Reí y afirme sus brazos a los lados.
—Si lo pides amablemente consideraré detenerme.
Sin soltar sus brazos comencé a depositar besos en su cuello y pecho. Mi lengua saboreo el resto de helado sobre sus pechos, seguí bajando hasta su vientre, hasta que mis dedos encontraron el botón de sus pantalones. Cuando la tuve desnuda debajo de mi me levanté sobre mis rodillas y la observé.
Sonreí un poco al ver su cabello lleno de restos de comida, incluso su mejilla y cuello estaban sucios.
Ella me observó y sonrió.
—Estas hecho un asco —soltó antes de reír.
Alcé una ceja y me desnude.
—Pues tú vas a estar a un peor—. Llegue cerca de ella y la besé.
Mi corazón latió muy rápido mientras la besaba, me sentía eufórico, feliz, excitado, todo al mismo tiempo. No lograba entender esta necesidad de Julieta, y no me interesaba comprender.
Cuando sentí los dedos de Julieta sobre mi cabello, su cuerpo moviéndose, estremeciéndose bajo el mío, mi pecho se llenó de una dolorosa necesidad. La quería más cerca aun, quería meterme dentro de su cuerpo cientos de veces, de la misma forma como ella se estaba metiendo en mi corazón.
Capítulo 28
En la noche.
Observé la luna llena a través de la ventana y sonreí al recordar la escena en la cocina. Luego de limpiar, ambos habíamos comido y hablado.
Suspiré y observé alrededor de la habitación. Qué estaba pensando Julieta al enviarme allí, ya llevaba veinte minutos en el mismo lugar. Nada más que esperando.
Cuando ella ingresó mantuve mi mirada en el piso.
—Mírame, hay algo que vamos a hacer —dijo ella, la miré y esperé en mi lugar.
Debía admitir que me estaba cansando de estar arrodillado allí, sin hacer nada. Ella sonrió suavemente y se acercó a mi hasta que levantó mi rostro con la punta de sus dedos y pude mirarla a los ojos.
—Un buen sumiso adora obedecer —acaricio mi mentón con un dedo—, esta noche vas a ser un buen sumiso y solo obedecerás —trague tenso y ella se alejó—. De pie, desnúdate.
Lo hice enseguida, me trague mi mueca al sentir mis músculos agarrotados, debía hacer más ejercicio si quería continuar con esto, y claro que lo quería.
Luego de desnudarme esperé. Ella tomó algo de un mueble y lo echó en su mano, regreso frente a mí y sin decirme nada tomó mi pene.
Jadee al sentir el frio gel contra mi piel y luego gemí cuando ella lo esparció por toda mi erección, continuó haciéndolo hasta que esta se calentó.
Mierda, pensé. Si seguía así iba a terminar corriéndome, solo que ella me sorprendió al liberarme.
—No te toques —advirtió y se alejó de mi.
Me queje y observé.
Que mujer más cruel, pensé un segundo entre divertido y adolorido. Mi pene estaba a más no poder, tenso y levantado, y ahora, también levemente brillante y caliente. Al darme cuenta de que el calor no disminuía apreté mis puños a los lados para evitar acariciarme.
Un segundo después levanté mi vista y observé a Julieta arrastrar un espejo de cuerpo completo, viejo y alto, frente de la cama. Trague aún más tenso al ver como lo acomodaba y observaba alrededor, luego de arreglar su posición un par de veces me miró. Una suave sonrisa en sus labios me dijo que estaba en problemas, en un gran, dulce y atrayente problema.
—Siéntate en la cama —ordenó, lo hice.
Caminé hasta ella y me senté como indicó, justo frente al espejo. Ella se subió a la cama y se arrodilló detrás de mí. Nos observamos a los ojos hasta que ella se movió un poco y susurró muy cerca de mi oído.
—Te vas a acariciar exactamente como yo lo diga y por el tiempo que quiera — oh mierda, pensé —oh si —dijo ella como si supiera lo que estaba pensando.
Luego de acomodarme mejor en la cama me preparé.
—El gel que te puse te ayudara con la fricción, no se calentara más que eso así que estarás bien — trague y sentí —toma aire suavemente —lo hice un par de veces hasta que me relajé.
Sentí la cama moverse y ella se acercó más a mi espalda. En esa posición podía ver solamente su rostro justo tras mi hombro, nada más.
—Tócate con una mano —susurró y lo hice, tomé mi sexo con una mano y evité estremecerse—.
¿Cómo se siente?
—Duro —solté, la vi sonreír y lo hice de vuelta.
—Puedo ver eso —murmuró—. ¿Qué más?
—Caliente —me apreté un segundo—, suave.
Su respiración provocó que un estremecimiento atravesara mi espalda.
—Acaríciate un poco, no aprietes mucho—. Como me indicó me acaricie, apenas tocándome pero lo suficiente para sentir que lo hacía.
Gemí.
—Aprieta un poco más—. Obedecí, mi respiración se hizo más rápida al igual que los latidos de mi corazón. —Muévete un poco más rápido —sin pensarlo acaté pero, cuando ella mordió mi hombro con fuerza calculada me detuvo —no tan rápido —regañó, regresé a mi caricia —sí, así.
Jadee un poco mientras continuaba.
—Abre los ojos—lo hice, ni siquiera me había dado cuenta de que los había cerrado.
No observé lo que hacía en el espejo sino a ella, que también me miraba, su boca se acercó a mi oído y sin dejar de verme murmuró.
—Te gusta —susurró.
Continué acariciándome y trague tenso al sentirme demasiado cerca de mi orgasmo.
—A mi si —continuó ella —verte hacer esto me hace desearte dentro de mí.
Cuando su lengua acarició mi cuello casi me corrí.
—Señora —jadee —yo…
—No —susurró ella —no puedes correrte, no cuando apenas llevamos unos minutos.
—¡Oh Dios! —me quejé.
—Hazlo más rápido—ordenó, gemí y obedecí.
Ahora mi mano se movió más rápido, con mi otra mano libre tuve que afirmarme a la cama mientras continuaba.
Mierda, mierda, mierda, pensé. Me iba a correr, lo sabía, podía sentirlo.
—Detente —susurró ella y mi mano se congeló enseguida, casi salté lejos de la cama cuando la mano de Julieta apareció justo bajo la mia para apretar mi base con fuerza.
—Mierda —jadee y libere mi pene de mi mano, cerré los ojos con fuerza mientras algo muy parecido a un orgasmo pasaba a través de mi, solo que con ella afirmándome para que no me corriera no logró convertirse en uno del todo.
Cuando el espasmo terminó me relajé y abrí mis ojos, ella me observaba con intensidad. Su mano liberó mi sexo y gemí al sentir la sangre correr más libremente.
—Vamos a hacerlo de nuevo —murmuró, volví a gemir y observé mi pene aun erecto—. Me gusta esto de ver cómo te corres sin hacerlo.
—Mm —fue lo único que atiné a decir, mi cerebro había abandonado mi cuerpo.
—Ahora —ella tomó mi mano y la guio hacia mi pene —hazlo de nuevo, vamos a ver cuántas veces puedes soportar.
***
Escuché el teléfono vibrar sobre el velador horas después y luego sentí la cama moverse a mi lado, solo permanecí con los ojos cerrados, como si siguiera durmiendo.
—¿Si? —murmuró Julieta, la oí suspirar—, ¿cuándo? —ella se movió en la cama—. Espera un segundo.
Cuando dejó la cama y la oí caminar abrí mis ojos justo para verla llegar a la puerta que daba al balcón y salir envuelta en una sábana.
Curioso me puso de pie y la seguí.
Julieta permaneció dándome la espalda, escuchando el teléfono ajena a lo que la rodeaba.
—No, no es necesario. ¿Ha mejorado?, lo sé, eso lo tengo claro —ella suspiró —sí, adiós —colgó.
Al observarla en el balcón, envuelta en esa sábana blanca de seda, con el cabello negro cayendo como una cortina suave, sedosa y oscura, provocó que mi corazón se apretara dolorosamente. Fue en ese momento que me di cuenta de que estaba enamorado de Julieta y de que ella me ocultaba algo.
—¿Estás bien? —le pregunté suavemente.
Julieta se tensó un segundo pero no se giró a verme, solo asintió.
Llegué tras ella y la abracé.
—¿No tienes frio? —preguntó ella al sentirme.
Sonreí un poco.
—Mm —dijo acercándola más a mi cuerpo —un poco —murmuré cerca de su oído.
Julieta se alejó un poco y se quitó la sábana, sonreí y la tomé, luego nos envolví a ambos otra vez.
Suspirando suavemente apoyé mi mentón en su cabeza.
—Podría acostumbrarme a esto —le oí murmurar.
Me moví hasta su oído. Observé el paisaje que tenía delante y como comenzaba a amanecer.
—Es un lindo lugar —murmuré.
—Sí, pero no me refería a eso—. Sonreí suavemente.
—Bien, aquí todo es más tranquilo—. La sentí sonreír de vuelta.
—Tampoco me refería a eso.
—¿Entonces a qué? —pregunté y la giré suavemente, cuando la tuve enfrente esperé.
—A ti —susurró ella.
—Sí —dije—, yo también podría acostumbrarme.
Capítulo 29
17 de junio, 2015.
Maldije entre dientes al reconocer la cara de los ladrones que acabábamos de arrestar. Metí dentro de mi automóvil a uno de ellos mientras Baltazar empujaba al otro. Cuando cerré la puerta lo miré, él se encogió de hombros.
Sí, pensé, ya no me sorprendía que estos chicos terminaran así.
Pasé una mano por mi cabello y negué con mi cabeza, ahora iba a tener que llamar a sus padres y estos tendrían que conseguir un abogado si no querían que sus hijos terminaran en prisión.
Al subir al vehículo Baltazar me miró arrugando su frente pero no dijo nada. Llevaba años encontrándome con chico como ellos, viéndolos caer. Yo sabía que si sus padres hubieran establecido un poco de disciplina en sus caóticas vidas, no estarían en la parte trasera de mi automóvil, callados y tensos, tan nerviosos que sabía que si los presionaba lo suficiente terminarían vomitando.
Cuando llegamos a la central llevé a los chicos hacia una celda. Cuando cerré la reja ambos se acercaron.
—¿Va a llamar a nuestros padres? —dijo el que parecía más joven.
Asentí.
Ellos se miraron entre sí.
—Pero… nosotros… no puede hacer eso.
—Debieron pensar en las consecuencias antes de hacer algo así, como ambos son menores de edad sus padres deben venir por ustedes.
—¿Qué pasara después? —preguntó el otro.
—Dependerá de sus abogados si es que llegan a juicio.
Ambos asintieron y yo me alejé.
Al acabar mi día regresé a mi hogar y bajé de mi automóvil. Solo que me congelé al ver a un hombre al otro lado de mi calle, observándome. Arrugue mi frente un segundo y comencé a moverme hacia él. No podía verle la cara, el tipo llevaba una chaqueta con capucha que lo cubría muy bien. Aun así sabía que me estaba mirando, podía sentir sus ojos sobre mi rostro, como si me examinara detenidamente.
Todo esto no me gustó, menos que estuviera justo frente a mi departamento. Cuando pretendí cruzar la calle en su dirección un autobús me detuvo, un segundo después logré cruzar pero ya no había nadie. El hombre se había esfumado.
Extrañado regresé frente a mi edificio y miré en todas direcciones antes de subir.
Me olvidé del asunto apenas llegué a mi cama, tenía cosas más importantes en las que pensar, como la fiesta anual de policía y mi cita con Julieta.
Capítulo 30
Más tardes esa noche.
Llegué al edificio de Julieta justo a tiempo. Le envié un mensaje y bajé del automóvil para esperarla a un lado. Observé mi reflejo en la ventana del automóvil y lo que podía ver de mi traje negro. Acomodé mi corbata color calipso y abrí mi chaqueta.
Al escuchar un silbido me giré y sonreí. Julieta caminaba hacia mí.
Suspiré suavemente la verla en su vestido del mismo color que mi corbata. Este era elegante y sencillo. Parecía que había amarrado una serie de trozos de seda sobre su cuerpo, que si tiraba uno de ellos el vestido desaparecía en el aire.
Cuando ella se detuvo a un paso me miró de pies a cabeza, luego me indicó que girara con su mano y acepté divertido.
—Me gusta esa corbata—. La observé un segundo.
—Será porque tú me la regalaste.
—Exacto —dijo ella y se acercó.
Toque su vestido y la tela se sintió como agua entre mis dedos. Levanté mi mano y acaricie el cuello de Julieta hasta su clavícula, regresé a su hombro y la tirita que lo mantenía en su lugar.
Mi otra mano tocó la trenza elegante que caía sobre su hombro derecho. Su suave cabello negro brillaba a causa de la luz que nos rodeaba.
—Quiero saber algo —murmuré.
Ella esperó y tocó mi corbata con la punta de sus dedos.
—¿Qué quieres saber de mi?—. Sonrió.
—No es sobre ti —aclaré—, sino sobre ambos.
—Esto es serio —dijo ella, asentí.
—¿Qué somos Julieta? —la miré a los ojos—, ¿qué tipo de relación tenemos?
Ella solo me observó.
—Sé que debí preguntar esto antes, o en otra oportunidad, hacerlo de forma más… —apunté con mi mano alrededor —íntima, pero no puedo esperar.
Ella sonrió y se acercó a mí, agarró las solapas de mi chaqueta y me empujó para que mi boca estuviera cerca de mi oído.
—Has la pregunta entonces.
Me acerque a su oído y murmuré.
—Dulce Julieta —la oí reír —¿Quieres ser mi novia?
Ella siguió riendo y apoyó su frente en mi pecho.
—Oye, no te rías cuando te estoy haciendo una pregunta tan importante.
—Es que… —ella tomó aire y se tranquilizó —me siento como si tuviera quince años.
—Por eso te ríes como quinceañera.
Ella me golpeó en el estómago.
—¡Ey! —me quejé.
Sonreí como si nada.
—No, miento, además tú siempre me haces sentir como si tuviera quince, así que ya considero que es normal.
Ella besó mi mentón. Llegue a su oído.
—Entonces, ¿cuál es su respuesta?
—Que sí, Gustavo, si quiero ser tu novia.
La besé enseguida, la abracé de la cintura y la apegue a mi cuerpo sin importarme el lugar donde nos encontrábamos. Simplemente disfruté de su boca, de su olor y sabor. Del calor de su pequeño cuerpo.
Ella se alejó y jadeo.
—Debemos ir a una fiesta.
—A quién le importa la fiesta—. Besé su cuello.
Si, a quién le importa la fiesta si ahora la mujer delante de mí era mi novia. Lo único que faltaba era saber que sentía por mí.
—Basta —ella afirmó mi rostro y me miró—. Me invitaste a esta fiesta y vamos a ir.
Me quejé y la besé.
—Solo porque me gusta tu vestido, y mi corbata —sonrió —y me caes bien.
Ella volteo sus ojos y caminó hacia su automóvil.
Treinta minutos después ya estábamos en la fiesta, caminando alrededor. La guie hacia una mesa y luego de comprobar que era la nuestra tomamos asiento.
Cuando Baltazar llegó a mi lado y se sentó nos miró a ambos. Se sorprendió un poco al ver a mi acompañante antes de sonreír y ponerse de pie para saludar.
Baltazar llegó cerca de Julieta.
—Hola, soy Baltazar—. Mi amigo me ignoró a propósito.
—Hola —dijo Julieta y me miró un segundo —soy Julieta.
—Sí, nos hemos visto antes.
—Baltazar —saludé.
—Ah, oye, no te había visto —sonrió y miró a Julieta—. Me alegra haberte conocido al fin.
Suspiré.
—¿Y eso, por qué?
—Aquí el hombre jamás me cuenta sobre su vida, y eso que se supone somos amigos.
Ella sonrió.
—Yo tampoco sabía sobre ti —me miró un segundo —y eso que soy su novia.
Sonreí un poco al oírla.
—Su novia —dijo Baltazar y me miró alzando una ceja.
—Exacto.
En ese segundo avisaron que la ceremonia estaría por comenzar. Baltazar regresó a su asiento cerca de mí mientras otras cuatro personas se sentaban en la mesa, dos policías que conocía y sus esposas.
Mientras comíamos Julieta habló con los demás, noté que para ella era bastante fácil dirigir una conversación. Preguntaba cuando debía y prestaba atención a todos a su alrededor. Ella se hizo amiga de las mujeres rápidamente, apenas unos minutos después ya las tres se rían suavemente a saber porque.
Cuando el jefe de policía se paró delante de todos y comenzó a hablar, guardamos silencio.
Escuché apenas lo que decía mi jefe, solo observé a mi mujer al lado, sonriendo suavemente. Miré hacia el frente unos segundos pero luego mis ojos se desviaron hacia ella otra vez.
Solo cuando acabó la comida observé alrededor.
Baltazar llamó mi atención y me acerque.
—¿Qué? —pregunté.
—Si sigues mirándola fijamente comenzara a desaparecer, ya sabes—. Voltee mis ojos y lo ignoré.
Todo el mundo comenzó a ponerse de pie para caminar hacia el salón de baile.
—Julieta —la llamó Baltazar.
—¿Sí?
—¿Me concederías el primer baile?
Ella sonrió.
—Claro, si lo pides tan formalmente.
—Pero… —solté sorprendido.
Julieta se acercó y me besó.
—Te prometo bailar contigo después.
No pude decir nada, solo solté un bufido al ver a mi mejor amigo y mi novia moverse hacia la pista de baile como si se conocieran desde siempre.
A mitad de canción preferí ir por algo de beber, por muy homosexual que fuera mi amigo seguía siendo hombre, y verlos bailar me ponía un poco celoso.
Cuando llegué al bar pedí un trago y me moví por el lugar observando a los demás.
Me arrepentí de eso apenas vi a la mujer al otro lado de la pista, a alguien que no veía desde exactamente diez años atrás.
Capítulo 31
Segundos después.
Cuando vi a la mujer alta y rubia, de expresión fría y calculadora, notarme, hice una mueca.
¿Qué rayos hace aquí?, me pregunté.
Claudia caminó enseguida hacia mí, como si la hubiera estado esperando.
—Mierda —murmuré y miré alrededor. Busque a Julieta entre la gente.
No quería que viera a Claudia, conociendo a esta última sabía que ella haría una escena o diría una tontería. Podían haber pasado años desde la última vez que la vi, pero algo me decía que no había cambiado nada, debía ser igual de egoísta que siempre.
Intenté alejarme de ella y me moví por el lugar, aun así Claudia me siguió. Cansado de esto la guie hacia un pasillo despejado.
—¿Qué quieres? —le pregunté molesto.
Ella alzó una ceja y se cruzó de brazos.
Antes, cuando fui más joven, esta mujer me había provocado muchas cosas. Ahora, lo único que deseaba era alejarme de ella, lo más rápido posible.
—Esa no es forma de hablarle a tu ama —le oí decir.
Me congelé al oírla, sin poder creerlo.
—Ama —repetí y negué con mi cabeza—. Nosotros ya no tenemos ninguna relación, tú no eres nada para mí, nada —recalque molesto.
Ella dio un paso en mi dirección, pero no me movió. Ella no tenía poder sobre mí, no desde hacía años. Ya no era ese chiquillo sorprendido y caliente. Era un hombre hecho y derecho que sabía lo que quería, como y donde. Y más aún, con quien.
Y ella, no era ese quien.
—Te equivocas —dijo Claudia—, siempre serás mi juguete.
La observé entre divertido y sorprendido.
—¿En verdad crees eso Claudia? —ella alzó una ceja—. Dime, crees que solo por pararte delante de mi caeré de rodillas a tus pies, como si no hubieran pasado años desde la última vez que nos vimos.
Moví mi cabeza de un lado a otro incrédulo.
—Te gustaba estar de rodillas a mis pies—. La observé y suspiré.
—No tengo tiempo para esto.
Intenté alejarme de ella pero agarró mi brazo, me detuve enseguida y la observé aún más molesto que antes, ella debió notarlo porque me liberó enseguida y dio un paso hacia atrás.
—Has cambiado—. Eso pareció sorprenderle, y algo más.
La mujer sonrió un poco.
—Ya no soy un adolecente enamorado Claudia, puede que ese chico hubiera hecho y desecho bajo tus… —alzó una ceja —órdenes, pero ya no. Ni mucho menos —solté un bufido.
—Algunas cosas nunca cambian Gustavo—. Ella se cruzó de brazos y me observó de pies a cabeza —y hay algunas que son demasiado fuertes para olvidar.
—O demasiado desagradables para recordar.
Guardamos silencio.
—¿Qué quieres? —le pregunté, ya más tranquilo.
Esa mujer no me significaba nada, más que un dolor de cabeza si pasaba mucho tiempo con ella. El saber eso me tranquilizaba, porque a pesar de mis palabras, si había estado un poco tenso al tenerla cerca. No por nada había pasado gran parte de mi adolescencia con ella.
Pero las cosas habían cambiado, mejorado.
—Qué, ya quieres irte, alejarte de mí—. Ella sonrió satisfecha y observó alrededor, suavemente se inclinó hacia mí mientras ponía sus brazos bajo sus senos, eso provocó que los levantara y me diera una perfecta vista de ellos. Me aseguré de solo observar sus ojos. —Un te pongo nervioso.
No dije nada, no valía la pena.
—¿Por qué no vamos a beber algo? —Claudia tomó un mechón de su cabello rubio y jugo con él entre sus dedos —y luego quizás, si lo deseas, podemos recordar viejos tiempos.
—Eso no va a pasar… —me calló cuando observé a la figura apoyada en el marco de la puerta, tenía los brazos cruzados bajo su pecho.
Observé el rostro de Julieta y casi me estremecí, no había nada allí, ni una sola expresión.
