Capítulo 2

Leyó la carta en voz alta, con su suave voz reverberando en la sala vacía. Escuchar las palabras de algún modo hacía que fuera más real. Wyatt parecía mirar a cualquier parte menos al bebé.

 

Querido Wyatt, sé que ahora mismo te estarás preguntando qué diablos pasa. Y, créeme si tuviera otra elección

 

Elli notó que no se trataba de un papel elegido para una carta importante. Era algo apresurado, impulsivo.

 

No sé si alguna vez fuiste consciente de ello, Wyatt, pero compartimos un padre. Soy tu hermanastra, intenté odiarte por eso, pero tú jamás fuiste mezquino conmigo como los demás. Quizá ya lo supieras por entonces. Sea como fuere ahora eres toda la familia que tengo. Darcy y tú. Y no soy buena para ninguno de los dos. Si hubiera otra manera pero yo no puedo hacerlo. Cuida bien de ella por mí.

 

La carta sólo llevaba la firma Barbara Paulsen.

Si era auténtica, y estaba inclinada a pensar que lo era, entonces él decía la verdad. Darcy era su sobrina. Y lo más importante… las palabras la habían inquietado. En dos ocasiones había mencionado que no tenía elección… ¿por qué?

—Tu hermana… —comenzó en voz baja.

Alzó la vista y vio que ya no lo tenía enfrente, sino que se hallaba de espaldas a ella ante los ventanales. La rigidez de su postura la impulsó a callar. Enfrentado a un bebé, Wyatt mostraba el mismo lado obstinado y frío que había exhibido la tarde que la conoció. Los bebés necesitaban más que biberones y un lugar donde dormir. Necesitaban amor. Se preguntó si él sería capaz de ofrecer siquiera ternura.

Carraspeó.

—Tu hermana —prosiguió con voz más decidida—, debe confiar mucho en ti.

—¿Mi hermana? —las palabras salieron como una risa áspera—. Como mucho, tenemos una relación biológica. Fui al instituto con ella, eso es todo.

—¿No crees en lo que te dice?

Giró despacio. Tenía los ojos entornados y la expresión inescrutable: no pudo imaginar en qué pensaba. Nada en su cara le brindaba una pista. Quiso ir junto a él y sacudirlo, sacarle algún sentido a lo que rondaba por su cabeza. Para ella era obvio que en la nota de Barbara había una súplica. Pedía ayuda. Y él se erguía allí como una especie de dios crítico repartiendo dudas y condena.

—Hubo rumores… no los hice caso. Desde luego, tiene sentido. Al menos casi todo. No es muy descabellado pensar que mi padre…

Ahí estaba otra vez, ese destello de vulnerabilidad, que se desvaneció casi al mismo tiempo que había aparecido, pero no antes de que ella lo captara. Se preguntó qué clase de vida había tenido de niño. Debía ir con cuidado. Dobló la carta y se la devolvió.

—¿Y si no es verdad?

—Probablemente lo sea —reconoció—. Pero he de averiguarlo con certeza. Mientras tanto…

—Sí —coincidió ella, sabiendo que debía ver que Darcy era su principal prioridad—. Mientras tanto, tienes un problema más inmediato. ¿Qué vas a hacer con Darcy?

—Soy un inútil con los bebés. No sé nada sobre ellos —la miró, como si esperara que ella mostrara su acuerdo.

—Eso no hace falla que lo digas —respondió, cruzando los brazos—. Pero no cambia el hecho de que han dejado a Darcy a tu cuidado.

—No sé qué hacer. En unas pocas horas ya la he fastidiado. Nunca he estado con bebés.

Elli le ofreció una sonrisa indulgente. Al menos le preocupaba hacer las cosas bien. Quizá lo había juzgado duramente.

—Recuerda que una vez tú mismo fuiste un bebé.

—Mi recuerdo es un poco vago —le respondió, pero en su voz ya se percibía más relajación.

El momento se alargó y Elli mantuvo la vista clavada en su cara. Cuando no se mostraba tan severo, resultaba bastante…

Bastante atractivo.

