5 Domingo, 5 de marzo
Esa mañana, Cristina se había levantado con
la moral por los suelos, se cumplía una semana desde que encontrara
el cuerpo de Vicky en su piso. Seguía sin poder borrar de su
memoria esa mirada de socorro que no hacía más que aparecérsele en
sus sueños.
Después de pasearse por su casa aturdida y
mareada, sin saber qué hacer, durante toda la mañana, decidió que
lo mejor era darse una larga ducha caliente para despejarse y salir
del estado de atontamiento y desidia en el que se encontraba. Tenía
que poner punto final a esta situación, no podía pasar así más
tiempo. Su amiga había sido de armas tomar, si hubiera ocurrido a
la inversa, no estaría hundida y llorando por todos los rincones
como estaba haciendo ella, hubiera tomado cartas en el asunto, se
dijo tratando de levantar el ánimo. Todavía no comprendía cómo
había logrado salir el viernes de casa e ir a trabajar, aunque se
reconocía a sí misma, que ese rato había podido desconectar y
pensar en otra cosa que no fuera en su amiga muerta.
Así que, después de haberse relajado debajo
de un potente chorro de agua y haberse vestido con ropa cómoda,
consiguiendo no ponerse de nuevo el pijama, que hasta entonces se
había convertido en su segunda piel, comenzó a tener las ideas más
claras. Aun cuando lo que se le estaba ocurriendo, no era lo más
razonable, eso no la frenó.
No había podido ayudar a Vicky la noche en
la que fue asesinada, pero lo haría ahora, y la única forma que se
le ocurría de hacerlo, era descubriendo a la persona que le había
quitado la vida cuando todavía le quedaba tanto por hacer.
Se puso manos a la obra, comenzando por
investigar a los tipos que chateaban con ella en internet. Su
primera suposición, la cual no estaba segura de si era o no
acertada, era que el asesino había sido su cita de esa noche.
Dentro de las hipótesis, era verosímil que hubiera sido alguien que
se encontrara en el camino de vuelta a casa, pero esa alternativa,
no entraba en su cabeza, abriría demasiadas vías de investigación
que ella no podía abarcar.
Ese hombre había logrado acceder a la casa
de su amiga, y ella no dejaba entrar a cualquiera, y menos en la
primera cita. Se preguntaba cómo lo habría hecho, quizás con alguna
droga en la copa como se oía tan a menudo en la televisión, o de
forma más simple, convenciéndola, tal vez con engaños sutiles. A la
fuerza no creía posible que hubiera sido, tenía la imagen de su
amiga grabada en la cabeza, desnuda y tumbada en el sofá, y no
recordaba ningún rastro de violencia. A no ser que alguien te
apunte con una pistola, que entonces haces lo que te dice, pensó.
Borró todas esas opciones de la cabeza, cualquiera de ellas era
viable, pero ahora se iba a centrar en la búsqueda del individuo
que había quedado a cenar con Vicky esa noche. Comenzar por el
principio, para, a continuación, seguir sus pasos.
Vicky tenía perfil personal en varias
páginas de contactos, así que entraría en todas ellas. Lo más
lógico era suponer que habrían quedado por el chat de la página,
también cabía la posibilidad de que se hubieran comunicado por
medio del móvil. En la actualidad, el número de teléfono era un
dato que se divulgaba con mucha facilidad. El problema que le
surgía en ese caso, es que a este no podía acceder, se lo había
llevado la policía como prueba, así que no le quedaba otra opción
que investigar en la web.
Ella conocía todas las páginas a las que
solía acceder su amiga, esperaba que fuera suficiente, de hecho,
tampoco eran muchas, estaba dada de alta en tres, dos de ellas de
pago. Cuántas veces le había dicho que era harto difícil el
seguimiento de las tres, y por ello, sobre todo utilizaba una,
conecta.com, su favorita. Decía que el nivel cultural de los
usuarios era alto, además de ser muy fácil de utilizar. Se decantó
por comenzar con ella.
Para acceder, era necesario un usuario, el
cual se correspondía con el email y una
clave de acceso que conocía, ya que en más de una ocasión, Vicky le
había suplicado que cotilleara sus conversaciones para que le diera
su opinión. Cristina siempre se había sentido conmovida por su
actitud, era tan independiente y competente en el terreno laboral,
que le impresionaba su ineptitud con respecto a las relaciones
humanas. También le había insistido en que diera de alta un perfil,
pero a ella no le llamaba la atención conocer hombres por internet.
