, por lo que subió a su cuarto para arreglarse y allí se vistió y se pintó en cinco minutos. Pierre llegó más tarde y le preguntó ¿Ya estás lista?
–Sí, cuando quieras podemos irnos.
Esta vez no intentó darle un beso ni acariciarla ni nada. Se fueron al cine, se retrasaron cinco minutos como era habitual. Aquel día era miércoles por lo que había descuento en un cincuenta por cien sobre el precio total.
Entraron tarde y llegaron en el momento justo en que la película comenzaba. Se sentaron hacia el medio uno al lado del otro. Laura a la derecha y Pierre a la izquierda. Es curioso, pero siempre se situaba del lado izquierdo. Si iban andando o si se sentaban, si hacían cualquier cosa excepto en la cama, se situaba a la izquierda. ¿Tendría esto algún significado? Quizá tuviera cierta predisposición hacia el lado izquierdo.
Durante la película estuvieron bastante callados, exceptuando los momentos que aprovecharon para reírse o hacer algún comentario pertinente. Laura le miraba al principio de reojo, hasta que se concentró en el hilo argumental de la película, fue entonces cuando le perdió de vista y se interesó por la película sin preocuparle otra cosa. Pierre quizá la miraría un par de veces sin darle mayor relevancia. La película era una comedia inglesa, muy divertida por cierto. No tardó mucho en acabar, de hecho sólo duró una hora y cuarenta y cinco minutos. No es mucho para una película pero hay que tener en cuenta que en el cine no hay interrupciones para la publicidad y eso acorta de manera considerable la duración de la película.
La película llegó a su fin y se encendieron las luces de la sala. Despejaron la misma y fueron saliendo a paso ligero. Al llegar a la puerta se detuvieron para ver la cartelera e informarse acerca de las últimas novedades en el cine.
–La del “Francotirador” no parece que esté mal. Sugirió él.
–No, aunque hay tres o cuatro que tengo en mente y me gustaría ver, lo que ocurre es que no hay tiempo para todo.
– ¡Eso es cierto! Desde luego es una pena.
–¿Quieres ir a tomar algo?–sugirió Laura.
–No, de verdad. Tengo muchísimo trabajo que hacer, me agradaría mucho hacerlo pero francamente no puedo.
–Iremos otro día, si tal me dejas en casa y te vas a hacer aquello que tengas que acabar.
–Vale, muy bien.
– Me gustó mucho la película. Además así me he relajado un poco y ahora puedo ir a estudiar otra vez.
–¡Vale! Entonces si quieres nos podemos ir a cenar o a tomar una copa ¡Ya te llamaré!
–No, mejor te llamo yo, insistió Pierre.
–¡Cómo quieras!
La dejó en el portalón de la residencia, ella se acercó a él para darle un beso en la mejilla pero cerca de la boca. Él torció la cabeza lo suficiente para que sus labios fueran a rozarse con los de ella y se dieron un leve beso en los labios.
–Hasta luego. –asintió ella.
–¡Hasta la vista!
Laura subió a su cuarto, cogió sus libros y fue a la sala de estudio con la intención de estudiar durante una o dos horas hasta que le entrase sueño como para tener que irse a la cama. Estudió muy concentrada durante dos horas hasta que le entró un sueño terrible. Dio un par de cabezaditas y fue a prepararse la cena, se hizo unos tortellinis con salsa de tomate y un poco de bonito. Después de esto, se tumbó en la cama y se echó a dormir. Para conciliar el sueño cogió una novela y comenzó a leer, había poca luz en la habitación y comenzó a ver mal, casi no podía intuir lo que decía el libro por lo que lo dejó. Lo apoyó encima de la mesita y empezó a pensar y finalmente cayó redonda.
Al día siguiente se levantó temprano, se duchó como habitualmente lo hacía, se maquilló un poco, lo suficien- te para que apenas se notase y así salió a la calle. Fue a la lavandería a dejar la ropa y más tarde a la universidad, dispuesta a empezar un nuevo día de clase. Estuvo durante bastante tiempo en la facultad, fue a unas tres o cuatro clases; el día transcurrió como siempre, era la misma rutina todos los días. Ir a clase, volver, estudiar un poco, tomar café, hablar con sus amigos, nada nuevo para Laura. Además había exámenes y su única ocupación era estudiar duramente para ser alguien de provecho y poder pasar el curso sin problemas; además era lo único que podía evadirla en aquellos momentos: el conocimiento y el saber producen felicidad en el hombre, esto era lo que pensaba aunque existe también la postura contraria: aquellos que dicen que cuanto mayor es el conocimiento, mayor consciencia de la ignorancia. En cualquier caso la inteligencia hay que desarrollarla y Laura no estudiaba por obligación sino que encontraba un grato placer en todo lo que aprendía. Nunca estudiaba para el examen si no que todos los días estudiaba tres o cuatro horas realizando los descansos oportunos. El conocimiento no tiene límites mientras que el hombre sí los tiene, entonces el ansia de luchar contra nuestras limitaciones es el que nos vuelca en querer saber cada día más y no al contrario, pese a lo poco que sepamos aunque nos demos cuenta de ello.
Esto era lo que fundamentalmente Laura hacía todo el día, de vez en cuando pensaba en Pierre. Desde el punto de vista analítico observaba todas sus actitudes y escudriñaba sus pensamientos y siempre se ponía en la postura de Pierre intentando empatizar con su adversario . A veces se preguntaba ¿Por qué tengo que verlo todo desde su punto de vista y no desde el mío?, ¿qué es lo que busco de él? Y ¿para qué quiero estar con él? Y ¿hasta cuándo? Se hacía estas cuestiones a sí misma y una y otra vez decía:
–No, lo que quiero o pretendo de él no importa, el que me inquieta es él, por orgullo y amor propio no puedo consentir que un hombre me haga un desplante semejante. Yo le quiero a él para lo que sea, no importa.
Esto no tenía importancia alguna y estaba errada, la caridad empieza por uno mismo y Laura se preocupaba más por los demás que por sí misma.
Esto es lo que suelen decir, el amor propio no es válido si coarta la libertad de una.
