La grácil paloma y la rana gorda
Frida Kahlo, en una foto tomada en 1931 por la fotógrafa Imogen Cunningham (1883-1976). (+info).
El 17 de septiembre de 1925, poco después de haber subido al autobús de Coyoacán, Frida y su amigo de juventud Alejandro Gómez Arias sufrieron un accidente en el camino de la escuela a casa. La colisión del autobús con un tranvía provocó la muerte de varios pasajeros. Frida Kahlo resultó gravemente herida y los médicos dudaban que fuera a sobrevivir. En el pequeño esbozo a lápiz Accidente plasmó la artista, un año después, el suceso que tan decisivamente transformó su vida. Al estilo de la pintura popular de los exvotos, que también será muy significativa en su pintura tardía, recogió el acontecimiento sin atenerse a las reglas de la perspectiva. En la mitad superior del cuadro dibujó el momento de la colisión entre el autobús y el tranvía. Los heridos que yacen en la calle ilustran la situación. En el primer plano del dibujo yace —mucho más grande que las demás personas— Frida Kahlo, vendada, sobre una camilla de la Cruz Roja. Su retrato, flotando por encima, muestra su preocupada mirada a la escena. A la izquierda del esbozo vemos el frente de la casa de sus padres en Coyoacán, a donde se dirigía después de salir de la escuela. Este dibujo es el único testimonio gráfico de Frida Kahlo sobre el accidente; no volvería a tematizar la experiencia en su obra. Con una excepción: un Retablo que encontró a comienzos de los años cuarenta y que muestra una situación muy similar. Frida manipuló levemente este cuadro para convertirlo en representación de su propio accidente. Añadió los rótulos del tranvía y del autobús, dotó a la víctima de sus típicas cejas unidas y agregó el siguiente epígrafe: «Los esposos Guillermo Kahlo y Matilde C. de Kahlo dan las gracias a la Virgen de los Dolores por Haber Salvado a su niña Frida del accidente acaecido en 1925 en la Esquina de Cuauhtemozin y Calzada de Tlalpan».
La desgracia la obligó a guardar cama durante tres meses. Un mes lo pasó en el hospital. Tras esta convalecencia parecía sana, pero continuó padeciendo frecuentes dolores en la columna y en el pie derecho, aparte de experimentar una continua sensación de cansancio. Al año del accidente fue llevada de nuevo al hospital, donde fue mirada por rayos X —proceso que había sido omitido tras el accidente— para comprobar el estado de la columna. Le encontraron una rotura en la vértebra lumbar, cuya curación exigió el uso de diversos corsés de escayola durante nueve meses. En numerosas cartas a Alejandro Gómez Arias describió su estado durante este periodo, en el que su libertad de movimientos había quedado muy reducida, llegando al punto de tener que pasar temporadas en cama sin moverse. Para matar el aburrimiento y olvidar el dolor, comenzó a pintar durante estos meses. «Creí tener energía suficiente para hacer cualquier cosa en lugar de estudiar para doctora. Sin prestar mucha atención, empecé a pintar», declararía más tarde al crítico de arte Antonio Rodríguez.
Accidente, 1926. (+info).
«Mi padre tenía desde hacía muchos años una caja de colores al óleo, unos pinceles dentro de una copa vieja y una paleta en un rincón de su tallercito de fotografía. Le gustaba pintar y dibujar paisajes cerca del río en Coyoacán, y a veces copiaba cromos. Desde niña, como se dice comúnmente, yo le tenía echado el ojo a la caja de colores. No sabría explicar el por qué. Al estar tanto tiempo en cama, enferma, aproveché la ocasión y se la pedí a mi padre. Como un niño, a quien se le quita su juguete para dárselo a un hermano enfermo, me la <prestó>. Mi mamá mandó hacer con un carpintero un caballete… si así se le puede llamar a un aparato especial que podía acoplarse a la cama donde yo estaba, porque el corset de yeso no me dejaba sentar. Así comencé a pintar mi primer cuadro, el retrato de una amiga mía»[6].
La cama fue cubierta con un baldaquín en cuyo lado inferior había un espejo todo a lo largo, de modo que Frida podía verse a sí misma y servirse de modelo. Éste fue el comienzo de los numerosos autorretratos que constituyen la mayoría de su obra y de los que hay, casi sin excepciones, ejemplos en todas las fases de su creación. Un género sobre el que ella diría más tarde: «Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque soy el motivo que mejor conozco»[7].