Además de resultarle muy frío, le daba la impresión de que
únicamente iban a lo que iban, a echar un polvo y punto. Vicky,
aparte de por su opinión, le permitía acceder a sus perfiles para
que comprobara el funcionamiento, estaba convencida de que la
mayoría de clientes que frecuentaban este tipo de webs no eran como
pensaba Cristina, sobre todo en las de pago. Pero la realidad era
que nunca se había decidido a crear un perfil en ninguna de ellas.
Resultaba irónico que tuviera que comenzar ahora.
Introdujo como password el nombre de la mascota que había tenido
Vicky cuando era una cría, una preciosa gatita de angora llamada
Blanquita, a la que siempre tuvo mucho cariño y que aún mantenía en
su memoria como un grato recuerdo de su niñez. Se paró un segundo
para recordar la fotografía que tenía del minino en sus brazos,
encima de la cómoda de su habitación. «Seguro que Carmen se la
habrá llevado».
Lo primero que revisó, fue el perfil de su
amiga, buscando algo que pudiera llamarle la atención, pero lo que
había detallado ahí le resultó de lo más corriente. Como se
imaginaba, había pocos comentarios sobre su formación, ni sobre la
cantidad de títulos que colgaban de la pared de su despacho, nada
que diera a entender el alto coeficiente intelectual que poseía.
Había obviado por completo ese tema. Toda la vida le había dicho
que a los hombres les daba miedo su inteligencia, les asustaba y
les intimidaba a partes iguales. Comprobó los datos personales
rellenos, por lo que pudo apreciar, ninguno era falso, no había
mentido ni en la fecha de nacimiento. Había incluido varias
fotografías, primeros planos en los que aparecía muy sonriente,
algunas de esas imágenes las reconocía, puesto que se las había
hecho ella. Había una que le llamó la atención, en ella se
encontraba sentada en el sofá de su casa, con el portátil sobre sus
piernas, muy concentrada, mostrando un halo de misterio, más de uno
se preguntaría en qué estaría pensando. Sus aficiones eran las
habituales, las que todo el mundo solía escribir cuando desvelaban
a qué dedicaban su tiempo libre, tomar copas con amigos, salir a
cenar, teatro, cine, arte, etcétera.
Un comentario le erizó el vello del brazo,
le dio la impresión de encontrarse sentada a su lado, mientras le
decía esas mismas palabras de nuevo, como en tantas otras
ocasiones. La página preguntaba por el tipo de hombre en el que
estaría interesada, y ella había escrito: «Busco un hombre que me
haga reír, ni más, ni menos», como era ella, natural y sencilla.
Sin embargo, lo que encontró, fue a alguien que disfrutó quitándole
la vida. Ese pensamiento pasó fugazmente por la cabeza de
Cristina.
Cuando concluyó con la revisión de su
perfil, dirigió el ratón a una pestaña que mostraba los contactos.
Esa página contenía un listado de los hombres con los que se había
relacionado en algún momento. Se encontraban ordenados por
popularidad, es decir, los primeros eran con los que había
mantenido mayor número de conversaciones. Pudo comprobar que el
listado no era muy largo, no había tratado con muchos hombres, cosa
que no le extrañó. Vicky era una mujer muy exigente con el sexo
opuesto.
Un sujeto llamó su atención, había sido
bloqueado la misma semana en la que Vicky había muerto. Entró en el
chat, donde estaba guardado todo el diálogo, para ver si encontraba
el motivo del bloqueo. El comienzo de la charla era de lo más
normal, los típicos halagos y las típicas frases, cómo una chica
tan guapa como ella estaba en una página como esta, a qué se
dedicaba, qué hacía para divertirse y cosas del estilo, no había
nada insólito. Cristina se preguntaba por qué lo habría bloqueado.
