Capítulo V

 

 

 

—Ayer regresé a mi casa. La que una vez fue mi casa… — explicó Edward. — Hace unas semanas recibí una carta con el anuncio de la muerte de mi hermano — titubeó, negando con la cabeza lo que sus palabras afirmaban —, me comunicaba que se había suicidado. No lo pude creer. Cuando me hallaste borracho, hacía unas horas que había regresado del que también fue mi hogar. Hace varios años decidí no regresar jamás… hasta ayer.

 

              Ella lo escuchaba en silencio sin atreverse a concebir, que el cruce de destinos podía haber sido provocado por Liam Roberts, el hombre que la había impulsado a huir en busca de su propia libertad. El capitán continuaba hablando, como si de este modo pudiese expulsar a la horda de demonios que le carcomía las entrañas.

 

              —No se halla muy lejos de aquí. Encontré un escenario desolador, mis sobrinos estaban en unas condiciones desastrosas, ¡aún son unos niños!, salieron a mi encuentro y supe que algo no marchaba bien, estaban demacrados y sucios, la casa era un caos, desordenada y la despensa estaba vacía, los criados se habían marchado excepto John, demasiado viejo para ocuparse de las necesidades de las dos infelices criaturas.

 

              —Lo siento mucho capitán —. Susurró Sue temiendo interrumpir su desahogo.

 

Cuando William se suicidó, hecho que me niego a creer, un tal Roberts, socio y asesor de mi hermano, se hizo cargo de los niños, resultó ser un sinvergüenza que se dedicó a expoliar la casa, se llevó todo lo que poseía algún valor. Los niños me relataron lo sucedido mientras se aferraban a mi cintura recordando los castigos físicos que aquel bastardo les había infligido, ¡el pequeño Tom sólo tiene seis años!. Los azotaba en las palmas de las manos con una varilla y los dejaba sin comer, argumentando que el ayuno espabilaría sus sentidos, mientras él se atiborraba, me explicó Willy, que con diez ya es consciente del atropello al que estaban siendo sometidos.

 

              Por eso estaba tan furioso y ebrio cuando habló con él, pensó Sue.

 

¿Dónde están los niños ahora? —. Preguntó con interés imaginando las penurias que habrían pasado los pequeños a manos de Roberts, ya que conocía de primera mano el grado de depravación de éste.

 

Estaba tan furioso que sólo quería ir en busca de aquel hombre y darle su merecido, pero el bienestar y la seguridad de los niños eran cuestiones de absoluta prioridad así que ordené a John que preparase sus equipajes.

 

              Sue seguía escuchando el relato de los acontecimientos en silencio, sus pensamientos se trasladaban a la conversación que había tenido con su padre acerca de Roberts y se sentía atónita al pensar que su progenitor conocía la clase de persona a la que iba a ser entregada, sin importarle su suerte, aquel egoísta que se llamaba a sí mismo padre, que se tildaba de caballero, sólo la utilizaba como moneda de cambio para salvar su arruinado status.

 

Los llevé a un colegio situado a varias millas de aquí, les prometí que volvería a buscarlos, aún siento la mirada acusadora de Willy, cuando Tom me suplicó que no los abandonara, pero ¡tenía que buscar a ese hombre y matarlo! —. Su frialdad al decir estas palabras helaron a Sue.

 

¡A él y a todos los implicados en este maldito embuste!

 

El tabernero había regresado con una jarra de vino y les sirvió a ambos sendos vasos. Cuando salió nuevamente, Sue lo siguió para rogarle que aquella noche cuidasen de Molly, a lo que el hombre accedió tranquilizándola y explicándole que su esposa se hacía perfectamente cargo de la situación.

 

              Edward sumido en sus pensamientos bebía el vino a grandes tragos y el silencio de vez en cuando llenaba la habitación, ella respetó aquellas pausas, pero su mente bullía como un torbellino, Roberts era socio de su padre, ambos se hallaban enfrascados en el proyecto de levantar la factoría de tejidos de nuevo, en lo que parecía una asociación beneficiosa para los LePard, pero ¿hasta qué punto su padre desconocía la naturaleza dañina de aquel hombre?, y si la conocía ¿qué clase de hombre era su padre?, la respuesta era tan simple que se avergonzó de descubrirla con tanta demora.