Darcy se movió en el sofá y Elli sintió cierta animosidad hacia Barbara. ¿Cómo podía una madre, cualquier madre, marcharse y dejar a esa niña hermosa ante la puerta de un desconocido? ¿Sabría lo afortunada que había sido? Sin embargo… había cierta desesperación entre líneas en la carta. Por algún motivo, Barbara no se consideraba capaz de cuidar de su propia hija.

Wyatt se sentó en el sofá del otro lado de la pequeña.

—Lo sé —repuso, como si contestara la pregunta que ella no había formulado—. Yo tampoco sé cómo pudo hacerlo. No la he visto en años. Quizá todo sea una invención. Pero quizá no. Y no puedo correr ese riesgo con Darcy.

—¿A qué te refieres? —Elli giró para mirarlo sin dejar de acariciar los pies de la pequeña.

Ya empezaba a sentir un conato de resentimiento hacia una mujer que no conocía. Y si algo había aprendido después de años de trabajar en urgencias era que no debería emitir juicios. Pero todo cambiaba ante una niña inocente y preciosa. Era imposible no juzgar. Daría cualquier cosa por estar jugando con los pies de su propia hija en ese momento. Sabía en lo más hondo de su corazón que, si William hubiera vivido, nada habría podido alejarlo de él.

Ceñudo, Wyatt apoyó los codos en sus rodillas.

—Si es mi sobrina, no puedo, simplemente, llamar a la policía, ¿verdad? Porque los dos sabemos lo que le pasaría a la pequeña entonces.

Elli asintió, saliendo de sus pensamientos sombríos. Se dijo que él podía ser inepto, pero que intentaba hacer lo correcto.

—No puedo dejar que entre en un hogar de acogida. Si lo hago, existe la posibilidad de que su madre no consiga recuperarla nunca. Y no puedo permitir que eso suceda. Al menos no hasta que lo sepa con seguridad. He de localizar a Barbara y hablar con ella.

Elli pudo sentir que ya estaba involucrada, arrastrada a una situación que ella no había provocado. Se suponía que ir a cuidar la casa de los Cameron era su primer paso hacia la construcción de una vida nueva, su oportunidad de empezar de nuevo, lejos del drama y de las miradas de compasión que la habían hartado.

Pero un vecino soltero con un bebé no era exactamente el tipo de proyecto especial que había estado buscando. Volvió a centrar su atención en la carta.

—Esa mujer, Barbara, aunque sea tu hermana, ha dejado adrede a un bebé de seis semanas a la puerta de alguien a quien apenas conocía, y sin garantías de que estuvieras en la casa —luchó por contener la ira y la frustración. No se trataba de un tema con el que pudiera mostrarse racional. Lo sabía. Razón por la que debería mantenerse al margen.

—¿No te muestra eso lo desesperada que está?

Sin advertencia, las lágrimas le escocieron los ojos y se mordió el labio. Se levantó del sofá para que él no pudiera verle la cara ni el dolor que en ese momento reflejaba.

Fue a preparar té a la cocina. Perder a William casi la había destrozado. Lo que sí había destruido había sido su matrimonio. Y una vez que la urgencia había pasado y que Darcy se hallaba tranquila, nada en la tierra iba a impulsarla a contarle a un hombre al que acababa de conocer la historia sórdida de su desastroso embarazo y consiguiente divorcio.

Enchufó la tetera y sacó una taza, titubeando ante una segunda. Debería mandarlo de vuelta a su rancho. Recordarle calentar los biberones y desearle suerte.

En ese momento Wyatt llenó el umbral de la cocina con su figura sólida. Se paralizó con la taza en la mano, mirando ese rostro serio. Sostenía a Darcy en un brazo en una postura peculiar.

Elli suspiró al tiempo que dejaba las tazas en la encimera. Había tomado las clases de maternidad acompañada de Tim. Por ese entonces, todo había sido felicidad y sonrisas mientras la instructora les enseñaba cómo hacer incluso las cosas más sencillas. Había bloqueado a propósito aquellos momentos por el dolor que le causaban. Pero con Wyatt y Darcy a unos pasos de ella, volvían como un torrente agridulce. Se había sentido entusiasmada de quedar embarazada, pero también abrumada por la inminente responsabilidad de tener que cuidar de un bebé. ¿Cómo debía sentirse Wyatt, al que habían arrojado a una situación para la que no tenía ninguna preparación?