Siguió leyendo con interés, hasta que en un momento dado, el chico
le sugería quedar a cenar esa misma noche para conocerse, sin
embargo, Vicky había rechazado su proposición porque tenía otros
planes. A partir de ahí, la educación que había mostrado, había
desaparecido, el vocabulario se había tornado grosero y soez, él no
se lo había creído, y por ese motivo empezó a insultarla sin venir
a cuento. Cristina se había quedado boquiabierta analizando el
comportamiento adoptado, había sufrido un cambio tan radical y de
forma tan inesperada, que hasta ella estaba anonadada. Ahora
entendía, por qué su amiga había bloqueado a ese energúmeno
Se imaginó que él no habría sido su cita,
estaba convencida de que Vicky no había vuelto a querer saber nada
de él. Pero no dejaba de ser un sospechoso. Quizás la había estado
esperando en el portal para disfrutar de un resarcimiento por haber
sido rechazado, era una posibilidad, aunque ínfima, porque ese
comportamiento era de un individuo pasional, y lo que había visto
en casa de su amiga, había sido algo premeditado y estudiado, no
motivado por el calentón de un momento.
Haciendo memoria del día mencionado,
recordó, que esa noche habían quedado a cenar las dos con Sandra,
una compañera del colegio, celebraban su cumpleaños. Era una velada
que llevaban planeando tiempo atrás, y todas tenían muchas ganas de
ese reencuentro, ya que cada vez eran menos habituales. Así que,
después de todo, no le había mentido, y si lo hubiera hecho, ese
comportamiento no había sido racional. Solo esperaba que ese no
fuera el motivo de su muerte.
Imprimió la conversación y el perfil del
fulano, para llevárselo al inspector Suárez. Aún guardaba la
tarjeta que le había dado la semana anterior. Esperaba que le fuera
de alguna utilidad en la investigación que estaba llevando a
cabo.
Se sintió orgullosa de su labor. No creía
que hubiera encontrado al asesino, aunque tampoco podía estar
segura, no contaba con suficiente información del caso como para
descartarlo. Pero después de llevar una semana llorando, y sin
hacer otra cosa que estar deprimida, se sentía mucho mejor al poder
hacer algo de provecho.
El inspector Suárez y la subinspectora de la
Vega acababan de llegar a un nuevo escenario del crimen. Les habían
llamado hacía menos de media hora para comunicarles que habían
encontrado el cuerpo sin vida de una mujer.
En cuanto entraron en el piso de la víctima,
comprendieron que tanto este homicidio como el que se encontraban
investigando estaban conectados. Como en el anterior, todo estaba
impoluto y la víctima formaba parte de un decorado en el que era la
protagonista, un decorado creado especialmente para ella. Daniel
creyó reconocer también un cuadro en la escenografía que había
creado el asesino, pero esta vez no recordaba cuál era, a pesar de
estar seguro de haberlo visto en alguna parte. La víctima era muy
parecida, en cuanto a físico se refería, a Victoria Alonso, altura
similar, algo por debajo del metro sesenta, rubia, ojos azules y
tez clara, con la diferencia que esta chica tenía algo de
sobrepeso.
A su alrededor, la gente se movía de un lado
a otro, realizando su labor sin entorpecerse. Los de la Científica,
con sus monos blancos y escarpines verdes cubriendo sus zapatos,
recogían muestras y hacían fotografías. El juez instructor se
encontraba apartado en una esquina de la habitación hablando por
teléfono, les saludó con un leve movimiento de cabeza al verlos. El
doctor Mena se acercó a ellos.
—Buenas tardes, inspectores —les
saludó.
—Doctor. ¿Piensa que el asesino es el mismo
que ha asesinado a Victoria Alonso?
—Sí, Suárez, creo que ha sido la misma
persona. Tengo que analizar el cuerpo con detenimiento, ahora poco
puedo hacer puesto que no quiero inmiscuirme en el trabajo de la
Científica, pero creo haber visto un pequeño punto en la axila
izquierda, lo que sugiere el mismo modus
operandi que el utilizado en el asesinato de la señorita
Alonso. —Hizo una breve pausa—. Pero no quiero adelantarme a los
hechos. Cuando realice la autopsia, podré confirmarlo.
El doctor cogió su maletín y salió del piso
sin mirar atrás, quitándose los escarpines que se había calzado
para no contaminar el lugar. Su cara mostraba lo que pasaba por su
cabeza, se sentía asqueado por los asesinatos. Era una pena tener
que realizar autopsias a gente joven, a las que aún les quedaban
tantas cosas por disfrutar, se decía en silencio, maldiciendo al
indeseable que les había arrebatado la vida.
