PARTE SEGUNDA
(El telón comienza a subir lentamente. Se inician las vibraciones luminosas. Los investigadores, uno a cada lateral, están fuertemente iluminados. El escenario está en penumbra; en la oficina y en el cuarto de estar la luz crece un tanto. Inmóvil y sentada a la mesa de la oficina, Encarna. Inmóviles y abrazados en la vaga oscuridad del pasillo, La madre y Vicente.) |
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ELLA: |
Comienza la segunda parte de nuestro experimento. |
ÉL: |
Sus primeras escenas son posteriores en ocho días a las que habéis visto. (Señala a la escena.) Los proyectores trabajan ya y por ello vemos presencias, si bien aún inmóviles. |
ELLA: |
Los fragmentos rescatados de esos días no son imprescindibles. Vimos en ellos a Encarna y a Vicente trabajando en la oficina y sin hablar apenas… |
ÉL: |
También los vimos en una alcoba, que sería quizá la de Vicente, practicando rutinariamente el amor físico. |
ELLA: |
Captamos asimismo algunos fragmentos de la intimidad de Mario y sus padres. Muñecos recortados, pruebas corregidas, frases anodinas… Minutos vacíos. |
ÉL: |
Pero no captamos ningún nuevo encuentro entre Encarna y Mario. |
ELLA: |
Sin duda, no lo hubo. |
ÉL: |
El experimento se reanuda, con visiones muy nítidas, durante una inesperada visita de Vicente a su antigua casa. |
(La luz llega a su normal intensidad en la oficina y en el cuarto de estar. Encarna comienza a moverse lentamente.) |
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ELLA: |
Recordaréis que su hermano se lo había dicho: "Tú vuelves cada vez con más frecuencia… " |
ÉL: |
(Señala al escenario.) El resto de la historia nos revelará los motivos. |
(Salen Él y Ella por ambos laterales. La luz crece sobre La madre y el hijo. Encarna repasa papeles: está ordenando cartas para archivar. Su expresión es marchita. La madre y Vicente deshacen el abrazo. Mientras hablan, Encarna va al archivador y mete algunas carpetas. Pensativa, se detiene. Luego vuelve a la mesa y sigue su trabajo.) |
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LA MADRE: |
(Dulce.) ¡Te me estás volviendo otro! Vienes tanto ahora… (Vicente sonríe.) Pasa, pasa. ¿Quieres tomar algo? Leche no queda, pero te puedo dar una copita de anís. (Llegan al cuarto de estar.) |
VICENTE: |
Nada, madre. Gracias. |
LA MADRE: |
O un vasito de tinto… |
VICENTE: |
De verdad que no, madre. (Encarna mira al vacío, sombría.) |
LA MADRE: |
¡Mala suerte la mía! |
VICENTE: |
¡No lo tomes tan a pecho! |
LA MADRE: |
¡No es eso! Yo tenía que subir a ayudar a la señora Gabriela. Quiere que le enseñe cómo se hacen los huevos a la besamel. Es más burra… |
VICENTE: |
Pues sube. |
LA MADRE: |
¡Que se espere! Tu padre salió a pasear con el señor Anselmo. No tardarán en volver, pero irán arriba. |
VICENTE: |
(Se sienta con aire cansado.) ¿No está Mario? |
LA MADRE: |
Tampoco. |
(Encarna deja sus papeles y oculta la cabeza entre las manos.) |
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VICENTE: |
¿Qué tal sigue padre? (Enciende un cigarrillo.) |
LA MADRE: |
Bien, a su modo. |
(Va a la mesita para tomar el cenicero de Mario.) |
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VICENTE: |
¿Más irritado? |
LA MADRE: |
(Avergonzada.) ¿Lo dices por lo de… la televisión? |
VICENTE: |
Olvida eso. |
LA MADRE: |
Él siempre ha sido irritable… Ya lo era antes de enfermar. |
VICENTE: |
De eso hace ya mucho… |
LA MADRE: |
Pero me acuerdo. |
(Le pone el cenicero al lado.) |
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VICENTE: |
Gracias. |
LA MADRE: |
Yo creo que tu padre y el señor Anselmo están ya arriba. Voy a ver. |
(Va hacia el fondo). |
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VICENTE: |
Y del tren, ¿te acuerdas? |
(La madre se vuelve despacio y lo mira. Comienza a sonar en el mismo instante el teléfono de la oficina. Encarna se sobresalta y lo mira, sin atreverse a descolgar.) |
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LA MADRE: |
¿De qué tren? |
VICENTE: |
(Ríe, con esfuerzo.) ¡Qué mala memoria! (El teléfono sigue sonando. Encarna se levanta, mirándolo fijamente y retorciéndose las manos.) Sólo perdisteis uno, que yo sepa… (La madre se acerca y se sienta a su lado. Encarna va a tomar el teléfono, pero se arrepiente.) ¿O lo has olvidado? |
LA MADRE: |
Y tú, ¿por qué te acuerdas? ¿Porque tu padre ha dado en esa manía de que el tragaluz es un tren? Pero no tiene ninguna relación… (El teléfono deja de sonar. Encarna se sienta, agotada). |
VICENTE: |
Claro que no la tiene. Pero ¿cómo iba yo a olvidar aquello? |
LA MADRE: |
Fue una pena que no pudieses bajar. Culpa de aquellos brutos que te sujetaron… |
VICENTE: |
Quizá no debí apresurarme a subir. |
LA MADRE: |
¡Si te lo mandó tu padre! ¿No te acuerdas? Todos teníamos que intentarlo como pudiéramos. Tú eras muy ágil y pudiste escalar la ventanilla de aquel retrete, pero a nosotros no nos dejaron ni pisar el estribo… |
(Mario entra por el primer término izquierdo, con un libro bajo el brazo y jugando, ceñudo, con una ficha de teléfono. La luz creció sobre el velador poco antes. Mario se sienta al velador. Encarna levanta los ojos enrojecidos y mira al vacío: acaso imagina que Mario está donde efectivamente se encuentra. Durante los momentos siguientes Mario bate de vez en cuando, caviloso, la ficha sobre el velador.) |
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VICENTE: |
(Entre tanto.) La pobre nena… |
LA MADRE: |
Sí, hijo. Aquello fue fatal. (Se queda pensativa. Encarna torna a levantarse, consulta su reloj con atormentado gesto de duda y se queda apoyada contra el mueble, luchando consigo misma. La madre termina su triste recuerdo.) ¡Malditos sean los hombres que arman las guerras! (Suena el timbre de la casa.) Puede que sea tu hermano. (Va al fondo y abre. Es su marido, que entra sin decir nada y llega hasta el cuarto de estar. Entre tanto La madre sale al zaguán e interpela a alguien invisible.) ¡Gracias, señor Anselmo! Dígale a la señora Gabriela que ahora mismo subo. (Cierra y vuelve. El padre está mirando a Vicente desde el quicio de la puerta.) ¡Mira! Ha venido Vicentito. |
EL PADRE: |
Claro. Yo soy Vicentito. |
LA MADRE: |
¡Tu hijo, bobo! |
(Ríe.) |
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EL PADRE: |
Buenas tardes, señorito. A usted le tengo yo por aquí… |
(Va a la mesa y revuelve sus postales.) |
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LA MADRE: |
¿No te importa que te deje un rato con él? Como he prometido subir… |
EL PADRE: |
Quizá en la sala de espera. |
(Va a la cómoda y abre el cajón, revolviendo muñecos de papel.) |
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VICENTE: |
Sube, madre. Yo cuidaré de él. |
EL PADRE: |
Pues aquí no lo encuentro… |
LA MADRE: |
De todos modos, si viene Mario y tienes que irte… |
VICENTE: |
Tranquila. Esperaré a que bajes. |
LA MADRE: |
(Le sonríe.) Hasta ahora, hijo. (Sale corriendo por el fondo, mientras murmura.) Maldita vieja de los diablos, que no hace más que dar la lata… |
(Abre y sale, cerrando. Vicente mira a su padre. Encarna y Mario miran al vacío. Encarna se humedece los labios, se apresta a una dura prueba. Con rapidez casi neurótica enfunda la máquina, recoge su bolso y, con la mano en el pestillo de la puerta, alienta, medrosa. Al fin abre y sale, cerrando. Desalentado por una espera que juzga ya inútil, Mario se levanta y cruza para salir por la derecha. El padre cierra el cajón de la cómoda y se vuelve.) |
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EL PADRE: |
Aquí tampoco está usted. (Ríe.) Usted no está en ninguna parte. |
(Se sienta a la mesa y abre una revista.) |
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VICENTE: |
