Manfred Mai
Ana está encantada

Natalia ha ido a la escuela esta mañana como de costumbre. Al principio todo transcurrió como siempre. En la primera hora tenían matemáticas. Como la mayor parte de las veces, de todo lo que escribió el maestro en la pizarra, comprendió la mitad.

En la segunda hora tenían música. Precisamente de Natalia decía el profesor que no tenía sentido musical.

A continuación tenían clase de idiomas. De esta si se alegraba, porque el señor Varea, el maestro, había prometido leerles una historia. Y a Natalia le gustaban mucho las historias leídas.

La historia trataba de un encantador y naturalmente en ella había fórmulas de encantamiento. Mientras el señor Varea leía, Natalia escribió estas fórmulas en una hoja de papel, ya que después de la clase quería probar si también ella era capaz de encantar.

Cuando sonó la señal del descanso, cogió Natalia su chaqueta y corrió fuera, escaleras abajo hasta el patio. Allí esperó nerviosa a las demás chicas de su clase. Con ellas quería probar las fórmulas de encantamiento. Por fin llegaron las demás en varios grupos. Natalia sentía latir su corazón, aunque no creía del todo que pudiera dar resultado.

Pero ¡qué espanto! Cuando Natalia apenas había terminado de decir la primera fórmula, Ana, su amiga, se transformó en un elefante diminuto. Tenía alrededor de cinco centímetros de altura y dos de ancho. Natalia le colocó sobre su mano para acariciarle. Las demás miraban asombradas por completo. El elefantito cosquilleaba con la trompa la mano de Natalia. Era verdaderamente adorable y tan divertido.

Mientras estaban todas admirando y asombrándose del pequeño fenómeno, sonó el gong por segunda vez. La pausa había terminado. Natalia se asustó. Ahora, con la fórmula mágica, tenía que hacer del pequeño elefante una niña normal y no encontraba el papel donde las había apuntado. Revolvió todos los bolsillos, pero no encontró ni rastro del papel. Con la excitación lo había perdido. La compañeras de Natalia se dirigían ya a clase y ella no sabía lo que debía hacer. Lo más importante ahora es que los demás no noten nada.

Así que, Natalia fue también a clase y se sentó en su sitio, como si no hubiera pasado nada. En su cartera tenía escondido al elefante.

—¡Ojalá que las demás no digan nada! —pensó.

Éstas cuchicheaban entre sí, pero no dijeron nada ni a los chicos, ni al profesor. Probablemente tenían miedo de que no las creyeran y se rieran de ellas. Cuando, después de un rato, el señor Varea notó que el sitio de Ana estaba vacío, preguntó a Natalia, si ella sabía dónde estaba su amiga.

—Se ha ido a casa, porque de repente se encontraba muy mal —mintió Natalia, sintiendo latir su corazón.

Gracias a Dios, el señor Varea no preguntó nada más.

Natalia casi no pudo aguantar hasta que terminó la clase. Cuando por fin sonó el gong, tomó la cartera, se dirigió al señor Varea y dijo:

—La historia del encantamiento me ha gustado tanto, que con gusto quisiera leerla otra vez en casa. ¿Me puede Vd. dejar el libro hasta mañana? Le prometo que mañana se lo devolveré.

El señor Varea la dio el libro alegrándose de que quisiera leerlo otra vez. Natalia dio las gracias y corrió tan deprisa como podía al patio. Detrás de unos arbustos abrió el libro y empezó a hojearlo buscando. Pero estaba tan excitada, que al principio no podía encontrar la historia de encantamiento. Solo después de consultar el índice y leer allí «Las buenas acciones del mago Simsaldi», página 42, pudo continuar. Antes de que fuera visto y no visto ya estaba leyendo las fórmulas mágicas de la historia. Encontró pronto la primera que decía así:

Animal, niño, hombre o mujer,

nada escapa a mi poder.

Plíplepla plaplepli es norma,

todo lo que toco se transforma.

Natalia colocó el pequeño elefante sobre el libro, leyó la fórmula mágica, tocó con dos dedos la diminuta trompa del elefante y… no sucedió nada.

Comenzó desde el principio una vez más y de nuevo ningún resultado. Cada vez estaba más nerviosa. De repente recordó que había una fórmula especial que se necesitaba para devolver a su forma primitiva a algo o alguien. Tuvo que leer casi toda la historia hasta que poco antes del final encontró lo que buscaba. El mago Simsaldi decía así:

Mango de escoba, cola de gato,

Baile de brujas, ojo de sapo,

El efecto del encanto ya ha pasado,

Quien quiera que seas, estas liberado.

Apenas había pronunciado Natalia esta fórmula, cuando Ana apareció ante sus ojos en su tamaño natural. De alegría, Natalia se arrojó a su cuello.

—¡No lo volveré a hacer nunca más! ¡Te lo prometo! —decía mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.

—¿Qué? ¿Qué es lo que no volverás a hacer? —preguntó Ana, con el aspecto de alguien que despierta de un profundo sueño.

—¡Hacer experimentos contigo! ¡Y con los demás tampoco!

—¡Nunca más! —respondió Natalia.

—No comprendo ni una palabra. ¿Qué es lo que te pasa? Me parece, que tienes otra vez grillos en la cabeza —replicó Ana.