Eso es algo que no aprendería hasta más adelante, entretanto seguía con su pensamiento cada vez más confuso y lo que sí anhelaba eran los momentos que pasaba en Madrid, su mundo, su gente ¿Qué importaba su pasado o su futuro? Lo único que hay que preocuparse es el presente pero éste era insoportable ¿cómo podía zafarse de él?, la única forma era pensar en el futuro. Su vida y ella misma se veía inmersa en una honda tristeza, su mala estrella la perseguía, no sería ella la que buscaba este hado, el avenir se lo busca una misma de una manera u otra, no se puede ser gafe en esta vida. ¿Qué consecuencias acarrearía esto? De todo se aprende y algunos aprenden a la primera y otros prefieren equivocarse varias veces y caer en la misma pie- dra una y otra vez. No se arrepienten nunca de esto, es quizás el encontrar nuevas experiencias lo que le mantiene a una con vida, no es ir siempre por un camino de perfección, sino irse demasiado en la senda, como una rama que se va torciendo y hay momentos en que parece que sigue una recta alineada hasta que se vuelve sinuosa.
Laura no pudo resistirlo y decidió llamarle, fue rápidamente a coger la tarjeta de teléfonos que tenía guardada en la habitación de Susana.
–Oye, creo que voy a llamarle, me muero si no lo hago. ¿Podrías dejarme la tarjeta de teléfonos?
–Sí claro, ¡cógela!
Ella ya la había cogido y miró súbitamente a Susana que le dijo
–¡Tú sabrás lo que haces!
–Sí, lo sé y por eso la cojo.
–¿Estás segura?
–No sé, bueno voy a hacerlo. Si me manda a la porra me fastidiará mucho pero lo único que quiero es verle.
–Sí pero una negativa tuya podría equivaler a varias afir- mativas de él. Si una vez le dices que no, volverá a llamarte seguro, de eso puedes estar segura. Es mejor una negativa, una retirada a tiempo puede resultar una ganada al final.
– Sí pero no hay nada que ganar. Me quedan doce días en este país. No volveré por aquí y quizá no vuelva a verle, por lo que es mejor que haga lo que quiera. No hay nada ya que pueda perder.
– No lo creo así, no es perder. Es mejor irse con un buen recuerdo que irse hastiada.
–No estoy de acuerdo, siempre en un buen recuerdo te plantearás la siguiente pregunta: ¿Qué hubiera sido de haber continuado? Tendrías un recuerdo malo o no tan grato, no cabe esa posibilidad y es mejor para la salud mental de una misma.
–No abandono nada hasta que no lo soporto más, y tengo una paciencia infinita, créeme. Y de esta forma sal- dré ganando con creces.
–Sí, tú verás. ¡Haz lo que quieras!
Laura cogió la tarjeta de teléfonos y bajó las escaleras dirigiéndose hacia la cabina; tuvo que esperar a que acabara la que estaba antes de ella. Una vez hubo esperado un tiempo, marcó los números y esperó la señal, no contestaba nadie hasta que de repente se oyó una voz.
–¡Aló…aló!
–Buenas noches ¿Está Manuel por favor?
–Sí, ahora se pone.
Tardó un tiempo en coger el teléfono.
–Hola ¡ah! Laura ¿Cómo estás? –No parecía muy contento.
–Bien ¿y tú?
–Bien, estaba estudiando pues mañana tengo que hacer una soutenance en la escuela y me estoy preparando el temario.
–¡Ah! Yo estuve todo el día en clase. Ahora he dado un par de clases particulares y no he hecho nada más en todo el día. Aunque bueno, acabo de llegar hace media hora. Bueno, en realidad llegué a las siete, estuve estudiando y cené con Susana. Ahora pensaba que a lo mejor te apetecía ir a tomar una copa.
–Sí ¿Por qué no? Podemos quedar para tomar algo si te parece. ¡Ah! Bueno, mejor no, es un poco tarde y quedé con Estefanía. Se me había olvidado.
–Bueno, pues nada, voy a ver si encuentro algún compañero con quien ir.
–Vale, ya te llamaré mañana.
Colgó el teléfono al cabo de dos segundos.
–¡Es imbécil! –pensó.– ¡Pero qué estúpido es! Además lo que más me fastidia es esa zorra de Estefanía, la antepone a mí por encima de todo. Esta es la última vez que le llame en mi vida ¡lo juro! Y por si fuera poco que le den morcilla. Voy a ver si está Javier, así nos podemos ir a tomar una copa apaciblemente por ahí. Ya estoy harta de esperar a ese inútil que ni pincha ni corta, ni deja hacer ni deshacer.
–Hola Javier, ¿cómo estás?
–Muy bien, preciosa.
–¿Qué vais a hacer? Bueno, si es que vais a hacer algo.
–Sí, creo que vamos a tomar una copa al Titanic o posiblemente a La Casserole ¿te apetece?
–Sí, ¿por qué no? ¿Es alguna despedida para variar o no?
– No, esta vez no ¡bueno sí! Mañana se va Clara pero no es propiamente una despedida, salimos porque nos apetece y ella porque se va.
–¿La llevará Tony al aeropuerto?
–No, se va en tren. Aparte de eso, va a hacer una parada en París para conocerlo mejor y estará una semana por ahí y quizás vuelva por estos parajes este verano, con lo cual tampoco va a ser una despedida total.
–¡Bueno, entonces voy!
Así fue, salió a tomar una copa, fueron al Titanic, que era el pub que estaba situado más cerca de donde vivían. Estuvieron unas dos horas bebiendo cervezas y hablando, fundamentalmente Javier que no paraba de repetir las mismas historias. Estaba Cristina con él, su compañera de cama, así era como él la definía:
–No es mi novia, no es mi amiga, compartimos cosas y nos acostamos juntos. Eso sí ¡es una tía genial, no te vayas a pensar!, con ella se puede hablar de todo desde ir al cine a correrte una juerga.
–Nunca mejor utilizado el término, de ello podemos estar seguros.
Laura estuvo hablando con Cristina pero ésta no parecía entenderla con suficiente claridad ni ella a Cristina. Ésta se excedía utilizando palabras en argot demasiado co- loquiales e ininteligibles.
Fue una velada amena dentro de lo que cabe decirse porque estaba muy cansada psíquicamente, estaba volviéndose tarumba por pensar tanto y se comía mucho el coco maquinando todo el día.
