Capítulo 5
Quinta regla del fútbol americano:
Cuando el portador de la pelota pierde la posesión de esta involuntariamente se produce un balón suelto.
KEV MACMURRAY
Ir al gimnasio ha sido una completa estupidez. Menos mal que he tenido el tino de dejarlo antes de lesionarme. No sé cómo se sienten los caballos viejos que papá o el abuelo tienen en los establos, pero seguro que los potros jóvenes no los miran tan mal como me han mirado a mí esos aspirantes a deportistas del año del gimnasio. Mequetrefes.
Por eso entreno siempre en casa o en el estadio.
Ha sido una estupidez, claro que últimamente estoy cometiendo muchas. Y si soy sincero conmigo mismo muy pocas tienen que ver con que este sea mi último año en el equipo o como jugador profesional. Cuando empecé ya sabía que no iba a poder jugar al fútbol toda la vida y nunca he dejado de prepararme para este momento. Incluso ha habido épocas en las que he ansiado que llegase, claro que siempre pensé que cuando abandonase el fútbol tendría una vida esperándome, y en realidad no tengo nada. O mejor dicho, a nadie.
Aparto la cabeza hacia atrás y dejo que el chorro de la ducha me golpee en la cara.
He tenido suerte de jugar hasta los treinta y cinco. Mucha suerte.
Y llevo años preparándome para esto, me repito, desde el principio en realidad. Nunca he querido que este deporte fuese toda mi vida.
Siempre he querido más. Cierro el agua y cojo la toalla. El problema es que hasta ahora nadie me ha obligado a plantearme seriamente en qué consiste este «más».
No puedo dejar de pensar en Susana.
Lo más extraño es que empiezo a darme cuenta de que hace casi un año que tengo ese problema, si es que puedo definir a Susana como un «problema». Cuando veo una película mala pienso que la próxima vez que vea a Susana le diré que me ha gustado sólo para ver la cara de horror que pone. Cuando asisto a una cena del club con alguna modelo, me imagino el comentario sarcástico que saldrá de los labios de… la prometida de mi mejor amigo.
Salgo de la ducha y prácticamente sin secarme me visto furioso y recojo la bolsa con movimientos bruscos. ¿Cómo es posible que acabe de ducharme y que ya tenga la espalda empapada de sudor?
No puedo dejar de pensar en esa ridícula mancha de mantequilla y en lo mucho que he tenido que contenerme para no limpiársela con un beso. O con la lengua.
Maldita sea.
Susana es la prometida de Tim.
«No, no lo es».
Da igual, Susana nunca me ha despertado esa clase de reacciones.
«Mientes».
Sí, miento, y al parecer discuto con mi conciencia.
Bajo la escalera y cuando llego a la calle me pongo una gorra de béisbol de un equipo de otra ciudad y las gafas de sol. Con este sencillo disfraz normalmente suelo pasar desapercibido. Supongo que ningún seguidor de los Patriots se plantearía la posibilidad de que el capitán de su equipo saliese a la calle con una gorra de los Denver Broncos.
Probablemente Susana pillaría el chiste.
Mierda, no puedo dejar de pensar en ella. Acelero el paso y me coloco bien la gorra, un gesto que sólo hago cuando estoy nervioso. Lo que me está pasando con Susana es temporal. Tiene que ser temporal.
Maldita sea, la imagen de Susana sonriéndole a ese camarero cuando le devolvió la americana manchada antes de la cena en L’Escalier; la peca al lado de la sexta vértebra; la mantequilla junto a la comisura del labio.
Miento. No puedo seguir negándomelo.
Susana siempre me ha parecido muy atractiva. Pero Tim la vio primero y todavía recuerdo cómo sonrió el día que la conoció.
Hacía mucho tiempo que no lo veía tan optimista y tan dispuesto a encontrar una mujer que le hiciese olvidar a Amanda, así que me hice a un lado. Podría describir la extraña presión que sentí en el pecho cuando oí que Tim le preguntaba a Susana si quería cenar con él esa misma noche. Y lo fuerte que cerré los puños cuando ella le dijo que sí en medio del pasillo de la cadena de televisión.
¿Qué habría pasado si hubiese salido yo por esa puerta? ¿Si hubiese sido yo el que hubiese chocado con ella?
Lo curioso es que salí yo primero por esa puerta, pero me quedé tan embobado mirándola que Tim me pasó por el lado y se colocó delante de mí… y chocó con ella.