—Dame. Deja que te muestre cómo se hace —se acercó a él y tuvo cuidado de tocarlo lo menos posible. Con los dedos le rozó la franela suave de la camisa mientras le acomodaba a ese bebé rosadito tal como ella había sostenido a la muñeca en las clases. Forzó el dolor a un lado y se centró en la tarea que la ocupaba. Darcy alzó la vista, despreocupada. Elli movió levemente la mano de Wyatt—. Necesitas sostenerle más el cuello. Al principio, los bebés no pueden alzar la cabeza por sus propios medios. De modo que cuando la alces o la sostengas, has de cerciorarte de que disponga de ese apoyo.

La pegó más a él.

—Quizá debería llamar a alguien. Realmente no tengo ni idea. Estaría mejor con otra persona, ¿no? Tú misma lo dijiste. Soy un inútil para esto.

Sus ojos reflejaban indecisión y Elli se sintió avergonzada por haber dicho algo así, sabiendo lo hiriente que podía ser. Sin importar lo hosco o gruñón que hubiera sido Wyatt, podía ser más positiva que dedicarse a lanzarle insultos. Era evidente que intentaba hacer lo correcto.

—Nadie nació sabiendo cómo cuidar de un bebé. Y si lo que pone la carta es verdad, tú eres su familia. ¿Eso no cuenta?

—Más de lo que imaginas —repuso él sin júbilo en la voz—. Bueno, aquí la tenemos ahora. Yo he de dirigir un rancho. ¿Cómo ocuparme de un bebé y hacer todo lo demás?

Parecía que empezaba a pensar en el tema como algo más que una simple ayuda para conseguir que dejara de llorar. La tetera empezó a silbar y Elli tragó saliva.

—¿Te apetece un té?

—No, gracias —movió la cabeza—. Debería irme y tratar de pensar en una solución. Lo primero de todo es localizar a Barbara.

—Parece que le das mucha importancia a la familia y eso habla bien en tu favor.

Él volvió a apretar la mandíbula y Elli se ruborizó un poco, sin saber cómo lo que había pretendido que fuera un cumplido había logrado ofender.

—La gente tiende a valorar lo que escasea.

El rubor en sus mejillas se intensificó y giró para servir el agua en la taza. Las pisadas de él sonaron al alejarse de la cocina y regresar al recibidor; cerró los ojos y suspiró aliviada.

Oyó que abría la puerta y de repente salió corriendo para alcanzarlo antes de que se marchara.

—¡Wyatt!

Él se detuvo ante la puerta abierta, con Darcy en ese momento al hombro y envuelta en la manta. Entró una ráfaga de viento y le agitó el pelo, haciendo que ella deseara arreglárselo.

—¿Si?

Esa respuesta monosilábica la devolvió a la tierra. Recordó otra cosa, como una página arrancada de un libro.

—Calienta el biberón en agua caliente. Luego vierte unas gotas del contenido en la parte interior de tu muñeca. Cuando la sientas templada, pero no caliente, será la temperatura adecuada.

Durante unos segundos mantuvieron las miradas y algo pasó entre ellos. Elli no quiso pensar en lo que podría ser. Dio un paso atrás y bajó la vista al suelo.

—Gracias —murmuró él.

Ella no volvió a alzar la vista hasta que oyó cómo el clic de la puerta los aislaba.

 

 

El resto de la tarde y mientras se preparaba un sándwich de jamón y queso para cenar, luchó consigo misma. La comida era un placer que rara vez se permitía ya. Los meses de crítica de Tim la habían empujado a encerrarse más en su dolor. Y como un ciclo desagradable, cuanto más se aislaba, más se había satisfecho con comida. Los comentarios cortantes de él acerca de su figura habían representado sólo una parte hiriente de la desintegración de su matrimonio.

Colocó el plato en el lavavajillas y limpió las migas de la encimera. El problema era que no podía quitarse de la cabeza a Wyatt y a Darcy. Recordar cómo había muerto William había hecho que deseara huir de la situación a la máxima velocidad que pudieran llevarla sus piernas. Al mismo tiempo, sabía que quien sufriría mientras él se adaptaba a la situación impuesta sería la pequeña.