 

              El capitán se incorporó con rapidez y paseó como un oso enjaulado por la habitación, demasiado pequeña para contener sus zancadas. Se mesaba el cabello con gestos automáticos y un tanto nerviosos.

 

Fui en su busca. Me presenté en su casa y me recibió en su despacho, repleto de pinturas de cacerías y barrocos adornos de caoba, reconocí algunos de los objetos que pertenecieron a William sobre las repisas, su estúpido secretario le acompañaba —. Hablaba para sí mismo aunque muy consciente de la atención de Sue, que le observaba dar vueltas como una fiera.

 

Permaneció impasible cuando le interrogué. Su desinterés y calaña quedaron reflejados en la mirada apresurada que me dedicó cuando supo quién era yo.

 

              Sus palabras fluían como un torrente incontenible presa de la ira, miraba sus pies descalzos durante un segundo y proseguía.

 

Cuando recibí la carta que me anunciaba la muerte de mi hermano, no pude creer lo que leía, ¡William jamás se suicidaría!, era un hombre honesto, amante de sus hijos, con principios morales muy dispares a los míos ¿entiendes?, jamás lo vi alterado, ni tan siquiera el día en que…— dejó sus palabras suspendidas en el aire. — ¡No!, mi hermano jamás haría eso. La carta iba firmada por un tal Roberts, abogado y asesor financiero. Y lo tenía enfrente de mí. ¡No sabes el esfuerzo que hice para sujetar mi mano!

 

Estoy segura de que su hermano era como dice, un gran hombre, me apena no haber llegado a conocerle, usted le habría ayudado en lo que fuera que le torturase — dijo ella con calma —, pero no puede culparse, no conocía sus circunstancias.

 

¡Porqué no acudió a mí! —. Gritó Edward con desesperación. —Yo jamás le negaría mi ayuda. Tomé una silla y me senté enfrente de aquel fantoche que me miró con desprecio por encima de sus lentes ahumadas como si yo fuera un estúpido ignorante; le pedí que me informara de las condiciones en la que habían quedado mis sobrinos tras la muerte de su padre, tras haberla constatado perfectamente por mí mismo. Quería ver la reacción de aquel bastardo que dijo ser el albacea de los niños. Me dijo que todas las propiedades pasaban a su poder a la vez que colocaba sobre la mesa un fajo de pagarés firmados por William, pude reconocer la firma. El desprecio y la indiferencia que mostró ante mi asombro, me enfurecieron y lo así por el cuello de la camisa, izándolo de su silla hasta que su cara se tornó de color violáceo, “no sé cómo consiguió que William actuase de manera tan irracional”, le dije, pero lo averiguaré y usted lamentará haber conocido a los hermanos Bilcock. Los gritos de Roberts alertaron a su secretario que vino en su ayuda. Aquel tipo no era más que un matón a sueldo, de la peor ralea, los reconozco a leguas, y sacó de su levita una pequeña arma que me apuntó directamente a la cabeza.

 

              Me ordenó marcharme, y Roberts, rojo de cólera, balbuceaba que William había querido iniciar un negocio a pesar de que carecía del capital suficiente para ello, y que en su empeño por participar, había aceptado la sociedad con él, en un asunto prometedor. ¡Imagino que turbio y causa de la ruina de William!

 

¿Qué negocio se antepondría a su sensatez? Si como dice, su hermano era un hombre de bien, ¿qué podría arrastrarle a mantener negocios con semejante individuo?—. Preguntó Sue temerosa de escuchar la respuesta, sintiendo cómo le temblaban involuntariamente las manos.

 

Una fábrica en decadencia. Roberts le mintió, estoy seguro, William no arriesgaría el bienestar de su familia si no le hubiese dicho que la industria era una buena inversión, pero el dueño de la misma ocultó el verdadero estado en el que se hallaba, era necesaria una aportación muy elevada de capital. Hace pocos meses mi hermano sufrió un duro golpe y yo tampoco estuve a su lado, supongo que era vulnerable y fue una presa fácil para los buitres que merodeaban a su alrededor.

 

              Sue confirmó lo que había sospechado: el dinero que su padre esperaba recibir, provenía directamente del engaño y de las artimañas fraudulentas de Liam Roberts, que esperaba sin duda hacerse dueño de la fábrica a cambio de nada.

 

Y el mismo hombre se hizo cargo de la solvencia, forzando a su hermano a endeudarse. Afirmó Sue sin poder controlar la oleada de náuseas que la atenazaban.