(Saca una postal del bolsillo y la pone ante su padre.) ¿Es aquí donde estoy, padre? |
(El padre examina detenidamente la postal y luego lo mira.) |
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EL PADRE: |
Gracias, jovencito. Siempre necesito trenes. Van todos tan repletos… |
(Mira otra vez la tarjeta, la aparta y vuelve a su revista.) |
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VICENTE: |
¿Es cierto que no me recuerda? |
EL PADRE: |
¿Me habla usted a mí? |
VICENTE: |
Padre, soy su hijo. |
EL PADRE: |
¡Je! De algún tiempo a esta parte todos quieren ser mis hijos. Con su permiso, recortaré a este señor. Creo que sé quién es. |
VICENTE: |
Y yo, ¿sabe quién soy? |
EL PADRE: |
Ya le he dicho que no está en mi archivo. |
VICENTE: |
(Vuelve a ponerle delante la postal del tren.) ¿Ni aquí? |
EL PADRE: |
Tampoco. |
(Se dispone a recortar.) |
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VICENTE: |
¿Y Mario? ¿Sabe usted quién es? |
EL PADRE: |
Mi hijo. Hace años que no lo veo. |
VICENTE: |
Vive aquí, con usted. |
EL PADRE: |
(Ríe.) Puede que esté en la sala de espera. |
VICENTE: |
Y… ¿sabe usted quién es Elvirita? (El padre deja de reír y lo mira. De pronto se levanta, va al tragaluz, lo abre y mira al exterior. Pasan sombras truncadas de viandantes.) No. No subieron al tren. |
EL PADRE: |
(Se vuelve, irritado.) Subieron todos. ¡Todos o ninguno! |
VICENTE: |
(Se levanta.) ¡No podían subir todos! ¡No hay que guardarle rencor al que pudo subir!… |
(Pasan dos amigos hablando. Las sombras de sus piernas cruzan despacio. Apenas se distinguen sus palabras.) |
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EL PADRE: |
¡Chist! ¿No los oye? |
VICENTE: |
Gente que pasa. (Cruzan otras sombras.) ¿Lo ve? Pobres diablos a quienes no conocemos. (Enérgico.) ¡Vuelva a sentarse, padre! (Perplejo, El padre vuelve despacio a su sitio. Vicente lo toma de un brazo y lo sienta suavemente.) No pregunte tanto quiénes son los que pasan, o los que están en esas postales… Nada tienen que ver con usted y muchos de ellos ya han muerto. En cambio, dos de sus hijos viven… Tiene que aprender a reconocerlos. (Cruzan sombras rápidas. Se oyen voces: "¡Corre, que no llegamos!" "¡Sí, hombre! ¡Sobra tiempo!") Ya los oye: personas corrientes, que van a sus cosas. |
EL PADRE: |
No quieren perder el tren. |
VICENTE: |
(Se enardece.) ¡Eso es una calle, padre! Corren para no perder el autobús, o porque se les hace tarde para el cine… (Cruzan, en dirección contraria a las anteriores, las sombras de las piernas de dos muchachas. Se oyen sus voces: "Luisa no quería, pero Vicente se puso tan pesado, chica, que…" Se pierde el murmullo. Vicente mira al tragaluz, sorprendido. Comenta, inseguro.) Nada… Charlas de muchachas… |
EL PADRE: |
Han nombrado a Vicente. |
VICENTE: |
(Nervioso.) ¡A otro Vicente! |
EL PADRE: |
(Exaltado, intenta levantarse.) ¡Hablaban de mi hijo! |
VICENTE: |
(Lo sujeta en la silla.) ¡Yo soy su hijo! ¿Tiene usted algo que decirle a su hijo? ¿Tiene algo que reprocharle? |
EL PADRE: |
¿Dónde está? |
VICENTE: |
¡Ante usted! |
EL PADRE: |
(Después de mirarle fijamente vuelve a recortar su postal, mientras profiere, desdeñoso.) Márchese. |
(Cruzan sombras. Vicente suspira y se acerca al tragaluz.) |
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VICENTE: |
¿Por qué no dice "márchate" en lugar de "márchese"? Soy su hijo. |
EL PADRE: |
(Mirándolo con ojos fríos.) Pues márchate. |
VICENTE: |
(Se vuelve en el acto.) ¡Ah! ¡Por fin me reconoce! (Se acerca.) Déjeme entonces decirle que me juzga mal. Yo era casi un niño… |
EL PADRE: |
(Pendiente del tragaluz.) ¡Calle! Están hablando. |
VICENTE: |
¡No habla nadie! |
(Mientras lo dice, la sombra de unas piernas masculinas ha cruzado, seguida por la más lenta de unas piernas de mujer, que se detienen. Se oyen sus voces.) |
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VOZ FEMENINA: |
(Inmediatamente después de hablar Vicente.) ¿Los protegerías? |
VICENTE: |
(Inmediatamente después de la voz.) ¡No hay nada ahí que nos importe! |
(Aún no acabó de decirlo cuando se vuelve, asustado, hacia el tragaluz. La sombra masculina que casi había desaparecido, reaparece.) |
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VOZ MASCULINA: |
¡Vamos! |
VOZ FEMENINA: |
¡Contéstame antes! |
VOZ MASCULINA: |
No estoy para hablar de tonterías. |
(Las sombras denotan que el hombre aferró a la mujer y que ella se resiste a caminar.) |
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VOZ FEMENINA: |
Si tuviéramos hijos, ¿los protegerías? |
VOZ MASCULINA: |
¡Vamos, te he dicho! |
(El hombre remolca a la mujer.) |
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VOZ FEMENINA: |
(Angustiada.) ¡Di!… ¿Los protegerías?… (Las sombras desaparecen.) |
VICENTE: |
(Descompuesto.) No puede ser… Ha sido otra casualidad… (A su padre.) ¿O no ha pasado nadie? |
EL PADRE: |
Dos novios. |
VICENTE: |
¿Hablaban? ¿O no han dicho nada? |
EL PADRE: |
(Después de un momento.) No sé. |
(Vicente lo mira, pálido, y luego mira al tragaluz. De pronto, lo cierra con brusquedad.) |
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VICENTE: |
(Habla para sí, trémulo.) No volveré aquí… No debo volver… No. (El padre empieza a reír, suave pero largamente, sin mirado. Vicente se vuelve y lo mira, lívido.) ¡No!… (Retrocede hacia la cómoda, denegando.) No. |
(Se oyó la llave en la puerta. Entra Mario, cierra y llega hasta el cuarto de estar.) |
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MARIO: |
(Sorprendido.) Hola. |
VICENTE: |
Hola. |
MARIO: |
¿Te sucede algo? |
VICENTE: |
Nada. |
MARIO: |
(Mira a los dos.) ¿Y madre? |
VICENTE: |
Subió a casa de la señora Gabriela. |
(Mario cruza para dejar sobre su mesita el libro que traía.) |
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EL PADRE: |
(Canturrea.) La Rosenda está estupenda, la Vicenta está opulenta… |
MARIO: |
(Se vuelve y mira a su hermano.) Algo te pasa. |
VICENTE: |
Sal de esta casa, Mario. |
MARIO: |
(Sonríe y pasea.) ¿A jugar el juego? |
EL PADRE: |
Ven acá, señorito. ¿A que no sabes quién es ésta? |
MARIO: |
¿Cuál? |
EL PADRE: |
Ésta. (Le da la lupa.) Mira bien. |
(Encarna entra por el primer término izquierdo y se detiene, vacilante, junto al velador. Consulta su reloj. No sabe si sentarse.) |
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MARIO: |
(A su hermano.) Es una calle muy concurrida de Viena. |
EL PADRE: |
¿Quién es? |
MARIO: |
Apenas se la distingue. Está parada junto a la terraza de un café. ¿Quién pudo ser? |
EL PADRE: |
¡Eso! |
MARIO: |
¿Qué hizo? |
EL PADRE: |
¡Eso! ¿Qué hizo? |
MARIO: |
(A su hermano.) ¿Y qué le hicieron? |
EL PADRE: |
Yo sé lo que le hicieron. Trae, señorito. Ella me dirá lo que falta. (Le arrebata la postal y se levanta.) Pero no aquí. Ella no hablará ante extraños. |
(Se va por el pasillo, mirando la postal con la lupa, y entra en su habitación, cerrando.) |
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VICENTE: |
Vente a la Editora, Mario. En la primera etapa puedes dormir en mi casa. (Mario lo mira y se sienta, despatarrado, en el sillón de su padre.) Estás en peligro: actúas como si fueses el profeta de un dios ridículo… De una religión que tiene ya sus ritos: las postales, el tragaluz, los monigotes de papel… ¡Reacciona! |
(Encarna se decide y continúa su marcha, aunque lentamente, saliendo por el lateral derecho.) |
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MARIO: |
Me doy plena cuenta de lo extraños que somos. Pero yo elijo esa extrañeza. |
VICENTE: |
¿Eliges? |
MARIO: |
Mucha gente no puede elegir, o no se atreve. (Se incorpora un poco; habla con gravedad.) Tú y yo hemos podido elegir, afortunadamente. Yo elijo la pobreza. |
