Ilse van Heyst
Prohibido dar comida
El joven chimpancé Jo se apretaba contra las rejas. Delante de su jaula había multitud de gente. Erica y Carlos estaban entre ella. Erica se puso en primera fila abriéndose camino con los codos. Jo la vio y le alargó su mano con un pulgar corto y los dedos largos.
—Con gusto te daría mi manzana —pensó Erica—, pero está prohibido dar comida.
Por todas partes colgaban los carteles, en la jaula, en la cerca y en los postes divisorios: «PROHIBIDO DAR COMIDA A LOS ANIMALES».
El pequeño hombre con la nariz azulada, que estaba junto a Erica abrió un bocadillo. Jo extendió la mano hacia él.
—¡No se atreverá! —pensó Erica. Pero el hombre partió un trozo y se lo ofreció a Jo.
—¡Está prohibido! —dijo Erica. Pensaba tan intensamente en ello que las palabras le salieron sin querer.
—¿Quieres darme una lección? —preguntó el hombre. Jo intentaba alcanzar el pan, pero aunque sus brazos eran largos, no llegaba. Entonces el hombre arrojó el pan dentro de la jaula. En esto se acercó Carlos y dijo:
—¿Es que no sabe Vd. leer?
Carlos era más alto que el pequeño hombre y no tenía miedo de decir lo que pensaba. Un par de personas se indignaron con Carlos.
—No se habla así a una persona mayor —dijeron. El hombre, sin darle importancia dijo:
—Solo le he dado un trozo de la mejor salchicha de hígado y pan reciente.
Jo, después de haberlo olido, arrojó de nuevo fuera, y a los pies del hombre, el pan y la salchicha.
Todos rieron. Carlos dijo al hombre lo que el profesor de zoología les había explicado:
—Muchos animales del zoo mueren porque los visitantes les echan comida. Lo hacen con buena intención, pero es comida falsa.
—Eso no lo sabía —dijo el pequeño hombre.
—¡Pero me parece que tampoco sabe leer! —concluyó Carlos.