Christa König
Historia de las cuevas del gato
Desde el fin de semana, tienen los Murillo un compañero nuevo en la casa. Tiene la piel gris sobre las orejas puntiagudas, y gris con franjas sobre la espalda. El resto es blanco como la nieve. El compañero se llama Mischi y es muy joven.
—Los gatos no dan ningún trabajo —dice la madre satisfecha y añade—: Lo importante es que sean limpios y Mischi lo es.
Mischi es maravillosamente limpio. Escarba y escarba en las virutas de la caja que le sirve de retrete, hasta que no se ve nada. Luego se limpia cuidadosamente.
—¡Los gatos son tan limpios! —dice la madre. Se va a la compra y Mischi se queda sentado en el alféizar de la ventana. Cuando la señora Murillo regresa, ya no está allí. Recorre todas las habitaciones y mira debajo de los muebles. Abre el armario y oye un pequeño ronroneo. Las orejas de Mischi sobresalen detrás de un montón de calzoncillos.
—Eso no puede ser —dice la madre sacando a Mischi de su cómodo refugio.
Después de mediodía viene visita. Sabina y su madre han puesto la mesa. Todo está colocado de forma señorial.
—Uy —exclama la tía Lisa entrando en el salón. Admira la mesa con el juego de café encima y no presta atención al suelo, así que tropieza sobre un bulto que hay bajo la alfombra.
—¡Mischi! —grita Sabine. Todos pueden ver cómo el bulto camina bajo la alfombra, hasta que sale al final y va a esconderse detrás de la cortina.
—¡Qué lindo! —dice tía Lisa, frotándose la rodilla dolorida. Más tarde en la habitación de Sabine, la madre le regaña:
—¡Cómo está de nuevo tu cama! Yo la he dejado bien hecha y ahora es un auténtico guirigay.
Sabine ríe y levanta un poco la colcha. Debajo esta Mischi hecho una bola y duerme.
—Esto no puede ser —dice la madre.
—Los gatos no deben estar en la cama. No es higiénico. Puedes enfermar.
Mischi gime, llora y araña cuando le expulsan de la cueva caliente y finalmente Sabine enferma. Pero Mischi no es el culpable. En la escuela, en su clase, hay gripe. Antes de ayer, Susi, la amiga de Sabine tenía fiebre. Hoy es Sabine quien se encoge en la cama castañeteando los dientes. Su madre le atiende. La doctora viene a visitarla. Mischi se sienta en la alfombra y juega con los flecos.
Tres días después, Sabine está mejor. Ya no tiene fiebre, pero debe permanecer aún en cama. La madre se ha ido a la compra y Sabine se aburre.
—Mischi, Mischi —llama. La puerta se abre y entra Mischi, que salta a la cama de Sabine. Le lame la nariz, frota la cabeza contra sus hombros y mete las patas bajo la manta.
—Ya sé lo que quieres —dice Sabine haciendo una cueva oscura y caliente con el brazo dentro de la cama. Mischi mete la cabeza primero y después desaparece bajo la manta acurrucándose junto al cuerpo de Sabine. Le oye ronronear. Resulta tan agradable que también ella se duerme.
Cuando abre los ojos, la doctora está junto a la cama y su madre al lado.
—Has dormido muy bien —dice la doctora—. Eso te sienta bien, pronto estarás sana de nuevo.
Dobla la manta hacia abajo y examina con el estetoscopio a Sabine.
De pronto se detiene y mira asombrada cómo se mueve la manta sobre el vientre de Sabine.
—¿Por qué te mueves así? —pregunta la madre—. Así no te puede examinar la señora doctora.
Las dos retroceden asustadas cuando un animal gris peludo salta de la cama entre sus pies y escapa.
—¿Qué era eso? —pregunta la doctora.
—Es nuestro gato, es muy fresco —contesta la madre.
—Eso de que esté en la cama contigo, no puede continuar. Hay muchos otros sitios cómodos en la casa.
—En la estantería de los libros es donde más a gusto se encuentra nuestro gato —dice la doctora.
Al siguiente día Sabine ya se puede levantar. La madre dice:
—Dame tu pijama, ahora mismo lo pongo en la lavadora.
Después desayunan juntas.
Mischi no se deja ver. Normalmente siempre está en la cocina durante el desayuno. Mientras la madre va a la lavadora, Sabine busca a Mischi. No está en ninguna de las camas, tampoco en el armario. Ni detrás de la cortina, ni debajo de los sillones, ni bajo la alfombra, en ninguna parte.
—¿Quizás en el armario de las escobas? A Sabine le parece como si estuviera buscando los huevos de pascua. Finalmente se preocupa. ¿Lo habrá robado alguien? ¿Se habrá caído por la ventana?
Se oye el agua de la lavadora silbando y gorgoteando. De repente Sabine abre los ojos desmesuradamente y grita como nunca lo ha hecho. La señora Murillo viene corriendo.
—¡La lavadora! ¡Ábrela, mamá! —grita Sabine.
La madre detiene la máquina sin saber por qué. Sabine abre la puerta. La ropa empezaba a estar mojada. Sabine y la madre ven asomar entre la ropa, dos patas blancas y una cabeza gris con orejas puntiagudas. Mischi da un salto y escapa gimoteando.
—¡Esto no puede seguir así! —dice Sabine—, mejor es que se meta en mi cama.