Retablo, hacia 1943. (+info).
El camión, 1929. (+info).
En esta declaración está ya descrita la característica más obvia de la mayoría de sus autorrepresentaciones: la artista se pintaba en escenarios de amplios, áridos paisajes o en frías habitaciones vacías que reflejaban su soledad. También de sus retratos de cabeza y busto emana esta sensación. Cuando se representa en el lienzo en compañía de sus animales domésticos, parece una niña pequeña a la que el oso de peluche o la muñeca han de proteger. Los retratos de cabeza o de busto son frecuentemente complementados mediante atributos que poseen un significado simbólico. Por el contrario, los retratos de cuerpo entero, que en muchos casos están integrados en una representación escénica, están marcados en su mayoría por la biografía de la artista: la relación con su marido Diego Rivera, la forma de sentir su cuerpo, el estado de salud —determinado por las consecuencias del accidente—, la incapacidad de tener hijos, así como su filosofía de la naturaleza y de la vida y su visión del mundo. Con estas personalísimas representaciones rompió tabús que afectaban especialmente al cuerpo y la sexualidad femeninos. Ya en los años cincuenta observó Diego Rivera que ella era «la primera vez en la historia del arte que una mujer ha expresado con franqueza absoluta, descamada y, podríamos decir, tranquilamente feroz, aquellos hechos generales y particulares que conciernen exclusivamente a la mujer»[8]. El tiempo de convalecencia brindó a Frida Kahlo la ocasión de estudiar intensamente su reflejo en el espejo. Este autoanálisis tuvo lugar en una situación en que ella, salvada de la muerte, empezaba a descubrirse y experimentarse a sí misma y su entorno de una forma nueva y más consciente: «Desde entonces mi obsesión fue recomenzar de nuevo pintando las cosas tal y como yo las veía, con mi propio ojo y nada más»[9], se exteriorizó ante Rodríguez. Y la fotógrafa Lola Álvarez Bravo observó que la artista se había insuflado nueva vida con la pintura, que al accidente siguió una especie de renacimiento en el que su amor por la naturaleza, por los animales, los colores y las frutas, por todo lo nuevo y positivo, se había renovado[10].
Diego Rivera
Balada de la Revolución (detalle), 1923-28. (+info).
Los autorretratos la ayudaron a hacerse una idea de su propia persona y a crearla de nuevo tanto en el arte como en la vida, al objeto de encontrar una nueva identidad. Esto podría aclarar por qué los autorretratos acusan diferencias tan minimales. Casi siempre con el mismo rostro máscara, que apenas deja entrever expresiones de sentimientos o estados de ánimo, la artista mira de frente al espectador. Sus ojos, cubiertos por las cejas oscuras, sorprendentemente enérgicas, que se unen sobre el nacimiento de la nariz como alas de pájaro, impresionan por su expresividad.
Para expresar sus fantasías y sentimientos, desarrolló una lengua pictórica con vocabulario y sintaxis propios. Utilizó símbolos que han de ser descifrados por el que quiera analizar su obra y los contextos que la rodean. Su mensaje no es hermético; las obras han de entenderse como resúmenes metafóricos de experiencias concretas. El fantástico mundo de imágenes que llena los trabajos de Frida Kahlo se remonta, sobre todo, al arte popular mexicano y a la cultura precolombina. Además, se vahó de los retablos populares, de las representaciones de mártires y santos, tan arraigados en las creencias populares. Echó mano de tradiciones que todavía hoy viven en la cotidianeidad mexicana, tradiciones que resultan surreales a los europeos. Si bien muchos de sus trabajos contienen elementos surreales y fantásticos, no han de ser calificados de surrealistas, pues en ninguno de ellos se alejó la artista por completo de la realidad. Sus mensajes no son nunca intrascendentes o ilógicos. En ellos se funden, como en tantas obras de arte mexicanas, realidad y fantasía como componentes de la misma realidad.