Claudia se giró para ver que observaba y como yo, se tensó al ver a Julieta.
—Julieta —dijo ella sin un ápice de humor.
—Claudia —respondió Julieta sin moverse siquiera—, hace un par de años que no te veía.
—No desde que tu primo termino en la cárcel—. Julieta entrecerró los ojos, yo la miré confundido.
¿Qué primo?, me preguntó, tuve un mal presentimiento.
—No desde eso —aseguró—, una lástima.
—Sí, él no debió…
—No —la interrumpió Julieta y casi sonreí al ver a la mujer rubia guardar silencio enseguida, supe quién era más intimidante de las dos—. Me refería, una lástima volver a vernos, si hubiera sabido no habría asistido a esta fiesta—. Ella me miró.
—Deberíamos irnos —le dije a ella, pasé al lado de Claudia sin mirarla y caminé en su dirección.
Julieta se alejó de la puerta y me esperó.
—Que te diviertas el resto de la noche, Claudia —le dijo Julieta a la mujer.
La observé un segundo.
Claudia tenía la mandíbula apretada y los brazos tensos a sus lados. Julieta puso una mano en mi brazo, la miré.
—Por lo menos yo sé que me voy a divertir—. Con eso la dejamos sola.
Capítulo 32
Más tardes esa noche
Estaba tenso sobre el sofá, observando a Julieta acariciarme.
Ella tomó mi polla con una de sus manos. Me acaricio lentamente un par de veces haciéndome jadear. Me afirmó como si se tratara de un joystick y comenzó a presionar mi cabeza con un pulgar suavemente. Jadee ante las sensaciones que esto me provocaron. Me liberó para volver a hacerlo un par de veces hasta que me revolví tenso en el sofá.
Pero no era esto lo que me tenía tenso en ese lugar, era ella y la expresión que mantenía en su rostro. Era el hecho de que ni siquiera se había quitado su chaqueta al llegar, como si no hubiera considerado siquiera el quedarse.
Ella continuó haciéndolo, cada vez más rápido hasta que no pude evitarlo y me corrí. Jadee al acabar pero nada más, no había sido extraordinario como otras veces, solo había sido una paja cualquiera.
Cuando ella se alejó la miré fijamente.
Julieta caminó por mi sala perdida en sus pensamientos.
—No me gusta —le dije tenso, no la miré—, te permito tenerme cuando desees pero no así —me observó —no como si fuera algo que tuvieras que hacer por obligación, sin un poco de deseo.
Me observó a los ojos largos segundos hasta que suspiró.
—Lo siento —me dijo con sinceridad—, pero no estoy acostumbrada a sentirme así.
La miré confundido.
—¿Así como?
Ella miró hacia otro lado y confesó.
—Celosa —murmuró, sonreí un poco pero, cambio la expresión cuando ella me miró—, jamás me había sentido así. Sí posesiva, mandona, dominante, incluso ridículamente dominante, pero celosa, no.
Ella suspiró y negó con su cabeza.
—Esa mujer… —me observó enseguida.
Suspiré y me acomodé la ropa, luego de subirme el cierre me puso de pie. Me quité la chaqueta y la dejé a un lado, hice una nota mental para mandarla a limpiar.
Me acerque a Julieta.
—Esa mujer, Claudia —dijo ella y miró alrededor pensando en lo que debía decir—, fuiste su sumiso —no era una pregunta, asentí y la observé enseguida.
—Hace años —aclaré enseguida—, muchos a decir verdad, cuando apenas tenía 19.
—Fue la primera—. Volví a asentir.
—Sí, nos habíamos conocidos desde la escuela, estuvimos juntos, fue con ella que descubrí… esto —me apunté.
—Debió ser importante para ti—. Ella me observó con intensidad, casi examinando mis reacciones, yo sabía eso, como policía observaba a las personas de la misma manera.
—Lo fue, estuve enamorado de ella—. Suspiré y decidí ser sincero, algo le decía que no era muy buena idea—, mucho, incluso pensé que pasaría el resto de mi vida con ella —negué con mi cabeza — pero ella no se sentía de la misma manera —observé sus ojos, la frialdad en ellos —así que terminamos y no volvimos a vernos.
—Hasta ahora.
—Hasta ahora —confirmé.
Ella cerró los ojos y suspiró, luego caminó hasta el sofá y se sentó en el borde, llevó las manos a su rostro.
Me sentí incómodo ante su silencio. No veía qué de importante podía ser esto. Sí, la mujer había significado mucho en mi vida, pero eso había sido hacía una década atrás, y yo ya no sentía nada por Claudia. E incluso, creía… no, estaba seguro, de que lo que sentía por Julieta era más intenso que lo una vez sentí por Claudia.
Como no se movió llegue frente a ella y me arrodillé delante, tomé sus manos y las alejé de su rostro. Se observaron con intensidad.
—Ella no significa nada para mí —Julieta apretó la mandíbula —nada —le aseguré —ni bueno ni malo.
—Fue la primera mujer en tu vida, la primera, sí significo mucho.
Negué con mi cabeza.
—Tienes razón cariño —acaricié sus manos —lo fue, pasado, ya no, hace una década que no la veía —. Llevé mis manos a su rostro —quieres saber lo que pensé cuando la vi —ella esperó —en ti.
Julieta arrugó su frente.
—No la deseaba cerca porque la conozco, cuando se me aproximó supe lo que iba a querer, y no deseaba que tú malinterpretaras el momento o que ella te molestara e hiciera sentir incomoda.
Julieta negó en seguida.
—Conozco a Claudia, se cómo es —alcé una ceja —antes nos encontrábamos seguido en algunos club.
Asentí.
—Entiendo —la observé a los ojos hasta que sonreí abiertamente—. ¿A sí que celosa?
Ella se quejó y cubrió su rostro.
—No me lo recuerdes, que aún me siento así —me observó enseguida —y el estar celosa de ella me hace sentir peor.
Al ver la suave sonrisa en su boca la besé enseguida.
—No dudes de mí, nunca.
Ella me miró sorprendida.
—No dudo de ti, si no de ella —ahora Julieta me besó, con más intensidad —y se me revuelve un poco el estómago al imaginarla contigo, aunque haya sido hace años—. Ella fingió estremecerse —si yo soy dominante ella es… —lo pensó un segundo —no puedo pensar en algo lo suficientemente malo.
Arrugue mi frente.
—En serio, lo que recuerdo de ella es que le gustaba que le obedeciera en todo, pero nada más — Julieta alzó una ceja—, solo lo digo.
—Pues deberías verla en acción, le gusta que la vean fornicar —alcé una ceja ante la palabra, ella se encogió de hombros —es la palabra, lo que hace no se explica de otra forma.
—¿La has visto mucho?
Ella lo pensó.
—Hace más de dos años que no voy a ningún club, pero si, la veía de vez en cuando.
Me sentí curioso por sus palabras
—También hace años que no voy a algún club—. Sonrió enseguida.
—¿Qué, quieres ir?—. Me se reí suavemente por su pregunta.
—¿Porque creo que la idea te gusta? —me besó haciéndome reír —¿estas intentando convencerme?
—Lo adecuado sería que te ordenara ir conmigo —nos observamos unos segundos —pero nunca haría algo así, mas sabiendo que tendrías que asumir muy bien tu papel en ese lugar.
Lo pensé. Sentía curiosidad por eso, ¿cómo se comportaría ella delante de otros? Además, no es como si ella me compartiera, ¿o sí? Arrugó su frente.
—¿Qué? —me preguntó Julieta y nos pusimos de pie.
La seguí hacia la habitación.
—¿Si fuéramos a un club —ella me miró interesada—, me compartirías?
—No —soltó enseguida, sonreí ante su respuesta—, tú solo me perteneces a mí, eres a mi quien debes obedecer, no a otros—. Con eso continuó desvistiéndose.
Sonreí suavemente. Observé cómo se quitaba el vestido y quedaba en ropa interior, una que llamó bastante mi atención.
—¿Y qué harías conmigo allí?—. Me cruzó de brazos y esperé.
La escuché reír suavemente.
—No lo sé, no soy muy dada al sexo en público.
—Entiendo eso, no te gustaría que nos vieran.
Ella negó con su cabeza.
—Que me vieran, mejor dicho, porque eso no significa que no te vean a ti —ahora yo alcé una ceja, Julieta caminó en mi dirección —pero… —ella comenzó a desabotonar mi camisa —no niego que me sentiría bastante orgullosa de que otros y otras —me miró a los ojos y dejó mi pecho descubierto — observaran esto.
Ella acaricio mi vientre y continuó hasta mi polla, la acaricio sobre el pantalón. Me estremecí enseguida.
—O esto —me susurró—. No sabes lo bien que te ves cuando te corres, y por simple gusto haría que te corrieras repetidas veces delante de otros —jadee cuando ella liberó mi polla y se dedicó a torturarme —solo para que sintieran envidia de mí y de lo que poseo.
Gemí y la observé mientras mantenía mis manos afirmadas en el mueble. Deseaba tocarla pero ella no me lo había permitido aún.
—¿Te gusta la idea? —me preguntó y besó mi mentón —que otros te observen, que otros te deseen y se imaginen todas las cosas que podrían hacerte —trague tenso y tomé aire con fuerza. —Lo imaginas, Gustavo —murmuró —te imaginas atado, con los ojos vendados, sabiendo que decenas de personas pueden verte, mientras yo te tengo en mi boca —gemí ante la idea y más cuando la sentí besar su pecho —mientras mi lengua te acaricia —ella continuó más abajo—. Me rogarías por tu liberación —la observé caer de rodillas, ella me miró en seguida —y te dejaría ir, simplemente para que los demás observaran lo que yo te hago, para que supieran que solo yo puedo tocarte y llevarte a otro orgasmo cuando me dé la gana.
La vi llevarme a su boca y gemí. Cuando me liberó la miré enseguida.
—Dime, ¿te gustaría?
Tomé aire para hablar.
—Si a mi señora le gusta, a mí también.
Ella me miró con intensidad y se puso de pie rápidamente, con una mano agarró mi cuello y me hizo agacharme para poder besarme, casi quede sin aire por la intensidad.
—Esa respuesta me deja muy satisfecha —sonreí enseguida al oírla, al saber que la satisfacía —y solo por eso, voy a permitir que te corras cada vez que quieras esta noche.
Me estremecí ante la idea.
—Y eso, serán muchas veces, ya lo veras.
Capítulo 33
25 de julio, 2015.
Miré por la ventana del restaurant y solté una grosería al ver a un hombre al otro lado. Lo conocía, era el mismo que me había estado vigilando frente a mi edificio.
—¿Qué pasa? —preguntó Julieta, negué con mi cabeza.
—No salgas de aquí —dije y me puse de pie.
Enseguida salí del lugar, el hombre se alejó al verme y muy rápido. Lamentablemente no logré darle alcance y cuando lo perdí de vista me preocupé y regresé al restaurante. Julieta aún estaba allí, mirando por la ventana hacia la dirección donde había ido.
Cuando llegue a su lado me miró.
—¿Qué pasa? —repitió tensa.
—Nada, no te preocupes.
Pensé que insistiría pero no fue así, y al verla solo entrecerrar los ojos y mirar hacia fuera un segundo, desee que lo hubiera hecho. Ahora, parecía que ella tenía una idea.
—Entonces —quiso cambiar de tema—. ¿Cuándo iremos a ese club?
Ella me miró y se relajó.
—Cuando quieras —sonrió—. ¿Por qué?, ¿tu curiosidad no te deja en paz?
Me apunté con un tenedor.
—Mi curiosidad y yo somos uno, pero sí, siento curiosidad.
Julieta negó con su cabeza y sonrió.
—Me gusta la idea de ir a un club, puede ser divertido.
Guardamos silencio hasta que recordé otra cosa.
—No sabía que tenías un primo en prisión.
Julieta detuvo el tenedor a medio camino y me miró, luego continuó como si nada.
—No es algo que le cuente a cualquiera—. Hice una mueca.
—¿Soy cualquiera? —pregunté.
Ella cerró los ojos y negó suavemente.
—No, lo siento, claro que no —dejó el tenedor a un lado—. No quise decirlo así, es que simplemente no hablo de eso, con nadie.
La observé unos segundos.
—Discúlpame —murmuró Julieta.
Tomé su mano y sonreí.
—Está bien, entiendo.
Ella me observó y luego mi mano, acaricio mis dedos con los suyos unos segundos.
—Esta por homicidio —murmuró ella.
Arrugue mi frente unos segundos, con una extraña idea.
—¿Cómo se llama?—. Ella arrugó su frente como yo.
—¿Por qué quieres saberlo?
—Dímelo por favor, tengo una extraña idea en mi cabeza.
Julieta no cambio el semblante.
—Eduardo de la Vega, ese es el nombre.
Cerré los ojos al oírla. No podía creer mi mala suerte.
—¿Lo conoces? —preguntó ella, la miré.
Suspiré antes de contestar.
—Digamos que sí—. Ella alzo una ceja al oírme.
Si hubiera mantenido mi curiosidad a raya, ahora no tendría que decir eso, pensé.
—El asesino a uno de sus compañeros de trabajo —Julieta asintió—, yo lo arresté un día después.
Ella solo me observó, por largos segundos.
—No recuerdo haberte visto en el juicio —murmuré, tratando de aligerar el ambiente.
—No tenías porqué, no fui.
Julieta observó alrededor.
—¿Te molesta que haya sido yo?—.Ella negó enseguida, pero tampoco me miró.
Alejé mi mano de la suya, me puso de pie y agarré mi silla, luego de cambiarme de lugar en la mesa, para estar a su lado, la miré.
—Dime entonces que te puso así —Julieta suspiró —puedo entender si te molesta, al fin y al cabo es tu primo.
—Era —corrigió ella —dejo de serlo cuando hizo algo así, y no es que nos lleváramos bien antes de eso. No te preocupes —tocó mi rostro —no estoy así por eso, solo me sorprendió que fueras justo tú. Eduardo merece lo que le pasó.
También acaricie su rostro pero no insistí. No servía de nada, si ella no deseaba decirme porqué estaba así, aunque insistiera no hablaría. Ya conocía su carácter para saber algo así.
Capítulo 34
29 de julio, 2015.
Tomé la mano de Julieta y la empujé divertido hacia mi pecho. Luego de ver la película decidimos ir a comer cerca del cine. Estábamos esperando nuestro turno por una mesa cuando ella se tensó entre mis brazos.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Seguí la dirección de su mirada y arrugue mí frente al ver a un hombre al otro lado de la calle, que también la observaba.
Este me miró y dio un paso hacia atrás. Tomó la capucha de su chaqueta y se la puso. Con eso lo reconocí enseguida, era el mismo hombre de la otra vez, el que me vigilaba.
Julieta salió de entre mis brazos y dio un paso hacia el extraño, solo que este se alejó rápidamente.
Ella comenzó a seguirlo, y yo a ella, hasta que tuvimos que correr.
—Julieta —la llamé, ella no se detuvo. Solo corrió tras el otro hombre.
Maldije y aumenté la velocidad. Justo cuando el hombre bajaba las escaleras para llegar al metro yo la agarré de un brazo.
—Espera—. Ella siguió observando hacia la entrada al metro —Julieta —la llamé y sacudí suavemente.
Ella me observó luego de un segundo.
—¿Qué haces?, ¿qué está pasando?
Julieta miró alrededor.
—No aquí —soltó.
Asentí. Cuando por fin llegamos a mi departamento yo estaba más que tenso, mi estómago tenía un inmenso nudo que no quería desaparecer.
Ambos nos detuvimos en la sala. La vi caminar por el lugar de un lado a otro.
—¿Qué está pasando? —ella no me miró—. Julieta —dije levemente molesto, esto no me gustaba nada.
Ella me observó luego de un segundo.
—¿Quién es él?, ¿de dónde lo conoces? —observó el piso antes de suspirar y dejarse caer en el sofá.
—Él es Dante —le oí decir, esperé y luego de un minuto ella agregó —es… fue el sumiso que tuve antes que tú.
Abrí mi boca sorprendido enseguida y me dejé caer a su lado.
—Ese hombre —murmuré y miré hacia el frente sin poder creerlo. Ese hombre fue su sumiso anterior.
Pero si el hombre era muy diferente a mi. Rubio, de piel blanca, ojos claros, alto, delgado, el tipo parecía un modelo, y fue su sumiso anterior.
No lo podía creer.
—No entiendo —dije luego de unos segundos—. ¿Qué hace siguiéndonos, siguiéndome?
La miré.
—¿Te ha seguido?—. Ella arrugó su frente.
—Hace días lo vi de pie frente a este edificio, vigilándome, lo vi la otra vez en el restaurant y ahora. ¿Qué está haciendo Julieta?, pensé que estaba bajo tratamiento psicológico.
—Lo está, se supone —ella pasó la mano por su cuello—, solo que no entiendo qué está pasando.
Ella se puso de pie y tomó su celular. La vi hablar por teléfono varios minutos, seria y molesta.
Pidió explicaciones sobre porque el tal Dante estaba en la calle. Cuando soltó una maldición me puso de pie.
—¿Cómo es que no me informaron de esto? —gruñó—, se supone que todo lo referente a él se me debe informar, por algo estoy pagando su tratamiento —ella me miró—, ¿desde cuándo’, necesito hablar con su psiquiatra —arrugó su frente —no, ahora, llámelo y dígale que me llamé, es urgente.
Colgó.
—¿Qué pasa?
—Al parecer tiene permiso para salir del centro algunas horas a la semana.
—Ya sabemos para que las está usando.
Ella solo negó con su cabeza y pasó ambas manos por su rostro una vez.
—Calma —la atraje hacia mí, la abracé y deposité un beso sobre su cabello, —estarás bien.
—No es yo quien me preocupa.
Acaricie su espalda.
—He recibido reportes de sus mejorías por meses, se supone que ya estaba bien, que si seguía así en un par de semanas podría irse del centro de cuidados y hacer lo que desee, jamás imaginé que fuera capaz de buscarme.
—¿Tienes miedo de él?—. Ella negó con su cabeza y me miró.
—Solo me siento culpable.
—Pero no puedes sentirte así por siempre, ya lo ayudaste, no puedes hacer más por él—. Ella asintió y cerró los ojos, apoyó su frente en mi pecho.
—Lo sé.
—Pero eso no quita que te preocupes.
—Sí, no lo hace.
La abracé unos segundos. Cuando su teléfono sonó Julieta se alejó para contestar. La observé unos segundos antes de preparar café. Ella llegó a la cocina cinco minutos después.
—¿Qué te dijeron?
—Lo mismo, Dante tenía autorización para salir, ya no más —la miré—. Su psiquiatra me informó que se suponía él no debía acercarse a mí por ahora, no por lo menos hasta que lo autorizaran.
—¿Por qué?
Le serví café.
—Me dijo que había pensado en llamarme para concertar una cita, para hacer algún tipo de cierre a la relación que tuvimos.
—Como un examen final —ella arrugó su frente—, si él hubiera podido hablar contigo tranquilamente significaría que ya está bien.
Asintió y bebió café.
—Cierto, como un examen final.
La observé y llegue a su lado, me agaché para estar frente a frente.
—Cambiemos de tema, ya que ahora se quién es, estaré más al pendiente. Si vuelvo a verlo te informaré para que se lo digas a su psiquiatra.
—Gracias—. Sonreí.
—Entonces, ya que hemos aclarado ese tema debo decirte que aún no satisfaces mi curiosidad — me levanté y regrese a la silla.
—Sobre qué en específico.
—Sobre el club.
Ella rio suavemente.
—Sí que sabes cambiar de tema —me encogí de hombros —y eso está resuelto. Mañana en la noche vamos a ir.
Capítulo 35
30 de julio, 2015.
Al ver el club trague nervioso. Julieta había sido muy específica en que solo llevara pantalones con botones en vez de cierre y una camisa negra, nada de ropa interior, claro, además de chaqueta y zapatos.
Conduje por el estacionamiento y cuando me detuve observé a Julieta a mi lado. Ella miraba alrededor.
—¿Estás seguro de esto?—. Me miró.
Pensé un segundo en su pregunta. ¿Estaba seguro?, no, pero si estaba curioso y excitado. Cada día descubría más sobre mí y mi personalidad, sobre todo estando con Julieta.
—Estoy más bien curioso —confesé.
Ella sonrió al oírlo.
—Está bien entonces, solo vamos a observar, si deseas algo dímelo y si yo deseo hacer algo y no quieres, no dudes en detenerme —sonreí y asintió.
—Bien.
Julieta tomó su bolso y sacó un paquete, alcé una ceja al ver dos máscaras negras. Ella me entregó una que cubría desde la mejilla hasta un poco más arriba de la frente y se quedó con otra que tenía pequeñas rosas en una esquina, también cubría más de la mitad de su rostro.
—¿Y esto? —pregunté examinándola.
Ella sonrío y se puso la máscara, se miró en el espejo unos segundos.
—Es tradición aquí, aunque una de las reglas es respetar la privacidad de los demás, todos deben llevar una —la apuntó.
Extendí mi mano y arreglé su cabello detrás de la máscara negra, observé sus ojos color castaño y sus labios rojos. Suspiré.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Ahora mismo quiero ponerte sobre el capo del auto y hacerte el amor—. Ella sonrió y tocó mi pierna.
—Deja la energía para después, la necesitaras.
Fingí que eso me molestaba y me puse la máscara. Al acabar Julieta me observó y arregló un poco mi cabello.
—Perfecto —me dijo.
Sonrió arrogantemente.
—Lo sé.
Mientras caminábamos a la elegante entrada le pregunté.
—¿Siempre visitaba este lugar?—. Ella asintió.
—Sí, conozco al dueño—. Solo la observé hasta que ella terminó por decir —te hablé de él—.