 

Le advertí que si volvía acercarse a mis sobrinos le mataría, le dije que yo me hacía cargo de todos aquellos papeles y como garantía le hablé del Wind Lady, por último le pregunté por qué mi hermano había puesto fin a su vida si el acuerdo era tácito entre ambos.

 

Creo conocer la respuesta capitán: los intereses acordados serían tan fraudulentos como el propio Roberts —. Dijo ella ocultando lo aterrada que se sentía al pensar que su padre había formado parte de aquel engaño.

 

Se burló de William, dijo que era débil y que no pudo soportar la presión. Le golpeé en el rostro, no me importó el arma que empuñaba su lacayo, era demasiado imbécil para disparar, di media vuelta y mientras salía le aconsejé que si pretendía mis pagos, se dispusiera a aportar datos que certificaran la legalidad de todos ellos ante un tribunal; lo dejé aullando a mis espaldas como un perro, gritó que me arrepentiría y abandoné el lugar, vine para encontrarme con mi tripulación en El Delfín Blanco y tras enviarlos al barco, volví a partir para denunciar la muerte de William y visitar a los niños —. Concluyó Edward quedando vacío de pronto de cualquier sensación que no fuera cansancio y tristeza.

 

Y cree que fue él quien mandó boicotear el Wind Lady.

 

Apostaría mi cuello, esa clase de hombres son como las serpientes, se deslizan en silencio para causar el mal, pero juro por el alma de mi hermano que si no lo mato con mis manos, conseguiré que pague por todo el daño que ha causado —. Afirmó tajante, mientras se dejaba caer en el pequeño catre que crujió con fuerza bajo su peso.

 

              Ella lo miró sin reparos acostarse en la diminuta cama. Permanecía sentada en la butaca inmóvil y cansada, pensando en la versatilidad de la mano que movía los hilos del destino.

 

¡Y tú! ¡Tú vas a casarte con semejante hombre! —. La explosión de indignación la tomó por sorpresa, pero no se arrepintió de su espontánea confesión.

 

No, jamás me casaré con él —. Afirmó con rotundidad. — No podría ni mirarle a los ojos, ni soportar su presencia…— Guardó silencio durante unos segundos con expresión vacía—. ¡Nunca!, preferiría haber muerto esta noche devorada por las llamas.

 

              Edward la miró como si la viera por primera vez. Sue le sostuvo la mirada y sintió que toda su firmeza se tambaleaba.

 

Pensé que hallaría su cadáver allí, en el puerto — musitó la joven con tristeza en un arrebato de sinceridad —, no quería que así fuera, a pesar de su brusca conducta conmigo cuando nos conocimos, pero temía el momento en el que hallara su cuerpo calcinado, nadie merece morir de una forma tan espantosa, ha sido una atrocidad lo sucedido, Dios quiera que las almas de esos pobres hombres descansen en paz.

 

Cuando me hablaste en la taberna, estaba borracho como una cuba, te confundí con una mujerzuela y me sacudiste de lo lindo, no creo que un tipo como Roberts sea suficientemente hombre para lidiar contigo —. Rió amargamente Edward, para continuar su relato de los hechos.

 

Hoy quise ver a los niños de nuevo, no podía dejarlos enfadados antes de zarpar, les prometí que sería mi último viaje y que volvería para cuidar de ellos. Cuando envié a mis hombres de regreso al Wind Lady, nunca pensé que jamás volvería a verlos ni a navegar en mi barco. Y después apareciste tú de la nada, como un espectro  en la noche, bella visión destinada a enloquecer al más cuerdo de los mortales… — se estaba adormeciendo debido al cansancio físico y emocional y a la gran cantidad de alcohol que había ingerido y que trago tras trago había ido aplacando su cólera.

 

Ven, recuéstate a mi lado, descansa… — musitó él casi dormido por completo —, te aseguro que no supongo ningún peligro para tu integridad en este estado, créeme, no puedes pasar la noche en esa butaca y ya que has sido tan gentil de cederme tu lecho, compartámoslo, como amigos —. Y con esas palabras en su boca cerró los ojos sumiéndose en las profundidades del sueño que aliviarían, no su atormentado espíritu, pero sí su maltrecho y agotado cuerpo.