VICENTE: |
(Que paseaba, se le encara.) Se pueden tener ambiciones y ponerlas al servicio de una causa noble. |
MARIO: |
(Frío.) Por favor, nada de tópicos. El que sirve abnegadamente a una causa no piensa en prosperar y, por lo tanto, no prospera. ¡Quiá! A veces, incluso pierde la vida… Así que no me hables tú de causas, ni siquiera literarias. |
VICENTE: |
No voy a discutir. Si es tu gusto, sigue pensando así. Pero ¿no puedes pensarlo… en la Editora? |
MARIO: |
¿En la Editora? (Ríe.) ¿A qué estáis jugando allí? Porque yo ya no lo sé… |
VICENTE: |
Sabes que soy hombre de ideas avanzadas. Y no sólo literariamente. |
MARIO: |
(Se levanta y pasea.) Y el grupo que os financia ahora, ¿también lo es? |
VICENTE: |
¿Qué importa eso? Usamos de su dinero y nada más. |
MARIO: |
Y ellos, ¿no os usan a vosotros? |
VICENTE: |
¡No entiendes! Es un juego necesario… |
MARIO: |
¡Claro que entiendo el juego! Se es un poco revolucionario, luego algo conservador… No hay inconveniente, pues para eso se siguen ostentando ideas avanzadas… El nuevo grupo nos utiliza… Nos dejamos utilizar, puesto que los utilizamos… ¡Y a medrar todos! Porque ¿quién sabe ya hoy a lo que está jugando cada cual? Sólo los pobres saben que son pobres. |
VICENTE: |
Vuelves a acusarme y eso no me gusta. |
MARIO: |
A mí no me gusta tu Editora. |
VICENTE: |
(Se acerca y le aferra por un hombro.) ¡No quiero medias palabras! |
MARIO: |
¡Te estoy hablando claro! ¿Qué especie de repugnante maniobra estáis perpetrando contra Beltrán? |
VICENTE: |
(Rojo.) ¿De qué hablas? |
MARIO: |
¿Crees que no se nota? La novela que le ibais a editar, de pronto, no se edita. En las pruebas del nuevo número de la revista, tres alusiones contra Beltrán; una de ellas, en tu columna. Y un artículo contra él. ¿Por qué? |
VICENTE: |
(Le da la espalda y pasea.) Las colaboraciones son libres. |
MARIO: |
También tú, para encargar y rechazar colaboraciones. (Irónico.) ¿O no lo eres? |
VICENTE: |
¡Hay razones para todo eso! |
MARIO: |
Siempre hay razones para cometer una canallada. |
VICENTE: |
Pero ¿quién es Beltrán? ¿Crees tú que él ha elegido la oscuridad y la pobreza? |
MARIO: |
Casi. Por lo pronto, aún no tiene coche, y tú ya lo tienes. |
VICENTE: |
¡Puede comprárselo cuando quiera! |
MARIO: |
Pero no quiere. (Se acerca a su hermano.) Le interesan cosas muy distintas de las que te obsesionan a ti. No es un pobre diablo más, corriendo tras su televisión o su nevera; no es otro monicaco detrás de un volante, orgulloso de obstruir un poco más la circulación de esta ciudad insensata… Él ha elegido… la indiferencia. |
VICENTE: |
¡Me estás insultando! |
MARIO: |
¡Él es otra esperanza! Porque nos ha enseñado que también así se puede triunfar…, aunque sea en precario… (Grave.) Y contra ese hombre ejemplar os estáis inventando razones importantes para anularlo. Eso es tu Editora. (Se están mirando intensamente. Suena el timbre de la casa.) Y no quiero herirte, hermano. Soy yo quien está intentando salvarte a ti. (Sale al pasillo. Abre la puerta y se encuentra ante él a Encarna, con los ojos bajos.) ¿Tú? (Se vuelve instintivamente hacia el cuarto de estar y baja la voz.) Vete al café. Yo iré dentro de un rato. |
(Pero Vicente se ha asomado y reconoce a Encarna.) |
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VICENTE: |
¡Al contrario, que entre! Sin duda no es su primera visita. ¡Adelante, Encarna! (Encarna titubea y se adelanta. Mario cierra.) Ya sabes que lo sospeché. (Fuerte.) ¿Qué haces ahí parada? (Encarna avanza con los ojos bajos. Mario la sigue.) No me habéis engañado: sois los dos muy torpes. ¡Pero ya se acabaron todos los misterios! (Ríe.) ¡Incluidos los del viejo y los del tragaluz! No hay misterios. No hay más que seres humanos, cada cual con sus mezquindades. Puede que todos seamos unos redomados hipócritas, pero vosotros también lo sois. Conque ella era quien te informaba, ¿eh? Aunque no del todo, claro. También ella es hipócrita contigo. ¡Pura hipocresía, hermano! No hay otra cosa. Adobada, eso sí, con un poquito de romanticismo… ¿Sois novios? ¿Te dio ya el dulce "sí"? (Se sienta, riendo.) ¿A que no? |
MARIO: |
Aciertas. Ella no ha querido. |
VICENTE: |
(Riendo.) ¡Claro! |
MARIO: |
(A Encarna.) ¿Le hablaste de la carta? |
(Ella deniega.) |
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VICENTE: |
¡Siéntate, Encarna! ¡Como si estuvieras en tu casa! (Ella se sienta.) ¡Vamos a ver! ¿De qué carta me tenías que hablar? (Un silencio.) |
MARIO: |
Sabes que estoy a tu lado y que te ayudaré. (Un silencio.) |
VICENTE: |
¡Me intrigáis! |
MARIO: |
¡Ahora o nunca, Encarna! |
ENCARNA: |
(Desolada.) Yo… venía a decirte algo a ti. Sólo a ti. Después, le habría hablado. Pero ya… |
(Se encoge de hombros, sin esperanza.) |
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MARIO: |
(Le pone una mano en el hombro.) Te juro que no hay nada perdido. (Dulce.) ¿Quieres que se lo diga yo? (Ella desvía la vista). |
VICENTE: |
¡Sí, hombre! ¡Habla tú! Veamos qué misteriosa carta es ésa. |
MARIO: |
(Después de mirar a Encarna, que rehuye la mirada.) De una Editora de París, pidiéndoos los derechos de una obra de Beltrán. |
VICENTE: |
(Lo piensa. Se levanta.) Sí… Llegó una carta y se ha traspapelado. (Con tono de incredulidad.) ¿La tenéis vosotros? |
MARIO: |
(Va hacia él.) Ha sido encontrada, hecha añicos, en tu cesto. |
VICENTE: |
(Frío.) ¿Te dedicas a mirar en los cestos, Encarna? |
MARIO: |
¡Fue casual! Al tirar un papel vio el membrete y le llamó la atención. |
VICENTE: |
¿Por qué no me lo dijiste? Le habríamos pasado en seguida una copia al interesado. No olvides llevarla mañana. (Encarna lo mira, perpleja.) Quizá la rasgué sin darme cuenta al romper otros papeles… |
MARIO: |
(Tranquilo.) Embustero. |
VICENTE: |
¡No te tolero insultos! |
MARIO: |
Y toda esa campaña de la revista contra Beltrán, ¿también es involuntaria? ¡Está mintiendo, Encarna! ¡No se lo consientas! ¡Tú puedes hablarle de muchas otras cosas! |
VICENTE: |
¡Ella no hablará de nada! Y tampoco me habría hablado de nada después de hablar contigo, como ha dicho, porque tampoco a ti te habría revelado nada especial… Alguna mentirilla más, para que no la obligases a plantearme esas manías tuyas. ¿Verdad, Encarna? Porque tú no tienes nada que reprocharme… Eso se queda para los ilusos que miran por los tragaluces y ven gigantes donde deberían ver molinos. (Sonríe.) No, hermano. Ella no dice nada… (Mira a Encarna, que lo mira.) Ni yo tampoco. (Ella baja la cabeza.) Y ahora, Encarna, escucha bien: ¿quieres seguir a mi lado? (Un silencio. Encarna se levanta y se apatía, turbada.) |
MARIO: |
¡Contesta! |
ENCARNA: |
(Musita, con enorme cansancio.) Sí. |
MARIO: |
No. |
(Ella lo mira.) |
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VICENTE: |
¿Cómo? |
MARIO: |
Encarna, mañana dejas la Editora. |
VICENTE: |
(Riendo.) ¡Si no puede! Eso sí lo diré. ¿Tan loco te ha vuelto el tragaluz que ni siquiera te das cuenta de cómo es la chica con quien sales? ¿No la escuchabas, no le mirabas a la cara? ¿Le mirabas sólo a las piernas, como a los que pasan por ahí arriba? ¿No sabes que escribe "espontáneo" con equis? ¿Que confunde Belgrado con Bruselas? Y como no aprendió a guisar, ni a coser, no tiene otra perspectiva que la miseria…, salvo a mi lado. Y a mi lado seguirá, si quiere, porque…, a pesar de todo, la aprecio. Ella lo sabe… Y me gusta ayudar a la gente, si puedo hacerlo. Eso también lo sabes tú. |
MARIO: |
Has querido ofender con palabras suaves… ¡Qué torpeza! Me has descubierto el terror que le causas. |
VICENTE: |
¿Terror? |
MARIO: |
¡Ah, pequeño dictadorzuelo, con tu pequeño imperio de empleados a quienes exiges que te pongan buena cara mientras tú ahorras de sus pobres sueldos para tu hucha! ¡Ridículo aprendiz de tirano, con las palabras altruistas de todos los tiranos en la boca…! |