Ahora arrugue mi frente—. Es el novio que tuve en la universidad, el que me enseñó esto.
La miré unos segundos más sin saber que decir, observé la entrada y a los guardias. Así que el dueño de esto fue su anterior amo, el único hombre que ha logrado someterla. Arrugue mi frente, ¿y aún se mantenían en contacto?, ¿por qué eso no me gustaba?
—Oye —me dijo y la miré. Julieta se acercó y murmuró en mi oído—. Ahora es casi como mi hermano, solo somos amigos.
La observé enseguida.
—Incluso te lo voy a presentar y probablemente se comporte como si fuera mi padre —eso pareció avergonzarla un poco —me disculpo por eso pero —me miró fijamente—, no le hagas caso, es un tanto odioso cuando quiere, no caigas en su juego.
Sonreí y asentí. Solo eran amigos me dije, nada más. Que antes hubieran mantenido una relación no significaba nada.
—Entiendo—. La besé rápidamente y nos acercamos a los guardias.
—Bienvenidos al club Amor Dulce—. Miré un segundo a Julieta al oír el nombre. En serio, pensé —. Por favor pasen por recepción, y si no tienen, firmen su contrato de seguridad y privacidad, indiquen sus nombres de fantasía para que los conozcan.
Julieta asintió y me guio dentro del lugar.
Me acerque a su oído y murmuré.
—Amor Dulce.
Ella rio entre dientes.
—Jack es muy irónico.
—¿Jack? —repetí.
—El dueño.
—¿Qué es eso del contrato y apodo?
Llegamos a una puerta e ingresamos en otra habitación. Una mujer que no llevaba mascara nos sonrió y apuntó una sillas delante de ella.
—Por favor—. Nos sentamos y ella nos imitó—. Me presento, soy Carla, la recepcionista de Amor Dulce. En que puedo ayudarles.
Julieta tomó el asunto en sus manos.
—Soy Julieta de la Vega —dijo tranquilamente—, me gustaría un contrato de privacidad y seguridad para ambos, por favor.
La mujer la miró un segundo y luego a mí. Asintió.
—Enseguida—. Ella tomó una tableta y comenzó a buscar en ella. Observé a Julieta unos segundos —. Bien, señora, aquí ya existe un contrato con su nombre.
Julieta asintió.
—Sí, pero ese contrato tiene a otro hombre bajo mi cargo, quiero cambiarlo. Además necesito dos tarjetas de acceso vip y un registro para mi sumiso—. Me apuntó con su mano.
La mujer me sonrió un segundo.
—Claro, si me disculpa, por favor necesitare una identificación de ambos para abrir el nuevo registro.
Ella asintió y le entrego su identificación, lo hice también algo tenso.
—Gracias —dijo Carla.
Mientras ella trabajaba Julieta tocó mi hombro, la miré.
—Confío en este lugar, la privacidad para ellos es muy importante. Al firmar el contrato te aseguran que nunca revelaran tus datos y que no puedes revelar los de nadie, jamás. Es un compromiso de ambas partes.
—¿Qué pasa si no se cumple?
—Si es así —dijo Carla, le extendió la tableta a Julieta quien la examinó—, usted estará en su derecho a demandar a este club por los daños que puedan surgir. Pero si revela los datos de alguien, Amor Dulce tiene el derecho a demandarlos y exigir una compensación económica por los daños que esto genere.
Observé a Julieta y ella me sonrió.
—Aunque muchos de los que vienen son de clase alta, ricos —se encogió de hombros—, la demanda por romper este contrato es demasiado alta, de esta manera se aseguran de que respeten las reglas.
—¿Y qué pasa con la seguridad, qué si alguien sufre un accidente y muere? ¿Qué pasa con la policía si quiere investigar?
Julieta me miró unos segundos antes tomó un lápiz de la mesa. La vi firmar en la tableta y luego me la entregó.
—Es un contrato, léelo mientras te explico—. Asentí y comencé a examinarlo.
Le presté atención.
—El contrato habla sobre los tres conceptos más importantes de esto, son: sensato, seguro y consensuado. Además dice que a pesar de que un sumiso es responsabilidad de su amo, si este no le entrega y respeta sus necesidades y seguridad, el sumiso podrá dejar a su amo y buscar a otro dentro del club que lo haga —ella me miró fijamente un segundo, sonreí y seguí leyendo —o que el amo podrá buscar un sumiso que este solo dentro del club —ahora yo la miré un segundo—. En resumen, hay guardias vigilando a los amos y sumisos, y si ellos lo consideran pueden detener cualquier actividad donde no se respeten las reglas.
Terminé de leer el contrato, que decía exactamente lo que ella me contaba y firmé, luego lo regresé a la recepcionista.
—¿Y qué pasa con la policía?
Julieta sonrió.
—Depende del caso, pero si ellos se presentan con una orden deben entregar la información que requieran, funciona como cualquier empresa que mantenga datos en privado.
—¿Y si quisieran entrar una noche para buscar a alguien?—. Ella rio entre dientes, consiente de por qué preguntaba.
—Si no es con alguna orden de un juez, no pueden, e incluso así, los guardias buscarían a su objetivo —me miró divertida—. En serio, aquí, la seguridad y privacidad, son una prioridad.
Reí entre dientes al oírla y asentí.
Ambos observamos a Carla.
—Ya con el contrato firmado y su direcció n —observó a Julieta —le enviaré por correo las tarjetas, de esta manera cada vez que visiten este club solo deberán mostrarlas a los guardias en la puerta —Julieta asintió—. Solo faltarían sus apodos para el club, a menos que decidan usar sus nombres reales.
Julieta negó y me miró.
—Yo uso un apodo—. Lo pensé y arrugué su frente.
Carla asintió.
—Sí, aquí está registrado su apodo —sonrió un poco—, Andrómeda.
Reí al oírlo y la miré.
—¿En serio? —pregunté sin poder creerlo.
Era bastante irónico conociéndola que su apodo fuera el de una mujer encadenada.
Julieta se encogió de hombros.
—Zeus me lo puso cuando comenzó el negocio.
—¿Zeus?—. Ella asintió.
—El dueño, ese es su apodo—. Me miró varios segundos, hasta que soltó—. Perseo.
La miré sorprendido. Perseo, reí luego de unos segundos.
—¿Qué te parece?
Sonreí suavemente.
—Me gusta—. Ella asintió y miró a Carla.
—Entonces Andrómeda y Perseo.
Carla asintió y escribió en su tableta.
—Está hecho. Solo falta lo de la membresía, pero en su caso se hará rápidamente—. Julieta asintió y todos nos pusimos de pie.
Ella nos guio de regreso al pasillo y apuntó otra puerta doble y elegante.
—Gracias por todo y que pasen una agradable noche.
—Gracias —dijimos ambos.
Antes de entrar la detuve.
—Mm —dijo ella y me miró.
—Estoy un poco…
—¿Nervioso?—. Suspiró y asintió—. Calma, observemos primero, no voy a lanzarte a los leones enseguida. Si te gusta y quieres regresar, veremos que hacer, pero esta noche solo seremos espectadores. Solo hay una cosa que quiero mostrarte.
Suspiré más tranquilo.
—¿A qué se refería con la membresía?
Ella se encogió de hombros.
—Para entrar al club debes pagar una cuota, y luego una mensualidad.
Alcé una ceja y negué con mi cabeza incrédulo.
—Debe ser mucho.
—No pienses en eso—. Hice una mueca.
—Es difícil no hacerlo, estas pagando por mí en este… —se calló al verla reír—. ¿Qué?
—¿Estoy pagando por ti?
Voltee mis ojos, luego agarré su rostro con ambas manos y la besé largo rato, ella gimió.
—Sí, lo estas —murmuré y volví a besarla.
Julieta suspiró y sonrió divertida.
—Entonces espero recibir el valor de mi dinero—. Gruñí haciéndola reír—. Que no es mucho considerando que no pagué nada.
La miré confundido.
—Soy socia de Dulce Amor, tengo derecho a una membresía vip completamente gratis mientras lo sea.
Suspiré.
—Debiste decírmelo desde un principio.
—No —dijo ella y me empujó más cerca, me besó mientras sonreía —me hubiera gustado hacerte pagar por cada centavo —volvió a besarme—, adivina como.
Gruñí y la abrace, rio un poco.
—Así que esta es la mujer negociante.
Ella mordió mi mandíbula un poco antes de alejarse.
—Solo una parte de ella, y una muy pequeña.
Ella abrió las puertas y la seguí dentro de ese club.
Capítulo 36
Segundos después.
Ambos nos detuvimos y observamos alrededor. Me sentí sorprendido por la opulencia del lugar.
Obviamente era un club de ricos, sino lo hubiera sabido de ante mano lo hubiera adivinado por los hombres vestidos de traje, las mujeres en vestidos elegantes y seductores, los muebles, los cuadros, o incluso los empleados que se movían por el lugar.
El club era una sala enorme y circular con mesas alrededor. El bar estaba gusto en el centro y también era circular. Tres barman lo atendían, y estos también llevaban máscaras, solo eso. Tenían el pecho desnudo.
Observé los adornos y presté más atención a algunas jaulas que colgaban, había gente dentro bailaba, hombres y mujeres.
Como Julieta me moví y la seguí sin dejar de observar a mí alrededor.
Me sentía levemente impresionado, porque a pesar de ser un lugar tan elegante, se podía oler en el aire la excitación y el sexo, además de hierbas exóticas y suaves. Cuando nos detuvimos en la barra me fijé en una mujer al otro lado de la sala que mantenía la mirada en el piso. Solo usaba una tanga, zapatos de tacón y un collar, que estaba unido a una cadena, y esta, llegaba a un hombre parado a su lado que hablaba con otros sin prestarle la más mínima atención. Habían otros como ella, hombres sin camisa, también con collares o pulseras, encadenados, de rodillas, de pie, sentados, etcétera. Me relajé un poco al ver que nadie parecía molesto u amenazado, quizás uno que otro avergonzado pero nada más.
Julieta me llamó y la miré enseguida. Ella me entregó un vaso con un líquido color ámbar. Bebí lentamente y saboree el wiski en el. Ella también bebió.
—¿Algo que te llame la atención? —me preguntó.
—No mucho —aseguré—, muchas personas—. Me encogí de hombros.
Ella se acercó suavemente.
—Todos están aquí porque lo desean, Zeus se asegura de eso —apuntó hacia arriba y observé enseguida. Noté la cámara de vigilancia en una esquina y busque más.
Sí, había varias repartidas por el lugar.
—Pensé… —la miré —que habría un poco más de acción por aquí—. Observé alrededor.
Aunque algunos se besaban, o tocaban. Incluso algunos hombres y mujeres tocaban a los sumisos de otros, no pasaba nada más a su alrededor.
—Es temprano —dijo Julieta, la miré—, más tarde, cuando los ánimos se calienten —sonrió — probablemente veas a un par teniendo sexo por algún lado, pero eso es solo para los que les gusta la exposición, que los vean, o que les gusta simplemente dejarse llevar por el momento —se encogió de hombros—. Existen escenarios varios para los que deseen ir a la acción —me miró a los ojos — enseguida—. Apuntó unas puertas alrededor.
Conté seis puertas y leí sus nombres. Sonreí un poco.
—Harem —dije en voz alta y la miré.
—Para los que quieran compartir —ella observó esa puerta—. A algunos amos les gusta que sus sumisas tengan relaciones con otros, y a algunos les gusta tener mucho de donde elegir, ese es el lugar más adecuado para eso —me sonrió—. Si entras allí, debes saber que por lo bajo te encontrarás a tríos y hacia arriba. Y que deberás compartir o ser compartido.
Reí un poco.
—Entiendo —aseguré.
—Los demás son fantasías en general: mazmorras, desiertos, una piscina, en fin, incluso hay una habitación que parece baño público.
La miré sorprendido.
—Algunos son muy tímidos para hacerlo en un baño público de verdad, ese escenario les va muy bien. Fingen que están en uno y que alguien puede pillarlos. Y puede pasar, porque si a alguien se le puede ocurrir la misma idea y entrar cuando ya esté ocupado.
Negué divertido y bebí.
—Así que no solo se trata de BDSM—. Ella negó.
—Es lo más común, e incluso eso también es un escenario. Pero la idea de este club es que explores tus fantasías sin preocuparte ni de que te pille la policía, ni nada parecido.
—¿Cuál es tu fantasía? —ella alzó una ceja —señora —agregue sonriendo.
—Tengo muchas—. Reí entre dientes—. Pero hay una que me satisface en gran medida—. Me callé y la miré en seguida.
—¿Cuál?
Ella sonrió y dejó su copa.
—Sígueme.
La seguí entre las personas, a veces me detuve para ver a uno que otro besarse y más que eso, sorprendido. Cuando llegamos a un pasillo y de ahí a una escalera ella me explicó.
—También hay habitaciones comunes para los que buscan privacidad —asentí —y está un escenario para los que les gusta que los vean, este está dos pisos más arriba y también es una sala circular. Allí hay un escenario en el centro con cama, sillas, mesas, con todo lo que se requiera.
Me estremecí un poco ante la idea. No podía negar que sonaba interesante eso de ser observado, pero no estaba muy seguro de que yo pudiera aceptar que alguien me observara con Julieta.
Cuando llegamos a una puerta ella examinó una pantalla a un lado antes de entrar. También la miré y observé que la pantalla decía libre. Seguí a Julieta y me congelé ante la habitación.
—Una playa —jadee.
La habitación era una réplica de una playa, incluso había arena blanca bajo mis pies.
—En serio —dije.
Ella asintió y sonrió. La vi quitare sus zapatos y caminar descalza. La imité.
—Claro, no hay un océano aquí pero si está el sonido —asentí en seguida —y hay un jacuzzi en esa esquina.
—Sorprendente —dije y pasé al lado de un grupo de palmeras.
Me detuve en el centro de la habitación y miré alrededor. Solo faltaba el océano para que fuera una réplica de una playa, e incluso, con una de las paredes pintadas con el horizonte, parecía que lo estaban. Reí un poco, no podía negar que esto era divertido.
—¿Y? —me preguntó Julieta, la miré.
—Ya veo lo que te gusta.
—Arena, playa, sol, es divertido y relajante—. Ella llegó cerca y me abrazó—. ¿Quieres probarla?
—Mm —gemí—, ni siquiera tienes que preguntar.
Julieta sonrió y besó el centro de mi pecho.
—Bien —se alejó enseguida—, voy a poner el seguro, desnúdate mientras regreso, no te quites la máscara—. Me rodeo.
Obedecí enseguida, al acabar dejé mi ropa a un lado y esperé de pie. Era bastante fácil imaginar que estábamos en una playa, los dos solos, y a punto de hacer el amor. Me estremecí ante la idea.
Julieta llegó a mi espalda, esperé ansioso y más que excitado. Sentí sus manos en mi espalda, sus uñas deslizarse suavemente hasta su cadera y gemí.
—Shhh —susurró ella, apreté los labios—. Recuerda que estamos en una playa pública—. Sonreí un poco—. Alguien podría oírnos y acercarse a ver.
Suspiré y fingí que estábamos en una playa real.
Ella llegó frente a mí, la observé detenidamente.
—Desnúdame —ordenó ella y trague.
Enseguida me acerque y la rodee para llegar a su espalda y al cierre de su vestido. Lentamente lo bajé, sin tocar su piel aunque tenía muchos deseos de hacerlo. Luego, dejé caer la suave tela de sus hombros hasta el piso y observé las bragas y medias de Julieta, no llevaba sostén. Aun detrás de ella me arrodillé y liberé los broches de sus ligas. Un segundo después empujé una de las medias hacia abajo y se la quité, hice lo mismo con la otra.
Permanecí unos segundos allí, admirando su espalda, trasero y piernas. Tuve deseos de besar esa piel enseguida, tenía hambre de ella.
Si quieres algo, pídelo, recordé decir a Julieta, eso hice.
—Señora —jadee.
—¿Si? —ella se oía levemente tensa.
—Puedo besar tu piel, saborearla con mi lengua—. Vi sus manos abrirse y cerrarse una vez antes de que asintiera.
—Sí, puedes.
Gimiendo me acerque a ella y deposité un beso en la base de su espalda, al sentirla temblar sonreí y continué. Me moví por la piel sobre sus bragas, acaricie con mi lengua la cadera y regresé al centro para continuar hacia el otro lado.
Mis manos sujetaron su cintura mientras subía dando besos por su espina y bajaba hasta su trasero.
Lentamente hice círculos en ellos con mis pulgares, los moví entre el trozo de tela y baje hasta alcanzar su sexo.
Julieta separó un poco sus piernas permitiéndome el acceso y gemí al sentir su humedad. La acaricie así unos segundos mientras besaba su trasero hasta que no pude más y bajé su ropa interior.
Me aproveché de eso y separé aún más sus piernas. Luego me acerque y acaricie con mi lengua hasta que con mis manos separé su trasero y observé su apretado ano. Tomé aire con fuerza al imaginarme enterrado allí. Lo deseaba, mucho, pero no ahora me dije. Ahora quería probarla, llevarla al orgasmo con mi lengua y saborearla.
La giré con cuidado y la miré.
Solo llevaba la máscara y eso me hizo desearla más. Parecíamos un par de desconocidos apunto de tener sexo en una playa. Sin dejar de verla me levanté sobre mis rodillas y besé su vientre, luego continué hasta sus pechos donde me entretuve lamiendo y chupando. La sentí jadear y como sus dedos agarraban mi cabello para que no me alejara. Me mantuve allí, hasta que ambos picos estaban tensos y duros, me alejé y bajé por su vientre hasta su sexo. Antes de probarla miré alrededor.
—Apóyate en un árbol, por favor—. Ella me miró y tragó.
Cuando la tuve como quería regresé a estar de rodillas frente a ella, muy cerca. Continué besando su piel hasta que tomé una de sus piernas y la hice apoyar su rodilla sobre mi hombro. La miré un segundo antes de enterrar mi boca en su sexo húmedo. Gemí.
Adoraba su sabor, sentir el calor de su sexo contra mi lengua. Ella jadeo cuando chupé su clítoris y enredó una de sus manos en mi cabello. Continué probándola, chupando su piel casi con hambre y la afirmé del trasero cuando comenzó a temblar.
La sostuve un rato allí. Contra mi rostro y mis labios, penetrándola con mi lengua. Ella me llamó suavemente pero no me detuvo, aumenté la caricia hasta que la sentí correrse y pude saborear su esencia.
Cuando terminé la recosté sobre la arena sorprendentemente cálida y me posicioné sobre ella. Besé su cuello y mentón, bajé hasta sus pechos y ella se estremeció.
—Recuéstate —me ordenó.
Rápidamente me moví e hice lo que me dijo, me recosté de espalda y la observé subirse sobre mí para montarme. Ahora me importaba muy poco la arena en mi trasero, sonreí ante el pensamiento.
—¿Qué? —murmuró ella mientras se acomodaba sobre mí.
—Cuando esto acabe voy a tener arena en los lugares menos pensados—. Ella sonrió suavemente, jadee cuando me tomó con su mano y llevó dentro de su cuerpo.
—Menos mal que hay una ducha en este lugar—. Se movió contra mí provocando que gimiera.
La afirmé de la cintura, solo para tocarla, mientras la veía montarme. Sentía la arena caliente en mi espalda, a ella sobre mí con su suave bamboleo, la luz del lugar que pretendía ser el sol y el sonido del océano. Al ver el sudor en su cuerpo y sentirlo en el mío, no solo por lo que hacíamos sino por el ambiente, me dije que el lugar estaba muy bien diseñado. Al darme cuenta de mis pensamientos me regañé y me concentré en ella.
Ambos comenzamos a gemir suavemente, a jadear y gruñir. También empujé contra ella, adaptándome a su ritmo, cada vez más rápido y profundo, hasta que ella se inclinó hacia delante y apoyó sus manos a cada lado de mi rostro. Me levanté y la besé mientras llevaba ambas manos a sus pechos y acariciaba sus pezones.
—Más fuerte —jadeo ella y lo hice, apreté cada pico con mis dedos y los jalé.
La sentí estremecerse como respuesta y volví a hacerlo. Tuve que apretar la mandíbula concentrado en no correrme. Ello lo hizo segundo después diciendo mi nombre y temblando contra mí. Gemí y continué empujando hacia arriba.
—Señora —rogué, no podía retenerlo más.
—Córrete dentro de mí —murmuró ella en mi oído y lo hice enseguida.
Grité contra ella olvidándome de que debía estar en silencio, me estremecí y al acabar gemí.
Permanecimos en silencio un rato hasta que ella se levantó un poco y miró hacia adelante.
—¿Qué? —murmuré.
—Alguien está pidiendo la habitación—. Apuntó hacia la puerta, yo observé como una luz roja parpadeaba sobre esta.
—¿Debemos irnos?—arrugue mi frente.
Julieta se encogió de hombros.
—Depende de quien esté aquí, porque si llegas primero es tuyo —sonreí —pero vámonos, quiero mostrarte otro lugar.
Volví a gemir.
—Ya quiero conocerlo —le dije y ella sonrió.
Capítulo 37
Minutos después.
Luego de ducharse salimos de la habitación. Observé a la pareja fuera de esta que esperaba tranquilamente su turno. El hombre que debía ser el amo saludo solo a Julieta con un movimiento de cabeza, ella lo imitó y continuamos caminando.
La seguí por pasillos y varias escaleras, descendimos tranquilamente hasta detenernos frente a una puerta de madera vieja y roída. La miré dudando de su idea.
—¿Por qué creo que esto es...
—Las mazmorras —dijo ella sonriendo—. Ven, puede que veamos algo interesante, y prepárate, aquí sí habrá gente teniendo sexo como si nada.
Asentí e ingresamos a esa sala. Me congelé enseguida.
