Irina Korschunow
De un extremo al otro

Me llamo Cristóbal y vivo en una gran ciudad. Mi tío dice que hace falta un día entero para caminar de un extremo al otro de ella. Una vez, durante las vacaciones, casi lo he comprobado por mí mismo. Aquel día, mi madre tenía que salir de casa a las siete de la mañana y poco después salí yo. Desde nuestra calle he llegado a la Fürstenrieder, una calle más grande. En la esquina está el supermercado. Precisamente entonces estaban descargando pan, leche y medios cerdos. Auténticos mitades de cerdos con medio hocico y una oreja.

Me paré a observar detenidamente y cuando quise continuar, se lanzó sobre mí el pequeño perro pachón de la lavandería, que anda siempre solo. No sé cómo se llama, pero sí, sé que me conoce bien. Hemos jugado juntos un poco, hasta que oí dar las nueve. Desde aquel momento no perdí más tiempo. He caminado siempre adelante, a pesar de que había muchas cosas que ver. Obras, camiones cisternas, el mercado de verdura de la Plaza Rotkreuz, una máquina de asfaltar muy grande, grúas gigantes y escaparates. La calle era tan larga que parecía que no se acabaría nunca. Cuando finalmente llegué al centro, era casi mediodía.

En el centro están los grandes almacenes, los cines y los puestos de salchichas. Los coches no pueden circular por allí. La gente puede pasear o tomar cerveza sentados en largas mesas. Delante de la fuente están sentados varios músicos que tocan sus guitarras. Me hubiera gustado quedarme, pero yo quería llegar al otro extremo de la ciudad. Por lo tanto he mirado rápidamente un par de cosas en la cartelera de un cine y los ratones blancos de la farmacia. También el tren eléctrico de la tienda de juguetes Schmidt. Después he continuado siempre derecho en dirección al río.

En el puente grande me he parado a mirar el agua completamente verde y los árboles con sus ramas colgantes. Una piragua pasó deslizándose. Me hubiera gustado estar en ella. Con tales barquitos se puede recorrer todo el rio. Uno puede llevar una tienda de campaña pequeña y dormir por las noches a la orilla del río y pescar y hacer un fuego para asar los peces. Como me gustaba tanto el río, me deslicé entre los arbustos hasta el agua. He lanzado piedras y barquitos de corteza de árbol. Con un hilo y un pedazo de alambre he hecho un anzuelo, pero no he pescado nada.

En determinado momento un hombre a mi lado me preguntó:

—¿No tienes que volver a casa? ¿Dónde vives?

Se lo dije y también que quería ir de un extremo a otro de la ciudad. Él contestó moviendo la cabeza:

—Ya es bastante tarde, mejor es que cojas el tranvía para volver a casa.

Me acompañó a la parada y monté en el tranvía. En realidad, me alegré, ya que me dolían los pies y además, tenía hambre. Y seguramente mi madre estaba preocupada.

Pero una vez, estoy seguro, cruzaré la ciudad de un extremo a otro.