Se acercó a las ventanas que daban a los campos del sur y se preguntó cómo le estaría yendo en ese momento… si Darcy estaba gritando.

Se pasó las yemas de los dedos y experimentó una combinación de sorpresa y normalidad al descubrir que lloraba. Nunca había tenido la oportunidad de oír los gritos de William. La ausencia de éstos le había partido el corazón. Sacó un pañuelo de papel y se secó la humedad.

¿Qué iba a hacer Wyatt cuando tuviera que trabajar? ¿Había logrado alimentarla de forma apropiada? No era justo para Darcy pasar por el proceso de aprendizaje de él. Y lo único que le impedía ayudarlos era el miedo estúpido que la atenazaba. ¿Acaso no debería anteponer el bienestar de la pequeña a sus recelos?

Volvió a secarse los ojos y, antes de poder reconsiderarlo, recogió la chaqueta del perchero y realizó el breve trayecto a través de la hierba que la separaba de la casa de él.

* * *

Wyatt caminaba por el salón con Darcy al hombro y los labios húmedos de ella pegados a su cuello. En poco tiempo había adquirido un gran respeto por las madres que parecían manejar esas situaciones con aplomo.

Una llamada a la puerta quebró el silencio y Darcy adelantó las manos, sobresaltada. Un rápido vistazo le mostró que había vuelto a abrir los ojos. Contuvo la irritación y fue a abrir, rezando para que se tratara de Barbara para decirle que todo había sido un error.

Pero en su lugar encontró a Ellison Marchuk en el porche desvencijado.

—Oh —dijo y la vio fruncir el ceño.

—Veo que estás decepcionado —comentó ella y metió las manos en los bolsillos de la chaqueta.

Wyatt tuvo que luchar contra la expansión que experimentó su pecho al volver a verla.

Esa tarde había sido un idiota. Había ido a verla pensando únicamente en conseguir ayuda, pero apenas había necesitado treinta segundos con ella para que sus prioridades cambiaran y sólo pudiera ser consciente de esa presencia perturbadora, de cómo las pestañas oscuras resaltaban los ojos azules o el modo en que el jersey le acentuaba las curvas. No estaba en absoluto decepcionado. Aunque debería estarlo.

—Para nada —musitó con voz ronca—. Sólo esperaba que fuera Barbara, nada mas.

—Lo solucionaría todo, ¿verdad? —le ofreció una sonrisa leve. La mirada de él se posó en sus labios carnosos—. ¿No vas a invitarme a pasar?

Por supuesto. Se hallaba allí quieto como un idiota, pensando en lo bonita que se la veía en esa chaqueta de lana. Se apartó y le sostuvo la puerta para que entrara.

Al instante vio su casa tal como la verían los ojos de ella… el marcado contraste con la impecable morada de clase alta de los Cameron. Procedían de dos mundos diferentes. La expresión de ella no podía dejarlo más claro.

—No he dispuesto de mucho tiempo para prestarle atención al interior —explicó, y luego se dio una patada mental por disculparse. ¡No tenía por qué hacerlo, por el amor de Dios! Era su casa y comprada con su propio dinero. Podía hacer con ella lo que le apeteciera. Sería un ranchero pobre si antepusiera arreglar el interior de la casa a la dirección del negocio.

—Imagino que has estado ocupado —respondió ella suavemente.

—Algo así —se obligó a apartar la vista del brillo de esos ojos que no se mitigaba ni siquiera a la tenue luz de la lámpara.

—Sólo quería ver cómo te iba con Darcy.

—Puedo bajarla exactamente siete minutos. Después de eso, se pone a llorar otra vez —acomodó el peso de la pequeña en el brazo—. Así que no paro de alzarla —inesperado y poderoso, el deseo volvió a golpearlo cuando ella le miró los brazos.

—A los bebés les gusta que los tengan acurrucados —murmuró Elli—. Piensa en ello. Si hubieras pasado los primeros nueve meses de tu vida en un lugar que siempre era cálido y acogedor, también querrías tener eso en el exterior.

Se dio cuenta de que se hallaba delante de la puerta con la chaqueta y los zapatos puestos. Se dijo que debería invitarla a pasar. Ese día ya lo había ayudado. Quizá podría volver a hacerlo.