Pues si había gente teniendo sexo, y varios noté, en diferentes posiciones. Pero lo que me detuvo no fue eso, fueron todos los implementos que habían colgados en las paredes, las antorchas, las jaulas y prisiones, los caballetes, mesas con esposas, y por último, el hombre amarrado de manos sobre su cabeza, que recibía, al parecer con gusto, unos latigazos.
Observé a la mujer mover el látigo como una experta y golpearlo en el vientre y piernas sin dejar ni una sola marca. Y cada vez que lo hacía, el hombre gemía con intensidad.
—¿Te gustaría estar allí? —me preguntó Julieta sorprendiéndome, la miré con la boca abierta—, puedo arreglarlo, Era es muy buena con el látigo.
Trague tenso y observé la escena. Varios también miraban y muy entusiasmados.
—Creo que no hoy —murmuré, Julieta siguió sonriendo.
—Entonces será otro día—. Me estremecí ante la idea.
—Andrómeda —dijo una voz ronca, con sorpresa y deseo.
Me tensé y observé a un hombre que solo vestía pantalones de cuero y una máscara negra acercarse lentamente y con sensualidad.
Me di cuenta de que no era el único que observaba a Julieta de esa forma, varios a su alrededor la miraban con anhelo, solo que nadie se le acercaba.
Cuando el hombre se detuvo demasiado cerca solo apreté la mandíbula. Esto no me gustaba, pero no iba a hacer una escena, por ahora.
—Ares —saludó ella aburrida.
—Así que regresaste—. Ella se encogió de hombros.
—¿No todos lo hacen?—. Ares me miró unos segundos con curiosidad.
—Nuevo —le dijo, casi como si hablara de un mueble.
Julieta asintió.
—Nueva—. Ella apuntó a la mujer que nos observaba y tenía un collar en su cuello.
Él también asintió.
—La estoy entrenando.
Julieta rio suavemente.
—¿Sigues entrenando esposas que buscan algo más… interesante?—. Se miraron unos segundos.
—Es buen negocio, tú podrías entrenar hombres, te pagarían muy bien —Julieta negó con su cabeza enseguida—. Sí, conozco tu respuesta.
—¡Andrómeda! —gritó una alegre voz de mujer. Vi como Era, la mujer del látigo, se acercaba a ella rápidamente. Y aunque le sonrió no la tocó, nadie se acercaba como para hacerlo.
Arrugue mi frente un segundo por eso.
—Hace tanto que no te veía.
Estaba un poco sorprendido por el tono alegre y despreocupado de su voz, nada que ver con lo que esperaba de una mujer que hace pocos segundos azotaba a un hombre.
—Pues ya estoy aquí —le dijo ella—. ¿Sigues impartiendo castigos por petición? —ella asintió y me miró enseguida, me tensé.
—¿Quieres uno?—. Aunque me miraba se lo dijo a ella.
—No por ahora, pero… —Julieta me observó un segundo —necesito una de tus fustas—. La mujer sonrió enseguida.
—Toma lo que quieras.
Me tensé a un más. ¿Qué estaba pensando Julieta?
—Vas a impartir un castigo —dijo con interés Ares.
—Sí, pero en privado, en una de las cámaras de tortura—. Me estremeció al oírla.
—Bien —dijo Era—, hay una desocupada y puedes usar lo que quieras, te enviare una de mis fustas —. Ella asintió.
—Que envíen todo lo demás también —se miraron a los ojos unos segundos—, que me lleven una botella de vino, por favor.
Era asintió y le sonrió.
—Diviértete y me alegro de que por fin regresaras—. Con eso se alejó rápidamente.
Julieta miró a Ares.
—En verdad no puedo ver —insistió el hombre, la miró casi suplicando. Julieta me miró enseguida a los ojos y luego negó con su cabeza—. Que mujer más cruel—. Suspiré—. Bien, diviértete, me has puesto de mal humor, voy a hacer lo mío.
Con eso se alejó y nos dejó solos. Abrí la boca pero ella se adelantó.
—Sígueme —me ordenó.
Cerré la boca y lo hice.
La seguí por un pasillo a un lado hasta una puerta del fondo que sonó y crujió al ser empujada.
Miré la habitación de torturas como la había llamado Era pero solo pude ver un caballete, una cama baja y unas cadenas que bajaban desde el techo, estas estaban ubicadas en el centro de la habitación.
Julieta se movió por el lugar observando todo hasta que se giró y me miró. La observé un tanto nervioso.
—Dime tu palabra de seguridad.
—Rojo —jadee inquieto.
—Sabes lo que haré—. Asentí—. ¿Lo quieres?
Lo pensé un segundo, volví a asentir, porque a pesar de mis dudas, solo estaba nervioso.
Ella asintió suavemente. En ese segundo golpearon y ella se movió para abrir la puerta. Me alejé y miré alrededor. Sabía que le habían traído sus cosas así que no presté mucha atención. Solo me detuve al lado de la cama, luego observé las cadenas a unos pasos. Cuando la puerta se cerró la miré.
Ella tenía en sus manos una fusta de cuero negro, en su punta brillaban unas suaves hebras de color dorado.
—Voy a hacer que te corras solo con esto—. Me mostró el instrumento, trague—. ¿Me crees?
—Sí señora, lo hago—. Ella prácticamente podía hacer que me corriera con su voz.
—No estamos aquí por el ambiente, o incluso la cama —dijo y apuntó las cadenas—, estamos aquí por eso. Quiero que te quites la camisa y te pongas bajo ellas, voy a amarrarte a eso.
Asentí y tomé aire.
Rápidamente, antes de que mi cerebro comenzara a preocuparse en serio por lo que iba a pasar, me quité la camisa y me moví hacia las cadenas.
Ella llegó cerca y tiró de las cadenas hacia abajo, luego levantó uno de mis brazos para amarrarlo, hizo lo mismo con el otro. La vi llegar a una pared y apretar un mecanismo que subió las cadenas, hasta que me encontré con ambas manos atadas en muñequeras de cuero blando y suave sobre mi cabeza.
—Está bien así o las quieres más abajo.
Probé las ataduras un poco. Me di cuenta de que eso soportaba mi peso perfectamente.
—Están bien así —aseguré.
Julieta se puso frente a mi.
—Me gustaría ver tu rostro mientras hago esto, pero a pesar de lo que yo quiero, jamás te quites la máscara dentro de este lugar —murmuró, asentí enseguida.
Ella me observó varios segundos antes de continuar.
—Recuerdas cuando te dije lo que necesitaba de ti como sumiso, algo más que control y poder…
—Confianza —murmuré, lo recordaba.
Ella asintió.
—Sí, yo podría obligarte a estar así, a hacerlo en contra de tu voluntad—. Me miró a los ojos—. E
incluso de esa manera llevarte a un orgasmo —negó con su cabeza —esto, que tú solo llegues aquí y estés dispuesto a dejarme hacer algo así, es lo que más me importa. Tu bienestar físico y mental, y tu confianza, son las cosas más valiosas para mí—. Ella observó mis ojos con intensidad—. Jamás voy a dañar alguna de ellas, nunca apropósito y si llegó a hacerlo, debes detenerme enseguida.
Asentí suavemente. Tuve deseos de besarla por lo que me decía pero amarrado solo logré adorarla con mi mirada. Me sentí orgulloso de mí mismo al hacer esto por ella, Julieta necesitaba de estas muestras de confianza, era su forma de sentirse mejor consigo misma, y amaba darle ese pequeño gesto.
Ella llegó más cerca y apoyó su frente en mi pecho, luego de unos segundos la escucho reír y la miré confundido.
—Ahora me gustaría besarte —la miré —pero no alcanzo.
Reí suavemente ante eso, solo que aun así amaba su cuerpo y estatura, era perfecta para mí.
Luego de unos segundos ella se alejó, tomó una silla y se sentó frente a mí tranquilamente. Julieta me examinó por varios segundos, de pie a cabeza, una y otra vez. Casi podía sentir su mirada como una caricia, en mis brazos, mis hombros, mi pecho y torso.
Cuando se levantó y se acercó trague al sentir mi boca seca.
Julieta me rodeo y apoyó la punta de la fusta contra mi piel. Caminó alrededor sin dejar de tocarme con ella hasta que regresó al frente. Ella continuó tocándome hasta que llegó a mi mentón.
—Lo único que te permitiré decir durante todo este momento es tu palabra de seguridad, puedes gemir si lo deseas, pero si dices algo más me detendré enseguida.
Asentí suavemente.
—Bien, comencemos.
Como ella dijo lo hizo enseguida. Jadee cuando el cuero de la fusta se encontró con su vientre, el golpe no marcó mi piel pero si me hizo sentir un escozor. Los siguientes cayeron enseguida, robándome el aliento. Tenía ganas de tocarme la piel, de pasar mis manos por ella para quitar esa sensación, jalé mis muñecas pero al recordar que no podía moverme me quejé.
Julieta se movió hacia mi espalda y continuó allí. Arriba y abajo, suave y más fuerte, más rápido y lento. Gemí al sentir el golpe, al escuchar la fusta cortar el aire. Me sentí confundido al saber, al sentir, que esto me gustaba, que el dolor que sentía desaparecía casi enseguida y se transformaba en placer.
Ella regresó frente a mí para seguir. Apreté la mandíbula cuando el golpe cambio de objetivo y llegó más abajo de mi vientre y aún más abajo. Apenas lo sentí por los pantalones pero aun así me gustó. La presión de mi sexo contra la tela me tenía adolorido, incómodo, deseaba tanto quitármelos para así poder aliviarme un poco.
Tuve que soportar eso en silencio varios minutos que me parecieron infinitos, el placer me tenía jadeando, respirando como si corriera una maratón. Toda la piel de mi vientre, pecho y espalda, cosquilleaba llenos de vida. La sangre llegaba a cada vena de mi cuerpo por muy pequeña que fuera de forma clara. Podía sentirla, ir y venir, moverse con el palpitar de mi corazón acelerado.
Pero lo que lo hizo correrme fue la mano de Julieta que se metió en mi pantalón para tocarme. Fue su hazlo que causo que me corriera con un grito ronco y sorprendido. Y cuando mi cuerpo se tensó de placer, supe que gustoso, la dejaría hacer esto de nuevo las veces que quisiera.
Capítulo 38
Más tardes esa noche.
Suspiré cuando mis brazos fueron liberados, me dolían un poco por el esfuerzo.
—Siéntate en la cama —me dijo Julieta, con amabilidad.
La observé enseguida antes de hacerlo.
Ella se movió por el lugar hasta un mueble y sacó algo del cajón, luego caminó hacia mí y se subió a la cama, llegó cerca de mi espalda.
—Te daré un masaje—. Me mostró la pomada y sonreí suavemente.
—Gracias —murmuré.
Gemí cuando ella comenzó a masajear los músculos adoloridos de mis hombros y brazos.
Es buena en esto, pensé. Sentí sus dedos recorrer mi espalda con cuidado.
—No deje marcas —me dijo suavemente.
La miré por sobre mi hombro.
—Lo sé—. Me miró.
—¿Lo sabes? —alzó una ceja, sonreí.
—Sí, a veces me ducho en la central, sería raro que alguien me viera lleno de marcas, imagine que no las dejarías por eso.
Ella sonrió un poco y luego negó, continuó trabajando.
—Tienes razón en eso pero, también lo hice porque no me gustan. De que me sirve que tu piel este rota, eso solo causaría que sintieras un dolor innecesario, que no podría manejar —besó mi mejilla y llegó a mi oído—, y yo prefiero que me recuerdes por otras cosas, no por algo tan banal.
Sonreí y miré alrededor.
—¿Cómo qué? —pregunté cuando ella movió sus manos por su brazo —¿cómo te gustaría que te recuerde?
Ella lo pensó.
—Quiero que me recuerdes así, por lo que hice hace un momento, por lo que te hice sentir —la miré con intensidad. —Lo que quiero es que lo desees y me lo pidas, quiero que te pongas nervioso, ansioso—. Ella dejó mi brazo y se movió hasta detenerse cerca de mi oído, susurró —quiero muchas cosas de ti.
—¿Qué? —jadee—, dime qué quieres.
—Que quiero —ella suspiró—. Quiero que cierres los ojos y al pensar en mí, sepas que eres libre para sentir y desear —me estremecí y jadee cuando ella puso una mano sobre mi sexo, lo acarició suavemente—. Quiero que seas mío por propia voluntad —ella besó mi oído y abrió la boca para tomar aire—. Quiero que seas mi sumiso, mi amante, mi compañero—. Tomé aire y la miré enseguida, Julieta me observaba con mucha atención—. Quiero que siempre seas así, fuerte, seguro, confiado—. Ella tocó mi mentón y acaricio con su pulgar mi mejilla derecha—. Quiero ser tuya —ella depositó un beso en mis labios, puro y casto, trague tenso —pero, por sobre todo quiero…
—Andrómeda —soltó Era entrando en la habitación, interrumpiéndonos.
Me queje y la miré enseguida molesto.
—Ups —dijo ella y nos miró a ambos.
Julieta suspiró.
—¿Qué pasa?
—Mm, lo siento, es que Zeus llegó y se enteró de que estas aquí, quiere verte enseguida—.
Observé a Julieta y la vi voltear sus ojos.
—Solo eso —le dijo, se alejó de mí y se puso de pie —juraría que él puede esperar, no serás tú la que quería entrar y ver que estaba haciendo—. La mujer arrugó su frente.
—Pues sí—. Alcé una ceja y también me puso de pie, luego estiré mi cuerpo, Era suspiró y la miré enseguida. Como llegó frente a mí me congelé—. ¿Cómo lo haces? No dejas marcas, apenas su piel esta rosada, es tan lindo—. Ella quiso tocarme pero al ver mi mirada se detuvo.
Podía ser paciente con Julieta, pero no estaba allí para que otras mujeres me tocaran.
—Calma chico rudo —dijo ella y dio un paso hacia atrás, miró a Julieta—, es lindo.
Ella sonrió abiertamente, también sonreí al verla.
—Sí, lo es, pero sobre todo resistente—. Era abrió la boca un segundo y la cerró al siguiente, suspiró con tristeza.
—Bueno, mejor me voy—. Lo miró—. Un gusto conocerte chico rudo.
Con eso salió de la habitación sin decir nada más. Observé a Julieta un tanto sorprendido.
—Ella es…
—Rara —me ayudó—, lo sé.
—¿Cómo sabe que eres buena?, ¿te ha visto hacer esto antes?
Ella se encogió de hombros.
—Practica, buenos maestros, he aprendido con el tiempo —apuntó la puerta y luego de arreglar su ropa salimos.
Pasé una mano sobre mi vientre, sobre mi camiseta. Julieta me miró pero no dijo nada.
Cuando salimos de las mazmorras, más bien cuando Julieta me agarró del brazo para sacarme de allí, porque yo me había quedado quieto y sorprendido, al observar a dos hombres y una mujer teniendo sexo a unos cuantos pasos, la escuché reír.
—Qué —dije—, debes admitir que es un tanto sorprendente.
Ella negó pero siguió sonriendo.
—No para quienes están acostumbrados a esto —lo miré y subimos las escaleras—. Sabes, por eso mismo siempre traen a nuevos integrantes, a veces solo como invitados, pero muchos se divierten más viendo lo sorprendido que esta el nuevo en vez de lo que están haciendo los demás.
—Por eso te divierte verme así—. Ella asintió.
Sonreí con malicia y sorprendiéndola y sorprendiéndome le di una palmada en el trasero a Julieta.
Ella se detuvo enseguida al sentirla para observarme con la boca abierta. Ahora fue mi turno de reír ante su expresión.
—Oye —dijo ella incrédula.
—No me digas que eso no te sorprendió.
—Sí, pero nunca… —Julieta negó con la cabeza —no, hace años que nadie me nalgueaba.
—¿Quieres que vuelva a hacerlo? —sonrió abiertamente y causo lo que esperaba, Julieta soltó una carcajada que también lo hizo reír.
—No, gracias, pero no, creo que en esta relación solo yo repartiré nalgadas.
—Vamos—. Llegue cerca suyo y me agaché para quedar frente a su rostro—. Sé que te gustó, si lo pides amablemente quizás lo vuelva a hacer.
Ella volteo sus ojos.
—Es poco probable que eso llegue a suceder—. Solo seguí sonriendo—. Estas de muy buen humor.
Suspiré.
—Digamos que he tenido una noche interesante.
Más que eso, pensé, me sentía extrañamente liviano.
—Vamos —dijo Julieta—, visitemos a Zeus en el olimpo.
La seguí.
—Quizás solo quiere volver a encadenarte, Andrómeda.
Eso no quise decirlo, pero salió de mi boca quitándome un poco de mi felicidad.
—Si eso fuera así, no lo lograría ni en un millón de años.
Capítulo 39
10 minutos después.
Cuando ingresé a la oficina del ex amante de Julieta jamás imaginé ver tal escena. El lugar no tenía nada de especial, quizás era grande y elegante, pero común. Las decenas de pantallas en una pared me dijeron que el dueño de Dulce Amor vigilaba todo el lugar cada segundo.
Lo que llamó mi atención e incomodó fue la mujer de cabello castaño amarrado en una trenza, de rodillas en el suelo, solo vistiendo ropa interior. Observé unos segundos, mientras caminaban dentro de la habitación, las muñequeras que utilizaba, pero nada más. No había collar ni tobilleras, además de la necesaria máscara, solo que la suya era roja.
Julieta levantó una mano y me detuvo, la observé caminar hacia el hombre que estaba tras el escritorio y que observaba por la enorme ventana. Pude ver que esta le mostraba uno de los escenarios del edificio. Allí vi el que le describió Julieta, en el que la gente tenía sexo en público.
El hombre no se giró cuando Julieta se detuvo a su lado. Siguió con las manos en los bolsillos observando hacia el frente.
—¿Quién es? —preguntó Julieta.
—Alguien que dejará ser miembro de este club —dijo él con voz fría y ronca.
El hombre se giró y me observó enseguida.
Debía medir lo mismo que yo, sobrepasar el metro ochenta. Su cabello era negro y estaba pulcramente peinado hacia atrás. Unos ojos azules me examinaron unos segundos antes de ignorarme como si nada.
Julieta siguió observando por la ventana.
—Zeus —dijo Julieta, un tanto inquieta.
Arrugue su frente.
—Estoy en eso—. Él tomó el teléfono y llamó—. Carla —dijo —envía a cuatro guardias al segundo piso, quiero que el tal Sombra y su sumisa sean llevados a la oficina de atrás, que el médico la revise.
Colgó.
Quise preguntar qué pasaba pero solo apreté la mandíbula. Al parecer Zeus ya se estaba encargando del asunto.
Él regresó al lado de Julieta y observó como ella.
Pasaron un minuto en silencio.
—Es el mismo Sombra que conozco.
—El que viste y calza —dijo él —fue reingresado hace dos semanas. Al parecer sus gustos no han cambiado.
—Sabes quién es ella.
—Una prostituta cualquiera.
Me estremecí ante el tono frio que utilizó.
Ella suspiro y me miró, se alejó de la ventana. Julieta observó un segundo a la mujer.
—¿Por qué me buscabas?
—Era me dijo que estabas aquí, quería comprobar si no mentía—. Zeus la miró y caminó, rodeo el escritorio y se apoyó en él. Se detuvo cerca de la chica que aún estaba de rodillas.
—Es nuevo—. Me apuntó.
Julieta no dijo nada.
—Solo querías verme.
El hombre soltó un bufido.
—Por eso te quiero tanto —dijo con ironía, él miró a la chica. —Supe lo de tu sumiso.
Ella solo lo miró en silencio.
—¿Por qué no me dijiste que lo habías visto? —ella se cruzó de brazos.
—¿Ha estado aquí?—. Él negó con su cabeza.
—No, claro que no, no considero que esté en condiciones de estar aquí o en cualquier parte —él la miró—, debiste enviarlo a otro lugar.
Julieta hizo una mueca.
—No te pases, Jack.
Cuando el hombre se tensó yo también lo hice, la mujer frente a él lo miró enseguida.
Jack puso una mano en su cabeza y la obligó a mirar hacia abajo de nuevo.
—No me hagas repetirlo —le dijo a la chica, esta volvió a su posición anterior.
Julieta caminó hasta las pantallas en la pared.
—No sabía que preocuparme por tu seguridad fuera pasarse.
—No, puedes preocuparte tanto como quieras, pero que me vigiles y averigües lo que estoy haciendo es lo que me molesta.
—Yo no te vigilo—. Él se alejó de la chica y caminó hacia ella.
Esto no le estaba gustando nada, pensé.
Jack se detuvo a su lado y tomó un mechón de su cabello, lo acaricio entre sus dedos antes de suspirar.
—Lo vigilo a él—. Ella lo miró—. Te recuerdo que estuve allí cuando pasó todo, y te advertí sobre él.
—No de nuevo—. Se quejó ella—. Te gusta recordármelo, que me equivoque y elegí mal.
Ella se alejó, solo que no llegó muy lejos porque él no soltó su cabello, la retuvo entre sus dedos para que no se alejara.
—Puedo presentarte a alguien, es perfecto para ti.
—En serio —dijo ella un tanto molesta.
¿En serio?, pensé.
—No jugaría con algo así—. Julieta quiso empujar su mano lejos de ella pero él solo la retuvo con la otra—. Por qué por una vez en tu vida me haces caso.
—Porque puedes tener buen gusto eligiendo chicas, pero chicos, no.
Julieta dio un paso hacia atrás y él la regresó.
—Basta, suéltame.
—No —dijo él, lo vi sonreír.
—Dios, eres tan irritante.
El hombre siguió sonriendo.
—Y tú —Jack me apuntó—. A este de dónde lo sacaste, ¿sabes siquiera sus antecedentes médicos?
Observé el techo irritado.
