Capítulo 11

Carling había asistido a su primera fiesta a la tierna edad de dos semanas, y había ido a muchas otras durante los siguientes veintiocho años, pero ninguna que ella recordara se igualaba a la de los Wayne. Fue la más traumática y horrible de su vida, casi como para que detestara las fiestas tanto como Kane.

El día comenzó mal. Despertó sola en la cama y se enteró de que Kane se había ido a Dallas sin avisarle. Pero el había dicho a Juanita, la cocinera, que Carling debía ir a cenar con los Wayne, con Holly y los chicos, y que él se reuniría con ellos después.

Cuando Kane llegó, la fiesta estaba en pleno apogeo. El comprendió la magnitud de aquella extravagancia social al ver las filas de coches frente a la casa de los Wayne. No era la cena familiar que él esperaba. No había visto a Carling en todo el día y sólo la pudo saludar con un movimiento de cabeza mientras un grupo de personas se lo llevaba para felicitarlo. Ella se tuvo que quedar con los nuevos vecinos hablando de banalidades.

Todos se mostraban simpáticos y deseosos de informar a la joven esposa acerca de los detalles de la vida de Kane antes de casarse.

—No puedo creer que Kane haya aceptado el lazo —comentó incrédulo Hobby Killeen, de la misma edad que Kane—. Pensé que no se casaría después de no haberlo hecho con Missy Howser. ¡Ése sí que fue un idilio encendido! Todo el condado hacía apuestas —rió y giró los ojos hacia arriba—. ¿Te contó Kane alguna vez que durante una de las riñas más enconadas que tuvieron Missy y él, ella, como venganza, se presentó en una fiesta con un vestido transparente y sin ropa íntima? ¿Y luego participó en una contradanza? —sonrió abiertamente por lo que, sin duda, era un recuerdo agradable.

—No —respondió Carling esbozando una falsa sonrisa—. Nunca me lo ha contado.

—¡Bobby, cállate! —lo amonestó su esposa—. Estamos hartos de esa historia y a Carling no le interesa porque eso pertenece al pasado.

Carling emitió algo que esperaba fuera una risita amable. ¿No era la misma Missy a quien le gustaba la canción favorita de Kane?

—¿Qué sucedió con esa Missy? —preguntó con curiosidad, muy a su pesar.

—Se casó y se divorció y regresó a Stanton a principios de este año —respondió Bobby—. Está allí, al otro lado de la habitación. Es aquella hermosa mujer morena del vestido negro ceñido. Ah, parece que ha visto a Kane.

Carling sé volvió justo a tiempo para ver cómo la belleza morena y voluptuosa se acercaba a Kane y lo miraba con negros ojos adoradores. Era evidente que tampoco llevaba ropa íntima aquella noche.

Carling observó su vestido de algodón rojo con lunares blancos; el corpiño era entallado y la falda, amplia. No se atrevió a compararse con la sensual y voluptuosa Missy; su «ego» no estaba para ese tipo de reto.

Huyó del efervescente Bobby y de su esposa y se acercó al hermano mayor de Joseph, T. R. Wayne y a su esposa, para charlar con ellos. La pareja no tenía mucho que decir de Missy Howser.

—Sabíamos que Kane no se casaría con ésa mujerzuela —pero recordaron con cariño a Robin Sue Taylor con quien, al parecer, Kane había tenido otro «tórrido romance».

—Kane y Robin Sue dejaron de verse porque ella no consentía tener que compartirlo con los hermanitos y, por supuesto, Kane no los abandonó —comentó Janie suspirando—. Después de eso creí que no se casaría nunca. Desde entonces, salió con muchas chicas.

—¿Está aquí Robin Sue? —preguntó Carling resignada. Seguro que también era bella y sensual. Era ese tipo de velada y ese tipo de fiesta. Una fiesta en el infierno.

—¡Claro! —exclamó encantado T. R.—. Aquella hermosa pelirroja.

—La que se acerca a Kane —comentó Carling. Se sentía deprimida y estaba celosa. En su propio pasado aburrido no había nadie a quien pudiera catalogar como su gran amor. Kane era el único gran amor de su vida.

Uno de los momentos más tristes de su vida, fue cuando vio que las dos mujeres que Kane había amado se disputaban su atención. ¡Tenía que hacer algo! Desesperada, inspeccionó la habitación y vio a Webb Asher, el gerente del rancho Triple M besando a una rubia que reía exageradamente porque había bebido más de la cuenta.

Carling vio a Holly, sentada al lado de Joseph Wayne en un sofá, en un rincón. Los dos jóvenes parecían muy tristes. Joe seguramente deseaba que la mujer a la que amaba estuviera allí y que su familia la aceptara. Los ojos de Holly no se apartaban de Webb, quien presumía con su bella y joven compañera.

