-Una solución concreta no, pero estando encerrado en el sótano de la casa recordé algunas cosas- señaló Eduardo.
-Bien. ¿Qué cosas?- preguntó la muchacha ansiosa.
-Recuerdo haber escuchado a Felicia decir que debían encontrarse en sus ataúdes-
-¿Felicia? ¿Y quién es Felicia?- preguntó Marcos receloso.
-La novia de Eduardo- señaló Alicia tratando de hacer callar a su primo para que así Eduardo pudiese continuar su relato.
-¿Y tú lo dices con tanta naturalidad?- se burló Marcos.
-Silencio- le reprochó Alicia -Dijiste que deberían estar dentro de sus ataúdes. Es como decían los hechizos que encontramos nosotros-
-Es lógico- agregó Marcos -Es allí donde se refugian, ¿No?-
-Sí, pero el hechizo de Felicia incluía destruir la casa con ellos dentro- relató Eduardo.
-¿Destruir la Mansión Marginea?- exclamó Alicia espantada -¡Pero si son inmortales, el destruir la mansión no debería producirles ningún daño, no después de todo el poder que han recibido!-
-Lo sé. No es tan sencillo. Felicia sabía cómo hacerlo, pero nunca me dijo el hechizo que iba a utilizar-
-¿Te ibas a casar con una bruja?- preguntó Marcos algo extrañado. Eduardo reaccionó inmediatamente.
-¡No era una bruja!- exclamó exaltado -Sólo... era alguien especial-
-Si te condenan a custodiar a unos demonios come hombres por toda la eternidad, yo le llamaría bruja-
-Eso ya no importa Marcos- señaló Alicia tratando de calmar los ánimos -Sabemos que deben estar dentro de la casa para acabar con ellos. Ahora debemos hallar el conjuro-
-Bien. Si era una bruja, debió tener escrituras de sus conjuros, ¿No?- señaló Marcos -Entonces debemos ir donde sus descendientes y buscar el que necesitamos-
-¡Eso será imposible!- exclamó Eduardo preocupado -Felicia se marchó de San Lorenzo después de lanzar el conjuro sobre nosotros-
-¿Pero no supiste dónde fue?- le preguntó Alicia.
-No. Nunca más supe de ella. Cuando fui a buscarla, ella y su padre ya se habían marchado de la ciudad- relató el joven.
-Eso sí que es malo- comentó Marcos sentándose en uno de los sillones del salón. La noche estaba repleta de estrellas, mientras que en la casa en penumbras sólo brillaba el fuego casi extinto de la chimenea- ¿Ahora cómo vamos a encontrar ese famoso conjuro?-
-¡Debe haber otra forma de detenerlos!- señaló Alicia mirando a Eduardo, pero este no supo qué responder. Aquel había sido el método que su antigua novia usaría para acabar con los crímenes de los suyos, pero Felicia se había llevado su secreto a la tumba. Sólo quedaba a ellos de buscar una nueva solución.
-Quisiera ser más útil, pero es todo lo que recuerdo- señaló el hombre -Además, todos estos años no fueron de mucha ayuda, ellos siempre esperaron a que yo sucumbiera a la soledad para poder liberarse, y yo por mi parte nunca acerté en buscar una solución a todo esto-
-Siento haberte hecho olvidar tu promesa- expresó Alicia acercándose a Eduardo. Este la miró dulcemente, y con voz de alguien enamorado la consoló -No Alicia. Yo no me arrepiento de lo que siento por ti- Y diciendo esto ambos se acercaron mutuamente, dispuestos a darse otro beso, mas Marcos los detuvo antes de eso.
-Siento interrumpir sus románticas declaraciones de amor eterno, pero debo recordarles que hay una pequeñita, pequeñita plaga en la ciudad que está acabando con toda la población viviente del lugar, y que, si no hacemos algo pronto, ¡¡Pasaremos a formar parte del menú!!-
-Es cierto- señaló Alicia -Pero a esta hora no podemos hacer nada. Sin electricidad tampoco podemos buscar en la red-
-Será mejor investigar mañana. La noche no es segura, y aquí adentro estarán protegidos- señaló Eduardo dirigiéndose hacia la puerta de entrada. Alicia lo observó caminar sin entender su propósito.
-¿A dónde vas?-
-Debo ir a buscar un lugar dónde pasar la noche- señaló el hombre tomando la perilla de la puerta.
-Espera. No tienes por qué irte. Puedes quedarte aquí-
-¡Ah! ¿Sí?- exclamó Marcos haciendo hincapié en que aquella invitación no le había gustado para nada.
-No. No puedo aceptar eso. Sería muy mal visto- A Marcos la actitud de aquel extraño personaje le parecía muy divertida. A pesar de todos los años de vida que tenía, Eduardo Marginea seguía manteniendo los modales y costumbres de un hombre del siglo XIX.
-No te estoy pidiendo nada malo Eduardo. Sólo te estoy diciendo que puedes dormir en el sofá grande. No es seguro tampoco para ti andar allá afuera, sobre todo después de que tu familia te haya encerrado en la mansión- señaló Alicia tomando suavemente su chaqueta. Eduardo miró a Marcos en busca de alguna respuesta. Él era el dueño de casa y la idea de pasar la noche en el hogar de su enamorada no era muy moralmente correcta para sus costumbres. Marcos simplemente asintió con la cabeza, de todos modos sabía que Alicia siempre tenía la razón, y si debían confiar en un Marginea, no quedaba otra que hacerlo. Finalmente Eduardo aceptó la invitación. Alicia subió a las habitaciones en busca de algunas cobijas para el hombre, mientras que este y su primo se quedaban a solas en el living de la casa. Marcos hizo algunas maniobras con las manos y luego señaló:
-Sé que nuestra relación no ha sido la más fraternal de todas señor Marginea, pero quiero dejarle en claro que cuando se meten con mi familia puedo convertirme en un monstruo también-
-No se preocupe señor Albornoz- contestó calmadamente Eduardo asombrado por las palabras del joven muchacho -Puede confiar plenamente en mí. Y con respecto a mi relación con su prima, puedo asegurarle que mis intenciones son las mejores-
-Así espero- terminó Marcos justo en el momento en que Alicia retornaba con un par de frazadas en sus brazos.
-Aquí tienes Eduardo. Con esto no pasarás frío- le entregó la muchacha.
-Gracias- contestó Eduardo recibiendo las cobijas.
-Bueno, será mejor ir a dormir entonces- señaló Marcos dirigiéndose fuera del salón pero deteniéndose en la puerta, esperando a que su prima le siguiera. Alicia se despidió de Eduardo con un beso, y luego de desearse las buenas noches, la muchacha y su primo subieron las escaleras en dirección a sus respectivas habitaciones. Eduardo se quedó solo entonces en el salón de la casa Albornoz. La oscuridad era casi absoluta a esa hora y pronto el silencio invadió el lugar. Eduardo se recostó sobre el sofá de cuero, y por un largo momento mantuvo su vista fija en lo alto del cielo. En la casa sólo era perceptible el constante tic-tac del viejo reloj del comedor, y en la oscuridad de la noche el longevo hombre comenzaba a meditar. Había logrado escapar de las garras de su hermano mayor, pero sabía muy bien que Anselmo no se detendría hasta lograr sus mortíferos propósitos. Pero había convivido con su monstruosa familia por más de ciento cincuenta años y ya no quería seguir pensando en ello. Ahora lo que realmente le importaba era estar al lado de Alicia, la mujer que amaba; y averiguar cuánto tiempo más de vida le restaba. Ya que, como bien lo sabía, su mantenida juventud era uno de los requisitos para poder vigilar a su familia dentro de los límites de la Hacienda Marginea. Y si ahora aquella maldición se había roto, su futuro era incierto. Lo único que pedía era vivir el tiempo suficiente para aprovecharlo al lado de su amada Alicia, para disfrutar del hecho de estar enamorado realmente, después de tanto tiempo en la más fría de las soledades. Eduardo se sentía vivo de nuevo al pensar en ella, era como si Alicia fuera el amor de su vida, incluso mucho más de lo que había sido Felicia hace ciento cincuenta años. Pero Felicia era un recuerdo, un lejano recuerdo perdido en el tiempo, y si había roto su maldición por haber puesto en su lugar a Alicia Marqués, entonces aquello había valido la pena. Eduardo comenzó a adormecerse lentamente, achacado por el cansancio de un duro día, pero siempre con los dulces ojos color miel de Alicia en su mente, aquellos brillantes y fogosos ojos que le hacían sentir miles de cosas en su corazón. Aquellos ojos dulces y duros a la vez, que extrañamente Eduardo reconocía haberlos visto antes alguna vez.
Pronto todo fue silencio en San Lorenzo. El cansancio había tomado posesión de la ciudad, las nubes cargadas de lluvia se habían alejado, y en el inmenso océano las estrellas se reflejaban sobre sus aguas como un prístino y enorme espejo, recargando de la ausente luna las energías necesarias para seguir brillando otra noche más.
XII Encerrados en
San Lorenzo
El nuevo día apareció casi imperceptible, debido a la intensa bruma que cubría la ciudad. Los chicos aún seguían durmiendo, pero Eduardo Marginea desde hace mucho tiempo se encontraba en pie. Cansado de esperar que los Albornoz despertaran de su apacible sueño, el joven Marginea comenzó a hojear entusiasmado cada una de las páginas impresas que los chicos tenían acumuladas sobre la mesa del estudio de la casa. Aquellas cosas que leía le parecían fantásticas, casi inverosímiles para él, incluso a pesar de que él mismo era una prueba fehaciente de los fenómenos paranormales. Todos aquellos conjuros, amuletos e historias que relataban aquellas hojas impresas parecían tan irreales y tan ajenos a su realidad. En ninguno de ellos se hablaba de su caso. Habían historias que se asemejaban a lo que se habían convertido sus hermanos, pero en ninguna parte se hablaba de conseguir la eterna juventud tras cumplir con una maldición, a no ser que se tratase de alguna película o alguna antigua leyenda. Eduardo Marginea era un caso especial, una pobre alma en pena pagando su error en vida por no haber actuado a tiempo y defender su amor cuando pudo hacerlo.
Al poco tiempo comenzó a escuchar murmullos en el segundo piso. De seguro los primos se habían despertado y comenzaban su rutina forzada desde que la ciudad de San Lorenzo había sido sitiada por aquellos demonios come hombres. La primera en aparecer, obviamente, era Alicia, quien se había asomado en el estudio extrañada por no haberlo encontrado en el living.
-Estabas acá-
-¿Eh? ¡Oh! No quise importunar. Sólo estaba aburrido y...- se excusó el hombre.
-No. Está bien. No te preocupes- le dijo tratando de calmarlo -Sólo que... pensé que dormirías más tiempo-
-En realidad no duermo mucho desde que comenzó todo esto- señaló bajando la mirada, como si recordar eso le remordiera el alma -Tienen mucho material aquí. ¿También son hechiceros?- preguntó tomando uno de los libros que Marcos había sacado de la librería La Bola de Cristal.
-No- respondió Alicia riéndose -Nada de eso. Fue lo que encontramos buscando algo que nos ayude con tus hermanos. No somos una familia tan rara como la tuya- exclamó acercándose a él.
-Es cierto. No hay nadie más extraño que yo y mi desgraciada familia-
-Eduardo... Solucionaremos esto pronto. Ya lo verás- respondió la muchacha muy confiada en sí misma. El hombre acarició su rostro y sin pensarlo dos veces respondió: -Mientras sea a tu lado no habrá problema- Alicia se sonrojó por el cumplido. Cada palabra que salía de su boca parecía como dulces poemas de amor puro. Eduardo comenzó a reírse solo, como si se hubiera recordado de algo.
-¿Por qué te ríes?-
-No. Es que eso mismo le dije a Felicia una vez en el quiosco- Alicia se quedó pensando en eso.
-La querías mucho, ¿Verdad?-
-No más que a ti Alicia- exclamó tomando su rostro nuevamente, dispuesto a darle un beso. Marcos apareció en aquel momento en el estudio, interrumpiendo así aquel romántico momento.
-Veo que ustedes empiezan temprano, ¿No?- exclamó con un tono burlesco, como si hubiera sido él quien había tomado la costumbre de hablar irónicamente que tenían Alicia y Eduardo al comienzo -¿Alguna novedad?-
-Nada por el momento- señaló su prima.
-El día amaneció cubierto. Mi familia saldrá a atacar temprano- exclamó Eduardo mirando por una de las ventanas selladas de la habitación.
-¿Y qué vamos a hacer?-
-Las provisiones se nos están acabando. No podemos quedarnos más tiempo en San Lorenzo- explicó Alicia a Eduardo.
-Entonces deberán marcharse de aquí. Es lo más seguro- contestó Eduardo con aquel tono de seriedad que siempre se le había conocido.
-Y si nos siguen tus familiares- preguntó Marcos -¿Qué pasará cuando a esos desquiciados se les acabe la carne fresca y sientan hambre? ¿Saldrán fuera de la ciudad?-
-No lo sé señor Albornoz. No sabría decirle-
-Marcos. Es más fácil. ¿Si?- señaló el joven tratando de terminar con esa formalidad del joven Marginea que tanto le molestaba.
-Está bien... Marcos-
-Mucho mejor-
-¿Y qué hay de ti Eduardo? No podría dejarte aquí solo. No te dejaría- exclamó la joven preocupada.
-Alicia. Alicia. Cálmate. He pasado toda mi vida encerrado en esta ciudad. No sé si pueda dejarla ahora-
-¿Y por qué no?- preguntó Marcos interesado en el tema -¿Acaso te bajó la melancolía y no quieres dejar tu hogar?-
-No es eso. La maldición de Felicia decía claramente que yo debía ser el guardián de la Hacienda Marginea, y por ello yo no podía salir de los límites de la ciudad-
-¿Qué quieres decir con eso? ¿No podías o no debías?- continuó Marcos.
-No podía. Hay... o había una pared protectora alrededor de San Lorenzo que impedía que yo pudiera salir de aquí-
-¿Y cómo lo sabes?- preguntó esta vez Alicia.
-Lo comprobé cuando fui tras Felicia para pedirle perdón hace ciento cincuenta años-
-¿Fuiste tras ella?- preguntó nuevamente la muchacha, asombrada por aquella revelación. Eduardo le quedó mirando, y bajando la vista hacia el suelo respondió a su pregunta.
-Sí. Después de la maldición decidí ir a buscarla, pero ya había sido tarde. Ella había dejado la ciudad-
-Y tú no pudiste seguirla- señaló Marcos.
-No. Algo había a las afueras de la ciudad que me impedía seguir mi camino-
-Pero eso fue hace tanto tiempo- exclamó Alicia -¿Pero qué hay ahora?-
-No lo sé Alicia. Hace muchos años que dejé de tratar de cruzar esa barrera- señaló Eduardo.
-Pero tú hablas de una barrera- exclamó Marcos algo confundido -¿Cómo es eso? ¿Es un muro, una puerta, qué cosa?-
-Es una fuerza invisible que me impide salir de esta ciudad-
-Una fuerza- comentó el muchacho alejándose del grupo para pensar bien. Alicia miró a Eduardo a los ojos.
-¡Pero si debemos dejar la ciudad, tú debes venir con nosotros Eduardo!-
-Eso es lo que yo quiero. Pero sin saber si ahora que el hechizo está roto puedo salir de San Lorenzo o no, no podré hacerlo-
-Bueno- exclamó Marcos retornando hacia la pareja -Entonces debes comprobarlo- Alicia y Eduardo se miraron el uno al otro. Marcos tenía razón. Si querían comprobar si Eduardo podía dejar la ciudad debía averiguarlo. Y para ello debería ir hasta los límites de San Lorenzo y probar suerte. Nada perdía con ir hasta allá.