—No soy tú, yo no le pido papeles a la gente que conozco.
—Deberías. Qué pasa si es un criminal, o peor, un pervertido.
—Los únicos pervertidos aquí somos nosotros.
—No puedo negar eso —él la empujó hacia su pecho —porque recuerdo bastante bien que te gustaba jugar.
Eso fue todo lo que pude soportar.
—Es suficiente —le dije a Zeus, este no me miró siquiera, solo apretó los labios.
—Recuerda tu lugar —soltó—, no eres más que un sumiso, aquí, tu opinión no cuenta.
—Basta Zeus, te estás pasando.
Zeus sonrió con malicia, sin dejar de verla.
—¿Ahora qué estoy haciendo mal?, poner en su lugar a tu mascota no debería ser mi trabajo.
Di un paso hacia él enseguida al oírlo pero Julieta se puso en mi camino.
—Detente —me dijo molesta, no la miré, solo observé al hombre frente a mí.
—Me importa muy poco lo que creas, sigue jodiendo mi paciencia y te arrepentirás —amenacé.
—Arrepentirme —repitió él —y cómo sería eso, niño, ¿por qué no me lo dices?
El hombre puso las manos sobre los hombros de Julieta, sin dejar de verme se agachó y susurró algo que solo ella pudo oír.
Más decidido comencé a caminar hacia él, solo que Julieta dio otro paso en mi dirección para detenerme.
—Es suficiente —me dijo—, retrocede.
No la miré.
Zeus metió las manos en sus bolsillos y me observó unos segundos hasta que miró a su sumisa.
—Sal—. La chica dudo un segundo pero aun así salió de la habitación—. Y tu igual —me dijo.
—Claro, saldré enseguida —me burlé.
—Basta —repitió Julieta y esta vez la miré a la cara, sí que estaba molesta noté—. Espérame afuera.
—No voy a dejarte sola…
—Sal fuera de la habitación —me ordenó.
Apreté la mandíbula enseguida y como ella me empujó un poco dio un paso hacia atrás y caminé hacia la puerta.
No miré detrás de mí mientras salía. Solo me detuvo y esperé en medio del pasillo, la chica también estaba allí. Nos miramos a los ojos unos segundos.
—Interesante, ¿no? —dijo ella.
Negué sin una pisca de humor.
—No pareces un… —la miré enseguida —lo siento, no es asunto mío.
—¿Qué parezco? —le pregunté y me apoyé en la pared, me crucé de brazos para esperar.
Solo que no iba a hacerlo mucho tiempo, si Julieta no salía de allí en menos de cinco minutos iría a por ella.
—Pareces más un dom que otra cosa —la miré un segundo—pero que se yo de eso si solo llevo aquí una semana.
—¿No te gusta?—. Quise saber—. Si es así qué haces en este lugar.
—No es que no me guste, es que no me acostumbro a obedecer… tanto, es raro.
—No tanto, quizás es extraño para ti porque no confías en él —apunté la puerta con mi cabeza—.
Eso complica todo.
—Confías en ella—. Asentí enseguida.
—Mucho —aseguró.
—Entonces porque te pusiste así.
—Confió en ella, no en él—. Suspiré y pasé una mano por mi cabello—. Además, como podría estar cómodo con ellos dos cerca si tuvieron una relación en el pasado.
—¿Qué? —jadeo ella. Ups, pensé, quizás no debí decir eso —ellos… ellos… —asentí sin dejar de verla —hijo de la gran…
La chica se movió hacia la puerta y antes de que pudiera detenerla esta se abrió. Julieta apareció seguida del hombre, tenía la mandíbula apretada y no me miraba para nada. Estas en problemas, me dije tristemente.
—Tenemos que hablar —soltó la chica. Zeus la miró unos segundos. Julieta soltó un bufido.
—Divertido, por qué no me repites lo que me acabas de decir —él la observó y cerró los ojos un segundo—. Como sea.
Julieta se alejó de él.
—Sabes que merece un castigo serio—. Observé al hombre enseguida y luego a Julieta.
—Lo recibirá —soltó irritada y comenzó a caminar, la seguí—. Nos vemos en dos días.
—Aja —soltó el hombre y regresó a su oficina.
Caminamos en silencio.
Solo observé a Julieta caminar delante de mi tensa, no me dirigió la palabra para nada, me ignoró por completo.
Cuando salimos del edificio y subimos al automóvil la observé quitarse la máscara y mirar por la ventana.
—No vas a volver a hablarme —dije y también me quitó la máscara.
No me respondió.
—Julieta —la llamé.
—Te lo advertí —me dijo fríamente—, te dije que se iba a comportar de ese modo, que no debías hacerle caso—. Me miró luego de unos segundos.
Apreté la mandíbula.
—Puedo tener paciencia contigo, pero no me pidas que la tenga con otros Julieta, no te equivoques —. Encendí el automóvil y comencé a conducir hacia mi departamento.
—Vamos a mi departamento —me dijo ella, la observé con la boca abierta.
Nunca había ido a su departamento. Eso sí que me dejó más que sorprendido.
Capítulo 40
30 minutos después.
Cuando ella me dijo que iríamos a su departamento claro que me había sorprendido. Ella jamás me había invitado a subir y tampoco había pensado mucho en eso. Me gustaba tenerla en mi departamento, que se quedara a dormir. Solo que nunca pensé que por algo así por fin me invitaría.
—¿Por qué vamos a tu casa? —pregunté luego de unos minutos.
—Creo que lo imaginas—. La observé un segundo.
—No, no lo hago—. Ella suspiró.
—Necesito algunas cosas, por eso.
No volvimos a hablar.
Luego de llegar al edificio de Julieta y estacionarme tomé mi chaqueta y la observé bajar sin siquiera esperarme. Suspiré.
No era para tanto, pensé. El hombre me había provocado a propósito, ¿qué se supone que debía hacer?, ¿quedarme callado?
La seguí hasta un ascensor lleno de espejos.
—Entonces —dije y la observé —¿vas a castigarme?
Ella me miró a los ojos como diciéndole: ¿debes preguntarlo?
Asentí.
—Ok —murmuré, luego la miré enseguida, irritado—. Se podría saber por qué.
—Porque me da la gana —contestó ella suavemente.
Alcé una ceja.
—No sabía que podías castigarme simplemente porque te diera la gana—. Ella movió su mano para restarle importancia—. ¿Qué te dijo tu amigo?
—No quieres saberlo—. El ascensor se detuvo, no la dejé salir.
—Pruébame —lo miré.
—Me dijo que lo más sano para mí era buscarme un sumiso real—. Abrí y cerré la boca.
—¿Yo no lo soy?
—No es que no lo seas —suspiró y me empujó para pasar, la seguí —es que yo no he sacado eso de ti completamente. No lo decía por ti, sino por mí.
Arrugue mi frente y la vi abrir la puerta, cuando ingresamos me congelé un segundo ante el lugar.
Además de ser enorme y estar muy bien decorado, noté que había muchas cosas que la identificaban a ella y su personalidad. Cuadros, fotografías, todo a su alrededor le mostraba claramente a quien pertenecía.
Julieta llegó a la sala y me observó. Me crucé de brazos y me apoyé en la pared.
—Entonces no soy yo el del problema—. Ella soltó un bufido.
—No, tú estás metido en un gran problema, justo ahora — le sonreí como si nada —pero como dices, la que tiene un asunto que arreglar soy yo.
Me moví hacia ella.
—¿Cómo él puede saber lo que necesitas?—. Julieta negó con su cabeza.
—Porque me conoce, como yo a él —ella se cruzó de brazos —viste a la chica —asintió —él nunca lleva a alguna de sus sumisas a su oficina, ese lugar es casi sagrado para él.
—¿Qué significa eso?—. Me detuve a su lado.
—Que él está metido en un problema serio—. Me miró a los ojos—. Está enamorado.
Arrugue mi frente y miré alrededor.
—¿Eso es malo? —le pregunté—, que lo esté.
—No de cierta manera, no es que le tema al compromiso o esas cosas, solo… que no está acostumbrado a no controlar todo a su alrededor —ella volvió a encogerse de hombros —y cuando estás enamorado hay muchas cosas que dejas de controlar —sonrió —además, la chica lo irrita constantemente, probablemente le desobedece mucho, eso tampoco debe gustarle.
—Pareces divertida con la noticia.
—Lo estoy.
La observé.
—Dime por qué me vas a castigar.
Ella me miró unos segundos.
—Es porque quise golpear a tu amigo.
—Es una de las razones —ella arrugó su frente—, pero también me desobedeciste y olvidaste una clara advertencia, más de una, diría yo.
Ella negó con su cabeza.
—Te dije que allí, en ese club, debías comportarte como un sumiso, completamente, no fue así—.
Arrugue mi frente un segundo.
Luego di un paso lejos de ella y caminé alrededor.
—Te dije que Jack iba a incordiarte y que no debías hacerle caso—la miré —pero otra vez, no me hiciste caso —ella negó —y peor aún, te pedí que salieras de la habitación, tuve que obligarte, empujarte, para que reaccionaras. Y me preguntas por qué voy a castigarte.
Julieta me dio la espalda y salió de la sala, suspiré. Me acerque a una ventana y observé el paisaje, la ciudad que se extendía delante.
Ella regresó a los minutos y la sentí observarme largo rato.
—Vete a tu casa, Gustavo—. La miré enseguida.
—¿Qué? —pregunté confundido.
—Vete a tu casa —repitió ella —, si te quedas aquí voy a descargar mi frustración contigo, a darte un verdadero castigo y no estoy segura de que puedas soportarlo.
—No sabes eso —le dije y arrugue mi frente.
Mi corazón latió muy rápido, no porque me avisara de que si me quedaba me iba a castigar, sino porque me estaba pidiendo que me fuera.
—Lo sé—. Ella se apoyó en la pared y miró por la ventana un segundo—. Si te quedas —me miró —. Me conocerás realmente, sabrás lo lejos que puedo llegar. Si te quedas esta noche, lo harás sabiendo que agotaré tu paciencia, tu resistencia, que te molestaré y excitaré como nadie lo ha hecho.
Si decides quedarte Gustavo, conocerás una parte de mí que va a causar que mañana te replantees el seguir a mi lado, porque todo, tu mente, tu cuerpo, incluso tu alma, estarán en mis manos.
Liberé el aire que había estado conteniendo y solo pude observarla. Sin saber que decir.
Ella se alejó de mí y caminó hacia otra habitación. La seguí sin pensarlo realmente y se detuvo en la puerta al ver la cocina delante, Julieta llegó a un mueble y tomó un cuchillo, luego llegó al refrigerador para sacar una fruta. Todo esto lo hizo sin mirarme.
Si te quedas, repetí en mi cabeza, mañana te replantearas seguir a mi lado.
—¿Y si mañana decido irme?—. Ella se congeló pero no me observó.
—Entonces te dejare ir—. Siguió cortando su manzana.
—Y no nos volveremos a ver —di un paso hacia ella.
—No—. Julieta dejó el cuchillo a un lado y apoyó ambas manos en el mueble.
—¿Así como así? —pregunté y seguí caminando hacia ella.
—Así como así —repitió ella tensa.
—Llevamos meses juntos —susurró y me detuve justo detrás de ella, cerré los ojos un segundo—.
Me dejarías ir así como así, no lucharías por mí si decidiera que no puedo soportarlo, no intentarías retenerme a tu lado—. Llegue cerca de su cabello y suspiró, se movió hacia su oído—. Te olvidarías de mí.
Julieta se tensó aún más y apretó al borde del mueble con fuerza.
—Pero si me voy —murmuré —mañana seguiremos como si nada, igual que hasta hace unas horas.
—No —susurró ella y me alejé un poco—, si te vas ahora tampoco volveremos a vernos.
Se tensó como ella al oírla.
—Si te vas o te quedas será tu decisión —ella tomó aire —pero debo mostrarte lo lejos que puedo llegar, porque no quiero que huyas un día luego de darte cuenta de que no puedes soportarlo.
—En el club tu…
—Solo te mostré una parte, un escenario que es más un juego que otra cosa, aquí seré yo, me has visto siendo normal, ahora tienes que conocer el otro extremo, el que causo que…
—¿Qué? —susurró.
—Que dejara de ser quien soy.
Apoyé mi frente contra su hombro, pensando que decir.
No quería irme, solo quería entender. Tomé la decisión en menos de unos segundos.
—Muéstrame.
—¿Qué? —dijo ella, me alejé y la giré.
Acaricie el ceño fruncido que tenía con mi pulgar.
—Muéstrame eso que me hará huir despavorido.
Ella cerró los ojos unos segundos al oírlo.
Me acerqué y besé su mejilla, me moví hasta su oído y susurré.
—Muéstrame Julieta, déjame verte tal como eres.
Ella asintió suavemente.
—Bien, está bien.
Ella tomó aire y me observó.
—Solo la palabra de seguridad —me recordó —solo si te pregunto algo.
Asentí entendiendo lo que me decía.
Ella agarró mi camisa un segundo antes de empujarme lejos de ella. Me alejé enseguida y esperé.
—Entonces comencemos —la oí decir, como aquella vez hace tanto tiempo, cuando con una sola palabra logró que me congelara en el lugar.
Capítulo 41
5 segundos después.
—Desnúdate —ordenó Julieta apenas un segundo después.
Cerré los ojos, tomé aire y lo hice. En poco tiempo estuve de pie delante de ella, en esa cocina, desnudo mientras observaba el piso. Mantuve mi respiración tranquila y mi cuerpo relajado.
Aun sentía mi piel sensible por lo que sucedió en Dulce Amor, y el aire frio que circulaba por allí, estaban poniendo mi piel de gallina.
Julieta caminó hacia mí y se detuvo lo suficientemente cerca para oler su aroma.
—Sígueme—. Se alejó y lo hice.
Caminé detrás de ella y atravesamos la sala. Luego llegamos a un pasillo y a una habitación. Julieta no se detuvo y me guio hacia el baño. Ya allí se giró.
—Dúchate a conciencia—. Apuntó la ducha de un rincón—. En veinte minutos vendré por ti.
Cuando lo dijo solo suspiré y miré alrededor. Caminé hacia la ducha y la encendí, mientras esperaba que el agua se calentara me moví hacia el espejo del lavamanos y me observé. Tenía la piel levemente roja y algunas líneas bastante leves. En un par de días desaparecerían por completo.
Cuando vapor salió de la ducha llegue a ella y me bañé como Julieta lo pidió, a conciencia. Limpie cada parte de su cuerpo y luego me enjuague.
Justo cuando terminé de secarme ella regresó. Ahora vestía pantalones y camiseta. Estaba descalza.
—Extiende tus manos—. Lo hizo enseguida y observé como ponía dos pulseras de cuero, anchas y firmes, en cada muñeca.
Estás tenían una argolla de acero para afirmarlas. Luego ella se agacho y me puso tobilleras. Al acabar me indicó que la siguiera.
Ella me llevó hacia la habitación. Con cuidado miré alrededor con más confianza.
Había cama tamaño King en el centro del lugar. Una cómoda a un lado más un tocador. Un espejo de cuerpo completo estaba en otra esquina y más a la derecha una mesa con dos sillas. Cuando observé una silla alta y bastante ancha con apoya pies la observé detenidamente. Regresé mi vista al suelo cuando ella se detuvo frente a mí, la música sonó a mi alrededor, sensual y tranquila.
Ella apuntó la silla que había estado observando hace apenas unos instantes.
—Apóyate en esa silla —ordenó y me indicó como hacerlo.
Tuve que poner mis rodillas en el apoya pies y los codos arriba. Al darme cuenta en la posición en que quedaba comencé a ponerme nervioso. Mi trasero estaba demasiado levantado para mi gusto.
Julieta volvió a alejarse y regresar.
Ella agarró una de mis manos y la estiró. La observé ponerme una cadena, hizo lo mismo con la otra, obligándome a apoyar mis antebrazos sobre la silla. Trague cuando amarró ambas cadenas en la pared. Solo por probar empujé mis brazos hacia mí, no pude moverme ni un centímetro. Luego ella se detuvo detrás para ponerme una venda sobre mis ojos.
Al acabar la sentí más cerca, respirando sobre mi cuello.
—Dime, ¿alguna vez has tenido sexo anal?
Eso sí que me sorprendió.
—Nunca, señora —aseguré.
—¿Por qué?
Arrugue su frente. ¿En verdad me lo estaba preguntando?
—Porque jamás ha llamado mi atención—. En lo más mínimo, pensé. Algo me decía que esa noche eso ya no sería igual.
—Los hombres tienden a ser quisquillosos con esa parte de su cuerpo, a muchos les encanta realizar sexo anal pero nunca recibir—. Trague—. ¿Te gustaría follarme por el culo?
Apreté la mandíbula.
Cuando ella agarró mi cabello casi con demasiada fuerza contesté.
—Sí, señora, me gustaría.
No me soltó, solo inclinó mi cabeza hacia atrás.
—Pero no estamos aquí para hacer lo que te gustaría, ¿cierto? Vamos a hacer lo que yo quiera—.
Ella llegó a mi oído y susurró —y lo que yo quiero es follarte por el culo.
Me estremecí.
No supe que decir, que pensar. Una parte de mí no quería, no aceptaba algo así por simples prejuicios, pero otra más pequeña, me decía que los prejuicios valían mierda y que solo la dejara hacer. Sabía que si decía la palabra de seguridad ella se detendría, pero el miedo a que esto llegara a su fin era más grande que mi orgullo.
Julieta liberó mi cabello y se alejó. La escuché caminar alrededor y regresar.
Supe muy bien porque ella hacia esto. Me estaba probando, empujando mis límites, midiendo mis reacciones. Quizás esperando que mi resolución se quebrara.
—Separa más las rodillas—. Lo hice y luego jadee.
Algo apresó mi pene justo en la base, se sintió como cuero a mí alrededor. Firme y frío. Ella lo apretó aún más, haciéndome jadear.
—Eso hará que no te corras, no hasta que yo lo quiera—. La mano de Julieta se movió por mi entrepierna hasta mi trasero.
Volví a tensarme y dejé de respirar. Ella acaricio alrededor de mi ano, justo como lo haría yo.
Despacio, casi tranquilizador. Luego algo frío me tocó y supe que era lubricante cuando un dedo probó mi entrada, mi trasero se apretó enseguida.
—Relájate, Gustavo —dijo ella con tranquilidad—, no me detendré a menos que digas la palabra clave, así que solo respira profundamente y deja de preocuparte.
Le hice caso, tomé aire tres veces y le permití hacer. Se sentía tan extraño, estaba nervioso pero a la vez curioso por lo que iba a hacer. El dedo de Julieta siguió ingresando a mi cuerpo, poco a poco, hasta que sentí su mano. Mordí mi labio inferior mientras la sentía entrar y salir, de esa forma tranquila, largo rato. Jadee cuando comencé a acostumbrarme a su invasión, cuando dejó de sentirse raro y comenzó a ser agradable.
Mierda, pensé, esto me gusta.
Pero no fue que me follara de esa forma la que me hizo soltar una grosería. Cuando ella tocó mi próstata, suavemente, la grosería salió de mi boca sin que pudiera siquiera evitarlo.
Dios, pensé mientras ella seguía torturándome de esa forma. Jalé mis manos hacia mí inconscientemente, las pulseras apretaron mis muñecas recordándome que estaba atado a su merced.
Volví a quejarme ante la necesidad de correrme, era enorme, dolorosa, apenas si podía respirar.
—Si quieres que me detenga —murmuró ella —di la palabra, Gustavo.
Me quejé y apoyé mi frente sobre mi brazo. Solo jadee y gemí, gruñí y me quejé. Una eternidad después ella se detuvo de improvisto. Aunque volví a quejarme esto me regaló unos segundos de paz, por fin pude llenar sus pulmones de oxígeno.
No duró mucho.
Como si ella supiera que solo necesitaba aire, regresó a su caricia. Más intensa, más fuerte.
Comencé a respirar con agitación. Sentía mi cuerpo cubierto de sudor y todo se hizo más intenso cuando la mano de Julieta apareció sobre mi necesitado sexo. Y cuando me liberó de la prisión de cuero, pasó.
Dejé de respirar mientras me corría involuntariamente. Mientras lo hacia ella comenzó a acariciarme, como si no fuera suficiente que siguiera masajeando me masturbó por tanto tiempo que me sorprendió.
Seguí corriéndome, mi cuerpo estaba tan tenso que comenzaba a doler y me había corrido tanto que no creía que lo hiciera de nuevo en un largo tiempo.
Gemí y apoyé todo mi peso sobre la silla cuando ella me liberó al fin.
Por un segundo quise preguntarle si sabía cuánto tiempo había estado corriéndome, me parecía que había sido casi un minuto.
Julieta me dejó solo allí, completamente agotado aunque no hubiera hecho nada.
Cuando regresó ya estaba más calmado aunque sediento.
—Abre la boca —ordenó ella.
Me levanté lentamente y lo hice.
Algo se apoyó en mi boca y al darme cuenta de que era una pajita comencé a chupar. El agua fría jamás me había parecido tan deliciosa.
Al acabar ella volvió a desaparecer y no regresó por un largo tiempo más.
Capítulo 42
20 minutos después.
Tenía apoyada mi frente sobre mi brazo, alcé la cabeza enseguida cuando oí a Julieta regresar. No podía creer que me había dejado solo tanto tiempo y en esa posición.
—Abre la boca —dijo ella y lo hice.
El chocolate se derritió en mi lengua, ella me dio dos trozos más antes de alejarse.
Presté atención a lo que sucedía a mí alrededor, y allí lo escuché. El zumbido y la humedad. Abrí la boca al saber que Julieta se estaba masturbando y al oírla, otra vez me puse duro.
Trague al oírla jadear, cada vez con mayor intensidad, y cuando ella gritó al alcanzar su liberación me moví levemente.
