Margret Rettich
Los bomberos
En mitad del pueblo, en un edificio bajo, está el coche de bomberos. En caso de que haya un incendio en el pueblo, pasaría mucho tiempo hasta que vinieran los bomberos de la ciudad. Por eso hay bomberos voluntarios. Casi todos los hombres del pueblo lo son. Los sábados hacen prácticas en el campo de deportes.
Eric, que a diario está detrás del mostrador de la tienda, es el capitán de los bomberos. Esta vez, en mitad de la semana, suena la sirena. La gente piensa enseguida que no son prácticas y corren detrás del coche de bomberos. Éste vuela calle abajo, dobla en el camino del prado y se detiene junto a los tres chopos grandes.
—¿Dónde está el fuego? —se pregunta la gente estirando el cuello, y sin poder descubrir humo ninguno.
—Allí arriba está —dice el cartero a Eric, quien ha venido con el camión completamente solo. Eric comienza a girar una manivela en la parte de atrás. Despacio va saliendo la escalera, primero hacia delante y luego hacia arriba. Cada vez se hace más larga y finalmente desaparece su extremo en las ramas de uno de los chopos.
Eric se ajusta el casco y sube por la escalera. Arriba separa las ramas, y entonces todos pueden ver un gatito acurrucado en el ángulo de dos ramas. Es de color gris y tiene las patas blancas. Cuando Eric le quiere coger, gime lastimeramente.
—Así gime desde hace tres días —dice el cartero a la gente—. Lo he oído siempre que pasaba por aquí a llevar el correo a las casas nuevas. Se lo dije enseguida a los bomberos, pero no vino nadie.
—Es una vergüenza —dice la gente—. No me he dado por vencido y me he informado —continúa el cartero—. Los bomberos no solamente tienen que apagar incendios, también tienen que salvar animales. Ésa era la ley. Se lo he dicho a Eric y al fin ha venido.
La gente admira la sagacidad del cartero. Mientras tanto, el capitán de bomberos, Eric, baja del árbol con el gatito. Tiene una cara adusta porque le parece que se le está dando demasiado importancia al asunto. Opina que todo el que sube a alguna parte, aunque sólo sea un gato, debe saber la forma de bajar. Todos le rodean y quieren acariciar la suave piel. Eric ofrece el gato al cartero.
—Y ahora, qué ¿lo quieres tú?
—No, no es mío —dice el cartero que de repente tiene mucha prisa. Tiene que repartir todavía el correo en la casas nuevas.
—¿Quién lo quiere? —pregunta Eric. Nadie quiere el gatito. Entonces Eric se enfada de verdad.
—Primero todos hacen teatro, pero nadie asume las consecuencias.
No le queda otro remedio que llevarse el animalito a casa, darle de comer primero y un cajón donde puede dormir después. Furioso sube al camión y a toda velocidad marcha de allí.
El cartero encuentra sentado en la escalera de una de las casas nuevas donde vive, a José, que llora a gritos.
—¿Qué pasa?, —pregunta el cartero.
—Hace ya tres días que mi Micki ha desaparecido —balbucea José.
—¿Es de color gris con las patas blancas? —pregunta de nuevo el cartero—. Porque los bomberos acaban de rescatar a uno así. Se había subido a lo más alto de un chopo y luego no se atrevía a bajar.
—¿Dónde está ahora? —quiere saber José.
Probablemente lo tenga Eric con él en la tienda.
José sale corriendo después de coger rápidamente su hucha. Quiere sacar el dinero y comprar con él una bolsa de caramelos de menta para los bomberos voluntarios.
En señal de agradecimiento.