-Tiene razón Marcos. Debo ir a confirmarlo- señaló Eduardo decididamente, y tomando su chaqueta se dirigió hacia la salida.
-¿Dónde vas?- preguntó Alicia inquietada.
-Voy a las afueras de la ciudad-
-¿A esta hora?- exclamó la muchacha -¿Qué hay si esos psicópatas tratan de hacerte algo de nuevo?-
-No te preocupes Alicia. Sé defenderme de ellos- le calmó el joven -Además, no creo que quieran comerme. Creo que estoy algo viejo para ellos-
-Harto pasadito mejor dicho- agregó Marcos tratando de darle un toque más liviano a la situación. Pero después de eso, el muchacho decidió cerrar la boca luego de la mirada regañadora que le lanzó su prima.
-Debo salir de la duda primero antes de hacer cualquier cosa- continuó Eduardo -Si no puedo salir de la ciudad, entonces tendrán que huir ustedes sin mí- Alicia abrió los ojos de par en par, aquellas últimas palabras parecieron desconcertarla, como si ya hubiese dejado antes a Eduardo en la ciudad y no quisiera repetir lo mismo una vez más.
-¿Dejarte aquí? ¿Estás loco? ¡Jamás podría abandonarte!-
-Y yo no dejaré que nada malo te suceda, ¿Entiendes?- señaló decididamente -Ahora, no hay que perder más tiempo. Está claro que aquí en San Lorenzo no encontraremos la solución- exclamó dirigiéndose hacia la puerta de entrada. Marcos miró rápidamente a su prima. Aquel viejito tenía sus ideas también, pensó. Eduardo Marginea abrió la puerta con cautela, y una vez abierta miró a todos lados, cerciorándose de que nadie de su parentela se encontrase en las cercanías. Una vez seguro, volteó hacia Alicia y muy seguro de sí mismo le dijo: -No te preocupes. Estaré de vuelta en poco tiempo- Y diciendo esto se subió en su ahora destartalada camioneta, la puso en marcha y bajó la calle en dirección hacia el centro de la ciudad, para así poder llegar a los límites de esta. Alicia lo observó marcharse hasta que la camioneta se perdió en el horizonte. Marcos, siempre detrás de ella, rápidamente la pescó del brazo y la entró en la casa, cerrando la puerta y poniéndole cuanto cerrojo tuviese a la mano.
-No es bueno mantener esa puerta abierta mucho tiempo- señaló entrando en la casa. Alicia se había quedado en silencio. En el fondo de su corazón sabía que Eduardo tenía razón. Dentro de San Lorenzo no encontrarían la solución a sus penurias. La única persona que sabía cómo detener a los Marginea se había marchado de la ciudad, y lo que debían hacer ahora era seguir su rastro... aunque eso significase dejar a Eduardo solo en San Lorenzo.
Marcos se adentró en la cocina. Quería cerciorarse que las provisiones que venían quedando serían las suficientes para aguantar un par de días más aislados. Sin electricidad ni teléfono se encontraban incomunicados del mundo, y lo que más temía era el hecho de que sus padres tratasen de ingresar a la ciudad tras ellos, al ver que no tenían noticias de sus hijos. Su única esperanza era que alguien de los que habían alcanzado a escapar le hubiesen advertido de las criaturas demoniacas que habían cercado la ciudad, y que sus padres confiarían en el buen proceder de los chicos. Ahora debían pensar que pronto saldrían de la ciudad, y quizás allá afuera podrían deshacerse de la carga de tener que buscar ellos la manera de salvar la ciudad. Mas su prima parecía que seguiría con ello hasta las últimas consecuencias.
A media mañana Georgina apareció en el primer piso. Por su aspecto parecía no importarle nada, aún seguía sentida con su prima por lo que supuestamente le había hecho ella. Y eso se notaba en el simple hecho de que no le había tomado en cuenta durante todo el resto del día. A Marcos esa situación le parecía divertida. Ya conocía de antemano sus pataletas y por ello no se preocupaba.
-Déjala. Ya se le va a pasar- Pero Alicia parecía no importarle tampoco. La mañana había transcurrido sin pena ni gloria. Los Marginea parecía que se habían concentrado en otro sector de la ciudad en busca de comida, mas Eduardo aún no aparecía.
***
La moderna carretera aparecía ante sus ojos triste y vacía. En un par de kilómetros más llegaría a los límites de la ciudad de San Lorenzo, allí en donde se erguía aquel monolito de piedras y cemento construido hace doscientos años para separar la villa de San Lorenzo de los caseríos contiguos. El camino seguía perfectamente el continuo y suave lomaje de los cerros que rodeaban la bahía, cercando la ciudad. Eduardo Marginea detuvo el vehículo un par de metros antes de llegar al monolito, paró el motor y por un par de minutos se quedó observando fijamente la línea imaginaria que surgía desde el monolito cruzando el húmedo asfalto de la carretera, el mismo que por más de ciento cincuenta años no había logrado cruzar desde que su novia lo había condenado a vigilar la hacienda. Frente a sus ojos pasaron cada minuto y cada detalle de su larga existencia. Toda una vida de soledad y remordimientos por no haber seguido lo que su corazón le dictaba, y por la lealtad que debía a su familia.
Su familia. Aquellos quienes más debieron haberle apoyado y aconsejado, aquellos que deberían haber estado a su lado incondicionalmente, aquellos con quienes compartía la misma sangre y la misma historia, los mismos que habían hecho tanto daño a San Lorenzo, habían destruido su vida. Y con aquella misma furia que llevaba por dentro, Eduardo Marginea había decidido terminar con el reinado de terror que habían impuesto los suyos, sin importarle las consecuencias directas que pudieran traerle; eso incluía, se entiende, perder para siempre a la mujer que había devuelto la vida a su desgarrado corazón. Todo aquello lo había meditado muy bien durante su recorrido. Si la seguridad de Alicia incluía su muerte, Eduardo estaba dispuesto a seguir adelante. No lo había hecho por Felicia hace ciento cincuenta años, pero esta vez sí lo haría por Alicia.
Los minutos transcurrieron y Eduardo decidió finalmente realizar aquella prueba. Muy seguro de sí mismo, bajó de la camioneta y a paso firme caminó hacia adelante. Hacía más de ciento cincuenta años aquel muro de energía le había impedido ir tras la mujer que amaba, ¿Quién podría asegurarle que esta vez podría atravesarlo para salvar su vida? Eduardo siguió caminando, erguido y seguro, sin miedo. ¿Qué podía perder? Pronto el espacio que lo separaba del monolito se hizo más estrecho. Cincuenta, cuarenta, treinta, veinte, diez metros. La distancia iba disminuyendo, al igual que las pausas entre cada latido de su corazón. Eduardo miraba fijamente hacia el frente, no quería mirar a qué distancia se encontraba de aquella línea imaginaria, sólo el impacto podría decirle si lo había logrado o no. No esperaba nada. No pensaba en nada.
No obstante una vez más aquella fuerza invisible le impidió salir de los terrenos de San Lorenzo. Eduardo sintió nuevamente aquel golpe sobre su cara, sus manos palparon otra vez aquella muralla invisible que lo separaba del resto del mundo. El joven apoyó su frente en la muralla, cerrando sus ojos de pura impotencia. Había comprendido el mensaje. Alicia y su familia deberían dejar San Lorenzo... y dejarlo a él también. El tiempo se les estaba acabando. Los seres vivos en la ciudad estaban escaseando, y pronto su familia recurriría a cualquier medio para saciar su apetito destructor.
Eduardo retornó a su vehículo. La rabia que sentía se dejaba ver en la fuerza con que presionaba el pedal del acelerador de su camioneta. Si alguno de los suyos se le cruzaba en el camino, no cabía duda alguna que le arremetería con toda la caballería encima. Ya era pasado el mediodía, y Eduardo estaba a pocos kilómetros de la ciudad. De pronto la camioneta comenzó a sacudirse y a tiritar de manera escandalosa, bajando su velocidad hasta detenerse completamente en medio del camino.
-¿¡Pero qué diablos?!- exclamó el hombre revisando los controles del vehículo. Tanta carrera había consumido toda la gasolina que llevaba en su estanque, sin contar el gran impacto que le había dado hace un par de días tras chocar contra su monstruoso hermano Anselmo; y obviamente, había llegado al punto en que no avanzaría más. Eduardo bajó furioso nuevamente, cerrando con un portazo la puerta de la cabina. No le quedaba otra que proseguir su camino a pie. Un largo y atenuante camino.
Pronto una fina garuga se dejó caer en la costa. Eduardo cada vez se sentía más y más exhausto, y ahora con sus ropas húmedas, el paso se le hacía más dificultoso. Aún así, debía seguir adelante. Debía llegar hasta los Albornoz y ordenarles la retirada. Sería lo mejor para ellos, sería lo mejor para todos. En los metros siguientes la cosa se puso peor. El aire comenzó a escasearle, y un extraño dolor en el pecho lo obligaron a detenerse en medio del camino. Descansó ahí un par de minutos, pero la idea de llegar hasta su amada era más fuerte que sus aflicciones físicas, y así, continuó un par de metros más, hasta que finalmente su agotado cuerpo no pudo seguir adelante. Lo que más había temido desde que la maldición se había roto había llegado. Su cuerpo comenzaba a sentir las mortificaciones de ciento cincuenta años de vida; su corazón cansado comenzaba a fallarle, hasta que finalmente Eduardo Marginea cayó a tierra, inconsciente y moribundo, sin haber podido llegar a cumplir su promesa.
***
-Se está haciendo tarde- señaló Marcos cerrando las cortinas de la casa -Hay que encender algunas luces-
Georgina observaba minuciosamente cada movimiento de su hermano mayor. La muchacha se encontraba en el salón, frente a la chimenea, sentada con las piernas flexionadas sobre el sofá, con la misma actitud de niña mimada que tenía desde siempre. Alicia se encontraba sentada frente a ella, mirando hacia el exterior, mas Georgina no la tomaba en cuenta. Marcos se acercó a cerrar las cortinas frente a su prima, mas esta lo detuvo.
-¡Espera Marcos! Aún no cierres esta- Marcos miró hacia afuera. Sabía perfectamente lo que Alicia estaba esperando.
-No te preocupes Al. Ya regresará- Alicia no respondió nada a su primo. Georgina seguía sentada sobre el sillón, escuchando a todo volumen su mp3 para desconectarse del mundo que la rodeaba. Marcos y Alicia gozaban del silencio, a pesar de que a esas alturas comenzaba a ser enfermante. La lluvia se había dejado caer una vez más sobre San Lorenzo, las nubes habían cubierto todo el cielo de la ciudad, dejando ver de vez en cuando una que otra estrella en el firmamento. En el aire se notaba un ambiente de desilusión y tristeza, como un mal presagio que auguraba la pronta retirada de la ciudad. Marcos se acercó al fuego y depositó un trozo de leña en la chimenea. El muchacho se detuvo a mirar el suave baile de las llamas, y sin quitarle los ojos de encima señaló:
-Nos está quedando poca leña. No nos durará más de tres días- Alicia volteó a mirar a su primo, pero antes de poder emitir palabra alguna, un gran estruendo rompió con el monótono silencio. Sonó como si estuviesen quebrando cristales con piedras gruesas, no muy lejos de ahí.
-¿Qué fue eso?- exclamó Georgina quitándose los audífonos de los oídos. Alicia se asomó a mirar por la ventana descubierta.
-Sonó como si hubieran quebrado algo- Marcos se acercó a su lado y comenzó a observar hacia el exterior. Sus ojos no podían creer lo que estaban viendo. Las casas frente a ellos comenzaban a ser saqueadas por los Marginea, quienes hambrientos y furiosos, irrumpían en las casas abandonadas en busca de alimento.
-Pero qué diablos...- fue lo único que Marcos pudo decir, ya que en ese preciso instante uno de las infernales criaturas se abalanzó contra ellos, quedando adherido en el grueso vidrio del ventanal, observando detalladamente cada rincón de la habitación. Georgina soltó un grito de terror al ver aquel monstruo olfateando carne fresca en el exterior.
-¡Calma Georgina! ¡No puede entrar!- exclamó Alicia tratando de poner orden en el lugar. Los tres se quedaron inmóviles. La criatura estaba hambrienta, y allí adentro habían tres bocadillos esperándole. Con toda su fuerza golpeó la ventana, pero el artilugio de Alicia aún funcionaba sobre el marco, impidiéndole poder romperlo.
-Quiere entrar- señaló Marcos aterrado.
-Ya me di cuenta- respondió Alicia sin quitarle la vista al monstruo. La criatura siguió golpeando una y otra vez, pero nada sacó con eso. Y así como había aparecido, el demonio se perdió en la oscuridad de la noche.
-¡Se ha ido!- exclamó Georgina recobrando el aliento. Mas en ese instante otro estruendoso sonido se escuchó en la otra esquina de la casa. Georgina volvió a gritar de espanto.
-¡Está tratando de entrar por atrás!- exclamó Marcos dirigiéndose a ese sector. Alicia le detuvo.
-Espera Marcos-
-¡¡Ese monstruo va a entrar en la casa!!-
-¡¡Espera!!- le ordenó su prima sin moverse de su lugar. Inmediatamente los ruidos dejaron de sentirse, para luego escucharse en otro lugar de la casa. Georgina estaba neurótica, paralizada en el sillón de su madre, pero Alicia tenía una fe ciega en sus corazonadas, y así obligó a sus primos a mantener la calma. Los sonidos cesaron de repente. Alicia miró a su alrededor. Ya no había más. La joven se acercó nuevamente a observar por la ventana aún con las cortinas corridas. Afuera todo era oscuridad, hasta que nuevamente la criatura se presentó ante ella. Marcos y Georgina retrocedieron de espanto, pero Alicia miró a la criatura directamente a los ojos. El demonio sabía que había comida allí adentro, y también ahora sabía por la mirada de la joven, que les resultaría muy difícil conseguirla. Alicia estaba segura de sí misma, había tomado el control de la situación. Aquellas criaturas estaban libres por su culpa, y por ello debía velar por la seguridad de los suyos, y terminar con esa pesadilla. La criatura dejó el lugar para reunirse con los otros. De seguro daría aviso de su descubrimiento, a no ser que su hambre y egoísmo le hicieran desear el festín para él solo. Los ruidos de destrucción se escucharon por un largo momento, pero cada vez más lejanos. Si aún quedaba gente en San Lorenzo, aquella misma noche sucumbirían.
Los primos se quedaron en silencio por varios minutos más. -Se han ido- señaló Alicia. Marcos y Georgina respiraron un poco más tranquilos -Pero están hambrientos y harán cualquier cosa por saciar su apetito-
-¿Qué haremos entonces?- preguntó Marcos preocupado. Alicia cerró los ojos y se mantuvo en silencio unos segundos, para luego responderle.
-Mañana a primera hora revisaremos el auto de tu mamá, y si Eduardo no aparece al medio día, dejaremos la ciudad antes del amanecer-
Las cartas estaban tiradas. Ahora sólo debían esperar.
XIII Recuerdos de OtoÑo
Las horas transcurrieron y Marcos no podía conciliar el sueño. Ya se cumpliría una semana de ese estado de sitio, y la sola idea de dejar su hogar le revolvía el estómago. ¿Era acaso justo perder lo que sus padres habían conseguido tras años de esfuerzos y sacrificios, por culpa de aquellos seres codiciosos que habían vendido sus almas a cambio de poder? No. No lo era. Una y otra vez se daba vueltas en su cama. Todo ese silencio lo desesperaba, no había siquiera algo de viento para poder despistar su agobiada mente. Quizás un poco de agua fresca le ayudaría a relajarse y a poner su cabeza en orden.