VICENTE: |
¡Te voy a cerrar la tuya! |
MARIO: |
¡Que se avergüence él de tu miedo, Encarna, no tú! Te pido perdón por no haberlo comprendido. Ya nunca más tendrás miedo. Porque tú sabes que aquí, desde mañana mismo, tienes tu amparo. |
VICENTE: |
¿Le estás haciendo una proposición de matrimonio? |
MARIO: |
Se la estoy repitiendo. |
VICENTE: |
Pero todavía no ha accedido. (Lento.) Y no creo que acceda. (Un silencio.) ¿Lo ves? No dice nada. |
MARIO: |
¿Quieres ser mi mujer, Encarna? |
ENCARNA: |
(Con mucha dificultad, después de un momento.) No. |
(Vicente resuella y sonríe, satisfecho. Mario mira a Encarna estupefacto y va a sentarse lentamente al sillón de su padre.) |
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VICENTE: |
¡Ea! Pues aquí no ha pasado nada. Un desengaño sentimental sin importancia. Encarna permanece fiel a la Editora y me atrevo a asegurar que más fiel que nunca. No te molestes en ir por las pruebas; te las iré enviando para ahorrarte visitas que, sin duda, no te son gratas. Yo también te libraré de las mías: tardaré en volver por aquí. Vámonos, Encarna. (Se encamina al pasillo y se vuelve. Atrozmente nerviosa, Encarna mira a los dos. Mario juguetea, sombrío, con las postales.) |
ENCARNA: |
Pero no así… |
VICENTE: |
(Seco.) No te entiendo. |
ENCARNA: |
Así no, Vicente… (Mario la mira.) ¡Así no! |
VICENTE: |
(Avanza un paso.) ¡Vámonos! |
ENCARNA: |
¡No…! ¡No! |
VICENTE: |
¿Prefieres quedarte? |
ENCARNA: |
(Con un grito que es una súplica.) ¡Mario! |
VICENTE: |
¡Cállate y vámonos! |
ENCARNA: |
¡Mario, yo venía a decírtelo todo! Te lo juro. Y voy a decirte lo único que aún queda por decir… |
VICENTE: |
¿Estás loca? |
ENCARNA: |
Yo he sido la amante de tu hermano. |
(Mario se levanta de golpe, descompuesto. Corta pausa.) |
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VICENTE: |
(Avanza un paso, con fría cólera.) Sólo un pequeño error: no ha sido mi amante. Es mi amante. Hasta ayer, por lo menos. |
MARIO: |
¡Canalla! |
VICENTE: |
(Eleva la voz.) Porque ahora, claro, sí ha dejado de serlo. Y también mi empleada… |
MARIO: |
(Aferra a su hermano y lo zarandea.) ¡Bribón! |
ENCARNA: |
(Grita y procura separarlos.) ¡No! |
MARIO: |
¡Gusano…! |
(Lo golpea.) |
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ENCARNA: |
¡No, por piedad! |
VICENTE: |
¡Quieto! ¡Quieto, imbécil! (Logra repelerlo. Quedan los dos frente a frente, jadeantes. Entre los dos, ella los mira con angustia.) ¡Ella es libre! |
MARIO: |
¡Ella no tenía otra salida! |
VICENTE: |
¡No vuelvas a inventar para consolarte! Ella me ha querido… un poco. (Encarna retrocede hasta la cómoda, turbada.) Y no es mala chica, Mario. Cásate con ella, si quieres. A mí ya no me interesa. Porque no es mala, pero es embustera, como todas. Además que, si no la amparas, se queda en la calle…, con un mes de sueldo. Tienes un mes para pensarlo. ¡Vamos, caballero andante! ¡Concédele tu mano! ¿O no te atreves? No me vas a decir que tienes prejuicios: eso ya no se estila. |
MARIO: |
¡Su pasado no me importa! |
VICENTE: |
(Con una leve risa contenida.) Si te entiendo… De pronto, en el presente, ha dejado de interesarte. Como a mí. Pásate mañana por la Caja, muchacha. Tendrás tu sobre. Adiós. (Va a irse. Las palabras de Mario le detienen.) |
MARIO: |
El sobre, naturalmente. Das uno, y a olvidar… ¡Pero tú no puedes olvidar, aunque no vuelvas! Cuando cometas tu próxima trapacería recuerda que yo, desde aquí, te estaré juzgando. (Lo mira muy frío y dice con extraño acento.) Porque yo sé. |
VICENTE: |
(Después de un momento.) ¿De qué hablas? |
MARIO: |
(Le vuelve la espalda.) Vete. |
VICENTE: |
(Se acerca.) ¡Estoy harto de tus insidias! ¿A qué te refieres? |
MARIO: |
Antes de Encarna, ya has destrozado a otros… Seguro que lo has pensado. |
VICENTE: |
¿El qué? |
MARIO: |
Que nuestro padre puede estar loco por tu culpa. |
VICENTE: |
¿Porque me fui de casa? ¡No me hagas reír! |
MARIO: |
¡Si no te ríes! (Va a la mesa y recoge una postal.) Toma. Ya es tarde para traerla. (Vicente se inmuta. Encarna intenta atisbar la postal.) Sí, Encarna: la misma que no quiso traer hace días, él sabrá por qué. |
VICENTE: |
(Le arrebata la postal.) ¡No tienes derecho a pensar lo que piensas! |
MARIO: |
¡Vete! ¡Y no mandes más sobres! |
VICENTE: |
(Estalla.) ¡Esto no puede quedar así! |
MARIO: |
(Con una risa violenta.) ¡Eso, tú sabrás! |
VICENTE: |
(Manosea, nervioso, la postal.) ¡Esto no va a quedar así! |
(Con el ceño fruncido se vuelve, traspone el pasillo y sale de la casa dando un tremendo portazo. Mario dedica una larga, tristísima mirada a Encarna, que se la devuelve con ansiedad inmensa. Luego se acerca al tragaluz y mira, absorto, la claridad exterior.) |
|
ENCARNA: |
Mario… (Él no responde. Ella se acerca unos pasos.) Él quería que me callara y yo lo he dicho… (Un silencio.) Al principio creí que le quería… Y, sobre todo, tenía miedo… Tenía miedo, Mario. (Baja la voz.) También ahora lo tengo. (Largo silencio.) Ten piedad de mi miedo, Mario. |
MARIO: |
(Con la voz húmeda.) ¡Pero tú ya no eres Encarna!… |
(Ella parpadea, trémula. Al fin, comprende el sentido de esas palabras. Él las susurra para sí de nuevo, mientras deniega. Ella inclina la cabeza y se encamina al pasillo, desde donde se vuelve a mirarlo con los ojos arrasados. Después franquea el pasillo rápidamente y sale de la casa. La luz decrece. Ella y Él reaparecen por los laterales. Dos focos los iluminan. Él señala a Mario, que se ha quedado inmóvil.) |
|
ÉL: |
Tal vez Mario pensó en aquel momento que es preferible no preguntar por nada ni por nadie. |
ELLA: |
Que es mejor no saber. |
ÉL: |
Sin embargo, siempre es mejor saber, aunque sea doloroso. |
ELLA: |
Y aunque el saber nos lleve a nuevas ignorancias. |
ÉL: |
Pues, en efecto: ¿quién es ése? Es la pregunta que seguimos haciéndonos. |
ELLA: |
La pregunta invadió al fin el planeta en el siglo veintidós. |
ÉL: |
Hemos aprendido de niños la causa: las mentiras y catástrofes de los siglos precedentes la impusieron como una pregunta ineludible. |
ELLA: |
Quizá fueron numerosas, sin embargo, las personas que, en aquellos siglos atroces, guardaban ya en su corazón… ¿Se decía así? |
ÉL: |
Igual que decimos ahora: en su corazón. |
ELLA: |
Las personas que guardaban ya en su corazón la gran pregunta. Pero debieron de ser hombres oscuros, habitantes más o menos alucinados de semisótanos o de otros lugares parecidos. |
(La luz se extingue sobre Mario, cuyo espectro se aleja lentamente.) |
|
ÉL: |
Queremos recuperar la historia de esas catacumbas; preguntarnos también quiénes fueron ellos. Y las historias de todos los demás: de los que nunca sintieron en su corazón la pregunta. |
ELLA: |
Nos sabemos ya solidarios, no sólo de quienes viven, sino del pasado entero. Inocentes con quienes lo fueron; culpables con quienes lo fueron. |
ÉL: |
Durante siglos tuvimos que olvidar, para que el pasado no nos paralizase; ahora debemos recordar incesantemente para que el pasado no nos envenene. |
ELLA: |
Reasumir el pasado vuelve más lento nuestro avance, pero también más firme. |
ÉL: |
Compadecer, uno por uno, a cuantos vivieron, es una tarea imposible, loca. Pero esa locura es nuestro orgullo. |
ELLA: |
Condenados a seleccionar, nunca recuperaremos la totalidad de los tiempos y las vidas. Pero en esa tarea se esconde la respuesta a la gran pregunta, si es que la tiene. |
ÉL: |
Quizá cada época tiene una, y quizá no hay ninguna. En el siglo diecinueve, un filósofo aventuró cierta respuesta. Para la tosca lógica del siglo siguiente resultó absurda. Hoy volvemos a hacerla nuestra, pero ignoramos si es verdadera… ¿Quién es ése? |
