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«Masayuki» dijo Yoko. La mañana siguiente, mientras iba y venía preparándose para sus clases.
—¿Has ganado la lotería o algo así? Estás resplandeciente.
Entre mordiscos a su croissant, Kawashima le explicó que había dormido como un muerto, lo cual era verdad. También había vuelto a tener apetito, para su sorpresa.
No había forma de estar seguro al cien por cien de que no lo cogerían —éste había sido su primer pensamiento al despertar— pero sólo herir a alguna mujer estaba totalmente descartado. Si ella sobrevivía, lo más probable es que fuera a la policía y sería su fin. Le daba vueltas a estos problemas mientras se cepillaba los dientes y se lavaba la cara.
—¿Sabes qué? —le dijo a Yoko mientras se vestía para ir a trabajar—. Nuestra empresa ha adoptado el sistema de vacaciones obligatorias, como hacen muchas de las empresas grandes.
—¿Te refieres a que tienes que coger unos días libres quieras o no?
—Exactamente. En algunas de las empresas grandes es un mes entero, incluso dos, pero para nosotros es una semana o diez días.
Era cierto que la empresa de Kawashima tenía ese sistema: vacaciones obligatorias para todos los empleados una vez cada tres o cinco años. Se había apartado un fondo con este propósito y había dinero en efectivo disponible para gastos, dependiendo de cómo planearas pasar las vacaciones.
—Tengo una idea en la que quiero trabajar —dijo—, así que estaba pensando coger mis vacaciones pronto.
—¿Cuándo?
—Como a partir de pasado mañana o algo así.
—Sí que es pronto. Pero no habrás pensado en quedarte en casa y ya está, ¿no?
—No, y tampoco debes aparecer por la oficina. Tienes que presentar algún tipo de objetivo, algo a lo que vas a dedicar el tiempo. No hace falta que tenga que ser algo serio. Un tipo viajó a la India y otro se fue a Nueva York para ver musicales. Una de las chicas se fue a Okinawa para sacar la licencia de buceo.
—¿Piensas ir al extranjero?
—Te cuento lo que estoy pensando. Me gustaría quedarme en uno de los hoteles principales del centro. No tienes la oportunidad de hacerlo cuando vives en la ciudad, ¿verdad? Me gustaría quedarme en el tipo de sitio en el que se hospeda el empleado medio de ciudades pequeñas cuando viene a Tokio.
—¿Qué vas a hacer en un sitio así?
—Puede que parezca una tontería, pero quiero entender mejor al auténtico empleado. Como cuando tengo una reunión en una cafetería o en un bar en uno de esos hoteles. Siempre me fascina oír lo que están hablando los empleados a mi alrededor. Te sorprendería, muchas veces se oyen comentarios bastante profundos, sentidos. Me gustaría hacer, sabes, un estudio serio sobre ese tipo de cosas, porque a principios de año vamos a estar a cargo de todo el material gráfico de una nueva campaña. Es para un coche de importación, un modelo dirigido a empleados de treinta y algo. Y la verdad es que no sé gran cosa del empleado medio.
Necesitaba un buen periodo de tiempo para perfilar y ejecutar su plan. Pero si se inventaba alguna historia de que tenía que quedarse cerca de la empresa unos días para cumplir un plazo, por ejemplo, una llamada de Yoko a la oficina lo pondría al descubierto. Era poco probable que alguien asociara esa mentira con un crimen cometido en algún lugar de la ciudad, pero no hacía falta complicar las cosas dándole a Yoko o a la compañía motivos para pensar que estaba metido en algo sospechoso. Por supuesto, quedarse en un hotel en la ciudad para «investigar» normalmente se interpretaría como una aventura o un problema con el juego. Pero sabía que Yoko nunca dudaría de él. Para empezar, no era celosa o suspicaz, y en los seis años que llevaban juntos, aunque se había reservado algunas cosas, él nunca le había mentido. No porque se adhiriera a algún principio moral abstracto, sino simplemente porque no quería ser deshonesto con alguien que significaba tanto para él. Además, si ella sospechara que él tenía una aventura… bueno, ¿y qué?
Todos los utensilios que Yoko necesitaba para sus clases del día estaban perfectamente ordenados sobre la mesa en forma de ele que dominaba la habitación.
—Entonces tendremos que prepararte la maleta —dijo con una sonrisa natural, nada forzada—. Sólo te digo que no pierdas el contacto. Me refiero, no te olvides de llamar.
—No me voy a olvidar —dijo Kawashima, asintiendo. Entró en la habitación y se inclinó sobre la cuna para mirar al bebé. Acarició con suavidad la pelusa de su mejilla. Y susurró bajito, para que Yoko no le oyera:
Todo va a salir bien.