CAPÍTULO XXXIV

UNA CARTA DE AMÉRICA DEL SUR

Unas semanas después, Frankie recibió una carta que llevaba el matasellos de una de las repúblicas sudamericanas menos conocidas. Después de leerla, la entregó a Bobby y éste vio que decía:
Querida Frankie:

Ante todo, debo felicitarla. Usted y su amigo destrozaron los planes de toda una vida, preparados con la mayor minuciosidad. ¿Desea usted enterarse de todo? Mi compañera me ha hecho traición de tal modo, quizás obligada por el despecho, que mis más íntimas confesiones ya no podrán perjudicarme. Además voy a empezar una nueva vida: Roger Bassington-ffrench ha muerto.

Siempre fui una mala cabeza. En Oxford llevé una temporada conduciéndome bastante bien, pero volví a las andadas, y aunque mi padre no me perdonó, echó tierra al asunto y luego me mandó a las colonias.

Encontré a Moira y a sus compañeras. Ella era la que más valía. A los quince años podía calificarse de una criminal consumada. Cuando la conocí, las cosas empezaban a marchar demasiado aprisa para su gusto y la Policía americana le seguía la pista.

Nos sentimos atraídos mutuamente y decidimos trabajar juntos en adelante y formamos algunos planes.

Para empezar se casó con Nicholson y así se trasladó a otro mundo y la Policía perdió su pista. Nicholson se disponía a ir a Inglaterra, para instalar allí un sanatorio dedicado a curar enfermedades nerviosas. Buscaba una casa apropiada y Moira lo llevó a la Granja.

Continuaba trabajando con su banda en el asunto de los estupefacientes. Y sin sospecharlo siquiera, Nicholson le fue muy útil.

Yo siempre tuve ambiciones. En primer lugar ser el dueño de Merroway, y además, disponer de una gran fortuna. Uno de mis antepasados gozó de grandes influencias en el reinado de Carlos II, pero, a partir de entonces, la familia fue descendiendo, hasta llegar a un estado relativamente modesto. Yo me sentía capaz de desempeñar importantes papeles, mas para eso necesitaba dinero.

Moira hizo varios viajes al Canadá «para visitar a sus parientes». Nicholson la adoraba y creía todas sus palabras. Así les ocurre a muchos hombres. A causa de las complicaciones del negocio de los estupefacientes, viajaba con varios nombres. Y usaba el de la señora Templeton cuando conoció a Savage. Estaba muy bien enterada de su enorme riqueza y se propuso conquistarlo. Él se sintió atraído, pero no lo suficiente para perder el sentido común.

Sin embargo, formamos un plan. Ya sabe usted bien lo que ocurrió. El individuo a quien conocen con el nombre de Cayman desempeñó el papel de marido poco escrupuloso. Savage fue inducido más de una vez a visitar y habitar Tudor Cottage. En la tercera visita que hizo, teníamos ya formados nuestros planes. No hay necesidad de que dé los detalles, porque ya los conoce usted.

El asunto se desarrolló perfectamente. Moira se hizo dueña del dinero. Se marchó ostensiblemente al extranjero, pero en realidad volvió a la Granja.

Mientras tanto, yo perfeccionaba mis propios planes. Henry y mi sobrino Tommy me estorbaban en mi camino. Tuve mala suerte con Tommy, porque se salvó de un par de accidentes muy bien preparados. En el caso de Henry no quise aventurarme a preparar otro accidente. Él sufría dolores reumáticos, a causa de un accidente en la caza, e hice de manera que se acostumbrase a la morfina. Aceptó la insinuación de buena fe, porque era un hombre sencillo, pero pronto se convirtió en toxicómano. Nuestro plan era que pasara a la Granja, para su tratamiento, y que allí se «suicidaría» o bien tomaría una dosis excesiva de morfina. Moira se encargaría de aquello, de modo que yo no había de intervenir en nada.

Pero entonces aquel idiota de Carstairs empezó a mostrarse activo. Al parecer, Savage le había escrito, mencionando a la señora Templeton y aún te envió una instantánea de esa señora. Carstairs partió poco después para una expedición de caza. A su regreso se enteró de la muerte y del testamento de Savage y se mostró incrédulo. Aquello no le parecía posible. Estaba seguro de que Savage no tenía la menor preocupación con respecto a su salud y tampoco temía el cáncer. Por otra parte, el mismo testamento le pareció raro. Savage era un hombre de negocios, y si bien era capaz de tener relaciones con una linda mujer, no se habría decidido nunca, en opinión de Carstairs, a legarle la mayor parte de su fortuna, dejando el resto a instituciones caritativas. Este último detalle fue idea mía, porque daba un aspecto de respetabilidad y de legitimidad al testamento, que de otro modo quizá no tuviera.

Llegó Carstairs, decidido a investigar el asunto y empezó a curiosear.

Tuvimos entonces un poco de mala suerte. Unos amigos lo llevaron a casa a almorzar y vio un retrato de Moira encima del piano. Reconoció en el acto que era la misma mujer de la que Savage se había enamorado. Se dirigió, pues, a Chipping Somerton e inició allí sus investigaciones.

Nos enteramos Moira y yo, quizá nos preocupamos demasiado, pero Carstairs era astuto.

Le seguí a Chipping Somerton. Él no pudo encontrar a la cocinera, que entonces se había ido al Norte, pero sí encontró a Evans, que se había casado y vivía en Marchbolt bajo otro nombre.

El asunto se ponía feo. Si Evans identificaba a la señora Templeton, demostrando que era la misma señora Nicholson, el caso empeoraría aún. Además, había permanecido algún tiempo en la casa e ignorábamos lo que sabía.