Carling entrecerró los ojos azules y apretó la boca. Deseaba hacer algo y regañar a Webb Asher sería perfecto.

—Deseo hablar con usted —declaró decidida antes de volverse hacia la rubia para hablarle con dureza y descortesía, algo que nunca había hecho durante los años en que había sido la hija perfecta de un senador—. Piérdete.

La rubia dejó de reír y desapareció entre la concurrencia. Webb Asher dijo con insolencia:

—¿Quieres algo, Carly? ¿Te traigo una bebida? Dime qué veneno quiebres, cariño.

¡Aquel insecto creía que ella coqueteaba con él! Carling lo miró con disgusto.

—Primero, quiero que siempre se dirija a mí como la señora McClellan; segundo, a menos que esté dispuesto a casarse con mi cuñada, dejará de verla a partir de este momento.

—¿Lo saben? —Se quedó boquiabierto, desconcertado.

Lo había sorprendido y Carling aprovechó su ventaja.

—Sí, y lo único que me detiene para decírselo a Kane en este instante es el hecho de que él tardaría unas semanas en encontrar un nuevo gerente. Tan pronto como…

—Señora McClellan, no quiero irme de Triple M. —Webb Asher sudaba y estaba lívido—. Es el mejor trabajo que he tenido y lo más cercano a un hogar que he conocido.

—Entonces ya sabe lo que debe hacer, ¿no? —Carling no se enterneció.

—No puedo casarme, ¡no soy un hombre hogareño! —exclamó aterrorizado.

—Entonces, termine su relación con Holly sugirió con frialdad. —Pienso vigilarlo y si se atreve a aprovecharse de ella para satisfacer su placer egoísta, lo despediré de inmediato— calló para causar mejor efecto. —Después le diré a Kane todo y él se asegurará de que jamás vuelva a trabajar en un rancho.

No estaba segura de si Kane cumpliría su amenaza, pero Webb Asher parecía convencido. Bajó la vista al suelo y derrotado, también bajó los hombros.

—Sí, señora —murmuró sin brío.

Carling lo observó alejarse, sabía que Holly sufriría por el rechazo pero estaba convencida de que había hecho lo correcto. Le tenía cariño a su cuñada y no podía permitir que un insensible patán se aprovechara de ella.

Sintió que la tomaban del brazo y se sobresaltó. Amenazar a Webb Asher había sido una distracción tan divertida que no había visto a Kane abandonar su club de admiradoras para acercarse a ella.

—Nos despediremos de Sam y Edie y nos vamos.

—Estoy segura de que no has terminado de ponerte al corriente con Missy y Robin Sue.

—Tengo buenos amigos, pero hablan demasiado —gimió Kane.

—Es porque les has dado mucho de que hablar —murmuró con dulzura—. Tu reputación de ranchero solitario es falsa, eres un ranchero amante de los idilios. ¿Cuántas ex novias rondan por el condado? ¿Están todas aquí esta noche?

Kane frunció el ceño y sus ojos se ensombrecieron de ira.

—Toma nota de que no me río, si es que pretendes resultar graciosa.

—Comienzo a comprender por qué no te agradan las grandes fiestas —continuó sin inmutarse—. Debe ser muy incómodo que todas las compañeras de tu romántico pasado estén entre…

—Olvida a Sam y a Edie, nos vamos ahora mismo —se abrió camino por entre los asistentes, sin soltarle el brazo.

Carling, siempre con buenos modales, sonrió automáticamente y se despidió mientras Kane tiraba dé ella. A nadie pareció importarle que los huéspedes de honor se fueran temprano. Los demás invitados bromeaban y reían como si hubieran esperado que eso ocurriera.

Hicieron el trayecto a casa en silencio. Carling observaba de reojo a Kane intentando averiguar de qué humor estaba. Trató de imitar su actitud retraída, pero no pudo sostenerla mucho tiempo. Cuando llegaron a Triple M, Carling tenía los nervios de punta. No le convenía ponerse así dado su estado. Debía cuidarse y cuidar al nene y estar nerviosa no era lo ideal.

—Kane, esta situación me está volviendo loca —anunció cuando entraron en el vestíbulo tenuemente iluminado—. No pasaré otra noche igual a la de ayer.

—Anoche dormiste como un nene —replicó Kane—. Lo sé a ciencia cierta porque volví a verte diez minutos después de haber salido de la alcoba —hizo una mueca—. Mi «ego» recibió un duro golpe al encontrarte profundamente dormida en vez de estar enfurruñada por mi ausencia.

—Ah —lo miró a los ojos bien abiertos.

