Algo muy extraño
Jorge estaba profundamente asombrado. ¡Los hombres seguían allí! Pero ¿dónde estaba Jack? ¿Qué le habría pasado? Estaba inmóvil, bañado por la luz y con la boca abierta.
—¡Vamos! ¡Entra! —dijo el hombre, impaciente—. Has dicho «Carlitos el Descarado». ¿Traes algún mensaje de él?
Jorge abrió más la boca. ¿Un mensaje de él? ¿De Carlitos el Descarado? ¡Pero si era solamente una contraseña! ¡El nombre de un perro! ¿Qué quería decir aquel hombre?
—¿Quieres entrar de una vez? —insistió el hombre—. ¿Qué te pasa, muchacho? ¿Tienes miedo? No nos vamos a comer a un mensajero de Carlitos.
Jorge entró lentamente en la habitación. Su inteligencia empezó a trabajar repentinamente a toda velocidad… Un mensajero de Carlitos… ¿Podía haber alguien que se llamara Carlitos, Carlitos el Descarado? ¿Creían aquellos hombres que él era un enviado suyo? ¡Qué extraordinario!
—No habrá ningún mensaje de Carlitos —dijo el hombre llamado Zeb—. ¿A santo de qué? Está esperando noticias nuestras, ¿verdad? Di: ¿te ha mandado Carlitos para que te demos noticias?
Jorge no hacía otra cosa que asentir con la cabeza. No quería decir nada. Aquellos hombres parecían creer que él había ido a verles en busca de noticias para un hombre llamado Carlitos. Quizá si se esperase a que le dieran el mensaje, le dejarían marchar sin hacerle más preguntas.
—No sé por qué nos manda Carlitos un chico tan tonto —gruñó Zeb. ¿Tienes un lápiz, Larry? Escribiré un mensaje.
—Un chico que no abra la boca, que no diga una sola palabra es justamente el mensajero ideal para nosotros —dijo el hombre de la voz clara—. Di a Carlitos lo que hemos decidido, Zeb. Dile también que marque con rayas blancas el ángulo de la lona.
Zeb garrapateó algo en un cuaderno de notas a la luz de la linterna. Arrancó la hoja y la dobló.
—Aquí tienes —le dijo a Jorge—. Llévaselo a Carlitos, y no sigas llamándole Carlitos el Descarado, ¿eh? A los niños que se quieren hacer los graciosos se les arrancan las orejas. Sus amigos pueden llamarle como quieran, pero tú no.
—¡Bah, deja en paz al chico! —dijo Larry—. ¿Dónde está Carlitos ahora, niño? ¿En Dalling o en Hammond?
Jorge no sabía qué contestar.
—Dalling —dijo al fin, sin tener idea de lo que este nombre significaba.
Larry le arrojó un chelín.
—¡Vete ya! —dijo—. Este sitio te da miedo, ¿no es verdad? ¿Quieres que te acompañe hasta el pie de la Colina?
Esto era lo que menos deseaba Jorge. Negó con la cabeza. Los hombres se levantaron.
—Bueno, muchacho, si quieres compañía, nosotros nos vamos ahora. Si no, lárgate.
Jorge salió disparado, pero no fue muy lejos. Primero volvió a la habitación inmediata, felicitándose de que la luna hubiera vuelto a salir e iluminara la pieza lo bastante para que él pudiera correr hasta la ventana. Trepó y pasó al otro lado con bastante dificultad porque le temblaban las piernas y no podía dominarlas.
Encontró un espeso matorral y se arrojó en él. Si aquellos hombres se marchaban, como habían dicho, podría esperar a que se fueran, y entonces volver a la casa y buscar a Jack. ¿Qué le habría pasado a su amigo? Todo indicaba que había desaparecido sin dejar rastro.
Los hombres salieron cautelosamente del «Henar del Tigre», hablando en voz baja. La lechuza pasó volando sobre sus cabezas y lanzó un graznido que los sobresaltó. Después Jorge oyó que se reían y bajaban tranquilamente la Colina.
Lanzó un suspiro de alivio. Luego salió del matorral a rastras y volvió a la casa. Se quedó parado sin saber qué hacer. ¿Intentaría volver a decir la contraseña? La última vez le había dado resultados sorprendentes. Por lo tanto, quizá fuera mejor pronunciar el nombre de Jack únicamente.
Pero antes de que tuviera tiempo de decirlo, una voz salió de la puerta de la habitación inmediata.
—¡Carlitos el Descarado! —dijo aquella voz en un perceptible susurro.
Jorge se quedó inmóvil y no contestó. ¿Era Jack el que había dicho la contraseña? ¿O sería otra persona, que conocía al verdadero Carlitos el Descarado, quienquiera que fuese?
Entonces se encendió una luz que se proyectó sobre él, pero esta vez, gracias a Dios, era la linterna de Jack, el cual lanzó una exclamación de alivio.
—¿Eres tú, Jorge? ¿Por qué demonio no me ha contestado cuando he dicho la contraseña? Tenía que saber que era yo.
—¡Oh, Jack! ¿Dónde estabas? ¡He pasado un rato horrible! —dijo Jorge—. No debías haberte marchado dejándome así. ¿Dónde te has metido?
—Estaba escuchando a esos hombres y caí dentro del armario —dijo Jack—. Se cerró la puerta a mis espaldas y no pude oír ni una palabra más. No me atrevía a moverme por temor a que esos hombres me descubrieran. Pero, al fin, abrí la puerta, y, al no oír nada, me pregunté dónde estarías tú. Por eso he dicho la contraseña.