Regresaron a casa, hacía un frío de espanto, lo cual vino bien para reanimarla en la medida de lo posible. Se encontraba mucho mejor después de refrescarse de esa forma, le daba el aire frío en la cara y se encontraba mucho más a gusto. Fue a dormir sin más, aquel día durmió como un lirón, fue uno de los pocos días en los que no se desveló, fue la consecuencia de una serie de días en los cuales el sueño se había acumulado cada vez más y se iba encontrando pero y peor cada vez. Ni siquiera puso el despertador para levantarse al día siguiente, esto supondría un sobresfuerzo y no conseguiría hacerlo. Así que durmió doce horas seguidas sin despertarse ni una sola vez. Se levantó de mucho mejor humor dispuesta a darlo todo y a que le den todo, a comerse el mundo como se suele decir, sin ningún problema antes. La situación le exasperaba, pero a la vez le daba fuerzas, muchísimas ¡no te puedes imaginar cuántas! Para jugárselo todo a una y a la vez por cierto sentimiento morboso, disfrutaba con ello ¡Y no sabes hasta cuánto! Cada día era más feliz y el ser independiente y libre afirmaba su personalidad hasta tal punto, que todo era así y cada vez mermaba más su conformismo, se exigía más a sí misma y esperaba menos de los demás. Esto la hacía muy feliz porque ella sabía que tenía que estar sola y acompañada en ciertos momentos, pero no siempre. Uno es uno y siempre es uno aunque haya dos.
Ese mismo día por la tarde, después de haber hecho todos sus deberes de estudiante y trabajadora, dejó una nota en su cuarto que decía si alguien me llama, decidle que estoy en la habitación ciento veintiséis (la de su amiga). Una vez allí se dirigió a la habitación cuarenta seis y dejó una nota que advertía: si alguien me llama, bajad a buscarme a la habitación cuarenta y seis, si hacéis el favor. Entonces la llamaron a la puerta de la habitación cuarenta y seis.
–Hola, soy yo, un japonés de tu clase. Me llamo Ching, ¿te acuerdas de mí? Solemos sentarnos juntos en la clase de lingüística, ¿recuerdas?
–Hola Pierre, ¡ya has conseguido tomarme el pelo! Podemos quedar para ir al cine o si quieres ir a tomar una copa.
–No mira, ¡hoy mejor no!
– Bueno, pero quedan muy pocos días para vernos. Entonces ¿para cuándo quieres que lo dejemos? ¿Vas a hacer algo estos días?
–Sí, tengo un par de cenas de despedida. Una pasado mañana, otra el viernes y otra cuando me vaya también.
–¡Bueno! Pero mañana, ¿tienes que hacer algo?
–En principio no, llámame mañana y haremos algo.
–Vale, ¡hasta luego!
–¡Hasta luego!, un gross bissous.
–Muy bien, adiós.
Al día siguiente volvió a llamar a la misma hora, había otro recado en la puerta que decía: Estoy en la habitación ciento veintiséis ¡Ya sabéis!, dadle el teléfono.
Llamó entonces a la habitación ciento veintiséis marcando el número correspondiente. Susana agarró el teléfono antes de que ella se dispusiese a cogerlo y mandó a Laura que se alejara.
–¡Tú vete!
–Hola Susana, está Laura.
–No, no está.
–No entiendo nada, acabo de llamar a su cuarto y me acaban de decir que está ahí ¿cómo no va a estar? ¡Es imposible!, si estaba hace un rato pero desapareció. No sé dónde está.
–¿Ah, pero no está contigo?
–Pues no. Iría a hacer un recado o a ver algún amigo, francamente no lo sé.
–Bueno, pues podemos quedar.
–Sí, pero no sé lo que vamos a hacer. Vamos a ir al holiday a las ocho a despedir a una amiga que se va y a acompañarla hasta la estación. De esta manera ocurrió, Laura y Susana aparecieron no a las ocho sino a las nueve menos cuarto en el holiday. Pierre llevaba tres cuartos de hora esperándola en la misma cafetería, pero para sorpresa de ella, no estaba solo sino con cinco amigos. Ella no lo vio y se dirigió hacia el fondo donde había visto a todos sus amigos. Pierre rápidamente se irguió e intentó besarla en la boca delante de sus amigos, ella rehuyó el intento mostrando la mejilla.
–Hola Laura ¿qué? ¿Has venido a verme?
–No exactamente a ti, sí he venido por despedir a una amiga, pero podemos quedar dentro de un rato. Voy a decirle adiós a la estación y vuelvo.
–¿Cómo cuánto tardarás? ¿Media hora quizás? Esta vez no fue media hora sino una hora entera. Apareció después de tan largo tiempo y él estaba aguardándola con otro amigo tomando un café.
–¿Habéis tardado mucho?
–Sí, el tren se retrasó bastante y ya sabes esa parafernalia, se pasan horas esperando a que salga el tren.
–Vale ¡Muy bien! ¿Ya habéis dicho adiós a vuestra amiga?
–Sí, venimos a hacerlo.
–¿Fue triste la despedida?
–Fue conmovedora pero no triste, pues la que se iba estaba contenta de irse. Debía estar harta de estar aquí ¡No me extraña!
–El tiempo es espantoso y aquí me agobio bastante, no me sorprende que ella se aburra más, en la medida de lo posible mi estancia aquí no ha sido tan mala.
–Sí, es cierto y volviendo al tema ¿opináis que los hombres franceses son diferentes a los españoles?
–Sí, sustancialmente en una cosa; los franceses hablan mucho y los españoles bastante menos, pero actúan más. Vosotros sois muy liberales, mostráis todo hacia afuera y luego a la hora de la verdad nada de nada. Y no hablemos de las francesas…
Su amigo parecía un poco despistado en la conversación. Aparecieron Juan, Estefanía, Clara y Francisco. Laura no pudo evitar mirar con recelo y cierta envidia a Estefanía que con un desprecio absoluto le dijo “hola” gesticulando como si estuviera sonriendo, cuando en realidad no era esto lo que estaba haciendo sino una mueca muy patente.
–Bueno chicos, Laura habló con Francisco, estuvieron charlando acerca de Portugal, por lo que pasaba largas temporadas en Portugal. Era hijo de españoles, que habían huido de España a Francia durante la Guerra Civil española por ser republicanos y se había exiliado allí, eran del Sur de Francia, gente de talante abierto y simpático, subían el tono de voz cuando hablaban y eran más expresivos que muchos de los bretones. Francisco la miró fijamente y Lau- ra cruzó su mirada dos veces mientras la miraba intensamente al tiempo que bebía su cerveza.
Se fueron con Estefanía y con Clara y dijeron: Vamos a ir a cenar a un restaurante que está cerca de aquí ¿qué vais a hacer vosotras?
–Nos quedamos, después no sé lo que haremos.
–Bueno, espero veros más adelante y ya hablaremos aunque tú te vas pronto ¿no es así Laura?
–Sí, la semana que viene. El domingo en cinco días
–Pero, ¿no te ibas el uno de julio?
–En principio sí, pero he adelantado el viaje porque quiero examinarme en el mes de junio de varios exámenes que tengo en Madrid y me iré antes.
–Ya veo, ya, pues tenemos que hacer una fiesta de des- pedida ¿qué te parece?
