Mirjam Pressler
Se suspende la clase por el calor
Hace tanto calor, que la maestra, coge constantemente un nuevo pañuelo de papel, para secarse la cara. Después, se le acaban y se seca la frente con el dorso de la mano. Al mismo tiempo suspira. Margarita saca un pañuelo de papel de su cartera y se lo ofrece a la maestra.
Después ésta da la señal para salir debido al exceso de calor.
—Hoy no hay nada que os detenga, ¿queréis ir a la piscina? —pregunta la maestra—. Todos alborotan y gritan. Margarita recoge sus cosas y se dirige hacia la escalera. Su amiga Ellen ya la está esperando. Daniel está a su lado y le lleva la cartera. Esto lo repite desde hace unos días. Margarita y Ellen bajan la escalera. Daniel las sigue con apuros.
—Eh, esperad —grita alguien—. Es Tomás. —¿Me dejas llevarte la cartera?—, pregunta a Margarita. Ella niega con la cabeza y dice: —La puedo llevar yo misma.
Tomás pone cara de ofendido. Pero continúa caminando junto a ellas. Cuando llegan al patio de la escuela dice de repente: —Daniel, ¿te atreves a subir a aquel árbol?—. El árbol, un tilo, es bastante alto. Además, está prohibido subir a los árboles del patio de la escuela. El conserje se enfada mucho cuando pilla a alguien haciéndolo.
Daniel deja caer su cartera y la de Ellen, da un salto y se agarra a la rama más baja. Por un momento cuelga y mueve las piernas como un escarabajo patas arriba.
Después se sujeta con las piernas y empuja su cuerpo hacia arriba. —No está mal —dice Ellen—. Tonto fanfarrón —dice Margarita—. Tomás gatea detrás. Pronto están muy arriba. Allí donde las ramas son cada vez más delgadas.
—Eh, idiotas —grita Ellen—, bajad de una vez o ¿preferís caeros?
Las ramas se mueven de un lado a otro. Casi parece como si el árbol completo se bamboleara. Margarita no respira del susto que tiene. No vuelve a respirar normalmente hasta que los dos muchachos saltan al suelo desde la última rama. Discuten entre ellos, sobre quién es el que ha subido más alto.
—Al mirar hacia abajo he visto tu cabeza —dice Daniel.
—Sólo al principio —responde Tomás—, después si hubiera querido te podría haber escupido, pero he preferido no hacerlo.
—Porque no has podido —dice Daniel—. Lo más que podrías haber hecho, es morderme los pies, pero naturalmente no te has atrevido, tú, cobarde.
—¡Cobarde tú! —grita Tomás, tartamudeando de rabia.
Margarita mira a Ellen y ésta le devuelve la mirada.
Mientras, el patio de la escuela se ha quedado casi vacío. Un par de alumnos de tercer curso están aún en la verja. Moritz, de segundo B, está sentado en el muro y se saca una espina del pie.
—Te apuesto que no te atreves a subir a aquel haya.
El haya está junto al gimnasio y es el árbol más alto de toda la zona. Daniel corre hacia él. Tomás le sigue azuzándole. Ellen y Margarita se miran.
—¿Se han vuelto locos del todo? —pregunta Ellen—. ¿Puedes comprenderles?
Margarita se encoge de hombros. Ellen levanta su cartera. —Ven —le dice a Margarita.
Juntas cruzan el patio de la escuela. Detrás suyo oyen la voz del conserje.
—Bajad de una vez, condenados golfos, o ¿tengo que ir yo a por vosotros?
Verdaderamente hace tanto calor, que casi quema el aire al respirar.
—¿Nos encontramos en la piscina después de comer? —pregunta Margarita.
—Te espero a la una y media en los vestuarios, ¿de acuerdo? —Ellen asiente.