Marcos bajó silenciosamente las escaleras en dirección a la cocina. No quería despertar a las muchachas, menos preocuparlas. El muchacho bebió lentamente su vaso de agua cerrando los ojos, tratando de olvidar todo lo que le estaba sucediendo. Quizás la angustia de saber que mañana se marcharían estaba dejando su garganta seca. Bajar una y otra vez a beber agua sería muy ruidoso, y así, regresó a su cuarto con un vaso lleno.
Una rápida mirada a la casa le tranquilizaría un poco, pero en vez de encontrarse con una de esas horribles criaturas, Marcos sorprendió a Alicia sentada frente a una de las ventadas de la salita de estar del segundo piso.
-¿Qué sucede Al?-
-No lo sé. Estoy preocupada- respondió mientras jugueteaba con el relicario que colgaba de su cuello. Marcos se sentó frente a ella. Siempre la había visto firme y decidida, y al contemplarla jugar con aquel relicario, casi de manera infantil, supo que había problemas.
-Eduardo estará bien. No te preocupes- Trató de calmarla -Mal que mal, se las ha arreglado bien para tener más de ciento cincuenta años, ¿no?-
-Sí. Es cierto- Pero Alicia no quitaba la vista de la dorada cadenita. Marcos le prestó atención a la joya.
-¿Y eso?-
-¿Esto?- exclamó como si la hubieran descubierto -¡Ah! Es, un tesoro familiar. Siempre que estoy en problemas comienzo a juguetear con él- Alicia siguió observándolo.
-¿Y? ¿Te soluciona los problemas?-
-No. Sólo, me ayuda a pasar el tiempo- La muchacha tomó el fino relicario de oro y lo puso frente a sus ojos, como si recién lo hubiera descubierto.
-¿Dijiste que era un tesoro familiar?- preguntó Marcos.
-Bueno, es un decir-
-Es muy bonito-
-Lo sé. Es mi regalón. En realidad, nunca me he despojado de él- comentó la muchacha.
-¿Cómo así?- preguntó el muchacho extrañado.
-Verás. Este relicario perteneció a mi abuela Feli, y ha pasado de generación en generación por muchas décadas. Hasta que llegó a mí-
-Debió haber pasado por muchos cuellos- señaló Marcos.
-En realidad no es así Marcos. La abuela Feli había ordenado que este relicario pertenecería a su primera descendiente mujer, y salí yo la afortunada-
-Eso por parte de tu viejo-
-Sí-
-O sea, era la mamá del tío Mauricio-
-No. No. La abuela Feli era la bisabuela de mi papá-
-A ver. No entendí- exclamó Marcos confundido- Dices que el relicario sería para la primera descendiente de tu abuela, y esa abuela es bisabuela de tu papá-
-Sí-
-Entonces... Déjame ver- Marcos comenzó a sacar cuentas- Espera. Espera. Eso quiere decir que...-
-Sí. No han nacido mujeres en la familia Marqués desde hace más de cien años- contestó Alicia.
-No. ¡Cómo no!- alegó Marcos -¡No puede ser posible!-
-Sí. Sí es posible Marcos. La abuela Feli tuvo un hijo, el abuelo Néstor. El abuelo Néstor tuvo tres hijos varones. Ahí estaba el abuelo Miguel, el papá de mi papá, y de él salieron dos hijos, el tío Eusebio y mi papá. Lo sé muy bien. Me conozco esa historia de memoria-
-¡Y justo saliste tú con el premiado! ¡Mira tú!-
-Sí. Este relicario me ha acompañado desde el día que nací, y jamás me lo he quitado-
-Tu abuela sabía lo que hacía-
-Era previsora. Eso es todo- recalcó Alicia retomando su juego.
-Sigues preocupada-
-Sí-
-¿Y dejarás mañana la ciudad?-
-No queda otra Marcos. Aquí encerrados no lograremos nada. Aunque te digo que no descansaré hasta hacer que San Lorenzo vuelva a la normalidad-
-De eso no me cabe duda- Alicia no paraba de jugar con el relicario. Marcos decidió detenerla.
-Al. Ya es tarde. Vete a dormir. Mañana será un día duro y necesitas descansar- Alicia miró a su primo cariñosamente.
-No sé qué haría sin ti Marcos-
-Bueno, para eso está la familia, ¿No?-
-Mientras no seamos como los Marginea- recalcó Alicia.
-Ja-ja. Nunca tanto- exclamó Marcos poniéndose de pie -Ya. Vamos a dormir será mejor-
Ambos primos retornaron a sus respectivos cuartos. Eran alrededor de las tres de la madrugada y al día siguiente tendrían mucho que hacer preparando su huida. Alicia se acostó sobre la cama de sus tíos. Estaba cansada, agotada, hastiada. Depositó su cabeza en la suave almohada, y con el relicario aún en sus manos, cerró sus ojos y comenzó a soñar...
Alicia comenzó a ver imágenes confusas, poco nítidas, como si una densa neblina cubriera por completo su sueño. Poco a poco aquella neblina comenzó a dispersarse dejando ver ante ella el amplio paisaje de la bahía de San Lorenzo. Estaba sobre un barco, arribando a puerto. Su voz sonaba diferente, se escuchaba en un idioma diferente, pero aún así lo reconocía, lo entendía muy bien. Alicia no temía nada, porque todo eso era familiar para ella. Se aprestaban a descender a tierra firme. El barco había arribado a su destino, y su padre le apresuraba para que estuviese lista a desembarcar. Alicia tomaba apresuradamente sus cosas, dándose un último vistazo en el enorme espejo que se encontraba en la que por más de un mes había sido su habitación. Este reflejaba a una adolescente, casi una niña, de tez morena y cabello negro y rizado. Su nariz era un poco aguileña, pero su pequeño tamaño le hacían lucir muy particular; y sus labios mucho más gruesos y rojizos que los que acostumbraba a ver en su rostro; todo era diferente en ella. Pero al mirarse a los ojos, reconoció que eran los mismos de siempre. Llevaba puesto un vestido color damasco lleno de encajes finamente hilados a mano, y sobre sus oscuros cabellos llevaba un sombrerito a la usanza de las señoritas de mediados del siglo XIX, lleno de minúsculas flores de las mismas tonalidades que el resto del vestido. Un último vistazo y se uniría a su padre, para bajar juntos hacia aquella tierra prometida que les esperaba. Era 1852, y el vapor Herculano venía desde Lisboa en un largo viaje hasta Sudamérica. El rico mercante portugués Joao Hernández, acompañado de su hija Felicia, venían a aquel desconocido país en busca de mejores expectativas de vida. Hernández, habiendo enviudado hace poco tiempo, y aburrido de la vida en su tierra natal, había decidido lanzarse a la aventura y viajar al Nuevo Mundo, guiado por una fuerte corazonada y el deseo de ver a su hija mejor. Alicia ya no respondía a su nombre. Ella ahora era Felicia Hernández, había llegado a la pequeña ciudad de San Lorenzo siguiendo los deseos de su viejo padre, a quien adoraba fervientemente. Alicia se veía desembarcando del Herculano, viendo por primera vez aquella pequeña pero bulliciosa ciudad portuaria; luego observaba la enorme casa que su padre había mandado a comprar en el centro de la ciudad, desde la cual se podía apreciar todo el pequeño puerto.
-¿Qué te parece hija mía?- exclamó don Joao en su portugués natal.
-Es un lugar precioso padre- exclamó Alicia en el cuerpo de Felicia -No pudiste hallar lugar mejor-
-Así es hija mía. Aquí reconstruiremos nuestro hogar, y formaremos nuestra nueva vida-
Su sueño continuó así, como si se tratara de una vida normal. Alicia pasaba los días siguientes encerrada en aquella enorme casona de adobe, observando por la ventana de su dormitorio, desde la cual se podía observar la bahía de San Lorenzo y el recién construido faro Friedberg.
-Hija mía- exclamó su padre irrumpiendo en la habitación -Quiero que esta tarde luzcas lo más radiante posible-
-¿Y a qué se debe eso padre?- preguntó Alicia acercándose al hombre.
-La familia Marginea nos organizó una fiesta de bienvenida en su hacienda. Toda la alta sociedad de San Lorenzo estará invitada-
-¿Los Marginea? ¿Y quiénes son ellos?-
-¡Ay! Pequeña pajarita. Si salieras más de esta casa sabrías mucho más acerca de esta ciudad. Los Marginea son una de las familias más ricas de la zona. Justo ahora estoy haciendo negocios con Anselmo Marginea, el administrador del puerto. Son unas personas excelentes. Te encantará conocerlos-
-Pero padre- alegó la muchacha -¿Qué voy a hacer en esa fiesta? ¡No conozco a nadie!-
-¡Feli, Feli, pequeña mía!- exclamó su padre -Si te hubieras empeñado a aprender el español como te lo dije en el barco, no tendrías estos problemas-
-Lo sé padre-
-Pero la fiesta te hará bien. Conocerás gente, te harás de nuevas amistades...-
-¿Sin hablar español?- recalcó la muchacha.
-Bueno, tendrás que esforzarte Feli- le contestó -Además, ¿Cómo sabes si conoces a un buen partido en esa fiesta?-
-Padre- exclamó Alicia poniéndose seria -¡Ya sabes lo que pienso acerca de esas cosas!-
-Lo sé. Lo sé mi pequeña. Tú sabes que se lo prometí a tu madre. Nadie podrá imponerte un marido que tú no elijas- exclamó el padre tomando con sus dos manos el suave rostro de Alicia -Cada vez que te veo te pareces más a tu madre. Y cada día que pasa eres más como ella-
-Lo sé padre. Y no la defraudaré tampoco- contestó la joven.
El sueño hizo un salto brusco hasta situarse en medio de la fiesta de bienvenida en el parque de la Hacienda Marginea. Todo el lugar estaba impecable, flores de distintos colores adornaban cada rincón del parque, asentando así la majestuosidad de la noble familia. Por doquier habían mesas finamente decoradas ofreciendo a los invitados los más exquisitos manjares de la zona. Toda la alta sociedad de San Lorenzo se encontraba ahí: el gobernador, el jefe de aduana, el comisario del puerto, el obispo de San Lorenzo. Las damas vestían las más finas telas y lucían toda su gama de joyas y piedras preciosas. Todo era ameno y pomposo, mas en un rincón del enorme jardín, Alicia, ahora llamada Felicia, observaba silenciosamente la recepción. Su imposibilidad de hablar el español la había mantenido al margen de la reunión. De pronto entre la gente, un apuesto joven apareció como llegando atrasado a la celebración. Su talle alto y fino se distinguía de lejos, y sus rubios cabellos parecían reflejar los dorados rayos del sol que caían sobre el parque a esa hora de la tarde. Saludaba amenamente a todo el mundo, su espíritu jovial y amable se irradiaba por todas partes. De repente, su mirada se fijó en aquella pequeña muchacha de cabellos negros que se encontraba sola, parada al lado del hermoso quiosco de madera blanca en donde los músicos amenizaban la fiesta con sus suaves melodías. Era como una visión, un sueño: el joven había fijado sus ojos en aquella criatura y ahora debía conocerla. Sin quitar la vista de aquella hermosa visión, como temiendo que fuera a desvanecerse como una repentina ilusión, el joven hombre se acercó rápidamente a un grupo de señoritas que se encontraban conversando jovialmente.
-Paulina. Hey. Paulina- balbuceó interrumpiendo a su hermana -Dime. ¿Quién es esa joven?- Paulina le echó un vistazo, y al percatarse de quién se refería su hermano, siempre altanera le respondió.
-¿La que está allá sola? Ah. Es Felicia Hernández. La hija del portugués-
-¿Felicia Hernández? Qué bello nombre. No más hermoso que ella misma- replicó el joven, quién se había enamorado a primera vista. Su hermana lo miró incrédula.
-¿Es idea mía Eduardo, o esa muchacha te interesa?-
-¿Eh? No... O sea...- titubeó el joven -Sólo...-
-Olvídalo hermanito- exclamó Paulina dándose vuelta -Quién comprende a los hombres-
-Pero...- la miró extrañado -¿Cómo es que no la integraste a tu grupo de amigas parlanchinas, Paulina?- La joven se cruzó de brazos y respondió a su hermano.
-No puedo. La muchachita no habla ni una palabra de español, y a no ser que sea interprete, no voy a estar comunicándome a señas-
-Es una lástima- exclamó el joven Eduardo Marginea.
-Sí. Una lástima, ¿No?-
-Pero qué suerte que yo sí sepa hablar portugués- señaló lanzándole una mirada frívola a su hermana, y diciendo esto se dirigió hasta el lugar en donde se encontraba la solitaria muchacha. Alicia había tomado asiento, cansada de observar cómo los demás se divertían en la fiesta. Fue por eso que se sorprendió tanto al escuchar una voz desconocida que le hablaba en su portugués natal. Su sorpresa fue aún mayor al ver por primera vez los ojos celeste intenso de Eduardo Marginea. El joven se presentaba ante ella esbelto y atlético, todo un caballero. Era el mismo Eduardo Marginea que Alicia había conocido hace más de un mes, pero este se veía más jovial, más radiante. Su rostro demostraba que en su vida no había cabida para la tristeza ni las preocupaciones. Eran los tiempos antes de la maldición, antes de que Eduardo Marginea fuera obligado a pasar la eternidad cuidando los pasos de su perturbada familia. Sí, era el mismo, pero llevaba una elegante barba que lo hacía lucirse aún más. El sueño continuó mientras la conversación entre los dos jóvenes proseguía. Alicia supo así que Eduardo Marginea había pasado una larga temporada estudiando en Europa, y que aquella estadía le había permitido aprender varias lenguas, entre ellas, el portugués. La muchacha estaba fascinada con aquel encantador joven. Su corta e inexperta edad aún no le hacían suponer el naciente amor que los uniría, en aquel instante sólo reconocía en él a alguien con quien conversar y compartir una buena velada. Durante toda la recepción estuvieron charlando juntos, siempre observados por los prevenidos ojos del padre de Felicia. Finalmente Eduardo se ofrece para enseñarle español y Felicia acepta encantada.
El sueño de Alicia la transportó por el tiempo, enseñándole cómo día a día Eduardo Marginea se dirigía a la casa de los Hernández para darle lecciones de español a su joven alumna. Día tras día, aquella sincera amistad que se tenían el uno al otro fue acrecentándose hasta terminar en amor. Su padre se había percatado de ello, pero no se oponía a aquellas constantes visitas. Eduardo Marginea pertenecía a una de las mejores familias de San Lorenzo, y no cabía duda que sería un excelente partido para su hija.
-¿El joven Marginea no ha llegado aún?- preguntó un día.
-No. Hoy no vendrá- contestó la joven.
-Es una lástima. Ya comenzaba a acostumbrarme a su presencia- recalcó el padre.
-Sí. Eduardo es una excelente compañía-
-Y un excelente partido- le insinuó su padre. Alicia, o Felicia, reaccionó alarmada ante tal comentario.
-¿Qué tratas de decirme padre?-
-Bueno Feli. Eduardo Marginea es un buen muchacho, viene de una excelente familia, se lleva bien contigo. Es un buen candidato para marido, ¿No lo crees?-
-¡Padre! ¡Pero si ya lo habíamos conversado! Yo sólo me casaré con aquel que me indique mi corazón. ¡Tú prometiste que aceptarías mi decisión!-
-Sí. Te lo prometí. Y así será- recalcó su padre -Pero no puedes negar que es un joven muy apuesto- insistió.
-¡Padre!- Pero Felicia no podía esconderlo. Cada día esperaba con ansias la llegada de su joven profesor. El amor entre los dos crecía más y más. Luego, el sueño transportó
Luego, el sueño transportó a Alicia a otro lugar.