ELLA: |
Ese eres tú, y tú y tú. Yo soy tú, y tú eres yo. Todos hemos vivido, y viviremos, todas las vidas. |
ÉL: |
Si todos hubiesen pensado al herir, al atropellar, al torturar, que eran ellos mismos quienes lo padecían, no lo habrían hecho… Pensémoslo así, mientras la verdadera respuesta llega. |
ELLA: |
Pensémoslo, por si no llega… |
(Un silencio.) |
|
ÉL: |
Veintiséis horas después de la escena que habéis presenciado, esta oscura historia se desenlaza en el aposento del tragaluz. |
(Señala al fondo, donde comienzan las vibraciones luminosas. Desaparecen los dos por los laterales. La luz se normaliza en el cuarto de estar. Mario y El padre vienen por el pasillo. El padre se detiene y escucha; Mario llega hasta su mesita y se sienta para hojear, abstraído, un libro.) |
|
EL PADRE: |
¿Quién habla por ahí fuera? |
MARIO: |
Serán vecinos. |
EL PADRE: |
Llevo días oyendo muchas voces. Llantos, risas… Ahora lloran. (Se acerca al tragaluz.) Aquí tampoco es. (Se acerca al pasillo.) |
MARIO: |
Nadie llora. |
EL PADRE: |
Es ahí fuera. ¿No oyes? Una niña y una mujer mayor. |
MARIO: |
(Seguro de lo que dice.) La voz de la mujer mayor es la de madre. |
EL PADRE: |
¡Ji, ji! ¿Hablas de esa señora que vive aquí? |
MARIO: |
Sí. |
EL PADRE: |
No sé quién es. La niña sí sé quién es. (Irritado.) ¡Y no quiero que llore! |
MARIO: |
¡No llora, padre! |
EL PADRE: |
(Escucha.) No. Ahora no. (Se irrita de nuevo.) ¿Y quién era la que llamó antes? Era la misma voz. Y tú hablaste con ella en la puerta. |
MARIO: |
Fue una confusión. No venía aquí. |
EL PADRE: |
Está ahí fuera. La oigo. |
MARIO: |
¡Se equivoca! |
EL PADRE: |
(Lento.) Tiene que entrar. |
(Se miran. El padre va a sentarse y se absorbe en una revista. Una pausa. Se oye el ruido de la llave. La madre entra y cierra. Llega al cuarto de estar.) |
|
LA MADRE: |
(Mira a hurtadillas a su hijo.) Sal un rato si quieres, hijo. |
MARIO: |
No tengo ganas. |
LA MADRE: |
(Con ansiedad.) No has salido en todo el día… |
MARIO: |
No quiero salir. |
LA MADRE: |
(Titubea. Se acerca y baja la voz.) Hay alguien esperándote en la escalera. |
MARIO: |
Ya lo sé. |
LA MADRE: |
Se ha sentado en los peldaños… A los vecinos les va a entrar curiosidad… |
MARIO: |
Ya le he dicho a ella que se vaya. |
LA MADRE: |
¡Déjala entrar! |
MARIO: |
No. |
LA MADRE: |
¡Y os explicabais! |
MARIO: |
(Se levanta y pasea.) ¡Por favor, madre! Esto no es una riña de novios. Tú no puedes comprender. (Un silencio.) |
LA MADRE: |
Hace una hora me encontré a esa chica en la escalera y me la llevé a dar una vuelta. Me lo ha contado todo. Entonces yo le he dicho que volviera conmigo y que yo te pediría que la dejases entrar. (Un silencio.) ¡Es una vergüenza, Mario! Los vecinos murmurarán… No la escuches, si no quieres, pero déjala pasar. (Mario la mira, colérico, y va rápido a su cuarto para encerrarse. La voz de La madre lo detiene.) No quieres porque crees que no me lo ha contado todo. También me ha confesado que ha tenido que ver con tu hermano. (Estupefacto, Mario cierra con un seco golpe la puerta que abrió.) |
MARIO: |
(Se acerca a su madre.) Y después de saber eso, ¿qué pretendes? ¿Que me case con ella? |
LA MADRE: |
(Débil.) Es una buena chica. |
MARIO: |
¿No es a mi hermano a quien se lo tendrías que proponer? |
LA MADRE: |
Él… ya sabes cómo es… |
MARIO: |
¡Yo sí lo sé! ¿Y tú, madre? ¿Sabes cómo es tu favorito? |
LA MADRE: |
¡No es mi favorito! |
MARIO: |
También le disculparás lo de Encarna, claro. Al fin y al cabo, una ligereza de hombre, ¿no? ¡Vamos a olvidarlo, como otras cosas! ¡Es tan bueno! ¡Nos va a comprar una nevera! ¡Y, en el fondo, no es más que un niño! ¡Todavía se relame con las ensaimadas! |
LA MADRE: |
No hables así. |
MARIO: |
¡No es mala chica Encarna, no! ¡Y además, se comprende su flaqueza! ¡El demonio de Vicente es tan simpático! Pero no es mujer para él; él merece otra cosa. ¡Mario, sí! ¡Mario puede cargar con ella! |
LA MADRE: |
Yo sólo quiero que cada uno de vosotros viva lo más feliz que pueda… |
MARIO: |
¿Y me propones a Encarna para eso? |
LA MADRE: |
¡Te propongo lo mejor…! |
MARIO: |
¿Porque él no la quiere? |
LA MADRE: |
(Enérgica.) ¡Porque ella te quiere! (Se acerca.) Es tu hermano el que pierde, no tú. Allá él… No quiero juzgarlo… Tiene otras cualidades… Es mi hijo. (Le toma de un brazo.) Esa chica es de oro puro, te lo digo yo. Por eso te confesó ayer sus relaciones con Vicente. |
MARIO: |
¡No hay tal oro, madre! Le fallaron los nervios, simplemente. ¡Y no quiero hablar más de esto! (Se desprende. Suena el timbre de la puerta. Se Miran. La madre va a abrir.) ¡Te prohíbo que la dejes entrar! |
LA MADRE: |
Si tú no quieres, no entrará. |
MARIO: |
¡Entonces, no abras! |
LA MADRE: |
Puede ser el señor Anselmo, o su mujer… |
EL PADRE: |
(Se ha levantado y se inclina.) La saludo respetuosamente, señora. |
LA MADRE: |
(Se inclina, suspirando.) Buenas tardes, señor. |
EL PADRE: |
Por favor, haga entrar a la niña. |
(La madre y el hijo se miran. Nuevo timbrazo. La madre va a la puerta. El padre mira hacia el pasillo.) |
|
MARIO: |
¿A qué niña, padre? |
EL PADRE: |
(Su identidad le parece evidente.) A la niña. |
(La madre abre. Entra Vicente.) |
|
VICENTE: |
Hola, madre. (La besa.) Pregúntale a Mario si puede entrar Encarna. |
MARIO: |
(Se ha asomado al oír a su hermano.) ¿A qué vienes? |
VICENTE: |
Ocupémonos antes de esa chica. No pensarás dejarla ahí toda la tarde… |
MARIO: |
¿También tú temes que murmuren? |
VICENTE: |
(Con calma.) Déjala pasar. |
MARIO: |
¡Cierra la puerta, madre! |
(La madre vacila y al fin cierra. Vicente avanza, seguido de su madre.) |
|
EL PADRE: |
(Se sienta y vuelve a su revista.) No es la niña. |
VICENTE: |
(Sonriente y tranquilo.) Allá tú. De todos modos voy a decirte algo. Admito que no me he portado bien con esa muchacha… (A su madre.) Tú no sabes de qué hablamos, madre. Ya te lo explicaré. |
MARIO: |
Lo sabe. |
VICENTE: |
¿Se lo has dicho? Mejor. Sí, madre: una ligereza que procuraré remediar. Quería decirte, Mario, que hice mal despidiéndola y que la he readmitido. |
MARIO: |
¿Qué? |
VICENTE: |
(Risueño, va a sentarse al sofá.) Se lo dije esta mañana, cuando fue a recoger su sobre. |
MARIO: |
¿Y… se quedó? |
VICENTE: |
No quería, pero yo tampoco quise escuchar negativas. Había que escribir la carta a Beltrán y me importaba que ella misma la llevase al correo. Y así lo hicimos. (Mario lo mira con ojos duros y va bruscamente a su mesita para tomar un pitillo.) Te seré sincero: no es seguro que vuelva mañana. Dijo que… lo pensaría. ¿Por qué no la convences tú? No hay que hacer un drama de pequeñeces como éstas… |
LA MADRE: |
Claro, hijos… |
VICENTE: |
(Ríe y se levanta.) ¡Se me olvidaba! (Saca de su bolsillo algunas postales.) Más postales para usted, padre. Mire qué bonitas. |
EL PADRE: |
(Las toma.) ¡Ah! Muy bien… Muy bien. |
MARIO: |
¡Muy bien! Vicente remedia lo que puede, adora a su familia, mamá le sonríe, papá le da las gracias y, si hay suerte, Encarna volverá a ser complaciente… La vida es bella. |
VICENTE: |
(Suave.) Por favor… |
MARIO: |
(Frío.) ¿A qué has venido? |
VICENTE: |
(Serio.) A aclarar las cosas. |
MARIO: |
¿Qué cosas? |
VICENTE: |
Ayer dijiste algo que no puedo admitir. Y no quiero que vuelvas a decirlo. |
MARIO: |
No voy a decirlo. |
(Enciende con calma su cigarrillo.) |
|
VICENTE: |
¡Pero lo piensas! Y te voy a convencer de que te equivocas. |
(Inquieta y sin dejar de observarlos, La madre se sienta en un rincón.) |
|
MARIO: |
Bajar aquí es peligroso para ti… ¿O no lo sabes? |
VICENTE: |
No temo nada. Tenemos que hablar y lo vamos a hacer. |
LA MADRE: |
Hoy no, hijos… Otro día, más tranquilos… |
VICENTE: |
¿Es que no sabes lo que dice? |
LA MADRE: |
Otro día… |
VICENTE: |