La primera autorrepresentación de Frida Kahlo, de 1926, el Autorretrato con traje de terciopelo, al igual que los retratos de amigas, amigos y de sus hermanas de sus comienzos artísticos están aún orientados en la pintura mexicana de retratos del siglo XIX, de influencia europea. Ejemplos de ello son el Retrato de Miguel N. Lira, el Retrato de Alicia Galant y el Retrato de Cristina, mi hermana. Se diferencian notablemente de los retratos posteriores de la artista, en los que se aprecia un claro giro hacia el «mexicanismo», hacia la afirmación nacional mexicana. Este sentimiento nacionalista sostuvo al país tras la Revolución.
Frieda Kahlo y Diego Rivera o Diego y Frieda, 1930. (+info).
Con la elección de Álvaro Obregón como presidente (1920) y la institución de un ministerio de cultura (SEP) bajo la dirección de José Vasconcelos, no sólo se luchó contra el analfabetismo, sino que se puso en marcha un amplio movimiento de renovación cultural. La meta era la igualdad social y la integración cultural de la población india, así como la recuperación de una cultura autóctona mexicana. Si desde la conquista española se habían reprimido los elementos culturales indios y a partir del siglo XIX se promovía el arte académico de influencia europea, después de la Revolución se llevó a efecto una reorientación. Muchos artistas que encontraban degradante la hasta entonces corriente imitación de modelos foráneos, promovían ahora un arte mexicano independiente, desprendido de todo academicismo. Tomaban partido por la reflexión sobre los orígenes mexicanos y la revalorización del arte popular.
Frida Kahlo y Diego Rivera en la manifestación del 1 de mayo de 1929 en México. (+info).
A este círculo de intelectuales se unió Frida Kahlo en el año 1928. Hacia finales de 1927 se había restablecido hasta tal punto, que podía volver a llevar una vida «normal». Así, activó con renovada intensidad el contacto con antiguos camaradas de la escuela. Muchos de ellos habían abandonado entretanto la Preparatoria y estudiaban ya en la universidad, donde eran políticamente activos. Germán de Campo, uno de sus amigos de la época escolar, la introdujo a principios de 1928 en un círculo de gente joven entorno al comunista cubano Julio Antonio Mella. Mella, que vivía exiliado en México, estaba emparejado con la fotógrafa Tina Modotti, a su vez en contacto con artistas progresivos.
Retrato Lupe Marín, 1929. (+info).
Por medio de ella conoció Frida Kahlo a Diego Rivera. Ya una vez, en 1922, había tenido ocasión de observarlo: durante la realización de su primer mural en el Anfiteatro Simón Bolívar, en la Escuela Nacional Preparatoria. Ahora, al objeto de mostrarle sus propios trabajos, hizo una visita al artista, entretanto acreditado en el Ministerio de Cultura, donde estuvo trabajando en un nuevo mural en el periodo de 1923 a 1928. Frida admiraba al artista y su obra, por lo que quería saber su opinión sobre sus propios trabajos y si veía en ella dotes de pintora. Las obras que Frida trajo consigo impresionaron no poco al muralista: «Los lienzos revelaban una desacostumbrada fuerza expresiva, una exposición precisa de los caracteres y auténtica seriedad. […] Poseían una franqueza fundamental y una personalidad artística propia. Transmitían una sensualidad vital enriquecida mediante una cruel, si bien sensible, capacidad de observación. Para mí era evidente que tenía ante mí a una verdadera artista»[11].
Diego Rivera la animó a continuar con la pintura y fue, a partir de entonces, invitado frecuente en casa de los Kahlo. En su mural Balada de la Revolución en el Ministerio de Cultura, incluyó un retrato de Frida Kahlo. Aparece en el panel Frida Kahlo reparte las armas, flanqueada por Tina Modotti, Julio Antonio Mella y David Alfaro Siqueiros. Su atuendo —falda negra y blusa roja, con una estrella roja sobre el pecho— revela a la joven mujer como miembro del Partido Comunista de México (PCM), del que, efectivamente, se haría miembro en 1928. Junto con sus camaradas del partido, apoyó la lucha de clases armada del pueblo mexicano.