–Sí posiblemente ¿Por qué no?
–¡Bueno! ¿y tú Pierre?
–¡Yo me quedo!
Estuvieron cinco minutos esperando y después dijo Laura –¿Nos vamos?
–Vale, según fueron saliendo Pierre le dijo:
–¿Quieres venir a casa a dormir?
–No gracias. Hoy no puedo
–Podríamos pasarlo muy bien ¿seguro que no quieres venir?
–No
Al tiempo que hacía esto la agarraba por su hombro.
–¡Esperadnos!
–Ya os esperamos, Adela puede venir con nosotros.
– Sí, vamos a la Ciudad Universitaria, quien vaya allí puede venir con nosotros, no hay ningún problema. Entonces fueron ellas dos con ellos en el coche. Estaba la música a un volumen muy alto, ellas iban a hablando en el coche y él las dejó en la puerta. Primero salió Adela, después Susana y Laura retrasando momentáneamente la salida.
–Bueno, hasta luego. Ella se acercó ligeramente a él para darle un beso en la mejilla, él desvió la misma cuanto pudo hasta tocar sus labios. Esta vez no duró ni uno ni dos segundos, fue un ardiente beso en el cual la lengua de él fondeaba a conciencia la cavidad bucal de ella durante un minuto o quizá un poco más, pues en estos casos se pierde la noción del espacio y del tiempo. Laura estaba muy complacida, salió del coche con una sonrisa socarrona en la boca.
–¡He ganado!, ¡he ganado! Pensaba y murmuraba al mismo tiempo.
Adieu, dijo ella rotundamente.
–¡Hasta la próxima! Te llamaré mañana.
– ¡Vale, yo te digo adieu ¡me voy!
Orgullosa de si misma, con la cabeza bien alta entró por la puerta de la residencia.–¡Bieeen! Susurró al entrar. Al día siguiente Pierre volvió a llamarla, ya era jueves y Laura se iba el domingo. El sábado lo había reservado para sus amigos. Sólo quedaban el jueves y el viernes para estar con él. Pierre la llamó por teléfono.
–¿Te gustaría hacer algo hoy? –Inquirió.
–Sí, me gustaría, el caso es que no puedo. Tengo millones de cosas que hacer.
– Sí pero el domingo te vas, ¿no es así? ¿Cuándo nos veremos?
–Francamente no lo sé.
–¿Habrás pensado en hacer algo con tus amigos?
–Sí, seguramente algo haremos pero todavía no lo he planeado. Cuando llegue el día ya lo veré.
–Por lo visto sólo se puede mañana ¿te gustaría ir a cenar a un restaurante conmigo?
–En principio podría ser, además si no no nos vamos a ver.
–¡Está bien!, mañana. Llámame a las ocho, estaré en casa o eso creo.
A las ocho en punto del día después él la llamó, esta vez ella cogió el teléfono.
–¿Quedamos?
–¡De acuerdo, a las nueve y media!, ¿te parece o prefie- res después?, ¡cómo tú veas!
–¡Muy bien!, a las nueve y media paso a recogerte.
Laura estuvo estudiando hasta las nueve y media, pues tenía un examen ese mismo día a las diez de la mañana, era un examen oral y simplemente se dedicó a repasar lo que ya había estudiado con anterioridad. A la nueve y cuarto comenzó a arreglarse, se vistió y se maquilló un poco, con mucho cuidado y cuidando mucho las pinceladas. La verdad es que estaba mucho más guapa, no tenía apenas ojeras o al menos las disimulaba con su capa externa del maquillaje alrededor de su cara. Pierre llegó puntual a la cita.
–¡Estás muy guapa!. Le devolvió el cumplido sonriéndole y guiñándole un ojo.
–¿Estás lista?
–Como siempre, puedes verlo.
–Sí es cierto ¿Cuándo quieras?
–Ahora mismo si quieres ¡Venga no se hable más!
Bajaron las escaleras y subieron al coche que estaba aparcado enfrente de la residencia.
–Bueno ¿Y adónde quieres ir?
–No había pensado nada ¿y tú?
–Yo nunca pienso en nada ni tampoco planeo. Dijo contundentemente.
–Ya, pues no sé. Tú sigue recto y en el primer sitio que veamos nos paramos.
–No, las cosas no pueden ser así. Se me está ocurriendo ¿te acuerdas de aquella crepería que te gustaba tanto?
–Sí.
–Podemos repetir e ir allí ¿guardas un buen recuerdo?
–¡Vale! ¿Por qué no?
Llegaron a la calle:
–Era una de éstas ¿no?
–No, está bastante más abajo.
–Parece mentira que lleve un año aquí y me oriente tan mal.
–Sí, tienes razón. Ya me acuerdo ¡qué despiste!, vamos pues.
Entraron en el restaurante, aquél día estaba bastante vacío.
–¿Hay sitio libre?
–Sí, podéis sentaros por allí delante si os parece.
–¡Muy bien! ¿Está ocupado por el otro lado?
–No, no está. Lo que ocurre es que los días entre semana no abrimos a menos que se haga una reserva por una cena de varias personas o algo así, si no no vale la pena puesto que con esta parte nos llega.
–¡De acuerdo! Dijeron a la vez. Tomaron asiento en la mesa que estaba más hacia el fondo para evitarse la corriente que se producía al estar la puerta abierta y asimismo para estar más en la intimidad, ellos dos solos, uno enfrente del otro.
–Hoy quizás sea nuestra última cena juntos.
–Sí, es muy posible.
–¡Disfrutemos de ella!
–Desde luego, un brindis por los viejos tiempos y por los que nos esperan
Tomó su copa de sidra y él la suya y brindaron.
–¡Por ti!
–¡Y por ti también!
–¡Qué tengamos suerte y nos depare un buen futuro!
–Sí por tu Máster, por tu carrera y por todo.
–Una despedida tiene que ser siempre alegre. Dijo Pierre.
–Sí, puesto que te despides de algo para recibir algo nuevo. Sea lo que sea, después de una etapa aparece otra.
–Entonces ¿qué harás cuándo llegues a España?
–No lo sé, en principio intentar limpiar el curso lo mejor posible, sacarme de encima estos exámenes cuanto antes, después ya veremos. Me espera un largo verano y me exaspera no haber hecho ningún plan porque eso supondrá pasarme todo el tiempo en casa, exceptuando alguna pequeña excursión como mucho hasta Portugal. No creo que pase de los seiscientos kilómetros de distancia, entre otras cosas porque no voy a tener ni un ochavo. Por lo que me conformaré y haré de lo malo lo menos malo que encuentre, es decir, lo mejor en resumidas cuentas ¿y tú qué harás?