Se ha atrevido a afirmar que cierta persona… aquí presente… ha enloquecido por mi culpa. |
(Pasea.) |
|
LA MADRE: |
Son cosas de la vejez, Mario. |
VICENTE: |
¡Quiá, madre! Eso es lo que piensas tú, o cualquiera con la cabeza en su sitio. Él piensa otra cosa. |
MARIO: |
¿Y has venido a prohibírmelo? |
VICENTE: |
¡A que hablemos! |
LA MADRE: |
Pero no hoy… Ahora estáis disgustados… |
VICENTE: |
Hoy, madre. |
MARIO: |
Ya lo oyes, madre. Déjanos solos, por favor. |
VICENTE: |
¡De ninguna manera! Su palabra vale tanto como la tuya. ¡Quieres que se vaya para que no te desmienta! |
MARIO: |
Tú quieres que se quede para que te apoye. |
VICENTE: |
Y para que no se le quede dentro ese infundio que te has inventado. |
MARIO: |
¿Infundio? (Se acerca a su padre.) ¿Qué diría usted, padre? |
(El padre lo mira, inexpresivamente. Luego empieza a recortar un muñeco.) |
|
VICENTE: |
¡Él no puede decir nada! ¡Habla tú! ¡Explícanos ya, si puedes, toda esa locura tuya! |
MARIO: |
(Se vuelve y lo mira gravemente.) Madre, si esa muchacha está todavía ahí fuera, dile que entre. |
LA MADRE: |
(Se levanta, sorprendida.) ¿Ahora? |
MARIO: |
Ahora, sí. |
LA MADRE: |
¡Tu hermano va a tener razón! ¿Estás loco? |
VICENTE: |
No importa, madre. Que entre. |
LA MADRE: |
¡No! |
MARIO: |
¡Hazla entrar! Es otro testigo. |
LA MADRE: |
¿De qué? |
(Bruscamente, Vicente sale al pasillo y abre la puerta. La madre se oprime las manos, angustiada.) |
|
VICENTE: |
Entra, Encarna. Mario te llama. |
(Se aparta y cierra la puerta tras Encarna, que entra. Llegan los dos al cuarto de estar. El padre mira a Encarna con tenaz interés.) |
|
ENCARNA: |
(Con los ojos bajos.) Gracias, Mario. |
MARIO: |
No has entrado para hablar conmigo, sino para escuchar. Siéntate y escucha. |
(Turbada por la dureza de su tono, Encarna va a sentarse en un rincón, pero la detiene la voz del padre.) |
|
EL PADRE: |
Aquí, a mi lado… Te estoy recortando una muñeca… |
LA MADRE: |
(Solloza.) ¡Dios mío! |
(Encarna titubea.) |
|
MARIO: |
Ya que no quieres irte, siéntate, madre. (La conduce a una silla.) |
LA MADRE: |
¿Por qué esto, hijo?… |
MARIO: |
(Por su hermano.) Él lo quiere. |
EL PADRE: |
(A Encarna.) Mira qué bonita… |
(Encarna se sienta junto al Padre, que sigue recortando. Vicente se sienta en la silla de la mesita.) |
|
LA MADRE: |
(Inquieta.) ¿No deberíamos llevar a tu padre a su cuarto? |
MARIO: |
¿Quiere usted irse a su cuarto, padre? ¿Le llevo sus revistas, sus muñecos? |
EL PADRE: |
No puedo. |
MARIO: |
Estaría usted más tranquilo allí… |
EL PADRE: |
(Enfadado.) ¡Estoy trabajando! (Sonríe a Encarna y le da palmaditas en una mano.) Ya verás. |
VICENTE: |
(Sarcástico.) ¡Cuánta solemnidad! |
MARIO: |
(Lo mira y acaricia la cabeza de su madre.) Madre, perdónanos el dolor que vamos a causarte. |
LA MADRE: |
(Baja la cabeza.) Pareces un juez. |
MARIO: |
Soy un juez. Porque el verdadero juez no puede juzgar. Aunque, ¿quién sabe? ¿Puede usted juzgar, padre?… |
(El padre le envía una extraña mirada. Luego vuelve a su recorte.) |
|
VICENTE: |
Madre lo hará por él, y por ti. Tú no eras más que un niño. |
MARIO: |
Ya hablaremos de aquello. Mira antes a tus víctimas más recientes. Todas están aquí. |
VICENTE: |
¡Qué lenguaje! No me hagas reír. |
MARIO: |
(Imperturbable.) Puedes mirar también a tus espaldas. Una de ellas sólo está en efigie. Pero lo han retratado escribiendo y parece por eso que también él te mira ahora. (Vicente vuelve la cabeza para mirar los recortes y fotos clavados en la pared.) Sí: es Eugenio Beltrán. |
VICENTE: |
¡No he venido a hablar de él! |
EL PADRE: |
(Entrega a Encarna el muñeco recortado.) Toma. ¿Verdad que es bonito? |
ENCARNA: |
Gracias. |
(Lo toma y empieza a arrugarlo, nerviosa. El padre busca otra lámina en la revista.) |
|
VICENTE: |
¡Sabes de sobra lo que he venido a discutir! |
EL PADRE: |
(A Encarna, que, cada vez más nerviosa, manosea y arruga el muñeco de papel.) ¡Ten cuidado, puedes romperlo! (Efectivamente, las manos de Encarna rasgan, convulsas, el papel.) ¿Lo ves? |
ENCARNA: |
(Con dificultad.) Me parece inútil seguir callando… No quiero ocultarlo más… Voy a tener un hijo. |
(La madre gime y oculta la cabeza entre las manos. Vicente se levanta lentamente.) |
|
EL PADRE: |
¿He oído bien? ¿Vas a ser madre? ¡Claro, has crecido tanto! (Encarna rompe a llorar.) ¡No llores, nena! ¡Tener un hijo es lo más bonito del mundo! (Busca, febril, en la revista). Será como un niño muy lindo que hay aquí. Verás. (Pasa hojas). |
MARIO: |
(Suave, a su hermano.) ¿No tienes nada que decir? |
(Desconcertado, Vicente se pasa la mano por la cara.) |
|
EL PADRE: |
(Encontró la lámina.) ¡Mira qué hermoso! ¿Te gusta? |
ENCARNA: |
(Llorando.) Sí. |
EL PADRE: |
(Empuña las tijeras.) Ten cuidado con éste, ¿eh? Éste no lo rompas. |
(Comienza a recortar.) |
|
ENCARNA: |
(Llorando.) ¡No!… |
VICENTE: |
Estudiaremos la mejor solución, Encarna. Lo reconoceré… Te ayudaré. |
MARIO: |
(Suave.) ¿Con un sobre? |
VICENTE: |
(Grita.) ¡No es asunto tuyo! |
LA MADRE: |
¡Tienes que casarte con ella, Vicente! |
ENCARNA: |
No quiero casarme con él. |
LA MADRE: |
¡Debéis hacerlo! |
ENCARNA: |
¡No! No quiero. Nunca lo haré. |
MARIO: |
(A Vicente.) Por consiguiente no hay que pensar en esa solución. Pero no te preocupes. Puede que ella enloquezca y viva feliz…, como la persona que tiene al lado. |
VICENTE: |
¡Yo estudiaré con ella lo que convenga hacer! Pero no ahora. Es precisamente de nuestro padre de quien he venido a hablar. (El padre se ha detenido y lo mira.) |
MARIO: |
Repara… Él también te mira. |
VICENTE: |
¡Esa mirada está vacía! ¿Por qué no te has dedicado a mirar más a nuestra madre, en vez de observarle a él? ¡Mírala! Siempre ha sido una mujer expansiva, animosa. No tiene nieblas en la cabeza, como tú. |
MARIO: |
¡Pobre madre! ¿Cómo hubiera podido resistir sin inventarse esa alegría? |
VICENTE: |
(Ríe.) ¿Lo oyes, madre? Te acusa de fingir. |
MARIO: |
No finge. Se engaña de buena fe. |
VICENTE: |
¡Y a ti te engaña la mala fe! Nuestro padre está como está porque es un anciano, y nada más. |
(Se sienta y enciende un cigarrillo.) |
|
MARIO: |
El médico ha dicho otra cosa. |
VICENTE: |
¡Ya! ¡El famoso trastorno moral! |
MARIO: |
Madre también lo oyó. |
VICENTE: |
Y supongo que también oyó tu explicación. El viejo levantándose una noche, hace muchos años, y profiriendo disparates por el pasillo…, casualmente poco después de haberme ido yo de casa. |
MARIO: |
Buena memoria. |
VICENTE: |
Pero no lo oyó nadie, sólo tú… |
MARIO: |
¿Me acusas de haberlo inventado? |
VICENTE: |
O soñado. Una cabeza como la tuya no es de fiar. Pero, aunque fuera cierto, no demostraría nada. Quizá fui algo egoísta cuando me marché de aquí, y también he procurado repararlo. ¡Pero nadie se vuelve loco porque un hijo se va de casa, a no ser que haya una predisposición a trastornarse por cualquier minucia! Y eso me exime de toda culpa. |
MARIO: |
Salvo que seas tú mismo quien, con anterioridad, creases esa predisposición. |
EL PADRE: |
(Entrega el recorte a Encarna.) Toma. Éste es su retrato. |
ENCARNA: |
(Lo toma.) Gracias. |
VICENTE: |
(Con premeditada lentitud.) ¿Te estás refiriendo al tren? |
(La madre se sobresalta.) |
|
MARIO: |
(Pendiente de su padre.) Calla. |
EL PADRE: |
¿Te gusta? |
ENCARNA: |
Sí, señor. |
EL PADRE: |
¿Señor? Aquí todos me llaman padre… (Le oprime con afecto una mano.) Cuídalo mucho y vivirá. |
(Toma otra revista y se absorbe en su contemplación.) |
|
VICENTE: |
(A media voz.) Te has referido al tren. Y a hablar de él he venido. |
(El padre lo mira un momento y vuelve a mirar su revista.) |
|
LA MADRE: |
¡No, hijos! |
VICENTE: |
¿Por qué no? |
LA MADRE: |
Hay que olvidar aquello. |
VICENTE: |