 

Sue lo miró pensativa, estaba exhausta y la cama la atraía como un imán, pensó que había cruzado tantos límites en tan poco espacio de tiempo que poco le importaba seguir haciéndolo. Necesitaba descansar para tener claridad de perspectiva y poner en orden sus pensamientos. Intentando no hacer sonido alguno, se acercó al borde del camastro y se tendió sobre él con suavidad, dejando que el sopor la invadiera por completo, mientras fijaba su mirada en una mancha de humedad con forma de abanico en el techo. Cada vez que él se movía inquieto, desnivelaba el humilde colchón de lana y ella se deslizaba centímetro a centímetro hacia su cuerpo. No supo en qué momento de la noche, aquel brazo poderoso la engarzó por la cintura acercándola cada vez más, de espaldas a él, notaba su respiración pausada en la nuca, y el sentimiento de peligro se apoderó de sus nervios. Quiso alejarse un poco pero le resultaba imposible en un espacio tan reducido. Estaba atrapada en la trampa que conformaba el cuerpo de Edward, una cárcel de la que no estaba segura querer escapar.

 

Quieres huir de mí, no huyas — susurró él con los ojos cerrados —, no me dejes, no me dejes ahora —. Suplicó en sueños. Y la giró para que sus cuerpos estuviesen frente a frente, buscando su boca con ansiedad animal. Sue notó como las fuerzas la abandonaban, su mente era un calidoscopio de emociones y la boca que se apropiaba de la suya era lo único que deseaba en aquellos momentos. No sentía el temor que debiera, se preguntó en qué momento había abandonado las pautas de conducta que habían regido toda su vida. Él exigía más y más, la acercó con fuerza a su cuerpo, la besó en los párpados con ternura, dejó una huella caliente en sus mejillas, buscó su cuello y deslizando los labios por la piel reclamó sus menudos y redondos pechos, arrancando una leve exclamación de sorpresa de la garganta femenina. El la miraba completamente ausente y no pudo apreciar el brillo de sus ojos, el candor y la entrega a la que estaba dispuesta. La desposeyó de los pantalones en un instante y acarició los muslos torneados ascendiendo lentamente hasta su valle íntimo, en el que se perdió explorándola mientras su ávida boca la volvía a besar para acallar sus gemidos. Los tensos músculos de él parecían a punto de quebrarse cuando se deshizo de su propia ropa. Se tendió sobre ella, poderoso, ansiando su cuerpo, desesperado por tenerla. Cuando la poseyó hizo una breve pausa por la sorpresa del muro que se interponía entre ambos, sus ojos se encontraron inquisitivos y ella le rodeó el cuello con los brazos ignorando el dolor inicial. La cesión fue total, se abandonó a la dureza de Edward que perdido en sus sueños, la elevaba a niveles febriles con la rudeza de sus movimientos; creyó que moriría anhelando algo que desconocía. Y de repente llegó; la hizo ahogarse en una oleada de placer al tiempo que él estallaba en su interior con un salvaje sonido de desahogo primitivo, exento de racionalidad. Permaneció sobre ella unos instantes y Sue, deseando capturar el momento con todos sus sentidos, aspirando su aliento entrecortado, lo abrazó con fuerza. Había sido un acto primitivo y rápido, casi animal por parte del hombre, que haciéndose a un lado, agotado por la sucesión de desgracias que lo hundían cada vez que su cerebro pensaba, se abandonó a un sueño ligero e inquieto, agitándose continuamente en una turbulenta sucesión de pesadillas. Ella le tocaba con sus manos y labios, la frente, el pecho, el cuello, deseando apaciguar la tormenta que lo azotaba, secó con sus besos algunas de sus lágrimas, olvidando por completo el desconcierto que sentía ante lo que había sucedido entre ellos, algo inesperado y revelador que la mantenía despierta y examinando cada segundo transcurrido junto al hombre que acababa de entrar en su vida, desbaratando su reducido conocimiento de las pasiones humanas. Lo escuchó murmurar un nombre con desesperación y sintió una punzada en el corazón, no sabía si de celos o remordimiento por lo que había ocurrido aquella noche, pero no podía alejar de su mente las palabras una y otra vez repetidas por él: “Annie… Annie, no, por favor”, palabras que la mantuvieron insomne hasta que Edward, despierto por completo, rompió el silencio que se cernía sobre ellos mientras la luz del amanecer se abría paso con timidez por la pequeña ventana.