–En principio junio y julio los tendré totalmente ocupados, haciendo entrevistas para entrar en la Escuela Politécnica de París. Después ya veremos ¡nunca se sabe! Pero el mes de agosto y septiembre –al menos la primera quincena– la pasaré en casa. También llevo tres años –incluyendo veranos– fuera de casa y me apetece tener un verano tranquilo antes de irme a París.
–¿Con quién irás a París?
–Es posible que con mi hermana, ella quiere hacer Bellas Artes allí y si la admiten, alquilaremos un piso a medias, pero todavía no lo sé, lo desconozco ¿y tú?
–Seguramente me quedaré en Madrid, seguiré en la misma Universidad, aunque puede que me cambie; ya que va a ser el último año, me compensaría ir a una mejor, de más prestigio, por varias razones, en cuanto a que es mejor que me prepare lo más posible y aprenda todo lo que pueda si quiero sacar una oposición y aunque no me interese también y después ya veremos. Otra razón es que de cara a la empresa privada, influye donde hayas estudiado, donde te hayas sacado el título puesto que hay una diferencia considerable entre estudiar en una universidad y en otra ¡ya veremos!
–¡Bueno! y hablando de otra cosa ¿guardas buen recuerdo de nuestra relación?
–Sí, la verdad es que estoy muy contenta y tengo un buen recuerdo de lo nuestro.
–¿De qué momento te acuerdas más?
–No hay ninguno en concreto, pero muchos hablando en líneas generales. Siempre he disfrutado más cuando salíamos, íbamos de excursión y eso, pero sobre todo cuando estábamos juntos mucho tiempo, hiciésemos lo que fuera, era cuando más disfrutaba ¿y tú?
–Cuando fuimos de viaje una semana por Bretaña ¿te acuerdas?
–¡Cómo no voy a acordarme! Sí, también lo pasé muy bien.
–Estuvo en silencio durante unos minutos.
–La verdad es que eres la mujer con la que más he aguantado en mi vida ¿sabes? Y para mí eso es un record, siempre pensé que nunca llegaría a conseguirlo, pero realmente todas las demás me hartan al poco de conocerlas y en cambio a ti te he llevado todo este tiempo sin hastiarme.
–Hombre, ¡muchas gracias!, es muy amable por tu parte decirme eso.
– Sí, es la verdad. No lo digo por complacerte.
–Yo creo que no soy lo suficientemente maduro para querer a alguien y para estar con alguien, ni siquiera un tiempo. Pero contigo es distinto en cierta forma.
–Sí, yo soy muy tolerante y además tengo mucha paciencia.
–¡Es curioso lo que te ocurre! ¿no crees?
–No sé. El fallo está en las mujeres porque queréis atarnos a los hombres.
–¡Búscate a un maricón entonces, sería una actitud muy pragmática!
–¡Ejem!, lo que menos necesito ahora es una mujer, quiero estar solo por un tiempo. Las mujeres me encantan pero hay que aguantarlas.
–Lo que tú necesitarías es una amante por días o incluso por horas, lo que se conoce con el nombre de fulana. Aunque hay unas cuantas en tu facultad y podrías salir o alternar con ellas.
–Tampoco es lo que busco.
–¿Entonces te has planteado tu sexualidad? ¡qué sé yo!
–No podría beber ni salir de juerga con mis amigos. No sé si me entiendes.
–Creo que no, ¿podrías explicármelo?
–No quiero ninguna mujer por ahora, quizás de aquí a diez años. Ahora no estoy preparado para tener ninguna relación.
–Ya, ése es el problema entre tú y yo–yo sí estoy preparada– y sería capaz de asumir esta relación. Ahora mismo no, debido a imposibilidades, soy dependiente y no tengo ni oficio ni beneficio como quién dice.
–Ya veo.
–Pero de aquí a dos años–quizá alguno más–estaré concienciada.
–Te estoy imaginando con cuarenta años.
–¿De veras?
–¿Y qué ves?
–Una mujer seria, felizmente casada, muy fiel, con mu- cha clase y con hijos.
–¿Sí, cuántos?
–Tres o cuatro Pitufos.
–¿Y me ves bien así? ¡Qué poco me quieres!
–De aquí a varios años me refiero.
–Ah, bueno, quince por lo menos.
–¿Te gusta el crêpes?
–El mío está un poco frío y la pasta con la que lo hacen no es de hoy mismo, estoy segura de que por lo menos es de esta mañana.
–Bueno ¿pero te gusta o no?
–¡Está bien! Pero me parecen peores que la otra vez. ¿No opinas lo mismo?
–No soy un entendido en crêpes pero tú te lo has tomado entero, ¡no debe estar tan mal!
–No, pero soy perfeccionista y aunque está muy bueno estaba mejor la otra vez. ¡No, mucho mejor! Aunque puede ser una opinión muy subjetiva por mi parte, la verdad es que hoy tengo mucho apetito y aquel día me moría de hambre.
–Sí , yo me lo estoy comiendo entero y está delicioso. De hecho, voy a repetir creo, ahora pediré uno diferente.
–Yo también, no sé qué hacer, venga vale, en fin ¿por qué no? ¿no será demasiado?
–Bueno ya, lo voy a pedir y punto y final, aunque por otra parte no se hable más. Sí.
–Voy a mirar la carta. Estoy dudando ¡déjame pensar!
Laura miró la carta de arriba abajo. En primer lugar miró el precio y a continuación desvió la mirada a la columna de la izquierda para ver de qué se trataba. No quería excederse en el precio por dos razones: la primera es que si pagaba ella, no tendría dinero para tomarse una copa. La segunda razón es más tajante todavía, si hubiera la anómala posibilidad de que él invitase y sería bochornoso pedir lo más caro. Al final se limitó a pedir un crepe intermedio, él no lo hizo así, sin embargo pidió el más exquisito, la especialidad de la casa –esto es intolerable– pensó ella– me ve siempre a mí tan discreta y él tan grosero, ¿a quién se le ocurre? ¡Qué mal educado y acostumbrado está! Los crêpes llegaron en un santiamén. A los pocos minutos estaban reunidos, Pierre comenzó a engullir sin masticar, ya había acabado cuando ella llevaba tan sólo tres bocados de su crêpes. Una vez que hubo terminado encendió un cigarro y empezó a fumar, exhalando bocanadas de humo hacia dónde estaba ella. A veces ella dudaba si lo hacía a propósito o era descortés–que poca sensibilidad y egoísmo tenía aquel individuo para olvidarse de que una persona estaba enfrente. Después de tan suculenta comida, él preguntó: ¿te gustaría ir al cine?