Después de la breve conversación que mantuvieron, durante la cual ella me fulminó con la mirada, Tim y yo nos dirigimos hacia el plató donde iban a entrevistarnos y mi amigo prácticamente no dejó de hablar de la buena impresión que le había causado.
Me dijo que tenía la sensación de que podían hacerse amigos.
Y que le parecía una mujer muy atractiva.
No sé que diablos vio ese día Tim en mi rostro, pero lo cierto es que me preguntó si Susana me gustaba y si prefería salir yo con ella.
Y yo solté una carcajada y le dije que no fuese idiota, que por mí podía casarse con ella en aquel preciso instante y tener una docena de hijos.
Estúpido.
Me pasé esa noche en vela, aunque no sé muy bien el motivo, y el fin de semana siguiente fui a pasarlo a Aspen con Kassandra, una modelo rusa espectacular.
Y cuando volví Tim no paraba de hablar de Susan esto, Susan lo otro.
Yo me dije que me había salvado por los pelos. La tal Susan parecía una mujer fría y calculadora. Distante. Estirada. Esnob. Sí, seguro que cualquier psiquiatra se frotaría las manos sólo con escucharme, pero hice lo que tenía que hacer.
Convertí a Susana en Susan, en una mujer insulsa e incapaz de afectarme. En la mujer que le había devuelto la ilusión a mi mejor amigo.
Y no sirvió de nada. Oh, sí, me distrajo durante un tiempo, nada más. Cada vez que coincidía con Susana me peleaba con ella.
Sus insultos me ponen furioso… Por eso después de verla echo los mejores polvos de mi vida con la primera mujer que se cruza en mi camino.
No puedo creerme que lleve un año comportándome de esta manera. Es completamente absurdo.
Y sin embargo es lo único que tiene sentido.
Lo mejor será que me olvide de todo. Aunque Tim y Susana ya no vayan a casarse es más que evidente que ella me odia. Ni siquiera me dará la oportunidad de ser su amigo. Y yo tampoco sé si quiero serlo.
Me suena el móvil y veo el nombre de Mike en la pantalla.
—¿Dónde estás? —Es lo primero que me pregunta el entrenador cuando descuelgo.
—Caminando por la calle, ¿y tú?
—Paseando de un lado al otro de mi jardín para contener las ganas que tengo de estrangularte, capitán. ¿Por qué diablos me ha insinuado tu agente que estás dispuesto a no renovar para otra temporada?
—Tengo treinta y cinco años, Mike.
—Y yo cincuenta y siete.
—No quiero que el club me traspase a un equipo de segunda, ni pasarme toda la temporada en el banquillo. Tal vez ha llegado el momento de colgar el casco.
—Entre Tinman y tú no sé a quién de los dos matar antes. Mira, Mac, no te quedan muchos años, eso es cierto. Y reconozco que eres demasiado inteligente por tu propio bien. Seguro que cuando te retires crearás un imperio, pero no será el año que viene. Los Patriots necesitan a su capitán esta próxima temporada.
—Mike…
—Yo te necesito, Mac.
—No es verdad.
—Sí que lo es. —Mike suspira—. Mira, Mac, sé que estos últimos meses han sido muy difíciles para ti con la boda de Tim y… —Se queda en silencio. ¿Qué diablos cree saber Mike?—. En fin, eso ahora da igual, ¿no?
—No sé de qué estás hablando.
—Aprovecha las vacaciones para ordenar la mente. Relájate. Vete de viaje. Haz lo que quieras —refunfuña—. Pero llama a tu maldito agente y dile que este año no vas a retirarte.
—Me lo pensaré.
—Hazlo.
Me cuelga antes de que pueda decirle algo más. Mike es el entrenador más peculiar que he conocido jamás. Es toda una institución y es famoso por su mal carácter.
¿Por qué ha dicho eso sobre la boda de Tim? ¿Acaso ha pretendido insinuar que lo he pasado mal porque Tim y Susana iban a casarse? ¿Lo he pasado mal? ¿De verdad es tan obvio?
Llego al lugar donde he aparcado el coche y lo abro. Lanzo la bolsa del gimnasio encima del asiento del acompañante y me pongo tras el volante.
Conducir me relaja y el camino hasta casa me permite pensar en lo que ha sucedido estos últimos días.
Perdimos la Super Bowl.
Susana se preocupó por mí en L’Escalier.
Tim y Susana no van a casarse.
Susana tiene una peca en un pómulo y otra en la espalda. ¿Cuántas más tendrá?