Unos minutos después ella estuvo detrás de mi otra vez. Solo que no esperé ser golpeado en mi trasero. Ella me estaba azotando con una pala, esto dolió más que la última vez. Solo que otra vez, luego de unos segundos, lo comencé a disfrutar.
Ella lo hizo quince veces antes de detenerse y apoyar su frente contra mi espalda. Ambos respirábamos agitadamente.
Cuando ella se alejó de nuevo me quejé, ¿por qué rayos no me decía nada?
Julieta liberó mis manos, las cadenas se estrellaron contra el suelo. Moví mis brazos dormidos lentamente y me trague una mueca.
—Ponte de pie.
Tuve que apoyar ambas manos en la silla para lograrlo.
—Ven —dijo ella con más suavidad y agarró mi mano para guiarme por el lugar.
Cuando nos detuvimos ella me quito la venda. Parpadee ante la repentina luz y miré alrededor antes de observar el piso.
Julieta se alejó y apareció frente a mí con el tubo de lubricante en su mano, supe enseguida lo que significaba y Dios, lo quería, tanto que me avergonzaba.
Jadee cuando ella tocó mi hombro y pasó sus dedos por mi espalda.
—Dos horas —me dijo tranquilamente—, has soportado dos horas.
Sí, pensé, y algo me decía que si hubiera estado con otra mujer no hubiera soportado ni diez minutos. Solo a ella le había dado ese control, ese poder sobre mí. Y no estaba para nada arrepentido.
—Te vas a subir a la cama —dijo y movió una mano hacia mi cadera y luego hacia mi vientre, trague tenso y seguí mirando el piso—, y a acostarte en el centro con los brazos y piernas extendidos.
Asentí rápidamente.
Me moví y me arrastré lo más orgullosamente posible que pude sobre la cama. Me recosté de espalda y luego de ponerme en la posición que ella quería la sentí volver a atarme. Suspiré. Ahora estaba amarrado a la cama, con mis brazos y piernas extendidos.
Julieta se posicionó entre mis piernas y tocó mis muslos, luego subió hasta mi polla y la agarró con una mano. Jadee sin poder evitarlo y apreté los labios con fuerza.
Luego cerré los ojos cuando sentí su dedo húmedo acariciar alrededor de mi ano, probando mi resolución otra vez. Quería gritarle que dejara mi culo en paz, mi orgullo me lo pedía. Pero la otra parte, esa vocecita en mi cabeza, una ahora más fuerte, me pedía que abriera la boca solo para rogar que lo hiciera, que usara todo de mi sin tapujos ni vergüenza, que no se detuviera y me privara de sus caricias.
Esta vez ella me acaricio más lentamente, con ambas manos de una vez. Me hizo jadear y gemir en pocos segundos y correrme en otros más. No me torturó como antes, esto me pareció más un premio que un castigo. Sobre todo al sentir su boca sobre mi.
Sus caricias fueron tan lentas, tiernas, delicadas, que cuando ella me dejó ir arquee mis caderas hacia su boca y gemí. Mi cuerpo se estremeció como una hoja en pleno invierno antes de desplomarse sobre la cama.
Ya no puedo más, pensé.
Ella se movió sobre mi cuerpo, llegó a mi rostro y observó mis ojos detenidamente.
—¿Quieres que me detenga? —preguntó.
Oh Dios, pensé, no, no quiero que te detengas.
Negué suavemente con mi cabeza.
—No, señora—. Mi voz sonó ronca y baja. Al verla sonreír de esa forma que hacía a mi corazón saltar, quise tocar su rostro, las amarras me detuvieron enseguida.
Julieta besó mi mejilla y susurró.
—Duerme, he acabado por hoy—. Suspiré y moví mi rostro hacia ella.
Cuando nuestras bocas se encontraron la besé con intensidad, pero de esa forma tranquila, de esa forma que solo lo hacen los que saben que podrán volver a hacerlo al día siguiente y al que sigue a ese.
Ella se alejó y me miró.
Ya no tenía dudas, amaba a esa mujer y quería tenerla a mi lado el resto de mi vida.
Capítulo 43
31 de julio, 2015.
No supe cuando tiempo había dormido, solo que cuando desperté estaba solo y era de día. Parpadee un tanto confundido y me senté lentamente, mi cuerpo protesto como nunca.
Sin vestirme salí de la habitación y busque a Julieta. La encontré en la sala, sentada sobre el enorme sofá con las rodillas cerca de su pecho y una taza de café en la mano. Estaba vestida con un pantalón de tela y una camiseta blanca.
—Hola —saludo ella y me miró.
Al ver que aún estaba desnudo sonrió un poco. Me acerque a ella y me arrodilló en frente. Sabía que era tiempo de hablar, teníamos que hacerlo.
—¿Cuánto tiempo llevas despierta?
Ella estiró una mano y tocó mi cabello revuelto.
—¿Qué has pensado Gustavo? —dijo enseguida.
Tomé sus manos y las alejé de mi rostro.
—Recién desperté, no he pensado mucho.
—Debes hacerlo—. Ella se alejó y se puso de pie.
No supo que decir, mi cerebro aún estaba medio dormido y cansado, no había pensado en todo lo que había pasado en la noche, ni siquiera podía creer que todo eso hubiera pasado solo hace unas cuantas horas.
Me puse de pie.
—Iré a ducharme, hablaremos luego de eso—. Julieta asintió.
Bajo el agua recordé lo pasado la noche anterior. Pasé la mano por mi pecho enjabonándome y luego mi espalda, cuando continué por mis piernas sonreí y negué con la cabeza un tanto divertido.
No podía creer que había permitido que alguien jugara con mi culo, y tampoco que lo había disfrutado, ambas veces. Suspiré y apoyé las manos en los azulejos.
—Julieta —susurré.
¿Qué tan lejos llegaste anoche?, ¿en verdad esa era ella o solo una parte?, ¿Estaba dispuesto a averiguarlo, a llegar más lejos por ella?
Sí, pensé enseguida, estaba dispuesto a eso y más. Solo que lo único que quería, además de que ella me amara como lo hacía yo, es que me estregara también su confianza.
Al regresar a la sala Julieta ya no estaba allí, llegue a la cocina y sonreí al verla con un delantal, cocinando tranquilamente. Me apoyó en el marco de la puerta y me cruce de brazos para observarla.
Llevé una mano a mi pecho cuando tuve una idea, cuando la imaginé así mismo pero en nuestro hogar, siendo mi mujer.
Al girarse, ella se detuvo al verme allí. Solté una carcajada al observar el delantal.
—¿Qué? —preguntó y me lo mostró mejor.
—“Soy el ama y señora no solo de este lugar”—leí en voz alta.
—No puede quedar más claro.
—Claro que no —acepté y me moví hacia ella.
Agarré su rostro y la besé.
—Buenos días —murmuré y volví a besarla.
—Estoy haciendo el almuerzo —murmuró ella, asentí.
—Como toda buena dueña de casa—. Sonreí cuando me golpeo suavemente en el estómago por mis palabras.
La miré y luego detrás de ella.
—Debemos hablar, pero luego de comer.
Ella asintió y continuó trabajando.
***
Solo luego de almorzar, cuando ambos estábamos sentados en el sofá mirándonos llevé la conversación al tema que quería.
—Primero respóndeme un par de preguntas —comencé, Julieta me miró esperando —¿Ayer me mostraste en verdad como eres, o no?
Tenía la impresión de que no.
—No —confirmó ella.
—¿Por qué?, ¿no creíste que fuera capaz de soportarlo?
—No, no quise hacerlo, estuve tentada pero al verte en esa posición, imaginando lo que podría hacerte, simplemente no quise ir más allá.
—Dime por qué no quisiste.
Ella miró alrededor.
—Porque no me hizo sentir bien—. Me miró—. Te lo explicaré de esta forma. A Dante —dijo luego de suspirar, arrugue mi frente—, no dudaba en castigarlo si se equivocaba, si me molestaba lo más mínimo. No me importaba mantenerlo arrodillado horas sin que pudiera moverse o azotarlo si lo deseaba, podía excitarlo hasta que se quejaba de dolor y no dejarlo correrse —yo hice una mueca involuntaria —pero a ti…
Ella se quedó callada.
—¿A mí qué?
—A ti solo quería molestarte, ver que tanto serías capaz de soportar —se encogió de hombros—.
Pensar en ti sintiendo dolor, del real, hizo que se me revolviera el estómago.
Solo la observé, sorprendido y confundido.
—¿Y eso fue suficiente para ti? —la miré—, ¿castigarme de esa forma?
Ella arrugó su frente.
—Sí, extrañamente si fue suficiente.
Julieta negó con su cabeza antes de suspirar.
—Ayer, eso de follar tu culo solo lo hice porque sabía que nunca habías probado algo así.
—Querías mostrarme—. Ella asintió.
Julieta pasó una mano por su cabello.
—Estaba tan confundida, porque sí quería castigarte, pero no quería hacerte daño —me miró a los ojos—. Al final hice simplemente lo que me nació hacer.
Solo pude observarla unos segundos antes de hablar.
—Me sorprendiste con todo eso, y me sorprendí cuando me gustó—. Tomé su mano—. Debes entender que jamás había dejado a una mujer llegar tan allá. Siempre ha habido cosas que no permitía, mi culo era una de ellas —sonreí al verla sonreír —pero a pesar de todo sabía que no me harías daño, a lo mucho que me tendrías al borde tanto tiempo como quisieras.
Ella asintió y observó sus manos.
—Julieta —la llamé—, yo confío en ti, mucho, pero tú no confías en mí de igual manera—. Ella parpadeo confundida.
—¿Por qué crees eso?
—Porque ayer pensaste que si algo no me gustaba simplemente me iría para no volver.
—Puede pasar —murmuró ella.
—No lo creo, existen muy pocas cosas que pueden alejarme de ti, y todo esto, que yo sea un sumiso y tu una dom, no es una de ellas.
—¿Cómo lo sabes?, ¿cómo sabes que mañana, cuando haga algo que no te guste, no te sentirás asqueado y querrás irte?
Negué con mi cabeza enseguida.
—Porque como dijiste hace tiempo, incluso ayer, si algo no me hubiera gustado te hubiera detenido pero no para huir después. Te lo hubiera dicho Julieta, que era lo que no me gustaba y habríamos hablado de eso, llegado a algún tipo de acuerdo, nada más.
Ella abrió y cerró la boca.
—Sé que tienes miedo de que pase algo así, y también sé que crees que si esto continua, que si yo sedo demasiado terminaré como Dante.
Ella apretó los labios en una tensa línea.
—No soy él —le recordé.
Me acerque a ella y agarré su rostro, la mantuve allí.
—No soy él Julieta. Si algún día me alejó de ti será porque has roto mi confianza, por nada más que eso, o porque tú ya no me deseas a tu alrededor.
Tomé aire para continuar.
—Me dijiste que querías que yo fuera libre para sentir y desear a tu lado, que fuera tu sumiso, tu amante y compañero—. Ella solo me observó—. Eso es lo que deseo ser, lo que soy. Soy tu sumiso, tu amante, ahora déjame ser tu compañero y más.
Ella solo me observó, tensa y callada.
—Quieres decir que…
—Que lo quiero para siempre.
Ella no dijo nada por un rato. Solo la observé, pensar y meditar, analizar mis palabras como sabía que haría. No consideraba extraño que no dijera nada, lo raro hubiera sido que me diera una respuesta enseguida.
—Gustavo, yo…
Negué y la besé, al alejarme dije.
—Sé que tienes que pensarlo, y quiero que lo hagas por el tiempo que necesites, solo quería que supieras que deseo ir más allá, que quiero ser algo más que tu novio.
Ella cerró los ojos un segundo y susurró.
—¿Por qué?
La besé y me moví hacia su oído.
—Porque te amo, simplemente porque te amo.
Capítulo 44
2 de septiembre, 2015.
El tiempo pasa muy lento cuando esperas algo, pensé y observé el calendario en mi escritorio.
Hacía un mes que le había dicho a Julieta sobre mis sentimientos, un mes que día tras día me ponía más nervioso.
Los “y si” me daban dolor de cabeza. Y si ella decía que no, y si ella solo me quería como sumiso, y si ella me decía que no estaba lista para esta relación, y si se alejaba, y si la perdía, y si ella no me amaba. ¿Qué iba a hacer?
Sí la había visto durante ese tiempo, habíamos hablado, almorzado juntos, dormido y todo lo demás. Habíamos tenido sexo, ella me había castigado y ya no recordaba porqué. Pero solo eso, nada más. Ya no sabía cuánto tiempo iba a poder soportar ese silencio, esa falta de respuesta.
Suspiré y observé la pantalla.
—Desaparecido —leí.
Dante, el ex sumiso de Julieta estaba desaparecido desde hacía más de dos semanas. Simplemente había escapado del centro psiquiátrico donde lo tenían y no habían vuelto a saber de él.
Sabía que Julieta estaba preocupada pero no sabía si porque él podía aparecer en su casa, volverse otra vez un mendigo o qué. Una vocecita cruel en mi cabeza me decía que quizá era porque seguía sintiendo algo por él, algo más que preocupación.
Y lo que a mí me preocupaba, era que la última vez que lo vi, había sido exactamente hace una semana atrás. El hombre me estaba siguiendo y era bueno en ello. Cada una de las veces que había intentado atraparlo él desaparecía como si nada.
¿Qué demonios quería?, me pregunté. Pero ya sabía la respuesta y eso me incomodaba y preocupaba.
Ese hombre aún estaba interesado en Julieta y yo, ahora, era su enemigo.
—¿Es él? —preguntó Baltazar y lo miré, observaba la fotografía en la pantalla.
Asentí con mi cabeza.
Ya le había contado a mi amigo quien era, claro, solo le había dicho que era un ex novio de Julieta, pero aun así le confesé mis sospechas. El hombre estaba planeando algo.
—Siempre hay uno—. Lo miré.
—¿Un qué?
—Un ex novio loco y acosador, y a este le gusta acosarte a ti.
—Espero que solo sea a mí —murmuré.
Julieta no me había dicho si lo había vuelto a ver, esperaba que no.
—No te preocupes, lo atraparemos pronto y lo regresaremos con su loquero.
Solo suspiré. Si mi amigo supiera que este hombre era más que un simple acosador, que lo más probable es que estuviera completamente obsesionado con mi mujer, no pensaría igual.
—Ya, mejor me voy —murmuré y me puso de pie.
Baltazar me miró.
—Quieres que te lleve, para cuidar tu espalda digo—. Solo lo ignoré.
—Nos vemos el lunes —murmuré.
Tenía todo el fin de semana para pensar que hacer, Julieta no estaba en la ciudad y no regresaría hasta el martes así que tenía tiempo para especular e intentar relajarme un poco.
Luego de cambiarme y partir a mi departamento me obligue a pensar en otra cosa. Si seguía así iba a terminar yo con un loquero y me bastaba con el de la central de policía y su manía de preguntarle si estaba bien.
Cuando llegue a mi hogar lo primero que hice fue encender la luz, luego me giré y cerré la puerta.
Supe que algo estaba mal cuando observé la chapa de esta. Luego de eso, todo se fue a negro.
Capítulo 45
Minutos después.
Desperté con un horrible dolor de cabeza. Gemí y levanté una mano para tocarme el cráneo. Al sentir el chichón me quejé y arrugue mi frente.
¿Con qué diablos me golpearon para dejarme así?, me pregunté. Fue allí que me alarmé.
Alguien me había tacado en mi casa.
Abriendo los ojos lentamente miré alrededor.
Estaba en el centro de la sala. Los muebles habían sido movidos hacia un lado al igual que la alfombra. Mis ojos se detuvieron en el hombre sentado a dos metros de mi.
Este tenía una chamarra negra con gorro puesta, pantalones oscuros y zapatillas del mismo color.
Guantes de cuero ocultaban sus manos.
Supe quién era enseguida.
Dante se quitó la capucha y me observó detenidamente.
Con cierta dificultad me senté y observé al hombre delante que estaba más delgado desde la última vez que lo vi, su piel pálida y sus ojos ojerosos. Aun así el cabello rubio estaba limpio y ordenado hacia atrás. Parecía que había sido puesto así a propósito, de una manera pulcra y meticulosa.
Observé sus manos, en una tenía un cuchillo de trece centímetros y en la otra un arma con silenciador.
Mierda, pensé, al parecer estoy en problemas.
—No te levantes —ordenó él apuntándome con el arma, solo me quedé en el mismo lugar.
—¿Qué haces? —pregunté luego de unos segundos, tranquilo.
Dante solo me observó, de arriba abajo varias veces.
—No logro entender —dijo él, su voz estaba carente de expresión, neutral y aburrida, eso por poco me hace estremecer por la preocupación.
—¿Qué deberías entender?—. Tenía que distraerlo, hacerle hablar hasta que se me ocurriera una idea o sucediera un milagro.
El hombre soltó un bufido.
—¿Por qué tú? —él se levantó —¿cómo es que un hombre como tu llegó a gustarle?
Dante caminó hacia mí y luego a mí alrededor.
—No nos parecemos en nada —murmuró.
—¿Deberíamos parecernos? —pregunté y observé alrededor suavemente, buscando algo que me ayudara, que me diera una idea.
—El hombre que estuvo con ella antes que yo era parecido a mí—. Lo miré enseguida—. Tiene predilección por los hombres rubios.
Ya no más, pensé.
—También por hombre inteligentes—. Alcé una ceja en su dirección—. Uno que hubiera sabido que algo así iba a pasar en algún momento y se habría preparado.
—¿Te desilusiona que no sea así?
—Me desilusiona que tú la hayas tocado—. Él arrugó su frente.
—Más bien que tú jamás lo vuelvas a hacer.
Dante se detuvo frente a mí, lo miré hacia arriba.
—Eso cambiara, pronto.
Él puso el cuchillo bajo mi cuello y el arma contra mi pecho.
—Cuando acabe contigo volverá a suceder.
No puede ser, pensé.
—En verdad crees que ella regresará a tu lado simplemente porque yo no esté.
—De una u otra manera regresará, te lo aseguro—. Él se alejó.
Me tensé, miles de ideas se me vinieron a la mente. ¿Qué estaría dispuesto a hacer este hombre por tener otra vez a Julieta?
—Pero no hablemos de eso, de mis planes con ella —dijo Dante—, ni de lo que le voy a hacer.
Me giré para verlo detrás de mí enseguida.
—No te atreverías a hacerle daño.
—Daño —repitió él—, no, lo que yo voy a hacer es demostrarle que solo yo soy el hombre adecuado en su vida. Nada más.
—Y ella te aceptara con los brazos abiertos —me burlé.
El golpe en mi mejilla me dejó levemente confundido. Me había golpeado con el mango del cuchillo.
—Oh, lo hará, te lo aseguro.
Trague y lo miré a los ojos.
—No deberías estar tan seguro de algo así.
Él me mostró mi teléfono.
¿Qué demonios?, pensé.
Supe enseguida para que lo había utilizado. El hijo de puta había llamado a Julieta cuando estuve inconsciente.
—Me pregunto si la conoces en verdad —continuó Dante como si nada, apreté la mandíbula—, si sabes que le gusta, como y cuando.
—Más de lo que crees —solté.
Dante volvió a golpearme. Escupí sangre sobre el piso de madera.
—Y tú crees que la conoces bien —le dije, pasé mi lengua por mis labios para quitar el resto de sangre —o solo una parte de ella, la dominante.
Él se arrodilló delante y me apuntó con el arma.
—Claro que la conozco, estuvimos juntos dos años, la llegué a conocer tan bien que sabía cuándo no acercarme a ella y cuando si, simplemente con verla —alcé una ceja —¿sabes tú eso?
No dije nada, porque no sabía que contestar.
—Entonces piensas matarme para tener el camino libre—. Entrecerré los ojos—. Esa es tu solución, como no eres lo suficientemente hombre para luchar por ella como corresponde me quitaras a mí del camino.
Otro golpee en mi mejilla. Solté una suave risa al recuperarme, lo miré a los ojos.
—Sí, sabes que es verdad, sabes que esta es la única manera de tenerla contigo.
El siguiente golpe me desestabilizo, apoyé ambas manos en el suelo para no caer. Tosí y luego me limpié la mejilla con el dorso de mi mano. Me congelé cuando la punta del cuchillo apareció sobre mi pecho. Dante seguía apuntándome con el arma, sabía que si intentaba algo me dispararía enseguida.
—Y crees que tú si eres el indicado para ella, yo pasé dos años haciendo todo lo que deseaba y aun así la relación terminó, cuanto tiempo pasará antes de que decida que ya no quiere estar contigo.
Quizás lo que no desea es tener a alguien siempre obedeciéndola, pensé no dispuesto a decírselo.
Julieta no necesitaba a un sumiso 24/7, ella quiere a alguien que también la desafié, que no tema decirle que no, que no tema bromear.
—Eso es algo que no puedes saber, que te preocupa cierto—. Dante apretó la mandíbula—. Te asusta pensar que quizás yo soy lo que ella necesita, no tú.
Él deslizo el cuchillo por mi pecho, cortando mi camiseta y piel en el proceso. Apreté la mandíbula para no quejarme mientras sentía la sangre salir de mi herida.
Dante se alejó y observó el reloj en su muñeca. Supe que estaba esperando algo y ese algo no debía ser otra que a Julieta.
—No te preocupes —me dijo —no pienso matarte, no todavía de todas maneras.
El hombre regresó a la silla.
—Cuando ella llegue sabrás porqué—. Sonrió y yo me estremecí.
El hombre estaba completamente loco, y de una manera fría y centrada, de esa forma que lo hacía aún más peligroso.
Maldije en silencio porque sabía que tenía razón, Julieta iba a aparecer allí y no podía hacer nada por evitarlo. Y como si mis pensamientos la hubieran conjurado la puerta se abrió justo en ese instante.