Paseaba tomada del brazo de Eduardo Marginea por las tranquilas playas de San Lorenzo.
a Alicia a otro lugar. Paseaba tomada del brazo de Eduardo Marginea por las tranquilas playas de San Lorenzo. Ambos charlaban acerca del nuevo faro del puerto, del futuro de la ciudad, de la infancia de cada uno. Allí Alicia supo que Eduardo jamás había jugado en la playa cuando niño, debido a su frágil estado de salud. No como ella, que añoraba juguetear descalza entre las tibias aguas del mar Mediterráneo. En aquel paseo, la pareja vio llegar al buque Stella Bella hasta las costas de San Lorenzo, el mismo barco que Alicia había pintado en su primer gran cuadro.
Alicia era feliz, todos aquellos recuerdos eran gratos. Pero la felicidad de los dos jóvenes no les dejaba ver la realidad de su entorno. Desde hacía varios meses una seguidilla de escabrosos crímenes se estaban sucediendo en la ciudad, y las investigaciones de las autoridades no daban en nada concreto. Mucha gente había desaparecido de la noche a la mañana, y otras tantas habían sido encontradas mutiladas horriblemente, como si hubieran sido atacadas y devoradas por una jauría de criaturas salvajes. Por otra parte, el evidente noviazgo entre Eduardo Marginea y Felicia Hernández tenía muy contenta a la familia del joven. Anselmo Marginea veía con muy buenos ojos esta unión. Al casarse su hermano menor con aquella joven, pasaría a administrar la nada despreciable fortuna del viejo portugués, y eso acrecentaría aún más el poder que los Marginea habían ganado desde que Anselmo había asumido el mando tras la muerte de su padre. Debían asegurar aquella unión, y para ello Anselmo necesitaba la ayuda de su única hermana mujer, Paulina.
La señorita Marginea era la mujer más hermosa de todo San Lorenzo. Su tez blanca y suave hacía resaltar sus bellos ojos azules, como si se tratase de una coqueta muñeca de porcelana fina. Criada con los más altos estándares de vida, Paulina Marginea sabía apreciar muy bien las riquezas y el poder. Y al igual que sus cinco hermanos varones, era una persona muy codiciosa y ansiosa de poder. La unión de su hermano mayor (Eduardo era el menor de los varones, pero Paulina era la menor de los seis) con aquella muchachita morena y pequeña no le era de su agrado, pero como se lo había explicado Anselmo, aquel matrimonio le traería amplios beneficios a la familia. Paulina debía persuadir a la joven Hernández de que su hermano Eduardo era el mejor partido que se le podía presentar; y como las clases habían ido disminuyendo por que Felicia ya hablaba bien el español, debían mantenerlos unidos lo más posible para que algo se diera entre ellos. Así Alicia se vio invitada por Paulina a la hacienda una tarde a tomar el té. Paulina le contó sus planes de casarse con el hombre que le ofreciera la mayor fortuna, y a Felicia aquello le pareció patético. La joven le recalcó a su anfitriona que lo mejor era casarse por amor y no por interés, y que ella así lo haría. En ese momento Eduardo llegó a la casa, y Paulina se excusó para dejarlos solos y poder seguir con su plan. Ambos salieron entonces a caminar por el parque. Alicia gozaba cada minuto de aquel hermoso sueño. Conversaron miles de cosas, hasta llegar al quiosco en medio del parque, el cual lucía lleno de hermosas rosas rojas recién florecidas.
-Es un lugar muy hermoso- señaló Felicia admirando las rosas.
-Sí. Este era en rincón preferido de mamá- señaló Eduardo con un tono melancólico, el mismo tono de voz que acostumbraría a usar en el futuro -Toda su vida la dedicó a cultivar este jardín, y ahora yo sigo con su obra-
-La querías mucho, ¿verdad?-
-Sí- contestó -Ella siempre estuvo conmigo. Siempre me cuidaba, me mimaba mucho. Es por eso que mis hermanos siempre me han envidiado-
-Yo también extraño a mi madre, ¿Sabes?- recalcó la joven.
-Debe haber sido una mujer muy hermosa- Felicia sintió cómo su rostro se sonrojaba.
-Mi madre era muy especial. Por eso la gente le tenía un poco de recelo-
-¿Y por qué?- preguntó Eduardo extrañado.
-Verás. Mi madre... tenía dones especiales. Ella provenía de una antigua familia de sacerdotisas y druidas de Lamego, y eso la hacía diferente a los demás-
-¿Era una bruja?- exclamó Eduardo bromeando.
-¡Claro que no! Quizás hechicera, pero no bruja- señaló la muchacha apoyándose en uno de los pilares del quiosco.
-¿Y tú? ¿También tienes esos dones?- preguntó el joven escéptico.
-Bueno... Sí. Algo-
-¡AH! ¡También eres bruja!- se burló. Felicia lo miró enfadada.
-¡Nadie nos entiende! ¡Por eso no debí haberte dicho nada!-
-¡Oye! ¡No te enojes! ¡Sólo bromeaba!- exclamó Eduardo tomándola del brazo -Además, te agradezco que hayas confiado en mí- La joven le sonrió dulcemente.
-Bien. Entonces, si confías en mí, dame tu mano- señaló pidiéndole la mano derecha. Eduardo no se hizo de rogar.
-¿Qué vas a hacer?-
-Te leeré la palma de tu mano-
-¿Qué? ¿Eso no lo hacen las gitanas?-
-Sí. Pero yo también sé hacerlo- señaló la muchacha. Felicia tomó la mano de Eduardo y comenzó a inspeccionarla detenidamente en silencio. Poco a poco su rostro comenzó a mostrar asombro.
-¡Vaya!-
-¿Qué? ¿Qué tengo?-
-¡Nunca había visto una línea de la vida tan larga!-
-¡Ah! ¿Si? ¿Cómo es eso?- preguntó Eduardo intrigado.
-Mira- señaló Felicia enseñándole su palma -Tu línea de la vida dice que vivirás muchos años, más que los de una persona normal-
-¿Y eso es bueno o malo?- preguntó Eduardo.
-Eso dependerá cómo vivas esa vida-
-En ese caso, mientras sea a tu lado no habrá problema- Felicia abrió sus ojos de par en par asombrada por aquellas inesperadas palabras, y miró así a Eduardo. Ambos se habían acercado más de lo que las buenas costumbres de la época permitían para poder observar la mano, pero eso ahora no importaba. Ambos sentían algo especial el uno por el otro, algo demasiado fuerte como para seguir omitiéndolo. Eduardo tomó firmemente las pequeñas manos de Felicia, y poco a poco se fue acercando hasta sus suaves labios color frambuesa. Felicia no podía seguir ocultando lo que sentía por el joven Marginea. Y así, bajo el techo del blanco quiosco tapizado de rosas color pasión, Eduardo Marginea y Felicia Hernández se dieron su primer beso de amor verdadero.
Luego de aquella romántica escena, las imágenes en la mente de Alicia se sucedieron una tras otra de manera muy rápida. Ambos jóvenes habían oficializado su noviazgo, para gran alegría de los hermanos Marginea y del padre de la muchacha. Todos en San Lorenzo hablaban de la pronta unión de las familias Marginea-Hernández, y de los grandes beneficios que esta tendría. Aunque lo más importante para los Hernández era que la unión se realizaría por amor, amor verdadero, y no por simple conveniencia.
Felicia sabía que Eduardo Marginea era el hombre que tendría para toda la vida. Se lo decía su corazón, se lo decían sus intuiciones heredados de su madre, se lo decía Eduardo al regalarle el relicario que su madre le había dado, el cual el joven guardaba como hueso santo; todo estaba predispuesto para ser felices, todo demostraba que ello era verdadero.
Mas algo preocupaba a la joven portuguesa y la dejaba sin sueño por mucho tiempo: si bien Eduardo Marginea tendría una larga vida según lo que decían las líneas en su mano; la de ella presentaba una corta y abrupta vida, señal clara de que no tendría toda una vida normal para disfrutarla junto a su amado. Si tan sólo ese fatal evento pudiese retardarse y así al menos conociera la felicidad junto al hombre que amaba.
Por esos tiempos, además del anunciado matrimonio, había otro tema que inquietaba a la población. Aquellas desapariciones y restos humanos esparcidos por el lugar habían comenzado a aumentar en número, y la gente empezaba a temer salir de noche de sus casas. Aunque las autoridades seguían indagando, e incluso habían traído investigadores profesionales desde la capital para esclarecer el caso, nadie jamás había visto al o los criminales. Y así fue un gran misterio por mucho tiempo.
Alicia comenzó a visualizar la fiesta de la puesta de las argollas, y aunque todo parecía perfecto, el corazón de la joven comenzó a acelerarse. Una vez que la celebración había culminado, Felicia y su padre se retiraron a su hogar en el centro de la ciudad. Eduardo debía viajar aquella misma noche al interior por algunos días para arreglar unos asuntos pendientes, y fue por esa razón que Felicia decidió regresar a la Hacienda Marginea en busca de un bolso de manos que había dejado olvidado en el cuarto de Paulina. Su padre, teniendo presente los ataques perpetrados los últimos días, le encargó que tuviera mucho cuidado, y así, acompañada por su leal cochero, regresó a la hacienda. Al llegar hasta la casa el portón se encontraba cerrado, pero aún así la joven, libre y decidida como siempre, se las ingenió para escabullirse en la propiedad. La noche estaba completamente a oscuras, permitiéndole así ver las miles de estrellas que decoraban el firmamento. Felicia avanzó por el largo camino hacia la mansión, y al llegar frente a esta, pudo constatar que aún había luz en su interior. De seguro Paulina aún estaba despierta. Además, hacía no más de media hora que habían salido del lugar, así que habría alguien despierto. Felicia golpeó un par de veces a la puerta y esperó. En el interior de la casa todo parecía estar tranquilo, pero Felicia insistió una vez más. Nadie contestaba, mas las luces estaban encendidas. Alguien debía salir a recibirla. Felicia tomó la manilla de la puerta y la abrió suavemente. Tratando de no importunar llamó una y otra vez, pero la casa parecía estar vacía. Buscó por todas las dependencias del primer piso, y nada. La joven decidió finalmente subir al cuarto de Paulina, cuando escuchó ruidos provenientes del sótano de la casa. Felicia se acercó a la puerta y pudo constatar que había luz abajo, mientras que murmullos incomprensibles salían de las profundidades. La joven bajó lentamente las escaleras, movida por la curiosidad de saber lo que había en aquel lugar, ya que había escuchado de Eduardo que el sótano permanecía cerrado desde hacía muchos años y que nadie más que Anselmo poseía la llave. Felicia se guiaba por los susurros, los cuales cada vez se hacían más nítidos y cercanos. Pronto reconoció en ellos las voces de sus próximos hermanos políticos, y llena de serenidad se aprestó a encontrarse con ellos. Mas lo que sus ojos vieron en aquel momento marcaría su vida para siempre.
En medio del enorme subterráneo de la mansión se podía apreciar a los integrantes de la familia Marginea, algunos amigos cercanos y uno que otro fiel sirviente, formando un círculo alrededor de un extraño pentagrama dibujado en el suelo. Felicia miraba atónita, no por el horrible aspecto de aquellas personas, sino más bien por las palabras que pronunciaba el hermano mayor de Eduardo mientras elevaba hacia los cielos una cabeza humana aún tibia, como si estuviese ofreciendo una ofrenda a algún ser invisible. Felicia comprendía muy bien lo que estaba sucediendo, pero simplemente no podía aceptar en su mente la idea de que los Marginea fuesen capaces de hacer algo tan macabro. Claramente en el sótano de la mansión se estaba realizando un rito satánico, y a juzgar por los hechos, ellos eran los causantes de tantas desapariciones. Felicia no necesitó explicaciones. Anselmo con sus palabras relataba todo lo que estaban realizando. Los Marginea habían hecho un pacto con el demonio a cambio de la gran fortuna que disfrutaban y que día tras día se iba incrementando. El trato era simple, sus vidas a cambio de poder. Los Marginea se habían convertido en demonios con sed de carne humana sólo por codicia, y ahora Felicia había descubierto su secreto-x-. En aquel momento la muchacha apenas reaccionaba de la impresión, y al ver cómo los demonios devoraban el resto del cadáver, Felicia retrocedió espantada y huyó del lugar, sin que nadie se hubiera percatado de su presencia. Felicia corrió y corrió hasta encontrarse con su cochero, y rápidamente le ordenó regresar a la ciudad. En el camino la muchacha comenzó a poner su mente en orden. ¿Y si su amado Eduardo era también uno de ellos? Aquella idea la perturbaba. Eduardo siempre se había comportado muy diferente al resto de sus hermanos, él era amable y sencillo, no tenía los aires de grandeza de Paulina o de Anselmo. No. Él no podía ser un demonio. Eduardo no. Pero si él no lo era, ¿Sabía acaso de las actividades nocturnas que realizaba su familia? Eduardo venía llegando de Europa después de varios años, y los fenómenos extraños en San Lorenzo habían comenzado hace menos de dos años. Eduardo se había mantenido fuera del caso.
Al llegar a su casa, Felicia se encerró en su cuarto. No quería hablar con nadie, no quería divulgar lo que había visto aquella noche. Además, ¿Quién le creería a una muchachita de dieciséis años que la familia más importante de San Lorenzo era la causante de tantas atrocidades? Ella sabía que los Marginea eran seres malignos, y que de seguro poseerían algún tipo de poder sobrenatural. Y si eso era así, no le convendría actuar sola. Eduardo regresaría en un par de días, eso le daba tiempo suficiente para revisar los antiguos libros de su madre y buscar algo que pudiese ayudarla a detener a aquellos malignos seres. Pero mientras tanto los Marginea seguirían atacando de noche, y Felicia no podría hacer nada para evitarlo. Debía tomar las cosas con calma, y buscar la mejor solución a todo ello.
A esas alturas Alicia se encontraba empapada en sudor. Las imágenes en su mente eran cada vez más fuertes, y conforme pasaba la noche iba comprendiendo cada vez mejor todo lo que estaba sucediendo. Felicia encontró en los viejos manuscritos de su madre el conjuro exacto para poder destruir a los demonios, y al regresar Eduardo le explicó lo que estaba sucediendo. El joven no podía creer las palabras de su novia, pero ante la insistencia de la muchacha, Eduardo Marginea decidió constatarlo.
El joven se adentró en el sótano de la casa luego de haberse hecho el dormido. Él también había notado el cambio en sus hermanos, pero simplemente no le había prestado atención. Según él, sus hermanos habían cambiado por el trauma de la muerte de su padre, pero nunca imaginó que ello los llevara hasta tal extremo. Allí pudo observar los horrendos ritos que seguían noche tras noche para recargarse de energía y acrecentar sus poderes. No podía creer que sus hermanos ya no estuviesen vivos y que se hubieran convertido en aquellos despreciables seres, capaces de acabar con tantas vidas inocentes sólo por su mortal codicia.
Eduardo había quedado choqueado tras su visita al sótano, y por mucho tiempo no fue capaz de reaccionar. Felicia le explicaba que debía ayudarla a detenerlos. Ella sabía cómo acabar con sus pseudo vidas, y así liberar a la ciudad de sus horrendos crímenes. Eduardo respondía por inercia, parecía estar en otro mundo, mas las palabras de Felicia tenían sentido y era lo mejor que podían hacer. Debían ir hasta el sótano una noche de luna llena, cuando estuviesen dormidos después de sus cacerías, cerrar todas las puertas y ventanas de la casa, poner sobre estas imágenes cristianas, y mientras la muchacha leyera un conjuro, quemar la casa con las bestias en su interior. Para el éxito del conjuro la posición de las estrellas sería crucial, y la joven necesitaría agregar parte de su energía vital para realizar el encantamiento.