Decidí suprimir a Carstairs, porque ya resultaba muy molesto. Me ayudó la casualidad. Estaba muy cerca de él cuando se levantó la niebla y entonces le di un empujón y le hice caer.

Pero aún no sabía si llevaba consigo algo comprometedor. Entonces su amigo Bobby vino en mi auxilio. Me dejó solo con el cadáver, y pude convencerme de que llevaba un retrato de Moira, con el cual quizá quería identificarla. Se lo quité y me llevé también todos los documentos que pude hallar. Luego le metí en el bolsillo el retrato de una mujer de la cuadrilla.

Todo marchó bien. Llegaron los supuestos hermana y cuñado y lo identificaron. Pero su amigo Bobby estropeó las cosas. Al parecer, Carstairs recobró el conocimiento antes de morir y dijo algo. Había mencionado a Evans, que en aquellos días estaba sirviendo en la vicaría. Ahora comprendo que nos alarmamos sin motivo. Perdimos un poco la serenidad. Moira insistió en suprimir a Bobby. Pusimos en práctica un plan, pero fracasó. Luego Moira dijo que se encargaría de ello. En automóvil se dirigió a Marchbolt, aprovechó hábilmente una oportunidad y puso morfina en la cerveza de Bobby, mientras él dormía. Pero el maldito no murió. Fue una desgracia.

Como ya dije, el interrogatorio de Nicholson me infundió dudas acerca de usted. Pero imagínese el susto de Moira cuándo una noche, al salir para verme, se encontró a Bobby. Le reconoció en el acto. El terror de que dio muestras no era fingido, pero no tardó en comprender que no sospechaba de ella y entonces se dedicó a engañarlo.

Fue en su busca, en la posada, v le contó unas cuántas mentiras. Él se las tragó sin dificultad. Fingió ella que Alan Carstairs había sido su novio e insistió en que le daba mucho miedo Nicholson. También contribuyó a que usted olvidara todos sus recelos contra mí.

Yo por mi parte, le correspondí de igual modo, y le pinté a Moira como mujer débil e inofensiva, a pesar de que ha tenido el valor de matar a muchas personas sin la menor compunción.

La situación era seria. Teníamos ya el dinero y el asunto de Henry marchaba bien. No tenia ninguna prisa por Tommy, porque podía esperar. También a su tiempo le arreglaríamos las cuentas a Nicholson. Pero usted y Bobby eran una amenaza. Y tenían los ojos puestos en la Granja.

Tal vez le interese saber que Henry no se suicidó. Lo maté yo. Cuando hablaba con usted en el jardín, comprendí que no tenía tiempo que perder y entré en la casa para acabar de una vez.

El aeroplano que pasó volando a corta altura, me dio una oportunidad. Entré en el estudio, me senté frente a Henry, que estaba escribiendo, y le dije: «Oye, tú...» Y le pegué un tiro. El ruido del avión ahogó el del disparo. Luego escribí una linda carta de despedida, borré mis huellas dactilares del revólver, se lo puse en la mano a Henry y luego lo dejé caer al suelo. Metí la llave del estudio en el bolsillo de mi hermano y salí, cerrando la puerta por fuera con la llave del comedor, que sirve para toda la casa.

No entraré en detalles acerca del pequeño petardo cuyo estallido regulé por medio del reloj de la chimenea para cuatro minutos después.

Todo funcionó perfectamente. Usted y yo estábamos juntos en el jardín y oímos el «tiro». Un suicidio perfecto. La única persona que podía parecer sospechosa era el asno de Nicholson. Y creo que había vuelto en busca de un bastón o algo parecido.

Desde luego, las actividades de caballero andante de Bobby resultaban molestas para Moira, de modo que se dirigió al Cottage, con la seguridad de que las explicaciones que diera Nicholson acerca de la ausencia de su mujer les parecerían a ustedes sospechosas.

Una vez en el Cottage, Moira demostró lo que valía. Por el ruido de arriba comprendió que me habían derribado y, en el acto, se inyectó una fuerte dosis de morfina y se tendió en la cama. En cuanto se dirigieron ustedes al teléfono, ella subió al desván y me devolvió la libertad. Luego, la morfina hizo su efecto y, a la llegada del doctor, Moira se encontraba efectivamente dormida.

Sin embargo, iba perdiendo el valor y temía que ustedes encontrasen a Evans y se enterasen de como se había arreglado el asunto del testamento y del suicidio de Savage. También temía que Carstairs hubiese escrito a Evans antes de ir a Marchbolt. Fingió que se marchaba a Londres, a una clínica, pero en realidad se encaminó a Marchbolt y ustedes la encontraron a la puerta de la vicaría.

Entonces quiso librarse de ustedes dos. El sistema fue burdo a más no poder, pero quizá se hubiese logrado el éxito. Y probablemente la camarera no habría recordado muy bien el rostro de aquella mujer, de modo que Moira podría haber regresado a Londres, para ocultarse en cualquier casa de curación. Y después de haberse librado de usted y de Bobby, el asunto habría terminado.

Pero usted la descubrió y entonces ella perdió la cabeza. Y cuando la juzgaron no calló mi participación en nada.

Tal vez estaba un poco cansado de ella, pero no me figuraba que lo sospechase. En realidad, ella tenía el dinero... es decir, mi dinero. Y cuando me hubiese casado con ella, quizá acabara cansándome y, entonces... Me gusta variar.

Ahora empiezo una nueva vida. Y todo a causa de usted y de ese molesto muchacho que se llama Bobby Jones. Pero en fin, no tengo duda de que haré carrera. Bien es verdad que aún no me he reformado, pero puedo intentarlo. Y ahora adiós, mi querida señorita. O quizá «au revoir», porque nunca se sabe lo que puede ocurrir.

Su afectísimo enemigo, que es el traidor y el criminal del drama.

roger bassington-ffrench.