Ella misma se autorrepresentó un año más tarde de forma completamente diferente en el Autorretrato «El tiempo vuela». Una comparación con el Autorretrato con traje de terciopelo de septiembre de 1926, un regalo para su antiguo amigo Alejandro Gómez Arias, hace evidente cuánto ha cambiado su estilo. En este cuadro se revela su interés por la pintura renacentista italiana. En lugar de los dignos retratos aristocráticos de efecto ligeramente melancólico, donde el alargado cuello recuerda representaciones de Amedeo Modigliani, aquí nos mira de frente un rostro fresco, con color en las mejillas, alegre, positivo y seguro de sí mismo. El elegante vestido con valioso brocado ha sido sustituido por una sencilla blusa de algodón —una prenda popular que todavía hoy se puede encontrar en todos los mercados mexicanos—. El sombrío fondo art nouveau, que también reencontramos en el Retrato de Alicia Galant, ha sido rasgado: una cortina abierta en el centro y recogida hacia los lados por medio de dos gruesos cordeles rojos, permite ver el cielo sobre la baranda del balcón, donde un pequeño avión de hélice vuela en círculos. A la derecha, tras el hombro de Frida, se hace visible una columna torneada, sobre la que, en lugar del esperado objeto valioso o decorativo, se encuentra un profano despertador de metal. Con la representación del avión y el reloj da imagen al dicho popular «el tiempo pasa volando».
Frieda y Diego Rivera o Frieda Kahlo y Diego Rivera, 1931. (+info).
ARRIBA Y ABAJO.
José Guadalupe Posada (1851-1913).
Dibujos sin título.
El 21 de agosto de 1929 se casan Frida Kahlo y Diego Rivera. Diego era 21 años mayor que Frida. El influjo ideológico de Rivera sobre Frida se hace patente en el trabajo recién descrito. Por esta época se adhirió al grupo de artistas e intelectuales que abogaban por un arte autóctono mexicano. El «mexicanismo» iba a ser expresado sobre todo en la pintura mural de matiz educativo, especialmente apoyada por el estado con el fin de hacer asequible la historia nacional a un gran número de analfabetos. Particular resonancia encontraron los murales de José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Pero no sólo en la pintura monumental, sino también en los pequeños paneles, de carácter más privado, se tematizaban «ideas nacionales», género en que destacan Gerardo Murillo —llamado Dr. Atl—, Adolfo Best Maugard y Roberto Montenegro. Había que revalorizar los elementos del arte popular mexicano e incluirlos en el concepto, de tal manera que los objetos del arte popular no fueran únicamente extraídos de su contexto, transportados a la ciudad y expuestos como obras de arte —tal como normalmente sucedía—, sino que debían ser integrados en las obras creadas por artistas mexicanos. Adolfo Best Maugard escribió en 1923 un libro pedagógico con dibujos sobre tradición, reanimación y desarrollo del arte mexicano. A una introducción teorética sobre la función social del arte y la significación del arte popular, sigue una disertación con ejemplos sobre elementos y formas del arte popular mexicano.
La cama de Frida Kahlo. (+info).
En su Autorretrato, realizado en el mismo año, trasladó su teoría a las imágenes pictóricas, haciendo uso de innumerables elementos nombrados en la publicación - por ejemplo, la estilizada forma expositiva, sin perspectiva al objeto de remitir a las fuentes indias del arte popular mexicano.
También los orígenes coloniales de la a menudo anónima pintura retratista del siglo XIX en México se daban a conocer de idéntica forma. Así, por ejemplo, utilizó la cortina sujeta con cordeles, un elemento del retrato del siglo pasado, que ya aparece en los retratos de la época colonial y que fue integrado en el arte popular. Igualmente diseñó el fondo de colinas, el castillo con banderita mexicana en el tejado, el sol y el avión en el cielo y la ornamentación del escenario de primer plano, de acuerdo con el desarrollo y la enseñanza de su publicación. Es muy probable que Frida Kahlo conociera tanto este escrito teorético como el autorretrato cuando se unió al círculo artístico. En todo caso, sus propias exposiciones exhiben correspondientes influjos: el sencillo ropaje, los pendientes coloniales y el collar de jade remiten a las influencias culturales precolombinas y coloniales. En su representación tiene en cuenta los orígenes de la cultura mexicana y se caracteriza a sí misma como mestiza, como «auténtica» mexicana proveniente de la mezcla de sangre india y española. Ello es expresión de su conciencia nacional, subrayada aún más por el dominio de los colores de la bandera mexicana, verde, blanco y rojo. Motivos como el pequeño avión de hélice y las cortinas a modo de marco simétrico, que también componen el fondo de otros retratos, remiten al autorretrato de Best Maugard, el cual —si bien existen grandes diferencias de estilo entre ambos— probablemente le ha servido de modelo.