Llegado el día, Anselmo comenzó a desconfiar de la extraña actitud de la pareja. Y por esta razón fueron descubiertos mientras preparaban la casa para el encantamiento. Todo estaba listo y dispuesto. Sólo quedaba sellar la puerta principal y que Eduardo encendiera la primera mecha. Pero llegado el momento, el joven Marginea se quedó inmóvil, inconsciente, mirando fijamente la casa de sus padres.
-¿Qué sucede Eduardo? ¿Qué estas esperando?- Eduardo no contestó -¿Eduardo?- El joven volteó a mirar a su novia. En su rostro se podía apreciar la angustia que lo abrumaba, moviendo la cabeza en señal de negación exclamó:
-No puedo. No puedo hacerlo Felicia-
-Pero... ¿Por qué no? ¿Acaso no lo habíamos hablado antes? ¡Debemos detenerlos antes de que sigan causando más daño!-
-Felicia. ¡No puedo hacerlo! ¡Es mi familia!-
-¡Pero Eduardo!- El tiempo en que Eduardo titubeó fue suficiente para alertar a Anselmo y a sus hermanos; y antes de que los jóvenes pudieran terminar, los demonios se presentaron frente a ellos.
-¿Pero qué tenemos aquí?- exclamó Anselmo con un tonillo irónico al percatarse de lo que la pareja tramaba -¿Recién incorporándose a la familia y ya nos trae problemas?- Eduardo se interpuso delante de Felicia instintivamente para protegerla. Sus hermanos le habían enseñado su verdadero rostro, y llenos de furia al verse agredidos estaban dispuestos a todo.
-¡No permitiré que sigan haciendo más daño!- exclamó decididamente la muchacha.
-Yo sabía desde el principio que esta muchachita nos traería problemas- señaló Paulina mirando despectivamente a la joven.
-Oh. Paulinita. Pero la fortuna de su padre bien valía la pena- exclamó Anselmo -Pero, ya que descubrieron nuestro secreto, ahora deberán callar- Los demonios aún se encontraban dentro de la casa, lo que significaba que aún Eduardo y Felicia podían cumplir con su plan. Eduardo aún tenía en su mano la antorcha esperando ser encendida, con la cual pretendían incendiar la casa, y Felicia detrás de él le susurraba que actuara ya.
-Lo siento Felicia. ¡Pero no puedo hacerlo!- Anselmo bajó de la entrada de la casa con aires triunfantes, sabiendo que no habría ser humano que pudiese interferir en sus planes.
-¿Ves mocosa? ¡Tu noviecito prefiere la lealtad a su propia familia que a ti!- exclamó Anselmo -Ven hermano. Ven con nosotros- Eduardo no sabía qué hacer, pero Felicia interpretó su actitud como un rechazo. La muchacha miró fijamente a Eduardo, dolida y sentida, para luego echar una mirada a Anselmo y a sus hermanos, dejándoles en claro con ello que no se quedaría tranquila. Luego dio la media vuelta y corrió hacia la salida. Eduardo trató de detenerla, pero tarde se dio cuenta de que había herido sus sentimientos.
-¡Felicia! ¡Espera!-
-No te preocupes Eduardo- lo tranquilizó Anselmo -¡Al unirte a nosotros, podrás tener todas las mujeres que quieras!- Eduardo lo miró con enojo. Si bien había defendido a los suyos, él amaba realmente a la muchacha, y sin ella él no era nada. Paulina se adelantó al grupo, y mirando hacia Felicia exclamó:
-Siempre me pregunté cómo sería la carne portuguesa- Al escuchar esto, Eduardo comprendió que Felicia estaba en peligro y corrió tras ella; pero sus hermanos, convertidos en demonios, eran más fuertes y veloces, y pronto todos ellos iban tras la joven. Felicia había presentido el peligro y corría con todas sus fuerzas. Ella sabía que había perdido la única oportunidad de acabar con los demonios Marginea, ya que de ahora en adelante estos estarían más alertas. Aún así no podía dejarlos libres, y al llegar hasta el gran portón una idea se le vino a la cabeza. La muchacha cerró el enorme portón de hierro, y sujetándolo firmemente con sus dos manos aguardó a que todos sus cazadores estuviesen lo suficientemente cerca para poder escuchar sus palabras. Felicia Hernández se concentró muy bien en lo que estaba a punto de declarar, y haciendo uso de toda su energía vital lanzó la lapidaria maldición.
-FAMILIA MARGINEA. POR VUESTROS CRIMENES Y PECADOS SERÁN JUZGADOS. PERMANECERÁN ENCERRADOS DENTRO DE VUESTROS PROPIOS DOMINIOS PARA QUE NO PUEDAN SEGUIR CAUSANDO DAÑO A SER VIVO ALGUNO. NO PODRÁN SALIR. NO PODRÁN CAUSAR MÁS SUFRIMIENTOS. Y A TI EDUARDO MARGINEA, TE CONDENO A SER SU CARCELERO POR TODO EL RESTO DE LA ETERNIDAD... HASTA QUE TU CORAZON SE OLVIDE DE MI Y PONGA A OTRA EN MI LUGAR- Dicho esto, Felicia soltó los barrotes del portón y se alejó silenciosamente del lugar.
-¡FELICIA! ¡NO!- exclamó Eduardo tratando de ir tras ella, pero su hermano mayor lo detuvo precipitadamente.
-Déjala Eduardo. No vale la pena-
-¡Perra bruja! ¡Ya presentía algo raro en ella!- exclamó Dionisio Marginea al comprender la naturaleza de Felicia.
-¡Vamos Dionisio! ¡No seas ingenuo! ¡A que te creíste ese cuento! ¡No hay ser vivo que sea capaz de encerrarnos en nuestro propio territorio!- exclamó Sofanor Marginea a su segundo hermano, mientras caminaba en dirección al gran portón; pero al tratar de abrirlo, una misteriosa energía le quemó la mano. Sofanor, convertido en bestia, lanzó un grito sobrehumano de dolor. Anselmo abrió sus enormes ojos azules de par en par al comprender lo que estaba sucediendo, mientras que en el rostro de su hermana se podía notar la angustia ante tal fatal desenlace. Rápidamente otro integrante del grupo se lanzó sobre el alto muro de adobe que cercaba la propiedad, y con un gran salto digno de cualquier ser sobrenatural, trató de cruzarlo, pero al igual que Sofanor, una extraña fuerza le impedía seguir adelante. Eduardo, quien había logrado zafarse de su hermano mayor se detuvo bruscamente al ver que los demás no podían dejar la hacienda. Si ellos eran incapaces de hacerlo, menos podría lograrlo él en su calidad de guardián, y al comprender el gran error que acababa de cometer, se echó al suelo y de rodillas rompió a llorar. Anselmo, al percatarse de que habían sido derrotados, exclamó con toda la ira que le caracterizaba siempre:
-¡¡MALDITA BRUJA!! ¡¡MALDITA!!- Y luego el silencio invadió por completo la Hacienda Marginea. La maldición estaba proclamada.
Felicia caminaba a paso lento y tambaleante a lo largo del oscuro camino de tierra. De vez en cuando se detenía a tomar un poco de aire, y a descansar apoyada a algún árbol o a algún muro del lugar, ya que al dictar aquella sentencia había ocupado todas sus fuerzas para que este fuese efectivo. Y ahora, débil y con su corazón destrozado, a duras penas conseguía avanzar. Había perdido al amor de su vida, había perdido la razón de su existir, lo había condenado por la eternidad a resguardar a su malvada familia, y ahora el mundo entero se le venía encima. Su rostro estaba bañado en lágrimas, y aunque se repetía miles de veces por qué había actuado de esa manera, jamás volteó a mirar hacia atrás. Lo que temía se estaba cumpliendo, ahora comprendía por qué su línea de la vida era tan corta. Después de este triste acontecimiento, su existencia se iría apagando cada vez más y más rápido.
Alicia daba vueltas y vueltas en su cama. Las imágenes en su mente la alteraban, la asustaban. Felicia llegó a duras penas a su hogar, ante la mirada aterrada de su padre. La muchacha había caído inconsciente por varios días, y la única razón explicable que su padre y el doctor se daban, era que la joven había sufrido un shock terrible. Ya se rumoreaba por toda la ciudad acerca de un trágico hecho que había acabado con la vida de los Marginea. La familia completa, incluyendo algunos familiares lejanos y amigos, habían sido hallados muertos en el interior de la casa. Todos vestían sus trajes de fiesta, y el resto de la casa parecía en perfecto estado. Al parecer había ocurrido algún tipo de discusión que habría conllevado a esta masacre. Incluso algunos suponían que habrían sido atacados por aquel psicópata que había actuado las noches anteriores. Sólo el cuerpo del menor de los hijos Marginea no se encontraba entre los restos, Eduardo Marginea.
Felicia despertó aún débil una mañana, y sin responder las constantes preguntas de su padre, le rogó que dejaran la ciudad para siempre. Hernández aceptó el ruego de su hija. El hombre suponía que había visto la masacre, o que era peor, que habría visto al joven Marginea acabando con la vida de los suyos, y que aquel espantoso espectáculo le habrían dejado en aquel estado. Y teniendo esto en cuenta, aceptó la petición de su hija. En algunos días tuvo todo listo, y los Hernández dejaron la ciudad de San Lorenzo para siempre.
Mientras tanto, los Marginea, quienes aprovechando que sus cuerpos ya estaban muertos, fingieron sus muertes y obligaron al pobre de Eduardo a trasladar cada uno de sus ataúdes sepultados en el mausoleo familiar de la misma hacienda, hasta el sótano de la casa. Debían deshacer aquella maldición, y para ello debían esconderse del resto del mundo para no ser descubiertos, y lo más importante, hacer que su hermano se olvidase de la muchacha portuguesa. Eduardo, incluido en el plan, también debía esconderse y aguantar los constantes reproches de sus hermanos que lo enloquecían. ¿Eso era lo que él quería? ¿Pasaría el resto de la eternidad soportando a los monstruos que tenía como hermanos? Ese era el castigo por haberlos defendido, y ahora debía pagar por ello. Eduardo se estaba volviendo loco. No podía vivir sin Felicia. Debía ir por ella. Pero si al tratar de cruzar el portón de la entrada aquella fuerza lo hería, entonces era preferible morir tratando de ir tras ella que soportar una eternidad de sufrimientos y soledad. Nada perdía. Y así Eduardo se dirigió al gran portón. Cerró sus ojos y estiró su brazo para tomar los barrotes de hierro forjado. Y tal como se lo había dictado su corazón, el portón se abrió sin causarle el menor daño. Los ojos del joven volvieron a brillar una vez más, y rápidamente regresó a los establos por su caballo. Debía llegar hasta Felicia y pedirle perdón, decirle que la amaba y que se arrepentía de todo lo que había hecho en la hacienda. Existía una oportunidad, y por nada del mundo la dejaría pasar.
Al llegar hasta la ciudad, los habitantes de San Lorenzo se asombraron al verlo cabalgar, ya que todos lo habían dado por muerto. Pronto llegó a la casa Hernández y golpeó incesablemente a la puerta hasta que una sirvienta acudió a abrirle. Su corazón se aceleró al escuchar que los Hernández acababan de dejar San Lorenzo para irse al interior, y Eduardo se montó rápidamente en su caballo con la esperanza de alcanzarlos. No se detendría hasta hablar con ella, no podía vivir sin ella. Y así, a todo galope, corrió tras ellos. Los kilómetros parecían interminables, mas Eduardo Marginea pudo divisar a lo lejos el coche que conducía a su novia lejos de San Lorenzo. Sólo necesitaba un impulso más y los alcanzaría. Su caballo ya estaba agotado, pero no podía dejarla ir. Eduardo comenzó a imaginarse el feliz reencuentro, y la vida que les esperaba juntos. Mas todos esos sueños se esfumaron cuando una pared invisible impidió su paso, tirándolo de su caballo y dejándolo sin aire. Eduardo Marginea gritó el nombre de su amada con todas sus fuerzas, con la esperanza de que ella pudiese escucharlo, mas el carruaje siguió su camino y Eduardo Marginea no volvió a verse nunca más por los alrededores de San Lorenzo.
El tiempo pasó lentamente, mas Felicia Hernández jamás se recuperó. Todas las noches lloraba por Eduardo. Todas las noches buscaba la manera de remediar las cosas, mas la rabia del momento había hecho que su hechizo se le fuera de las manos. Su vida se estaba acabando. Su vida no era nada sin Eduardo Marginea. Y así, pálida y sin fuerzas, su existencia se fue apagando. Jamás regresó a San Lorenzo. Jamás supo nada de los Marginea. Los asesinatos habían mermado y la pequeña ciudad costera volvía a la paz y tranquilidad que lo caracterizaba. Felicia Hernández, a petición de su padre, desposó al poco tiempo a Eusebio Marqués, un joven de buena familia del interior del país, y que se había enamorado perdidamente de la joven. Felicia sabía que su corazón pertenecía a Eduardo Marginea, y con el relicario que le había obsequiado en sus manos, pensaba y pensaba en la manera de arreglar las cosas. Pronto la joven quedó embarazada, y al momento de dar a luz comprendió que su hora había llegado. Llena de remordimientos por haber condenado a su único amor, Felicia Hernández de Marqués, en un acto desesperado, hizo lo único que podía hacer en aquel momento. Delirando y sin fuerzas, quitó el relicario de su cuello y llamó a su esposo:
-Eusebio. La hora ha llegado. Mi cuerpo ya no resiste más. Quiero que me prometas que le entregarás este relicario a la primera descendiente mujer que tengamos. ¿Me has entendido?-
-Pero Feli. ¿Para qué dices eso? Todo saldrá bien-
-¡Prométemelo Eusebio! ¡Prométemelo!- El pobre hombre no tuvo otra opción que asegurarle aquella extraña petición a su moribunda esposa, y una vez que la joven dio a luz a un robusto varón, Felicia Hernández dejó este mundo, tranquila por que había actuado a tiempo.
Alicia comenzó a ver imágenes confusas. Primero su concepción y luego su nacimiento. Al abrir los ojos a la vida nuevamente, la muchacha despertó de su agotador sueño completamente empapada en sudor y lágrimas, y con su corazón atorado en la garganta.
-¡Dios mío! ¡Dios mío!- se repetía para sí sin aliento -¡No puede ser cierto! ¡Dios!- La muchacha se levantó de la cama hacia el baño tambaleándose, y después de refrescarse el rostro con agua fría comenzó a volver a la realidad. Allí, frente al espejo, vio en su reflejo que aún llevaba el relicario de oro colgado a su cuello; aquella fina joya heredada de su bisabuela, aquel del que nunca se había separado en toda su vida, aquel que le había esperado por tanto tiempo. Alicia reconoció en su mirada los mismos ojos de Felicia Hernández, y un poco más calmada volvió a repetir.
-¡Dios mío! ¡No puede ser cierto! ¡No! ¡Es imposible!-
Había amanecido en San Lorenzo, y según lo acordado la noche anterior, aquella tarde debían dejar la ciudad. Pero ahora la situación era distinta. Si todo aquello no había sido un mero sueño, si Alicia y Felicia eran la misma persona, entonces cambiaba todo. Alicia debía comprobar si aquella extraña película que había pasado en su mente, había sido sólo producto de la tensión de aquel momento. Y para ello, debería ir hasta la biblioteca y buscar los antiguos registros de la ciudad. Si su abuela Feli había desembarcado en San Lorenzo desde Portugal, entonces no habría vuelta que darle. Alicia se vistió rápidamente y partió hacia la biblioteca de la ciudad. Su primo Marcos, quien también venía de levantarse, alcanzó a verla salir y preocupado por su actitud corrió tras ella.