—Sí —se encogió de hombros, avanzando por el pasillo—. Ven a mi oficina —fue una orden y ello lo siguió porque la angustia le impedía rebelarse.

Una vez dentro de la oficina, Kane le entregó una gruesa carpeta.

—Todo está ahí —habló en tono áspero—. Los datos completos de las transacciones financieras entre tu padre y yo. Sólo existe el original y cuando lo destruyas no quedará ninguna evidencia de las dudosas actividades del senador Clayton Templeton.

Carling miró la carpeta y luego el impasible y duro perfil de Kane. ¿Qué significaba aquello? La mente se le ofuscó y en vano trató de pensar.

—Estás libre, Carling —declaró Kane como contestando a una pregunta que ella no había hecho. Su voz era tan severa como su expresión. Además la había llamado «Carling».

—¿Por qué? —murmuró ella—. ¿Por qué lo haces? —Apoyó una mano sobre su vientre, justo encima de la criatura de ambos. Había soñado con destruir aquellos documentos pero, al tenerlos en la mano, no supo si los quería o no. Dependía de los motivos que habían impulsado a Kane a dárselos.

Sintió un dolor agudo como un flechazo cuando se le ocurrió: ¿y si aquel ofrecimiento de libertad fuera un ardid para deshacerse de ella?

—¿Tiene algo que ver que has visto esta noche a Missy o a Robin Sue?

—¡Por favor! —tronó echando chispas por los ojos—. Hoy fui a Dallas a recoger estos documentos. Pensaba dártelos antes de ver a Missy o a Robin Sue en esa maldita fiesta. Y puedes estar segura de que ninguna de las dos me interesa en lo más mínimo. De haberlas deseado habría podido tenerlas hace años. Ellas quisieron casarse conmigo, pero yo no quise casarme con ninguna de ellas —agregó con restos de su franqueza típica—. No quise casarme con Missy, con Robin ni con ninguna otra, Carly. Sólo contigo. Siempre has sido tú y siempre será así. Pero ya no te obligaré a quedarte conmigo más tiempo. La carrera política de tu padre ya no depende de que te quedes o te vayas. Eres libre para elegir.

Carling se aferró a la carpeta. Su mente se había despejado y veía con extrema claridad. Su corazón brincó de alegría.

—Entonces, ¿esto es mi Proclamación de Emancipación? —Una llamarada de amor explotó dentro de ella—. Dices que si quiero puedo irme. Que no me lo impedirás ni tratarás de influir en mí para que decida sonrió de manera seductora y sus ojos azules parecían dos estrellas brillantes. —No liarás ni dirás nada para convencerme de que me quede.

—Por Dios, no hagas más difícil dejarte ir —murmuró ronco y Carling lo miró sorprendida. Ella bromeaba, pero él la había tomado en serio. Se sorprendió de que no comprendiera lo que ella trataba de decirle. Por lo general, Kane era muy ágil de mente.

Pero el dolor que le oscurecía el rostro debió apagar su capacidad de percepción.

—No debí hacerlo. No debí aprovecharme de la deuda de tu padre para obligarte a casarte conmigo, Carly —habló despacio, con remordimientos.

Carling se apoyó en el respaldo de una silla, estaba anonadada. ¿Kane McClellan aceptaba que se había equivocado? Recordó el día de la boda cuando él le informó con su acostumbrada mezcla de inquebrantable confianza y enloquecedora arrogancia que casarse contra la voluntad de ella era aceptable porque sabía que harían una buena pareja.

Ella se habría irritado antes que aceptar que él había tenido razón siempre. Eran perfectos como pareja. Se habría alegrado de que él aceptara haberse equivocado. Pero esa época estaba en el pasado. Los dos habían andado un largo trecho en poco tiempo. El amor los había reformado y redimido. —¿Tratas de decirme que te arrepientes de haberte casado conmigo?— preguntó. Aunque sabía la respuesta, quería que se lo dijera.

—¡No! —exclamó con fiereza—. Casarme contigo es lo mejor que he hecho en mi vida. Te amo, Carly, te amo tanto que yo… —calló y fijó la vista en el espacio—. Quiero que me ames, que te quedes conmigo como esposa porque lo quieres así y no porque…

—Me compraste con dinero contante y sonante —agregó Carling al tratar en vano de dominar una sonrisa burlona.

Kane la observó con detenimiento. Ella casi pudo ver cómo la mente de él se despejaba. Sintió el alivio y la felicidad de Kane por haber descubierto la verdad. Ella pudo elegir y decidió amarlo.

La estrechó en un largo beso, con una pasión que nunca se extinguiría. —Te amo —murmuró Carling cuando él apartó los labios—. Ay, Kane, te amo con locura —las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y ella se las enjugó sonriendo a manera de disculpa—. Lo siento, últimamente lloro mucho, esté contenta, triste o enfadada.