Piso el acelerador al llegar a la carretera que se aleja de la ciudad. Mi todoterreno pasa por delante del restaurante donde Tim me obligó a cenar con él y con Susana hace casi un año. El día que Susana empezó a odiarme e iniciamos nuestra guerra particular.
La única relación que me vi capaz de mantener con ella sin volverme loco.
Bistró Meatpack un año atrás.
No sé por qué Susana insiste en ponerse estos trajes tan sobrios y tan aburridos. Claro que a Tim parecen gustarle. Mucho, en realidad, a juzgar por como la sujeta por la cintura.
Pero ella mantiene las distancias. ¿Por qué no se relaja?
Tengo que dejar de mirarla, ella ha empezado a juntar las cejas, seguro que de un momento a otro me insultará.
Menos mal.
Así podré hablar con ella.
Tim lleva semanas pidiéndome que cene con ellos dos porque dice que quiere presentármela. Al parecer se ha olvidado de que ya la conozco, de que estaba con él el día que le pidió que saliera con él por primera vez. Me habría negado, si hubiese encontrado una excusa plausible.
—Si me disculpáis, voy a saludar a esa pareja —nos dice Susana—. Ella es una de las maquilladoras de la cadena.
—Por supuesto —accede Tim con mucha formalidad.
Y Susana le sonríe.
Y a mí me ignora.
¿Por qué me ignora? Yo ya me he rendido, no le he dicho nada a Tim ni a ella. Estoy dispuesto a quedarme en un rincón, pero no pienso soportar que finja que no existo.
Eso jamás.
—Esta chica me gusta, Mac —me dice Tim sujetando la cerveza en una mano—. Y nos llevamos muy bien.
—Me alegro —le digo porque qué otra opción me queda.
—No se parece en nada a Amanda —sigue Tim—. Con ella siempre discutía.
—Estabas loco por Amanda —le recuerdo—. Querías pasar el resto de tu vida con ella.
—Sí, ya ves. —Se encoge de hombros y bebe un poco—. Tal vez lo pasaré con Susan. ¿No crees que con ella estaré mejor que con Amanda?
Estoy a punto de decirle que sí, de soltar una frase hecha de esas que no significan nada, como por ejemplo que ha madurado y que ahora está preparado para tener una relación formal, pero justo entonces veo a Susana reflejada en un espejo que hay colgado al final del restaurante.
Se está acercando hacia nosotros y me está mirando. Está tan concentrada mirándome la nuca y la espalda que ni siquiera se ha dado cuenta de que la he pillado.
¿Me mira cuando cree que nadie la ve? ¿Pero quién se ha creído que es? Si quiere mirarme, que me mire a la cara.
Me suda la nuca y puedo sentir los ojos de ella recorriéndome la piel, los hombros. Ladeo un poco la cabeza para quitarme de encima esa sensación. Es extraña y no me gusta cómo me hace sentir.
Casi ha llegado a la mesa, estoy seguro de que si levanto un poquito la voz podrá oírme sin ningún problema.
—No, no lo creo —le contesto a Tim y acto seguido subo ligeramente el volumen—: Susan es una farsante estirada que parece más frígida que un témpano de hielo. —Ya está. Me ha oído. Se detiene en seco y me clava los ojos en la nuca, esta vez con odio. Puedo sentirlos. A ver si ahora también es capaz de ignorarme. Cierro los dedos alrededor del vaso de agua y vuelvo a hablar—: Una mujer que se esfuerza tanto por aparentar lo que no es no puede estar bien de la cabeza, Tim.
A Susana le tiembla la mandíbula un segundo. Es tan breve que creo habérmelo imaginado, aunque dura lo suficiente para que me sienta culpable. Y para que tenga ganas de ponerme de pie y disculparme con ella, pero entonces Susana reanuda la marcha hasta la mesa.
Ahora me insultará. Me gritará. Le exigirá a Tim que defienda su honor.
Y tendrá que mirarme.
No hace nada.
Absolutamente nada.
Bueno, se acerca a Tim, le da un beso en la mejilla y acto seguido ocupa su silla y coge la carta.
—¿Qué me recomendáis?
Las luces de la carretera parpadean y me veo obligado a concentrarme de nuevo en la circulación. Me ha ido muy bien recordar ese momento.
No puedo olvidarme de que a Susana yo no le afecto lo más mínimo. Lo mejor será que me limite a hacer lo que me ha pedido Tim, asegurarme de que ella está bien, y seguir con mi vida como hasta ahora.