-¡Al! ¡A dónde vas! ¡¡Es peligroso salir!!-
-¡¡Debo averiguar algo muy importante Marcos!! ¡No te preocupes! ¡Volveré antes de las cinco!- exclamó la muchacha perdiéndose calle abajo.
-¿Qué? ¡Al!- exclamó Marcos detenido frente a la casa sin entender nada. Qué era eso tan importante que su prima debía salir a averiguar tan temprano. ¿Acaso había tenido noticias de Eduardo? Marcos echó un vistazo a su alrededor. Todo estaba muy tranquilo, perturbadoramente tranquilo. El miedo lo invadió de repente, y sin pensarlo dos veces se adentró en la seguridad de la casa nuevamente.
Alicia por su parte corrió y corrió por la ciudad. Había preferido correr que ocupar lo poco y nada de gasolina que quedaba en el auto de su tía Norma. Por suerte la biblioteca estaba cerca, y por suerte también los Marginea aún seguían en su madriguera descansando. Alicia debía hurguetear en los archivos de la ciudad y comprobar que su abuela Feli había llegado al puerto en 1852 en el buque Herculano. La muchacha aún guardaba en su mente las imágenes de aquella noche, además que recordaba perfectamente los retratos de su abuela Feli que colgaban en la vieja casa de sus abuelos paternos. No sería fácil buscar. Mal que mal habían pasado ciento cincuenta años, y San Lorenzo era un puerto muy concurrido en aquellos años. Si la familia Hernández había arribado a San Lorenzo, entonces sus sospechas eran ciertas. Había regresado a terminar lo que ella había comenzado.
XIV El Regreso de Felicia Hernández
Las horas pasaron rápidamente y ya el sol había comenzado a descender por el cielo. Alicia, metida en las viejas bóvedas de la biblioteca de San Lorenzo, había revisado uno por uno los antiguos y polvorientos libros de registro del puerto. Aquella tarea era titánica. El lugar estaba lleno de viejos manuscritos archivados por doquier. Alicia hubiera buscado durante días si no fuera por que conocía la fecha exacta del arribo (obviamente que lo recordaba de su sueño), y también gracias al pulcro orden de la bibliotecaria, quien había ordenado y clasificado todo minuciosamente. Aún así, con el apuro de salir pronto de aquella duda que angustiaba su corazón, Alicia había provocado un caos dentro del lugar, sacando y desparramando libros por donde cayeran. Quedaba poco tiempo, Alicia lo sabía. Marcos y Georgina estarían preocupados esperando en casa. Ya no podían permanecer más tiempo en aquella ciudad maldita. Mas Alicia seguía buscando fervientemente.
-¡Debe estar en algún lugar!- exclamó inspeccionando uno de los antiguos libros. Se acercaba al año, pero no podía dar con el barco. Lo recordaba muy bien: el Herculano, proveniente de Lisboa, Portugal.
De pronto Alicia detuvo su búsqueda, y sus almendrados ojos brillaron de la emoción.
-¡Aquí está! ¡El Herculano!-
Alicia comenzó a leer uno por uno los nombres que aparecían en la lista de pasajeros, hasta llegar finalmente a lo que estaba ansiosamente buscando: Joao Hernández, acompañado de su hija Felicia Hernández. Abordaron en Lisboa, Portugal, el 21 de Febrero de 1852, y llegaron al puerto de San Lorenzo el 6 de Abril de 1852. Ella lo sabía. Era el nombre de su tatarabuelo, y el de su bisabuela. Lo conocía muy bien por que había intruseado las cosas de su abuelo Miguel en sus días de adolescente y allí había encontrado viejos documentos de la familia. Su abuela Feli había desembarcado en San Lorenzo. Había vivido allí, justo en la época en que Eduardo Marginea había sido condenado junto a su familia. ¿Cómo saber si su abuela y la novia de Eduardo eran la misma persona? Más bien, ¿Cómo comprobar que ella era Felicia Hernández? Sólo Eduardo podría decírselo, pero después de que él había dejado la casa de sus tíos había desaparecido. Alicia ignoraba que Eduardo seguía inconsciente en algún lugar del camino hacia San Lorenzo, pero eso ahora no era lo que le importaba. La joven siguió buscando. Si existieran periódicos de la época, más que seguro que en algún momento se hubiera anunciado el matrimonio Marginea-Hernández. Alicia comenzó a buscar desesperadamente. Por suerte los periódicos estaban bien catalogados, y pronto encontró lo que andaba buscando. Fechado el 14 de Septiembre de 1852, aparecía un artículo en la página de vida social anunciando la unión de ambos jóvenes. Y como se trataba de las familias más importante y adineradas de la región, el acontecimiento era anunciado con la publicación de una fotografía, un lujo para la época, de la joven pareja. En efecto, ahí se podía apreciar perfectamente, a pesar del tiempo transcurrido, a Eduardo Marginea y a su novia, Felicia Hernández. Era la misma muchacha de su sueño, eran sus mismos ojos, era exactamente idéntica a los retratos de su abuela Feli cuando había contraído matrimonio con su abuelo Eusebio. No cabía duda. Su abuela y la novia de Eduardo eran la misma persona. Y lo que era peor, ella y su abuela eran también la misma persona. Alicia se sentó en el suelo de la biblioteca, asombrada por aquella confirmación. Ahora comprendía todo, su eterna búsqueda de algo que no podía explicar; su fascinación hacia San Lorenzo; los detalles misteriosos en sus pinturas; el odio hacia Eduardo Marginea, y luego su sincero amor; su insistencia en volver a la mansión Marginea; su innato conocimiento de las maneras de cómo defenderse de los demonios. Felicia Hernández había regresado a terminar con el hechizo que ella misma había lanzado hace ciento cincuenta años.
-¡Dios mío! ¡He regresado!- Alicia comprendía ahora el porqué de la insistencia de Felicia en que el relicario perteneciera a su primera descendiente mujer. En su lecho de muerte había ocupado sus últimas fuerzas en depositar en el relicario toda su sabiduría, toda su historia, su alma entera. Y después de ciento cincuenta años, el relicario regresaba a su dueña, para recordarle que debía rescatar a su amado de su eterna prisión.
Alicia reaccionó de pronto. Ya era tarde y en algunas horas más anochecería. Marcos y Georgina esperaban por ella. Y ahora, conociendo su verdadera historia, Alicia estaba más consciente que nunca que sólo ella poseía la solución a la maldición Marginea. La muchacha dejó rápidamente la biblioteca y se dirigió a la casa de sus primos. Debía ponerse a pensar qué debía hacer. No por nada había regresado a San Lorenzo, mas no tenía idea aún de cómo debía proceder. Debía pensar en algo pronto.
La muchacha corría rápidamente a través de la ciudad, sin pensar siquiera en la presencia de los demonios. Las criaturas habían salido temprano a cazar, pero prácticamente la ciudad se encontraba desierta. El olor a carne fresca era un aroma muy potente, y los Marginea podían sentirlo a varios kilómetros de distancia. Paulina Marginea lo había percibido, y dispuesta a atacar cualquier cosa para recuperar fuerzas y su belleza, salió al paso de su presa.
-¡Vaya, vaya, vaya! ¡Qué suerte la mía!- exclamó al reconocer a la joven.
-¡Paulina!- exclamó Alicia al ver a su ex-cuñada.
-¿Sabes? Nunca me caíste bien. En realidad mi hermano siempre se le ha ocurrido fijarse en poquitas cosas- Alicia no respondió nada. En el fondo sabía que Paulina se refería a Felicia, y ahora que Alicia sabía que era su reencarnación, Paulina se refería a ella misma. -¿Por qué me miras con esa cara? ¿No te gusta la idea de que vaya a acabar con tu patética vida?-
-No- señaló Alicia al fin -Sólo que nunca pensé que alguien como tú tuviese que rebajarse a comer tan poca cosa- se burló la muchacha. Aquel comentario no agradó a la criatura, y llena de furia exclamó:
-¡Tonta insolente! ¡¡Me las pagarás muy caro!!- y diciendo esto se abalanzó en contra de Alicia. La muchacha, con muy buenos reflejos, esquivó a la agresora. Y retomando su sangre fría señaló.
-¿Qué pasa Paulinita? ¿Muy agotada para atrapar a tu presa?-
-¡Te estás pasando de la raya, humana insolente!-
-¡Ah! Era eso- exclamó irónicamente -Querida. Siempre me diste tanta lástima-
Paulina comenzó a notar algo raro en la forma de hablar de la joven. Algo había en su mirada que le asustaba, una mirada de ira que ya había visto antes, hace ciento cincuenta años atrás.
-¿Lástima? ¿Por qué lástima? ¡Los Marginea siempre hemos sido superiores a cualquier humano de este lugar!-
-Sí. Sí. Sí. Siempre con sus aires de grandeza. Nunca cambian. ¿Acaso valió la pena vender sus almas por esto? ¡Mírate Paulina Marginea! ¡No eres ni la mitad de la Paulina que conocí!-
-¿Qué estás tramando? ¿Por qué hablas como si nos conocieras bien? ¿O acaso crees que por que el tonto de Eduardo se enamoró de ti lo sabes todo?- Alicia se largó a reír. Por primera vez no le temía a Paulina Marginea. Ya no era la jovencita tranquila y delicada que había conocido siglo y medio atrás. Si había regresado en esta vida, era para recuperar lo suyo, y esta vez nada ni nadie se interpondría a su felicidad.
-Paulina. Querida. Tu poca racional cabecita no te permite mirar más allá. Pero no te culpo. No necesitas más neuronas que esas. No se te puede pedir más-
Paulina se sintió blasfemada, y llena de furia se lanzó sobre Alicia. A pesar de que Paulina era una criatura sobrehumana, Alicia sacó fuerzas de coraje y pudo quitársela de encima. -Paulina. Te noto un poco tensa. ¿Qué tienes?-
-¡Estúpida!- exclamó -¡¡Dime tú lo que estás tramando de una vez por todas!!-
Alicia sonrió maliciosamente. Paulina Marginea sería la primera en conocer la verdad, su verdad, y aquella idea le parecía grandiosa.
-¿De veras quieres saberlo?- exclamó acercándose a su enemiga lentamente, y a medida que avanzaba, Alicia sacaba el relicario a la vista de todos. -¿Reconoces esto?- Paulina miró asombrada al reconocer el medallón de su madre.
-¡El relicario de mi madre! ¡¿Qué haces tú con él?!-
-¡Ah! No. No. No- exclamó Alicia calmadamente -El relicario de Eduardo, ¿No lo recuerdas? Ella se lo dejó a él antes de morir-
Paulina no podía entender cómo aquella muchacha sabía tanto detalle de cosas que habían pasado años atrás. Además, ese relicario había sido obsequiado por Eduardo a la bruja portuguesa. Por qué lo llevaba esa muchacha ahora.
-Y él a su vez, me lo regaló a mí-
-¡No! ¡Eso no es cierto! ¡Eduardo se lo regaló Felicia cuando se pusieron de novios!-
-Exactamente Paulina. Eso es lo que te acabo de decir. Eduardo me lo regaló cuando me pidió en matrimonio- Poco a poco las palabras de Alicia comenzaban a tener sentido para Paulina, y entonces un escalofrío recorrió su ya helado cuerpo sin vida. -¡He vuelto!- Paulina palideció al escuchar aquellas palabras. No podía ser cierto. Esa muchacha no podía ser Felicia Hernández.
-¡No! ¡Es imposible! ¡¡Tú no puedes haber regresado!!-
-¿Y por qué no? ¡Ustedes vendieron sus almas al diablo por poder! ¿Por qué yo no pude regresar por lo que es mío? ¿Qué quieres que te diga para que me creas? ¿Te recuerdo cuando fui la primera vez a tu casa, y tú y tus amigas me dejaron de lado por que yo no hablaba español; o cómo planeaste todo para que Eduardo y yo nos enamoráramos?-
-¡No!-
-¿No lo recuerdas?-
-¡No! ¡No es cierto!-
-¡Volví Paulina Marginea! ¡¡Regresé a recuperar lo que ustedes me arrebataron hace ciento cincuenta años!!-
-¡¡NOOO!! ¡¡MALDITA FELICIA!!-
Paulina se abalanzó nuevamente contra Alicia, y por varios minutos se batió una encarnizada lucha entre las dos mujeres. Paulina Marginea en su calidad de demonio era muy fuerte y ágil, mas la ira de Alicia era aún más superior. Ambas jóvenes lucharon a muerte, pero, ¿Cómo matar a alguien que ya está muerto? Alicia debía derrotar a la malvada Paulina, pero a combos y patadas no le cundiría. La joven aprovechó un instante en que Paulina se encontraba tirada en el suelo para correr hacia el puerto. Tenía una idea en mente, y si lograba alcanzar la fábrica de enlatados podría salvar su vida.
-¡¡No huyas cobarde!! ¡¡Voy a matarte!!- gritó Paulina corriendo tras la joven. Alicia, a pesar de la pelea, seguía corriendo con fuerzas hacia la fábrica. El lugar se encontraba abandonado, pero sólo necesitaba acercar a Paulina al triturador para tenderle su trampa.
-¿Qué te pasa Felicia? ¿Tienes miedo?- Alicia no respondió nada. Paulina se encontraba cerca. En medio de los húmedos y oscuros pasillos de la fábrica, el piso de metal señalaba cada paso que daba. El sol ya no alumbraba, y solo sombras eran perceptibles. Pero por suerte la maquinaria que andaba buscando pronto estuvo al alcance de su mirada. Un poco más y la malvada de Paulina Marginea estaría acabada. -¿Crees que te quedarás con mi hermano? ¡¡Olvídalo!! ¡¡Jamás serás una Marginea!!-
Alicia se abalanzó sobre Paulina llena de ira. -¡¡Yo no quiero ser una Marginea!! ¡¡Yo sólo vine por Eduardo!!-
-¡¡No te daré el gusto!!- la pelea recomenzó nuevamente. Ambas jóvenes se atacaban como si fueran verdaderas amazonas protegiendo sus respectivos territorios. Alicia había estudiado cuidadosamente cada movimiento, haciendo que el demonio se acercara más y más a la enorme trituradora de sardinas que se encontraba en medio de aquel oscuro galpón.
-¡No sacaste nada con regresar Felicia Hernández! ¡¡Porque tu vida está a punto de acabar!!- Paulina ya se encontraba al borde de la trituradora. Esta era la oportunidad que Alicia estaba esperando.
-¡¡ESO ES LO QUE TU CREES!!- Alicia lanzó una patada certera contra Paulina, haciéndola retroceder peligrosamente- ¡Ah! ¡Y por cierto, ahora me llamo Alicia!- Y diciendo esto, una segunda patada en su pecho hizo que el demonio perdiera el equilibrio, cayendo inevitablemente en el triturador sin uso. Alicia se apresuró en llegar hasta los controles de la máquina y encender así el triturador. Lentamente los pesados discos de fierro comenzaron a girar, aumentando a cada segundo la fuerza de su revolución. Paulina Marginea no alcanzó a reaccionar, y pronto se vio atrapada entre medio de las sierras y poleas. En pocos segundos Paulina Marginea terminó hecha trizas, quedando irónicamente en el mismo estado en que ella había dejado a tantas de sus víctimas.