.No, prefiero ir a tomar una copa y hablar, esta es nues- tra última noche y me gustaría que charlásemos y no ver una película.
–¡Me parece estupendo! Fueron a por el coche y se dirigieron a un pub situado a dos calles más arriba, al que habían ido en repetidas ocasiones para tomar algo. Era un piano bar, siempre había un grupo de aficionados tocan- do algo de música; la mayoría eran pequeños artistas que querían darse a conocer y esa era la única forma de salir adelante y ganar lo suficiente para poder subsistir.
Aquella noche tocaban viejos éxitos de otros cantantes de moda pero no actuales, música años setenta y ochenta, no posterior. Llegó el camarero y les preguntó qué deseaban tomar. Laura respondió a mí un demi ¿y a ti?
–Me dijiste que me ibas a invitar ¿recuerdas?
–Sí ¡Claro! Pide lo que quieras.
–¡Una coronita extra! –Comandó él.
Al instante apareció el camarero que sirvió las copas. Estuvieron un rato hablando de lo mucho que habían disfrutado juntos, Pierre le dijo que con ella se sentía muy a gusto y que le había dado una gran seguridad en sí mismo estar con ella, decía que anteriormente era una persona de talante tímido e introvertido y que después de haberla conocido se había vuelto diferente.
–Sí, me alegro que en algo te haya mejorado nuestra relación y no asintió nada más.
–¿Y tú?
–Sí, yo estaba muy a gusto contigo. Además realmente haces honor a tu nombre y a tus raíces.
–Sí, entonces no hace falta ocultarlo.
–No, desde luego.
–Oye, me voy a sentar junto a ti, así te veo mejor, estoy de espaldas al concierto.
–Vale, ¡perfecto! No tienes por qué disculparte.
A los cinco minutos él cogió su mano muy temerosamente.
–Déjame coger tu mano y disfrutar de ella por última vez.
–Sí claro.
Le dio su mano derecha y Laura la izquierda, estuvieron de esa forma durante unos cinco minutos hasta que ella se soltó de su mano para poder asir su jarra de cerveza. Pierre se la volvió a coger insistentemente mientras Laura miraba a su alrededor, había un grupo de hombres cerca que la estaban observando desde la mesa contigua a la de ellos. Miraban y cuchicheaban al tiempo. Entonces él le rogó y susurró al oído.
–Laura por favor ¡dame un beso!
Sin mediar palabra se lo dio, un beso muy leve y muy tierno más por parte de él que de ella. Pierre no se atrevía a dárselo por sorpresa, quizás temeroso por una reacción inesperada ¡buena señal! No tenía ya esa supremacía sobre ella que esperaba tener; por consiguiente se encontraba dando tumbos en un terreno escabroso de lo que Laura era consciente o al menos lo intuía. Al poco rato inquirió:
–Me apetece una cerveza y la voy a pedir al camarero ¿tú quieres algo?
–¡No tengo dinero!
–Te dije antes que la que invitaba era yo y lo mantengo.
–¡Entonces vale!
–¡Muy bien, así me gusta! Oiga por favor (se refiere al camarero) ¡tráenos unas cervezas!
El garçon volvió en un momento con las dos cervezas en una bandeja.
–¡Aquí están, son diez francos!
–¡Toma! ¿está bien?
–¡Sí!
Bebieron sus cervezas tranquilamente hasta que Laura dijo:
–¿Cuándo quieras?
–¡Ya! Si tú quieres.
Salieron por separado y Laura se adelantó, la cogió del hombro y se dejó querer. Llegaron al coche y él sin ninguna ayuda ni iniciativa por su parte, se acercó a su asiento y dijo:
–Tengo que buscar una cosa en la guantera. Esto lo dijo al tiempo que apoyaba sus manos en la pierna de ella, ella se quedó estupefacta mirándole y él se dio la vuelta y ni corto ni perezoso se dirigió directa y rápidamente a los labios de ella. Se dejó besar sin oposición, pero sin devolver la jugada. Entonces él fue más lejos y la abrazó fuertemente. Laura tuvo la delicadeza de situar su mano en vez de en su trasero en su cintura con sumo reparo. Entonces empezó a besarla ya chuparle los labios mordisqueando delicadamente los mismos, a lo cual le contestó haciendo lo mismo. Paró entonces y habló.
–¿Nos vamos a casa?
–¡Sí!
–Pero a la mía y los dos.
–¿Cómo dices?
–Tengo ganas de ir a casa pero no solo sino contigo.
–No sé pero es mal momento. No tengo ni ropa ni nada para cambiarme y tengo clases mañana, sería conveniente que fuera a mi casa.
–Pero no necesitas nada.
–¿Estás seguro?
–¡Por supuesto! Mañana nos levantamos pronto y te dejo en casa para que te cambies y llegues a clase, no hay nada que puedas necesitar para una sola noche.
–Por lo menos el cepillo de dientes.
–No, no hay nadie que vaya a olerte el aliento, además mañana vas a casa pronto por la mañana. Si quieres puedes utilizar mi cepillo.
–No, el cepillo de dientes es personal e intransferible.
–Bueno, ¡vente por favor!
–No sé.
Arrancó el coche y no añadió nada más, Laura se hizo la sueca. En el coche él la agarraba y paraban en cada semáforo, Entonces le daba un beso cada vez que paraban.
–¡Estoy tan contento, tan contento de que estés conmigo! Soy tan feliz, me alegro muchísimo de estar contigo. No lo entiendo pero estoy encantado. Iba repitiendo esto sin cesar, llegaron a casa, aparcaron el coche y salieron del mismo. Pierre dijo:
–Tengo que ir detrás de aquellos arbustos para arreglar un asuntillo.
El asuntillo era una meadilla, tenía un curioso hábito de orinar siempre en la calle y no sentía ninguna vergüenza en absoluto. De hecho, un día que iba corriendo por la mañana temprano había sentido unas ganas espantosas de defecar y se había escondido bien detrás de unos matorrales para que no le viera nadie hasta el punto que los perros habían ido siguiéndole corriendo detrás de él.
Después de mear a la intemperie, la agarró y comenzaron a cantar los dos. Subieron en el ascensor hasta el cuarto piso donde vivía, entraron y sin pensarlo dos veces fueron directamente a su habitación. Se besaron y él comenzó a desnudarse, ella le ayudó a quitarse los zapatos y le dijo:
–No, déjame quitarte todo, quiero ver y palpar hasta el último rincón de ce beau corps.
–Bueno, antes de nada tengo que ir al cuarto de baño.