Me tensé cuando ella ingresó a la sala, trague y observé a Julieta. No podía hablar, por primera vez en mi vida el miedo logró congelarme en mi sitio.
El hombre a dos metros frente a mi sonrió suavemente y se puso de pie.
—Por fin llegaste —dijo Dante—, cierra con seguro.
Ella la cerró sin girarse completamente.
Julieta nos observó a ambos un segundo después, tensa y callada. Entrecerró los ojos al verme arrodillado y observó el suelo, las manchas de sangre. Por ultimo regresó su vista al cuchillo en la mano de Dante y el arma que me apuntaba.
—¿Qué has hecho? —le preguntó suavemente.
Dante apretó la mandíbula y cambió la expresión de su rostro. Lo vi apretar el mango del puñal.
Diablos, pensé un segundo, luego vete fue lo único que ocupo mi cerebro.
Julieta caminó como si nada hacia nosotros, con una calma y frialdad que me sorprendió.
—Julieta —la llamé.
—Silencio —respondió ella enseguida sin perder de vista a Dante.
Al ver que seguía acercándose intenté ponerme de pie. El hombre me miró y levantó su arma enseguida deteniéndome.
—Julieta, aléjate de él, lárgate de aquí ahora —ordené.
Dante entrecerró los ojos al oír mi tono de voz.
—Silencio —gruñó Julieta, parpadee sorprendido.
El hombre la miró enseguida.
—Te dije que él no es un buen sumiso para ti, no es lo que un ama necesita.
¿Te dije?, pensé.
—¿Te dije? —repetí en voz alta, el hombre me miró y alzó una ceja.
—Sí, le dije —soltó con engreimiento—. ¿Qué, no sabías que nos hemos estado viendo?
—¿¡Qué!? —jadee y miré a Julieta, ella seguía observando a Dante —¿te has estado viendo con él?
—Lo que yo haga o deje de hacer es asunto mío —contestó fríamente—. No te lo había dicho antes Gustavo pero a ti sí Dante—. Él hombre la miró.
Pude observar el sonrojo en sus mejillas y supe que ella aún tenía poder sobre él.
—Yo…
—También te dejé en claro que no quería que te acercaras a él—. El hombre apretó la mandíbula.
—Yo. No. Comparto.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Necesito tu permiso para hacer o deshacer?
Escuché claramente la advertencia en su pregunta.
El hombre negó con su cabeza.
—No, pero yo… —ella levantó su mano y se calló enseguida.
—¿Por qué saliste del centro?
Dante se tensó y bajó un poco el arma.
—No me gusta estar allí, yo no estoy…
—Loco —término ella y suspiró —y te dije que yo no pienso que lo estés, pero tampoco estas bien, lo sabes, mira lo que estás haciendo—ella me apuntó con una mano—. Es policía, ¿qué crees que pasará luego?
El hombre me observó detenidamente.
—Dante —lo llamó, el hombre me siguió observando —baja el arma—. No se movió—. Dante, baja el arma ahora —él no se movió—. Mírame—. Le ordenó ella, ambos obedecimos enseguida.
Dante porque a pesar de todo seguía considerándola su ama y yo por la sorpresa que me produjo su tono de voz.
—Julieta, Ama —dijo Dante, se corrigió al verla alzar una ceja —no voy a volver, puedo… —el hombre tragó —puedo seguir yendo al psicólogo, hacer todo lo que me digan pero no voy a regresar —la observó con desesperación —puedo… quiero regresar contigo.
Ella suspiró.
—Lo dejaré ir si lo prometes —el hombre me miró—. Si prometes regresar las cosas a como eran antes lo dejaré vivir —la miró —incluso puedes seguir acostándote con él, no me importa pero… — Dante tragó—. Promételo.
Ahora fue mi turno para tragar, sentí mi boca seca.
Así que ese era el plan de Dante, usarme para extorsionarla, para obligarla a hacer lo que quería.
Pero, ella no podía prometer algo así, no podía siquiera pensarlo. Al observarla me tensé todavía más, los músculos de mi cuello ya dolían al igual que mis manos empuñadas. Ella tenía la frente arrugada, pensaba.
—No lo hagas —jadee.
—Cállate —me dijo Dante molesto.
Si ella lo prometía sabía que nada en el mundo la haría cambiar de opinión. Así que a pesar de la situación y de que ya no me importaba tener un arma apuntándome solté.
—Si prometes algo así no me volverás a ver.
Eso sí provocó que me mirara.
Dante se rio con ganas.
—Vez, a él ni siquiera le importas.
Julieta solo me observó un segundo más.
—Dante, baja esa arma —le ordenó, el hombre la miró.
Se observaron a los ojos unos segundos hasta que noté el cambio en la mirada de Dante, la necesidad en ella fue sustituida con ira.
—¿Por qué? —le preguntó—. Él no necesita a la mujer dominante que eres como yo lo hago.
Julieta negó con su cabeza.
—No quiero que me necesite.
Pero si lo hago, pensé. La necesitaba pero sobre todo la amaba, no a la dominante en ella, sino a la Julieta en sí, amaba y necesitaba a la mujer que tenía delante de mi, a toda ella, no solo una parte.
Dante me miró y volvió a alzar el arma, ahora estaba seguro que me mataría, podía ver el odio en sus ojos. Solo que no esperé que Julieta se moviera y se detuviera entre el arma y él.
—Julieta —la llamé tenso—. ¿Qué estás haciendo?
—¿Por qué? —oí decir a Dante, ya no lograba verlo—. ¿Por qué él y no yo?
—No se trata de él o tú.
—¡Sí lo es! —gritó Dante —¿por qué lo proteges de esta manera cuando a mí me echaste de tu vida como si nada?
—Lo siento —dijo Julieta, su voz sonó cansada —te lo dije, me disculpe por eso, por lo que te hice. Pero no puedo cambiar el pasado.
—Yo solo quería estar contigo, me hubiera conformado solo con estar a tu lado —gruñó el hombre.
—Lo sé —susurró ella.
—Pero no te importó, me echaste a la calle sin nada.
—No —jadeo ella —nunca creí que te irías de esa manera, estudiaste en la universidad, tenías tu propio dinero…
Comencé a moverme lentamente al ver que Julieta me cubría un poco.
—No, solo te tenía a ti, no me importaba nada más que tú y cuando me ordenaste irme solo obedecí, sin pensar siquiera en lo que me podía pasar.
—Dante —lo llamó.
Observé la espalda de Julieta y me congelé, arrugué mí frente al ver algo extraño. Entrecerré los ojos y si no hubiera estado ya arrodillado hubiera caído al suelo al ver un teléfono celular. Este estaba entre su blusa y la falda negra, la mitad oculto y la otra mitad, que me deja ver que estaba encendido, a la vista.
Trague y observé la cabeza de Julieta.
¿Qué demonios estaba pasando? Me pregunté.
Ella siguió hablando con el hombre, aun así logré captar un extraño ruido al otro lado de la puerta, muy sutil que hubiera pasado desapercibido sino supiera claramente que era eso. Iban a forzarla.
Apoyé un pie en el suelo, listo para saltar hacia Julieta en cualquier momento cuando ella llevó una mano detrás de su espalda como si nada y me mostró su palma abierta. Capté el mensaje cuando comenzó una cuenta regresiva con sus dedos. Al dos me movió enseguida hacia ella y la agarré de la cintura.
La puerta estalló justo cuando me dejaba caer hacia atrás, noté la sorpresa en el rostro de Dante. El polvo y los trozos de madera saltaron en todas direcciones. Puse a la mujer bajó mío cuándo el primer policía ya apuntaba al hombre y le gritaba que soltara el arma. Sentí los brazos de Julieta rodear mi cuello cuando oí dos disparos, y sentí la bala entrar en mi espalda justo luego de observar el rostro de Julieta.
Escuché una ráfaga de disparos luego de eso pero no le presté atención, lo último que vi fue a la mujer que amaba bajo mío, la oí gritar mi nombre y observarme completamente pálida.
Capítulo 46
6 de septiembre, 2015.
Cuando desperté supe enseguida que estaba en un hospital, ni siquiera tenía que abrir los ojos para saberlo. Podía oler el desinfectante en el aire y oír claramente el pitido del monitor cardiaco a mi lado.
Suspiré.
—Por fin —oí la voz de Baltazar.
Abrí los ojos y observé a mi amigo a un lado, registré enseguida el resto de la habitación y me decepcioné al no ver a nadie más.
—Vamos —dijo Baltazar, lo miré—, por lo menos finge que te alegra verme.
Observé el techo un segundo.
—Estoy feliz de verte —murmuré, no porque quisiera sino porque estaba muy cansado y un poco adormecido —¿Cuánto…
—Has estado más de tres días inconsciente—. Baltazar suspiró—. Perdiste mucha sangre y como la bala se acercó peligrosamente a tu columna te operaron.
Lo miré sorprendido, y asustado.
—¿Mi qué…
—Tu columna —su amigo entrecerró los ojos —pero como eres un idiota con suerte no tocó nada demasiado importante, solo tu pulmón.
Solté un bufido y me quejé.
—Pues gracias. Solo un pulmón —murmuré.
—Cálmate, estas bien.
Me quejé y volví a mirar alrededor.
—No está aquí —me dijo Baltazar, lo miré—, pero lo estuvo hasta hace apenas una hora y no se veía muy feliz—. Mi amigo arrugó la frente.
—Ella está bien.
—Está molesta diría yo—. Voltee mis ojos.
—¿Pero está bien?, ¿no le paso nada?
Baltazar negó con su cabeza y me relajé enseguida.
—Solo tú terminaste herido.
—¿Dante? —pregunté.
—Muerto como imaginas.
Cerré los ojos y los abrí enseguida.
—¿Cómo… qué paso allí?, no entiendo.
—¿Qué no entiendes? —preguntó Baltazar —que el psicópata del ex novio de tu mujer te secuestró, o que apenas llamó a Julieta, ella se me comunicó conmigo a la central.
Abrí los ojos sorprendido.
—¿Te llamo? —pregunté.
—Mujer inteligente —sonrió—. Pidió hablar conmigo expresamente diciendo que era una emergencia. En menos de un par de segundos ya me había dicho lo que estaba pasando —se encogió de hombros—, minutos después ya sabíamos lo que íbamos a hacer, solo tuvimos que esperar a los de fuerzas especiales y ya sabes el resto.
—Ella planeó todo eso.
—Lo de las fuerzas especiales no, pero lo de distraer al tipo sí. Sabía que la única forma de liberarte era sorprendiéndolo, por eso la puerta de tu departamento desapareció.
Baltazar sonrió como si nada.
—Vamos, ya está todo bien, ahora solo debes recuperarte y…
Ambos miraron hacia la puerta cuando se abrió. Me decepcioné al ver aparecer a un hombre vestido con delantal. Este ya era un anciano, su cabello blanco cubría toda su cabeza.
Cuando se detuvo a los pies de mi cama noté como me examinaba de arriba abajo una sola vez. Sus ojos castaños me parecían conocidos, más la forma en que me miraba.
—Veo señor Pérez —dijo con voz firme —que ya está mejor.
Observé a Baltazar un segundo.
—Él es el doctor Lorenzo de la Vega —alcé ambas cejas al oír su apellido—, fue quien te operó.
—Así es, yo fui quien le quitó la bala alojada en su espalda.
El hombre observó a Baltazar quien se puso de pie.
—Bien, como estas despierto me voy—. Con eso salió de la habitación sin mirar atrás.
Observé al médico unos segundos.
—Gracias —solté al fin.
—No me agradezca a mi señor Pérez, agradézcale a mi nieta que me llamó y convenció de dejar mi casa en la playa para venir aquí y operarlo, yo ya no hago estas cosas.
—Entonces se lo agradeceré cuando la vea.
Él asintió.
—Dígame señor Pérez…
—Gustavo, por favor —corregí —señor de la Vega.
—Dígame señor Pérez —continuó él como si nada, evité voltear mis ojos —¿qué pretende con mi nieta?
Arrugue su frente.
—Creo que eso solo le compete a ella y a mí.
Este hombre ya no me agradaba.
—¿Eso cree, no?—. El hombre tomó una carpeta y la observó—. Bien, solo deberá permanecer en el hospital un par de días, luego de eso se ira a su casa y tendrá unos días de reposo. En algunos minutos vendrá una enfermera a hacerle algunas pruebas, nade del otro mundo.
Regresó la carpeta a su lugar y me observó unos segundos antes de alejarse y dejarme solo.
Suspiré.
Eso sí era extraño, pensé. Pero por fin había conocido al abuelo de Julieta, un hombre que se parecía a ella bastante noté.
—Julieta —susurré.
Quería verla, hablar con ella, ya estaba cansado de esperar.
Capítulo 47
26 de septiembre, 2015.
Observé a Julieta a mi lado. Después de un par de semanas por fin había podido regresar a mi hogar, pero lo más importante, por fin estaba con ella a solas.
Julieta me había visitado varias veces durante esas semanas, y durante una de esas visitas habíamos hablado sobre lo que pasó, sobre lo que ese hombre y ella hicieron, nada más. No hubo palabras amorosas, declaraciones, solo parecíamos un par de amigos que se mantenían juntos, nada más.
Pero ahora, al estar en mi departamento y luego de observar la nueva puerta en la entrada, sabía que todo eso debía llegar a su fin.
—Julieta —la llamé suavemente.
Ella me observó enseguida, esperando.
—Tenemos que hablar.
—Estamos hablando —dijo ella.
—Sabes a lo que me refiero, no podemos seguir así.
Ella suspiró y cerró los ojos, llevó una mano a su frente para acariciarla un segundo, como si quisiera borrar un mal recuerdo o un dolor de cabeza.
—Sí —suspiró luego de un segundo—, debemos hablar.
Tomé su mano y la guie hacia el sofá, no dimos ni dos pasos antes de que ella me detuviera.
Observé su rostro enseguida, y al ver su mirada supe lo que quería, lo que necesitaba en ese instante.
Acepte, sin pensarlo siquiera.
—No te muevas —ordenó ella.
Julieta se movió hacia la cocina y regresó con una botella de vino y una copa en su mano. Ella se sirvió y se sentó frente a mí. Mientras bebía observé sus piernas cruzadas, las medias que las cubrían.
Subí por su cuerpo hasta el vestido negro que llevaba.
Siempre tan elegante, pensé.
—¿En qué piensas? —me preguntó con su voz firme y autoritaria. Me estremecí.
Esa voz podía llevarme al orgasmo como si nada.
—En ti —soltó enseguida, al verla alzar una ceja trague—, señora.
Ella asintió satisfecha. Se sirvió más vino y descruzo sus piernas.
—Ven aquí —me ordenó y apuntó con su mano delante de ella.
Caminé hasta pararse frente a ella, luego me arrodillé y me sentó sobre mis tobillos. Podía pasar horas así, ahora lo sabía.
Ella tomó mi mentón con un dedo y lo levantó suavemente. Casi gemí ante su toque. No podía ni siquiera imaginar lo que estaba pensando.
—Qué pensaste Gustavo, valió la pena pasar por algo así, que mi ex sumiso te amenazara de esa forma, que te disparara —ella me observó con intensidad —te hizo cambiar eso de opinión.
—¿Y a ti, qué te hizo pensar? —pregunté.
Julieta arrugó su frente y yo tomé sus manos para que no las alejara.
—Te sientes culpable no es cierto, por eso no te acercas a mí, por eso me hablas como lo harías a un amigo, a cualquier persona —Julieta cerró los ojos—. ¿Qué pensaste luego de que él me disparara?
Levanté su rostro con una mano.
—Dímelo —pedí.
—Todo eso fue mi culpa —susurró ella.
—Tu no me atacaste, lo hizo él —ella negó con su cabeza —fue Dante quien me disparo. Que él en su mente enferma creyera que lo que hacía estaba bien, que lo hacía por ti, no te hace culpable.
—Pero no pude detenerlo.
—No podías hacer nada.
—Jack tenía razón, debí haberlo enviado a otro lugar, pero creí que estaría bien, que no necesitaba de vigilancia las veinticuatro horas del día, yo...
La callé con un beso, cuando se alejó susurré.
—Tú no tienes la culpa, de nada. Julieta, hiciste lo que pudiste por él, pero sabes que al final, era él quien no quería mejorar.
Ella solo me observó.
—Yo no pienso ni he pensado que seas culpable, te aseguro que nunca lo haré y ya no te preocupes por eso. Pero tienes razón en una cosa.
—¿Qué? —murmuró ella.
—Ya no pienso igual sobre lo que te dije hace tiempo —ella se tensó—. Julieta yo te amo, quiero pasar el resto de mi vida contigo y ya no puedo seguir esperando una respuesta, necesitado saber qué es lo qué piensas, qué sientes por mí.
Ella se mordió el labio y miró alrededor, cuando me miró supe que ya tenía una respuesta. Esperé nervioso.
—Me equivoque contigo —me dijo suavemente, arrugue mi frente enseguida.
—¿En qué?
—No eres un sumiso—. Me sentí confundido.
—Con todo lo que he hecho dudas de mí.
Ella negó con su cabeza.
—No, lo que a ti te gusta es perder el control, dejar de pensar y solo sentir, no ser un sumiso. Todo lo que hemos hecho simplemente tiene que ver con eso, no con que seas uno.
La observé largo rato, sin saber que decir. Ella tenía razón en sus palabras, me gustaba dejar de controlar todo, pero eso no es lo que me convertía en un sumiso. Me gustaba que tomara el control, ambos lo sabíamos. ¿Eso donde nos dejaba?
—Pero yo…
—Si no fuera así nunca tomarías el control en el sexo, te lo aseguro.
La observé a los ojos, tenso.
—¿Eso cambia en algo nuestra relación?
Julieta negó suavemente y se relajó un poco.
—No, eso es lo extraño, no lo cambia en nada —ella sonrió —incluso los castigos te gustan simplemente porque es una nueva experiencia, nada más.
Esperé unos segundos a que continuara.
—Cuando me di cuenta de eso no me sorprendió que lo descubriera, me sorprendió que no me molestara, incluso lo consideré más divertido.
Ella acaricio mis manos y las observó.
—Siempre había creído que eso era yo, que todo se resumía a control y nada más, pero cuando te conocí, quise cosas nuevas, cosas diferentes.
Ella negó con la cabeza.
—Cuando te dije que Jack me había dicho que tenía que buscar un sumiso real, te mentí.
—No te dijo eso.
—No, si me lo dijo, pero también me dijo que tú no lo eras, se te notaba demasiado para no ser así —ella hizo una mueca—. Ese día no estaba molesta contigo por enfrentar a Jack, estaba molesta porque sabía que él tenía razón. La verdad es que simplemente no había querido aceptarlo porque sabía lo que significaba.
—¿Qué? —pregunté enseguida.
—Que tú no lo soportarías por siempre, que llegaría un segundo en que decidirías que era demasiado y ya no querrías seguir.
—Por eso querías que me fuera —comprendí.
—Sí, prefería que te fueras antes de que todo se rompiera de la peor forma, era mejor tener un bonito recuerdo antes de que…—ella se quedó callada.
—Antes de que te despreciara —murmuré. Ella asintió —¿y ahora? —pregunté—, ¿qué piensas ahora Julieta?
Ella suspiró.
—Ahora —repitió ella —ahora voy a ser toda dominante contigo —alcé una ceja —y tú vas a ser un muy buen sumiso que solo obedecerá ciegamente.
Sonrió suavemente.
—¿Y qué deberé hacer tan ciegamente?
—Algo que durará mucho tiempo—. Ella agarró mi rostro con ambas manos—. Porque te ordeno estar conmigo tanto tiempo como quieras, si es posible hasta que seamos unos ancianos.
Seguí sonriendo.
—Me dijiste que ya eres mi sumiso y mi amante —asintió —y sí, quiero que seas mi compañero y algo más.
—¿Por qué? —pregunté—, porque te gusto mucho, porque te divierto, ¿por qué me quieres a tu lado hasta que seamos ancianos?
—Porque sí me gustas mucho, porque sí me diviertes, porque adoraría verte con el cabello blanco —ella me acaricio —porque me moriría de celos verte con alguien más, porque solo con pensar en no tenerte cerca se me parte el corazón, bueno, y simplemente, porque te amo.
—Simplemente —repetí.
—Simplemente —dijo ella —que más simple que el amor, todo lo demás es lo complicado.
—Tu eres complicada —aseguré, ella volteo los ojos pero aun así se rio entre dientes.
—Eso es tan cierto como que tú me amas.
Me mordí el labio.
—Tú también me amas —ella asintió suavemente, sonrió —dilo —dijo.
—¿Qué cosa? —alzó una ceja —que te amo —me besó —eso quieres oír —volvió a besarme —te amo —susurró en mi oído, me estremecí—. Te amo, Gustavo.
La besé enseguida.
—Solo prométeme una cosa.
—¿Qué? —dije.
—Que no volveré a verte en un hospital.
Hice una mueca.
—No puedo prometerte algo así.
—Gustavo —gruñó ella —no estoy jugando, no quiero…
—No puedo prometer algo así —me adelantó, ella entrecerró los ojos —es parte de mi trabajo, algo que puede pasar quiera o no.
Ella movió su cabeza de un lado a otro y llevó ambas manos a su rostro, cubrió sus ojos y susurró.
—No sabes cómo me sentí al verte.
La abracé.
—Puedo prometerte —murmuré —que seré cuidadoso, pero me conociste siendo policía, y lamentablemente eso es parte de mi trabajo.
Ella se quejó y apoyo su frente sobre mi hombro. Luego Julieta tomó mi rostro entre sus manos y me dijo.
—Tómame —tomé aire al oírla, al escuchar esa voz ronca y sexy—. Quiero sentirte completamente.
