Era algo externo a ella que no sabía nombrar. Una silenciosa energía que la cegaba y gobernaba sus días. Una forma de colocón también, de destrucción.

Todo sucedió paulatinamente. Hasta llegar a eso. Sin que acabara de darse cuenta. Sin que pudiera enfrentarse a ello. Recuerda la mirada de la gente, el miedo que se reflejaba en sus ojos. Recuerda esa sensación de poder, que alejaba cada vez más los límites del ayuno y del sufrimiento. Las rodillas que entrechocan, los días enteros sin sentarse. El cuerpo, que vuela desvalido por encima de las aceras. Más adelante, las caídas en la calle, en el metro, y el insomnio que acompaña al hambre, ya imposible de reconocer.

Hasta que el frío invadió su cuerpo, inimaginable. Un frío que le anunciaba que había llegado al final y que tenía que elegir entre vivir o morir.