Ursel Scheffler
Lena espera al niño Jesús
Al fin está aquí la Nochebuena. Mejor dicho, todavía es por la tarde y el tiempo pasa muy despacio.
Lena mira por la ventana esperando al niño Jesús. No hay casi nadie por las calles. En el parque de la esquina hay dos niños y una niña jugando con la nieve. Pero por nada del mundo saldría hoy Lena fuera. Es mucho más excitante la tensión que hay en casa. La puerta cerrada del salón, el crujir del papel, el tintineo de cristal, los misteriosos ruidos y cuchicheos.
—¡Necesito un destornillador! —se oye decir al padre—. ¿Para qué demonios necesita ahora un destornillador? —piensa Lena mientras va a buscarlo.
Al pasar por la cocina siente el olor de los dulces de canela y mandarinas. La madre está preparando un plato combinado. Al mismo tiempo que Lena llega con el destornillador, el padre mete un gran paquete en el salón.
—¡Haz el favor de desaparecer ahora mismo! —grita al observar las curiosas miradas de Lena.
El corazón de Lena salta de alegría.
—¿No es esa la prueba de que el paquete está destinado a ella? Mientras mira por la ventana soñando, anochece. Se encienden las luces en la casa de enfrente.
La señora Bachmann, que vive allí, se asoma a la ventana. Lena le hace señas, pero la vieja señora no se da cuenta. Quiere cerrar la cortina, ésta se engancha y cae de un lado. La señora Bachmann busca una silla, se sube a ella y… Lena, del susto, se queda sin respiración. ¡La anciana se ha caído de la silla!
—Espero que no la haya pasado nada —piensa Lena—. Seguro que se levanta enseguida otra vez.
Pero no se mueve. Lena ve sólo la cortina medio caída.
—¡Mamá! ¡Papá! —grita corriendo al salón—. ¡Rápido!
¡La señora Bachmann!
Apresuradamente cuenta lo que ha sucedido.
—Voy a ver —dice la madre quitándose el delantal de cocina.
—¡Voy contigo! —dice el padre.
Lena corre tras ellos escaleras abajo.
Llaman a la puerta de los Bachmann, pero no responde nadie. Llaman después a la puerta del vecino.
—Creo que no están en casa durante las Navidades —dice Lena.
El padre salta por la verja del patio. La puerta de cristales de atrás también está cerrada. El padre vacila un instante, luego golpea los cristales hasta que se rompen. Ahora puede meter la mano y abrir el cerrojo.
Mientras tanto llegan también Lena y su madre, que exclama:
—¡Como un ladrón profesional!
El padre corre escaleras arriba y llama a la puerta del salón. Sólo un ligero gemido le responde.
—Mientras fuerzo la puerta, avisa a la ambulancia —dice el padre a su mujer.
Sólo necesita golpear fuertemente con los hombros para que salte el pestillo de la vieja madera.
La señora Bachmann está en el suelo junto a la ventana. Tiene la pierna izquierda doblada de una manera rara. No se puede mover del fuerte dolor que siente en las costillas.
—Sólo quería… la cortina —balbucea.
—¡Por el amor de Dios, quédese Vd. quieta! ¡Probablemente tenga la pierna partida! Mi mujer ha llamado ya la ambulancia.
Por fin llegan los enfermeros y se llevan a la señora Bachmann al hospital.
Poco después, Lena está sentada bajo el abeto de Navidad. De repente deja de abrir sus regalos y dice:
—En realidad debíamos estar celebrando las Navidades con la señora Bachmann. Está sola y seguro que también triste.
Los padres de Lena encuentran buena la idea. Poco después se ponen en camino al hospital. Está nevando. El padre de Lena con su abrigo de pieles, parece Santa Claus. En el cesto de la madre hay unos paquetitos, velas y dulces del plato combinado. Lena lleva una rama de abeto bajo el brazo y está nerviosa.
—¡Qué sorpresa! —dice la señora Bachmann, cuando los ve entrar por la puerta. Por un momento olvida el dolor de la pierna.
—¡Felices navidades! —dice Lena.
Deja la rama sobre la mesa y enciende las velas. Por primera vez piensa que regalar puede ser tan emocionante como recibir regalos.