La muchacha se hincó en el piso de la fábrica totalmente exhausta, mas el murmullo lejano de pasos acercándose al lugar le hicieron reaccionar. Atraídos por la mezcla de sangre fresca y carne desmenuzada, el resto de los Marginea se habían abalanzado hacia la fábrica de enlatados. Alicia debía retornar a la seguridad de la casa y poner al tanto de lo sucedido a sus primos. Rápidamente se repuso y huyó de aquel frío lugar. A los pocos minutos después, el primer Marginea hacía su aparición en la fábrica. Era Anselmo, quien atraído por aquellos repugnantes aromas había llegado rápidamente, como aves carroñeras en busca de cadáveres que despedazar. Mas el espectáculo con el cual se encontró lo dejó completamente petrificado. Por doquier había señales de que se había realizado una cruenta batalla, pero Anselmo jamás pensó que el infortunado perdedor se habría tratado de su única hermana. La criatura husmeó por el interior de la enorme máquina trituradora, la cual aún seguía funcionando, hasta encontrar los restos de algo o de alguien. No quedaban huesos ni partes reconocibles, todo era una masa de sangre y materia carnosa. Anselmo se acercó lentamente, olfateando aquellos putrefactos olores que emanaban de ella, tratando de descubrir qué era aquella masa viscosa y repugnante. Mas un mechón de cabellos rubios y ondulados aún intacto gatillaron su desesperación. Sin pensarlo dos veces, Anselmo Marginea recogió el pequeño mechón, llevándoselo instintivamente a las narices para reconocer su olor. Pero los aromas familiares le eran inconfundibles, y al darse cuenta de la verdad de lo sucedido, la bestia lanzó un grito de dolor que retumbó por toda la ciudad.
Alicia se volteó al escuchar aquel atroz lamento, y pronto comprendió que los Marginea no descansarían hasta vengar la muerte de su hermana. Así que la muchacha corrió con todas sus fuerzas el último tramo que aún le quedaba. Si era descubierta sería su fin. Pero tenía una ventaja en relación a los demonios. Su pelea con Paulina le había dado la clave para terminar con la maldición de los Marginea.
***
Georgina observaba a cada instante a su hermano mayor. Marcos no se había movido del lado de la ventana que daba a la calle en todo el día. Estaba demasiado preocupado por su prima. Un nudo en su garganta le señalaba que algo malo estaba sucediendo, y que si ella no aparecía ese mismo día significaría que era el fin de todo.
-Ella volverá Marcos- señaló la muchacha -Alicia es fuerte. Lo logrará- Marcos miró con cariño a su hermana, mas no dijo nada. La preocupación lo tenía pegado a la ventana y nadie lo sacaría de ese lugar hasta ver a su prima llegar sana y salva.
-Ya no queda nadie en San Lorenzo- señaló Marcos de improvisto -Somos los últimos- Georgina se acercó a su hermano. En verdad la ciudad parecía muerta. Sólo el lamento de Anselmo había quebrantado el silencio sepulcral. Pero una visión hizo latir el corazón de la muchacha dejándola sin habla.
-¡¡Marcos!! ¡¡Mira!! ¡¡Es ella!!- Marcos miró hacia la dirección que le señalaba su hermana, y felizmente pudo constatar que sus palabras eran ciertas.
-¡¡Alicia!!- exclamó abriendo las puertas de par en par -¡¿Dónde diablos habías estado?!-
-¡¡Metete adentro Marcos!! ¡Este lugar ya no es seguro!- exclamó Alicia empujando a su primo dentro de la casa.
-¿Dónde estabas? ¡¿Dónde te habías metido?!-
-¡Debía comprobar que lo que me decía mi corazón era cierto!-
-¿Y qué te dijo esta vez tu corazón?- Alicia miró a sus primos. Sabía que lo que les iba a relatar sería difícil de creer, pero no le quedaba otra.
-¡Vengan! Será mejor que se sienten. Lo que voy a decirles les puede afectar-
Y así los tres primos caminaron hacia el living de la casa. Alicia comenzó su relato ante la mirada atónita y muchas veces escépticas de los dos hermanos. Lo que decía la joven era imposible de creer. ¿Cómo podía ser ella la reencarnación de su propia bisabuela? ¿Cómo podía Felicia Hernández haber regresado a recuperar a su amor y acabar con aquellos demonios que tanto daño habían hecho? Marcos llevó sus manos hacia su rostro. A pesar de aquella extraña historia, él sabía en el fondo de su alma que era cierta. ¿Quién mejor que él conocía las extrañas ocurrencias de su prima? Además, era la explicación más lógica a todas sus mañas. Georgina, inocente y poco cerebral, no podía asimilarlo.
-¿Estás diciendo que tú fuiste la última novia de Eduardo Marginea? ¿Qué película es esta? ¡Eso de la reencarnación son tonteras de los que hacen yoga!-
-Georgina. Te puedo asegurar que todo esto es cierto- respondió Alicia -¡Soy yo, Felicia Hernández en persona!-
-¡Uy!- exclamó Marcos reponiéndose de la impresión -¡Esto ya superó todo!-
-Entonces si regresaste por Eduardo, debes saber cómo liberarlo- señaló Georgina. Alicia miró a Marcos. Él sabía que al fin ella había encontrado la solución.
-Lo tienes, ¿Verdad?- le preguntó. Alicia asintió con la cabeza.
-¡Estamos salvados!- exclamó Georgina.
-Es sencillo. He regresado por Eduardo. Y en mi maldición había hecho énfasis en que los Marginea quedarían libres si Eduardo se olvidaba de Felicia y ponía a otra en su corazón-
-Y Felicia Hernández y Alicia Marqués resultaron ser la misma persona- comentó Marcos.
-Exactamente-
-¿Entonces qué debemos hacer?- preguntó Georgina.
-Debo anunciarles la mala noticia a los Marginea-
-¿No sirve mandarles una nota?- preguntó Georgina.
-Necesitamos más que eso Geo. Debemos reunir a todos los Marginea lo más lejos posible de la hacienda-
-¿Y cómo lograremos eso?- preguntó Marcos preocupado.
-¡Ya sé! ¡Debemos usar carnadas!- exclamó Georgina parándose de su asiento. Marcos miró a su hermana, y luego echó un vistazo a Alicia. La muchacha le envió un mensaje a través de su mirada, pero al entender su propósito, Marcos se puso muy nervioso y comenzó a mover la cabeza en señal de desaprobación.
-No. No. No. ¡Ni lo sueñes Al! ¡Yo no voy a hacer de carnada! ¡Ya te he dado en el gusto en muchas cosas, pero en esto no! ¡Olvídalo!-
-Marcos. ¡No queda nadie más en la ciudad que los Marginea y nosotros tres! ¡Además, quiero darles la mayor sorpresa de sus vidas... o sea lo que tengan!-
-Estás loca-
-¡Si tenemos suerte, acabaremos con ellos esta misma noche!-
-¡En ningún momento mencionaste que nosotros seríamos carnada para esas bestias!-
-¿Tienes algún otro plan entonces?- le preguntó su prima. Marcos se quedó en silencio. Una vez más Alicia tenía razón. -Esta noche será el fin de los Marginea-
***
En la Hacienda Marginea se vivía una atmósfera de pesar. Las criaturas se reunían en torno a los restos de Paulina, emitiendo escalofriantes sollozos de ultratumba, jurando y re jurando que vengarían su muerte. Aquellos trágicos sucesos habían hecho que las criaturas no se hubiesen percatado de la presencia de Eduardo en las afueras de la ciudad. El hombre recién venía despertando de su desvanecimiento, y al abrir los ojos comprendió que habían pasado varias horas ya desde que había ido hasta el monolito, y que Alicia y los Albornoz esperaban por él para huir de la ciudad. Ignorando lo sucedido con su hermana, Eduardo Marginea regresó a la ciudad con la esperanza de aún encontrar a los muchachos en casa. Ya había perdido a Felicia una vez, esta vez no podía perder a Alicia también.
Una voz de alarma sonó en la hacienda. El viento que provenía de la costa había traído consigo el aroma a carne fresca y palpitante. Las bestias comenzaban a sentir la falta de alimento en la ciudad, y aquel inconfundible aroma los volvía locos. Las criaturas se miraron unos a otros, y sin esperar ninguna señal se abalanzaron tras aquel olor como perros tras su apetitosa presa.
-¿Cuánto más debemos correr?- preguntó Georgina a su hermano.
-¡Ah! ¡No sé! ¡Recuerda que la maravillosa idea fue tuya!- le reprochó Marcos. Ambos muchachos se dirigían hacia la playa de San Lorenzo, al lugar en dónde Alicia los estaba esperando. La idea era atraerlos hacia la trampa, lo más lejos posible de la hacienda, siempre cuidando de no ser ellos las víctimas esta vez.
Eduardo había logrado llegar a las primeras construcciones de San Lorenzo cuando alcanzó a divisar a sus hermanos pasar rápidamente, y un impulso extraño le hizo temer por sus amigos. Cambiando inmediatamente de rumbo, corrió tras los demonios para averiguar qué tramaban esta vez con tanta premura.
Georgina y Marcos seguían paseándose por la playa tal como lo habían planeado, y pronto sintieron la presencia de las criaturas cerca de ellos. Hasta el momento habían tomado todo con calma, pero al verse de pronto con aquellos monstruos tras sus pasos, los muchachos huyeron lo más rápido posible.
-¡Georgina! ¡¡Corre!!-
Eduardo alcanzó a reconocer las siluetas de los muchachos en la oscuridad, y al comprender que eran ellos los acosados trató de detener a los suyos, dándole así un poco más de ventaja a su huida.
-¡¡NO!! ¡¡DÉJENLOS EN PAZ!!-
-¡¡No te metas Eduardo!!- exclamó Anselmo -¡¡Ellos son los culpables de la muerte de tu hermana!!- Agregó dando hincapié de que al ser ellos los únicos seres vivientes en la ciudad, alguna relación tendrían con la muerte de su hermana.
-¡¡Paulina ya estaba muerta Anselmo!! ¡¡No confundas las cosas!!- El joven trataba de detenerlos, pero el hambre y la furia de los demonios eran mucho más fuertes. Georgina y Marcos corrían con todas sus fuerzas sin intentar si quiera en mirar hacia atrás. Los Marginea estaban a escasos metros detrás de ellos, y todo parecía predecir que estaban perdidos. Mas de repente los jóvenes se detuvieron frente a una tenue linterna de camping amarrada en un poste solitario, y calmadamente enfrentaron a los demonios. Eduardo, quien a pesar de haber quedado agotado después de su desmayo, se abalanzó entre medio de ambos bandos y exclamó exaltado.
-¡¡No se queden ahí parados!! ¡¡Corran!! ¡¡Corran!!- Pero los Albornoz no se movieron de su lugar. Anselmo, siempre a la cabeza, se acercó un poco. Algo extraño había en todo eso. No por nada algo imprevisto había ocurrido, terminando así con la vida de su hermana. ¿Acaso no le habría ocurrido algo similar?
-¿Qué están tramando ustedes dos? ¿Por qué no huyen?- Marcos y Georgina no emitieron palabra alguna -¡¡Ustedes son los responsables de la muerte de Paulina!! ¡¡Admítanlo!!-
Marcos lanzó una breve mirada hacia atrás, como esperando una respuesta. Aquel momento era muy angustiante, y Eduardo no podría ayudar a sus amigos si su familia se abalanzaba sobre ellos. Su cansado cuerpo ya no se lo permitía. Pero la mirada de los hermanos Albornoz tenía una extraña mezcla entre miedo y seguridad, algo que dejaba muy confundido al joven Marginea. De pronto, una voz desde la oscuridad se dejó escuchar en el lugar. Eduardo inmediatamente reconoció en ella a Alicia.
-Ellos no tuvieron nada que ver con la muerte de Paulina, Anselmo. Paulina Marginea murió hace más de ciento cincuenta años. ¿No lo recuerdas?-
-¡Paulina estaba viva, viva al igual que nosotros!- exclamó Anselmo.
-¡¡Muerta en vida querrás decir, Anselmo Marginea!!-
-¡¿Quién eres?! ¡¿Por qué no das la cara?!-
-¿Para qué quieres ver mi rostro si ya me conoces bien?-
-¡Dime quién eres! ¡Estás viva! ¡Puedo sentir tu olor!-
-Sí. Estoy viva. ¡Viva y dispuesta a recuperar lo que ustedes me arrebataron!- continuó Alicia aún escondida en la oscuridad.
-¿Qué?- exclamó Anselmo confundido -¿Qué diablos estás diciendo?-
-¡Vine por lo que es mío!-
-¡¿Quién eres?! ¡Vamos! ¡Da la cara!-
-¿De veras quieres saber quién soy, Anselmo Marginea?-
-¡Sal a la luz! ¡¡No te tenemos miedo!!- exclamó Anselmo desafiando a la misteriosa mujer.
-¡Ah! ¿No? ¡Pues deberían tenerlo familia Marginea!- Y con estas palabras Alicia avanzó hasta quedar bajo la luz del pequeño farol. Los Marginea quedaron boquiabiertos al ver a parecer a Alicia Marqués vestida con los trajes de la época en que Felicia Hernández los había encerrado en la hacienda. Eduardo tampoco comprendía lo que la joven trataba de hacer. Lucía como aquella vez en que Paulina la invitó a la fiesta de la medianoche, pero algo más había en ella esta vez.
-Alicia-
-Aquí estoy- señaló la joven.
-¿Qué juego es este señorita Marqués? ¿Qué pretende hacer vestida así?- preguntó Anselmo extrañado.
-¿Cómo? ¿No me reconocéis?-
-¿De qué está hablando?-
-He dicho que he venido a recuperar lo que es mío. No hay nada más que entender. Todo está muy claro- respondió la joven seriamente, con el mismo tono desafiante con el cual solía discutir con Eduardo.
-¡Esta sí que está loca!- exclamó Dionisio Marginea.
-¿Loca? ¿Yo? ¡No lo creo Dionisio! ¡Son ustedes los que están locos al estar aquí tan lejos de su guarida!-
-¡Ah! ¿Sí? ¿Y por qué razón?- exclamó otro de los demonios.
-¿Cómo? ¿En verdad no se han dado cuenta?- preguntó nuevamente Alicia sacando lentamente el relicario de Felicia a la vista de todos -¡He vuelto! ¡He regresado por lo que es mío!-
Los Marginea se extrañaron al ver a la joven con el relicario de su madre colgando en su pecho. Por atrás se murmuraba que Eduardo se lo había obsequiado a Felicia antes de casarse. ¿Por qué lo tenía esta joven? Eduardo se acercó estupefacto por la actitud de Alicia, y al verla con el relicario de su antigua novia no podía comprender nada.
-¿Por qué esas caras? Si yo fuera ustedes no estaría tan lejos de casa, ¿O no?-
-¡Qué haces con el relicario de mi madre!- exclamó Anselmo.
-Es mío. Eduardo me lo regaló para confirmar nuestro noviazgo. ¿No lo recuerdan? ¡Además, si mal lo recuerdo, ustedes deberían estar encerrados en la Hacienda Marginea!-
-¡¡La maldición de Felicia Hernández fue rota por el mismo Eduardo al enamorarse de ti, niña tonta!!-
-No. No. No. Si mal lo recuerdo, la maldición decía que ustedes serían libres sólo si Eduardo se olvidaba de Felicia Hernández y se enamoraba de otra mujer. Pero, regresé. He vuelto a buscar a quien ustedes me arrebataron. Esa idea no le gustó a Paulina, y por eso terminó así como ustedes la vieron... Y ahora es el turno de ustedes-
-¡¡Tú mataste a Paulina!! ¡¡Maldita!!- exclamó Sofanor Marginea.
