Alfred Hageni
El ladrón en el zoo

Un domingo, cierto ladrón sintió ganas de visitar el zoo. Pero no compró la entrada, sino que saltó la cerca por la parte de atrás, allí donde pacen los uros.

Había mucha gente paseando en el zoo, y el ladrón se mezcló entre ella. Observó a los leones, se rio de los pingüinos y dio de comer a los elefantes. Nadie le reconoció.

Luego fue a la casa donde vivían los monos. En el camino vio mucha gente apelotonada ante una jaula. En la jaula había papagayos blancos, amarillos y azules. Uno de ellos sabía hablar y la gente escuchaba y reía.

Cuando el ladrón paso ante la jaula gritó el papagayo:

—¡Atención! ¡Atención! ¡El ladrón está aquí! ¡El ladrón está aquí!

La gente se volvió a mirar. El ladrón hizo lo que todos los ladrones hacen, cuando se ven descubiertos. Escapó de allí corriendo. Corría hacía la puerta rodeando la casa de los monos y buscaba un sitio donde esconderse. En la pared trasera de la casa de los monos había una puerta. La empujó, pasó por ella y se encontró en medio de una jaula de monos.

En lo alto de un árbol, un mono grande comía una coliflor. Una mona pelaba plátanos. Un mono pequeño se columpiaba en una rama. El ladrón se metió el sombrero hasta los ojos y se puso un plátano en la boca. Después se colgó de una rama con las piernas dobladas y comenzó a columpiarse de un lado a otro como si fuera otro mono, esperando que la gente ante la jaula le tomaran por tal.

La familia de los monos contemplaba asombrada al desconocido visitante. El monito se subió a lo más alto del árbol. La mona se rascaba la cabeza pensativamente. El mono grande bajó del árbol y se dirigió al ladrón. Le quitó el sombrero y se lo puso él mismo sobre la cabeza. Después dio un fuerte golpe sobre los hombros del ladrón. Al otro lado de la calle el papagayo gritaba:

—¡Allí, allí, el ladrón!

El pánico se apoderó de éste. Trepó rápido al árbol. La mona subía tras él. El mono le sujetó de las piernas tirando hacia abajo. El ladrón cayó del árbol, justamente en los hombros del mono. Éste se asustó y por la puerta abierta, salió corriendo a lo largo del paseo con el ladrón cabalgando a sus espaldas. El mono corrió por todo el zoo como alma que lleva el diablo. Los leones interrumpieron su siesta rugiendo. Los elefantes levantaban la cabeza barritando. En el café del zoo la gente estaba tomando helados o café. El mono pasó como una bala por en medio. Cayeron mesas y sillas, algunas personas también. Todo el zoo estaba revuelto.

Luego, el mono corrió hacia el otro lado, donde estaba el león marino. Se subió a la barandilla y lanzó al agua al ladrón, justo delante del león marino. Éste resopló ruidosamente y salpicó de agua la cara del ladrón.

—¡Socorro! ¡ayuda! —gritó con gran miedo. Llegaron corriendo los guardianes y sacaron del agua al ladrón.

Uno de ellos preguntó:

—¿Ha pagado Vd. la entrada?

El ladrón tuvo que tomar de nuevo las de Villadiego. Afortunadamente llegó a la cerca, donde están los uros y saltó al otro lado. Tenía todavía en la mano el plátano.

—Por lo menos he podido robar algo —suspiró.

A lo lejos se oía gritar al papagayo:

—¡El ladrón estaba aquí! ¡El ladrón!