—¿Porqué? —sonrió.

Carling se alejó un poco, le rodeó el cuello y lo miró a los profundos ojos grises. Con ternura, Kane deslizó las manos por su cintura y su vientre. —¡Sabes lo del nene!— exclamó ella.

—No estaba seguro de que también tú lo supieras, esperaba que me lo dijeras.

Carling suspiró feliz y se acurrucó contra él. Aquél era el momento más dulce de su vida y no se sorprendió cuando los ojos volvieron a anegársele.

—Estoy embarazada, Kane. Me he hecho dos veces la prueba para estar segura —lo abrazó con fuerza—. Y no te atrevas a decir nada sobre los ciclos de fecundidad —agregó mirándolo con ojos risueños y cariñosos.

—Ni una palabra, te lo prometo —se inclinó para volver a besarla antes de preguntar muy serio—: ¿Estás contenta por el niño, Carly? Yo quería tener un hijo en seguida, pero nunca te pedí tu opinión. Debimos hablar del asunto antes de que quedaras embarazada, ahora lo sé.

—Lo liaremos la próxima vez —decidió—. Ahora estoy encantada porque vamos a tener un hijo, Kane. Pero quiero que me prometas algo. —Cualquier cosa, cariño, dime qué.

—Que me ayudes a ser el tipo de madre que quiero ser. Ya sabes, darles mucho cariño a nuestros hijos para que sean ellos mismos. Si alguna vez se me ocurre influir en nuestros hijos para que sean unos buscadores de votos para el abuelo, te ruego que me recuerdes esta conversación. También, si alguna vez intentan hacer algo y no les resulta y temen volver a intentar otra cosa, ayúdame a convencerlos de que quizá no sea tan mala idea.

—Serás una madre maravillosa, Carly, la mejor. Te prometo que yo seré el mejor padre que pueda ser.

—¿El tipo de padre que me ayudaría, en vez de enfadarse con un hijo con talento para la música y que deseara ser una estrella del rock en vez de… un banquero?

—Hmm. —Kane se puso pensativo—. Si fuera joven y ya hubiera terminado sus estudios y sin esposa ni hijos que sostener, quizá lo haría —se aclaró la garganta—. Digamos que no me escandalizaría.

—Eso me basta por el momento. Y si tenemos una hija que se relaciona con el hombre equivocado no la sermonearías, pero sí la ayudarías a sobreponerse al sufrimiento, ¿lo harías? Y si tenemos un joven vecino que se enamora de una apache y en cuya familia odian a los indios, ¿harás todo lo posible por convencerlos de que están equivocados? Lo lograrías porque Kane McClellan siempre logra lo que quiere.

Los párpados de Kane se entrecerraron.

—¿Son hipotéticas esas situaciones y esos chicos? —Cuando ella le sonrió nada le importó más que saber que Carling lo amaba y que por su propia voluntad deseaba seguir a su lado y ser la madre del hijo de ambos.

—¡Qué diablos, juntos podemos enfrentarnos con cualquier cosa! —habló en tono ligero, diferente de su usual seriedad—. Toma, abre el regalo que te compré en Dallas.

Le entregó una caja de regalo y ella la abrió de inmediato.

—¡Conejos! —exclamó encantada tras haber desenvuelto pieza por pieza. Los colocó sobre el escritorio de él—. ¡Una boda de conejos! —Estalla emocionada—. Un novio y una novia, las damas de honor y el padrino, incluso la niña con las flores y el niño que lleva los anillos —lo abrazó—. Ay, Kane, son preciosos, nunca había visto algo igual.

—Créeme, yo tampoco —respondió—. Esta tarde los vi en una tienda de regalos en Dallas. Normalmente evito esas tiendas igual que tú evitas a los caballos, pero tuve que entrar para comprártelos —sus ojos brillaron de risa—. Me pareció que, de alguna manera, una boda de conejos… era un símbolo.

—Tienes razón —murmuró sin aliento.

Los dedos de Kane ya descorrían la larga cremallera de la espalda del vestido de Carling.

—Por supuesto, siempre tengo razón —la levantó en brazos.

—Excepto cuando te equivocas —le besó la línea de la mandíbula—. Pero no te preocupes porque estaré contigo para decirte cuándo te equivocas. Te amo, Kane, me encanta ser tu esposa y seré feliz criando a nuestros hijos.

—En eso tenía yo razón —declaró satisfecho—. Debemos estar juntos, Carly, sabía que esto resultaría.

Carling comenzó a desabrocharle la camisa.

—¿Me vas a llevar a la cama o te vas a quedar aquí regocijándote?

Llegaron a la alcoba en treinta segundos exactos.

FIN