Cordula
Tollmien
Clara
Clara le gusta a todo el mundo. Siempre es amable y está de buen humor. Es buena estudiante y ayuda a los que no son tan buenos como ella. Clara no intenta ponerse en primer plano, y tampoco inicia discusiones.
A Sandra le agrada mucho Clara. La admira y la encuentra muy guapa. Pero Clara es agradable y amistosa con todos y no presta a Sandra especial atención. Sandra ha traído caramelos hoy. Al principio no se atreve a ofrecerle uno a Clara. Cuando al fin lo hace. Clara sólo dice amablemente «gracias», y continúa hablando con otros. Sandra se aleja con tristeza.
Se ha imaginado lo bonito que sería pasar los días con Clara. Podían ir a pasear juntas, quizás deambular por la zona peatonal. Podría enseñarle también su conejo, que anda suelto por la casa y es de veras muy divertido. Mordisquea las cortinas y los libros, y hay que tener cuidado de que no se envenene con ellos. Pero tal vez no le interesan los conejos a Clara. Entonces, podía enseñarle su caja de juegos mágicos. Sandra sabe hacer el truco con el huevo; primero está en la mano y de pronto en el bolsillo. Pero puede ser que Clara lo encuentra aburrido y soso.
Sandra encuentra a Clara tan maravillosa y guapa, que en comparación ella misma se ve insignificante y tonta. Cierto día, Clara no viene a la escuela, y nadie sabe el motivo. Tres días después les dice la profesora que Clara ha tenido un accidente. Por suerte sólo se ha roto una pierna. Pero debe quedarse en casa bastante tiempo ya que es una fractura muy complicada.
—Podéis ir a visitarla —dice la profesora—, y ayudarle a hacer los deberes. ¿Quién quiere ir?
Todos quieren ir. La maestra escoge a tres, entre los que no está Sandra. No obstante, dos días más tarde, Sandra va a ver a Clara. No está sola, otros niños de la clase están allí también.
Sandra ha traído un libro a Clara. —Es mío —dice Sandra—, te lo presto, ahora tienes mucho tiempo para leer.
Clara dice «gracias», y luego cuenta cómo fue el accidente. Desde entonces, Sandra va a menudo a ver a Clara. A veces, está alguno de los otros allí también, pero normalmente está ella sola.
—Como esto de mi pierna dura tanto, a los otros les resulta ya aburrido —dice Clara—. Y aún tengo que volver al hospital a que me quiten la escayola. Dentro de mi pierna me han puesto una placa de acero, que tienen que quitarme más adelante.
—¿No tienes miedo? —pregunta Sandra.
—Desde luego que sí —contesta Clara con voz baja—. El médico ha dicho que tengo que aprender a andar de nuevo.
—Yo te ayudaré —promete Sandra.
—¿De verdad, lo harás? —pregunta Clara.
—Claro —afirma Sandra.
Ese día Sandra regresó a casa muy afligida. Claro que tenía alegría de tener a Clara para ella sola, pero le dolía la tristeza de Clara. Al siguiente día, en clase, Sandra levanta la mano.
—¿Puedo decir algo con relación a Clara? —dijo. La profesora se extraña y dice:
—Sí, si no es muy largo.
—Clara —dice carraspeando, porque siente un nudo en la garganta—, Clara está triste, nadie va ya a verla. Tenéis que visitarla de nuevo todos.
Sandra se sienta rápidamente con ganas de llorar.
—Sandra tiene razón —dice la maestra—, tenéis que ir a verla.
Todos lo prometen.
Esta tarde Sandra no tiene ganas de ir a ver a Clara, pero finalmente se decide. Cuando la madre le abre la puerta, Sandra oye las voces ruidosas de los otros niños en la habitación de Clara.
—Oh, ¿por qué pones esa cara, te ocurre algo? —dice la madre de Clara.
—No me pasa nada —contesta Sandra.
—Bueno, mejor así. Pasa enseguida. Clara ha preguntado ya por ti.
—¿De verdad? —pregunta Sandra con el rostro resplandeciente.
—Naturalmente, tú eres su mejor amiga.
Sandra resplandece aún más. De repente se siente mayor y fuerte. Entra en la habitación de Clara y se sienta al borde de la cama.
—Hola Sandra —dice Clara—, finalmente estás aquí.