—Lo siento… Ellison. Por favor, dame tu chaqueta y pasa. He logrado preparar café. Puedo ofrecerte una taza.

Ella se mostró complacida y sonrió. El corazón de Wyatt experimentó un ligero vuelco ante el modo en que le cambiaba el rostro, desterrando la seriedad y haciendo que casi volviera a parecer juvenil. Se quitó la chaqueta y la puso en su mano libre.

—Un café suena estupendo. Y, por favor, llámame Elli. Ellison es como me llama mi madre cuando está disgustada por algo que he hecho.

Se la veía tan dulce con esos ojos azules y la sonrisa tímida, que respondió sin pensar.

—¿Tú? —ella rió, el sonido más hermoso que había oído en mucho tiempo.

—Sí, yo. No permitas que el aspecto angelical te engañe, Black.

Giró y la condujo a la cocina mientras apretaba los labios. Desde luego que era un aspecto angelical. Eso ya lo había cautivado dos veces ese mismo día. Pensando en la pequeña que llevaba al hombro, decidió que con una complicación bastaba. No saldría nada bueno de coquetear con Elli Marchuk. Haría bien en recordarlo. Su vida estaba allí, en esa casa y ese rancho. Todo lo demás era pasajero, capaz de entrar y salir sin previo aviso. Había levantado su vida de esa manera a propósito. Lo último que quería era mostrarse tonto e impulsivo y terminar tan infeliz como lo habían sido sus padres.

Mientras sostenía la cabeza de Darcy, trató de acomodarla de nuevo en su asiento. Apenas le permitió sacar unas tazas del armario cuando la pequeña reanudó sus chillidos.

Suspiró. Uno de los motivos por los que nunca aspiraría a la paternidad.

—¿Le has dado el biberón ya?

La voz de Elli le sonó a crítica y se encrespó, sabiendo muy bien que se trataba de una pregunta legítima que, de todos modos, hizo que se sintiera inepto.

—Sí, se lo he dado. También ha eructado.

Los gritos se aquietaron cuando ella la alzó en brazos. Wyatt giró en el instante en que Darcy callaba por completo.

—Quizá está incómoda. ¿Tú qué dices, pequeña? —dirigió la conversación al bebé.

—¿Qué crees que le pasa? —inquirió él, dejando la cafetera en su base caliente.

El rostro de Elli mostró una expresión extraña, parecida a una mezcla de culpabilidad y pánico. Pero se desvaneció con rapidez.

—No sabría decirlo —contestó.

—Pero esta tarde te mostraste tan diestra con ella.

—Sólo fue suerte. Simplemente… recordé unas pocas cosas.

Wyatt llevó el café a la mesa.

—Me engañaste. Diste la impresión de saber exactamente lo que hacías —tanto, que hizo que se sintiera inepto, algo que despreciaba, ya que le gustaba tener el control.

Elli caminó por la cocina con Darcy en brazos. Pasado un rato, admitió:

—La verdad es que nunca antes he cuidado de un bebé. Las cosas que pensé eran cosas sobre las que había oído hablar. No que conocía por experiencia propia —alzó el mentón, zanjando el tema.

—Yo no tengo idea de lo que necesitan los bebés —reconoció él—. La alimenté, le palmeé la espalda como me indicaste, la llevé a dormir, pero cada vez que la dejaba…

Casi gimió. Claro. Había olvidado una cosa importante. Había estado tan concentrado en recordar todos los pasos, que había olvidado por completo comprobarle los pañales. Aunque tampoco con eso tenía idea de lo que debía hacer.

—Probablemente ya es hora de que le cambien los pañales, ¿verdad? —agregó, intentando sonar casual. Ésa era la oportunidad perfecta. Elli debía de saber cómo hacerlo. Podía observarla para aprender para la próxima vez.

Pero ella rodeó la encimera y depositó a la pequeña en sus brazos.

—Aquí tienes, tío Wyatt —observó con ligereza—. Te toca el turno de los pañales. Yo me ocuparé del café. ¿Con leche y azúcar?

«Santo cielo», pensó él, mirando la carita fruncida de Darcy, hecho añicos su astuto plan.