Nota de la Autora
En 2012, poco antes de la publicación de mi primera novela, mi editorial me pidió que escribiera una precuela de Sombra y hueso. Me parecía genial, pero mi idea tenía muy poco que ver con los personajes de ese libro. Era más bien una historia que podrían haberles contado de pequeños a los personajes, mi interpretación personal de un cuento que me había afectado mucho de niña: «Hansel y Gretel».
Mi versión preferida de ese cuento es Nibble Nibble Mousekin (un título de lo más siniestro) de Joan Walsh Anglund, y no era la bruja caníbal la que me caía mal. Ni siquiera era la madrastra egoísta. Para mí, el auténtico villano era el padre de Hansel y Gretel, un hombre tan pusilánime y cobarde que permitía que su malvada esposa abandonara a sus hijos en el bosque para que murieran; n dos ocasiones. «No volváis», susurraba yo mientras nos acercábamos a la inevitable ilustración final (el feliz reencuentro del padre con sus hijos y la expulsión de la malvada madrastra), y siempre tenía una sensación de angustia al pasar la última página.
En muchos sentidos, esa angustia es la que me ha guiado a través de estos cuentos, esa nota de tenebrosidad que creo que muchos percibimos en los cuentos más conocidos, porque sabemos, ya desde niños, que realizar tareas imposibles es un curioso modo de elegir un cónyuge, que los depredadores pueden ocultarse bajo muchos disfraces y que los caprichos de un príncipe suelen ser crueles. Cuanto más escuchaba esa nota de advertencia, más inspiración encontraba.
También he tenido otras influencias. Las horribles leyendas de la polifagia de Tarrare terminaron encontrando hueco en el primer cuento de Ayama, aunque de una forma mucho más ligera. El trauma infantil que tuve con El conejo de felpa y la inquietante idea de que solamente el amor puede hacerte real adoptaron una forma distinta en «El príncipe soldado». En cuanto a mis sirenas, aunque el cuento original de Hans Christian Andersen fue el punto de partida, cabe mencionar que Ulla es el diminutivo sueco de Úrsula.
Espero que disfrutéis de estos cuentos y del mundo en el que habitan. Espero que los leáis en voz alta cuando haga frío. Y cuando tengáis la oportunidad, espero que remováis el caldero.