Entonces ella fue a la toilette y volvió.
–Estoy ya preparada, no tengo que ir más al cuarto de baño.
Iba quitándole la ropa por partes y todo al mismo tiempo, tenía ya cuatro botones de la blusa desabrochados y el pantalón bajado hasta que recordó que se había dejado puesto un salvaslip.
–¡Ay Pierre!, no te puedes imaginar lo que me ha ocurrido. Voy al cuarto de baño, es sólo un segundo.
Volvió al cuarto de baño con los pantalones hasta la rodilla y volvió de él tal como había entrado.
–¡Ésta es la última interrupción, te lo juro!
–¡Vale, pero es incomprensible! ¿Qué tenías que hacer en el cuarto de baño?
–Cosas de mujeres, ahora no es el momento de explicártelo. Es mejor olvidar el cuarto de baño ¡No te inquietes por eso!
–No lo entiendo, me rompe todos los esquemas ¿qué diablos tenías que hacer?
–¡Tonterías! Estaba muy excitada y tenía que ir al cuarto de baño para no tener una excitación precoz.
–No alcanzo a comprender y ¿qué tiene que ver el servicio con todo esto?
–Si fueras mujer lo entenderías
–¡Ya! ¡Mujeres!
–Bueno, sigamos.
Siguió despojándola de su ropa hasta que hubo completado la acción de desvestirse. Entonces ella comenzó a desvestirle a él.
Una vez que se la hubo quitado, los dos cuerpos desnudos se unieron en un abrazo. Empezaron a palparse el uno al otro y acabaron en la cama. Él encima de y ella abajo, se dieron un revolcón y cambiaron las posiciones; retomaron su forma primitiva y finalizaron el acto de esta forma como siempre. Después se acostaron y al poco rato se quedó profundamente dormido boca arriba o al menos esto era lo que aparentaba. Laura intentó conciliar el sueño y no pudo. Al cabo de tres cuartos de hora Laura se levantó, fue a la habitación del compañero de Pierre, no estaba allí, así que cogió su edredón y se trasladó al salón, vio el tenis, el trofeo Roland Garros, un partido de mínima importancia como los dieciseisavos de final aproximadamente.
Se quedó rendida en poco tiempo y durmió en aquel sofá toda la noche, hasta que él por la mañana le dio un pellizco en el pómulo que la hizo levantarse sobresaltada.
–¿Quién? –gritó.
–¡Ah, eres tú? –dijo en voz baja.– ¿Cómo estás cariño? Dijo muy melosa mientras le daba un beso.
–Te levanto porque es tarde.
–Lo digo porque no podía dormir y vine aquí a ver la televisión y después sin darme cuenta me quedé grogui, dijo deliberadamente.
–Bueno ¿vienes a la cama?
–¡Está bien! Pero hasta dentro de una hora no me molestes.
Los dos se tumbaron esta vez. Laura empezó a achucharle pero inmediatamente se retrajo, miró hacia el otro lado y cerró los párpados, más tarde se le acercó y empezó a rozar levemente su pie con el dedo, después con el índice de su mano y su hombro, Pierre se situó boca abajo y empezó a darle un ligero masaje con sus dedos a lo que contestó:
–¡Qué placer! Me encanta lo que me estás haciendo.
Se puso a su lado y la atrajo fuertemente hacia sí y sugirió:
–¿Quieres que hagamos el amor?
–¡Bueno, está bien! Pero te estás olvidando del protocolo.
–Sí, perdona pero es que no hay tiempo suficiente.
–Voy corriendo a por el preservativo ¡Vete desnudándote!
–Ya lo estoy prácticamente.
–Bueno, quítate la camiseta y la ropa interior.
–¡Mejor hazlo tú!
–Bueno, vale.
–¡Ya voy!
–¡Aguarda, no lo creo!
–Sí, es el momento.
–No es muy romántico.
–Eso depende del interés que muestres tú.
–¡Está bien!
Estuvieron así durante unos minutos, una vez que habían acabado él se fue al cuarto de baño como un relámpago a lavarse mientras que Laura permanecía tumbada en la cama hasta que Pierre interrumpió:
–Ahora sí que tienes que apresurarte, en diez minutos salimos. No da tiempo ni para tomar “le petit dèjéuner”.
Se vistió tan aprisa como pudo.
–¿Ya estás arreglada para salir?
–Estoy vestida si eso es a lo que te refieres.
Salieron, bajaron en ascensor y fueron hacia el coche, se pusieron los cinturones de seguridad, Pierre encendió el motor, metió la primera marcha y la llevó a su casa. Una vez hubieron llegado.
–¡Ya estamos! ¿Llegarás a clase?
–No, pero entraré de igual modo.
–¡Bueno!, pero recuerda pasado mañana a las ocho de la mañana como un clavo en mi habitación para llevarme al aeropuerto, no quiero llegar tarde.
Laura no tenía sueño, fue a buscar a Susana y juntas fueron a tomar un café con croissants a una cafetería cercana al colegio mayor, donde había la mejor bollería de toda la ciudad, era un día de sol, muy extraño teniendo en cuenta la latitud en la que vivían pues los frentes siempre pasaban por allí. Después cogieron un autobús para ir al centro y hacer fotografías, estuvieron paseando mucho tiempo, haciendo escaparatismo sin comprar nada, Laura no pudo resistir la irremediable tentación que representaba para ella ir de compras y acabó adquiriendo una colonia para la colección. Ya disponía de cuatro y una más no era necesaria para poder sobrevivir. El día se pasó en blanco, sin hacer nada, disfrutando del buen tiempo y yendo de un lado a otro, charlando, viendo cosas y disfrutando del placer del que no tiene nada que hacer y dispone de todo el tiempo del mundo para sí mismo.
A media tarde regresaron a la residencia, Laura recogió sus bártulos, los cuales no le cabían en la maleta. Con mucho esfuerzo logró cerrar el equipaje, prescindiendo de ciertas cosas que había dispuesto empaquetar para dárselas como regalo a Pierre y no eran más que cuatro porquerías, que afearían el armario o la estantería de cualquiera, dos libros de poca trascendencia para la literatura francesa, unos cubiertos de acero inox que no hacían juego y eran muy pesados. Un plato, una ensaladera y no recuerdo nada más. Todo ello embalado en papel de periódico con cinta aislante. Después de haber organizado sus menesteres, se vistió y preparó la ropa que iba a ponerse al día siguiente. Con la chaqueta y el bolso en la mano bajó a buscar a los otros y juntos fueron a cenar a un restaurante aprovechando las ocasiones, su despedida y el cumpleaños de Susana.