Retrato de Luther Burbank, 1931. (+info).
Autorretrato «very ugly», 1933. (+info).
«Varios críticos de diversos países», observó Diego Rivera sobre las representaciones de la artista ligadas al «Mexicanismo», «han encontrado que la pintura de Frida Kahlo es la más profunda y popularmente mexicana del tiempo actual. Yo estoy de acuerdo con esto. […] Entre los pintores cotizados como tales en la superestructura del arte nacional, el único que se liga estrechamente, sin afectación ni prejuicio estético sino, por decirlo así, a pesar de él mismo, con esta pura producción popular es Frida Kahlo»[12].
Del arte popular tomó Frida el colorido y determinados motivos, como las «figuras de Judas», que la acompañan en sus autorrepresentaciones. Se valió de elementos de los retablos de anónimos artistas profanos y se inspiró también en la cultura precolombina y en la pintura retratista mexicana del siglo XIX. Los objetos del arte popular que Frida Kahlo utilizaba como estímulo para sus trabajos, eran asimismo codiciadas piezas decorativas con que los intelectuales mexicanos decoraban sus casas. También en casa de los Kahlo-Rivera eran muebles típicos, objetos de pintura esmaltada, máscaras. Judas de pasta de papel y retablos, componentes esenciales de la decoración casera.
En sus autorretratos, Frida Kahlo se pinta la mayoría de las veces vestida con sencillos atuendos campesinos o con trajes indios, expresando así su identificación con la población india. «En otra época me vestía de muchacho, con el pelo al rape, pantalones, botas y una chamarra de cuero, pero cuando iba a ver a Diego me ponía mi traje de Tehuana»[13]. En efecto, Frida se vestía a veces como un hombre, dando así la imagen de una mujer extraordinaria, autónoma. Esta impresión se reforzaría aún más con el traje ricamente adornado de las mujeres, seguras de sí mismas, del Istmo de Tehuantepec. Éste fue su atuendo preferido desde que se casó con Rivera, y tenía, además, la ventaja de que la falda larga hasta el suelo ocultaba a la perfección su defecto corporal, la pierna derecha, más corta y delgada que la izquierda. El atuendo proviene de una región del suroeste de México cuyas tradiciones matriarcales se han conservado hasta el día de hoy, y cuya estructura económica delata el dominio de la mujer. Posiblemente fue esta circunstancia el incentivo adicional que hizo que muchas mexicanas intelectuales de la ciudad eligieran este atuendo en los años veinte y treinta. El traje concordaba perfectamente con el naciente espíritu nacionalista y la vuelta a la cultura india. «La ropa clásica mexicana ha sido hecha por gente sencilla para gente sencilla», dice Diego Rivera. «Las mexicanas que no quieren ponérsela, no pertenecen a este pueblo, sino que dependen, en sentimiento y espíritu, de una clase extranjera a la que quieren pertenecer, concretamente la clase poderosa de la burocracia americana y francesa»[14].
Retrato de Eva Frederick, 1931. (+info).
En Frida Kahlo, que sí usaba esta ropa, veía Diego Rivera «la encamación misma del esplendor nacional»[15]. Con el mismo propósito imbuido de ideología, diseñaba la artista los fondos de sus autorretratos, escogiendo atributos que acompañaran su imagen. Llevó la flora y la fauna mexicanas a sus exposiciones, dibujó cactus, plantas de la selva, rocas de lava, monos, perros Itzcuintli, ciervos, papagayos —animales que ella tenía como mascotas y que aparecen en sus cuadros como compañeros de la soledad—.
Autorretrato con el pelo suelto, 1947. (+info).
Autorretrato, 1948. (+info).
Más de la mitad de los retratos de Frida Kahlo son autorretratos. Especialmente durante la separación y divorcio de su marido en 1939, se pintaba casi exclusivamente a sí misma. En todos los retratos intenta expresar el estado de ánimo correspondiente.
«Me retrato a mí misma porque paso mucho tiempo sola y porque yo soy el motivo que mejor conozco».
FRIDA KAHLO.
Autorretrato «The Frame», hacia 1938. (+info).