NOTA HISTÓRICA
Una vez más, Sharpe es responsable de usurpar el mérito de otro hombre. De hecho, fue un barbero portugués el que cruzó el Duero remando en un esquife para advertir al coronel Waters de la existencia de tres barcazas encalladas en la orilla norte del río, pero lo hizo por iniciativa propia, pues en aquel momento no había tropas inglesas en la orilla norte, como tampoco ayudaron los fusileros del 95.º en la defensa del seminario. Los franceses creían haber destruido o confiscado todas las embarcaciones del río; ignoraban la existencia de aquellas tres barcazas, que entonces comenzaron a prestar un lento y pesado servicio de transbordo que llenó de casacas rojas el seminario, que inexplicablemente había quedado sin vigilancia. La historia del proyectil explosivo que destruyó el cañón principal de los franceses está sacada de A History of the Peninsular War, vol. II, de sir Charles Oman. En aquel combate el general sir Edward Paget fue herido en el brazo. Perdió el brazo, regresó a Inglaterra para recuperarse y volvió después a la Península como general de la Primera División, pero su mala suerte quiso que fuese capturado por los franceses. En el enfrentamiento del seminario los ingleses perdieron a veintisiete hombres, entre muertos y heridos, mientras que las bajas francesas fueron por lo menos tres o cuatro veces mayores. Los franceses tampoco consiguieron destruir el transbordador de Barca d’Avintas, que fue reflotado la mañana del ataque y cruzó el río con dos batallones de infantería de la Legión Alemana del Rey y el 14.º de Dragones Ligeros, una fuerza que podría haber causado serios problemas a los franceses mientras huían de Oporto, pero el general al mando de las unidades, George Murray, si bien avanzó hacia el norte hacia la carretera de Amarante, se limitó a observar el paso del enemigo. Aquel mismo día, más tarde, el general Charles Stewart dirigió al 14.º de Dragones Ligeros en una magnífica carga que destrozó la retaguardia francesa, pero Murray continuaba negándose a hacer avanzar a su infantería, por lo que se hizo todo tarde y mal. Probablemente haya calumniado al mariscal Soult al sugerir que estaba hablando con su cocinero mientras los ingleses cruzaban el río, pero sí durmió hasta cerca de las once aquella mañana, y fuese lo que fuese lo que su cocinero hubiese preparado para la cena, se lo acabó comiendo sir Arthur Wellesley.
El seminario aún está en pie, aunque ahora ha sido engullido por los suburbios de Oporto, pero una placa registra su defensa el 12 de mayo de 1809. Otra placa, en el muelle cercano a donde el magnífico puente de hierro de Eiffel cruza hoy la garganta, rinde cuenta de los horrores del 29 de marzo, cuando los refugiados portugueses se agolparon en el maltratado puente de barcas. Hay dos explicaciones para los ahogamientos. Una afirma que las tropas portuguesas, al retirarse, levantaron el puente levadizo para evitar que los franceses usaran el puente, mientras que la segunda explicación, que yo prefiero, es que el peso de los refugiados hundió los pontones centrales, que entonces se rompieron por la presión del río. Sea cual sea la verdad, el resultado fue horrible, pues centenares de personas, la mayoría de ellas civiles, tuvieron que saltar al agua desde el extremo destrozado, para acabar ahogándose en el Duero.
Al tomar Oporto, el mariscal Soult conquistó el norte de Portugal y, mientras reunía fuerzas para la posterior marcha sobre Lisboa, sí coqueteó con la idea de convertirse en rey. Más que coquetear, hizo campaña entre sus oficiales generales, intentando ganarse así el apoyo de los portugueses, y sin duda animó al Diario do Porto, un periódico fundado durante la ocupación francesa de la ciudad y dirigido por un sacerdote que apoyaba la insigne idea. Lo que Napoleón habría hecho ante semejante autoproclamación no es difícil de adivinar, y probablemente fue sobre todo la perspectiva del enfado del Emperador lo que disuadió a Soult de aquella idea.
Pero la idea era real y a Soult le valió el apodo de «rey Nicolás»; además, estuvo a punto de provocar un motín que iba a ser dirigido por el coronel Donadieu y el coronel Lafitte, más otros oficiales desconocidos, y el capitán Argenton cruzó las líneas dos veces para consultar con los ingleses. Argenton quería que los ingleses emplearan su influencia sobre los portugueses para convencerlos de que alentaran a Soult para que se autoproclamara rey, pues cuando Soult lo hiciera el motín saldría a la luz, y en ese punto se suponía que Donadieu y los demás conducirían el ejército de regreso a Francia. Se pidió a los ingleses que fomentaran aquel disparate bloqueando las carreteras orientales que llevaban a España, pero descuidando las carreteras del norte. Al llegar a Lisboa para asumir el mando de Cradock, sir Arthur Wellesley se reunió con Argenton y desestimó el plan. Argenton regresó junto a Soult, fue traicionado y arrestado, pero se le ofreció perdonarle la vida si revelaba todo lo que sabía. Entre aquellas revelaciones estaba el hecho de que el ejército inglés, lejos de estar disponiéndose a abandonar Portugal, se estaba preparando para atacar hacia el norte. El aviso dio a Soult la oportunidad de retirar sus avanzadillas al sur del Duero; de no haberlo hecho, habrían quedado atrapadas por el ambicioso movimiento envolvente que había iniciado Wellesley. La carrera de Argenton no había terminado. Se las arregló para escapar de sus captores, alcanzó el ejército inglés y se le concedió un pasaje seguro a Inglaterra. Por alguna razón, más tarde decidió regresar a Francia, donde fue capturado de nuevo y, esta vez, fusilado. También merece la pena tener en cuenta, ya que estamos comentando planes siniestros, que las aspiraciones que Christopher atribuye a Napoleón, aspiraciones a «un sistema europeo, un código legal europeo, una judicatura europea y una única nación en Europa, los europeos», fueron realmente formuladas por Bonaparte.