La cena fue en un restaurante italiano. Fue una noche deliciosa y todos se comportaron de forma muy entrañable. Después fueron a ‘Los años azules’ a tomar copas, no había casi nadie, pero ellos bastaban, jugaron una partida de billar dos a dos y fueron a casa. Laura no podía nunca desvincular de su memoria aquellos amargos momentos de la despedida por lo que dijo: ¡Hasta siempre!, el día más inesperado nos reencontraremos. Pasadlo bien mientras podáis.
–Adiós, Javier
–¿Cómo que adiós? Hasta muy pronto ¡anda churri, dame un abrazo!
–0hhh, Javier, ¡cómo te voy a echar de menos!
–Y yo. ¿Pero me escribirás, pendón?
–¡Claro! Pero veo que has aprendido una cosa. ¿Cuándo harás lo que tú quieras y no te dejarás llevar por los demás?
Llegó a casa en el coche de uno de sus compañeros de andanzas nocturnas, subió a preparar y empaquetar aquellos bártulos que no le había dado tiempo a preparar ayudada por Susana; a eso de las tres acabaron de prepararlo todo y ella se echó a dormir, durmió mal aquella noche así como tantas otras, quizás le había cogido manía a aquella habitación tan lúgubre y poco hogareña que tenía, que constaba simplemente de unos muebles color madera, unas estanterías haciendo juego con el mobiliario, una cama, una mesilla, una mesa, un lavabo y un bidé. Resultaba poco acogedor, el resto de las habitaciones eran iguales, las paredes estaban pintadas color crema, no era muy bonito y en conjunto no era muy agradable.
Al día siguiente se levantó a las siete y media de la mañana para ducharse, al final decidió no hacerlo pues no iba muy sobrada de tiempo, además no era indispensable; ya se ducharía al llegar a su casa después del viaje, ni siquiera se maquilló salvo un poco de carmín que matizaba sus labios, se enjuagó los dientes, se peinó ligeramente y metió todavía más cosas en las maletas.
Una vez que estaba todo preparado se sentó y se fumó un cigarro. Susana ya estaba preparada, eran las ocho y diez, pidió a su amiga Gael que fuera a llamar por teléfono para tomar un taxi. En esto apareció Pierre inusitadamente dentro de la habitación.
–Hola, ¿estás preparada?
–¡Sí, totalmente!
–¡Bueno pues nos vamos!
Cogieron todo y se fueron. Pierre cargaba con una maleta, Susana y Laura con otra cada una. Allí estaban también unas amigas de ella que habían subido a despedirse y las acompañaron hasta el coche. En el coche iban Pierre y Susana, fueron camino al aeropuerto. Estaba pensativa, nerviosa y contenta a la ve mientras que él estaba impasible como siempre.
–¡No te quejarás, me he levantado sólo para venir a buscarte y llevarte al aeropuerto.
–¡Ya hombre! Porque tienes un examen a las nueve. Creí que ya no venías y mandé a Susana a llamar a un taxi que me llevara al aeropuerto, pero veo que al final no hizo falta. ¿Llegaremos?
–¡Por supuesto! Y aunque subiésemos a las ocho y media también estaríamos a la hora en punto”.
–Bueno perder un avión no me haría mucha gracia aunque tienes razón.
–Bueno ¿y qué vas a hacer cuando llegues?
–No sé, no tengo nada planeado. Aunque me gustaría hacer algo ¡ya veré! Me aburriré bastante este verano aunque encontraré bastantes cosas qué hacer, entre ellas estudiar como una jabata.
– ¡Muy bien!
–¿Echarás de menos esta ciudad?
–Sí. Pero no creo que vuelva por aquí en mucho tiempo, lo he disfrutado mucho y prefiero quedarme con este re- cuerdo. París me encanta como sabes y nunca me olvidaré de esta ciudad.
–Sabes que París estuvo a punto de ser bombardeada y el general al mando desobedeció las órdenes de Hitler evitando que quedase totalmente destruida.
–Sí, ese rollo lo he oído mil veces. En cualquier caso Saint-Maló, Brest y otras ciudades sí sufrieron bombardeos y fueron reconstruidas tal cual.
– Sí pero ésta algunas las hicieron rápidamente sin importarles cómo.
–París, una ciudad que incita a la melancolía. Fíjate la cantidad de borrachos que hay y la música tan triste que tocan en Montmartre; aunque también incita al amor, a la vida. Es una ciudad maravillosa donde puedes hacer todo lo que quieras
–Es lo más bello que he visto en mi vida, siguieron hablando hasta que divisaron el aeropuerto, hacía muy buen día y había una visibilidad estupenda.
–Además hace sol, dijo Laura.
–Así tendré un buen recuerdo de París, el día que llegué y el día que me fui hizo sol, el resto llovía.
–¡Es curioso!, pero la primera impresión es la que cuenta y desde ese punto de vista no sería tan feo ¿no?
–Sí efectivamente.
–En fin, a ver si encontramos aparcamiento.
–Sí, sino lo dejamos delante de la acera y así lo puedo ver desde dentro.
En cuanto llegaron, sacaron las maletas del coche. Susana cargaba con una, Pierre con otra y Laura con un bolso en la mano, algo parecido a un maletín y otro bolso adicional.
–¡Ya estamos! Llegaron y facturaron, después se sentaron, no había tiempo ni de tomar un mísero café, hablaron un rato y Susana les dejó solos.
–¿Me escribirás? Preguntó Pierre.
–Sí claro ¡cómo no voy a escribirte! Ya tengo tu whatsapp, correo electrónico, facebook, cuenta de linkedin y tus señas, me las diste en el coche y tú las mías. Así que nos enviaremos whatsapps, correos, postales por nuestros respectivos cumpleaños e incluso podremos llamarnos de vez en cuando.
–¡Sí, claro!
Todo el mundo ha subido al avión, sólo quedo yo y me están avisando ¡será mejor que me vaya! Sí ¡Susana, Susana, dónde estás! ¿La has visto?
–No, estará en el cuarto de baño.
Susana apareció al instante, Laura le dio un beso a Pierre en la boca sin mucha insistencia y a Susana un abrazo, después le dio un amago de abrazo o un medio abrazo y dijo adiós con la mano, pasó los equipajes por la aduana y los recogió, volvió la vista atrás e hizo un ademán con la mano de despedirse. Pierre absorto se quedó mirando hasta que se fue, como si se hubiera esfumado, al menos de su alma. Laura ya disipada en la lejanía comenzó a llorar y su rostro se cubrió de lágrimas.
Se fue y nunca más volverá.