El inspector Huertas se acercó a ellos, se
le notaba cansado y conmocionado por el hallazgo de una nueva
víctima. Les puso en antecedentes.
—Su nombre era Amaia Pardo, 25 años. La han
encontrado sus padres. La estaban esperando para comer, como todos
los domingos, pero no ha aparecido. Intentaron contactar con ella,
llamándola al teléfono fijo y al móvil, pero al no contestar,
empezaron a preocuparse, por lo que vinieron a buscarla a su casa
—tienen una copia de las llaves—, y en cuanto han abierto la puerta
se han encontrado con esto. —El inspector negaba con la cabeza,
mientras miraba a la chica que se encontraba desnuda, sentada en
una silla, en una postura de lo más vulgar—. Según han declarado,
anoche había quedado con alguien que había conocido por internet.
Desconocen con quién, su hija no les hablaba mucho de su vida
sentimental, pero lo que si aseguran es que no era la primera vez,
utilizaba este método para conocer hombres de forma regular.
—¿Los padres? ¿Siguen aquí?
—No, se han ido. Estaban en estado de
shock. Pero antes han hablado conmigo y
con Candelas. Lo que te acabo de contar es todo lo que nos han
dicho ellos. —Huertas continuó—. No hay indicios de que forzaran la
entrada. Y a primera vista, no parece que falte nada.
—¿Hay alguna cámara en el edificio? —Se
había fijado al entrar y no había visto ninguna, pero a veces las
ocultaban, sobre todo para que nadie las robara.
—No, no hay. Pero justo al lado del portal
hay una peletería que tiene una cámara en el escaparate. Creemos
que en la posición que está colocada, habrá podido recoger parte
del trasiego del portal. Si no es una cámara de pega, claro.
—Muchas tiendas ponían cámaras falsas como advertencia a los
ladrones, en algunos casos era evidente que eran de mentira, pero
otras veces estaban muy logradas.
—Gracias, Huertas.
Suárez se quedó contemplando todo lo que
había a su alrededor. Como en la otra ocasión, el cuerpo había sido
encontrado en el salón de la vivienda, estaba limpio y ordenado, no
había rastro de sangre, y lo más seguro es que no se encontraran ni
pelos ni restos de fibras. El asesino estaba resultando ser muy
cuidadoso. Pero por lo que pudieron comprobar, dando una vuelta por
la casa, la víctima no era tan ordenada, así que, eso daba a
entender que si el asesino limpiaba a conciencia los lugares por
los que pasaba, no se había movido de la sala principal. Se
preguntó, si tanta pulcritud se debía a que el escenario tenía que
quedar como su mente enferma pretendía o solo quería eliminar los
rastros que él mismo pudiera dejar, «seguramente es un poco de
ambos», se dijo.
La víctima se encontraba sentada en una
silla, completamente desnuda, ambas manos en su regazo y los codos
apoyados en los brazos de la silla. La postura le recordaba a
algunos dibujos que había visto de mujeres que trabajaban en
burdeles, entonces cayó en la cuenta, acababa de reconocer el
cuadro.
Justo en aquel instante, notó cómo el móvil
vibraba en el bolsillo de su pantalón. El número que aparecía en la
pantalla no le era conocido.
—Inspector Suárez.
—Buenas tardes, espero no haberle
interrumpido. Soy Cristina del Saz. —A Daniel la llamada le cogió
por sorpresa.
—Señorita del Saz, me alegra saber de usted.
¿Ha recordado algo nuevo? —Esperaba que así fuera.
—No, inspector, no tengo información nueva
de lo ocurrido aquella noche. —Daniel se desilusionó al oír sus
palabras, había esperado buenas noticias. Cristina carraspeó para
recomponerse, la mera mención de lo ocurrido le afectaba
sobremanera, y no era momento de ponerse a llorar—. Pero he estado
indagando en una de las páginas de contactos en las que participaba
Vicky, y he encontrado una conversación que quizás le pueda ser de
utilidad.
—Soy todo oídos. —Tal vez, después de todo,
tuviera algo interesante que contar, pensó el inspector.
