Manfred Mai
Tantos paquetes

En el momento en que la familia Bernal se sienta a comer a mediodía, suena el timbre. El señor Bernal sale a mirar, Juan, Cristina y José van detrás.

—¡Ah, Pablo! ¡Eres tú! —dice el señor Bernal—. ¡Hoy vienes tarde!

—No es mi culpa —murmura Pablo Huber, alargando al señor Berna! varias cartas y un paquetito.

—Si la gente no mandara por navidad tantas cosas a todo el mundo, yo no tendría que acarrear tanto.

—Ya sé que estos días tienes mucho que hacer. ¿Quieres una copita para entrar en calor? —pregunta el señor Bernal.

—Tengo suficiente calor. Debo continuar.

—Adiós Pablo, que vaya bien.

—Sí, sí —gruñe éste, alejándose.

—Pablo tiene de nuevo la vena —dice el señor Bernal a su mujer.

—¿Qué es tener la vena? —quiere saber José.

—Es…, uhm, ¿cómo explicarlo? —dice el señor Bernal—. Tener la vena es… eso, tener la vena.

La señora Bernal sonríe.

—Sí, tener la vena, es tener la vena.

—¡La vena, la vena, la vena! —gritan los niños.

—Vosotros también tenéis la vena —dice el señor Bernal, tapándose las orejas.

—Quiero saber de una vez qué es tener la vena.

—Es cuando una persona se porta diferente que de costumbre. Cuando enseguida se irrita o está un poco majareta, —aclara la mamá.

—Algo así como cuando papá cocina los domingos y algo no le sale bien —grita Juan.

La señora Bernal tiene que reírse.

—Justamente eso —dice.

—¡Bueno, bueno! —se defiende el señor Bernal—. Eso no es tener la vena. Eso… es otra cosa.

—¡Tener la vena! —dice Juan haciendo una mueca.

—Ten cuidado, no me vaya a dar la vena de un momento a otro —amenaza el señor Bernal también con una risueña mueca.

—¿Por qué tiene Pablo siempre la vena? —pregunta José.

—No siempre tiene la vena, sino solamente cuando tiene tanto trabajo como ahora. Podéis figuraros lo que tiene que repartir antes de nochebuena. Muchas tarjetas de felicitación, los paquetes… —dice la señora Bernal.

—No es sólo mucho trabajo —continúa el señor Bernal—. Yo creo que en este tiempo siente más que de costumbre que está solo, que no tiene familia.

—Entonces ¿no recibe ningún paquete? —dice Cristina.

—Probablemente no.

—Eso no es justo —dice Cristina—. Tiene que llevar paquetes a todo el mundo y no recibe ninguno.

—Así son las cosas, no se puede hacer nada —responde el señor Bernal mientras se encoge de hombros.

—¡Sí que se puede! —contradice Cristina—. Le enviaremos un paquete.

—Ay, sí, vamos a hacerlo —grita entusiasmado Juan.

José y los padres también encuentran excelente la idea de Cristina.

—¿Pero, qué le vamos a regalar? —pregunta Juan.

Es una buena pregunta. Piensan largo y tendido y hacen diferentes propuestas. Un perro o un pájaro, cigarrillos o un par de guantes, unas orejeras o un libro, un disco, tal vez algo para jugar o construir, o, o, o…

Finalmente Cristina dice:

—No creo que le convenga algo de esto. Así que los niños deciden escuchar primero lo que se dice sobre los gustos de Pablo.

El día de Nochebuena, alrededor de las cinco de la tarde, Juan, Cristina y José se ponen en camino a la casa donde vive Pablo. Se acercan silenciosamente, depositan el paquete ante la puerta y tocan el timbre. Después corren a esconderse tras unos arbustos. Se enciende la luz del porche y Pablo Huber abre la puerta. Mira a un lado y otro y grita:

—¿Hay alguien por ahí?

Da un par de pasos afuera y tropieza con el paquete.

—¿Qué es esto? —murmura agachándose.

—¡Un paquete! —Otra vez mira alrededor moviendo la cabeza—. ¡Qué raro!

Luego entra en casa con el paquete. Vuelve a sacudir la cabeza cuando lee: «Para Pablo Huber».

Tira del cordón y deshace el lazo que lo adorna. Después separa con mucho cuidado el papel y abre el paquete.

Aparece un cerdito de mazapán y otro paquete. Lo abre y ¿qué ve? otro cerdito y un nuevo paquete, y así sucesivamente. AI final hay sobre la mesa seis cerditos de mazapán mirándole.

—¡Lástima que no podamos ver la cara que pone! —dice Juan.

—Me la puedo figurar —contesta Cristina.

—¡También yo! —finaliza José.