Comprendo que es un recuerdo doloroso para ti…, por la pobre nena. ¡Pero yo también soy tu hijo y estoy en entredicho! ¡Dile tú lo que pasó, madre! (A Mario, señalando al Padre.) ¡Él nos mandó subir a toda costa! Y yo lo logré. Y luego, cuando arrancó la máquina y os vi en el andén, ya no pude bajar. Me retuvieron. ¿No fue así, madre? |
LA MADRE: |
Sí, hijo. |
(Rehuye su mirada.) |
|
VICENTE: |
(A Mario.) ¿Lo oyes? ¡Subí porque él me lo mandó! |
MARIO: |
(Rememora.) No dijo una palabra en todo el resto del día. ¿Te acuerdas, madre? Y luego, por la noche… (A Vicente.) Esto no lo sabes aún, pero ella también lo recordará, porque entonces sí se despertó… Aquella noche se levantó de pronto y la emprendió a bastonazos con las paredes…, hasta que rompió el bastón: aquella cañita antigua que él usaba. Nuestra madre espantada, la nena llorando, y yo escuchándole una sola palabra mientras golpeaba y golpeaba las paredes de la sala de espera de la estación, donde nos habíamos metido a pasar la noche… (El padre atiende.) Una sola palabra, que repetía y repetía: ¡Bribón!… ¡Bribón!… |
LA MADRE: |
(Grita.) ¡Cállate! |
EL PADRE: |
(Casi al tiempo, señala a la cómoda.) ¿Pasa algo en la sala de espera? |
MARIO: |
Nada, padre. Todos duermen tranquilos. |
VICENTE: |
¿Por qué supones que se refería a mí? |
MARIO: |
¿A quién, si no? |
VICENTE: |
Pudieron ser los primeros síntomas de su desequilibrio. |
MARIO: |
Desde luego. Porque él no era un hombre al uso. Él era de la madera de los que nunca se reponen de la deslealtad ajena. |
VICENTE: |
¿Estás sordo? ¡Te digo que él me mandó subir! |
LA MADRE: |
¡Nos mandó subir a todos, Mario! |
MARIO: |
Y bajar. "¡Baja! ¡Baja!", te decía lleno de ira, desde el andén… Pero el tren arrancó… y se te llevó para siempre. Porque ya nunca has bajado de él. |
VICENTE: |
¡Lo intenté y no pude! Yo había escalado la ventanilla de un retrete. Cinco más iban allí dentro. Ni nos podíamos mover. |
MARIO: |
Te retenían. |
VICENTE: |
Estábamos tan apretados… Era más difícil bajar que subir. Me sujetaron, para que no me quebrara un hueso. |
MARIO: |
(Después de un momento.) ¿Y qué era lo que tú sujetabas? |
VICENTE: |
(Después de un momento.) ¿Cómo? |
MARIO: |
¿Se te ha olvidado lo que llevabas? |
VICENTE: |
(Turbado.) ¿Lo que llevaba? |
MARIO: |
Colgado al cuello. ¿O no lo recuerdas? (Un silencio. Vicente no sabe qué decir.) Un saquito. Nuestras escasas provisiones y unos pocos botes de leche para la nena. Él te lo había confiado porque eras el más fuerte… La nena murió unos días después. De hambre. (La madre llora en silencio.) Nunca más habló él de aquello. Nunca. Prefirió enloquecer. (Un silencio.) |
VICENTE: |
(Débil.) Fue… una fatalidad… En aquel momento, ni pensaba en el saquito… |
LA MADRE: |
(Muy débil.) Y no pudo bajar, |
MARIO: |
Lo sujetaban… |
(Largo silencio. Al fin, Mario habla, muy tranquilo.) |
|
MARIO: |
No lo sujetaban; lo empujaban. |
VICENTE: |
(Se levanta, rojo.) ¡Me sujetaban! |
MARIO: |
¡Te empujaban! |
VICENTE: |
¡Lo recuerdas mal! ¡Sólo tenías diez años! |
MARIO: |
Si no podías bajar, ¿por qué no nos tiraste el saco? |
VICENTE: |
¡Te digo que no se me ocurrió! ¡Forcejeaba con ellos! |
MARIO: |
(Fuerte.) ¡Sí, pero para quedarte! Durante muchos años he querido convencerme de que recordaba mal; he querido creer en esa versión que toda la familia dio por buena. Pero era imposible, porque siempre te veía en la ventanilla, pasando ante mis ojos atónitos de niño, fingiendo que intentabas bajar y resistiendo los empellones que te daban entre risas aquellos soldadotes… ¿Cómo no ibas a poder bajar? ¡Tus compañeros de retrete no deseaban otra cosa! ¡Les estorbabas! (Breve silencio.) Y nosotros también te estorbábamos. La guerra había sido atroz para todos, el futuro era incierto y, de pronto, comprendiste que el saco era tu primer botín. No te culpo del todo; sólo eras un muchacho hambriento y asustado. Nos tocó crecer en años difíciles… ¡Pero ahora, hombre ya, sí eres culpable! Has hecho pocas víctimas, desde luego; hay innumerables canallas que las han hecho por miles, por millones. ¡Pero tú eres como ellos! Dale tiempo al tiempo y verás crecer el número de las tuyas… Y tu botín. (Vicente, que mostró, de tanto en tanto, tímidos deseos de contestar, se ha ido apagando. Ahora mira a todos con los ojos de una triste alimaña acorralada. La madre desvía la vista. Vicente inclina la cabeza y se sienta, sombrío. Mario se acerca a él y le habla quedo.) También aquel niño que te vio en la ventanilla del tren es tu víctima. Aquel niño sensible, a quien su hermano mayor enseñó, de pronto, cómo era el mundo. |
EL PADRE: |
(A Encarna, con una postal en la mano.) ¿Quién es éste, muchacha? |
ENCARNA: |
(Muy quedo.) No sé. |
EL PADRE: |
¡Je! Yo, sí. Yo sí lo sé. |
(Toma la lupa y mira la postal con mucho interés.) |
|
VICENTE: |
(Sin mirar a nadie.) Dejadme solo con él. |
MARIO: |
(Muy quedo.) Ya, ¿para qué? |
VICENTE: |
¡Por favor! |
(Lo mira con ojos extraviados.) |
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MARIO: |
(Lo considera un momento.) Vamos a tu cuarto, madre. Ven, Encarna. |
(Ayuda a su madre a levantarse. Encarna se levanta y se dirige al pasillo.) |
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LA MADRE: |
(Se vuelve hacia Vicente antes de salir.) ¡Hijo!… |
(Mario la conduce. Encarna va tras ellos. Entran los tres en el dormitorio y cierran la puerta. Una pausa. El padre sigue mirando su postal. Vicente lo mira y se levanta. Despacio, va a su lado y se sienta junto a la mesa, de perfil al Padre, para no verle la cara.) |
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VICENTE: |
Es cierto, padre. Me empujaban. Y yo no quise bajar. Les abandoné, y la niña murió por mi culpa. Yo también era un niño y la vida humana no valía nada entonces… En la guerra habían muerto cientos de miles de personas… Y muchos niños y niñas también…, de hambre o por las bombas… Cuando me enteré de su muerte pensé: un niño más. Una niña que ni siquiera había empezado a vivir… (Saca lentamente del bolsillo el monigote de papel que su padre le dio días atrás). Apenas era más que este muñeco que me dio usted… (Lo muestra con triste sonrisa). Sí. Pensé esa ignominia para tranquilizarme. Quisiera que me entendiese, aunque sé que no me entiende. Le hablo como quien habla a Dios sin creer en Dios, porque quisiera que Él estuviese ahí… (El padre deja lentamente de mirar la postal y empieza a mirarlo, muy atento). Pero no está, y nadie es castigado, y la vida sigue. Míreme: estoy llorando. Dentro de un momento me iré, con la pequeña ilusión de que me ha escuchado, a seguir haciendo víctimas… De vez en cuando pensaré que hice cuanto pude confesándome a usted y que ya no había remedio, puesto que usted no entiende… El otro loco, mi hermano, me diría: hay remedio. Pero ¿quién puede terminar con las canalladas en un mundo canalla? (Manosea el arrugado muñeco que sacó). |
EL PADRE: |
Yo. |
VICENTE: |
(Lo mira.) ¿Qué dice? (Se miran. Vicente desvía la vista.) Nada. ¿Qué va a decir? Y, sin embargo, quisiera que me entendiese y me castigase, como cuando era un niño, para poder perdonarme luego… Pero ¿quién puede ya perdonar, ni castigar? Yo no creo en nada y usted está loco. (Suspira.) Le aseguro que estoy cansado de ser hombre. Esta vida de temores y de mala fe fatiga mortalmente. Pero no se puede volver a la niñez. |
EL PADRE: |
No. |
(Se oyen golpecitos en los cristales. El padre mira al tragaluz con repentina ansiedad. El hijo mira también, turbado.) |
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VICENTE: |
¿Quién llamó? (Breve silencio.) Niños. Siempre hay un niño que llama. (Suspira.) Ahora hay que volver ahí arriba… y seguir pisoteando a los demás. Tenga. Se lo devuelvo. (Le entrega el muñeco de papel.) |