La desnude enseguida y me quitó la ropa. En la misma posición, entre sus piernas arrodillado frente a ella, me moví hacia su cuerpo y la penetré.
Julieta jadeo al sentirme y me observó mientras me movía, mientras afirmaba su cadera para que no se alejara. Al sentir sus dedos recorriendo mi piel jadee y la besé. Ella afirmó mi cabello y me mantuvo cerca, besándome con intensidad, como si no hubiera un mañana, como si nada más importara.
Seguí empujando contra ella sin contemplación, con energía y deseo. Ella jadeo y gimió, enterré mi lengua en su boca y la moví más cerca del borde del sofá para abrir más sus piernas, permitiéndome llegar aún más profundo.
—Sí —jadeo ella —no te detengas.
Claro que no, pensé. No podía detenerse, no ahora, cuando estaba tan cerca, cuando la sentía tan húmeda y apretada a mi alrededor.
Movió mis dedos para tocar su nudo. Ella se corrió gritando mi nombre apenas la acaricio. La sigue enseguida, empujando una vez con fuerza, gimiendo mientras me corría. Ella tembló bajo mío, me tensé.
Luego de unos minutos ambos respirábamos mejor, salí de su cuerpo y me levanté, me dolían las rodillas. Riendo un poco por eso tomé a Julieta de la mano y la levanté.
Ella acaricio mi pecho con sus manos y mejilla. Deposité un besó su cabello y me miró.
—¿Estas bien? —pregunté luego de tomar aire.
Ella asintió y sonrió.
—Eso debería preguntarlo yo, y no olvides…
—Que eres más fuerte de lo que parece, lo sé —la besé —aun así me seguiré preocupando por ti.
Esta vez fui yo quien la llevó a la ducha y la bañó. Me concentré en limpiarla completamente luego de volver a llevarla a un orgasmo. Cuando sequé su cuerpo la recosté en la cama y la cubrí con las sabanas.
—Descansa —dije mientras acariciaba su cabello.
Ella suspiró y cerró los ojos, segundos después supe que se había quedado dormida.
Ya es tiempo, pensé. Ya llevábamos casi un año juntos, meses conociéndonos y más. Ya era tiempo de entregarme a ella verdaderamente. La amaba, confiaba en ella y la necesitaba, y aún más, sabía que a ella le pasaba lo mismo conmigo. Extrañamente esa pequeña y mandona mujer también me amaba y necesitaba, y también confiaba en mí.
Suspiré y acaricié su rostro.
Ya era tiempo, pensé con resolución, mañana mismo haría algo para que nuestra relación se hiciera permanente.
Capítulo 48
26 de septiembre, 2015.
Jamás pensé hacer algo así en mi vida. Como todo hombre había imaginado que en algún momento formaría una familia, que tendría hijos y todo lo demás. Pero había pensado en eso como algo que tenía que hacer, no que deseaba realizar.
Sonreí al darme cuenta lo diferente que podían ser las cosas. De que cuando la mujer indicada aparecía, la idea de una familia se volvía muy atractiva.
—¿Ya estás listo? —preguntó Cristian, mi hermano menor.
Asintió.
—Quien diría que todo esto se podría organizar en menos de un día.
Sonreí y miré alrededor.
—Con decirle a mamá lo que quería hacer fue suficiente.
Cristian hizo una mueca.
—Claro, le estas cumpliendo su sueño, pero te lo va a cobrar.
Alcé una ceja.
—En menos de un mes te pedirá nietos.
Solté un bufido.
—Lo peor de eso, es que tienes razón.
Ambos se rieron.
Cristian me miró fijamente.
—¿Crees que acepte?
Volví a sonreír.
—Lo hará —dijo seguro —claro, luego me cobrara no avisarle pero aceptara.
—Si tú lo dices, esa mujer da miedo—. Solté una carcajada al oírlo.
—Le voy a decir que dijiste algo así, se va a reír toda la noche.
Cristian volteo sus ojos y negó con su cabeza.
—Oigan, par de idiotas —dijo Francisco acercándose, ambos voltearon sus ojos al oírlo—. ¿Qué hacen?
—Aquí hablando de ti —soltó Cristian —qué más.
Francisco lo ignoró.
—Mamá dice que está todo listo —sentí —y que ella ya llegó.
—¿Qué? —jadee—¿y por qué rayos me lo dices ahora?
—Porque ahora me lo dijo mamá, estaba hablando con ella de no sé qué —hice una mueca al oírlo —. Están allá.
Apuntó hacia el otro lado de la supuesta fiesta por mi recuperación. El lugar estaba repleto de amigos y conocidos.
Sonreí al verla en jeans claros y camiseta. Se veía tan dulce de esa manera, incluso la trenza en su cabello la hacía ver más joven.
—A que esa mujer tiene algo raro —soltó Francisco.
Lo miré, Cristian asintió a su lado.
—Me lo dice mi olfato detectivesco —siguió.
Cansado de oír a mis hermanos me alejé y caminé hacia ella.
Julieta me observó enseguida y sonrió. Mi madre estaba a su lado y también sonrió al vernos juntos. Al llegar cerca tomé su mano y la besé.
—¿Te gusta la fiesta? —pregunté suavemente.
—Es una bonita fiesta solo… —ella alzó una ceja y apuntó a un lado —¿por qué mi abuelo y mi Nana están aquí?
Observé al hombre mayor a varios metros hablar con mi padre. La mujer a su lado era la nana de Julieta, quien prácticamente la había criado y quien ahora, trabajaba en la casa de su abuelo. Hacia menos de un par de horas que había hablado con él, largo y tendido. Me había tomado una hora convencerlo de que amaba a su nieta y de que todo esto era buena idea. Fue él quien me advirtió que Julieta me cobraría lo que estaba a punto de hacer.
—Me pareció buena idea invitarlo.
—¿Y no te da miedo? —la miré enseguida—. Ya sabes, es un buen hombre y todo eso, pero cuando tenía diez años, me daba miedo solo verlo de lejos.
Reí al oírla y la besé.
—¿Ya no le tienes miedo?
—No —sonreí —ahora soy yo quien causa que otros tengan miedo —alcé una ceja.
—No a mí—dijo alguien acercándose.
Ambos nos giramos para ver a un Jack enfundado en un elegante traje a un metro de ellos.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Julieta sorprendida.
Los miré a ambos y solo sonreí.
—También lo invité.
—Esto se está poniendo raro. Creí que no se llevaban bien.
—No nos llevamos bien —aseguró Jack, asentí —pero considerando que tú eres mi amiga desde hace años y que por alguna extraña razón este hombre te gusta, he decidido llevar la fiesta en paz.
Solté un bufido pero no dije nada.
Lo único que había hecho había sido llamarlo para informarle de la fiesta y lo que iba a hacer, si él aparecía seria asunto suyo.
—Bien —murmuró Julieta y me miró —ahora me gustaría saber a qué se debe todo esto, porque mi cumpleaños no es.
Negué suavemente con mi cabeza.
—Nos vemos luego —dijo Jack y se alejó.
Julieta lo miró hasta que lo perdió de vista, luego me observó.
—Está todo listo —dijo mi madre, la miré y asentí.
—Bien, vamos.
Julieta me siguió con el ceño fruncido.
—Cálmate —murmuré y la abracé—, no voy a torturarte delante de toda esta gente.
—Uf, por un momento creí que sería así.
Sonreí y la llevé frente a todo el mundo. Todos nos observaron en seguida.
—Primero gracias a todos por estar aquí, en este día tan especial —observé a Julieta un segundo y sonreí —pero además de que esta fiesta es para celebrar que salí bien del hospital, y de que esta mujer a mi lado es mi novia —todos aplaudieron y sonrieron al oírme —organice…
—¿Organice? —repitió mi madre.
—Más bien le pedí ayuda a mi madre —volvieron a reír —como decía, organizamos —observé a mi madre un segundo, ella asintió —todo esto para ti.
Me giré hacia Julieta y tomé sus manos.
Al ver su rostro sorprendido le guiñó un ojo y me agaché hasta poner una rodilla en el suelo.
—¿Qué? —susurró ella.
—Julieta —continué —eres… la mujer más sorprendente que he tenido el gusto de conocer.
Ella solo me observó.
—Me encanta la forma en que sonríes, como se arruga tu frente cuando piensas en algo que no te gusta y cómo puedes permanecer tranquila en cualquier situación —sonreí suavemente al verla sonreír —pero sobre todo amo como me haces sentir a tu lado, porque sabes que contigo dejo de preocuparme de todo lo que pasa a mi alrededor.
Me levanté un poco y saque una cajita de mi pantalón. Cuando ella la vio, sentí su mano tensarse.
Se la extendí y la miré a los ojos.
—No existen palabras que expresen lo que siento por ti, por eso —la observé unos segundos — porque te amo, quiero preguntarte —ella tomó aire —Julieta, ¿quieres ser mi esposa?
Casi juré que todos a mi alrededor tomaron aire esperando su respuesta. Julieta tomó la cajita de entre mis manos y la observó sin abrirla.
Cuando me miró sonreí. Ya sabía su respuesta.
—Siempre me he preguntado porque no me gustan las sorpresas —ella sacudió un segundo la cajita —ya sé porque.
La tensión en el aire era palpable, evité reír por lo que ella estaba haciendo.
—Como dijiste, no hay palabras que expresen lo que siento por ti, y si hubiera tenido tiempo habría ensayado un espectacular discurso de una hora, solo para intentar explicar eso que me haces sentir. Te lo dije una vez —alcé una ceja —que quería que fueras más que mi compañero, mi amante —negué con mi cabeza divertido —y lo eres, por eso no puedo decirte otra cosa que sí, sí quiero ser tu esposa, sí quiero casarme contigo.
Las personas volvieron a tomar aire y a aplaudir. Me levanté y la besé enseguida, la abracé por largo tiempo hasta que ella se alejó y llegó a mi oído.
—Y si —susurró —pagaras por esto, ya lo veras.
Reí y volví a besarla.
—Ya me lo advirtieron, así que creo estar preparado.
—Eso lo vamos a ver.
—Pero calma, tengo otro regalo para ti, pero en más privado.
Ella alzó una ceja y la besé.
Tomé la cajita de la mano de Julieta y la abrí. Saqué el anillo sencillo y bonito, que conseguí gracias a mi madre, y se lo puse.
Observé enseguida el rostro de Julieta, la suave sonrisa que tenía me lleno de una dulce felicidad.
Ella me miró y me besó enseguida.
Luego de saludar a todo el mundo, recibir felicitaciones y abrazos, de comer y beber, incluso bailar, la guie hacia su departamento. Solo allí volví a besarla como tanto deseaba.
—En verdad quieres ser mi esposa, o todo eso fue producto de la situación.
Ella acaricio mi mentón.
—No te equivoques, si no lo hubiera deseado simplemente habría dicho que no, luego de una pequeña explicación. Pero aun así hubiera dicho que no—. Ella agarró mi chaqueta con ambas manos.
Sonreí y la besé.
—Ahora qué debería hacer para que no vuelvas a sorprenderme a si —alcé una ceja—. No me gusta sentirme confundida, debes pagar por eso.
—Lo haré cuando quieras pero antes —la guie hacia la habitación —quiero darte otra cosa.
Ella esperó en el centro de la habitación. Me quité la chaqueta y luego tomé una caja. Me acerque y sonriendo me puse de rodillas frente a ella, alcé la caja y mantuve mi mirada en el piso.
—¿Qué estas planeando? —preguntó ella y tomó la caja.
Julieta acaricio mi cabello antes de abrirla.
—Oh, vaya —le oí decir.
Sonreí.
Julieta permaneció en silencio un minuto completo.
—Mírame —le ordenó, lo hice enseguida—. ¿Estás seguro de esto?
Ella me mostró el collar de cuero, simple pero elegante.
—Sí, lo estoy —aseguré.
Ella me observó unos segundos y luego se agachó. Me sorprendí cuando ella se arrodilló frente a mí y sonrió.
—Casarte conmigo implica un compromiso ante la sociedad, es una forma de decirle a los demás que me amas los suficiente para pasar el resto de tu vida conmigo y que estás dispuesto a seguir y aceptar reglas por eso —ella tomó mi camiseta y me la quitó—. Compromiso, fidelidad, seguridad, eso se supone entrega el matrimonio.
Asentí.
—Esto —ella levantó el collar —significa que…
—Que me estoy comprometiendo en mente, cuerpo y alma a ti, y solo a ti, que estoy dispuesto a satisfacer tus deseos, tus necesidades, que te amo lo suficiente para darte ese poder sobre mí y que mi confianza en ti es lo suficientemente grande para estar a tu lado.
Ella solo me observó y asintió. Cuando bajó la cabeza y apretó el collar entre sus manos, arrugue mi frente y levanté su rostro con ambas manos.
—Ey —susurré al ver la lágrima escapar de sus ojos —¿qué pasa?
—Por eso no me gustan las sorpresas —susurró ella y levantó una mano para quitarla, yo lo hice — porque me hacen sentir fuera de balance, fuera de control.
—¿Te molesta que yo te haga sentir así? —ella negó con su cabeza y sorbió por su nariz, reí al oírla—. Jamás creí que pudieras emocionarte hasta este nivel.
Ella se quejó y apoyó su frente en mi pecho, la abracé.
—Entonces —murmuré —ya aceptaste casarte conmigo, aceptas ahora que sea tu sumiso.
—Tú no eres un sumiso —murmuró ella contra mi.
—Vez, eso lo hace más especial y raro —ella rio —dime, ¿aceptas?
—Al aceptar ser tu mujer he aceptado ante los demás que te amo lo suficiente —me miró —al aceptar este collar, me he comprometido a cuidar y proteger tu sumisión, a aceptarte cómo eres —ella suspiró —y que deberé castigarte por cada error que cometas —voltee mis ojos, Julieta afirmó mi rostro —y también a premiarte por tu aciertos.
—Deberás premiarme mucho.
Ella rio y abrió el collar. Le permití ponérmelo. Ambos suspiramos cuando lo hizo.
—Cuando lo lleves puesto solo yo tendré el control, será solo en estos momentos en que serás mi sumiso —asentí —completamente —terminó.
Julieta besó mi mejilla, mi mentón y mi boca, tan suavemente que me estremecí.
Luego se puso de pie y lo observé desde su altura, se cruzó de brazos y alzó una ceja. Volví a sonreír antes de mirar el piso.
—Bien —dijo ella como si nada —aún tengo que castigarte, me pregunto cómo lo haré.
La observé alejarse.
Ni siquiera podía imaginar lo que ella estaría pensando y estaba ansioso por saberlo. Esa mujer despertaba mi curiosidad, mi excitación, de tal manera, que podría pasar el resto de la noche allí, en el mismo lugar, solo para saber al final, que habría preparado para mi.
La amaba tanto, que hacer todo esto por ella me había hecho feliz. Ya estaba completamente comprometido con ella, en público y en privado, y para siempre o lo que durara mi vida.
Ella regresó y esperé.
Julieta puso una manos sobre mi corazón y se agachó un poco a mi lado para susurrar en mi oído.
—Tus manos tras tu espalda —obedecí y ella me puso unas esposas, abrí los ojos al darme cuenta que eran las mías—. Esta noche no vas a tener permitido usar tus manos, ni una sola vez —me estremecí —vamos a averiguar qué tan hábil eres con tu lengua —sonreí y la sentí sonreír —ahora, ponte de pie y déjame continuar.
Epílogo
Años después.
Sonreí y seguí atormentando a Julieta con mi dedo.
—Sé que te gusta esto —susurré en su oído y seguí acariciándola, expandiéndola en todas direcciones.
Julieta no permitía muy seguido que me metiera con su culo, tampoco yo, aunque a ambos nos gustaba. No lo hacíamos por orgullo o alguna tontería, lo hacíamos porque cada vez que realizábamos algo así, las sensaciones eran más intensas, era algo especial que compartíamos con el otro de vez en cuando.
Julieta gimió debajo de mi he inclinó su trasero más hacia mi caricia, solo que justo cuando iba a introducir otro dedo alguien golpeo con fuerza la puerta.
Me quejé suavemente y Julieta rio contra la almohada.
—¡Papá! —gritó un niño de seis años —¡Felipe no me deja ver televisión!
Julieta rio con más energía y apretó su rostro contra su almohada.
Entrecerré los ojos cuando ella me miró divertida.
—¡Papá! —lloró Nicolás.
—Ya voy —contesté de vuelta—. Baja a la sala, estaré allí en cinco minutos.
Presté atención y cuando los pequeños pasos se alejaron por el pasillo, suspiré. Julieta se movió un poco, la miré y alcé una ceja ante su sonrisa.
—No es gracioso —sonrió aún más y antes de que se alejara golpee su trasero con mi mano suavemente.
—Auch —se quejó ella y reí al ver su rostro contrariado.
—Te lo mereces—. Me puse de pie y comencé a vestirse lo más rápido y mejor que pude.
—Yo no te interrumpí —ella se recostó de espaldas.
—No, pero lo hizo nuestro hijo, pensé que dormirían más tiempo.
Ella se encogió de hombros.
—Tardaste más en el trabajo, durmieron lo normal.
Suspiré y me moví hacia el baño. Mientras me lavaba ella apareció detrás.
Nos miraron a los ojos hasta que ella golpeo mi trasero con energía.
—¡Oye! —me quejé y no pudo evitar reír.
—Ahora estamos a mano—. Sonriendo la vi meterse en la ducha.
—Malvada, ducharte justo ahora, cuando tengo que bajar y hacer de réferi con dos niños no es justo —. Ella me sacó la lengua causando que soltara una carcajada—. Ya me cobraré esto en la noche.
Julieta me miró y volteo los ojos.
—En la noche estarás tan cansado que apenas te acuestes caerás dormido.
Solté un bufido al oírla.
—No esta vez —aseguré —y solo me he quedado dormido tres veces.
—Cuatro —corrigió ella y abrió las llaves de la ducha—, no olvides la semana pasada.
—Eso fue tu culpa, me mantuviste despierto toda la noche anterior, no cuenta.
Negando salí de nuestra habitación y llegue a la sala para ver a mis hijos, un niño de siete años y otro de seis, ambos de cabello negro y ojos castaños. Cuando vi que otra vez iban a comenzar a pelear los separé enseguida tomándolos a ambos en mis brazos.
Ambos se quejaron al estar en esa posición.
—A ver —dije y los miré a ambos—. ¿Quién empezó?
—Nicolás —soltó Felipe al mismo tiempo que su hermano gritaba su nombre.
—Felipe fue —se quejó Nicolás.
—Felipe —dije y los dejé a ambos en el suelo—. ¿Qué dijimos de la televisión?
—Que teníamos que compartir —rezongó él.
—Sí, y cada uno de ustedes puede ver su programa sin que el otro lo interrumpa —los miré a ambos —el tuyo es a las seis y el tuyo a las cinco —observó a Felipe —y ahora son las seis.
—Pero aun no comenzaba su tonto programa—. Suspiré.
—Felipe —dije más serio, el niño me miró enseguida con los ojos bien abiertos. Sabía que el chico sería igual que su madre al crecer, me miraba de la misma forma cuando quería obtener algo—. Debes respetar los turnos, ustedes eligieron los programas.
Él asintió suavemente y miró el piso. Sonriendo deposité un beso sobre su cabeza y observé a mi hijo menor.
—Bien, ve tu programa, pero si vuelven a discutir los castigaré a ambos, entienden—. Asintieron.
Acaricie el cabello de mi hijo menor y los dejé solos para que observaran la televisión. Sabía muy bien que mañana tendrían el mismo problema.
Al llegar a la cocina observé a Julieta cocinando, sonreí al ver que tenía puesto un nuevo delantal que decía “existen solo tres hombres que controlan mi vida, nadie más”
Llegue cerca de ella y la abracé.
—¿Cómo te fue? —preguntó ella sin mirarme.
—Tan bien que sé que mañana volverán a discutir por lo mismo —ella rio—. He pensado en cambiar mi trabajo de policía a réferi, me iría muy bien.
—Déjalos, si mañana pasa lo mismo iré yo.
Reí y besé su cuello.
—Sí, solo tu logras que se calmen por más tiempo, una mirada y ya los tienes controlados.
Ella soltó un bufido.
—Ya sabes, me gusta el control.
Asentí y la besé.
—Que sería de mí sin mi controladora esposa.
—Nada, que más.
Volví a reír y m e alejé, tomé un delantal a mi lado y me lo puse. Julieta me miró y rio, como cada vez que lo veía. Este decía “La clave está en fingir que ellas tienen el control”
—Sabía que amarías este delantal —me burlé.
—Sí —movió su cabeza de un lado a otro divertida —porque ya sabes, la clave está en fingir.
Me acerqué y la besé.
Cuando me alejé susurré un te amo que ella respondió de igual manera. Luego, bajé mi mano y la puse sobre su vientre hinchado y pensé en nuestra hija que crecía allí.
Si alguien me hubiera dicho que después de tanto tiempo, las cosas estarían así, que sería así de feliz, que discutiría por tonterías y me molestaría en un momento para calmarme al siguiente, jamás lo hubiera creído. Si hubiera sabido que sería tan libre al lado de alguien la habría buscado hace años atrás, para tenerla como ahora, a mi lado, solo para verla sonreír.
Fin
Sobre la Autora
D. H. Araya
Nació en Santiago, Chile. Las ventas son su profesión y la literatura su pasión. El romance es la base en sus historias pero adora la fantasía y la comedia. Comenzó a escribir luego de salir de la escuela y años después se atrevió a publicar en internet. Le gustan las comedias románticas, oír música a todo volumen y escribir a altas horas de la noche. Le desagradan las películas de terror pero le gustan los videojuegos de ese tema. Y sobre todo, le gustan las historias con un final feliz.
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