Los estragos de Sharpe es un relato que empieza y acaba sobre puentes, y los relatos hermanos de cómo el mayor Dulong de la 31.ª Léger capturó Ponte Nova y después El Saltador son verdaderos. Dulong era un personaje bastante parecido a Sharpe; disfrutaba de una extraordinaria reputación por su valor, pero fue herido en El Saltador y he sido incapaz de descubrir su destino posterior. Casi sin ayuda logró salvar al ejército de Soult, así que merecía una larga vida y una muerte fácil, y lo cierto es que no merecía que se le hiciera fracasar en el relato ficticio del pueblo ficticio de Vila Real de Zedes.
La puntería de Hagman a setecientos pasos parece excesiva como para ser creíble, pero está basada en un hecho real que ocurrió el año anterior durante la retirada de sir John Moore a La Coruña. Tom Plunkett (Christopher Hibbert lo llama «fusilero de una Vulgaridad irreprimible» en su libro Corunna) hizo el «disparo milagroso» que mató al general francés Colbert a casi seiscientos cincuenta metros. El disparo se hizo justamente famoso entre los fusileros. Leí en una publicación reciente que el alcance máximo del rifle Baker era sólo de doscientos setenta y cinco metros, una afirmación que habría sorprendido a los hombres de verde, para quienes esa distancia era más bien mediocre.
El mariscal Soult, cuando sólo era aún duque de Dalmacia, fue obligado a retirarse una vez que Wellesley hubo cruzado el Duero, y en la novela se describe la historia de su retirada. Los franceses deberían haber sido atrapados y forzados a rendirse, pero es fácil hacer este tipo de críticas tanto tiempo después de los acontecimientos. Si los portugueses o los ingleses hubiesen marchado un poco más rápido o si la ordenança hubiese destruido Ponte Nova o El Saltador, Soult habría estado acabado, pero una pequeña dosis de buena suerte y el singular heroísmo del mayor Dulong salvaron a los franceses. No hay duda de que el mal tiempo tuvo mucho que ver con que lograran huir. La lluvia y el frío de principios de aquel mes de mayo no fueron los habituales para esa época del año y obstaculizaron la persecución; como sir Arthur Wellesley afirmaba en un informe al primer ministro, un ejército que abandona todos sus cañones y vehículos y a sus heridos puede moverse muchísimo más rápido que un ejército que conserva su pesada impedimenta. En cualquier caso, tras la brillante victoria en Oporto, la huida de los franceses fue una oportunidad perdida.
Ahora Oporto ha crecido y ha rodeado el seminario, así que es difícil saber cómo era el terreno el día en que los Buffs cruzaron el río, pero cualquiera que tenga interés en ver el seminario puede encontrarlo en el Largo do Padre Balthazar Guedes, una plazuela con vistas al río. La mejor guía del campo de batalla, de hecho de todos los campos de batalla de sir Arthur Wellesley en Portugal y España, es Wellington’s Peninsular War; de Julian Paget, publicada por Leo Cooper. El libro le llevará al Monasterio de Serra do Pilar, al otro lado del río, donde hay un monumento conmemorativo de la batalla que fue alzado en el punto en que Wellesley desplegó sus cañones para tener una posición aventajada, y en cualquier visita a la orilla sur deberían incluirse las bodegas de oporto, muchas de las cuales todavía son de propiedad inglesa. Hay espléndidos restaurantes en el muelle norte con placas que recuerdan a los ahogados del 29 de marzo de 1809. El Palacio dos Carrancas, donde tanto Soult como Wellesley montaron su cuartel general, es ahora el Museo Nacional Soares dos Reis, que se encuentra en la Rua de Dom Manuel II. Ponte Nova y El Saltador todavía existen, aunque lamentablemente bajo el agua, pues ambos lugares están ahora sumergidos en un embalse, aunque de todos modos merece la pena visitarla zona por su belleza agreste y espectacular.
Soult escapó, pero su incursión en Portugal le costó seis mil de sus veinticinco mil hombres, y algo menos de la mitad de aquéllos murieron o fueron capturados durante la retirada. Perdió también su bagaje, sus transportes y sus cincuenta y cuatro cañones. Fue, en efecto, la destrucción de un ejército y una gran derrota, pero no acabó con los planes franceses para Portugal. Volverían al año siguiente y habría que expulsarlos de nuevo.
Así que Sharpe y Harper volverán a marchar juntos.