—Al principio, el diálogo que mantienen es
amistoso, dos personas que se están conociendo por internet, pero
en un momento dado y sin venir a cuento, el hombre pierde los
papeles y comienza a insultar a Vicky.
—Parece interesante. ¿Puede conseguirme una
copia de ese chat?
—Claro, la tengo impresa. Además, tengo el
perfil, datos y alguna fotografía, quizás con ello puedan dar con
él. Aunque al haber sido obtenido de una web de citas, puede ser
todo una invención.
—Es algo por dónde empezar. ¿Se encuentra
ahora en casa?
—Sí.
—Pues si no le importa, me paso por ahí a
recoger esa información ahora mismo. No me encuentro lejos —mintió,
puesto que se encontraba en Carabanchel, donde residía la segunda
víctima.
—Perfecto. Aquí lo espero. —Cristina se
quedó muy agradecida por la actitud del inspector. Durante la breve
charla, había notado que sonaba insegura, además, había temido ser
ignorada, o peor, tomada por una cotilla meticona. Menos mal que no
había sido así, porque en tal caso, se hubiera sentido muy
abochornada.
En cuanto Daniel colgó, se dirigió a su
compañera.
—Era la amiga de Victoria Alonso. Es posible
que haya encontrado algo en el perfil de la víctima de una página
de contactos. Voy para allá. —Verónica asintió—. Quiero que vayas a
comisaría e investigues sobre un cuadro de Toulouse-Lautrec,
La gorda María. Si no me equivoco, ese es
el cuadro con el que nos acaba de obsequiar el asesino en esta
escena del crimen.
Daniel cogió el coche sabiendo que Candelas
y Huertas llevarían a Verónica de regreso a comisaría. Sacó el
móvil e inició la aplicación de google
maps, que lo guiaría para llegar a casa de la señorita del
Saz.
Cuando conducía por la Avenida de los
Poblados, pasó por delante del descampado en el que unos años atrás
había estado ubicada la cárcel de Carabanchel. Aún recordaba a los
vecinos manifestándose, reclamando el solar para que construyeran
un hospital y servicios sociales para el barrio, además de
conservar algunos elementos del edificio como memoria histórica.
Sin embargo, al final, el edificio había sido derribado debido al
abandono, al vandalismo, los ocupas y demás, que habían generado un
foco de problemas en la seguridad de la zona.
—¡Qué pena! —dijo al pasar por delante,
mirando de reojo el tétrico lugar.
Continuó por el Paseo de Extremadura, donde
volvió a sus elucubraciones sobre el caso. Se preguntaba por qué el
asesino sería tan delicado y detallista con el escenario del
crimen, ¿qué querría decirles? Mientras sopesaba esa cuestión, sin
llegar a ningún resultado, se percató de que había llegado a
Claudio Coello, la calle donde vivía la señorita del Saz. Por
suerte, no había encontrado tráfico denso, por lo que había tardado
menos de lo que esperaba.
Subió por las antiguas escaleras, que se
encontraban en un magnífico estado de conservación, aunque todavía
crujían a su paso. Poco después, se encontraba delante de la puerta
de Cristina, esperando a que ella le abriera. Miró el reloj,
confiando en que la visita fuera rápida, le quedaba mucho por hacer
antes de llegar a casa.
—¿Inspector Suárez? —Cristina parecía
extrañada al verlo, por lo que Daniel se quedó algo
desconcertado.
—Me ha llamado hace un rato.
—Perdone. —Cristina hizo un ademán con la
cabeza, como tratando de disimular su asombro—. Es que no le había
reconocido. Discúlpeme, pero el otro día estaba un poco ida.
—No se preocupe, es normal en esas
circunstancias. —Daniel reconocía ese estado distraído, por
desgracia lo había visto en demasiadas ocasiones.
—Pase. —Se apartó de la puerta de entrada
para dejar pasar al inspector. Después del lapsus inicial, se fijó en el hombre que tenía
delante, el único recuerdo que guardaba de él, era una sombra
borrosa de gran altura, pero ahora se daba cuenta de lo atractivo
que era, con su pelo revuelto negro y sus ojos color miel—. ¿Quiere
tomar algo?