 

Siento haber sido en verdad un peligro para ti, no era mi intención, te lo aseguro, resultas tan tentadora para un hombre como el oro para un pirata — le dijo mientras le acariciaba un pecho — y te aseguro que así me siento, como un ladrón que ha robado tu virtud, pero no me arrepiento…y deberían colgarme por esto —. Musitó suavemente con un deje de desolación en su rostro. — La primera vez ha de ser especial y no te he ofrecido más que una indigna cópula. No quiero que me odies, te aseguro que hallarás un hombre que te haga feliz sobre la delicadeza de una cama de plumas de ganso, porque bien sabes que en mis circunstancias no soy digno de ofrecerte compromiso alguno…además tú ya estás comprometida.

 

Sue no daba crédito a las palabras que estaba escuchando, sintió un terrible deseo de llorar, pero se tragó la humillación ante aquella súbita declaración de despropósitos que le causaban un daño desconocido hasta ese instante.

 

Me estás ofendiendo a sabiendas, das por hecho que me ha defraudado mi primera vez, ¡acabas de hacerme el amor y ya me instas a buscar a otro hombre!, me insultas, ¿acaso piensas que yo desearía cualquier ofrecimiento que me hicieras? ¡Rotundamente no!—. Estaba furiosa con él, consigo misma por haber cedido tan precipitadamente a la urgencia del deseo, pero se sentía perdida ante su presencia que ejercía un poder absoluto sobre su persona.

 

¡Qué estúpida me crees! —. Exclamó tenuemente mientras buscaba desesperada un motivo para ser ofendida de manera tan cruel. — ¿El dolor por la pérdida de tu hermano y de tus hombres te hace insensible a cualquier otro ser humano?, ¡soy una persona con sentimientos!, me he entregado sin reparos, ¿no significa nada para ti?—. Las lágrimas se deslizaban por las mejillas que poco antes habían sido cubiertas de besos. — ¡Antes me uniría al miserable de Roberts que acceder a ser parte de tu vida!, esto… esto que ha ocurrido, no tiene importancia para mí, no creas ni por un segundo que he dejado que me utilizaras, ¡me has hecho un gran favor! ¡Le escupiré en el rostro a mi futuro marido que no soy digna de ser esposa de nadie!, y para tu información no eres el primero —. Las palabras se agolpaban incongruentes en su garganta y apenas era consciente de lo que decía, atenazada por el ardor de la humillación que sentía.

 

Siento causarte dolor muchacha, si me conocieras bien, sabrías lo animal que puedo llegar a ser. No soy una buena persona. Te deseaba. Te deseo, pero no estoy en un buen momento, eso es todo—. Se vestía mientras la destrozaba con estas palabras. Ahora he de irme.

 

No quiero que permanezcas ni un minuto más aquí, vete al sepelio de esos desgraciados que murieron en tu lugar, no te necesito—. Le espetó ella sintiéndose humillada y un despojo. — Ve en busca de esa Annie que no te deja reposar, esa a la que hiciste el amor esta noche, quizás ella sea el bálsamo que necesita tu necia alma.

 

              La mención de aquel nombre consiguió que la mirada de él se empañara con sombras aún más oscuras de las que había visto con anterioridad y se quedó petrificada ante la amenaza que vio en sus ojos.

 

Es cierto, ya no soy capitán de barco alguno —. Dijo con brusquedad, buscando la bolsa con las monedas que ella le había entregado para garantizar su pasaje y dejarla sobre la cama.

 

—Este dinero es tuyo, lo vas a necesitar si prosigues en tu empeño de viajar, pero te advierto, lo sucedido esta noche es lo más delicado que hallarás en la Indias —. La grosería hirió a Sue en lo más profundo de su ser, se sintió tan avergonzada que la sangre pareció desvanecerse de sus venas, miró el dinero y deseó que la tierra, el mar ó cualquier otra fuerza superior se la llevase, quería ser desintegrada para siempre con tal de no sentir lo que aquello parecía significar. La visión de la bolsa sobre la cama hizo que se sintiera en verdad como una prostituta.

 

Edward Bilcock salió de la habitación tras despedirse con un ligero movimiento de cabeza a la par que unía sus talones, la fugacidad de su última mirada le corroboró a Sue que para él, lo sucedido entre ambos había sido un acto meramente circunstancial producto del inconsciente y sintiéndose tan frágil como el cristal, se dejó caer rota en pedazos sobre la almohada.