Monika Sperr
Cualquiera hace una tontería alguna vez

Florián estaba buscando un regalo para una amiga. Tomás le acompañaba para aconsejarle. Como tenía tres hermanas, conocía los gustos de las chicas. A ellas les gustan los animales de trapo y las muñecas, pero también los coches, los juegos y los cuentos de la abeja Maya, por ejemplo, o con preguntas y respuestas de risa.

Estaban en la tienda de juguetes asombrados de ver tantas cosas como había.

—¿Tiene Vd. Todos ríen? —preguntó Tomás a la señorita que se había acercado a ver qué deseaban.

—Sí —dijo ella—, venid conmigo a aquella esquina.

Sacó el juego de un cajón y lo puso sobre el mostrador. Tomás le rogó que explicara el juego a su amigo.

—Con mucho gusto —dijo la señorita dirigiéndose a Florián.

—Hay unas cartas rojas con preguntas y otras azules con respuestas. Coge una carta roja.

Florián tomo una carta roja del montón y leyó:

—¿Te gustan las sorpresas?

—Sí, pero sólo con miel —contestó riendo la señorita mientras leía la carta azul.

En la siguiente carta roja ponía: «¿Te metes el dedo en la nariz?».

La contestación de la carta azul decía:

—Yo no soy ningún mono.

Florián se volvió riendo a Tomás, para pedirle que sacara él también una carta roja.

Entonces vio cómo su amigo se metía un coche de carreras con gruesas ruedas de goma en el bolsillo del pantalón. Florián se puso rojo, y dirigiéndose apresuradamente a la vendedora indicó con nerviosismo:

—Me quedo con el juego.

Costaba seis marcos cincuenta. Florián le dio un billete de diez marcos, tomó el juego y corrió hacía la puerta sin esperar el cambio. La señorita le llamó y él guardó las vueltas en el bolsillo sin contarlas. Ya en la calle, le dijo a Tomás temblando de rabia:

—Has robado un coche. ¿Te has vuelto loco? —Tomás puso la mano en el abultado bolsillo del pantalón, temiendo tener que devolverlo.

—Nadie más que tú lo ha visto —murmuró.

Nadie prestaba atención a Florián y Tomás. Pero el ladrón del coche tenía miedo por la mala conciencia.

—Por favor, no me descubras —rogó a Florián.

Florián le miró indeciso. ¿Qué podía hacer? Él no quería de ninguna manera delatar a Tomás, pero tampoco encontraba justo robar.

—¿Cuánto cuesta? —preguntó finalmente.

Tomás sacó el coche del bolsillo, pero no encontró ningún precio. Se encogió de hombros.

—Alrededor de diez marcos, supongo.

Florián, que ya no tenía tanto dinero, propuso a Tomás que lo cambiara por el juego que había comprado.

—Entonces tienes que explicar por qué tenemos el coche.

Florián asintió, al mismo tiempo que Tomás dijo con decisión:

—Bien, vamos a devolverlo.

Y volvieron a entregar el coche a la señorita, que lo recibió con cara de sorpresa. Finalmente dijo:

—Cualquiera comete una tontería, pero no todo el mundo es tan juicioso como vosotros.

—¿Cuánto cuesta? —preguntó Florián.

Costaba más de veinte marcos.

—Gracias —dijo Tomás con la cara roja como un tomate maduro.

—Cualquiera hace una tontería alguna vez.