—No, muchas gracias. Me gustaría ver lo que
tenía preparado para mí. —Daniel esperaba que este trámite no le
llevara mucho tiempo, estaba deseando volver a comisaría para ver
qué había encontrado Verónica.
—Oh, claro. Lo tengo aquí. —El inspector
siguió a Cristina al salón. Encima de la mesa del comedor, había
una fina carpeta azul, que ella cogió y le entregó de inmediato—.
Esta es la información que he obtenido en internet y que le
comentaba por teléfono. Espero les sea de utilidad.
Daniel echó un vistazo al contenido. El
final del chat se convertía en un monólogo de insultos destinados a
la señorita Alonso. Tal y como le había contado, la conversación se
había transformado, había tomado un tono demasiado ofensivo como
para dejarlo correr y no tenerlo en cuenta en la
investigación.
—Muchas gracias, señorita del Saz. Creo que
esta información nos resultará muy valiosa.
—Me alegro, espero que les ayude a encontrar
a ese cabrón. —Cristina se impresionó al escucharse, su voz había
resultado dura y llena de rencor, del mismo modo que se sentía,
cabreada con el mundo en general y con el asesino en
particular.
—¿Tiene la clave para entrar en las páginas
de contactos que frecuentaba la señorita Alonso?
—Sí, tengo una clave y creo que sirve para
todas esas páginas.
—Sería de gran ayuda si pudiéramos acceder a
sus conversaciones.
—Blanquita. La b en mayúscula. —El inspector
asintió y tomó nota en una esquina de los papeles que le acababa de
entregar—. ¿Han descubierto algo?
—Estamos siguiendo varias pistas. —La frase
era de uso habitual cuando no se tenía nada, pero solía
tranquilizar a los allegados—. Tengo que irme.
El inspector se dio la vuelta y salió de la
vivienda, dejando a Cristina con la palabra en la boca. No había
podido contarle sus planes. Se encogió de hombros, pensando que
quizás fuera lo mejor.
Suárez se dirigió a toda velocidad a la
comisaría, se sentía ansioso por saber si su compañera había
averiguado algo interesante sobre el cuadro representado en la
escena del crimen. Además, sentía curiosidad por la documentación
aportada por la señorita del Saz. Lo más probable es que el sujeto
en cuestión no fuera el asesino, no cumplía el perfil. De todas
formas, se preguntó si conocería a ambas víctimas, cosa que no le
parecía descabellada teniendo en cuenta que el vínculo entre ambas
era internet. ¿Habría chateado también con la segunda víctima?, y
de ser así, una persona tan impetuosa, capaz de perder con tanta
facilidad los nervios, ¿sería capaz de perpetrar un crimen tan
organizado? Reconocía que era poco probable, pero cosas más raras
se habían visto.
Dejó sus cavilaciones para centrarse en
Cristina del Saz, la mente le jugó una mala pasada, abstrayéndolo
del caso. La vez anterior, le había resultado una joven bonita, y
eso que estaba pálida y demacrada por los acontecimientos. Pero
hoy, aunque vestía con ropa cómoda de estar por casa, ese tipo de
indumentaria que para los hombres representa el antimorbo, el
inspector había reparado en el color natural de sus mejillas y el
brillo de sus ojos, que esta vez no era producido por el llanto.
Tenía que reconocer que se había sentido atraído por ella, algo que
no le ocurría desde hacía mucho tiempo, y desde luego, no podía ser
en un momento más inoportuno, se reprendió. Cuando se dio cuenta de
la dirección que estaban tomando sus pensamientos, recuperó el
control, y retomó de nuevo el hilo de la investigación.
Ya en comisaría, subió a grandes zancadas
las escaleras hasta llegar a su departamento, situado en la cuarta
planta del edificio. Prefería ir andando que utilizar el ascensor,
así hacía ejercicio, si bien la verdadera razón, era que tardaba
menos.
Cuando llegó, se encontró a Verónica
contemplando la pizarra, en la que ya había colocadas imágenes del
cuadro de Toulouse-Lautrec y de la segunda víctima.
—¡Qué rapidez! ¿La Científica ya ha enviado
fotografías del escenario del crimen?
—No —le dijo Verónica con una sonrisa de
complicidad—. Las saqué yo con mi móvil.
