Te habías hecho ilusiones con que así lo doblegarías. Todos
los días esperabas que te suplicara que lo dejaras salir, pero
aguantaba en su cuarto aparentemente sin inmutarse. Leía, escribía
su diario. Cuando no estabas en casa, cantaba. Era el mes de
junio.
A principios de julio fuiste a Tailandia para atender tu
negocio, y, puesto que no dejaste instrucciones al respecto, lo
dejé salir. Quería estar cerca de Laura, que estaba afrontando las
pruebas escritas del examen de selectividad. Cuando Michele
preguntó si podía ir a casa de los abuelos para la recogida del
heno, le respondí: «Vete.»
Ya no era mi niño soñador sino un muchacho con las ideas
bastante claras. Demostraba una determinación ante la que con
frecuencia me sentía cohibida.
Desde la montaña me escribió una carta. La primera y la
última de su breve vida. La he leído tantas veces que me la sé de
memoria.
Querida mamá, hoy he ido a dar un paseo
hasta los depósitos de la erosión del Comeglians. El aire era frío
y no había ni una nube en el cielo. La abuela no quería dejarme ir,
pero la he tranquilizado. Conozco mejor los senderos de la montaña
que las calles de mi barrio.
Cuando vengo aquí, me doy cuenta de que
en la ciudad todos los días son asfixiantes. Todo es tan feo, tan
triste. Si respiro, siento el hedor de los tubos de escape; si abro
los oídos, oigo su estrépito. Si abro el corazón, veo la miseria y
la soledad de los otros corazones. Vivir lejos de la naturaleza,
quiere decir vivir lejos de la belleza. Y vivir lejos de la
belleza, quiere decir vivir lejos del pensamiento de Dios. Sé que
en este punto bufarás. Piensas que yo soy como esas cocineras que
le ponen a todo demasiada sal.
En vez de sal, pongo a Dios y tú no lo
soportas. Piensas que Dios debería estar en las iglesias y en la
cabeza de los curas. Me lo has dicho tú misma, ¿te acuerdas? Dios
es una idea. Una idea como todas. Puedo creer en Dios o en Che
Guevara. También puedo creer únicamente en las victorias de la
Ferrari.
Por eso te sientes tan sola, ¿sabes? De
vez en cuando miras a tu alrededor como si fueras una niña perdida.
Quizá puedas engañar a los demás y a ti misma, pero a mí no me
puedes engañar. En tus ojos hay temor, tienes demasiadas ideas en
la cabeza y en el fondo no sabes cuál es la
justa.
¡Pero Dios no es una idea! Es el lugar
del que venimos y el lugar en el que un día nos reuniremos. Es la
misericordia amorosa que nos guía en el camino. Ay, mamá, cuánto me
gustaría que abrieras tu corazón, que te abandonaras como un recién
nacido entre Sus brazos.
Me siento siempre tan impotente ante ti.
Cuando intento hablarte, coges mis palabras con pinzas y las
examinas detenidamente a la luz, como si buscaras algo escondido.
¿Se ve la filigrana? ¿No? ¿Son verdaderas? ¿Son
falsas?
En el fondo estás convencida de que mi
fe, bajo su aparente serenidad, esconde algo. Un miedo, un problema
no resuelto. Algo a lo que temo y que no quiero mirar de frente.
Aunque no me creas, te pudo asegurar que no es así. Desde muy
pequeño, sentía dentro de mí una gran inquietud. Quizá fuera ésa la
razón por la que no quería estar con los otros niños. ¿Qué
inquietud era? Una inquietud de suspensión, de que algo falta. Aún
percibía la oscuridad densa que acababa de dejar atrás. Intuía que
otra no diferente un día se abriría de par en par ante mí. ¿Qué
hacía yo allí en medio? Era como si, dentro, tuviese una esfera de
cristal similar a la que tienen los magos. Sólo que no era
cristalina, sino turbia, opaca. Cantar, pintar, estar siempre solo
eran intentos de aclararla. Me ponía de rodillas y la frotaba como
Aladino frotaba la lámpara. ¡Ilumínate, esfera! Y un día la esfera
se iluminó.
Sólo entonces me di cuenta de que no se
trataba de una esfera, cerrada por todas partes, sino de un
capullo. Los rayos del sol lo habían acariciado y los pétalos se
habían abierto. Esperaba sólo su caricia para dejarse invadir por
la luz.
Aquel día comprendí que dentro de cada
uno de nosotros existe uno de esos capullos. Puede ser más pequeño
o más grande, estar más adelantado o atrasado en su proceso de
floración, pero existe. Basta con dejar que se filtre en su
interior un poco de luz para que empiece a
abrirse.
Por eso me permito decirte: ¿por qué, en
vez de pensar en las ideas, no piensas en la luz? No sigas
defendiendo, juzgando, rechazando y aprobando. Sólo debes
abandonarte, aceptar sin reservas ser hija no del caos o la
casualidad, sino de la Luz.
¡Pobre mamá! Ya estarás muerta de
aburrimiento. Te ha tocado oír las regañinas de tu hijo. Es culpa
mía, porque no puedo evitar intentar compartir con los demás lo que
es hermoso.
¡No sabes lo que me ha pasado al llegar a
las pendientes erosionadas! He descubierto una marmota que daba de
mamar a sus pequeños. Estaba escondida debajo de una gran roca.
Cuando me vio, en vez de huir, se quedó quieta en su sitio, los
cachorros seguían tomando la leche y ella me miraba a los ojos. Era
la primera vez que veía una marmota tan cerca. Habitualmente oía
los silbidos y luego veía sus pequeñas siluetas precipitarse en las
madrigueras. ¿Ves? También en esto se equivoca papá. Dice que los
animales temen mirar a los ojos a una criatura superior, pero se
equivoca. A lo mejor es verdad para los babuinos, pero no para las
marmotas.
Después de comer junto a un matorral de
pino mugo, me tendí a mirar el cielo. ¡Qué hermoso sería que
nuestras vidas pudieran ser igual de cristalinas, igual de
serenas!
He vuelto a pensar a menudo en el choque
de la última vez. Papá no me soporta, no me ha soportado nunca
porque soy diferente a él y no puede entenderme. También yo,
algunas veces, me desespero, porque intento molestar lo menos
posible, pero él me ataca siempre y de cualquier manera. Estoy
empezando a pensar que la mejor solución sería que yo me fuera
pronto de casa. Entretanto, podría quedarme todo el verano con los
abuelos. ¿Qué opinas? Creo que en otoño tendré que comunicaros una
decisión importante y debo sentirme bastante fuerte para hacerlo.
Aunque os dé disgustos en la vida de todos los días, rezo siempre
por vosotros, por vuestros brotes, para que, antes o después,
acepten la luz y se transformen en flores. Y os doy las gracias con
inmensa gratitud porque, por vuestra generosidad, existo en este
mundo.
Un abrazo fuerte, casi como el de una
serpiente pitón, de tu desgraciadamente ex dócil
niño