—¡Oh ahora lo comprendo! —exclamó Jorge con un suspiro de alivio—. Así, ¿no sabes lo que me ha pasado? Los hombres me descubrieron y…
—¿Te descubrieron? ¿Y qué te hicieron? —dijo Jack, asombradísimo.
—Ha sido incomprensible —dijo Jorge—. Yo también dije la contraseña, ¿sabes?, esperando que tú la oirías. Pero los hombres me oyeron susurrar «Carlitos el Descarado» y me invitaron a entrar y me preguntaron si era un mensajero de Carlitos.
Jack no lo comprendió en seguida, por lo que Jorge necesitó un buen rato para meterle en la cabeza que aquellos tres hombres habían creído que alguien que ellos conocían, y que se llamaba Carlitos el Descarado, le había enviado a él, a Jorge, romo mensajero.
—Y me dieron una nota para él —dijo Jorge—. La tengo en mi bolsillo.
—¡Oh, Jorge! —exclamó Jack, repentinamente excitado—. ¡Esto es emocionante! Puede tratarse de otra gran aventura. A ver esa nota.
—No; vamos a casa y allí la leeremos —dijo Jorge—. Quiero salir de este lugar siniestro. No me gusta ni pizca. Algo vino hacia mí de lo alto de la chimenea, y por poco me da un ataque. Vamos Jack, quiero salir de aquí.
—Espera un momento —dijo Jack, acordándose de algo repentinamente—. Hay que pensar en Sussy y Jeff. Tienen que estar aquí también, en algún sitio de este caserón. Debemos buscarles.
—Tenemos que averiguar cómo sabían ellos que había una reunión aquí esta noche —dijo Jorge—. Vamos a llamarles, Jack. Yo estoy seguro de que no hay nadie entre estas paredes, pero los llamaremos.
Gritó a todo pulmón:
—¡Jeff! ¡Sussy! ¡Salid, estéis donde estéis!
Su voz se extendió por todo el caserón, arrancando ecos aquí y allá, pero nadie contestó.
—Exploraré todos los rincones —dijo Jack, y lo dos muchachos entraron valientemente en todas las vacías y ruinosas habitaciones, alumbrándolas con la linterna.
No había nadie. Esto preocupó a Jack. Sussy era su hermana. Los chicos tienen que cuidar siempre de sus hermanas, aunque sean tan pesadas como Sussy. ¿Qué le habría pasado?
—Jorge, tenemos que ir a casa tan de prisa como podamos para decirle a mi madre que Sussy ha desaparecido. Y también Jeff. ¡Vamos! Puede haberles pasado algo.
Volvieron a casa de Jack tan rápidamente como les fue posible. Cuando corría hacia la puerta principal, Jack vio a su madre que volvía de la reunión del comité. Se abalanzó sobre ella.
—¡Mamá! ¡Sussy ha desaparecido! ¡Se ha marchado! ¡Se fue al «Henar del Tigre» y no está allí!
La buena señora le miró, alarmada. Abrió a toda prisa la puerta principal y entró seguida de los chicos.
—¡Contádmelo todo en seguida! —dijo—. ¿Qué queréis decir? ¿Por qué salió Sussy? ¿Cuándo?
En esto, una puerta se abrió de golpe en el piso de arriba, y una voz alegre gritó:
—¡Hola, mamá! ¿Eres tú? ¡Ven y verás cómo corre el tren de Jeff…! No nos riñas por ser tan tarde. Esperábamos a que volvieran Jack y Jorge.
—Pero si es Sussy —dijo la madre, sorprendida—. Jack, ¿por qué has dicho que tu hermana había desaparecido? ¡Qué broma es ésta!
Sí, allí estaban Sussy y Jeff, que habían cubierto el suelo de líneas de ferrocarril.
Jack se quedó mirando a Sussy, sorprendido e indignado. Así, pues, ¿no había salido? Ella le sonrió con malicia.
—¡Te fastidias! —dijo con insolencia—. ¿Quién vino a espiar nuestra reunión, la de los Cinco Célebres? ¿Quién escuchó lo que decíamos y se lo creyó? ¿Quién ha ido al «Henar del Tigre», a pie y en la oscuridad? ¿Quién es un bobo de remate?
Jack se lanzó sobre ella como un energúmeno. Ella, riendo, se parapetó detrás de su madre.
—¡Vamos, Jack, vamos! —dijo la buena señora—. ¡Basta ya! ¿Qué es lo que ha pasado? Sussy, vete a la cama. Jeff, recoge las vías. Ya es hora de que te vayas. Tu madre llamará, extrañada de que no estés ya en casa. ¡Jack! ¿Has oído lo que te he dicho? ¡Deja en paz a Sussy!
Jeff fue a recoger sus vías y Jorge le ayudó. A los dos les imponía la madre de Jack cuando se ponía seria. Sussy corrió a su habitación y la cerró dando un portazo.
—¡Es una estúpida! —rugió Jack—. Un día la…
—¡Ve a abrir el grifo de la bañera! —le ordenó su madre severamente—. Os iréis a la cama sin cenar. ¡Esto es intolerable!
Jorge y Jeff desaparecieron tan pronto como les fue posible, cargados con las cajas de los trenes. Jorge se olvidó por completo de lo que llevaba en el bolsillo, de aquella nota escrita con lápiz dirigida a un individuo llamado Carlitos el Descarado, y que ni siquiera había leído…