—Perfecto. ¿Algo del cuadro? —Daniel tenía
bastante conocimiento de arte, pero la pintura de Toulouse-Lautrec
no la dominaba. Aparte de los conocidos carteles del Moulin Rouge o del Folies
Bergère, el resto de su obra le resultaba desconocida.
Recordaba haber visionado, cuando era un crío, una película basada
en su vida, que lo marcó, puesto que no había sido precisamente un
jardín de rosas. Debido a una enfermedad que afectaba al
crecimiento, se había quedado en una estatura bastante por debajo
de la media. Asimismo, había mostrado una importante fascinación
por los locales nocturnos, que lo convirtieron en un alcohólico
sifilítico. Aún recordaba una escena de la cinta en la que sufría
de delirium tremens, y comenzaba a
disparar a las paredes de su casa creyendo que estaban repletas de
arañas. A causa de este filme, se había comprado un par de libros
que versaban sobre algunos de sus trabajos y sobre su difícil
existencia.
—Toulouse-Lautrec tenía como fuente de
inspiración a prostitutas, bailarines, actores, es decir,
personajes con los que convivía en los bajos fondos de París.
—Empezó Verónica con su exposición—. En La
gorda María, su modelo es una prostituta. Por lo visto, era
una modelo habitual entre los jóvenes artistas que vivían en el
barrio parisino de Montmartre. Como en
La maja desnuda, la forma de presentar a
la mujer es novedosa. Se encuentra mirando al frente y con las
piernas hacia el espectador, de forma que su vello púbico se sitúa
en un punto de atención preferente, como en el cuadro de Goya, como
si estuviera ofreciendo sus servicios, mirándonos con descaro e
insolencia. La luz del cuerpo de la mujer respecto al contraste del
fondo oscuro, es exactamente igual a lo que vimos en la otra escena
del crimen. —Daniel estaba muy satisfecho con el trabajo de
Verónica, le había demostrado que en ese rato se había empapado de
la obra—. Pero eso no es todo. Fíjate, en el cuadro aparecen dos
máscaras, una a cada lado de la mujer. Según he leído, el
significado no se puede confirmar. Se cree que una máscara se
identifica con Cupido, el dios del amor o del deseo, que con sus
flechas se dispone a «cazar» a algún cliente para la prostituta. El
cliente está representado en la otra máscara. —Verónica hizo una
pausa y miró a su jefe—. Ahora, observa la foto que está tomada de
frente en el escenario del crimen.
—Increíble. —Fue lo único que pudo decir
Daniel. En la instantánea, detrás de la víctima, colgados a su
espalda, aparecían dos pequeños cuadros, uno quedaba a la derecha
de la mujer y otro a la izquierda. Uno reproducía un angelito con
sus alas, con un arco y una flecha, es decir, una posible
representación de Cupido. Y en el otro, aparecía un hombre paseando
por una calle oscura, que podría ser el cliente al que se hace
referencia en el cuadro de Toulouse-Lautrec—. Tal vez los cuadros
no estuvieran en la casa, hay que preguntarles a los padres, quizás
los colocó ahí el asesino para completar su obra. Llama a la
Científica, que muestren especial cuidado al analizar esas láminas.
—Mientras ella hacía la llamada, Suárez comparaba la pintura y la
fotografía.
—¿Qué opinas? ¿Crees que la chica era
prostituta? ¿O quizás una chica fácil? —Verónica lanzó esa pregunta
a su jefe en cuanto hubo colgado, remarcando la palabra fácil al
mencionarla.
—No creo que fuera prostituta, creo que ve a
todas las mujeres como putas. Imagino que por algún trauma de la
infancia.
—¿Y sobre el motivo?
—Con una víctima hay que buscar un motivo,
pero con dos, tenemos que investigar la relación que las unía a
ambas, quizás ahí encontremos el motivo y al asesino. Aunque
tampoco podemos descartar la posibilidad de que el objetivo del
asesino fuera una de ellas, y esté utilizando a la otra para tapar
el móvil real del asesinato. Una forma de despistarnos.
—¿Piensas que podamos estar delante de un
asesino en serie?
—Verónica, si te soy sincero, espero que no.
Los asesinos en serie no necesitan una razón para asesinar,
disfrutan con ello.