-Sí. Así es. Y ahora, si yo regresé, si yo soy Felicia Hernández, y Eduardo se enamoró de mí, entonces, mi pregunta es... ¿Qué hacen ustedes fuera de la hacienda?- Volvió a repetir. Alicia terminó de decir estas palabras calmadamente, cuando una fulgurante luz proveniente desde la hacienda iluminó toda la bahía, seguido de un viento huracanado que comenzó a aspirar todo lo que hubiese a su paso, proveniente también de la hacienda. Alicia no perdió su compostura en ningún momento, sabía lo que hacía. Marcos y Georgina corrieron a refugiarse detrás de ella, mientras que Eduardo y Anselmo Marginea comenzaban a comprender lo que estaba sucediendo. El viento comenzó a soplar más y más fuerte, succionando y desmenuzando a los muertos vivientes en pedazos, al mismo tiempo que llevaba sus almas de regreso a la hacienda. Los Marginea eran absorbidos por una fuerza sobrenatural, y a pesar de que trataban de arrancar del lugar, no podían huir de ella. Estaba en todas partes, parecía saber a quienes debía recoger, era más fuerte que ellos. Anselmo Marginea miraba atónito a su alrededor, observando inútilmente cómo se desmoronaba su cruento imperio. Miró a la muchacha en un acto de desesperación y malevolencia, y quiso abalanzarse sobre ella para detenerla. Pero la energía proveniente de la hacienda se lo impedía. Había quedado pegado sin poder seguir ni retroceder de su lugar.
-¡¡MALDITA!! ¡¡NO TE SALDRÁS CON LA TUYA!!- gritaba mientras este se iba despedazando, succionado por aquel devorador viento infernal. Georgina y Marcos miraban atónitos aquella escena, mas pronto Georgina se percató de que algo estaba saliendo mal: Eduardo Marginea también estaba siendo absorbido por aquella energía, y conforme aumentaba su fuerza, Eduardo envejecía más y más rápido.
-¡¡ALICIA!!- gritó Georgina señalándole al hombre. Alicia volteó confundida y se dio cuenta de que su amado se encontraba en peligro.
-¡¡EDUARDO!! ¡¡NO!!- La muchacha había olvidado que Eduardo también pertenecía a aquella maldición, y rápidamente se abalanzó sobre él, tratando de esta manera que no fuera igualmente absorbido por la energía que emanaba desde la mansión Marginea. Eduardo ya no era el mismo de antes, su rostro estaba lleno de arrugas y carnes sueltas, mientras que sus finos cabellos blancos escaseaban en su calva y blanca cabeza.
-¡Alicia!- exclamó con voz senil. La joven tomó su esquelética mano, y aferró su frágil cuerpo contra el suyo.
-¡No voy a perderte otra vez Eduardo! ¡¡No lo permitiré!!-
Uno a uno los integrantes de la familia Marginea fueron absorbidos al otro mundo, hacia aquel mundo en donde las almas como las suyas iban a parar por sus fechorías: el infierno. Si bien el viento afectaba a Marcos y Georgina, ambos hermanos observaban estupefactos aquel horrendo espectáculo. Lo único que podía ser escuchado era aquel silbido huracanado del viento aspirador. Pronto el último de los Marginea en desaparecer fue Anselmo, y al sucumbir este, el viento huracanado declinó hasta desaparecer en el silencio y la oscuridad de la noche. Nuevamente la paz y la tranquilidad regresaron a San Lorenzo. Sólo el sonido lejano de un estruendoso crujir se escuchó a lo lejos por algunos segundos y luego de eso, el silencio absoluto. Los hermanos Albornoz miraron hacia dónde se encontraba la pareja. Aún Alicia se encontraba sobre Eduardo tratando de protegerlo, y al ver que todo había terminado, la muchacha se erigió para poder mirar a su alrededor. Al ver que su plan había funcionado exitosamente, Alicia exclamó llena de alegría.
-¡Eduardo! ¡Se han ido! ¡Todo ha terminado mi amor!- Pero Eduardo no respondió. Alicia miró inmediatamente al hombre que se encontraba en sus faldas, y un mal presentimiento agobió su alma. -¿Eduardo? ¿Eduardo?- Pero no contestaba. Alicia volteó cuidadosamente al hombre para poder verlo mejor, pero su cuerpo inmóvil y envejecido no reaccionaba. -¿Eduardo? ¡Eduardo! ¡Por favor! ¡No me hagas esto!- Pero era inútil, Eduardo Marginea yacía inerte a sus pies, y Alicia no quería reconocerlo.
-¡Eduardo! ¡Por favor! ¡No otra vez! ¡No me dejes sola! ¡Por favor!- Y al ver que ya nada podía hacer, Alicia Marqués rompió a llorar desconsoladamente. Tanto sufrimiento, tantos años que había esperado, todo lo que había luchado por volver a reencontrarse con el amor de su vida, todo aquello había sido en vano. De qué servía haber destruido a los Marginea si ellos nuevamente le habían arrebatado al hombre que amaba. Marcos y Georgina observaban angustiosamente a lo lejos. Georgina no paraba de sollozar abrazada a su hermano.
-¡No es justo Marcos! ¡No es justo!- Pero Marcos no decía palabra alguna. Sus ojos humedecidos miraban fijamente el cuerpo inerte de Eduardo Marginea. Ese no había sido el final que habían esperado.
Alicia lloraba desconsoladamente. Su eterna búsqueda había finalizado. Ya no tenía razón alguna para seguir viviendo. Pero si se le había dado una segunda oportunidad para ser feliz, por qué se la arrebataban ahora que lo había logrado. El amor que los unía era demasiado grande, era amor verdadero, de aquel que se busca desde siempre, que se conoce desde siempre, desde el principio de los tiempos. Entonces, por qué terminar así. Alicia y Eduardo eran el uno para el otro. Así estaba escrito, así estaba predicho.
Pero, como los amores verdaderos son para siempre y todo lo pueden, la constancia de Alicia le había hecho ser acreedora de una tercera nueva oportunidad. En el silencio de la noche, Eduardo Marginea comenzó a respirar, rejuveneciendo a cada inspiración, hasta que su marchitado cuerpo volvió a ser el mismo de antes. Su corazón comenzó a latir nuevamente, y sus pulmones se llenaron de aquel aire marino que había respirado por décadas, una vez más. Eduardo despertó y miró a su alrededor. Sus despiadados hermanos ya no estaban en el lugar, todo era silencio. Sólo el triste sollozo de Alicia le hizo reaccionar. Allí, a su lado, vestida con un hermoso vestido de terciopelo azul, se encontraba Alicia Marques llorando amargamente como una Magdalena, con sus rizados cabellos anaranjados desordenados por todo el ajetreo en que se vio envuelta. Pero ahora ya no era la misma Alicia que había conocido. No era la joven decidida y segura de sí misma, con la que había discutido tantas veces. No era la muchacha obstinada a la cual había declarado su amor allá en el quiosco de la hacienda. Ahora ella llevaba el relicario de su madre colgado en su pecho, había reconocido al fin en sus ojos los ojos de Felicia Hernández, la mujer a quien tanto había amado. Sí era ella, había regresado a San Lorenzo. Había regresado a la vida por él, después de ciento cincuenta años. No sabía si amaba a Felicia o a Alicia. ¡Pero qué importaba! Eran la misma persona en el fondo, y estaban juntos, eso era lo que importaba.
Suavemente se le acercó y acarició su hombro. Alicia, confundida y asombrada, volteó a mirar. Y allí frente a ella, se encontraba el hombre que ella amaba.
-¡Estás vivo!- exclamó la muchacha abalanzándose a sus brazos -¡Estás vivo! ¡Dios mío! ¡Gracias!- Eduardo abrazó fuertemente a su amada. Nunca antes en su vida se había sentido tan feliz. Marcos no podía contener la alegría al ver a Eduardo reponerse, y sin perder tiempo le señaló a su hermana.
-¡Mira!- Georgina no podía salir de su asombro, y también se emocionó al ver a la pareja abrazada. Al fin aquella horrenda historia iba a tener su merecido final feliz.
-¡Eduardo! ¡Mi amor! ¡Creí que te había perdido nuevamente!
-Ya no Alicia. Se nos ha dado una nueva oportunidad- exclamó el joven acariciando el rostro de su amada -¡Ya nadie volverá a separarnos!-
-¡Eduardo! ¡Te amo!-
-Y yo a ti, Alicia... ¿O debo llamarte Felicia?- preguntó Eduardo.
-Felicia murió hace ciento cincuenta años. Ahora soy Alicia, en esta vida me llamo Alicia Marqués-
-Alicia. Felicia. ¡Qué importa! ¡Si en el fondo sigues siendo la misma!- y diciendo esto los jóvenes se besaron como si no lo hubieran hecho en mucho tiempo. Después de varios días de sufrimiento, San Lorenzo volvía a la normalidad.
***
El sol comenzó a brillar nuevamente sobre las tranquilas playas de San Lorenzo, como si nada hubiera pasado. Eduardo, Alicia, Marcos y Georgina iban en el auto de tía Norma en dirección hacia la hacienda. Querían cerciorarse de que todo había terminado. Pero con el espectáculo que ahí se encontraron jamás lo hubieran imaginado: Ahí frente a ellos, la enorme y hermosa mansión Marginea yacía totalmente derrumbada, como si toda la maldad que había absorbido hubiera carcomido sus cimientos y la hubiera mandado abajo. Esa era la prueba que necesitaban. La maldición de los Marginea se había acabado. Eduardo miraba con tristeza los restos de su casa, y Alicia se había dado cuenta de ello.
-¿Qué pasa Eduardo?-
-Es que... Mal que mal, este era mi hogar- Alicia miró los escombros -Aquí pasé mi infancia, mi juventud, mi vida entera-
-Esa vida terminó Eduardo-
-Lo sé. Pero lo único que me apena es que aquí estaban las cosas de mamá... Y tu cuadro-
-Puedo pintar otro- señaló la muchacha -Además...- agregó sacándose el relicario -Al menos tienes esto- Eduardo miró el relicario y rápidamente se lo devolvió.
-No Alicia. Es tuyo. Es sólo tuyo-
-Tuyo y mío- Marcos, quien había recorrido el lugar para asegurarse de que todo había terminado, se acercó a sus amigos.
-¿Y qué harás ahora Eduardo?- el joven miró a Alicia y respondió:
-Iré a dónde vaya Alicia. Ciento setenta años viviendo en el mismo lugar es muy aburrido-
-¡Imagínate! ¡Si yo estoy apestada con quince años!- señaló Georgina.
-¿Estás seguro?- le preguntó Alicia.
-No pienso apartarme de tu lado. Venderé la hacienda y podremos irnos donde tú quieras- Marcos se quedó pensativo.
-¿Oigan? ¿Pero no se supone que queda un pequeño detallito?- Eduardo y Alicia se miraron. Ambos sabían a lo que Marcos se refería. Nada sacaban si Eduardo no podía dejar la ciudad.
-Vamos a ver- señaló Eduardo subiendo al auto. Los otros tres fueron detrás de él, y juntos se dirigieron hacia la salida de San Lorenzo. Allí en monolito de piedra les esperaba.
-¿Quieres que vaya contigo?- le preguntó Alicia.
-No. Debo ir solo- Y diciendo esto, Eduardo Marginea se bajó del vehículo y caminó por el negro suelo de asfalto. Debía averiguar si podía salir o no de la ciudad. Tantas veces lo había tratado antes, pero nunca con buenos resultados. Esta era su última oportunidad.
Al llegar a la altura del monolito Eduardo Marginea se detuvo. Respiró profundamente y estiró su brazo con los ojos cerrados. Y gracias al Cielo nada sucedió. Eduardo abrió los ojos mientras que su corazón latía más y más fuerte. Debía seguir caminando hacia adelante, y a cada paso que daba, Eduardo sentía más y más la libertad que se le estaba redimiendo.
-¡Pudo cruzar!- exclamó Marcos excitado, mientras que Alicia corría a los brazos de Eduardo.
-¡Lo lograste! ¡Eres libre!- exclamó la joven.
-¡Soy libre Alicia! ¡Soy libre! ¡Puedo ir donde quiera! ¿Te das cuenta?-
Al fin las cosas habían mejorado para Eduardo Marginea. Al fin era libre, al fin era dueño de su vida. Y lo más importante, al fin estaba junto a la mujer que amaba.
-¿No te parece esto emocionante Marcos?- exclamó su hermana.
-¡Claro que sí Geo!-
-¡Imagínate qué dirán mis amigas cuando regresen a San Lorenzo y sepan que Eduardo Marginea es mi cuñado!-
-Georgina- señaló Marcos -Jamás cambiarás-
XV Adiós a San Lorenzo
Poco a poco San Lorenzo regresó a la normalidad. Los sobrevivientes llegaban por grupos a retomar sus vidas. Mas nadie quería comentar todo lo que había sucedido en la ciudad, ni menos preguntar qué había ocurrido en realidad. Mientras tanto en la casa de los Albornoz todo parecía lleno de júbilo. Eduardo y Alicia estaban juntos y ya habían fijado fecha para su boda, aquella boda que había tardado ciento cincuenta años en concretarse. Marcos y Georgina se lucían como héroes y relataban a sus amigos cómo habían derrotado a los demonios, obviamente que eliminando la parte que involucraba a su familia. Alicia había empacado todas sus cosas, y sólo esperaba el regreso de sus tíos para dejar la ciudad.
- Estão você pronto para sair da cidade?- preguntó Eduardo.
-¿Qué dices?- preguntó Alicia colgada de su cuello.
-¿Cómo? ¿Ya olvidaste tu idioma natal?-
-¡Vamos Eduardo! ¡Eso fue en mi otra vida! ¿No lo recuerdas?-
-Bueno. Si antes te enseñé español, ahora puedo volver a enseñarte portugués-
-Mmm...- exclamó Alicia maliciosamente -Déjame pensarlo-
-No lo pienses demasiado. Esta oferta no durará mucho tiempo-
-¡Ah! ¿Sí?-
-Sí- Y diciendo esto volvieron a besarse. Mas esta vez, fueron sorprendidos por los tíos de Alicia, quienes atónitos, acababan de entrar en el salón. Ambos estaban muy sorprendidos. Jamás se hubieran imaginado a su sobrina con el rico hacendado de la ciudad. Alicia se percató de su presencia, y rápidamente se separó de Eduardo.
-¡Tía Norma! ¡Tío Ernesto! ¡Ya llegaron!-
-Así es- señaló su tío.
-Y por lo visto estas muy bien acompañada-
-¿Eh? Sí. Ya conocen a Eduardo Marginea-
-Muy bien- recalcó su tío.
-Esta sí que es una sorpresa- exclamó tía Norma.
-Y entonces, ¿Al fin nos explicarán qué pasó aquí durante esta semana?- Alicia miró a Eduardo y estaba dispuesta a explicarles, cuando Marcos llegó a tiempo para interferir.
-Papá. Mamá. No molesten a los chicos con eso. Ellos tienen otras cosas en qué preocuparse. Vengan conmigo-
Y así Marcos logró sacar a sus padres del salón. Alicia se largó a reír.
-¿De qué te ríes?-
-¡Jamás nadie creerá nuestra historia!-
-No tienen por qué creernos- señaló Eduardo -Lo importante es que estamos juntos ahora-
-Eso es cierto-
-Juntos para siempre-
-Juntos por toda la eternidad-
Y con un nuevo beso Alicia Marqués y Eduardo Marginea sellaron su promesa de amor eterno. Esta vez serían felices por siempre.
INDICE
I Visitas en San Lorenzo …………………………….. 5
II Pintando el mar ……………………………………… 14
III Recorriendo San Lorenzo ………………………….. 31
IV La mansión Marginea ………………………………. 64
V Pintura automática ………………………………….. 74
VI La invitación …………………………………………. 94
VII El trato ………………………………………………. 123
VIII Pintando la Hacienda ……………………………… 149
IX El secreto de los Marginea …………………………170
X La maldición ………………………………………… 207
XI La búsqueda ………………………………………... 234
XII Encerrados en San Lorenzo ………………………. 276
XIII Recuerdos de Otoño ……………………………….. 293
XIV El regreso de Felicia Hernández …………………. 329
XV Adiós a San Lorenzo ………………………………. 357
Indice ……………………………………………………… 363