EL PADRE: |
No. (Con energía.) ¡No! |
VICENTE: |
¿Qué? |
EL PADRE: |
No subas al tren. |
VICENTE: |
Ya lo hice, padre. |
EL PADRE: |
Tú no subirás al tren. |
(Comienza a oírse, muy lejano, el ruido del tren.) |
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VICENTE: |
(Lo mira.) ¿Por qué me mira así, padre? ¿Es que me reconoce? (Terrible y extraviada, la mirada del Padre no se aparta de él. Vicente sonríe con tristeza). No. Y tampoco entiende… (Aparta la vista; hay angustia en su voz). ¡Elvirita murió por mi culpa, padre! ¡Por mi culpa! Pero ni siquiera sabe usted ya quién fue Elvirita. (El ruido del tren, que fue ganando intensidad, es ahora muy fuerte. Vicente menea la cabeza con pesar). Elvirita… Ella bajó a tierra. Yo subí… Y ahora habré de volver a ese tren que nunca para… (Apenas se le oyen las últimas palabras, ahogadas por el espantoso fragor del tren. Sin que se entienda nada de lo que dice, continúa hablando bajo el ruido insoportable. El padre se está levantando). |
EL PADRE: |
¡No! ¡No!… |
(Tampoco se oyen sus crispadas negaciones. En pie y tras su hijo, que sigue profiriendo palabras inaudibles, empuña las tijeras. Sus labios y su cabeza dibujan de nuevo una colérica negativa cuando descarga, con inmensa furia, el primer golpe, y vuelven a negar al segundo, al tercero… Apenas se oye el alarido del hijo a la primera puñalada, pero sus ojos y su boca se abren horriblemente. Sobre el ruido tremendo se escucha, al fin, más fuerte, a la tercera o cuarta puñalada, su última imploración.) |
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VICENTE: |
¡Padre! |
(Dos o tres golpes más, obsesivamente asestados por el anciano entre lastimeras negativas, caen ya sobre un cuerpo inanimado, que se inclina hacia delante y se desploma en el suelo. El padre lo mira con ojos inexpresivos, suelta las tijeras y va al tragaluz, que abre para mirar afuera. Nadie pasa. El ruido del tren, que está disminuyendo, todavía impide oír la llamada que dibujan sus labios.) |
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EL PADRE: |
¡Elvirita! |
(La luz se extingue paulatinamente. El ruido del tren se aleja y apaga al mismo tiempo. Oscuridad total en la escena. Silencio absoluto. Un foco ilumina a los investigadores.) |
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ELLA: |
El mundo estaba lleno de injusticia, guerras y miedo. Los activos olvidaban la contemplación; quienes contemplaban no sabían actuar. |
ÉL: |
Hoy ya no caemos en aquellos errores. Un ojo implacable nos mira, y es nuestro propio ojo. El presente nos vigila; el porvenir nos conocerá, como nosotros a quienes nos precedieron. |
ELLA: |
Debemos, pues, continuar la tarea imposible: rescatar de la noche, árbol por árbol y rama por rama, el bosque infinito de nuestros hermanos. Es un esfuerzo interminable y melancólico: nada sabemos ya, por ejemplo, del escritor aquél a quien estos fantasmas han citado reiteradamente. Pero nuestro próximo experimento no lo buscará; antes exploraremos la historia de aquella mujer que, sin decir palabra, ha cruzado algunas veces ante vosotros. |
ÉL: |
El Consejo promueve estos recuerdos para ayudarnos a afrontar nuestros últimos enigmas. |
ELLA: |
El tiempo… La pregunta… |
ÉL: |
Si no os habéis sentido en algún instante verdaderos seres del siglo veinte, pero observados y juzgados por una especie de conciencia futura; si no os habéis sentido en algún otro momento como seres de un futuro hecho ya presente que juzgan, con rigor y piedad, a gentes muy antiguas y acaso iguales a vosotros, el experimento ha fracasado. |
ELLA: |
Esperad, sin embargo, a que termine. Sólo resta una escena. Sucedió once días después. Hela aquí. |
(Señala al lateral izquierdo, donde crecen las vibraciones luminosas, y desaparece con su compañero. El lateral derecho comienza a iluminarse también. Sentados al velador del café, Encarna y Mario miran al vacío.) |
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ENCARNA: |
¿Has visto a tu padre? |
MARIO: |
Ahora está tranquilo. Le llevé revistas, pero no le permiten usar tijeras. Empezó a recortar un muñeco… con los dedos. (Encarna suspira.) ¿Quién es mi padre, Encarna? |
ENCARNA: |
No te comprendo. |
MARIO: |
¿Es alguien? |
ENCARNA: |
¡No hables así! |
MARIO: |
¿Y nosotros? ¿Somos alguien? |
ENCARNA: |
Quizá no somos nada. (Un silencio.) |
MARIO: |
¡Yo lo maté! |
ENCARNA: |
(Se sobresalta.) ¿A quién? |
MARIO: |
A mi hermano. |
ENCARNA: |
¡No, Mario! |
MARIO: |
Lo fui atrayendo… hasta que cayó en el precipicio. |
ENCARNA: |
¿Qué precipicio? |
MARIO: |
Acuérdate del sueño que te conté aquí mismo. |
ENCARNA: |
Sólo un sueño, Mario… Tú eres bueno. |
MARIO: |
Yo no soy bueno; mi hermano no era malo. Por eso volvió. A su modo, quiso pagar. |
ENCARNA: |
Entonces, no lo hiciste tú. |
MARIO: |
Yo le incité a volver. ¡Me creía pasivo, y estaba actuando tremendamente! |
ENCARNA: |
Él quería seguir engañándose… Acuérdate. Y tú querías salvarlo. |
MARIO: |
Él quería engañarse… y ver claro; yo quería salvarlo… y matarlo. ¿Qué queríamos en realidad? ¿Qué quería yo? ¿Cómo soy? ¿Quién soy? ¿Quién ha sido víctima de quién? Ya nunca lo sabré… Nunca. |
ENCARNA: |
No lo pienses. |
MARIO: |
(La mira y baja la voz.) ¿Y qué hemos hecho los dos contigo? |
ENCARNA: |
¡Calla! |
MARIO: |
¿No te hemos usado los dos para herirnos con más violencia? |
(Un silencio.) |
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ENCARNA: |
(Con los ojos bajos.) ¿Por qué me has llamado? |
MARIO: |
(Frío.) Quería saber de ti. ¿Continúas en la Editora? |
ENCARNA: |
Me han echado. |
MARIO: |
¿Qué piensas hacer? |
ENCARNA: |
No lo sé. (La prostituta entra por la derecha. Con leve y aburrido contoneo profesional, se recuesta un momento en la pared. Encarna la ve y se inmuta. Bruscamente se levanta y toma su bolso.) Adiós, Mario. (Se encamina a la derecha.) |
MARIO: |
Espera. |
(Encarna se detiene. Él se levanta y llega a su lado. La esquinera los mira con disimulada curiosidad y, al ver que no hablan, cruza ante ellos y sale despacio por la izquierda. El cuarto de estar se va iluminando; vestida de luto, La madre entra en él y acaricia, con una tristeza definitiva, el sillón de su marido.) |
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ENCARNA: |
(Sin mirar a Mario.) No juegues conmigo. |
MARIO: |
No jugaré contigo. No haré una sola víctima más, si puedo evitarlo. Si todavía me quieres un poco, acéptame. |
ENCARNA: |
(Se aparta unos pasos, trémula.) Voy a tener un hijo. |
MARIO: |
Será nuestro hijo. (Ella tiembla sin atreverse a mirarlo. Él deniega tristemente, mientras se acerca). No lo hago por piedad. Eres tú quien debe apiadarse de mí. |
ENCARNA: |
(Se vuelve y lo mira.) ¿Yo, de ti? |
MARIO: |
Tú de mí, sí. Toda la vida. |
ENCARNA: |
(Vacila y, al fin, dice sordamente, con dulzura.) ¡Toda la vida! |
(La madre se fue acercando al invisible tragaluz. Con los ojos llenos de recuerdos, lo abre y se queda mirando a la gente que cruza. La reja se dibuja sobre la pared; sombras de hombres y mujeres pasan; el vago rumor callejero inunda la escena. La mano de Encarna busca, tímida, la de Mario. Ambos miran al frente.) |
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MARIO: |
Quizá ellos algún día, Encarna… Ellos sí, algún día… Ellos… |
(Sobre la pared del cuarto de estar las sombras pasan cada vez más lentas; finalmente, tanto La madre, Mario y Encarna, como las sombras, se quedan inmóviles. La luz se fue extinguiendo; sólo el rectángulo del tragaluz permanece iluminado. Cuando empieza a apagarse a su vez, Él y Ella reaparecen por los laterales.) |
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EL: |
Esto es todo. |
ELLA: |
Muchas gracias. |
TELÓN