Manfred Mai
Una sospecha

Patricio ha construido su propio zoo en la habitación y juega con él. Entra su papá y se deja caer en un sillón. Patricio se levanta inmediatamente, se sube en sus rodillas y le abraza.

—¿Me cuentas un cuento? —pregunta.

El padre cierra los ojos. —Déjame descansar unos minutos, por favor —dice.

—¡No tienes que dormirte! —dice Patricio empujando los párpados de papá hacía arriba.

—¡No me duermo!

—¡Entonces, cuéntame un cuento!

Patricio mira ilusionado a su padre.

—Había una vez un niño, que quería oír un cuento de Santa Claus.

—¡Éste no me gusta! —interrumpe Patricio.

Fuera se oyen fuertes ruidos. Patricio abre los ojos y la boca. Se oyen pasos, el tintineo de una campana y la puerta se abre.

¡Santa Claus! Trae la capucha de su abrigo rojo metida hasta la cejas.

—Buenas tardes —dice entrando en la habitación. Deposita en el suelo el pesado saco.

—Está todavía lleno —suspira—. Tengo que ir a ver aún a muchos niños.

Saca un grueso libro del bolsillo del abrigo y lo abre.

—Bien, así que tú eres Patricio.

Éste asiente. Santa Claus lee en su libro y mueve la cabeza pensativo.

—Aquí dentro hay escritas un montón de cosas. Por desgracia muchas no buenas —rezonga Santa Claus.

Patricio mira al suelo. En esto ve las botas de Santa Claus y piensa: «Ésas no son las verdaderas botas de Santa Claus. Éstas son muy pequeñas».

—A menudo eres un poco fresco con tus padres, especialmente con tu madre. Eso no es propio de un muchacho cariñoso. Tienes que cambiar.

Patricio asiente, pensando al mismo tiempo: «La voz no es tan profunda como la de un auténtico Santa Claus».

—Cuando acaba la escuela, muchas veces tardas tanto en volver a casa, que tus padres se preocupan por ti. También esto tiene que cambiar.

De nuevo asiente Patricio. Aunque no se ve mucho de la cara de Santa Claus, le llama la atención la pequeña nariz. ¡Ésa no puede ser la nariz de un Santa Claus!

—Ayer te ha pedido tu mamá, que sacaras la basura. ¿Lo hiciste?

Patricio niega con la cabeza. En realidad es muy pequeño este Claus, está pensando.

—Eso no es muy bonito —truena Santa Claus.

—Sí, pero voy muy a menudo a la panadería cuando me lo pide —dice Patricio.

—Bien, eso me alegra.

—¡Y a la carnicería!

—Uhm —hace Santa Claus.

—Y he ganado una copa en el torneo infantil de tenis.

Patricio sigue contando.

—Y le he hecho a Flori los deberes de la escuela, y he salvado la vida a un erizo, y…!

Ahora, Santa Claus tiene que reírse.

—¡Bien, bien! Me estás resultando una buena pieza! —dice.

Luego toma del saco un paquete, se lo da a Patricio y se despide.

Al tiempo que Patricio abre el paquete le dice al padre:

—Yo creo, que este no era un auténtico Santa Claus.

—¿Por qué? —pregunta el papá.

—Me parece que era un Santa Claus joven, que tiene que aprender mucho aún. Un aprendiz de Santa Claus —termina Patricio.